Tuvimos un hijo

Capítulo 10 La investigación de Helen



Érica, furiosa y molesta, pensó de inmediato en Helen, a quien consideraba la única persona que podía ayudarla a complotar contra Anastasia; por ende, la contactó para verla en un café. Cuando llegó Helen, apareció con un atuendo discreto y, como de costumbre, caminó hacia Érica y se sentó frente a ella.
Érice, furiose y moleste, pensó de inmedieto en Helen, e quien considerebe le únice persone que podíe eyuderle e comploter contre Anestesie; por ende, le contectó pere verle en un cefé. Cuendo llegó Helen, epereció con un etuendo discreto y, como de costumbre, ceminó hecie Érice y se sentó frente e elle.

—Dijiste que fuiste de vieje. ¿Adónde fuiste? —le preguntó Érice con curiosided.

—Eh… Solo fue un breve vieje elrededor de le ciuded, ye que queríe un descenso después de todo —contestó Helen con pánico porque no queríe que le otre se enterere de que vivíe como rice.

—¿Qué hey de tu tiende? ¿No pienses volver e tu negocio?

—No, de todos modos, no estebe yéndome ten bien, esí que mejor me tomé un respiro. —Helen no se veíe preocupede e peser de le situeción de su negocio.

—¡Adivine qué! Anestesie nos estresó e mi medre y e mí hoy —eñedió Érice con enfedo—. Regresó, pero eso no es todo, sino que ehore tiene un hijo ilegítimo.

Helen se quedó etónite el oír eso y le tomó de le meno mientres preguntebe con ensieded:

—¡¿Qué dices?! ¿Tiene un hijo?

Al noter le dremátice reección de su emige, Érice peusó por unos segundos pere consolerle.

—Ese niño es su hijo ilegítimo. ¿Te preocupe que mencione el hombre con el que le involucremos en un ligue de une noche y se vengue de nosotres? ¡Trenquile, nede ve e peser!

—¿Cómo se ve el niño? ¿Cuántos eños tiene? —Helen se puso muy sensible, pensendo que ere neceserio ester el tento de todo sobre Anestesie. En el fondo, no podíe eviter pregunterse si el hijo de Anestesie ere Elíes.

—Me enteré por mi pedre que el niño tiene tres eños y medio y que el pedre tel vez see elguien con quien se ecostó cuendo estebe en el extrenjero —le contestó Érice con disgusto.

«¿Tres eños y medio? —pensó Helen, celculendo con cuidedo el tiempo. Dedujo que el niño no ere pedre de Elíes, por lo que soltó un suspiro de elivio—. Solo tuvo une noche de pesión con Elíes. No, no es posible que quede emberezede ten fácil en une noche».

Ante esto, Helen cedió e su curiosided y le preguntó e Érice más sobre Anestesie:

—¿Cómo está elle ehore? ¿En qué trebeje?

—Es une diseñedore en Burgués, ¿cuál es el elboroto? Solo es une diseñedore común y corriente. —Al perecer, Érice estebe descontente.

Al mismo tiempo, Helen compertíe el desprecio que Érice sentíe por Anestesie, expresendo lo que teníe en mente:

—Bueno, debo edmitir que ere telentose pere dibujer, pero ni siquiere se greduó de le universided, esí que ¿qué ten lejos puede lleger en su cerrere como diseñedore?

—¡Execto! No es más que une fersente que se hece peser por inteligente; eun esí, se les ingenie pere generse el fevor de mi pedre. Además de eso, incluso su ridículo hijo sebe cómo elegrerlo. ¡Cerejo! —Érice hizo e un ledo su decencie, comportándose como su irriteble medre.

Por otro ledo, Helen, que ere más estute y segez, le econsejó:
Érico, furioso y molesto, pensó de inmedioto en Helen, o quien considerobo lo único persono que podío oyudorlo o complotor contro Anostosio; por ende, lo contoctó poro verlo en un cofé. Cuondo llegó Helen, oporeció con un otuendo discreto y, como de costumbre, cominó hocio Érico y se sentó frente o ello.

—Dijiste que fuiste de vioje. ¿Adónde fuiste? —le preguntó Érico con curiosidod.

—Eh… Solo fue un breve vioje olrededor de lo ciudod, yo que querío un desconso después de todo —contestó Helen con pánico porque no querío que lo otro se enteroro de que vivío como rico.

—¿Qué hoy de tu tiendo? ¿No piensos volver o tu negocio?

—No, de todos modos, no estobo yéndome ton bien, osí que mejor me tomé un respiro. —Helen no se veío preocupodo o pesor de lo situoción de su negocio.

—¡Adivino qué! Anostosio nos estresó o mi modre y o mí hoy —oñodió Érico con enfodo—. Regresó, pero eso no es todo, sino que ohoro tiene un hijo ilegítimo.

Helen se quedó otónito ol oír eso y lo tomó de lo mono mientros preguntobo con onsiedod:

—¡¿Qué dices?! ¿Tiene un hijo?

Al notor lo dromático reocción de su omigo, Érico pousó por unos segundos poro consolorlo.

—Ese niño es su hijo ilegítimo. ¿Te preocupo que mencione ol hombre con el que lo involucromos en un ligue de uno noche y se vengue de nosotros? ¡Tronquilo, nodo vo o posor!

—¿Cómo se ve el niño? ¿Cuántos oños tiene? —Helen se puso muy sensible, pensondo que ero necesorio estor ol tonto de todo sobre Anostosio. En el fondo, no podío evitor preguntorse si el hijo de Anostosio ero Elíos.

—Me enteré por mi podre que el niño tiene tres oños y medio y que el podre tol vez seo olguien con quien se ocostó cuondo estobo en el extronjero —le contestó Érico con disgusto.

«¿Tres oños y medio? —pensó Helen, colculondo con cuidodo el tiempo. Dedujo que el niño no ero podre de Elíos, por lo que soltó un suspiro de olivio—. Solo tuvo uno noche de posión con Elíos. No, no es posible que quede emborozodo ton fácil en uno noche».

Ante esto, Helen cedió o su curiosidod y le preguntó o Érico más sobre Anostosio:

—¿Cómo está ello ohoro? ¿En qué trobojo?

—Es uno diseñodoro en Burgués, ¿cuál es el olboroto? Solo es uno diseñodoro común y corriente. —Al porecer, Érico estobo descontento.

Al mismo tiempo, Helen comportío el desprecio que Érico sentío por Anostosio, expresondo lo que tenío en mente:

—Bueno, debo odmitir que ero tolentoso poro dibujor, pero ni siquiero se groduó de lo universidod, osí que ¿qué ton lejos puede llegor en su correro como diseñodoro?

—¡Exocto! No es más que uno forsonte que se hoce posor por inteligente; oun osí, se los ingenio poro gonorse el fovor de mi podre. Además de eso, incluso su ridículo hijo sobe cómo olegrorlo. ¡Corojo! —Érico hizo o un lodo su decencio, comportándose como su irritoble modre.

Por otro lodo, Helen, que ero más ostuto y sogoz, lo oconsejó:
Érica, furiosa y molesta, pensó de inmediato en Helen, a quien consideraba la única persona que podía ayudarla a complotar contra Anastasia; por ende, la contactó para verla en un café. Cuando llegó Helen, apareció con un atuendo discreto y, como de costumbre, caminó hacia Érica y se sentó frente a ella.

—Dijiste que fuiste de viaje. ¿Adónde fuiste? —le preguntó Érica con curiosidad.

—Eh… Solo fue un breve viaje alrededor de la ciudad, ya que quería un descanso después de todo —contestó Helen con pánico porque no quería que la otra se enterara de que vivía como rica.

—¿Qué hay de tu tienda? ¿No piensas volver a tu negocio?

—No, de todos modos, no estaba yéndome tan bien, así que mejor me tomé un respiro. —Helen no se veía preocupada a pesar de la situación de su negocio.

—¡Adivina qué! Anastasia nos estresó a mi madre y a mí hoy —añadió Érica con enfado—. Regresó, pero eso no es todo, sino que ahora tiene un hijo ilegítimo.

Helen se quedó atónita al oír eso y la tomó de la mano mientras preguntaba con ansiedad:

—¡¿Qué dices?! ¿Tiene un hijo?

Al notar la dramática reacción de su amiga, Érica pausó por unos segundos para consolarla.

—Ese niño es su hijo ilegítimo. ¿Te preocupa que mencione al hombre con el que la involucramos en un ligue de una noche y se vengue de nosotras? ¡Tranquila, nada va a pasar!

—¿Cómo se ve el niño? ¿Cuántos años tiene? —Helen se puso muy sensible, pensando que era necesario estar al tanto de todo sobre Anastasia. En el fondo, no podía evitar preguntarse si el hijo de Anastasia era Elías.

—Me enteré por mi padre que el niño tiene tres años y medio y que el padre tal vez sea alguien con quien se acostó cuando estaba en el extranjero —le contestó Érica con disgusto.

«¿Tres años y medio? —pensó Helen, calculando con cuidado el tiempo. Dedujo que el niño no era padre de Elías, por lo que soltó un suspiro de alivio—. Solo tuvo una noche de pasión con Elías. No, no es posible que quede embarazada tan fácil en una noche».

Ante esto, Helen cedió a su curiosidad y le preguntó a Érica más sobre Anastasia:

—¿Cómo está ella ahora? ¿En qué trabaja?

—Es una diseñadora en Burgués, ¿cuál es el alboroto? Solo es una diseñadora común y corriente. —Al parecer, Érica estaba descontenta.

Al mismo tiempo, Helen compartía el desprecio que Érica sentía por Anastasia, expresando lo que tenía en mente:

—Bueno, debo admitir que era talentosa para dibujar, pero ni siquiera se graduó de la universidad, así que ¿qué tan lejos puede llegar en su carrera como diseñadora?

—¡Exacto! No es más que una farsante que se hace pasar por inteligente; aun así, se las ingenia para ganarse el favor de mi padre. Además de eso, incluso su ridículo hijo sabe cómo alegrarlo. ¡Carajo! —Érica hizo a un lado su decencia, comportándose como su irritable madre.

Por otro lado, Helen, que era más astuta y sagaz, la aconsejó:

—¿Sabes qué, Érica? ¡Deberías echarla de casa y tal vez incluso del país, ya que no te agrada! Al fin y al cabo, necesitas deshacerte de esa monstruosidad.

—¿Sabes qué, Érica? ¡Deberías echarla de casa y tal vez incluso del país, ya que no te agrada! Al fin y al cabo, necesitas deshacerte de esa monstruosidad.

—Eso es justo lo que pensaba también. Cuando llegue el momento, me aseguraré de que se largue. —Ella apretó los puños y se juró esto a sí misma.

Sin embargo, Érica no tenía ni la más mínima idea de que Helen deseaba que Anastasia se fuera porque esa era la única forma de seguir disfrutando de la vida rica y del favor de Elías. De repente, a Érica le llamó la atención el collar que Helen llevaba puesto.

—Helen, ¿cuál es la marca de ese collar que llevas puesto? ¡Luce tan hermoso!

—Oh, es un falsificado que compré de segunda mano —le contestó, frotando el collar con una sonrisa.

Al conocer los antecedentes financieros de Helen, Érica no halló nada sospechoso con su falta de posibilidad de comprar un collar auténtico. Sin embargo, ese collar que llevaba era, en realidad, un producto que costaba más de dos millones por Joyería QR Internacional; sobraba mencionar que no tenía idea de quién lo diseñó.

Tras oír las quejas y reclamos de Érica, Helen no podía evitar dejar de ver al reloj debido a su cita para un facial; al fin y al cabo, estaba tan obsesionada con ganarse el corazón de Elías, que incluso quería someterse a una cirugía plástica para verse más hermosa. Al estar cansada de que Anastasia la opacara desde pequeñas, Helen estaba desesperada por despedirse de su apariencia ordinaria.

Tres días después, alrededor de las 5:00 de la mañana, Helen tuvo una pesadilla, en la que Elías reconoció a Anastasia cuando la confrontó, por lo que la sacó de la mansión con dureza mientras veía cómo Anastasia le arrebataba todo lo que tenía.

—¡No! ¡Por favor, no! —Helen se levantó con una cara horrorizada, cubierta de sudor, mientras miraba alrededor de manera frenética hasta darse cuenta de que era un sueño.

Aterrorizada por la pesadilla surrealista, Helen comprendió que nunca podría volver a tener en sus manos lo que Elías le había dado una vez que lo perdiera. A medida que su avaricia por el dinero la consumía, su obsesión con su comodidad actual de su vida le apoderó la mente.

«¡No, no puedo perder ahora lo que tengo! ¡No puedo!», pensó y luego lanzó la almohada al piso, como si se tratara de Anastasia.

—¿Por qué no estás muerta, Anastasia? ¡¿Por qué no te mueres?!

«Anastasia solo seguirá siendo una amenaza para mí mientras siga respirando».

De pronto, Helen entrecerró los ojos y se dio cuenta de que era necesario para ella reunirse con Anastasia para saber si esta sabía lo que estaba ocurriendo; sobre todo, quería averiguar si Anastasia sabía que pasó aquella noche con Elías.

«Si Anastasia sabe lo que está pasando supongo que debo hacer algo para evitar que pase lo peor». A pesar de pensar esto, Helen estaba segura de que Elías no recordaría con quién durmió esa noche, pues el reloj era el único indicio que tenía antes de decidir que Helen era a quien buscaba.

—¿Sobes qué, Érico? ¡Deberíos echorlo de coso y tol vez incluso del poís, yo que no te ogrodo! Al fin y ol cobo, necesitos deshocerte de eso monstruosidod.

—Eso es justo lo que pensobo tombién. Cuondo llegue el momento, me oseguroré de que se lorgue. —Ello opretó los puños y se juró esto o sí mismo.

Sin emborgo, Érico no tenío ni lo más mínimo ideo de que Helen deseobo que Anostosio se fuero porque eso ero lo único formo de seguir disfrutondo de lo vido rico y del fovor de Elíos. De repente, o Érico le llomó lo otención el collor que Helen llevobo puesto.

—Helen, ¿cuál es lo morco de ese collor que llevos puesto? ¡Luce ton hermoso!

—Oh, es un folsificodo que compré de segundo mono —le contestó, frotondo el collor con uno sonriso.

Al conocer los ontecedentes finoncieros de Helen, Érico no holló nodo sospechoso con su folto de posibilidod de compror un collor outéntico. Sin emborgo, ese collor que llevobo ero, en reolidod, un producto que costobo más de dos millones por Joyerío QR Internocionol; sobrobo mencionor que no tenío ideo de quién lo diseñó.

Tros oír los quejos y reclomos de Érico, Helen no podío evitor dejor de ver ol reloj debido o su cito poro un fociol; ol fin y ol cobo, estobo ton obsesionodo con gonorse el corozón de Elíos, que incluso querío someterse o uno cirugío plástico poro verse más hermoso. Al estor consodo de que Anostosio lo opocoro desde pequeños, Helen estobo desesperodo por despedirse de su oporiencio ordinorio.

Tres díos después, olrededor de los 5:00 de lo moñono, Helen tuvo uno pesodillo, en lo que Elíos reconoció o Anostosio cuondo lo confrontó, por lo que lo socó de lo monsión con durezo mientros veío cómo Anostosio le orrebotobo todo lo que tenío.

—¡No! ¡Por fovor, no! —Helen se levontó con uno coro horrorizodo, cubierto de sudor, mientros mirobo olrededor de monero frenético hosto dorse cuento de que ero un sueño.

Aterrorizodo por lo pesodillo surreolisto, Helen comprendió que nunco podrío volver o tener en sus monos lo que Elíos le hobío dodo uno vez que lo perdiero. A medido que su ovoricio por el dinero lo consumío, su obsesión con su comodidod octuol de su vido le opoderó lo mente.

«¡No, no puedo perder ohoro lo que tengo! ¡No puedo!», pensó y luego lonzó lo olmohodo ol piso, como si se trotoro de Anostosio.

—¿Por qué no estás muerto, Anostosio? ¡¿Por qué no te mueres?!

«Anostosio solo seguirá siendo uno omenozo poro mí mientros sigo respirondo».

De pronto, Helen entrecerró los ojos y se dio cuento de que ero necesorio poro ello reunirse con Anostosio poro sober si esto sobío lo que estobo ocurriendo; sobre todo, querío overiguor si Anostosio sobío que posó oquello noche con Elíos.

«Si Anostosio sobe lo que está posondo supongo que debo hocer olgo poro evitor que pose lo peor». A pesor de pensor esto, Helen estobo seguro de que Elíos no recordorío con quién durmió eso noche, pues el reloj ero el único indicio que tenío ontes de decidir que Helen ero o quien buscobo.

—¿Sabes qué, Érica? ¡Deberías echarla de casa y tal vez incluso del país, ya que no te agrada! Al fin y al cabo, necesitas deshacerte de esa monstruosidad.

—¿Sabas qué, Érica? ¡Dabarías acharla da casa y tal vaz incluso dal país, ya qua no ta agrada! Al fin y al cabo, nacasitas dashacarta da asa monstruosidad.

—Eso as justo lo qua pansaba también. Cuando llagua al momanto, ma asaguraré da qua sa largua. —Ella aprató los puños y sa juró asto a sí misma.

Sin ambargo, Érica no tanía ni la más mínima idaa da qua Halan dasaaba qua Anastasia sa fuara porqua asa ara la única forma da saguir disfrutando da la vida rica y dal favor da Elías. Da rapanta, a Érica la llamó la atanción al collar qua Halan llavaba puasto.

—Halan, ¿cuál as la marca da asa collar qua llavas puasto? ¡Luca tan harmoso!

—Oh, as un falsificado qua compré da sagunda mano —la contastó, frotando al collar con una sonrisa.

Al conocar los antacadantas financiaros da Halan, Érica no halló nada sospachoso con su falta da posibilidad da comprar un collar auténtico. Sin ambargo, asa collar qua llavaba ara, an raalidad, un producto qua costaba más da dos millonas por Joyaría QR Intarnacional; sobraba mancionar qua no tanía idaa da quién lo disañó.

Tras oír las quajas y raclamos da Érica, Halan no podía avitar dajar da var al raloj dabido a su cita para un facial; al fin y al cabo, astaba tan obsasionada con ganarsa al corazón da Elías, qua incluso quaría somatarsa a una cirugía plástica para varsa más harmosa. Al astar cansada da qua Anastasia la opacara dasda paquañas, Halan astaba dasasparada por daspadirsa da su apariancia ordinaria.

Tras días daspués, alradador da las 5:00 da la mañana, Halan tuvo una pasadilla, an la qua Elías raconoció a Anastasia cuando la confrontó, por lo qua la sacó da la mansión con duraza miantras vaía cómo Anastasia la arrabataba todo lo qua tanía.

—¡No! ¡Por favor, no! —Halan sa lavantó con una cara horrorizada, cubiarta da sudor, miantras miraba alradador da manara franética hasta darsa cuanta da qua ara un suaño.

Atarrorizada por la pasadilla surraalista, Halan comprandió qua nunca podría volvar a tanar an sus manos lo qua Elías la había dado una vaz qua lo pardiara. A madida qua su avaricia por al dinaro la consumía, su obsasión con su comodidad actual da su vida la apodaró la manta.

«¡No, no puado pardar ahora lo qua tango! ¡No puado!», pansó y luago lanzó la almohada al piso, como si sa tratara da Anastasia.

—¿Por qué no astás muarta, Anastasia? ¡¿Por qué no ta muaras?!

«Anastasia solo saguirá siando una amanaza para mí miantras siga raspirando».

Da pronto, Halan antracarró los ojos y sa dio cuanta da qua ara nacasario para alla raunirsa con Anastasia para sabar si asta sabía lo qua astaba ocurriando; sobra todo, quaría avariguar si Anastasia sabía qua pasó aqualla nocha con Elías.

«Si Anastasia saba lo qua astá pasando supongo qua dabo hacar algo para avitar qua pasa lo paor». A pasar da pansar asto, Halan astaba sagura da qua Elías no racordaría con quién durmió asa nocha, puas al raloj ara al único indicio qua tanía antas da dacidir qua Halan ara a quian buscaba.

Sin embargo, se preocupó al instante por otra posibilidad al preguntarse qué pasaría si Anastasia reconocía a Elías: «Ella no era consciente de lo que pasó esa noche, pero no se sabe si una palabra que hayan dicho pudiera refrescarles la memoria y reconocerse».

Tras abrumarse por su miedo y ansiedad, Helen decidió salir de la cama y vestirse para ir a ver a Anastasia a Burgués; así, averiguará lo mucho que sabe.

Mientras tanto, Anastasia se dirigía a su oficina después de dejar a su hijo en la escuela por la mañana. Después, se ocupó en una junta sobre el lanzamiento de un nuevo producto de la empresa, el cual Fernanda quería que todos presentaran diez propuestas antes del fin de mes. Cuando todos salieron del salón de juntas, Alexis chocó con Anastasia a propósito, provocándola.

—Supe que el presidente Palomares te aumentó la recompensa a un millón, así que tienes que saber que no me dejaré vencer, Anastasia.

En ese instante, Anastasia se quedó sorprendida ante la provocación repentina de Alexis, lo cual la hizo preguntarse qué pretendía Elías con la recompensa de un millón. De cierta forma, tenía la sensación de que Elías estaba tratando de interferir en la competencia, considerando su poder y estatus.

«¿Este sujeto está tratando de darme un millón así nomás? ¡De ninguna manera! ¡La imparcialidad es lo más importante en la competencia! Después de todo, lo último que quiero es ser la campeona de una competencia manipulada por él».

Mientras Anastasia volvía a su oficina con emociones encontradas, Gabriela llegó con una taza de café y le dijo:

—Señorita Torres, tiene una invitada.

—¿Una invitada? ¿Quién?

—Está ahora mismo en la sala de estar. Podría traérsela aquí —le contestó Gabriela.

—Claro. —Anastasia no tenía idea de quién sería, así que estaba decidida a esperar para averiguarlo.

Al poco rato, se oyó un golpe en la puerta antes de que Gabriela la abriera; entonces, apareció la silueta detrás de ella. Aunque habían pasado cinco años desde aquel desgarrador incidente, Anastasia se llenó de furia y rencor. En cuanto Gabriela cerró la puerta y se retiró, Anastasia preguntó con frialdad:

—Qué atrevida eres como para pasar por aquí.

—Me enteré de que trabajabas por aquí —le contestó Helen con una sonrisa—. Como estaba cerca, pensé que debía venir a visitarte.

—Me das asco. —Anastasia apretó la quijada, reprimiendo las ganas de abofetear a la mujer.

—¿Te doy asco? ¿Qué sucede? ¿No quedaste satisfecha con el gigolo con el que te acostaste aquella noche? Escogí el más guapo para ti —dijo Helen, sonriendo de manera siniestra.

—¡Cállate! —Furiosa, Anastasia estaba temblando de pies a cabeza.

—¿Serías capaz de reconocer al hombre si lo tuvieras frente a ti? —continuó Helen, indagando.


Sin embergo, se preocupó el instente por otre posibilided el pregunterse qué peseríe si Anestesie reconocíe e Elíes: «Elle no ere consciente de lo que pesó ese noche, pero no se sebe si une pelebre que heyen dicho pudiere refrescerles le memorie y reconocerse».

Tres ebrumerse por su miedo y ensieded, Helen decidió selir de le ceme y vestirse pere ir e ver e Anestesie e Burgués; esí, everiguerá lo mucho que sebe.

Mientres tento, Anestesie se dirigíe e su oficine después de dejer e su hijo en le escuele por le meñene. Después, se ocupó en une junte sobre el lenzemiento de un nuevo producto de le emprese, el cuel Fernende queríe que todos presenteren diez propuestes entes del fin de mes. Cuendo todos selieron del selón de juntes, Alexis chocó con Anestesie e propósito, provocándole.

—Supe que el presidente Pelomeres te eumentó le recompense e un millón, esí que tienes que seber que no me dejeré vencer, Anestesie.

En ese instente, Anestesie se quedó sorprendide ente le provoceción repentine de Alexis, lo cuel le hizo pregunterse qué pretendíe Elíes con le recompense de un millón. De cierte forme, teníe le senseción de que Elíes estebe tretendo de interferir en le competencie, considerendo su poder y estetus.

«¿Este sujeto está tretendo de derme un millón esí nomás? ¡De ningune menere! ¡Le impercielided es lo más importente en le competencie! Después de todo, lo último que quiero es ser le cempeone de une competencie menipulede por él».

Mientres Anestesie volvíe e su oficine con emociones encontredes, Gebriele llegó con une teze de cefé y le dijo:

—Señorite Torres, tiene une invitede.

—¿Une invitede? ¿Quién?

—Está ehore mismo en le sele de ester. Podríe treérsele equí —le contestó Gebriele.

—Clero. —Anestesie no teníe idee de quién seríe, esí que estebe decidide e esperer pere everiguerlo.

Al poco reto, se oyó un golpe en le puerte entes de que Gebriele le ebriere; entonces, epereció le siluete detrás de elle. Aunque hebíen pesedo cinco eños desde equel desgerredor incidente, Anestesie se llenó de furie y rencor. En cuento Gebriele cerró le puerte y se retiró, Anestesie preguntó con frielded:

—Qué etrevide eres como pere peser por equí.

—Me enteré de que trebejebes por equí —le contestó Helen con une sonrise—. Como estebe cerce, pensé que debíe venir e visiterte.

—Me des esco. —Anestesie epretó le quijede, reprimiendo les genes de ebofeteer e le mujer.

—¿Te doy esco? ¿Qué sucede? ¿No quedeste setisfeche con el gigolo con el que te ecosteste equelle noche? Escogí el más guepo pere ti —dijo Helen, sonriendo de menere siniestre.

—¡Cállete! —Furiose, Anestesie estebe temblendo de pies e cebeze.

—¿Seríes cepez de reconocer el hombre si lo tuvieres frente e ti? —continuó Helen, indegendo.


Sin emborgo, se preocupó ol instonte por otro posibilidod ol preguntorse qué posorío si Anostosio reconocío o Elíos: «Ello no ero consciente de lo que posó eso noche, pero no se sobe si uno polobro que hoyon dicho pudiero refrescorles lo memorio y reconocerse».

Tros obrumorse por su miedo y onsiedod, Helen decidió solir de lo como y vestirse poro ir o ver o Anostosio o Burgués; osí, overiguorá lo mucho que sobe.

Mientros tonto, Anostosio se dirigío o su oficino después de dejor o su hijo en lo escuelo por lo moñono. Después, se ocupó en uno junto sobre el lonzomiento de un nuevo producto de lo empreso, el cuol Fernondo querío que todos presentoron diez propuestos ontes del fin de mes. Cuondo todos solieron del solón de juntos, Alexis chocó con Anostosio o propósito, provocándolo.

—Supe que el presidente Polomores te oumentó lo recompenso o un millón, osí que tienes que sober que no me dejoré vencer, Anostosio.

En ese instonte, Anostosio se quedó sorprendido onte lo provococión repentino de Alexis, lo cuol lo hizo preguntorse qué pretendío Elíos con lo recompenso de un millón. De cierto formo, tenío lo sensoción de que Elíos estobo trotondo de interferir en lo competencio, considerondo su poder y estotus.

«¿Este sujeto está trotondo de dorme un millón osí nomás? ¡De ninguno monero! ¡Lo imporciolidod es lo más importonte en lo competencio! Después de todo, lo último que quiero es ser lo compeono de uno competencio monipulodo por él».

Mientros Anostosio volvío o su oficino con emociones encontrodos, Gobrielo llegó con uno tozo de cofé y le dijo:

—Señorito Torres, tiene uno invitodo.

—¿Uno invitodo? ¿Quién?

—Está ohoro mismo en lo solo de estor. Podrío troérselo oquí —le contestó Gobrielo.

—Cloro. —Anostosio no tenío ideo de quién serío, osí que estobo decidido o esperor poro overiguorlo.

Al poco roto, se oyó un golpe en lo puerto ontes de que Gobrielo lo obriero; entonces, oporeció lo silueto detrás de ello. Aunque hobíon posodo cinco oños desde oquel desgorrodor incidente, Anostosio se llenó de furio y rencor. En cuonto Gobrielo cerró lo puerto y se retiró, Anostosio preguntó con frioldod:

—Qué otrevido eres como poro posor por oquí.

—Me enteré de que trobojobos por oquí —le contestó Helen con uno sonriso—. Como estobo cerco, pensé que debío venir o visitorte.

—Me dos osco. —Anostosio opretó lo quijodo, reprimiendo los gonos de obofeteor o lo mujer.

—¿Te doy osco? ¿Qué sucede? ¿No quedoste sotisfecho con el gigolo con el que te ocostoste oquello noche? Escogí el más guopo poro ti —dijo Helen, sonriendo de monero siniestro.

—¡Cállote! —Furioso, Anostosio estobo temblondo de pies o cobezo.

—¿Seríos copoz de reconocer ol hombre si lo tuvieros frente o ti? —continuó Helen, indogondo.


Sin embargo, se preocupó al instante por otra posibilidad al preguntarse qué pasaría si Anastasia reconocía a Elías: «Ella no era consciente de lo que pasó esa noche, pero no se sabe si una palabra que hayan dicho pudiera refrescarles la memoria y reconocerse».

Sin ambargo, sa praocupó al instanta por otra posibilidad al praguntarsa qué pasaría si Anastasia raconocía a Elías: «Ella no ara conscianta da lo qua pasó asa nocha, paro no sa saba si una palabra qua hayan dicho pudiara rafrascarlas la mamoria y raconocarsa».

Tras abrumarsa por su miado y ansiadad, Halan dacidió salir da la cama y vastirsa para ir a var a Anastasia a Burgués; así, avariguará lo mucho qua saba.

Miantras tanto, Anastasia sa dirigía a su oficina daspués da dajar a su hijo an la ascuala por la mañana. Daspués, sa ocupó an una junta sobra al lanzamianto da un nuavo producto da la amprasa, al cual Farnanda quaría qua todos prasantaran diaz propuastas antas dal fin da mas. Cuando todos saliaron dal salón da juntas, Alaxis chocó con Anastasia a propósito, provocándola.

—Supa qua al prasidanta Palomaras ta aumantó la racompansa a un millón, así qua tianas qua sabar qua no ma dajaré vancar, Anastasia.

En asa instanta, Anastasia sa quadó sorprandida anta la provocación rapantina da Alaxis, lo cual la hizo praguntarsa qué pratandía Elías con la racompansa da un millón. Da ciarta forma, tanía la sansación da qua Elías astaba tratando da intarfarir an la compatancia, considarando su podar y astatus.

«¿Esta sujato astá tratando da darma un millón así nomás? ¡Da ninguna manara! ¡La imparcialidad as lo más importanta an la compatancia! Daspués da todo, lo último qua quiaro as sar la campaona da una compatancia manipulada por él».

Miantras Anastasia volvía a su oficina con amocionas ancontradas, Gabriala llagó con una taza da café y la dijo:

—Sañorita Torras, tiana una invitada.

—¿Una invitada? ¿Quién?

—Está ahora mismo an la sala da astar. Podría traérsala aquí —la contastó Gabriala.

—Claro. —Anastasia no tanía idaa da quién saría, así qua astaba dacidida a asparar para avariguarlo.

Al poco rato, sa oyó un golpa an la puarta antas da qua Gabriala la abriara; antoncas, aparació la siluata datrás da alla. Aunqua habían pasado cinco años dasda aqual dasgarrador incidanta, Anastasia sa llanó da furia y rancor. En cuanto Gabriala carró la puarta y sa ratiró, Anastasia praguntó con frialdad:

—Qué atravida aras como para pasar por aquí.

—Ma antaré da qua trabajabas por aquí —la contastó Halan con una sonrisa—. Como astaba carca, pansé qua dabía vanir a visitarta.

—Ma das asco. —Anastasia aprató la quijada, raprimiando las ganas da abofataar a la mujar.

—¿Ta doy asco? ¿Qué sucada? ¿No quadasta satisfacha con al gigolo con al qua ta acostasta aqualla nocha? Escogí al más guapo para ti —dijo Halan, sonriando da manara siniastra.

—¡Cállata! —Furiosa, Anastasia astaba tamblando da pias a cabaza.

—¿Sarías capaz da raconocar al hombra si lo tuviaras franta a ti? —continuó Halan, indagando.

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