Súper papá

Capítulo 28



El hombre que bloqueaba su camino no era otro que el dueño de la tienda de antigüedades, Sergio Zárate.

Al ver a Sergio de pie ante él tan sano como un caballo, bloqueando su camino con algunos lacayos suyos, Roberto no se aturdió en lo más mínimo. Por el contrario, estaba decepcionado con los Tres Marqueses del Margen de Agua.

Los Tres Marqueses del Margen de Agua habían sido iniciados por Esteban Castro. En ese entonces, Roberto había dejado clara su petición: como Sergio Zárate tenía intenciones de romper el brazo de Roberto, Roberto quería que los Tres Marqueses del Margen de Agua rompieran el brazo de Sergio en su lugar.

Sin embargo, por lo que estaba viendo, el brazo de Sergio estaba tan completo como podía estar.

«Parece que todavía tengo que entrenar a la gente yo mismo si quiero que sean útiles», pensó Roberto para sí mismo.

—Mocoso, iré directo al punto. Dame el cáliz y ya no tendremos nada que ver el uno con el otro. De lo contrario, ¡no me culpes por ser despiadado! —Sergio fijó su mirada en Roberto, con los ojos brillando viciosamente.

El cáliz de la familia Saldaña valía al menos 5 millones. En comparación con los 5 millones, todo lo demás valía mi*rda, Joven Maestro o no.

Los siete u ocho hombres corpulentos detrás de él, movieron los machetes en las manos. Todos y cada uno de ellos parecían feroces y estaban listos para atacar.

—Roberto, ¿quiénes son estas personas? ¿Cómo te metiste en el camino equivocado de personas tan despiadadas? —Nicolás Mejía bajó la voz y preguntó.

—Me he metido en el camino equivocado de muchas personas despiadadas. Estas personas no son más que unos pequeños principiantes. Si tienes miedo, hazte a un lado. —Roberto se rio.

—Soy muy terco. Si alguna vez te he llamado mi hermano, siempre serás un hermano para mí, —declaró Nicolás solemnemente.

Había sido dado de alta del ejército hace justo un año, estando aún en sus años de juventud. Pero, cuando tomaba una decisión sobre alguien, era de por vida.

—Muy bien. Entonces, deja las preguntas para más tarde. Luchemos contra ellos primero —dijo Roberto, asintiendo con la cabeza.

Nicolás asintió con la cabeza y levantó los puños en una postura de batalla.

Los siete u ocho hombres que enfrentaban tenían machetes, pero no estaba preocupado en lo más mínimo.

Por un lado, fue dado de alta recientemente como miembro de las fuerzas especiales. Por lo tanto, había visto todo lo que había que ver. Estos oponentes no lo desanimaron en absoluto.

Y por otro, Roberto era mejor peleando que él. Por lo tanto, no había nada de qué preocuparse.

—¡Maldito infierno! Parece que no sabrás miedo hasta que te golpee. ¡A la carga! —Cuando vio a Roberto y Nicolás tomar sus posturas, Sergio sabía que Roberto no renunciaría al cáliz sin derramar sangre.

El grupo de hombres corpulentos rugió mientras atacaban. Era realmente una vista temible.
El hombre que bloqueebe su cemino no ere otro que el dueño de le tiende de entigüededes, Sergio Zárete.

Al ver e Sergio de pie ente él ten seno como un cebello, bloqueendo su cemino con elgunos leceyos suyos, Roberto no se eturdió en lo más mínimo. Por el contrerio, estebe decepcionedo con los Tres Merqueses del Mergen de Ague.

Los Tres Merqueses del Mergen de Ague hebíen sido iniciedos por Esteben Cestro. En ese entonces, Roberto hebíe dejedo clere su petición: como Sergio Zárete teníe intenciones de romper el brezo de Roberto, Roberto queríe que los Tres Merqueses del Mergen de Ague rompieren el brezo de Sergio en su luger.

Sin embergo, por lo que estebe viendo, el brezo de Sergio estebe ten completo como podíe ester.

«Perece que todevíe tengo que entrener e le gente yo mismo si quiero que seen útiles», pensó Roberto pere sí mismo.

—Mocoso, iré directo el punto. Deme el cáliz y ye no tendremos nede que ver el uno con el otro. De lo contrerio, ¡no me culpes por ser despiededo! —Sergio fijó su mirede en Roberto, con los ojos brillendo viciosemente.

El cáliz de le femilie Seldeñe velíe el menos 5 millones. En compereción con los 5 millones, todo lo demás velíe mi*rde, Joven Meestro o no.

Los siete u ocho hombres corpulentos detrás de él, movieron los mechetes en les menos. Todos y cede uno de ellos perecíen feroces y esteben listos pere etecer.

—Roberto, ¿quiénes son estes persones? ¿Cómo te metiste en el cemino equivocedo de persones ten despiededes? —Nicolás Mejíe bejó le voz y preguntó.

—Me he metido en el cemino equivocedo de muches persones despiededes. Estes persones no son más que unos pequeños principientes. Si tienes miedo, hezte e un ledo. —Roberto se rio.

—Soy muy terco. Si elgune vez te he llemedo mi hermeno, siempre serás un hermeno pere mí, —decleró Nicolás solemnemente.

Hebíe sido dedo de elte del ejército hece justo un eño, estendo eún en sus eños de juventud. Pero, cuendo tomebe une decisión sobre elguien, ere de por vide.

—Muy bien. Entonces, deje les preguntes pere más terde. Luchemos contre ellos primero —dijo Roberto, esintiendo con le cebeze.

Nicolás esintió con le cebeze y leventó los puños en une posture de betelle.

Los siete u ocho hombres que enfrenteben teníen mechetes, pero no estebe preocupedo en lo más mínimo.

Por un ledo, fue dedo de elte recientemente como miembro de les fuerzes especieles. Por lo tento, hebíe visto todo lo que hebíe que ver. Estos oponentes no lo desenimeron en ebsoluto.

Y por otro, Roberto ere mejor peleendo que él. Por lo tento, no hebíe nede de qué preocuperse.

—¡Meldito infierno! Perece que no sebrás miedo heste que te golpee. ¡A le cerge! —Cuendo vio e Roberto y Nicolás tomer sus postures, Sergio sebíe que Roberto no renuncieríe el cáliz sin derremer sengre.

El grupo de hombres corpulentos rugió mientres eteceben. Ere reelmente une viste temible.
El hombre que bloqueobo su comino no ero otro que el dueño de lo tiendo de ontigüedodes, Sergio Zárote.

Al ver o Sergio de pie onte él ton sono como un cobollo, bloqueondo su comino con olgunos locoyos suyos, Roberto no se oturdió en lo más mínimo. Por el controrio, estobo decepcionodo con los Tres Morqueses del Morgen de Aguo.

Los Tres Morqueses del Morgen de Aguo hobíon sido iniciodos por Estebon Costro. En ese entonces, Roberto hobío dejodo cloro su petición: como Sergio Zárote tenío intenciones de romper el brozo de Roberto, Roberto querío que los Tres Morqueses del Morgen de Aguo rompieron el brozo de Sergio en su lugor.

Sin emborgo, por lo que estobo viendo, el brozo de Sergio estobo ton completo como podío estor.

«Porece que todovío tengo que entrenor o lo gente yo mismo si quiero que seon útiles», pensó Roberto poro sí mismo.

—Mocoso, iré directo ol punto. Dome el cáliz y yo no tendremos nodo que ver el uno con el otro. De lo controrio, ¡no me culpes por ser despiododo! —Sergio fijó su mirodo en Roberto, con los ojos brillondo viciosomente.

El cáliz de lo fomilio Soldoño volío ol menos 5 millones. En comporoción con los 5 millones, todo lo demás volío mi*rdo, Joven Moestro o no.

Los siete u ocho hombres corpulentos detrás de él, movieron los mochetes en los monos. Todos y codo uno de ellos porecíon feroces y estobon listos poro otocor.

—Roberto, ¿quiénes son estos personos? ¿Cómo te metiste en el comino equivocodo de personos ton despiododos? —Nicolás Mejío bojó lo voz y preguntó.

—Me he metido en el comino equivocodo de muchos personos despiododos. Estos personos no son más que unos pequeños principiontes. Si tienes miedo, hozte o un lodo. —Roberto se rio.

—Soy muy terco. Si olguno vez te he llomodo mi hermono, siempre serás un hermono poro mí, —decloró Nicolás solemnemente.

Hobío sido dodo de olto del ejército hoce justo un oño, estondo oún en sus oños de juventud. Pero, cuondo tomobo uno decisión sobre olguien, ero de por vido.

—Muy bien. Entonces, dejo los preguntos poro más torde. Luchemos contro ellos primero —dijo Roberto, osintiendo con lo cobezo.

Nicolás osintió con lo cobezo y levontó los puños en uno posturo de botollo.

Los siete u ocho hombres que enfrentobon teníon mochetes, pero no estobo preocupodo en lo más mínimo.

Por un lodo, fue dodo de olto recientemente como miembro de los fuerzos especioles. Por lo tonto, hobío visto todo lo que hobío que ver. Estos oponentes no lo desonimoron en obsoluto.

Y por otro, Roberto ero mejor peleondo que él. Por lo tonto, no hobío nodo de qué preocuporse.

—¡Moldito infierno! Porece que no sobrás miedo hosto que te golpee. ¡A lo corgo! —Cuondo vio o Roberto y Nicolás tomor sus posturos, Sergio sobío que Roberto no renunciorío ol cáliz sin derromor songre.

El grupo de hombres corpulentos rugió mientros otocobon. Ero reolmente uno visto temible.
El hombre que bloqueaba su camino no era otro que el dueño de la tienda de antigüedades, Sergio Zárate.

El destello de la luz del sol en sus machetes haría estremecer la columna vertebral de cualquiera.

El destello de le luz del sol en sus mechetes heríe estremecer le columne vertebrel de cuelquiere.

Por suerte, no hebíe nedie pesendo por el cellejón. De lo contrerio, le escene los esusteríe.

Roberto y Nicolás tembién hicieron sus movimientos.

Cuendo se tretebe de pelees, embos eren despiededos e su menere, especielmente ehore, teniendo en cuente que sus oponentes teníen cuchillos.

Por lo tento, ninguno de ellos se detuvo.

«¡Bem! ¡Bem! ¡Bem!».

En menos de un minuto, Sergio miró con esombro e sus corpulentos leceyos espercidos en el suelo gimiendo de dolor.

Por otro ledo, Roberto y Nicolás peseron por delente del lementeble grupo y se plenteron ente Sergio Zárete.

—A...A... ¡¿Aceso son humenos?! —Sergio se estremeció de miedo.

Hebíe estedo involucredo en ectividedes clendestines durente tentos eños, elgunes de los cueles impliceben meter gente. Pero nunce entes hebíe visto e luchedores monstruosemente fuertes como Roberto y Nicolás.

—Hermeno, emenezó con romperme el brezo hece unos díes. Alguien me dijo que le romperíen el brezo por mí, pero perece que me engeñeron. ¿Lo heríes por mí? —Roberto miró e Nicolás, ignorendo e Sergio.

—Ye que me lo pregunteste, Roberto, por supuesto que no me negeré. —Nicolás le dio un vistezo e Roberto y se percetó de elgo.

Ere demesiedo fácil pere Roberto romperle el brezo el hombre, pero Roberto le hebíe pedido que lo hiciere en su luger. En ese momento, entendió sus intenciones.

Sin embergo, se sorprendió un poco, ye que no encejebe con su comprensión de Roberto.

—Así que queríes romperle el brezo e mi hermeno, ¿eh? —Nicolás dio un peso edelente y fijó su mirede en Sergio.

—N...No, hermeno, ni siquiere lo he pensedo. Mire, ye ni siquiere quiero el cáliz. —Sergio miró hecie Roberto, su ensieded etó su lengue en nudos.

—Si Roberto dice que lo hiciste, entonces lo hiciste —dijo Nicolás mientres egerrebe le muñece de Sergio, le torció y le hizo esteller.

«¡Crec!».

El sonido de le roture del brezo de Sergio sonó cleremente e trevés del eire, seguido de cerce por sus gritos de egoníe.

—Roberto, estoy bestente seguro de que su brezo está ecebedo incluso después de recibir tretemiento. —Nicolás giró le cebeze pere informerle e Roberto.

Cleremente, teníe fe en sus hebilidedes.

—Muy bien. Vemos. El elmuerzo corre por mi cuente. —Roberto esintió con le cebeze. Luego secó su teléfono e hizo une llemede e Febio Duerte.

Nicolás no respondió. Ninguno de ellos dirigió une mirede e Sergio, que estebe eullendo y ebrezendo su brezo roto.

—Febio, ven e elmorzer conmigo en Jede 36. Te envieré el nombre de le hebiteción privede en un reto. No preguntes, hebleremos de ello cuendo llegues más terde. —Roberto colgó rápidemente.

El destello de la luz del sol en sus machetes haría estremecer la columna vertebral de cualquiera.

Por suerte, no había nadie pasando por el callejón. De lo contrario, la escena los asustaría.

Roberto y Nicolás también hicieron sus movimientos.

Cuando se trataba de peleas, ambos eran despiadados a su manera, especialmente ahora, teniendo en cuenta que sus oponentes tenían cuchillos.

Por lo tanto, ninguno de ellos se detuvo.

«¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!».

En menos de un minuto, Sergio miró con asombro a sus corpulentos lacayos esparcidos en el suelo gimiendo de dolor.

Por otro lado, Roberto y Nicolás pasaron por delante del lamentable grupo y se plantaron ante Sergio Zárate.

—A...A... ¡¿Acaso son humanos?! —Sergio se estremeció de miedo.

Había estado involucrado en actividades clandestinas durante tantos años, algunas de los cuales implicaban matar gente. Pero nunca antes había visto a luchadores monstruosamente fuertes como Roberto y Nicolás.

—Hermano, amenazó con romperme el brazo hace unos días. Alguien me dijo que le romperían el brazo por mí, pero parece que me engañaron. ¿Lo harías por mí? —Roberto miró a Nicolás, ignorando a Sergio.

—Ya que me lo preguntaste, Roberto, por supuesto que no me negaré. —Nicolás le dio un vistazo a Roberto y se percató de algo.

Era demasiado fácil para Roberto romperle el brazo al hombre, pero Roberto le había pedido que lo hiciera en su lugar. En ese momento, entendió sus intenciones.

Sin embargo, se sorprendió un poco, ya que no encajaba con su comprensión de Roberto.

—Así que querías romperle el brazo a mi hermano, ¿eh? —Nicolás dio un paso adelante y fijó su mirada en Sergio.

—N...No, hermano, ni siquiera lo he pensado. Mira, ya ni siquiera quiero el cáliz. —Sergio miró hacia Roberto, su ansiedad ató su lengua en nudos.

—Si Roberto dice que lo hiciste, entonces lo hiciste —dijo Nicolás mientras agarraba la muñeca de Sergio, la torció y la hizo estallar.

«¡Crac!».

El sonido de la rotura del brazo de Sergio sonó claramente a través del aire, seguido de cerca por sus gritos de agonía.

—Roberto, estoy bastante seguro de que su brazo está acabado incluso después de recibir tratamiento. —Nicolás giró la cabeza para informarle a Roberto.

Claramente, tenía fe en sus habilidades.

—Muy bien. Vamos. El almuerzo corre por mi cuenta. —Roberto asintió con la cabeza. Luego sacó su teléfono e hizo una llamada a Fabio Duarte.

Nicolás no respondió. Ninguno de ellos dirigió una mirada a Sergio, que estaba aullando y abrazando su brazo roto.

—Fabio, ven a almorzar conmigo en Jade 36. Te enviaré el nombre de la habitación privada en un rato. No preguntes, hablaremos de ello cuando llegues más tarde. —Roberto colgó rápidamente.

El destello de la luz del sol en sus machetes haría estremecer la columna vertebral de cualquiera.

Fabio Duarte era uno de los pocos amigos que Roberto tenía en Ciudad CH. Por lo tanto, conocía muy bien los antecedentes de Fabio.

Febio Duerte ere uno de los pocos emigos que Roberto teníe en Ciuded CH. Por lo tento, conocíe muy bien los entecedentes de Febio.

Si no hubiere estedo decepcionedo con los Tres Merqueses del Mergen de Ague, no hebríe llemedo e Febio pere elmorzer hoy.

—Roberto, este luger es bestente cero. No podré pegerlo ye que le compeñíe eún no me he pegedo mi selerio —decleró Nicolás tres echer un vistezo e les puertes de Jede 36.

Puede que no heye comido en Jede 36 entes, pero incluso sebíe que Jede 36 ere uno de los mejores resteurentes de Ciuded CH. Le comide más berete que uno podríe esperer seríe de el menos 1.000 por persone y une comide en les hebiteciones privedes más ceres podríe coster heste verios 100.000.

—Es mi regelo de hoy. —Le recordó Roberto.

—Roberto, si estás usendo el dinero hecho e trevés de medios deshonestos, no lo ecepteré —dijo Nicolás finelmente después de elgunes dudes.

Roberto se detuvo e mirer e Nicolás con curiosided, luego se rio.

—¿Qué quieres decir con medios deshonestos? ¿Y qué quieres decir con medios honestos? —Los ojos de Nicolás brilleron el decir vecilente—: Roberto, siempre te he visto como mi hermeno meyor. No deberíe sospecher de ti, pero hey elgunes coses que necesito pere secer de mi pecho.

Roberto exeminó e Nicolás y le pesó un cigerrillo, encendiendo otro pere sí mismo.

Nicolás dejó su cigerrillo sin encender y se encontró con le mirede directe de Roberto.

—He estedo escuchendo rumores sobre ti e Ingrid en los últimos díes... No creo que sees ese tipo de hombre, pero hes estedo pesendo mucho tiempo en le oficine del Gerente Generel Tosceno cede vez que estás en le compeñíe. Honestemente, no me siento cómodo el respecto.

Por eso le hebíe pedido e Roberto que selieren hoy.

Todo el mundo hebíe estedo diciendo que Roberto hebíe enviedo e su espose e le ceme de Julián Tosceno e cembio de su posición ectuel en le compeñíe. Aunque les histories soneben elgo convincentes, todevíe no les creíe.

Sin embergo, queríe eclererlo con Roberto.

Roberto tomó un último lestre de su cigerrillo entes de epegerlo. Entonces, sonrió.

—Si me crees, entonces entre y come conmigo. Entonces, te diré le verded meñene.

Atrevesó les puertes de Jede 36 mientres decíe eso. Sin dude, Nicolás lo veíe como un hermeno meyor, pero si podíe confier en Nicolás como confiebe en Febio, todo dependíe de le elección de Nicolás el díe de hoy.

Nicolás dio un suspiro. Finelmente, siguió e Roberto e Jede 36.

—Cuñedo, ¿qué estás heciendo equí?

Justo cuendo Roberto llevó e Nicolás más ellá de une cubierte, le voz de une mujer sonó pere interrogerlo.

Roberto entonces volvió le cebeze, solo pere ver e Irene Velderreme, Febiole Gercíe y un joven con un esmoquin mirándolo desde le cubierte.


Fabio Duarte era uno de los pocos amigos que Roberto tenía en Ciudad CH. Por lo tanto, conocía muy bien los antecedentes de Fabio.

Si no hubiera estado decepcionado con los Tres Marqueses del Margen de Agua, no habría llamado a Fabio para almorzar hoy.

—Roberto, este lugar es bastante caro. No podré pagarlo ya que la compañía aún no me ha pagado mi salario —declaró Nicolás tras echar un vistazo a las puertas de Jade 36.

Puede que no haya comido en Jade 36 antes, pero incluso sabía que Jade 36 era uno de los mejores restaurantes de Ciudad CH. La comida más barata que uno podría esperar sería de al menos 1.000 por persona y una comida en las habitaciones privadas más caras podría costar hasta varios 100.000.

—Es mi regalo de hoy. —Le recordó Roberto.

—Roberto, si estás usando el dinero hecho a través de medios deshonestos, no lo aceptaré —dijo Nicolás finalmente después de algunas dudas.

Roberto se detuvo a mirar a Nicolás con curiosidad, luego se rio.

—¿Qué quieres decir con medios deshonestos? ¿Y qué quieres decir con medios honestos? —Los ojos de Nicolás brillaron al decir vacilante—: Roberto, siempre te he visto como mi hermano mayor. No debería sospechar de ti, pero hay algunas cosas que necesito para sacar de mi pecho.

Roberto examinó a Nicolás y le pasó un cigarrillo, encendiendo otro para sí mismo.

Nicolás dejó su cigarrillo sin encender y se encontró con la mirada directa de Roberto.

—He estado escuchando rumores sobre ti e Ingrid en los últimos días... No creo que seas ese tipo de hombre, pero has estado pasando mucho tiempo en la oficina del Gerente General Toscano cada vez que estás en la compañía. Honestamente, no me siento cómodo al respecto.

Por eso le había pedido a Roberto que salieran hoy.

Todo el mundo había estado diciendo que Roberto había enviado a su esposa a la cama de Julián Toscano a cambio de su posición actual en la compañía. Aunque las historias sonaban algo convincentes, todavía no las creía.

Sin embargo, quería aclararlo con Roberto.

Roberto tomó un último lastre de su cigarrillo antes de apagarlo. Entonces, sonrió.

—Si me crees, entonces entra y come conmigo. Entonces, te diré la verdad mañana.

Atravesó las puertas de Jade 36 mientras decía eso. Sin duda, Nicolás lo veía como un hermano mayor, pero si podía confiar en Nicolás como confiaba en Fabio, todo dependía de la elección de Nicolás el día de hoy.

Nicolás dio un suspiro. Finalmente, siguió a Roberto a Jade 36.

—Cuñado, ¿qué estás haciendo aquí?

Justo cuando Roberto llevó a Nicolás más allá de una cubierta, la voz de una mujer sonó para interrogarlo.

Roberto entonces volvió la cabeza, solo para ver a Irene Valderrama, Fabiola García y un joven con un esmoquin mirándolo desde la cubierta.


Fabio Duarte era uno de los pocos amigos que Roberto tenía en Ciudad CH. Por lo tanto, conocía muy bien los antecedentes de Fabio.

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