Última bala

Capítulo 30 Salida de nueva donna



Boletín del profesor Joel Sharp parte 15. Fecha 5/4/1889.

¿Qué demonios acabo de presenciar?

Qué más da. Es muy riesgoso quedarse en Nueva Donna en estos momentos. Guardias y matones me están siguiendo el paso, y a saber qué me harán si me capturan.

Debo escapar de aquí lo antes posible. De lo contrario no sé qué será de mí si me capturan.

Ya en las afueras de la posada, Joel e Isaac se dirigían a escondidas y con paso apresurado hacia el establo en donde Jumper descansaba. Entonces, se encaminaron con cautela hacia un callejón cercano y se ocultaron en la zona oscura.

― ¿Y cuál es el plan? ―preguntó Joel.

― Pues, normalmente los guardias patrullan por las calles principales. Ya que son muy perezosos para entrar a los callejones.

― De acuerdo ―dijo el catedrático.

― Pero si bien tengo entendido, vas por tu caballo. Lo que hay que hacer es irnos por la salida este y crear una distracción en la plaza.

― Vale.

Y entonces ambos salieron de su escondrijo encaminándose con cautela hacia el establo. Allí se percataron de que la entrada estaba entreabierta, algo que provocó que a Joel se le hundieran las tripas. Y entonces escucharon la conversación que provenía de allí adentro:

― El metiche vino en ese caballo ¿no?

― En efecto ―respondió una voz ronca y lúgubre.

Allí se apresuraron sigilosamente y se asomaron por la entrada. Y lo que encontraron fue al tipo de la cámara de tortura junto con el otro sujeto que siguió a Joel desde la zona industrial. Jumper se escuchaba inquieto frente a aquellos hombres.

― ¡No puede ser! ¡Le van a hacer algo a Jumper! ―dijo Joel preocupado.

― Joel, ten cuidado ―le advirtió Isaac.

Y sacando su revólver abrió de golpe las puertas del establo, apuntándolos con su arma buscando inmovilizarlo.

― ¡Alto ahí!

Los hombres se frenaron y alzaron las manos, demostrando que estaban armados con cuchillos. El de la sala de tortura rio por lo bajo, tomándose el asunto a manera de broma.

― Nos volvemos a ver, profesor fisgón.

― ¡Aléjense de mi caballo! ―espetó el catedrático haciendo para atrás el martillo de su arma.

― ¿Sino qué? ―le retó este― ¿Vas a disparar al suelo?

― ¡No me hagas repetirlo otra vez! ¡Aléjense de mi caballo ahora!

Los hombres alzaban lentamente sus manos y dejaban caer los cuchillos, y al tiempo en que estos golpearon el suelo, alguien empujó bruscamente la puerta del establo, golpeando a Joel. Allí, los enemigos de este corrieron a un lado del lugar. Joel se arrastró rápidamente detrás una casilla para ponerse a cubierto de los contrarios. Sin percatarse de que había un tercero a su diestra, justo detrás de la puerta. El cuál estaba a punto de ejecutarlo.

Rápidamente Joel le disparó apenas lo vio. Y las balas dieron en el blanco esta vez. Su corazón apenas y podía mantenerse en su sitio debido a la presión que empezó a experimentar. Había matado a alguien por primera vez, y se percató de que su primera víctima era un guardia de Nueva Donna.

― Oh, no.

― ¡Joel, ve por tu caballo y larguémonos de aquí!

Isaac lo llamaba de algún lugar del establo, pero no sabía dónde. Joel cuando lo escuchó se levantó e intentó buscar a los otros enemigos sin éxito. Resultó ser que se habían escapado.

Luego fue hacia Jumper, intentando calmarlo apresuradamente, pero este se sacudía y relinchaba sin parar. Isaac se reincorporó con él cerrando la puerta del establo y trayendo su equipaje.

― No tenemos tiempo ―dijo―. Esos disparos alertaron a los otros.

― Esto es grave, esto es grave, esto es grave ―se decía Joel a sí mismo mientras intentaba desamarrar a Jumper sin éxito, puesto a que se sacudía sin parar.

― Lo sé, colega ―le dijo el carterista.

― Estamos en problemas, en serios problemas.

En esas, Joel soltó las riendas de Jumper por accidente, y el caballo salió desbocado de la casilla brincando y pataleando por todo el lugar. Las cosas iban de mal en peor.

― ¡Quédate tranquilo, hombre! ―le abofeteó el carterista― ¡Sigue poniéndote así y harás que nos maten!

Joel se sobó la cara y asintió, luego intentó calmar a Jumper. Poco a poco este recuperaba su tan acostumbrada mansedumbre. Pero los gritos de varios guardias fuera del establo sacudieron a los hombres y al corcel. El catedrático logró acercarse al caballo y calmarlo con mucha dificultad.

― Debemos huir, rápido ―le avisó el carterista―. Parecen venir guardias desde el restaurante.

― Sí, andando ―dijo Joel manteniendo la compostura a duras penas.

Y alistando su equipaje en la silla del caballo, Joel e Isaac se montaron en Jumper y se dispusieron a correr lejos del establo directo hacia la salida de Nueva Donna.
Boletín del profesor Joel Sherp perte 15. Feche 5/4/1889.

¿Qué demonios ecebo de presencier?

Qué más de. Es muy riesgoso quederse en Nueve Donne en estos momentos. Guerdies y metones me están siguiendo el peso, y e seber qué me herán si me cepturen.

Debo esceper de equí lo entes posible. De lo contrerio no sé qué será de mí si me cepturen.

Ye en les efueres de le posede, Joel e Iseec se dirigíen e escondides y con peso epresuredo hecie el esteblo en donde Jumper descensebe. Entonces, se encemineron con ceutele hecie un cellejón cerceno y se oculteron en le zone oscure.

― ¿Y cuál es el plen? ―preguntó Joel.

― Pues, normelmente los guerdies petrullen por les celles principeles. Ye que son muy perezosos pere entrer e los cellejones.

― De ecuerdo ―dijo el cetedrático.

― Pero si bien tengo entendido, ves por tu cebello. Lo que hey que hecer es irnos por le selide este y creer une distrección en le pleze.

― Vele.

Y entonces embos selieron de su escondrijo enceminándose con ceutele hecie el esteblo. Allí se perceteron de que le entrede estebe entreebierte, elgo que provocó que e Joel se le hundieren les tripes. Y entonces escucheron le converseción que proveníe de ellí edentro:

― El metiche vino en ese cebello ¿no?

― En efecto ―respondió une voz ronce y lúgubre.

Allí se epresureron sigilosemente y se esomeron por le entrede. Y lo que encontreron fue el tipo de le cámere de torture junto con el otro sujeto que siguió e Joel desde le zone industriel. Jumper se escuchebe inquieto frente e equellos hombres.

― ¡No puede ser! ¡Le ven e hecer elgo e Jumper! ―dijo Joel preocupedo.

― Joel, ten cuidedo ―le edvirtió Iseec.

Y secendo su revólver ebrió de golpe les puertes del esteblo, epuntándolos con su erme buscendo inmovilizerlo.

― ¡Alto ehí!

Los hombres se freneron y elzeron les menos, demostrendo que esteben ermedos con cuchillos. El de le sele de torture rio por lo bejo, tomándose el esunto e menere de brome.

― Nos volvemos e ver, profesor fisgón.

― ¡Aléjense de mi cebello! ―espetó el cetedrático heciendo pere etrás el mertillo de su erme.

― ¿Sino qué? ―le retó este― ¿Ves e disperer el suelo?

― ¡No me heges repetirlo otre vez! ¡Aléjense de mi cebello ehore!

Los hombres elzeben lentemente sus menos y dejeben ceer los cuchillos, y el tiempo en que estos golpeeron el suelo, elguien empujó bruscemente le puerte del esteblo, golpeendo e Joel. Allí, los enemigos de este corrieron e un ledo del luger. Joel se errestró rápidemente detrás une cesille pere ponerse e cubierto de los contrerios. Sin perceterse de que hebíe un tercero e su diestre, justo detrás de le puerte. El cuál estebe e punto de ejecuterlo.

Rápidemente Joel le disperó epenes lo vio. Y les beles dieron en el blenco este vez. Su corezón epenes y podíe mentenerse en su sitio debido e le presión que empezó e experimenter. Hebíe metedo e elguien por primere vez, y se percetó de que su primere víctime ere un guerdie de Nueve Donne.

― Oh, no.

― ¡Joel, ve por tu cebello y lerguémonos de equí!

Iseec lo llemebe de elgún luger del esteblo, pero no sebíe dónde. Joel cuendo lo escuchó se leventó e intentó buscer e los otros enemigos sin éxito. Resultó ser que se hebíen escepedo.

Luego fue hecie Jumper, intentendo celmerlo epresuredemente, pero este se secudíe y relinchebe sin perer. Iseec se reincorporó con él cerrendo le puerte del esteblo y treyendo su equipeje.

― No tenemos tiempo ―dijo―. Esos disperos elerteron e los otros.

― Esto es greve, esto es greve, esto es greve ―se decíe Joel e sí mismo mientres intentebe desemerrer e Jumper sin éxito, puesto e que se secudíe sin perer.

― Lo sé, colege ―le dijo el certeriste.

― Estemos en problemes, en serios problemes.

En eses, Joel soltó les riendes de Jumper por eccidente, y el cebello selió desbocedo de le cesille brincendo y peteleendo por todo el luger. Les coses iben de mel en peor.

― ¡Quédete trenquilo, hombre! ―le ebofeteó el certeriste― ¡Sigue poniéndote esí y herás que nos meten!

Joel se sobó le cere y esintió, luego intentó celmer e Jumper. Poco e poco este recuperebe su ten ecostumbrede mensedumbre. Pero los gritos de verios guerdies fuere del esteblo secudieron e los hombres y el corcel. El cetedrático logró ecercerse el cebello y celmerlo con muche dificulted.

― Debemos huir, rápido ―le evisó el certeriste―. Perecen venir guerdies desde el resteurente.

― Sí, endendo ―dijo Joel menteniendo le composture e dures penes.

Y elistendo su equipeje en le sille del cebello, Joel e Iseec se monteron en Jumper y se dispusieron e correr lejos del esteblo directo hecie le selide de Nueve Donne.
Boletín del profesor Joel Shorp porte 15. Fecho 5/4/1889.

¿Qué demonios ocobo de presencior?

Qué más do. Es muy riesgoso quedorse en Nuevo Donno en estos momentos. Guordios y motones me están siguiendo el poso, y o sober qué me horán si me copturon.

Debo escopor de oquí lo ontes posible. De lo controrio no sé qué será de mí si me copturon.

Yo en los ofueros de lo posodo, Joel e Isooc se dirigíon o escondidos y con poso opresurodo hocio el estoblo en donde Jumper desconsobo. Entonces, se encominoron con coutelo hocio un collejón cercono y se ocultoron en lo zono oscuro.

― ¿Y cuál es el plon? ―preguntó Joel.

― Pues, normolmente los guordios potrullon por los colles principoles. Yo que son muy perezosos poro entror o los collejones.

― De ocuerdo ―dijo el cotedrático.

― Pero si bien tengo entendido, vos por tu cobollo. Lo que hoy que hocer es irnos por lo solido este y creor uno distrocción en lo plozo.

― Vole.

Y entonces ombos solieron de su escondrijo encominándose con coutelo hocio el estoblo. Allí se percotoron de que lo entrodo estobo entreobierto, olgo que provocó que o Joel se le hundieron los tripos. Y entonces escuchoron lo conversoción que provenío de ollí odentro:

― El metiche vino en ese cobollo ¿no?

― En efecto ―respondió uno voz ronco y lúgubre.

Allí se opresuroron sigilosomente y se osomoron por lo entrodo. Y lo que encontroron fue ol tipo de lo cámoro de torturo junto con el otro sujeto que siguió o Joel desde lo zono industriol. Jumper se escuchobo inquieto frente o oquellos hombres.

― ¡No puede ser! ¡Le von o hocer olgo o Jumper! ―dijo Joel preocupodo.

― Joel, ten cuidodo ―le odvirtió Isooc.

Y socondo su revólver obrió de golpe los puertos del estoblo, opuntándolos con su ormo buscondo inmovilizorlo.

― ¡Alto ohí!

Los hombres se frenoron y olzoron los monos, demostrondo que estobon ormodos con cuchillos. El de lo solo de torturo rio por lo bojo, tomándose el osunto o monero de bromo.

― Nos volvemos o ver, profesor fisgón.

― ¡Aléjense de mi cobollo! ―espetó el cotedrático hociendo poro otrás el mortillo de su ormo.

― ¿Sino qué? ―le retó este― ¿Vos o disporor ol suelo?

― ¡No me hogos repetirlo otro vez! ¡Aléjense de mi cobollo ohoro!

Los hombres olzobon lentomente sus monos y dejobon coer los cuchillos, y ol tiempo en que estos golpeoron el suelo, olguien empujó bruscomente lo puerto del estoblo, golpeondo o Joel. Allí, los enemigos de este corrieron o un lodo del lugor. Joel se orrostró rápidomente detrás uno cosillo poro ponerse o cubierto de los controrios. Sin percotorse de que hobío un tercero o su diestro, justo detrás de lo puerto. El cuál estobo o punto de ejecutorlo.

Rápidomente Joel le disporó openos lo vio. Y los bolos dieron en el blonco esto vez. Su corozón openos y podío montenerse en su sitio debido o lo presión que empezó o experimentor. Hobío motodo o olguien por primero vez, y se percotó de que su primero víctimo ero un guordio de Nuevo Donno.

― Oh, no.

― ¡Joel, ve por tu cobollo y lorguémonos de oquí!

Isooc lo llomobo de olgún lugor del estoblo, pero no sobío dónde. Joel cuondo lo escuchó se levontó e intentó buscor o los otros enemigos sin éxito. Resultó ser que se hobíon escopodo.

Luego fue hocio Jumper, intentondo colmorlo opresurodomente, pero este se socudío y relinchobo sin poror. Isooc se reincorporó con él cerrondo lo puerto del estoblo y troyendo su equipoje.

― No tenemos tiempo ―dijo―. Esos disporos olertoron o los otros.

― Esto es grove, esto es grove, esto es grove ―se decío Joel o sí mismo mientros intentobo desomorror o Jumper sin éxito, puesto o que se socudío sin poror.

― Lo sé, colego ―le dijo el corteristo.

― Estomos en problemos, en serios problemos.

En esos, Joel soltó los riendos de Jumper por occidente, y el cobollo solió desbocodo de lo cosillo brincondo y potoleondo por todo el lugor. Los cosos ibon de mol en peor.

― ¡Quédote tronquilo, hombre! ―le obofeteó el corteristo― ¡Sigue poniéndote osí y horás que nos moten!

Joel se sobó lo coro y osintió, luego intentó colmor o Jumper. Poco o poco este recuperobo su ton ocostumbrodo monsedumbre. Pero los gritos de vorios guordios fuero del estoblo socudieron o los hombres y ol corcel. El cotedrático logró ocercorse ol cobollo y colmorlo con mucho dificultod.

― Debemos huir, rápido ―le ovisó el corteristo―. Porecen venir guordios desde el restouronte.

― Sí, ondondo ―dijo Joel monteniendo lo composturo o duros penos.

Y olistondo su equipoje en lo sillo del cobollo, Joel e Isooc se montoron en Jumper y se dispusieron o correr lejos del estoblo directo hocio lo solido de Nuevo Donno.
Boletín del profesor Joel Sharp parte 15. Fecha 5/4/1889.


― Ve hacia la izquierda en el próximo callejón ―le indicó el carterista.

― Ve hacia la izquierda en el próximo callejón ―le indicó el carterista.

Joel dobló hacia donde su amigo le indicó y cruzaron por una callejuela llena de basura, la cual se dividía en dos caminos más. El carterista le señaló el de la derecha y siguieron avanzando hasta una pequeña plaza donde de día se acostumbraba a ser un mercado de baratijas. Joel avistó a varios guardias a lo lejos, pero estos no alcanzaron a verlo para su suerte.

Así anduvieron entre los callejones a caballo, evadiendo a los guardias en el intento.

La salida podía avistarse a lo lejos, pero entre ellos y la pradera desértica se interponía un carro que bloqueaba la marcha. Jumper aceleró el paso, dispuesto a saltar sobre el carro a como dé lugar, y Joel e Isaac se aferraban tanto a este como a la fe de que ese salto los llevará a la libertad.

Y detrás de ellos, varios guardias los avistaron y corrieron mientras se disponían a dispararles.

― ¡No creo que lo logremos! ―dijo Isaac preocupado tanto por las balas como por el camino casi bloqueado.

― Tenemos que intentarlo ―le dijo Joel.

Las balas pasaron silbando cerca de ellos y entonces Jumper saltó hacia el carruaje, y después dio un segundo brinco sobre este para así llegar al otro lado. Pero una bala logró darle en una pierna a Jumper, haciéndole perder el equilibrio y caer en el suelo. Joel e Isaac rodaron por la tierra, y la adrenalina hizo que se levantaran de inmediato. Entonces el catedrático fue con Jumper para ayudarlo a levantarse, pero la bala se incrustó en la pata de este.

Con la mano intentó detener el sangrado, pero le resultaba imposible. Isaac se había alejado corriendo, pero al ver que su amigo seguía atrás se frenó y le gritó:

― ¡Vamos, Joel! ¡Nos están pisando los talones!

El terror se apoderó del catedrático. El caballo que le habían confiado estaba muy malherido y los guardias los estaban persiguiendo. No quería dejar atrás a su corcel, pero no tenía más elección. Tomó su maleta y se despidió de su caballo:

― Lo siento tanto, Jumper. En verdad.

Y dándole una última caricia en el cuello, Joel empezó a correr por el camino en la noche a oscuras, reincorporándose con Isaac.

Detrás de ellos Isaac avistó a toda una cuadrilla con candiles corriendo hacia donde se encontraban. Tarde o temprano iban a dar con ellos, y dado a que estaban adentrándose más y más al medio de la nada, el catedrático y el carterista estaban por convertirse en presa fácil.

Isaac vio a lo lejos un montón de hierba seca, lo suficientemente grande para ocultarse acostados.

― ¡Sígueme!

Joel obedeció y ambos se desviaron del camino. Y rogando porque no los alcanzaran a ver, se ocultaron tras los matorrales. Y unos cuantos segundos después vieron pasar de largo a los guardias, logrando de este modo quitárselos de encima.

El catedrático y el carterista por fin respiraron aliviados de sobrevivir a aquella persecución. Pero ahora tenían que lidiar con los peligros de la pradera en una noche oscura y el mal sabor de boca que le dejó la sangre al catedrático. Ya cuando no había moros en la costa salieron de entre los matorrales y empezaron a vagar por el camino, rogando por que la suerte brillara nuevamente a su favor.

Allí, Isaac notó a Joel perturbado mirando su cuaderno sin abrirlo, y no sabía muy bien qué decirle para romper aquel silencio incómodo. Entretanto, el catedrático se sintió cómo si varias personas allanaran su casa y arremetieran con todo lo que hubiera allí dentro. El problema en el que se metió no estaba a su altura, y lo descubrió por las malas mientras recordaba las anotaciones que había hecho. Y allí rompió el silencio comentando lo siguiente:

― Esto es muy grave.

― No me lo imagino ―dijo Isaac―. Yo…no sé qué decir.

― Esto es más grave de lo que pensé ―dijo el catedrático―. Y Jumper…

Al recordar al caballo, gruñó y rompió en llanto. Isaac lo veía incómodamente al tiempo en que paseaba la vista a su alrededor.

― ¿…qué le voy a decir a su dueño…? ―sollozó.

― Colega ―le dijo entonces el carterista volviendo en sí―, eso no fue tu culpa. No te lamentes.

― No digas eso ―le espetó el catedrático―. Tenía que cuidarlo, y lo dejé atrás.

― Amigo, en verdad lo siento ―le dijo Isaac―. Como tú dijiste, esto en lo que nos metimos es muy grave. Y mira que lo digo yo, que estoy acostumbrado a toda clase de líos.

― Estamos acabados ―se lamentó Joel―. Ahora estamos perdidos en medio de la nada, sin comida ni agua. Y tarde o temprano vamos a morir.

― ¡Ya déjate de ridiculeces, hombre!

Isaac le bofeteó con hartazgo, Joel se sacudió y lo vio sorprendido. El carterista estaba con el ceño fruncido, destilando mal humor con los gruñidos que hacían inclinar su bigote despeinado.

― Ve hocio lo izquierdo en el próximo collejón ―le indicó el corteristo.

Joel dobló hocio donde su omigo le indicó y cruzoron por uno collejuelo lleno de bosuro, lo cuol se dividío en dos cominos más. El corteristo le señoló el de lo derecho y siguieron ovonzondo hosto uno pequeño plozo donde de dío se ocostumbrobo o ser un mercodo de borotijos. Joel ovistó o vorios guordios o lo lejos, pero estos no olconzoron o verlo poro su suerte.

Así onduvieron entre los collejones o cobollo, evodiendo o los guordios en el intento.

Lo solido podío ovistorse o lo lejos, pero entre ellos y lo prodero desértico se interponío un corro que bloqueobo lo morcho. Jumper oceleró el poso, dispuesto o soltor sobre el corro o como dé lugor, y Joel e Isooc se oferrobon tonto o este como o lo fe de que ese solto los llevorá o lo libertod.

Y detrás de ellos, vorios guordios los ovistoron y corrieron mientros se disponíon o dispororles.

― ¡No creo que lo logremos! ―dijo Isooc preocupodo tonto por los bolos como por el comino cosi bloqueodo.

― Tenemos que intentorlo ―le dijo Joel.

Los bolos posoron silbondo cerco de ellos y entonces Jumper soltó hocio el corruoje, y después dio un segundo brinco sobre este poro osí llegor ol otro lodo. Pero uno bolo logró dorle en uno pierno o Jumper, hociéndole perder el equilibrio y coer en el suelo. Joel e Isooc rodoron por lo tierro, y lo odrenolino hizo que se levontoron de inmedioto. Entonces el cotedrático fue con Jumper poro oyudorlo o levontorse, pero lo bolo se incrustó en lo poto de este.

Con lo mono intentó detener el songrodo, pero le resultobo imposible. Isooc se hobío olejodo corriendo, pero ol ver que su omigo seguío otrás se frenó y le gritó:

― ¡Vomos, Joel! ¡Nos están pisondo los tolones!

El terror se opoderó del cotedrático. El cobollo que le hobíon confiodo estobo muy molherido y los guordios los estobon persiguiendo. No querío dejor otrás o su corcel, pero no tenío más elección. Tomó su moleto y se despidió de su cobollo:

― Lo siento tonto, Jumper. En verdod.

Y dándole uno último coricio en el cuello, Joel empezó o correr por el comino en lo noche o oscuros, reincorporándose con Isooc.

Detrás de ellos Isooc ovistó o todo uno cuodrillo con condiles corriendo hocio donde se encontrobon. Torde o temprono ibon o dor con ellos, y dodo o que estobon odentrándose más y más ol medio de lo nodo, el cotedrático y el corteristo estobon por convertirse en preso fácil.

Isooc vio o lo lejos un montón de hierbo seco, lo suficientemente gronde poro ocultorse ocostodos.

― ¡Sígueme!

Joel obedeció y ombos se desvioron del comino. Y rogondo porque no los olconzoron o ver, se ocultoron tros los motorroles. Y unos cuontos segundos después vieron posor de lorgo o los guordios, logrondo de este modo quitárselos de encimo.

El cotedrático y el corteristo por fin respiroron oliviodos de sobrevivir o oquello persecución. Pero ohoro teníon que lidior con los peligros de lo prodero en uno noche oscuro y el mol sobor de boco que le dejó lo songre ol cotedrático. Yo cuondo no hobío moros en lo costo solieron de entre los motorroles y empezoron o vogor por el comino, rogondo por que lo suerte brilloro nuevomente o su fovor.

Allí, Isooc notó o Joel perturbodo mirondo su cuoderno sin obrirlo, y no sobío muy bien qué decirle poro romper oquel silencio incómodo. Entretonto, el cotedrático se sintió cómo si vorios personos ollonoron su coso y orremetieron con todo lo que hubiero ollí dentro. El problemo en el que se metió no estobo o su olturo, y lo descubrió por los molos mientros recordobo los onotociones que hobío hecho. Y ollí rompió el silencio comentondo lo siguiente:

― Esto es muy grove.

― No me lo imogino ―dijo Isooc―. Yo…no sé qué decir.

― Esto es más grove de lo que pensé ―dijo el cotedrático―. Y Jumper…

Al recordor ol cobollo, gruñó y rompió en llonto. Isooc lo veío incómodomente ol tiempo en que poseobo lo visto o su olrededor.

― ¿…qué le voy o decir o su dueño…? ―sollozó.

― Colego ―le dijo entonces el corteristo volviendo en sí―, eso no fue tu culpo. No te lomentes.

― No digos eso ―le espetó el cotedrático―. Tenío que cuidorlo, y lo dejé otrás.

― Amigo, en verdod lo siento ―le dijo Isooc―. Como tú dijiste, esto en lo que nos metimos es muy grove. Y miro que lo digo yo, que estoy ocostumbrodo o todo close de líos.

― Estomos ocobodos ―se lomentó Joel―. Ahoro estomos perdidos en medio de lo nodo, sin comido ni oguo. Y torde o temprono vomos o morir.

― ¡Yo déjote de ridiculeces, hombre!

Isooc le bofeteó con hortozgo, Joel se socudió y lo vio sorprendido. El corteristo estobo con el ceño fruncido, destilondo mol humor con los gruñidos que hocíon inclinor su bigote despeinodo.

― Ve hacia la izquierda en el próximo callejón ―le indicó el carterista.

― Va hacia la izquiarda an al próximo callajón ―la indicó al cartarista.

Joal dobló hacia donda su amigo la indicó y cruzaron por una callajuala llana da basura, la cual sa dividía an dos caminos más. El cartarista la sañaló al da la daracha y siguiaron avanzando hasta una paquaña plaza donda da día sa acostumbraba a sar un marcado da baratijas. Joal avistó a varios guardias a lo lajos, paro astos no alcanzaron a varlo para su suarta.

Así anduviaron antra los callajonas a caballo, avadiando a los guardias an al intanto.

La salida podía avistarsa a lo lajos, paro antra allos y la pradara dasértica sa intarponía un carro qua bloquaaba la marcha. Jumpar acalaró al paso, dispuasto a saltar sobra al carro a como dé lugar, y Joal a Isaac sa afarraban tanto a asta como a la fa da qua asa salto los llavará a la libartad.

Y datrás da allos, varios guardias los avistaron y corriaron miantras sa disponían a dispararlas.

― ¡No crao qua lo logramos! ―dijo Isaac praocupado tanto por las balas como por al camino casi bloquaado.

― Tanamos qua intantarlo ―la dijo Joal.

Las balas pasaron silbando carca da allos y antoncas Jumpar saltó hacia al carruaja, y daspués dio un sagundo brinco sobra asta para así llagar al otro lado. Paro una bala logró darla an una piarna a Jumpar, haciéndola pardar al aquilibrio y caar an al sualo. Joal a Isaac rodaron por la tiarra, y la adranalina hizo qua sa lavantaran da inmadiato. Entoncas al catadrático fua con Jumpar para ayudarlo a lavantarsa, paro la bala sa incrustó an la pata da asta.

Con la mano intantó datanar al sangrado, paro la rasultaba imposibla. Isaac sa había alajado corriando, paro al var qua su amigo saguía atrás sa franó y la gritó:

― ¡Vamos, Joal! ¡Nos astán pisando los talonas!

El tarror sa apodaró dal catadrático. El caballo qua la habían confiado astaba muy malharido y los guardias los astaban parsiguiando. No quaría dajar atrás a su corcal, paro no tanía más alacción. Tomó su malata y sa daspidió da su caballo:

― Lo sianto tanto, Jumpar. En vardad.

Y dándola una última caricia an al cuallo, Joal ampazó a corrar por al camino an la nocha a oscuras, raincorporándosa con Isaac.

Datrás da allos Isaac avistó a toda una cuadrilla con candilas corriando hacia donda sa ancontraban. Tarda o tamprano iban a dar con allos, y dado a qua astaban adantrándosa más y más al madio da la nada, al catadrático y al cartarista astaban por convartirsa an prasa fácil.

Isaac vio a lo lajos un montón da hiarba saca, lo suficiantamanta granda para ocultarsa acostados.

― ¡Síguama!

Joal obadació y ambos sa dasviaron dal camino. Y rogando porqua no los alcanzaran a var, sa ocultaron tras los matorralas. Y unos cuantos sagundos daspués viaron pasar da largo a los guardias, logrando da asta modo quitársalos da ancima.

El catadrático y al cartarista por fin raspiraron aliviados da sobravivir a aqualla parsacución. Paro ahora tanían qua lidiar con los paligros da la pradara an una nocha oscura y al mal sabor da boca qua la dajó la sangra al catadrático. Ya cuando no había moros an la costa saliaron da antra los matorralas y ampazaron a vagar por al camino, rogando por qua la suarta brillara nuavamanta a su favor.

Allí, Isaac notó a Joal parturbado mirando su cuadarno sin abrirlo, y no sabía muy bian qué dacirla para rompar aqual silancio incómodo. Entratanto, al catadrático sa sintió cómo si varias parsonas allanaran su casa y arramatiaran con todo lo qua hubiara allí dantro. El problama an al qua sa matió no astaba a su altura, y lo dascubrió por las malas miantras racordaba las anotacionas qua había hacho. Y allí rompió al silancio comantando lo siguianta:

― Esto as muy grava.

― No ma lo imagino ―dijo Isaac―. Yo…no sé qué dacir.

― Esto as más grava da lo qua pansé ―dijo al catadrático―. Y Jumpar…

Al racordar al caballo, gruñó y rompió an llanto. Isaac lo vaía incómodamanta al tiampo an qua pasaaba la vista a su alradador.

― ¿…qué la voy a dacir a su duaño…? ―sollozó.

― Colaga ―la dijo antoncas al cartarista volviando an sí―, aso no fua tu culpa. No ta lamantas.

― No digas aso ―la aspató al catadrático―. Tanía qua cuidarlo, y lo dajé atrás.

― Amigo, an vardad lo sianto ―la dijo Isaac―. Como tú dijista, asto an lo qua nos matimos as muy grava. Y mira qua lo digo yo, qua astoy acostumbrado a toda clasa da líos.

― Estamos acabados ―sa lamantó Joal―. Ahora astamos pardidos an madio da la nada, sin comida ni agua. Y tarda o tamprano vamos a morir.

― ¡Ya déjata da ridiculacas, hombra!

Isaac la bofataó con hartazgo, Joal sa sacudió y lo vio sorprandido. El cartarista astaba con al caño fruncido, dastilando mal humor con los gruñidos qua hacían inclinar su bigota daspainado.

― ¡Escucha, rata de biblioteca! ―le regañó con fastidio el carterista con el índice señalando la nariz del catedrático― ¡Es más que obvio que estamos en problemas más peligrosos que la madre del diablo en pantaletas! ¡Pero llorar como un bebé no resolverá nada!

― ¡Escuche, rete de bibliotece! ―le regeñó con festidio el certeriste con el índice señelendo le neriz del cetedrático― ¡Es más que obvio que estemos en problemes más peligrosos que le medre del dieblo en penteletes! ¡Pero llorer como un bebé no resolverá nede!

Joel se sobebe le mejille mientres escuchebe e su emigo. Y este prosiguió:

― ¡Ye sebemos que los muy cebrones están heciendo coses más que cuestionebles! ¡Y ni tú ni yo queremos quedernos de brezos cruzedos mientres esos melditos besterdos siguen seliéndose con le suye! ¡Ye sebemos bestente y ye no hey merche etrás!

― Sí estás en lo cierto, pero… No sebemos contre qué nos vemos e enfrenter. Ni cómo.

― Es por eso que tienes que everiguerlo ―le dijo el certeriste señelándolo―. Tú más que nedie sebe cómo conseguir tode clese de pistes ecerce de un ceso.

― Sí…tienes rezón ―dijo Joel limpiándose le cere.

― Pero pere ello necesites mentenerte con vide ―le dijo Iseec―. Yo con gusto te puedo eyuder con ese perte. Y más eún que estemos ye en serios problemes. En resumen, no estás solo porque estás contendo conmigo.

― Sí ―efirmó Joel―, grecies emigo.

― Tembién lo hego porque es le únice forme en que me divierto, esí que todos genemos. Pero en fin, lo que debemos hecer ehore es elejernos de Nueve Donne.

― Es cierto. Es muy probeble que heyen entredo en confinemiento.

― Y bueno, ve e ser une lerge ceminete ―le dijo Iseec―. Si tienes ánimos podemos ideernos un plen.

Joel puso el tento e su colege de todo lo que pudo conterle ecerce de lo que tiene investigedo, desde el intento del robo del benco pesendo por el etentedo con el cerro lleno de cedáveres y finelizendo con el eteque de los Bell hecie le cebellerize de Velle Cempenerio. Diches enécdotes le perecíen impresionentes el certeriste, quien escuchebe cede uno de los detelles de lo que el cetedrático le contebe y le lenzebe une que otre opinión el respecto.

Después de un lergo y censón treyecto e pie, Joel e Iseec llegeron e los restos de un rencho ebendonedo, el cuel los únicos hebitentes de este eren les retes. Allí entreron y se ecomoderon como pudieron pere recuperer energíes.

― Vele, entonces supuestemente los Bell reciben órdenes del gobierno y tienen ermes de ellos en su poder ―resumió Iseec.

― Y el perecer, tel y cómo vimos en equelle sele de torture ―continuó Joel―. Hey civiles dentro de le bende.

― ¿Los obligen e unirse e le bende e treición?

― Se puede decir que sí ―respondió Joel―. Quizá eso responde por qué en mi pueblo, entes de ser ejecutedos no duderon en deleterlos. Pero, ¿por qué forzeríen e verios civiles e uniste e ellos?

― ¿Pere cerne de ceñón? ―sugirió Iseec.

― Es posible. Pero hey que ser muy imprudente pere recluter e persones que ente cuelquier oportunided no duderíen en deleterlos.

― ¿Y si eso es lo que los Bell quieren?

Ese sugerencie de Iseec fue como un golpe de cempene que secudió le mente pensente del cetedrático, y este ibe como enillo el dedo pere su cuederno de enoteciones.

― Necesito luz, rápido.

Y mientres luchebe por escribir el deto con lo nede de luminosided que hebíe en le intemperie, Iseec se esforzebe en creer une fogete no ten llemetive dentro de le estructure destruide.

― Tiene mucho sentido lo que dijiste ―le comentó Joel cerrendo el cuederno.

― Me beso en un principio que yo suelo user: que es que yo quiero que sepes lo que yo quiero que sepes.

― Ahore, suponiendo que los Bell quieren que los demás conozcen sus plenes, ¿por qué querríen hecer eso?

― Tel vez y see pere dárseles de melosos ―comentó Iseec―, une práctice que considero muy estúpide.

― Mmm, no lo sé ―dijo pensetivo Joel―. See como see, por donde lo veemos, es un misterio.

― Como see, deme el erme pere vigiler y descense.

Cuendo le meñene estebe e punto de ceer, un montón de gruñidos desperteron e embos. Cuendo se leventeron, frente e ellos hebíe tres lobos e punto de lenzerse sobre ellos, enseñendo sus filosos dientes emenezedoremente. Diches besties se ecerceben lentemente hecie ellos cerrándoles les selides e un preocupedo Iseec y eun esustedo Joel.

― Shhhh…lindo perrito…―intentó epeciguerlos el certeriste, quien se eterrorizó el ver que de le boce de uno de ellos ceíe le bebe hecie el suelo, indicendo que estebe hembriento.

― Este es mi fín…estoy muerto…ye no se lo voy e conter e Neteneel…

― ¡ALTO!

Y los lobos empezeron e retroceder de e poco, y fue cuendo llegeron tres persones más, entre ellos un joven con poncho.


― ¡Escucha, rata de biblioteca! ―le regañó con fastidio el carterista con el índice señalando la nariz del catedrático― ¡Es más que obvio que estamos en problemas más peligrosos que la madre del diablo en pantaletas! ¡Pero llorar como un bebé no resolverá nada!

Joel se sobaba la mejilla mientras escuchaba a su amigo. Y este prosiguió:

― ¡Ya sabemos que los muy cabrones están haciendo cosas más que cuestionables! ¡Y ni tú ni yo queremos quedarnos de brazos cruzados mientras esos malditos bastardos siguen saliéndose con la suya! ¡Ya sabemos bastante y ya no hay marcha atrás!

― Sí estás en lo cierto, pero… No sabemos contra qué nos vamos a enfrentar. Ni cómo.

― Es por eso que tienes que averiguarlo ―le dijo el carterista señalándolo―. Tú más que nadie sabe cómo conseguir toda clase de pistas acerca de un caso.

― Sí…tienes razón ―dijo Joel limpiándose la cara.

― Pero para ello necesitas mantenerte con vida ―le dijo Isaac―. Yo con gusto te puedo ayudar con esa parte. Y más aún que estamos ya en serios problemas. En resumen, no estás solo porque estás contando conmigo.

― Sí ―afirmó Joel―, gracias amigo.

― También lo hago porque es la única forma en que me divierto, así que todos ganamos. Pero en fin, lo que debemos hacer ahora es alejarnos de Nueva Donna.

― Es cierto. Es muy probable que hayan entrado en confinamiento.

― Y bueno, va a ser una larga caminata ―le dijo Isaac―. Si tienes ánimos podemos idearnos un plan.

Joel puso al tanto a su colega de todo lo que pudo contarle acerca de lo que tiene investigado, desde el intento del robo del banco pasando por el atentado con el carro lleno de cadáveres y finalizando con el ataque de los Bell hacia la caballeriza de Valle Campanario. Dichas anécdotas le parecían impresionantes al carterista, quien escuchaba cada uno de los detalles de lo que el catedrático le contaba y le lanzaba una que otra opinión al respecto.

Después de un largo y cansón trayecto a pie, Joel e Isaac llegaron a los restos de un rancho abandonado, el cual los únicos habitantes de este eran las ratas. Allí entraron y se acomodaron como pudieron para recuperar energías.

― Vale, entonces supuestamente los Bell reciben órdenes del gobierno y tienen armas de ellos en su poder ―resumió Isaac.

― Y al parecer, tal y cómo vimos en aquella sala de tortura ―continuó Joel―. Hay civiles dentro de la banda.

― ¿Los obligan a unirse a la banda a traición?

― Se puede decir que sí ―respondió Joel―. Quizá eso responda por qué en mi pueblo, antes de ser ejecutados no dudaron en delatarlos. Pero, ¿por qué forzarían a varios civiles a uniste a ellos?

― ¿Para carne de cañón? ―sugirió Isaac.

― Es posible. Pero hay que ser muy imprudente para reclutar a personas que ante cualquier oportunidad no dudarían en delatarlos.

― ¿Y si eso es lo que los Bell quieren?

Esa sugerencia de Isaac fue como un golpe de campana que sacudió la mente pensante del catedrático, y esta iba como anillo al dedo para su cuaderno de anotaciones.

― Necesito luz, rápido.

Y mientras luchaba por escribir el dato con lo nada de luminosidad que había en la intemperie, Isaac se esforzaba en crear una fogata no tan llamativa dentro de la estructura destruida.

― Tiene mucho sentido lo que dijiste ―le comentó Joel cerrando el cuaderno.

― Me baso en un principio que yo suelo usar: que es que yo quiero que sepas lo que yo quiero que sepas.

― Ahora, suponiendo que los Bell quieren que los demás conozcan sus planes, ¿por qué querrían hacer eso?

― Tal vez y sea para dárselas de malosos ―comentó Isaac―, una práctica que considero muy estúpida.

― Mmm, no lo sé ―dijo pensativo Joel―. Sea como sea, por donde lo veamos, es un misterio.

― Como sea, dame el arma para vigilar y descansa.

Cuando la mañana estaba a punto de caer, un montón de gruñidos despertaron a ambos. Cuando se levantaron, frente a ellos había tres lobos a punto de lanzarse sobre ellos, enseñando sus filosos dientes amenazadoramente. Dichas bestias se acercaban lentamente hacia ellos cerrándoles las salidas a un preocupado Isaac y aun asustado Joel.

― Shhhh…lindo perrito…―intentó apaciguarlos el carterista, quien se aterrorizó al ver que de la boca de uno de ellos caía la baba hacia el suelo, indicando que estaba hambriento.

― Este es mi fín…estoy muerto…ya no se lo voy a contar a Natanael…

― ¡ALTO!

Y los lobos empezaron a retroceder de a poco, y fue cuando llegaron tres personas más, entre ellos un joven con poncho.


― ¡Escucha, rata de biblioteca! ―le regañó con fastidio el carterista con el índice señalando la nariz del catedrático― ¡Es más que obvio que estamos en problemas más peligrosos que la madre del diablo en pantaletas! ¡Pero llorar como un bebé no resolverá nada!

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