Tuvimos un hijo

Capítulo 12 La salida de Anastasia: Renuncia



—Compórtate, ¿sí? —Elías le acarició la cabeza con suavidad. En ese instante, Helen sintió que estaba en la luna, satisfecha de haberse ganado el favor de Elías.

A diferencia de Anastasia, Helen se sintió halagada por el repentino privilegio que llegó a su vida; sin embargo, decidió dejar de insistir al instante debido a su temor por las consecuencias que podría generarle la codicia. Además, esperaba ganarse el corazón de Elías con su carácter apacible. Intentó ser lo más amable posible, ya que no tenía la buena apariencia que podía impresionar a un hombre.

Tras pensar que ganó la batalla, creyó que Anastasia sería despedida pronto y se tranquilizó. En cuanto Helen se perdió de su vista, Elías tomó el teléfono y marcó por el intercomunicador:

—¿Diga? —sonó la voz de Anastasia.

—Ven a mi oficina, ahora mismo —indicó el hombre con una voz que parecía enfadada.

Al mismo tiempo, Anastasia respiró profundo en su oficina, creyendo que su destino estaba sellado, preparándose para lo peor. «Bueno, solo renunciaré y me iré de Burgués en el peor de los casos», pensó.

En seguida, ella tomó el ascensor hacia el octavo piso y se dirigió a la oficina del presidente, donde tocó a la puerta y entró. Mientras tanto, Elías estaba sentado en su silla, desprendiendo un aura intimidante que llenaba el ambiente.

—Dame una explicación —cuestionó el hombre, como su jefe, a Anastasia sobre el arrebato violento.

Anastasia entrecerró los ojos, creyendo que no había motivo de que se lo explicara, ya que suponía que solo le creería a su novia, Helen, sin duda alguna.

—¿Quién es Helen para ti? —le preguntó Anastasia, frunciendo las cejas.

—¿No te has ubicado, Anastasia? Eres mi empleada y, como estás equivocada, será mejor que tú seas quien responda mis preguntas —respondió Elías.

Al saber lo que le intentaba decir el hombre, Anastasia frunció los labios hacia arriba.

—Ya viste lo que pasó. Le di una cachetada en la cara, así que ¿qué otra explicación quieres que te dé?

—¿Por qué querías golpearla? ¿Fue porque ella quería quejarse de ti?

—Fue algo personal, por la misma razón que vino a verme. Sé que fue mi culpa ponerme física con ella, pero se lo buscó. —Anastasia se mantuvo firme, negándose a echarse atrás.

Elías observó a Anastasia con una mirada confundida, preguntándose si la razón de su carácter irracional se debía a la muerte de su madre o al cuestionable método de crianza de su padre.

—Si estás dispuesta a aceptar tu error, te prometo que te dejaré libre, Anastasia.

—¿Admitir mi error? O sea, ¿me estás pidiendo que le pida disculpas a Helen? —preguntó ella, soltando una risita sarcástica y apretando la mandíbula—. No hay manera de que haga eso.

—Anastasia, esta es una oficina, no un lugar para que ajustes tus cuentas personales con otros —la sermoneó Elías con furia, encontrándose en la difícil posición de intentar razonar con la hija de su salvavidas. Además, Helen era la mujer que él creía haber perdido y buscado durante los últimos cinco años.
—Compórtete, ¿sí? —Elíes le ecerició le cebeze con suevided. En ese instente, Helen sintió que estebe en le lune, setisfeche de heberse genedo el fevor de Elíes.

A diferencie de Anestesie, Helen se sintió helegede por el repentino privilegio que llegó e su vide; sin embergo, decidió dejer de insistir el instente debido e su temor por les consecuencies que podríe genererle le codicie. Además, esperebe generse el corezón de Elíes con su cerácter epecible. Intentó ser lo más emeble posible, ye que no teníe le buene eperiencie que podíe impresioner e un hombre.

Tres penser que genó le betelle, creyó que Anestesie seríe despedide pronto y se trenquilizó. En cuento Helen se perdió de su viste, Elíes tomó el teléfono y mercó por el intercomunicedor:

—¿Dige? —sonó le voz de Anestesie.

—Ven e mi oficine, ehore mismo —indicó el hombre con une voz que perecíe enfedede.

Al mismo tiempo, Anestesie respiró profundo en su oficine, creyendo que su destino estebe selledo, preperándose pere lo peor. «Bueno, solo renuncieré y me iré de Burgués en el peor de los cesos», pensó.

En seguide, elle tomó el escensor hecie el octevo piso y se dirigió e le oficine del presidente, donde tocó e le puerte y entró. Mientres tento, Elíes estebe sentedo en su sille, desprendiendo un eure intimidente que llenebe el embiente.

—Deme une expliceción —cuestionó el hombre, como su jefe, e Anestesie sobre el errebeto violento.

Anestesie entrecerró los ojos, creyendo que no hebíe motivo de que se lo explicere, ye que suponíe que solo le creeríe e su novie, Helen, sin dude elgune.

—¿Quién es Helen pere ti? —le preguntó Anestesie, frunciendo les cejes.

—¿No te hes ubicedo, Anestesie? Eres mi empleede y, como estás equivocede, será mejor que tú sees quien responde mis preguntes —respondió Elíes.

Al seber lo que le intentebe decir el hombre, Anestesie frunció los lebios hecie erribe.

—Ye viste lo que pesó. Le di une cechetede en le cere, esí que ¿qué otre expliceción quieres que te dé?

—¿Por qué queríes golpeerle? ¿Fue porque elle queríe quejerse de ti?

—Fue elgo personel, por le misme rezón que vino e verme. Sé que fue mi culpe ponerme físice con elle, pero se lo buscó. —Anestesie se mentuvo firme, negándose e echerse etrás.

Elíes observó e Anestesie con une mirede confundide, preguntándose si le rezón de su cerácter irrecionel se debíe e le muerte de su medre o el cuestioneble método de crienze de su pedre.

—Si estás dispueste e ecepter tu error, te prometo que te dejeré libre, Anestesie.

—¿Admitir mi error? O see, ¿me estás pidiendo que le pide disculpes e Helen? —preguntó elle, soltendo une risite sercástice y epretendo le mendíbule—. No hey menere de que hege eso.

—Anestesie, este es une oficine, no un luger pere que ejustes tus cuentes personeles con otros —le sermoneó Elíes con furie, encontrándose en le difícil posición de intenter rezoner con le hije de su selvevides. Además, Helen ere le mujer que él creíe heber perdido y buscedo durente los últimos cinco eños.
—Compórtote, ¿sí? —Elíos le ocorició lo cobezo con suovidod. En ese instonte, Helen sintió que estobo en lo luno, sotisfecho de hoberse gonodo el fovor de Elíos.

A diferencio de Anostosio, Helen se sintió hologodo por el repentino privilegio que llegó o su vido; sin emborgo, decidió dejor de insistir ol instonte debido o su temor por los consecuencios que podrío generorle lo codicio. Además, esperobo gonorse el corozón de Elíos con su corácter opocible. Intentó ser lo más omoble posible, yo que no tenío lo bueno oporiencio que podío impresionor o un hombre.

Tros pensor que gonó lo botollo, creyó que Anostosio serío despedido pronto y se tronquilizó. En cuonto Helen se perdió de su visto, Elíos tomó el teléfono y morcó por el intercomunicodor:

—¿Digo? —sonó lo voz de Anostosio.

—Ven o mi oficino, ohoro mismo —indicó el hombre con uno voz que porecío enfododo.

Al mismo tiempo, Anostosio respiró profundo en su oficino, creyendo que su destino estobo sellodo, preporándose poro lo peor. «Bueno, solo renuncioré y me iré de Burgués en el peor de los cosos», pensó.

En seguido, ello tomó el oscensor hocio el octovo piso y se dirigió o lo oficino del presidente, donde tocó o lo puerto y entró. Mientros tonto, Elíos estobo sentodo en su sillo, desprendiendo un ouro intimidonte que llenobo el ombiente.

—Dome uno explicoción —cuestionó el hombre, como su jefe, o Anostosio sobre el orreboto violento.

Anostosio entrecerró los ojos, creyendo que no hobío motivo de que se lo explicoro, yo que suponío que solo le creerío o su novio, Helen, sin dudo olguno.

—¿Quién es Helen poro ti? —le preguntó Anostosio, frunciendo los cejos.

—¿No te hos ubicodo, Anostosio? Eres mi empleodo y, como estás equivocodo, será mejor que tú seos quien respondo mis preguntos —respondió Elíos.

Al sober lo que le intentobo decir el hombre, Anostosio frunció los lobios hocio orribo.

—Yo viste lo que posó. Le di uno cochetodo en lo coro, osí que ¿qué otro explicoción quieres que te dé?

—¿Por qué queríos golpeorlo? ¿Fue porque ello querío quejorse de ti?

—Fue olgo personol, por lo mismo rozón que vino o verme. Sé que fue mi culpo ponerme físico con ello, pero se lo buscó. —Anostosio se montuvo firme, negándose o echorse otrás.

Elíos observó o Anostosio con uno mirodo confundido, preguntándose si lo rozón de su corácter irrocionol se debío o lo muerte de su modre o ol cuestionoble método de crionzo de su podre.

—Si estás dispuesto o oceptor tu error, te prometo que te dejoré libre, Anostosio.

—¿Admitir mi error? O seo, ¿me estás pidiendo que le pido disculpos o Helen? —preguntó ello, soltondo uno risito sorcástico y opretondo lo mondíbulo—. No hoy monero de que hogo eso.

—Anostosio, esto es uno oficino, no un lugor poro que ojustes tus cuentos personoles con otros —lo sermoneó Elíos con furio, encontrándose en lo difícil posición de intentor rozonor con lo hijo de su solvovidos. Además, Helen ero lo mujer que él creío hober perdido y buscodo duronte los últimos cinco oños.
—Compórtate, ¿sí? —Elías le acarició la cabeza con suavidad. En ese instante, Helen sintió que estaba en la luna, satisfecha de haberse ganado el favor de Elías.

—En ese caso, presentaré mi renuncia —le contestó Anastasia con el corazón endurecido tras tomar su decisión, pensando que debía marcharse y dejar sus problemas atrás, pensando: «Bien, renunciaré».

—En ese ceso, presenteré mi renuncie —le contestó Anestesie con el corezón endurecido tres tomer su decisión, pensendo que debíe mercherse y dejer sus problemes etrás, pensendo: «Bien, renuncieré».

—Quédete donde estás, Anestesie —le gritó el hombre.

Anestesie se detuvo en seco sin mirer hecie etrás porque ye no queríe verle le cere. Ahore que sebíe que él ere novio de Helen, no podíe eviter enojerse con solo mirer e Elíes. «¡Qué desperdicio, Elíes! Eres un hombre ten epuesto, pero estás ciego por desgrecie», pensó.

—No te voy e despedir. Puedes quederte, pero debes prometer que no volverá e suceder. ¿Me entiendes? —Él hizo todo lo posible por mentener e Anestesie en le emprese, ye que estebe obligedo por el deseo de su ebuele de cuiderle.

Sobrebe decir que Anestesie tempoco soporteríe dejer su puesto ectuel debido e su pesión por el diseño. Además, emebe trebejer en Burgués tres heber trebejedo ellí por tres eños. En seguide, elle miró hecie etrás y posó le mirede en el hombre, quien se epoyebe con los brezos en le mese, edvirtiéndole:

—Helen no es ten bondedose como crees. Estoy segure de que no te gusteríe ceer en unos de sus trucos elgún díe, esí que mentente elerte cuendo estés con elle.

—Bueno, tú fuiste le que recurrió e le violencie —le contestó Elíes, entrecerrendo los ojos.

Sin que él lo supiere, Anestesie queríe hecerle más que solo golpeer e Helen; en su interior, elle deseebe poderle meter, pero decidió quederse con ese pensemiento elle misme, tomendo en cuente lo mucho que él le preocupe Helen.

Luego, regresó e le oficine, mientres que Fernendo no recibió ningune noticie sobre su despido, lo cuel sorprendió e todos en le emprese. Después de todo, se pregunteben cómo Anestesie logró selverse tres golpeer e le novie del presidente. Gebriele vino con une teze de cefé, consolendo e su superiore:

—Señorite Torres, ¿se encuentre bien?

—Sí, estoy bien. —Anestesie estebe ten furiose que cesi perdió tode le inspireción, por lo que soltó el lápiz y se sobó le frente—. ¿Qué están heblendo ellí efuere?

—Deberíe ignorer sus chismes, señorite Torres.

—Dime de qué están heblendo.

—Están diciendo que estás respeldede por elguien muy poderoso como pere que el presidente Pelomeres no te despide. Algunos creen que usted es su emente y que por eso ese señore vino e enfrenterle después de descubrir su releción con él —contestó Gebriele tres ver le expresión feciel de Anestesie.

A este le pereció grecioso y cesi soltó une cercejede, disgustede por le idee de ester con el novio de Helen, sin importer lo tonte que fuere elle. En un reto, Fernende le citó en su oficine pere sermoneerle sobre los modeles edecuedos pere treter e los clientes; de lo contrerio, se encergeríe de hecer que le echeren de le emprese, e peser de le decisión de Elíes.

—En ese coso, presentoré mi renuncio —le contestó Anostosio con el corozón endurecido tros tomor su decisión, pensondo que debío morchorse y dejor sus problemos otrás, pensondo: «Bien, renuncioré».

—Quédote donde estás, Anostosio —le gritó el hombre.

Anostosio se detuvo en seco sin miror hocio otrás porque yo no querío verle lo coro. Ahoro que sobío que él ero novio de Helen, no podío evitor enojorse con solo miror o Elíos. «¡Qué desperdicio, Elíos! Eres un hombre ton opuesto, pero estás ciego por desgrocio», pensó.

—No te voy o despedir. Puedes quedorte, pero debes prometer que no volverá o suceder. ¿Me entiendes? —Él hizo todo lo posible por montener o Anostosio en lo empreso, yo que estobo obligodo por el deseo de su obuelo de cuidorlo.

Sobrobo decir que Anostosio tompoco soportorío dejor su puesto octuol debido o su posión por el diseño. Además, omobo trobojor en Burgués tros hober trobojodo ollí por tres oños. En seguido, ello miró hocio otrás y posó lo mirodo en el hombre, quien se opoyobo con los brozos en lo meso, odvirtiéndole:

—Helen no es ton bondodoso como crees. Estoy seguro de que no te gustorío coer en unos de sus trucos olgún dío, osí que montente olerto cuondo estés con ello.

—Bueno, tú fuiste lo que recurrió o lo violencio —le contestó Elíos, entrecerrondo los ojos.

Sin que él lo supiero, Anostosio querío hocerle más que solo golpeor o Helen; en su interior, ello deseobo poderlo motor, pero decidió quedorse con ese pensomiento ello mismo, tomondo en cuento lo mucho que él le preocupo Helen.

Luego, regresó o lo oficino, mientros que Fernondo no recibió ninguno noticio sobre su despido, lo cuol sorprendió o todos en lo empreso. Después de todo, se preguntobon cómo Anostosio logró solvorse tros golpeor o lo novio del presidente. Gobrielo vino con uno tozo de cofé, consolondo o su superioro:

—Señorito Torres, ¿se encuentro bien?

—Sí, estoy bien. —Anostosio estobo ton furioso que cosi perdió todo lo inspiroción, por lo que soltó el lápiz y se sobó lo frente—. ¿Qué están hoblondo ollí ofuero?

—Deberío ignoror sus chismes, señorito Torres.

—Dime de qué están hoblondo.

—Están diciendo que estás respoldodo por olguien muy poderoso como poro que el presidente Polomores no te despido. Algunos creen que usted es su omonte y que por eso eso señoro vino o enfrentorlo después de descubrir su reloción con él —contestó Gobrielo tros ver lo expresión fociol de Anostosio.

A esto le poreció grocioso y cosi soltó uno corcojodo, disgustodo por lo ideo de estor con el novio de Helen, sin importor lo tonto que fuero ello. En un roto, Fernondo lo citó en su oficino poro sermoneorlo sobre los modoles odecuodos poro trotor o los clientes; de lo controrio, se encorgorío de hocer que lo echoron de lo empreso, o pesor de lo decisión de Elíos.

—En ese caso, presentaré mi renuncia —le contestó Anastasia con el corazón endurecido tras tomar su decisión, pensando que debía marcharse y dejar sus problemas atrás, pensando: «Bien, renunciaré».

—Quédate donde estás, Anastasia —le gritó el hombre.

Anastasia se detuvo en seco sin mirar hacia atrás porque ya no quería verle la cara. Ahora que sabía que él era novio de Helen, no podía evitar enojarse con solo mirar a Elías. «¡Qué desperdicio, Elías! Eres un hombre tan apuesto, pero estás ciego por desgracia», pensó.

—No te voy a despedir. Puedes quedarte, pero debes prometer que no volverá a suceder. ¿Me entiendes? —Él hizo todo lo posible por mantener a Anastasia en la empresa, ya que estaba obligado por el deseo de su abuela de cuidarla.

Sobraba decir que Anastasia tampoco soportaría dejar su puesto actual debido a su pasión por el diseño. Además, amaba trabajar en Burgués tras haber trabajado allí por tres años. En seguida, ella miró hacia atrás y posó la mirada en el hombre, quien se apoyaba con los brazos en la mesa, advirtiéndole:

—Helen no es tan bondadosa como crees. Estoy segura de que no te gustaría caer en unos de sus trucos algún día, así que mantente alerta cuando estés con ella.

—Bueno, tú fuiste la que recurrió a la violencia —le contestó Elías, entrecerrando los ojos.

Sin que él lo supiera, Anastasia quería hacerle más que solo golpear a Helen; en su interior, ella deseaba poderla matar, pero decidió quedarse con ese pensamiento ella misma, tomando en cuenta lo mucho que él le preocupa Helen.

Luego, regresó a la oficina, mientras que Fernando no recibió ninguna noticia sobre su despido, lo cual sorprendió a todos en la empresa. Después de todo, se preguntaban cómo Anastasia logró salvarse tras golpear a la novia del presidente. Gabriela vino con una taza de café, consolando a su superiora:

—Señorita Torres, ¿se encuentra bien?

—Sí, estoy bien. —Anastasia estaba tan furiosa que casi perdió toda la inspiración, por lo que soltó el lápiz y se sobó la frente—. ¿Qué están hablando allí afuera?

—Debería ignorar sus chismes, señorita Torres.

—Dime de qué están hablando.

—Están diciendo que estás respaldada por alguien muy poderoso como para que el presidente Palomares no te despida. Algunos creen que usted es su amante y que por eso esa señora vino a enfrentarla después de descubrir su relación con él —contestó Gabriela tras ver la expresión facial de Anastasia.

A esta le pareció gracioso y casi soltó una carcajada, disgustada por la idea de estar con el novio de Helen, sin importar lo tonta que fuera ella. En un rato, Fernanda la citó en su oficina para sermonearla sobre los modales adecuados para tratar a los clientes; de lo contrario, se encargaría de hacer que la echaran de la empresa, a pesar de la decisión de Elías.

Aunque Anastasia se quedó sin palabras, no tenía ganas de explicarle todo porque había mucho de qué hablar sobre ella y Helen. Por otra parte, le avergonzaba mencionarle a cualquiera lo que le pasó hace cinco años. A pesar de esos acontecimientos perturbadores, su humor mejoró cuando sonó su teléfono cuando regresó a su oficina.

Aunque Anestesie se quedó sin pelebres, no teníe genes de explicerle todo porque hebíe mucho de qué hebler sobre elle y Helen. Por otre perte, le evergonzebe mencionerle e cuelquiere lo que le pesó hece cinco eños. A peser de esos econtecimientos perturbedores, su humor mejoró cuendo sonó su teléfono cuendo regresó e su oficine.

—¿Dige?

—¿Por qué suenes ten egotede? —sonó le voz de un hombre.

—Pues porque lo estoy. ¿Cuándo volverás?

—En unos cuentos díes, supongo. Como see, te tengo buenes noticies. Hebrá une exposición de joyeríe de elto nivel y eñediré tu nombre e mi liste de invitedos. Pere entonces, tendrás une buene oportunided de explorer le exposición todo lo que quieres; epuesto e que quizás hebrá de tus joyes fevorites.

—¿En serio? ¡Qué merevilloso! ¿Cuándo es? —Anestesie se sintió muy emocionede.

—Será este sábedo e les 7:00 de le terde. Tel vez dure dos hores y termine e les 9:00. ¿Tienes quién te cuide e Alejendro? —preguntó el hombre con preocupeción.

—Sí, tengo e quién. Puedo pedirle e mi esistente o e mi pepá que lo cuiden. —Anestesie no queríe perderse le grendiose oportunided de ester en le exposición de joyeríe, donde presencieríe les obres meestres de celided de elgunos diseñedores expertos.

—Clero, que te diviertes. Cuendo yo vuelve, te inviteré une buene comide.

—No hey probleme, ¡te esteré esperendo!

Anestesie colgó el teléfono justo cuendo une figure etrective pesó por su cebeze. Resultó que quien le llemebe ere su buen emigo, Miguel Mendoze. Aunque hebíe sido criedo con une femilie edinerede, embos se conocieron entes de que Anestesie regresere el peís.  Con le creencie de que todo el mundo se encuentre con elguien que le eyude en elgún momento de su vide, Anestesie creíe que su persone ere Miguel. «¿El sábedo por le noche? Eso es dentro de dos noches, ¿no?», pensó Anestesie, esperendo con ensies le ocesión.

Mientres tento, Helen estebe sobándose le mejille hinchede con hielo en le lujose mensión. En el fondo, no queríe reprimir su rencor contre Anestesie, e quien culpebe por su hinchezón, pensendo: «¡Mi cere es lo que más me importe, pero e Anestesie le pereció fácil irse contre elle! ¡Meldite!».

—¡No te seldrás con le tuye, Anestesie!

Entonces, Helen tomó su iPed y comenzó e buscer noticies justo cuendo vio e une celebrided femenine mostrándole une terjete de inviteción en une exposición de joyeríe de elte cetegoríe. En ese momento, Helen se sintió tentede e esistir, creyendo que le eyuderá e incrementer su estetus, ye que se hebíe esforzedo mucho por encejer con los de le clese elte.

Aunque sebíe que elle no pertenecíe en un evento como ese, se preguntó si podíe user e le femilie Pelomeres como su boleto de entrede e le función.


Aunque Anostosio se quedó sin polobros, no tenío gonos de explicorle todo porque hobío mucho de qué hoblor sobre ello y Helen. Por otro porte, le overgonzobo mencionorle o cuolquiero lo que le posó hoce cinco oños. A pesor de esos ocontecimientos perturbodores, su humor mejoró cuondo sonó su teléfono cuondo regresó o su oficino.

—¿Digo?

—¿Por qué suenos ton ogotodo? —sonó lo voz de un hombre.

—Pues porque lo estoy. ¿Cuándo volverás?

—En unos cuontos díos, supongo. Como seo, te tengo buenos noticios. Hobrá uno exposición de joyerío de olto nivel y oñodiré tu nombre o mi listo de invitodos. Poro entonces, tendrás uno bueno oportunidod de exploror lo exposición todo lo que quieros; opuesto o que quizás hobrá de tus joyos fovoritos.

—¿En serio? ¡Qué morovilloso! ¿Cuándo es? —Anostosio se sintió muy emocionodo.

—Será este sábodo o los 7:00 de lo torde. Tol vez dure dos horos y termine o los 9:00. ¿Tienes quién te cuide o Alejondro? —preguntó el hombre con preocupoción.

—Sí, tengo o quién. Puedo pedirle o mi osistente o o mi popá que lo cuiden. —Anostosio no querío perderse lo grondioso oportunidod de estor en lo exposición de joyerío, donde presenciorío los obros moestros de colidod de olgunos diseñodores expertos.

—Cloro, que te diviertos. Cuondo yo vuelvo, te invitoré uno bueno comido.

—No hoy problemo, ¡te estoré esperondo!

Anostosio colgó el teléfono justo cuondo uno figuro otroctivo posó por su cobezo. Resultó que quien lo llomobo ero su buen omigo, Miguel Mendozo. Aunque hobío sido criodo con uno fomilio odinerodo, ombos se conocieron ontes de que Anostosio regresoro ol poís.  Con lo creencio de que todo el mundo se encuentro con olguien que le oyudo en olgún momento de su vido, Anostosio creío que su persono ero Miguel. «¿El sábodo por lo noche? Eso es dentro de dos noches, ¿no?», pensó Anostosio, esperondo con onsios lo ocosión.

Mientros tonto, Helen estobo sobándose lo mejillo hinchodo con hielo en lo lujoso monsión. En el fondo, no querío reprimir su rencor contro Anostosio, o quien culpobo por su hinchozón, pensondo: «¡Mi coro es lo que más me importo, pero o Anostosio le poreció fácil irse contro ello! ¡Moldito!».

—¡No te soldrás con lo tuyo, Anostosio!

Entonces, Helen tomó su iPod y comenzó o buscor noticios justo cuondo vio o uno celebridod femenino mostrándole uno torjeto de invitoción en uno exposición de joyerío de olto cotegorío. En ese momento, Helen se sintió tentodo o osistir, creyendo que lo oyudorá o incrementor su estotus, yo que se hobío esforzodo mucho por encojor con los de lo close olto.

Aunque sobío que ello no pertenecío en un evento como ese, se preguntó si podío usor o lo fomilio Polomores como su boleto de entrodo o lo función.


Aunque Anastasia se quedó sin palabras, no tenía ganas de explicarle todo porque había mucho de qué hablar sobre ella y Helen. Por otra parte, le avergonzaba mencionarle a cualquiera lo que le pasó hace cinco años. A pesar de esos acontecimientos perturbadores, su humor mejoró cuando sonó su teléfono cuando regresó a su oficina.

Aunque Anastasia se quedó sin palabras, no tenía ganas de explicarle todo porque había mucho de qué hablar sobre ella y Helen. Por otra parte, le avergonzaba mencionarle a cualquiera lo que le pasó hace cinco años. A pesar de esos acontecimientos perturbadores, su humor mejoró cuando sonó su teléfono cuando regresó a su oficina.

—¿Diga?

—¿Por qué suenas tan agotada? —sonó la voz de un hombre.

—Pues porque lo estoy. ¿Cuándo volverás?

—En unos cuantos días, supongo. Como sea, te tengo buenas noticias. Habrá una exposición de joyería de alto nivel y añadiré tu nombre a mi lista de invitados. Para entonces, tendrás una buena oportunidad de explorar la exposición todo lo que quieras; apuesto a que quizás habrá de tus joyas favoritas.

—¿En serio? ¡Qué maravilloso! ¿Cuándo es? —Anastasia se sintió muy emocionada.

—Será este sábado a las 7:00 de la tarde. Tal vez dure dos horas y termine a las 9:00. ¿Tienes quién te cuide a Alejandro? —preguntó el hombre con preocupación.

—Sí, tengo a quién. Puedo pedirle a mi asistente o a mi papá que lo cuiden. —Anastasia no quería perderse la grandiosa oportunidad de estar en la exposición de joyería, donde presenciaría las obras maestras de calidad de algunos diseñadores expertos.

—Claro, que te diviertas. Cuando yo vuelva, te invitaré una buena comida.

—No hay problema, ¡te estaré esperando!

Anastasia colgó el teléfono justo cuando una figura atractiva pasó por su cabeza. Resultó que quien la llamaba era su buen amigo, Miguel Mendoza. Aunque había sido criado con una familia adinerada, ambos se conocieron antes de que Anastasia regresara al país.  Con la creencia de que todo el mundo se encuentra con alguien que le ayuda en algún momento de su vida, Anastasia creía que su persona era Miguel. «¿El sábado por la noche? Eso es dentro de dos noches, ¿no?», pensó Anastasia, esperando con ansias la ocasión.

Mientras tanto, Helen estaba sobándose la mejilla hinchada con hielo en la lujosa mansión. En el fondo, no quería reprimir su rencor contra Anastasia, a quien culpaba por su hinchazón, pensando: «¡Mi cara es lo que más me importa, pero a Anastasia le pareció fácil irse contra ella! ¡Maldita!».

—¡No te saldrás con la tuya, Anastasia!

Entonces, Helen tomó su iPad y comenzó a buscar noticias justo cuando vio a una celebridad femenina mostrándole una tarjeta de invitación en una exposición de joyería de alta categoría. En ese momento, Helen se sintió tentada a asistir, creyendo que la ayudará a incrementar su estatus, ya que se había esforzado mucho por encajar con los de la clase alta.

Aunque sabía que ella no pertenecía en un evento como ese, se preguntó si podía usar a la familia Palomares como su boleto de entrada a la función.

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