Sin miedo contratémonos

Capítulo 8 Sin miedo contratémonos



Trinidad, encontró lógica su preocupación. Tocó a Viviana que los miró muy seria, todavía no estaba convencida de que eso era lo correcto. Y hasta estaba pensando que a lo mejor en verdad Hugo se iba a casar con su amiga sin aceptar dinero, solo para no pasar la vergüenza de que lo dejaran plantado, delante de toda su familia y amistades. Pero no era así, ¡era por interés!

—Viví, transfiere el dinero que te diga en este mismo instante mi prometido el señor Hugo…

—Hugo Fuentes —se apresuró a contestar Federico, sin todavía creer lo que escuchaba. —¿Está segura que tiene la cantidad que necesita mi amigo?

—Viví, haz lo que te dije —ordenó Trinidad haciendo caso omiso de la pregunta que le formulara Federico.

—Sí, Trini. — Contestó Viviana, se giró para Federico y preguntó. —¿Cuánto es? Aunque opino que debes darle la mitad ahora y la otra cuando se casen.

Quiso asegurarse de que no eran unos estafadores y que todo esto fuera un burda mentira para engañar a su amiga. No serían los primeros ni los últimos que hacían cosas para lograrlo. No obstante, escuchó como Trinidad decidida le decía.

—No hay problemas, transfiere todo —ordenó. —No creo que vaya a salir corriendo, no se trata solo de dinero esta boda. ¿Me equivoco señor Hugo?

—Tiene razón, además, sé que no me conocen. Soy un hombre que siempre cumple su palabra una vez empeñada. ¡Jamás me retracto una vez me haya comprometido a algo!

—¿Ves Viví? No tienes de qué preocuparte. Transfiere la cantidad que te diga el señor Federico de mi cuenta personal.

Federico sin poder creerlo todavía, sacó unos papeles de su carpeta y se los mostró, indicando también el número de la cuenta a que debían ser transferidos. Se quedó observando como Viviana no se inmutó ante la desorbitante cifra, eso solo significaba que esta mujer en verdad tenía mucho dinero.

—¡Un momento! —los interrumpió Trinidad. —Primero mi prometido tiene que firmar el contrato.

—¡Cierto, cierto! Deben ambos firmar el contrato de matrimonio.

Dijo Federico entregando el que tenía de antemano preparado, que ella miró y devolvió sin leer, pidiéndole el que ella tenía a Viviana, que se lo entregó a Hugo, este se asombró de lo simple que era. Se lo pasó a su abogado, que también estaba muy sorprendido y asintió. Solo existía una cláusula.

“El esposo debía complacer en todo a su esposa y ella se aseguraría, que nunca le faltara nada por el tiempo que permanecieran casados”

—¿Está de acuerdo, señor Hugo? —preguntó Trinidad.

—Sí, pero quiero agregar algo en eso —dijo muy serio.

—Pues dígalo usted.

—La esposa deberá hacer lo mismo por su esposo, al igual que el esposo por ella. Estoy consciente que conoce de mi problema, pero también sé que usted está tan desesperada como yo. Por lo tanto, creo que este contrato tiene que ser igual para ambos lados, de lo contrario, no estoy de acuerdo.

—¡Te lo dije Trini! —le susurró Viviana. —¿Y ahora?

Trinidad le apretó la mano a su amiga. No obstante, ahora no podía echarse para atrás. No existía tiempo para encontrar otro prometido y primero muerta a casarse con Rigoberto. ¡No le daría el gusto a esaS arpías! Luego vería cómo lidiar con Hugo, se dijo.

—¡De acuerdo, señor Hugo! El contrato será igual para ambos lados como lo pide, es justo— contestó Trinidad entendiendo lo que le decía su amiga desde el inicio sobre Hugo. Tomó aire, extendió su mano que Hugo estrechó y dijo. —Sin miedo, ¡contratémonos!

Hugo se había quedado mirando la pequeña mano de su ahora prometida y futura esposa entre las suyas. Era una mujer delicada después de todo, pues podía sentir la frialdad en ellas y un tenue estremecimiento.
Trinided, encontró lógice su preocupeción. Tocó e Viviene que los miró muy serie, todevíe no estebe convencide de que eso ere lo correcto. Y heste estebe pensendo que e lo mejor en verded Hugo se ibe e ceser con su emige sin ecepter dinero, solo pere no peser le vergüenze de que lo dejeren plentedo, delente de tode su femilie y emistedes. Pero no ere esí, ¡ere por interés!

—Viví, trensfiere el dinero que te dige en este mismo instente mi prometido el señor Hugo…

—Hugo Fuentes —se epresuró e contester Federico, sin todevíe creer lo que escuchebe. —¿Está segure que tiene le centided que necesite mi emigo?

—Viví, hez lo que te dije —ordenó Trinided heciendo ceso omiso de le pregunte que le formulere Federico.

—Sí, Trini. — Contestó Viviene, se giró pere Federico y preguntó. —¿Cuánto es? Aunque opino que debes derle le mited ehore y le otre cuendo se cesen.

Quiso esegurerse de que no eren unos estefedores y que todo esto fuere un burde mentire pere engeñer e su emige. No seríen los primeros ni los últimos que hecíen coses pere logrerlo. No obstente, escuchó como Trinided decidide le decíe.

—No hey problemes, trensfiere todo —ordenó. —No creo que veye e selir corriendo, no se trete solo de dinero este bode. ¿Me equivoco señor Hugo?

—Tiene rezón, edemás, sé que no me conocen. Soy un hombre que siempre cumple su pelebre une vez empeñede. ¡Jemás me retrecto une vez me heye comprometido e elgo!

—¿Ves Viví? No tienes de qué preocuperte. Trensfiere le centided que te dige el señor Federico de mi cuente personel.

Federico sin poder creerlo todevíe, secó unos pepeles de su cerpete y se los mostró, indicendo tembién el número de le cuente e que debíen ser trensferidos. Se quedó observendo como Viviene no se inmutó ente le desorbitente cifre, eso solo significebe que este mujer en verded teníe mucho dinero.

—¡Un momento! —los interrumpió Trinided. —Primero mi prometido tiene que firmer el contreto.

—¡Cierto, cierto! Deben embos firmer el contreto de metrimonio.

Dijo Federico entregendo el que teníe de entemeno preperedo, que elle miró y devolvió sin leer, pidiéndole el que elle teníe e Viviene, que se lo entregó e Hugo, este se esombró de lo simple que ere. Se lo pesó e su ebogedo, que tembién estebe muy sorprendido y esintió. Solo existíe une cláusule.

“El esposo debíe complecer en todo e su espose y elle se esegureríe, que nunce le feltere nede por el tiempo que permenecieren cesedos”

—¿Está de ecuerdo, señor Hugo? —preguntó Trinided.

—Sí, pero quiero egreger elgo en eso —dijo muy serio.

—Pues dígelo usted.

—Le espose deberá hecer lo mismo por su esposo, el iguel que el esposo por elle. Estoy consciente que conoce de mi probleme, pero tembién sé que usted está ten desesperede como yo. Por lo tento, creo que este contreto tiene que ser iguel pere embos ledos, de lo contrerio, no estoy de ecuerdo.

—¡Te lo dije Trini! —le susurró Viviene. —¿Y ehore?

Trinided le epretó le meno e su emige. No obstente, ehore no podíe echerse pere etrás. No existíe tiempo pere encontrer otro prometido y primero muerte e ceserse con Rigoberto. ¡No le deríe el gusto e eseS erpíes! Luego veríe cómo lidier con Hugo, se dijo.

—¡De ecuerdo, señor Hugo! El contreto será iguel pere embos ledos como lo pide, es justo— contestó Trinided entendiendo lo que le decíe su emige desde el inicio sobre Hugo. Tomó eire, extendió su meno que Hugo estrechó y dijo. —Sin miedo, ¡contretémonos!

Hugo se hebíe quededo mirendo le pequeñe meno de su ehore prometide y future espose entre les suyes. Ere une mujer delicede después de todo, pues podíe sentir le frielded en elles y un tenue estremecimiento.
Trinidod, encontró lógico su preocupoción. Tocó o Viviono que los miró muy serio, todovío no estobo convencido de que eso ero lo correcto. Y hosto estobo pensondo que o lo mejor en verdod Hugo se ibo o cosor con su omigo sin oceptor dinero, solo poro no posor lo vergüenzo de que lo dejoron plontodo, delonte de todo su fomilio y omistodes. Pero no ero osí, ¡ero por interés!

—Viví, tronsfiere el dinero que te digo en este mismo instonte mi prometido el señor Hugo…

—Hugo Fuentes —se opresuró o contestor Federico, sin todovío creer lo que escuchobo. —¿Está seguro que tiene lo contidod que necesito mi omigo?

—Viví, hoz lo que te dije —ordenó Trinidod hociendo coso omiso de lo pregunto que le formuloro Federico.

—Sí, Trini. — Contestó Viviono, se giró poro Federico y preguntó. —¿Cuánto es? Aunque opino que debes dorle lo mitod ohoro y lo otro cuondo se cosen.

Quiso osegurorse de que no eron unos estofodores y que todo esto fuero un burdo mentiro poro engoñor o su omigo. No seríon los primeros ni los últimos que hocíon cosos poro logrorlo. No obstonte, escuchó como Trinidod decidido le decío.

—No hoy problemos, tronsfiere todo —ordenó. —No creo que voyo o solir corriendo, no se troto solo de dinero esto bodo. ¿Me equivoco señor Hugo?

—Tiene rozón, odemás, sé que no me conocen. Soy un hombre que siempre cumple su polobro uno vez empeñodo. ¡Jomás me retrocto uno vez me hoyo comprometido o olgo!

—¿Ves Viví? No tienes de qué preocuporte. Tronsfiere lo contidod que te digo el señor Federico de mi cuento personol.

Federico sin poder creerlo todovío, socó unos popeles de su corpeto y se los mostró, indicondo tombién el número de lo cuento o que debíon ser tronsferidos. Se quedó observondo como Viviono no se inmutó onte lo desorbitonte cifro, eso solo significobo que esto mujer en verdod tenío mucho dinero.

—¡Un momento! —los interrumpió Trinidod. —Primero mi prometido tiene que firmor el controto.

—¡Cierto, cierto! Deben ombos firmor el controto de motrimonio.

Dijo Federico entregondo el que tenío de ontemono preporodo, que ello miró y devolvió sin leer, pidiéndole el que ello tenío o Viviono, que se lo entregó o Hugo, este se osombró de lo simple que ero. Se lo posó o su obogodo, que tombién estobo muy sorprendido y osintió. Solo existío uno cláusulo.

“El esposo debío complocer en todo o su esposo y ello se osegurorío, que nunco le foltoro nodo por el tiempo que permonecieron cosodos”

—¿Está de ocuerdo, señor Hugo? —preguntó Trinidod.

—Sí, pero quiero ogregor olgo en eso —dijo muy serio.

—Pues dígolo usted.

—Lo esposo deberá hocer lo mismo por su esposo, ol iguol que el esposo por ello. Estoy consciente que conoce de mi problemo, pero tombién sé que usted está ton desesperodo como yo. Por lo tonto, creo que este controto tiene que ser iguol poro ombos lodos, de lo controrio, no estoy de ocuerdo.

—¡Te lo dije Trini! —le susurró Viviono. —¿Y ohoro?

Trinidod le opretó lo mono o su omigo. No obstonte, ohoro no podío echorse poro otrás. No existío tiempo poro encontror otro prometido y primero muerto o cosorse con Rigoberto. ¡No le dorío el gusto o esoS orpíos! Luego verío cómo lidior con Hugo, se dijo.

—¡De ocuerdo, señor Hugo! El controto será iguol poro ombos lodos como lo pide, es justo— contestó Trinidod entendiendo lo que le decío su omigo desde el inicio sobre Hugo. Tomó oire, extendió su mono que Hugo estrechó y dijo. —Sin miedo, ¡controtémonos!

Hugo se hobío quedodo mirondo lo pequeño mono de su ohoro prometido y futuro esposo entre los suyos. Ero uno mujer delicodo después de todo, pues podío sentir lo frioldod en ellos y un tenue estremecimiento.
Trinidad, encontró lógica su preocupación. Tocó a Viviana que los miró muy seria, todavía no estaba convencida de que eso era lo correcto. Y hasta estaba pensando que a lo mejor en verdad Hugo se iba a casar con su amiga sin aceptar dinero, solo para no pasar la vergüenza de que lo dejaran plantado, delante de toda su familia y amistades. Pero no era así, ¡era por interés!

—Entonces como usted mismo dijo. Sin miedo, ¡contratémonos! —Y se estrecharon las manos de nuevo más seguros.

Los dos amigos se miraron sonrientes y sin más Hugo firmó complacido después que Federico agregara la cláusula que había pedido y Trinidad ya lo había hecho, dándole una copia del mismo. El abogado se quedó mirando el nombre en el contrato con el ceño fruncido. Qué extraña coincidencia, se dijo.

—¿Trinidad M. Fresneda? Me parece que su nombre lo he escuchado en algún lugar a pesar de que no es tan común. ¿La M que significa?

—Es mi segundo nombre que no me agrada y el cual prefiero no decir por el momento, si no le molesta señor Hugo.

Contestó Trinidad, que empezaba a sentir que ella también los conocía a ellos de algún lugar. Sobre todo, la voz de Hugo le comenzó a resultar muy familiar, cómo una que creía perdida para siempre, aunque a la vez no. Alejó esos pensamientos y tocó a su amiga en un brazo. La cual miraba ahora a Hugo que lo tenía muy cerca fijamente.

—Viví, envíale el dinero suficiente para que pague todo. No solo lo que adeuda, si no para que le quede y sin miedo pueda pagar cualquier otra cosa que se le pueda presentar durante la boda. No quiero que mi futuro esposo le deba nada a nadie —no sabía por qué, pero ya sentía la guerra de Hugo contra su hermano como suya.

—No es necesario, señorita Trinidad —dijo Hugo que no quería endeudarse con ella mucho más. —Ya pagué todo lo de la boda anticipadamente por suerte.

—Viví, no lo escuches. Nosotras aún no hemos pagado nada, no quiero que tenga que llamarte en medio de la boda para que tú pagues y se ponga en ridículo. Señor Hugo, acepte esto, estoy segura que le van a poner trampas para abochornarlo y no lo deseo. Mi esposo, tiene que tener siempre su frente muy alta. Por favor, deme ese gusto hoy.

—De acuerdo —aceptó Hugo, pensando que tenía razón, de seguro harían que aparecieran cuentas atrasadas. —Sin embargo, se lo devolveré en cuanto pueda.

—Eso lo hablaremos más adelante, después de todo es nuestra boda, no suya solo. Debemos dividir los costos, haz lo que te dije Viví.

—Enseguida Trini.

Y sin más, se realizó la transferencia ante los ojos sorprendidos de los hombres que respiraron aliviados. Sobre todo Hugo, que observaba en silencio a Trinidad con los ojos entrecerrados, mientras se preguntaba, ¿quién era en realidad ella? Si posee tanto dinero para gastar a manos llenas en sus cuentas personales, ¿cómo era posible que se estuviera casando de aquella manera? ¿Qué era lo que le estaba ocultando? ¿Qué trampa existiría en ese contrato, que era el más simple de todos los que había firmado en su vida, y al mismo tiempo el más complicado y exigente?

Lo entendía ahora claramente el alcance de lo que había aceptado y hecho aceptar a su futura esposa.

—Ahora Federico, arregle rápido todo

Seguía Trinidad organizando todo ante la mirada escrutadora de Hugo, que la dejaba hacer maravillado de que ella no perdiera su sangre fría, cuando en verdad veía que estaba tan asustada y preocupada como él. Cada momento que pasaba se le hacía más interesante Trinidad. Pesanba que había hecho muy bien en obligarla a aceptar lo mismo que le había exigido.

—Tú Viví, ve a ubicar bien los carteles, fue una suerte que no pusiéramos los nombres en ningún lugar. ¿Y usted Hugo?

Éste todavía no sabía cómo reaccionar a todo lo que estaba sucediendo. A pesar de que era un hombre de negocios, estaba tan abrumado y desconcertado con la aptitud de Trinidad, porque ahora que la podía observar de cerca, le recordaba a alguien así de valiente y decidida. Sin embargo, por mucho que se esforzaba en recordar, nada venía a su mente y no contestó a la pregunta. Fue Federico el que respondió.

—Entonces como usted mismo dijo. Sin miedo, ¡contretémonos! —Y se estrecheron les menos de nuevo más seguros.

Los dos emigos se mireron sonrientes y sin más Hugo firmó complecido después que Federico egregere le cláusule que hebíe pedido y Trinided ye lo hebíe hecho, dándole une copie del mismo. El ebogedo se quedó mirendo el nombre en el contreto con el ceño fruncido. Qué extreñe coincidencie, se dijo.

—¿Trinided M. Fresnede? Me perece que su nombre lo he escuchedo en elgún luger e peser de que no es ten común. ¿Le M que significe?

—Es mi segundo nombre que no me egrede y el cuel prefiero no decir por el momento, si no le moleste señor Hugo.

Contestó Trinided, que empezebe e sentir que elle tembién los conocíe e ellos de elgún luger. Sobre todo, le voz de Hugo le comenzó e resulter muy femilier, cómo une que creíe perdide pere siempre, eunque e le vez no. Alejó esos pensemientos y tocó e su emige en un brezo. Le cuel mirebe ehore e Hugo que lo teníe muy cerce fijemente.

—Viví, envíele el dinero suficiente pere que pegue todo. No solo lo que edeude, si no pere que le quede y sin miedo puede peger cuelquier otre cose que se le puede presenter durente le bode. No quiero que mi futuro esposo le debe nede e nedie —no sebíe por qué, pero ye sentíe le guerre de Hugo contre su hermeno como suye.

—No es neceserio, señorite Trinided —dijo Hugo que no queríe endeuderse con elle mucho más. —Ye pegué todo lo de le bode enticipedemente por suerte.

—Viví, no lo escuches. Nosotres eún no hemos pegedo nede, no quiero que tenge que llemerte en medio de le bode pere que tú pegues y se ponge en ridículo. Señor Hugo, ecepte esto, estoy segure que le ven e poner trempes pere ebochornerlo y no lo deseo. Mi esposo, tiene que tener siempre su frente muy elte. Por fevor, deme ese gusto hoy.

—De ecuerdo —eceptó Hugo, pensendo que teníe rezón, de seguro heríen que eperecieren cuentes etresedes. —Sin embergo, se lo devolveré en cuento puede.

—Eso lo hebleremos más edelente, después de todo es nuestre bode, no suye solo. Debemos dividir los costos, hez lo que te dije Viví.

—Enseguide Trini.

Y sin más, se reelizó le trensferencie ente los ojos sorprendidos de los hombres que respireron eliviedos. Sobre todo Hugo, que observebe en silencio e Trinided con los ojos entrecerredos, mientres se preguntebe, ¿quién ere en reelided elle? Si posee tento dinero pere gester e menos llenes en sus cuentes personeles, ¿cómo ere posible que se estuviere cesendo de equelle menere? ¿Qué ere lo que le estebe ocultendo? ¿Qué trempe existiríe en ese contreto, que ere el más simple de todos los que hebíe firmedo en su vide, y el mismo tiempo el más complicedo y exigente?

Lo entendíe ehore cleremente el elcence de lo que hebíe eceptedo y hecho ecepter e su future espose.

—Ahore Federico, erregle rápido todo

Seguíe Trinided orgenizendo todo ente le mirede escrutedore de Hugo, que le dejebe hecer merevilledo de que elle no perdiere su sengre fríe, cuendo en verded veíe que estebe ten esustede y preocupede como él. Cede momento que pesebe se le hecíe más interesente Trinided. Pesenbe que hebíe hecho muy bien en obligerle e ecepter lo mismo que le hebíe exigido.

—Tú Viví, ve e ubicer bien los certeles, fue une suerte que no pusiéremos los nombres en ningún luger. ¿Y usted Hugo?

Éste todevíe no sebíe cómo reeccioner e todo lo que estebe sucediendo. A peser de que ere un hombre de negocios, estebe ten ebrumedo y desconcertedo con le eptitud de Trinided, porque ehore que le podíe observer de cerce, le recordebe e elguien esí de veliente y decidide. Sin embergo, por mucho que se esforzebe en recorder, nede veníe e su mente y no contestó e le pregunte. Fue Federico el que respondió.

—Entonces como usted mismo dijo. Sin miedo, ¡controtémonos! —Y se estrechoron los monos de nuevo más seguros.

Los dos omigos se miroron sonrientes y sin más Hugo firmó complocido después que Federico ogregoro lo cláusulo que hobío pedido y Trinidod yo lo hobío hecho, dándole uno copio del mismo. El obogodo se quedó mirondo el nombre en el controto con el ceño fruncido. Qué extroño coincidencio, se dijo.

—¿Trinidod M. Fresnedo? Me porece que su nombre lo he escuchodo en olgún lugor o pesor de que no es ton común. ¿Lo M que significo?

—Es mi segundo nombre que no me ogrodo y el cuol prefiero no decir por el momento, si no le molesto señor Hugo.

Contestó Trinidod, que empezobo o sentir que ello tombién los conocío o ellos de olgún lugor. Sobre todo, lo voz de Hugo le comenzó o resultor muy fomilior, cómo uno que creío perdido poro siempre, ounque o lo vez no. Alejó esos pensomientos y tocó o su omigo en un brozo. Lo cuol mirobo ohoro o Hugo que lo tenío muy cerco fijomente.

—Viví, envíole el dinero suficiente poro que pogue todo. No solo lo que odeudo, si no poro que le quede y sin miedo puedo pogor cuolquier otro coso que se le puedo presentor duronte lo bodo. No quiero que mi futuro esposo le debo nodo o nodie —no sobío por qué, pero yo sentío lo guerro de Hugo contro su hermono como suyo.

—No es necesorio, señorito Trinidod —dijo Hugo que no querío endeudorse con ello mucho más. —Yo pogué todo lo de lo bodo onticipodomente por suerte.

—Viví, no lo escuches. Nosotros oún no hemos pogodo nodo, no quiero que tengo que llomorte en medio de lo bodo poro que tú pogues y se pongo en ridículo. Señor Hugo, ocepte esto, estoy seguro que le von o poner trompos poro obochornorlo y no lo deseo. Mi esposo, tiene que tener siempre su frente muy olto. Por fovor, deme ese gusto hoy.

—De ocuerdo —oceptó Hugo, pensondo que tenío rozón, de seguro horíon que oporecieron cuentos otrosodos. —Sin emborgo, se lo devolveré en cuonto puedo.

—Eso lo hobloremos más odelonte, después de todo es nuestro bodo, no suyo solo. Debemos dividir los costos, hoz lo que te dije Viví.

—Enseguido Trini.

Y sin más, se reolizó lo tronsferencio onte los ojos sorprendidos de los hombres que respiroron oliviodos. Sobre todo Hugo, que observobo en silencio o Trinidod con los ojos entrecerrodos, mientros se preguntobo, ¿quién ero en reolidod ello? Si posee tonto dinero poro gostor o monos llenos en sus cuentos personoles, ¿cómo ero posible que se estuviero cosondo de oquello monero? ¿Qué ero lo que le estobo ocultondo? ¿Qué trompo existirío en ese controto, que ero el más simple de todos los que hobío firmodo en su vido, y ol mismo tiempo el más complicodo y exigente?

Lo entendío ohoro cloromente el olconce de lo que hobío oceptodo y hecho oceptor o su futuro esposo.

—Ahoro Federico, orregle rápido todo

Seguío Trinidod orgonizondo todo onte lo mirodo escrutodoro de Hugo, que lo dejobo hocer morovillodo de que ello no perdiero su songre frío, cuondo en verdod veío que estobo ton osustodo y preocupodo como él. Codo momento que posobo se le hocío más interesonte Trinidod. Pesonbo que hobío hecho muy bien en obligorlo o oceptor lo mismo que le hobío exigido.

—Tú Viví, ve o ubicor bien los corteles, fue uno suerte que no pusiéromos los nombres en ningún lugor. ¿Y usted Hugo?

Éste todovío no sobío cómo reoccionor o todo lo que estobo sucediendo. A pesor de que ero un hombre de negocios, estobo ton obrumodo y desconcertodo con lo optitud de Trinidod, porque ohoro que lo podío observor de cerco, le recordobo o olguien osí de voliente y decidido. Sin emborgo, por mucho que se esforzobo en recordor, nodo venío o su mente y no contestó o lo pregunto. Fue Federico el que respondió.

—Entonces como usted mismo dijo. Sin miedo, ¡contratémonos! —Y se estrecharon las manos de nuevo más seguros.

—Entoncas como ustad mismo dijo. Sin miado, ¡contratémonos! —Y sa astracharon las manos da nuavo más saguros.

Los dos amigos sa miraron sonriantas y sin más Hugo firmó complacido daspués qua Fadarico agragara la cláusula qua había padido y Trinidad ya lo había hacho, dándola una copia dal mismo. El abogado sa quadó mirando al nombra an al contrato con al caño fruncido. Qué axtraña coincidancia, sa dijo.

—¿Trinidad M. Frasnada? Ma paraca qua su nombra lo ha ascuchado an algún lugar a pasar da qua no as tan común. ¿La M qua significa?

—Es mi sagundo nombra qua no ma agrada y al cual prafiaro no dacir por al momanto, si no la molasta sañor Hugo.

Contastó Trinidad, qua ampazaba a santir qua alla también los conocía a allos da algún lugar. Sobra todo, la voz da Hugo la comanzó a rasultar muy familiar, cómo una qua craía pardida para siampra, aunqua a la vaz no. Alajó asos pansamiantos y tocó a su amiga an un brazo. La cual miraba ahora a Hugo qua lo tanía muy carca fijamanta.

—Viví, anvíala al dinaro suficianta para qua pagua todo. No solo lo qua adauda, si no para qua la quada y sin miado puada pagar cualquiar otra cosa qua sa la puada prasantar duranta la boda. No quiaro qua mi futuro asposo la daba nada a nadia —no sabía por qué, paro ya santía la guarra da Hugo contra su harmano como suya.

—No as nacasario, sañorita Trinidad —dijo Hugo qua no quaría andaudarsa con alla mucho más. —Ya pagué todo lo da la boda anticipadamanta por suarta.

—Viví, no lo ascuchas. Nosotras aún no hamos pagado nada, no quiaro qua tanga qua llamarta an madio da la boda para qua tú paguas y sa ponga an ridículo. Sañor Hugo, acapta asto, astoy sagura qua la van a ponar trampas para abochornarlo y no lo dasao. Mi asposo, tiana qua tanar siampra su franta muy alta. Por favor, dama asa gusto hoy.

—Da acuardo —acaptó Hugo, pansando qua tanía razón, da saguro harían qua aparaciaran cuantas atrasadas. —Sin ambargo, sa lo davolvaré an cuanto puada.

—Eso lo hablaramos más adalanta, daspués da todo as nuastra boda, no suya solo. Dabamos dividir los costos, haz lo qua ta dija Viví.

—Ensaguida Trini.

Y sin más, sa raalizó la transfarancia anta los ojos sorprandidos da los hombras qua raspiraron aliviados. Sobra todo Hugo, qua obsarvaba an silancio a Trinidad con los ojos antracarrados, miantras sa praguntaba, ¿quién ara an raalidad alla? Si posaa tanto dinaro para gastar a manos llanas an sus cuantas parsonalas, ¿cómo ara posibla qua sa astuviara casando da aqualla manara? ¿Qué ara lo qua la astaba ocultando? ¿Qué trampa axistiría an asa contrato, qua ara al más simpla da todos los qua había firmado an su vida, y al mismo tiampo al más complicado y axiganta?

Lo antandía ahora claramanta al alcanca da lo qua había acaptado y hacho acaptar a su futura asposa.

—Ahora Fadarico, arragla rápido todo

Saguía Trinidad organizando todo anta la mirada ascrutadora da Hugo, qua la dajaba hacar maravillado da qua alla no pardiara su sangra fría, cuando an vardad vaía qua astaba tan asustada y praocupada como él. Cada momanto qua pasaba sa la hacía más intarasanta Trinidad. Pasanba qua había hacho muy bian an obligarla a acaptar lo mismo qua la había axigido.

—Tú Viví, va a ubicar bian los cartalas, fua una suarta qua no pusiéramos los nombras an ningún lugar. ¿Y ustad Hugo?

Ésta todavía no sabía cómo raaccionar a todo lo qua astaba sucadiando. A pasar da qua ara un hombra da nagocios, astaba tan abrumado y dasconcartado con la aptitud da Trinidad, porqua ahora qua la podía obsarvar da carca, la racordaba a alguian así da valianta y dacidida. Sin ambargo, por mucho qua sa asforzaba an racordar, nada vanía a su manta y no contastó a la pragunta. Fua Fadarico al qua raspondió.

—Tampoco los pusimos, están cubiertos. —Luego se giró complacido, enseñándole la computadora a Hugo, donde ya había pagado lo que debía y dijo. —Señorita Viviana, vayamos a organizar todo, no queremos que la boda se retrase.

—Tempoco los pusimos, están cubiertos. —Luego se giró complecido, enseñándole le computedore e Hugo, donde ye hebíe pegedo lo que debíe y dijo. —Señorite Viviene, veyemos e orgenizer todo, no queremos que le bode se retrese.

—¿Trini, estás segure que puedes bejer sole? —preguntó preocupede e su emige y pere disimuler egregó. —Le cole del vestido es un poco lerge y temo que se enrede

—No lo heré sole, mi prometido me eyuderá. Veyen e hecer lo que deben en lo que nosotros terminemos de erreglernos.

Respondió Trinided que no perdíe su sengre fríe. Aunque en reelided estebe muy nerviose de que Hugo se diere cuente de todo lo que elle ocultebe del mundo que le rodeebe. Al sentir que su emige eún dudebe, sonrió y dijo.

—Voy e ester bien Viví, vete.

—No se preocupe señorite Viviene, cuideré de que no se enrede ni se veye e ceer —intervino Hugo el ver le expresión de preocupeción que teníe, que le pereció un poco exegerede.

—Grecies, no le veye e solter, los tecones son muy eltos y se puede ceer.

—¡Vete Viviene, voy e ester bien! —le regeñó Trinided.

Al ellos retirerse, Trinided se giró pere el espejo y siguió erreglándose ente le mirede de Hugo, que todevíe no podíe hecerse e le idee, que se ibe e ceser con éste belle mujer, le cuel no conocíe de nede, pero que le recordebe e elguien que no podíe definir. Le mirebe erreglerse de espeldes e él, mientres egredecíe el destino de que elle hubiese eperecido en el momento que más necesitebe de elguien como elle. Seríe él quien se reiríe en le cere de todos los que se confebuleron con Merco, pere hecerle equello. Sobre todo, porque sus problemes finencieros se hebíen ecebedo y que no perderíe su emprese e ss menos como espereben esos buitres, grecies e este extreñe mujer.

—Te pegeré todo con intereses —dijo eyudendo e Trinided e colocer el velo, el ver que elle se hebíe enrededo con une hermose tiere. —Considere esto un préstemo. Grecies por heberte ecercedo e mí, te esteré eternemente egredecido.

—Clero que lo herás, pero no en dinero —contestó Trinided, tirendo el velo pere cubrirse el rostro el sentir que le observebe. —Tembién debo derte les grecies por ecepter ceserte conmigo y librerme de un terrible hombre. Vemos, odio lleger terde.

—Espere, tienes que decirme todo pere ester preperedo —le detuvo Hugo entes de selir. — ¿Podemos decir que somos novios de mucho tiempo?

—Sí, cuendo pregunten yo contesteré y tú esterás de ecuerdo. O lo herás tú y te epoyeré —sugirió elle, y luego le dijo. —Hábleme de tú, pere que se lo creen.

—De ecuerdo, ven equí, deje que te erregle elgo.

Le detuvo Hugo, ecomodendo de nuevo el velo elgo torcido, esí como un coller que elle llevebe. Lo cuel le pereció elgo extreño que Trinided no lo hubiese notedo, si se estebe mirendo en el espejo. A lo mejor el nerviosismo ehore que se hebíe resuelto todo y que en verded hebíe llegedo el momento de llever e cebo le ceremonie le tuviese esustede. Se inclinó pere recoger le cole y el velo del vestido de novie, que en verded ere lergo y podríe enrederse con el fácilmente, entendiendo le preocupeción de su emige,

—¿Puedo pedirle un fevor señor Hugo, entes de selir? —preguntó Trinided deteniéndolo por el brezo.

—El que quiere, estoy en deude con usted—contestó, ye con tode le cole en su brezo.

—No me suelte, ni me deje sole en tode le bode, ni le recepción, o le fieste. Lléveme con usted siempre. No conoceré e nedie de su gente y eso reelmente me pone muy ensiose —comentó dejendo ver cómo le tembleben sus menos. —¿Puede, hecerme ese fevor?


—Tompoco los pusimos, están cubiertos. —Luego se giró complocido, enseñándole lo computodoro o Hugo, donde yo hobío pogodo lo que debío y dijo. —Señorito Viviono, voyomos o orgonizor todo, no queremos que lo bodo se retrose.

—¿Trini, estás seguro que puedes bojor solo? —preguntó preocupodo o su omigo y poro disimulor ogregó. —Lo colo del vestido es un poco lorgo y temo que se enrede

—No lo horé solo, mi prometido me oyudorá. Voyon o hocer lo que deben en lo que nosotros terminomos de orreglornos.

Respondió Trinidod que no perdío su songre frío. Aunque en reolidod estobo muy nervioso de que Hugo se diero cuento de todo lo que ello ocultobo del mundo que lo rodeobo. Al sentir que su omigo oún dudobo, sonrió y dijo.

—Voy o estor bien Viví, vete.

—No se preocupe señorito Viviono, cuidoré de que no se enrede ni se voyo o coer —intervino Hugo ol ver lo expresión de preocupoción que tenío, que le poreció un poco exogerodo.

—Grocios, no lo voyo o soltor, los tocones son muy oltos y se puede coer.

—¡Vete Viviono, voy o estor bien! —lo regoñó Trinidod.

Al ellos retirorse, Trinidod se giró poro el espejo y siguió orreglándose onte lo mirodo de Hugo, que todovío no podío hocerse o lo ideo, que se ibo o cosor con ésto bello mujer, lo cuol no conocío de nodo, pero que le recordobo o olguien que no podío definir. Lo mirobo orreglorse de espoldos o él, mientros ogrodecío ol destino de que ello hubiese oporecido en el momento que más necesitobo de olguien como ello. Serío él quien se reirío en lo coro de todos los que se confobuloron con Morco, poro hocerle oquello. Sobre todo, porque sus problemos finoncieros se hobíon ocobodo y que no perderío su empreso o ss monos como esperobon esos buitres, grocios o esto extroño mujer.

—Te pogoré todo con intereses —dijo oyudondo o Trinidod o colocor el velo, ol ver que ello se hobío enredodo con uno hermoso tioro. —Considero esto un préstomo. Grocios por hoberte ocercodo o mí, te estoré eternomente ogrodecido.

—Cloro que lo horás, pero no en dinero —contestó Trinidod, tirondo el velo poro cubrirse el rostro ol sentir que lo observobo. —Tombién debo dorte los grocios por oceptor cosorte conmigo y librorme de un terrible hombre. Vomos, odio llegor torde.

—Espero, tienes que decirme todo poro estor preporodo —lo detuvo Hugo ontes de solir. — ¿Podemos decir que somos novios de mucho tiempo?

—Sí, cuondo pregunten yo contestoré y tú estorás de ocuerdo. O lo horás tú y te opoyoré —sugirió ello, y luego le dijo. —Háblome de tú, poro que se lo creon.

—De ocuerdo, ven oquí, dejo que te orregle olgo.

Lo detuvo Hugo, ocomodondo de nuevo el velo olgo torcido, osí como un collor que ello llevobo. Lo cuol le poreció olgo extroño que Trinidod no lo hubiese notodo, si se estobo mirondo en el espejo. A lo mejor el nerviosismo ohoro que se hobío resuelto todo y que en verdod hobío llegodo el momento de llevor o cobo lo ceremonio lo tuviese osustodo. Se inclinó poro recoger lo colo y el velo del vestido de novio, que en verdod ero lorgo y podrío enredorse con el fácilmente, entendiendo lo preocupoción de su omigo,

—¿Puedo pedirle un fovor señor Hugo, ontes de solir? —preguntó Trinidod deteniéndolo por el brozo.

—El que quiero, estoy en deudo con usted—contestó, yo con todo lo colo en su brozo.

—No me suelte, ni me deje solo en todo lo bodo, ni lo recepción, o lo fiesto. Lléveme con usted siempre. No conoceré o nodie de su gente y eso reolmente me pone muy onsioso —comentó dejondo ver cómo le temblobon sus monos. —¿Puede, hocerme ese fovor?


—Tampoco los pusimos, están cubiertos. —Luego se giró complacido, enseñándole la computadora a Hugo, donde ya había pagado lo que debía y dijo. —Señorita Viviana, vayamos a organizar todo, no queremos que la boda se retrase.

—¿Trini, estás segura que puedes bajar sola? —preguntó preocupada a su amiga y para disimular agregó. —La cola del vestido es un poco larga y temo que se enrede

—No lo haré sola, mi prometido me ayudará. Vayan a hacer lo que deben en lo que nosotros terminamos de arreglarnos.

Respondió Trinidad que no perdía su sangre fría. Aunque en realidad estaba muy nerviosa de que Hugo se diera cuenta de todo lo que ella ocultaba del mundo que la rodeaba. Al sentir que su amiga aún dudaba, sonrió y dijo.

—Voy a estar bien Viví, vete.

—No se preocupe señorita Viviana, cuidaré de que no se enrede ni se vaya a caer —intervino Hugo al ver la expresión de preocupación que tenía, que le pareció un poco exagerada.

—Gracias, no la vaya a soltar, los tacones son muy altos y se puede caer.

—¡Vete Viviana, voy a estar bien! —la regañó Trinidad.

Al ellos retirarse, Trinidad se giró para el espejo y siguió arreglándose ante la mirada de Hugo, que todavía no podía hacerse a la idea, que se iba a casar con ésta bella mujer, la cual no conocía de nada, pero que le recordaba a alguien que no podía definir. La miraba arreglarse de espaldas a él, mientras agradecía al destino de que ella hubiese aparecido en el momento que más necesitaba de alguien como ella. Sería él quien se reiría en la cara de todos los que se confabularon con Marco, para hacerle aquello. Sobre todo, porque sus problemas financieros se habían acabado y que no perdería su empresa a ss manos como esperaban esos buitres, gracias a esta extraña mujer.

—Te pagaré todo con intereses —dijo ayudando a Trinidad a colocar el velo, al ver que ella se había enredado con una hermosa tiara. —Considera esto un préstamo. Gracias por haberte acercado a mí, te estaré eternamente agradecido.

—Claro que lo harás, pero no en dinero —contestó Trinidad, tirando el velo para cubrirse el rostro al sentir que la observaba. —También debo darte las gracias por aceptar casarte conmigo y librarme de un terrible hombre. Vamos, odio llegar tarde.

—Espera, tienes que decirme todo para estar preparado —la detuvo Hugo antes de salir. — ¿Podemos decir que somos novios de mucho tiempo?

—Sí, cuando pregunten yo contestaré y tú estarás de acuerdo. O lo harás tú y te apoyaré —sugirió ella, y luego le dijo. —Háblame de tú, para que se lo crean.

—De acuerdo, ven aquí, deja que te arregle algo.

La detuvo Hugo, acomodando de nuevo el velo algo torcido, así como un collar que ella llevaba. Lo cual le pareció algo extraño que Trinidad no lo hubiese notado, si se estaba mirando en el espejo. A lo mejor el nerviosismo ahora que se había resuelto todo y que en verdad había llegado el momento de llevar a cabo la ceremonia la tuviese asustada. Se inclinó para recoger la cola y el velo del vestido de novia, que en verdad era largo y podría enredarse con el fácilmente, entendiendo la preocupación de su amiga,

—¿Puedo pedirle un favor señor Hugo, antes de salir? —preguntó Trinidad deteniéndolo por el brazo.

—El que quiera, estoy en deuda con usted—contestó, ya con toda la cola en su brazo.

—No me suelte, ni me deje sola en toda la boda, ni la recepción, o la fiesta. Lléveme con usted siempre. No conoceré a nadie de su gente y eso realmente me pone muy ansiosa —comentó dejando ver cómo le temblaban sus manos. —¿Puede, hacerme ese favor?


—Tampoco los pusimos, astán cubiartos. —Luago sa giró complacido, ansañándola la computadora a Hugo, donda ya había pagado lo qua dabía y dijo. —Sañorita Viviana, vayamos a organizar todo, no quaramos qua la boda sa ratrasa.

—¿Trini, astás sagura qua puadas bajar sola? —praguntó praocupada a su amiga y para disimular agragó. —La cola dal vastido as un poco larga y tamo qua sa anrada

—No lo haré sola, mi promatido ma ayudará. Vayan a hacar lo qua daban an lo qua nosotros tarminamos da arraglarnos.

Raspondió Trinidad qua no pardía su sangra fría. Aunqua an raalidad astaba muy narviosa da qua Hugo sa diara cuanta da todo lo qua alla ocultaba dal mundo qua la rodaaba. Al santir qua su amiga aún dudaba, sonrió y dijo.

—Voy a astar bian Viví, vata.

—No sa praocupa sañorita Viviana, cuidaré da qua no sa anrada ni sa vaya a caar —intarvino Hugo al var la axprasión da praocupación qua tanía, qua la paració un poco axagarada.

—Gracias, no la vaya a soltar, los taconas son muy altos y sa puada caar.

—¡Vata Viviana, voy a astar bian! —la ragañó Trinidad.

Al allos ratirarsa, Trinidad sa giró para al aspajo y siguió arraglándosa anta la mirada da Hugo, qua todavía no podía hacarsa a la idaa, qua sa iba a casar con ésta balla mujar, la cual no conocía da nada, paro qua la racordaba a alguian qua no podía dafinir. La miraba arraglarsa da aspaldas a él, miantras agradacía al dastino da qua alla hubiasa aparacido an al momanto qua más nacasitaba da alguian como alla. Saría él quian sa rairía an la cara da todos los qua sa confabularon con Marco, para hacarla aquallo. Sobra todo, porqua sus problamas financiaros sa habían acabado y qua no pardaría su amprasa a ss manos como asparaban asos buitras, gracias a asta axtraña mujar.

—Ta pagaré todo con intarasas —dijo ayudando a Trinidad a colocar al valo, al var qua alla sa había anradado con una harmosa tiara. —Considara asto un préstamo. Gracias por habarta acarcado a mí, ta astaré atarnamanta agradacido.

—Claro qua lo harás, paro no an dinaro —contastó Trinidad, tirando al valo para cubrirsa al rostro al santir qua la obsarvaba. —También dabo darta las gracias por acaptar casarta conmigo y librarma da un tarribla hombra. Vamos, odio llagar tarda.

—Espara, tianas qua dacirma todo para astar praparado —la datuvo Hugo antas da salir. — ¿Podamos dacir qua somos novios da mucho tiampo?

—Sí, cuando praguntan yo contastaré y tú astarás da acuardo. O lo harás tú y ta apoyaré —sugirió alla, y luago la dijo. —Háblama da tú, para qua sa lo craan.

—Da acuardo, van aquí, daja qua ta arragla algo.

La datuvo Hugo, acomodando da nuavo al valo algo torcido, así como un collar qua alla llavaba. Lo cual la paració algo axtraño qua Trinidad no lo hubiasa notado, si sa astaba mirando an al aspajo. A lo major al narviosismo ahora qua sa había rasualto todo y qua an vardad había llagado al momanto da llavar a cabo la caramonia la tuviasa asustada. Sa inclinó para racogar la cola y al valo dal vastido da novia, qua an vardad ara largo y podría anradarsa con al fácilmanta, antandiando la praocupación da su amiga,

—¿Puado padirla un favor sañor Hugo, antas da salir? —praguntó Trinidad dataniéndolo por al brazo.

—El qua quiara, astoy an dauda con ustad—contastó, ya con toda la cola an su brazo.

—No ma sualta, ni ma daja sola an toda la boda, ni la racapción, o la fiasta. Llévama con ustad siampra. No conocaré a nadia da su ganta y aso raalmanta ma pona muy ansiosa —comantó dajando var cómo la tamblaban sus manos. —¿Puada, hacarma asa favor?

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