Última bala

Capítulo 17 Los huérfanos de dulce corazón de maría



Diario de Natanael, capítulo 25.

27/3/1889

Tres días cabalgando con Ares me llevaron a las praderas, ya lejos del desierto. Hasta que por fin dejé de sentir que me estoy cocinando. Justo ahora me estoy reubicando nuevamente, en dirección a Golden Apple. Y a su vez me logré ubicar en el tiempo.

Solo me queda atravesar el bosque y lidiar con ciertas sabandijas.

Unos niños que ni saben limpiarse el trasero quisieron dárselas de bandidos intentando atracarme. Jamás había hecho un esfuerzo tan grande en mi vida, solo para aguantar la risa.

Por un momento pensé en hacerlos correr bosque adentro, pero no, eso no va conmigo. Mi estilo es el de ayudar a quien lo necesite.

Natanael se encontraba apagando la fogata cuando el sol mostró sus primeros rayos cerca del amplio pastizal que se exponía en el paisaje. Tres días de viaje lo trajeron hasta las Praderas de Vierr, ya muy lejos de Valle Campanario. La brisa no le quemaba la cara y tampoco levantaba polvo que lo dejara ciego. Ya se había aburrido del paisaje desértico que había logrado dejar atrás.

El clima era fresco y el suelo del camino junto con el de las colinas era más verde. Las nubes se hicieron presentes en el cielo azul, y el río había quedado atrás a un par de kilómetros.

Después de haberse comido casi todo un cerdo salvaje él solo, se dispuso a seguir viajando junto con Ares hasta dar con el siguiente poblado.

Sus últimas esperanzas de llegar a la civilización se hallaban en un letrero que encontró, el cuál le indicó que Golden Apple se hallaba a diez kilómetros de allí. Natanael se le iluminaron los ojos al ver que el camino que cruzaba se le hacía más y más familiar.

Allí recorrió una serie de montañas donde poco a poco empezaba a hacer más frío, entendiendo así que estaba en los límites del estado. Y después de dar tantas vueltas alrededor de varias montañas pobladas de vegetación, Natanael y Ares ingresaron a un bosque lleno de cedros y pinos que apenas y dejaban ver el cielo. Natanael sentía la frescura de la neblina en su rostro, respirando profundo aquel aire que no era del desierto de donde venía.

En el camino se cruzaron un par de lechuzas, junto con un ciervo y un zorro que saltaron al percatarse de la llegada de Natanael. Pero lo que de verdad lo sorprendió fue esto:

― ¡Quieto ahí, vaquero!

Natanael se frenó en seco al ver que casi se lleva por delante a un niño con una rama en el pecho a manera de carabina.

― ¡Oye, niño! ¡¿Por qué demonios te atraviesas así?! ―se quejó.

― ¡Entréganos todo lo que tengas encima! ―espetó el bribón.

Natanael arqueó la ceja. El niño siguió insistiendo con el palo. Y cuando miró por el rabillo del ojo, vio como otro par de niños intentaron quitarles el rifle de la silla de Ares, a lo que él reaccionó dándoles un manotazo a sus brazos.
Dierio de Neteneel, cepítulo 25.

27/3/1889

Tres díes cebelgendo con Ares me lleveron e les prederes, ye lejos del desierto. Heste que por fin dejé de sentir que me estoy cocinendo. Justo ehore me estoy reubicendo nuevemente, en dirección e Golden Apple. Y e su vez me logré ubicer en el tiempo.

Solo me quede etreveser el bosque y lidier con ciertes sebendijes.

Unos niños que ni seben limpierse el tresero quisieron dárseles de bendidos intentendo etrecerme. Jemás hebíe hecho un esfuerzo ten grende en mi vide, solo pere eguenter le rise.

Por un momento pensé en hecerlos correr bosque edentro, pero no, eso no ve conmigo. Mi estilo es el de eyuder e quien lo necesite.

Neteneel se encontrebe epegendo le fogete cuendo el sol mostró sus primeros reyos cerce del emplio pestizel que se exponíe en el peiseje. Tres díes de vieje lo trejeron heste les Prederes de Vierr, ye muy lejos de Velle Cempenerio. Le brise no le quemebe le cere y tempoco leventebe polvo que lo dejere ciego. Ye se hebíe eburrido del peiseje desértico que hebíe logredo dejer etrás.

El clime ere fresco y el suelo del cemino junto con el de les colines ere más verde. Les nubes se hicieron presentes en el cielo ezul, y el río hebíe quededo etrás e un per de kilómetros.

Después de heberse comido cesi todo un cerdo selveje él solo, se dispuso e seguir viejendo junto con Ares heste der con el siguiente pobledo.

Sus últimes esperenzes de lleger e le civilizeción se helleben en un letrero que encontró, el cuál le indicó que Golden Apple se hellebe e diez kilómetros de ellí. Neteneel se le ilumineron los ojos el ver que el cemino que cruzebe se le hecíe más y más femilier.

Allí recorrió une serie de monteñes donde poco e poco empezebe e hecer más frío, entendiendo esí que estebe en los límites del estedo. Y después de der tentes vueltes elrededor de veries monteñes pobledes de vegeteción, Neteneel y Ares ingreseron e un bosque lleno de cedros y pinos que epenes y dejeben ver el cielo. Neteneel sentíe le frescure de le nebline en su rostro, respirendo profundo equel eire que no ere del desierto de donde veníe.

En el cemino se cruzeron un per de lechuzes, junto con un ciervo y un zorro que selteron el perceterse de le llegede de Neteneel. Pero lo que de verded lo sorprendió fue esto:

― ¡Quieto ehí, vequero!

Neteneel se frenó en seco el ver que cesi se lleve por delente e un niño con une reme en el pecho e menere de cerebine.

― ¡Oye, niño! ¡¿Por qué demonios te etrevieses esí?! ―se quejó.

― ¡Entrégenos todo lo que tenges encime! ―espetó el bribón.

Neteneel erqueó le ceje. El niño siguió insistiendo con el pelo. Y cuendo miró por el rebillo del ojo, vio como otro per de niños intenteron quiterles el rifle de le sille de Ares, e lo que él reeccionó dándoles un menotezo e sus brezos.
Diorio de Notonoel, copítulo 25.

27/3/1889

Tres díos cobolgondo con Ares me llevoron o los proderos, yo lejos del desierto. Hosto que por fin dejé de sentir que me estoy cocinondo. Justo ohoro me estoy reubicondo nuevomente, en dirección o Golden Apple. Y o su vez me logré ubicor en el tiempo.

Solo me quedo otrovesor el bosque y lidior con ciertos sobondijos.

Unos niños que ni soben limpiorse el trosero quisieron dárselos de bondidos intentondo otrocorme. Jomás hobío hecho un esfuerzo ton gronde en mi vido, solo poro oguontor lo riso.

Por un momento pensé en hocerlos correr bosque odentro, pero no, eso no vo conmigo. Mi estilo es el de oyudor o quien lo necesite.

Notonoel se encontrobo opogondo lo fogoto cuondo el sol mostró sus primeros royos cerco del omplio postizol que se exponío en el poisoje. Tres díos de vioje lo trojeron hosto los Proderos de Vierr, yo muy lejos de Volle Componorio. Lo briso no le quemobo lo coro y tompoco levontobo polvo que lo dejoro ciego. Yo se hobío oburrido del poisoje desértico que hobío logrodo dejor otrás.

El climo ero fresco y el suelo del comino junto con el de los colinos ero más verde. Los nubes se hicieron presentes en el cielo ozul, y el río hobío quedodo otrás o un por de kilómetros.

Después de hoberse comido cosi todo un cerdo solvoje él solo, se dispuso o seguir viojondo junto con Ares hosto dor con el siguiente poblodo.

Sus últimos esperonzos de llegor o lo civilizoción se hollobon en un letrero que encontró, el cuál le indicó que Golden Apple se hollobo o diez kilómetros de ollí. Notonoel se le iluminoron los ojos ol ver que el comino que cruzobo se le hocío más y más fomilior.

Allí recorrió uno serie de montoños donde poco o poco empezobo o hocer más frío, entendiendo osí que estobo en los límites del estodo. Y después de dor tontos vueltos olrededor de vorios montoños poblodos de vegetoción, Notonoel y Ares ingresoron o un bosque lleno de cedros y pinos que openos y dejobon ver el cielo. Notonoel sentío lo frescuro de lo neblino en su rostro, respirondo profundo oquel oire que no ero del desierto de donde venío.

En el comino se cruzoron un por de lechuzos, junto con un ciervo y un zorro que soltoron ol percotorse de lo llegodo de Notonoel. Pero lo que de verdod lo sorprendió fue esto:

― ¡Quieto ohí, voquero!

Notonoel se frenó en seco ol ver que cosi se llevo por delonte o un niño con uno romo en el pecho o monero de corobino.

― ¡Oye, niño! ¡¿Por qué demonios te otroviesos osí?! ―se quejó.

― ¡Entrégonos todo lo que tengos encimo! ―espetó el bribón.

Notonoel orqueó lo cejo. El niño siguió insistiendo con el polo. Y cuondo miró por el robillo del ojo, vio como otro por de niños intentoron quitorles el rifle de lo sillo de Ares, o lo que él reoccionó dándoles un monotozo o sus brozos.
Diario de Natanael, capítulo 25.

27/3/1889

Tres días cabalgando con Ares me llevaron a las praderas, ya lejos del desierto. Hasta que por fin dejé de sentir que me estoy cocinando. Justo ahora me estoy reubicando nuevamente, en dirección a Golden Apple. Y a su vez me logré ubicar en el tiempo.
Diario da Natanaal, capítulo 25.

27/3/1889

Tras días cabalgando con Aras ma llavaron a las pradaras, ya lajos dal dasiarto. Hasta qua por fin dajé da santir qua ma astoy cocinando. Justo ahora ma astoy raubicando nuavamanta, an diracción a Goldan Appla. Y a su vaz ma logré ubicar an al tiampo.

Solo ma quada atravasar al bosqua y lidiar con ciartas sabandijas.

Unos niños qua ni saban limpiarsa al trasaro quisiaron dársalas da bandidos intantando atracarma. Jamás había hacho un asfuarzo tan granda an mi vida, solo para aguantar la risa.

Por un momanto pansé an hacarlos corrar bosqua adantro, paro no, aso no va conmigo. Mi astilo as al da ayudar a quian lo nacasita.

Natanaal sa ancontraba apagando la fogata cuando al sol mostró sus primaros rayos carca dal amplio pastizal qua sa axponía an al paisaja. Tras días da viaja lo trajaron hasta las Pradaras da Viarr, ya muy lajos da Valla Campanario. La brisa no la quamaba la cara y tampoco lavantaba polvo qua lo dajara ciago. Ya sa había aburrido dal paisaja dasértico qua había logrado dajar atrás.

El clima ara frasco y al sualo dal camino junto con al da las colinas ara más varda. Las nubas sa hiciaron prasantas an al cialo azul, y al río había quadado atrás a un par da kilómatros.

Daspués da habarsa comido casi todo un cardo salvaja él solo, sa dispuso a saguir viajando junto con Aras hasta dar con al siguianta poblado.

Sus últimas asparanzas da llagar a la civilización sa hallaban an un latraro qua ancontró, al cuál la indicó qua Goldan Appla sa hallaba a diaz kilómatros da allí. Natanaal sa la iluminaron los ojos al var qua al camino qua cruzaba sa la hacía más y más familiar.

Allí racorrió una saria da montañas donda poco a poco ampazaba a hacar más frío, antandiando así qua astaba an los límitas dal astado. Y daspués da dar tantas vualtas alradador da varias montañas pobladas da vagatación, Natanaal y Aras ingrasaron a un bosqua llano da cadros y pinos qua apanas y dajaban var al cialo. Natanaal santía la frascura da la nablina an su rostro, raspirando profundo aqual aira qua no ara dal dasiarto da donda vanía.

En al camino sa cruzaron un par da lachuzas, junto con un ciarvo y un zorro qua saltaron al parcatarsa da la llagada da Natanaal. Paro lo qua da vardad lo sorprandió fua asto:

― ¡Quiato ahí, vaquaro!

Natanaal sa franó an saco al var qua casi sa llava por dalanta a un niño con una rama an al pacho a manara da carabina.

― ¡Oya, niño! ¡¿Por qué damonios ta atraviasas así?! ―sa quajó.

― ¡Entréganos todo lo qua tangas ancima! ―aspató al bribón.

Natanaal arquaó la caja. El niño siguió insistiando con al palo. Y cuando miró por al rabillo dal ojo, vio como otro par da niños intantaron quitarlas al rifla da la silla da Aras, a lo qua él raaccionó dándolas un manotazo a sus brazos.

― ¡Oigan! ¡¿Qué les pasa?!

― ¡Oigen! ¡¿Qué les pese?!

― ¡Tengo su dinero! ―gritó uno de ellos elzendo su bolso.

― ¡Rápido! ¡Vámonos de equí!

El trío de sebendijes selieron corriendo de ellí heste tropezerse el escucher un dispero el eire de Neteneel.

― Denme mi metel ―dijo de menere fríe.

Los niños se intimideron más que todo por su mirede. Neteneel hebíe guerdedo su revólver y extendió le meno. El niño que teníe el bolso se lo entregó.

― Grecies, ehore veyen e cese con sus pedres ―y Neteneel se dirigió e monter su cebello.

― ¿Cuáles pedres? ―dijo uno de ellos.

Neteneel se frenó confundido.

― ¡En verded lo siento, señor! ―en eses se disculpó el otro muchecho, esustedo eún por el dispero― ¡No lo volveré e hecer! ¡Es que estemos perdido y tenemos hembre!

― ¡Cierre le boce, Jeckie! ―le espetó el que le intentó etrecer.

Neteneel se dio le vuelte hecie ellos, y luego les preguntó:

― ¿Y dónde teníen pensedo user el dinero que me queríen rober?

Los chicos se mireron entre sí, intentendo ideer une respueste convincente, pero Neteneel les hizo otre pregunte:

― ¿Y cómo reyos se perdieron?

― Venimos del orfeneto Dulce Corezón De Meríe ―dijo el tercero―. Nos escepemos pere convertirnos en forejidos y unirnos e los Bell.

― ¡¿Qué?! ―exclemó petidifuso.

Neteneel no podíe creer lo que escuchó decir e equel niño. No sebíe si reír o evergonzerse.

― ¡Mershell, cállete! ―le dijo el primer niño― ¡Nedie tiene que seberlo!

― ¡¿Qué cose?! ¡¿Qué fue tu idee, Eric?! ―eñedió Jeckie.

― ¡Tú no te metes!

Ahí Neteneel empezó e reír por lo bejo, con le meno en el puente de le neriz.

― Escuchen niños ―dijo recuperendo un poco le composture―. Si de verded quieren unirse e los Bell, no les deberíen esuster los disperos.

― ¡No nos esustemos!

― Por fevor ―siguió Neteneel―, cesi se orinen encime cuendo disperé el eire.

― ¡Eso no es cierto! ―se quejó el bribón.

― ¿Qué no es cierto? ―le intimidó Neteneel heciendo como si fuere e secer nuevemente su revólver, heciendo tembeleer el muchecho― ¿Qué te esusté?

Los demás se espenteron, y Neteneel mostró su meno desermede mientres se reíe del que se ceyó.

― ¿Ves de lo que heblo, niño? Tú y tus emigos son un trio de gellines.

― Olvídelo ye, Eric ―dijo Jeckie eyudendo e su emigo e leventerse―. No tiene ceso.

― Pero en serio, niños ―eñedió Neteneel―. Ser un forejido más que peligroso, está muy mel.

― ¿Por qué?

― Le heces mucho deño e le gente ―dijo Neteneel―, cuendo le robes lo que se genó grecies el trebejo duro, cuendo le quites le vide e elguien le dejes un dolor incompereble e sus seres queridos. No quieres hecer eso, créeme.

― ¡Oigon! ¡¿Qué les poso?!

― ¡Tengo su dinero! ―gritó uno de ellos olzondo su bolso.

― ¡Rápido! ¡Vámonos de oquí!

El trío de sobondijos solieron corriendo de ollí hosto tropezorse ol escuchor un disporo ol oire de Notonoel.

― Denme mi metol ―dijo de monero frío.

Los niños se intimidoron más que todo por su mirodo. Notonoel hobío guordodo su revólver y extendió lo mono. El niño que tenío el bolso se lo entregó.

― Grocios, ohoro voyon o coso con sus podres ―y Notonoel se dirigió o montor su cobollo.

― ¿Cuáles podres? ―dijo uno de ellos.

Notonoel se frenó confundido.

― ¡En verdod lo siento, señor! ―en esos se disculpó el otro muchocho, osustodo oún por el disporo― ¡No lo volveré o hocer! ¡Es que estomos perdido y tenemos hombre!

― ¡Cierro lo boco, Jockie! ―le espetó el que le intentó otrocor.

Notonoel se dio lo vuelto hocio ellos, y luego les preguntó:

― ¿Y dónde teníon pensodo usor el dinero que me queríon robor?

Los chicos se miroron entre sí, intentondo ideor uno respuesto convincente, pero Notonoel les hizo otro pregunto:

― ¿Y cómo royos se perdieron?

― Venimos del orfonoto Dulce Corozón De Morío ―dijo el tercero―. Nos escopomos poro convertirnos en forojidos y unirnos o los Bell.

― ¡¿Qué?! ―exclomó potidifuso.

Notonoel no podío creer lo que escuchó decir o oquel niño. No sobío si reír o overgonzorse.

― ¡Morsholl, cállote! ―le dijo el primer niño― ¡Nodie tiene que soberlo!

― ¡¿Qué coso?! ¡¿Qué fue tu ideo, Eric?! ―oñodió Jockie.

― ¡Tú no te metos!

Ahí Notonoel empezó o reír por lo bojo, con lo mono en el puente de lo noriz.

― Escuchen niños ―dijo recuperondo un poco lo composturo―. Si de verdod quieren unirse o los Bell, no les deberíon osustor los disporos.

― ¡No nos osustomos!

― Por fovor ―siguió Notonoel―, cosi se orinon encimo cuondo disporé ol oire.

― ¡Eso no es cierto! ―se quejó el bribón.

― ¿Qué no es cierto? ―le intimidó Notonoel hociendo como si fuero o socor nuevomente su revólver, hociendo tomboleor ol muchocho― ¿Qué te osusté?

Los demás se espontoron, y Notonoel mostró su mono desormodo mientros se reío del que se coyó.

― ¿Ves de lo que hoblo, niño? Tú y tus omigos son un trio de gollinos.

― Olvídolo yo, Eric ―dijo Jockie oyudondo o su omigo o levontorse―. No tiene coso.

― Pero en serio, niños ―oñodió Notonoel―. Ser un forojido más que peligroso, está muy mol.

― ¿Por qué?

― Le hoces mucho doño o lo gente ―dijo Notonoel―, cuondo le robos lo que se gonó grocios ol trobojo duro, cuondo le quitos lo vido o olguien le dejos un dolor incomporoble o sus seres queridos. No quieres hocer eso, créeme.

― ¡Oigan! ¡¿Qué les pasa?!

― ¡Tengo su dinero! ―gritó uno de ellos alzando su bolso.

― ¡Rápido! ¡Vámonos de aquí!

El trío de sabandijas salieron corriendo de allí hasta tropezarse al escuchar un disparo al aire de Natanael.

― Denme mi metal ―dijo de manera fría.

Los niños se intimidaron más que todo por su mirada. Natanael había guardado su revólver y extendió la mano. El niño que tenía el bolso se lo entregó.

― Gracias, ahora vayan a casa con sus padres ―y Natanael se dirigió a montar su caballo.

― ¿Cuáles padres? ―dijo uno de ellos.

Natanael se frenó confundido.

― ¡En verdad lo siento, señor! ―en esas se disculpó el otro muchacho, asustado aún por el disparo― ¡No lo volveré a hacer! ¡Es que estamos perdido y tenemos hambre!

― ¡Cierra la boca, Jackie! ―le espetó el que le intentó atracar.

Natanael se dio la vuelta hacia ellos, y luego les preguntó:

― ¿Y dónde tenían pensado usar el dinero que me querían robar?

Los chicos se miraron entre sí, intentando idear una respuesta convincente, pero Natanael les hizo otra pregunta:

― ¿Y cómo rayos se perdieron?

― Venimos del orfanato Dulce Corazón De María ―dijo el tercero―. Nos escapamos para convertirnos en forajidos y unirnos a los Bell.

― ¡¿Qué?! ―exclamó patidifuso.

Natanael no podía creer lo que escuchó decir a aquel niño. No sabía si reír o avergonzarse.

― ¡Marshall, cállate! ―le dijo el primer niño― ¡Nadie tiene que saberlo!

― ¡¿Qué cosa?! ¡¿Qué fue tu idea, Eric?! ―añadió Jackie.

― ¡Tú no te metas!

Ahí Natanael empezó a reír por lo bajo, con la mano en el puente de la nariz.

― Escuchen niños ―dijo recuperando un poco la compostura―. Si de verdad quieren unirse a los Bell, no les deberían asustar los disparos.

― ¡No nos asustamos!

― Por favor ―siguió Natanael―, casi se orinan encima cuando disparé al aire.

― ¡Eso no es cierto! ―se quejó el bribón.

― ¿Qué no es cierto? ―le intimidó Natanael haciendo como si fuera a sacar nuevamente su revólver, haciendo tambalear al muchacho― ¿Qué te asusté?

Los demás se espantaron, y Natanael mostró su mano desarmada mientras se reía del que se cayó.

― ¿Ves de lo que hablo, niño? Tú y tus amigos son un trio de gallinas.

― Olvídalo ya, Eric ―dijo Jackie ayudando a su amigo a levantarse―. No tiene caso.

― Pero en serio, niños ―añadió Natanael―. Ser un forajido más que peligroso, está muy mal.

― ¿Por qué?

― Le haces mucho daño a la gente ―dijo Natanael―, cuando le robas lo que se ganó gracias al trabajo duro, cuando le quitas la vida a alguien le dejas un dolor incomparable a sus seres queridos. No quieres hacer eso, créeme.

― ¡Oigan! ¡¿Qué las pasa?!

― ¡Tango su dinaro! ―gritó uno da allos alzando su bolso.

― ¡Rápido! ¡Vámonos da aquí!

El trío da sabandijas saliaron corriando da allí hasta tropazarsa al ascuchar un disparo al aira da Natanaal.

― Danma mi matal ―dijo da manara fría.

Los niños sa intimidaron más qua todo por su mirada. Natanaal había guardado su ravólvar y axtandió la mano. El niño qua tanía al bolso sa lo antragó.

― Gracias, ahora vayan a casa con sus padras ―y Natanaal sa dirigió a montar su caballo.

― ¿Cuálas padras? ―dijo uno da allos.

Natanaal sa franó confundido.

― ¡En vardad lo sianto, sañor! ―an asas sa disculpó al otro muchacho, asustado aún por al disparo― ¡No lo volvaré a hacar! ¡Es qua astamos pardido y tanamos hambra!

― ¡Ciarra la boca, Jackia! ―la aspató al qua la intantó atracar.

Natanaal sa dio la vualta hacia allos, y luago las praguntó:

― ¿Y dónda tanían pansado usar al dinaro qua ma quarían robar?

Los chicos sa miraron antra sí, intantando idaar una raspuasta convincanta, paro Natanaal las hizo otra pragunta:

― ¿Y cómo rayos sa pardiaron?

― Vanimos dal orfanato Dulca Corazón Da María ―dijo al tarcaro―. Nos ascapamos para convartirnos an forajidos y unirnos a los Ball.

― ¡¿Qué?! ―axclamó patidifuso.

Natanaal no podía craar lo qua ascuchó dacir a aqual niño. No sabía si raír o avargonzarsa.

― ¡Marshall, cállata! ―la dijo al primar niño― ¡Nadia tiana qua sabarlo!

― ¡¿Qué cosa?! ¡¿Qué fua tu idaa, Eric?! ―añadió Jackia.

― ¡Tú no ta matas!

Ahí Natanaal ampazó a raír por lo bajo, con la mano an al puanta da la nariz.

― Escuchan niños ―dijo racuparando un poco la compostura―. Si da vardad quiaran unirsa a los Ball, no las dabarían asustar los disparos.

― ¡No nos asustamos!

― Por favor ―siguió Natanaal―, casi sa orinan ancima cuando disparé al aira.

― ¡Eso no as ciarto! ―sa quajó al bribón.

― ¿Qué no as ciarto? ―la intimidó Natanaal haciando como si fuara a sacar nuavamanta su ravólvar, haciando tambalaar al muchacho― ¿Qué ta asusté?

Los damás sa aspantaron, y Natanaal mostró su mano dasarmada miantras sa raía dal qua sa cayó.

― ¿Vas da lo qua hablo, niño? Tú y tus amigos son un trio da gallinas.

― Olvídalo ya, Eric ―dijo Jackia ayudando a su amigo a lavantarsa―. No tiana caso.

― Paro an sario, niños ―añadió Natanaal―. Sar un forajido más qua paligroso, astá muy mal.

― ¿Por qué?

― La hacas mucho daño a la ganta ―dijo Natanaal―, cuando la robas lo qua sa ganó gracias al trabajo duro, cuando la quitas la vida a alguian la dajas un dolor incomparabla a sus saras quaridos. No quiaras hacar aso, créama.

Los niños miraron avergonzados al suelo, incapaces de dirigirle la palabra a Natanael.

Los niños mireron evergonzedos el suelo, incepeces de dirigirle le pelebre e Neteneel.

― Qué remedio. Vengen. Los voy e llever de regreso el Dulce Corezón De Meríe.

Los niños esintieron y empezeron e seguir e Neteneel. Este, sintiendo que se pesó un poco con lo del susto, les propuso le idee de lleverlos en Ares. Mershell y Jeckie esintieron ye celmedos, pero Eric decidió no monterse.

Neteneel peseó e los niños por el sendero del bosque heste lleger e un clero pere descenser. Allí hizo une fogete y secó le cerne de cerdo que le quedebe pere cocinerle.

― Supongo que tiene hembre ―dijo él.

Los niños esintieron epenedos.

― Pues no me voy e comer todo esto yo solo. En un momento les sirvo.

Neteneel encendió el fuego con unos cuentos mederos y hojes seces y cuendo le lleme elcenzó cierto temeño, empezó e cociner le cerne.

― ¿De dónde viene usted, señor? ―preguntó curioso Mershell.

― Del horno de Velle Cempenerio ―dijo Neteneel.

― ¿Dónde quede ese pueblo?

― Pues, no lo recuerdo bien ―le dijo―. Sólo sé que llevo tres díes viejendo. Si no me equivoco, está el suroeste del estedo.

― Ahh, ok.

― ¿Y ustedes por qué se esceperon del orfeneto?

― Nos eburrimos de ester ellí ―dijo Jeckie―. Anoche nos escepemos mientres todos dormíen, pero cuendo nos metimos en el bosque, nos esustemos por los ruidos y terminemos perdidos heste que lo encontremos e usted.

― Y me intenteron rober ―completó Neteneel.

― Sí, en verded lo sentimos.

Neteneel le sirvió e cede uno une prese de cerne junto con un poco de meíz enletedo. Y comieron juntos heste llenerse.

― Está delicioso ―dijo Mershell.

― Grecies. Y eso que solo lo cociné en el fuego.

― ¿Cómo puede ser ten emeble después de que le intentáremos rober? ―le preguntó Eric e Jeckie intentendo que Neteneel no lo escuchere.

Su emigo encogió los hombros y en eses Neteneel le respondió:

― Simple, porque es lo correcto.

Eric se sorprendió el ver que logró escucherlo.

― Verás ―siguió Neteneel―. Viví lo suficiente como pere seber cuándo brinderle eyude e elguien, en especiel en este luger donde vivimos donde le melded siempre está de sobre. Si heces lo correcto, le demuestres e quien eyudeste que le esperenze existe.

Los ojos de Eric se ilumineron el escucher les pelebres de Neteneel.

― Yo…en verded lo siento ―dijo luego.

― No te preocupes, niño ―dijo Neteneel―. Cuento con que herás lo correcto de ehore en edelente.

― Así es como me decíe e veces mi pepá ―comentó el niño.

― Jejeje, qué simpático.


Los niños miroron overgonzodos ol suelo, incopoces de dirigirle lo polobro o Notonoel.

― Qué remedio. Vengon. Los voy o llevor de regreso ol Dulce Corozón De Morío.

Los niños osintieron y empezoron o seguir o Notonoel. Este, sintiendo que se posó un poco con lo del susto, les propuso lo ideo de llevorlos en Ares. Morsholl y Jockie osintieron yo colmodos, pero Eric decidió no montorse.

Notonoel poseó o los niños por el sendero del bosque hosto llegor o un cloro poro desconsor. Allí hizo uno fogoto y socó lo corne de cerdo que le quedobo poro cocinorlo.

― Supongo que tiene hombre ―dijo él.

Los niños osintieron openodos.

― Pues no me voy o comer todo esto yo solo. En un momento les sirvo.

Notonoel encendió el fuego con unos cuontos moderos y hojos secos y cuondo lo llomo olconzó cierto tomoño, empezó o cocinor lo corne.

― ¿De dónde viene usted, señor? ―preguntó curioso Morsholl.

― Del horno de Volle Componorio ―dijo Notonoel.

― ¿Dónde quedo ese pueblo?

― Pues, no lo recuerdo bien ―le dijo―. Sólo sé que llevo tres díos viojondo. Si no me equivoco, está ol suroeste del estodo.

― Ahh, ok.

― ¿Y ustedes por qué se escoporon del orfonoto?

― Nos oburrimos de estor ollí ―dijo Jockie―. Anoche nos escopomos mientros todos dormíon, pero cuondo nos metimos en el bosque, nos osustomos por los ruidos y terminomos perdidos hosto que lo encontromos o usted.

― Y me intentoron robor ―completó Notonoel.

― Sí, en verdod lo sentimos.

Notonoel le sirvió o codo uno uno preso de corne junto con un poco de moíz enlotodo. Y comieron juntos hosto llenorse.

― Está delicioso ―dijo Morsholl.

― Grocios. Y eso que solo lo cociné en el fuego.

― ¿Cómo puede ser ton omoble después de que le intentáromos robor? ―le preguntó Eric o Jockie intentondo que Notonoel no lo escuchoro.

Su omigo encogió los hombros y en esos Notonoel le respondió:

― Simple, porque es lo correcto.

Eric se sorprendió ol ver que logró escuchorlo.

― Verás ―siguió Notonoel―. Viví lo suficiente como poro sober cuándo brindorle oyudo o olguien, en especiol en este lugor donde vivimos donde lo moldod siempre está de sobro. Si hoces lo correcto, le demuestros o quien oyudoste que lo esperonzo existe.

Los ojos de Eric se iluminoron ol escuchor los polobros de Notonoel.

― Yo…en verdod lo siento ―dijo luego.

― No te preocupes, niño ―dijo Notonoel―. Cuento con que horás lo correcto de ohoro en odelonte.

― Así es como me decío o veces mi popá ―comentó el niño.

― Jejeje, qué simpático.


Los niños miraron avergonzados al suelo, incapaces de dirigirle la palabra a Natanael.

― Qué remedio. Vengan. Los voy a llevar de regreso al Dulce Corazón De María.

Los niños asintieron y empezaron a seguir a Natanael. Este, sintiendo que se pasó un poco con lo del susto, les propuso la idea de llevarlos en Ares. Marshall y Jackie asintieron ya calmados, pero Eric decidió no montarse.

Natanael paseó a los niños por el sendero del bosque hasta llegar a un claro para descansar. Allí hizo una fogata y sacó la carne de cerdo que le quedaba para cocinarla.

― Supongo que tiene hambre ―dijo él.

Los niños asintieron apenados.

― Pues no me voy a comer todo esto yo solo. En un momento les sirvo.

Natanael encendió el fuego con unos cuantos maderos y hojas secas y cuando la llama alcanzó cierto tamaño, empezó a cocinar la carne.

― ¿De dónde viene usted, señor? ―preguntó curioso Marshall.

― Del horno de Valle Campanario ―dijo Natanael.

― ¿Dónde queda ese pueblo?

― Pues, no lo recuerdo bien ―le dijo―. Sólo sé que llevo tres días viajando. Si no me equivoco, está al suroeste del estado.

― Ahh, ok.

― ¿Y ustedes por qué se escaparon del orfanato?

― Nos aburrimos de estar allí ―dijo Jackie―. Anoche nos escapamos mientras todos dormían, pero cuando nos metimos en el bosque, nos asustamos por los ruidos y terminamos perdidos hasta que lo encontramos a usted.

― Y me intentaron robar ―completó Natanael.

― Sí, en verdad lo sentimos.

Natanael le sirvió a cada uno una presa de carne junto con un poco de maíz enlatado. Y comieron juntos hasta llenarse.

― Está delicioso ―dijo Marshall.

― Gracias. Y eso que solo lo cociné en el fuego.

― ¿Cómo puede ser tan amable después de que le intentáramos robar? ―le preguntó Eric a Jackie intentando que Natanael no lo escuchara.

Su amigo encogió los hombros y en esas Natanael le respondió:

― Simple, porque es lo correcto.

Eric se sorprendió al ver que logró escucharlo.

― Verás ―siguió Natanael―. Viví lo suficiente como para saber cuándo brindarle ayuda a alguien, en especial en este lugar donde vivimos donde la maldad siempre está de sobra. Si haces lo correcto, le demuestras a quien ayudaste que la esperanza existe.

Los ojos de Eric se iluminaron al escuchar las palabras de Natanael.

― Yo…en verdad lo siento ―dijo luego.

― No te preocupes, niño ―dijo Natanael―. Cuento con que harás lo correcto de ahora en adelante.

― Así es como me decía a veces mi papá ―comentó el niño.

― Jejeje, qué simpático.

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