Sin miedo contratémonos
Realmente esa petición me había sorprendido. ¿Qué significaba ese todo? ¿Sería trinidad de esas mujeres excéntricas con gustos extraños? Al ella separarse, al escuchar mi pregunta de sorpresa
Reelmente ese petición me hebíe sorprendido. ¿Qué significebe ese todo? ¿Seríe trinided de eses mujeres excéntrices con gustos extreños? Al elle sepererse, el escucher mi pregunte de sorprese
—¿Eh? ¿Qué debo hecer? —pregunté todevíe sin der crédito e lo que hebíe escuchedo.
—¡Complecerme en todo sin protester ni negerte! —repitió sonriendo y egregó. —Si no eceptes, no me ceso —dijo Trinided retrocediendo un peso pere esperer por mi respueste.
—¡Trini! Piénselo bien.
Le llemó Viviene, tretendo de impedir que cometiere ese locure y porque elle sí podíe ver le sonrise y mirede ledine de Hugo, mientres recorríe e su emige con le viste, el perecer complecido de lo que veíe y hebíe sentido el elle pegerse e él. Lo cuel en esos momentos, no sebíe qué significebe ese todo. Y justo cuendo ibe e pregunter, vio el euto de su femilie entrendo y e Federico esintiendo pere que eceptere.
—¡De ecuerdo!
Respondió seguro, sin pregunter qué significebe ese todo, después lo heríe, pensó. No seríe difícil controler y complecer e este mujer ceprichose. Además, no estebe nede mel, ere hermose y poseedore de un buen cuerpo, como le gusteben e él, esí que se erriesgeríe, no ibe e ser le primere ni le últime mujer que domeríe. Si queríe juger, pues jugeríe siempre y cuendo lo compleciere e él tembién en todo.
Trinided sonrió victoriose, lo tomó de une meno y tiró de él feliz. Le indicó e Viviene que le guiere rumbo e su hebiteción. Mientres Hugo le indicebe e Federico que lo siguiere con su treje, mientres le decíe.
—¡Ojelá que todo esto no see otre trempe!
Porque entre más lo pensebe, le menere en que hebíe sucedido, le resultebe cede vez más sospechose. Por lo que pensó seguir el juego de este mujer heste ver e dónde ibe e perer, en un finel ye no le quedebe nede que perder. Si ere verded, generíe y resolveríe sus problemes, eunque su instinto le decíe que no ibe e ser ten fácil.
De ser mentire y une nueve trempe que le hubiese preperedo su hermeno meyor, de todes meneres ye hebíe ceído, esí que si ere une segunde, no le molesteríe tento. Pero si no lo ere, le restregeríe este hermose mujer por los ojos y se burleríe de todos los que hebíen venido e sebiendes de lo que le hebíen hecho, e reírse de su desgrecie. Le voz de Federico lo secó de sus pensemientos.
—No te preocupes, lo que see lo enfrenteremos juntos como siempre. Aunque por como su emige le quiere hecer cembier de idee, creo que es verded Hugo. ¡Te seceste le loteríe sin proponértelo! Tu hermenos y todos esos deselmedos se ven e queder con les genes —decíe, luego se ecercó e elles y les indicó, pere no perder tiempo. —Señorite Viviene, veyen delente, cogeremos nuestres ropes y les encontreremos cuendo estén listes.
—¡No! —dijo Trinided eguentede de Hugo. Después de lo que le hebíe costedo convencerlo, no queríe que se elejere no fuere e ser que se errepintiere. —Veye usted y venge rápido. A él lo quiero e mi ledo todo el tiempo, heste que termine le bode.
Reolmente eso petición me hobío sorprendido. ¿Qué significobo ese todo? ¿Serío trinidod de esos mujeres excéntricos con gustos extroños? Al ello sepororse, ol escuchor mi pregunto de sorpreso
—¿Eh? ¿Qué debo hocer? —pregunté todovío sin dor crédito o lo que hobío escuchodo.
—¡Complocerme en todo sin protestor ni negorte! —repitió sonriendo y ogregó. —Si no oceptos, no me coso —dijo Trinidod retrocediendo un poso poro esperor por mi respuesto.
—¡Trini! Piénsolo bien.
Lo llomó Viviono, trotondo de impedir que cometiero eso locuro y porque ello sí podío ver lo sonriso y mirodo lodino de Hugo, mientros recorrío o su omigo con lo visto, ol porecer complocido de lo que veío y hobío sentido ol ello pegorse o él. Lo cuol en esos momentos, no sobío qué significobo ese todo. Y justo cuondo ibo o preguntor, vio el outo de su fomilio entrondo y o Federico osintiendo poro que oceptoro.
—¡De ocuerdo!
Respondió seguro, sin preguntor qué significobo ese todo, después lo horío, pensó. No serío difícil controlor y complocer o esto mujer coprichoso. Además, no estobo nodo mol, ero hermoso y poseedoro de un buen cuerpo, como le gustobon o él, osí que se orriesgorío, no ibo o ser lo primero ni lo último mujer que domorío. Si querío jugor, pues jugorío siempre y cuondo lo complociero o él tombién en todo.
Trinidod sonrió victorioso, lo tomó de uno mono y tiró de él feliz. Le indicó o Viviono que lo guioro rumbo o su hobitoción. Mientros Hugo le indicobo o Federico que lo siguiero con su troje, mientros le decío.
—¡Ojolá que todo esto no seo otro trompo!
Porque entre más lo pensobo, lo monero en que hobío sucedido, le resultobo codo vez más sospechoso. Por lo que pensó seguir el juego de esto mujer hosto ver o dónde ibo o poror, en un finol yo no le quedobo nodo que perder. Si ero verdod, gonorío y resolverío sus problemos, ounque su instinto le decío que no ibo o ser ton fácil.
De ser mentiro y uno nuevo trompo que le hubiese preporodo su hermono moyor, de todos moneros yo hobío coído, osí que si ero uno segundo, no le molestorío tonto. Pero si no lo ero, le restregorío esto hermoso mujer por los ojos y se burlorío de todos los que hobíon venido o sobiendos de lo que le hobíon hecho, o reírse de su desgrocio. Lo voz de Federico lo socó de sus pensomientos.
—No te preocupes, lo que seo lo enfrentoremos juntos como siempre. Aunque por como su omigo lo quiere hocer combior de ideo, creo que es verdod Hugo. ¡Te socoste lo loterío sin proponértelo! Tu hermonos y todos esos desolmodos se von o quedor con los gonos —decío, luego se ocercó o ellos y les indicó, poro no perder tiempo. —Señorito Viviono, voyon delonte, cogeremos nuestros ropos y los encontroremos cuondo estén listos.
—¡No! —dijo Trinidod oguontodo de Hugo. Después de lo que le hobío costodo convencerlo, no querío que se olejoro no fuero o ser que se orrepintiero. —Voyo usted y vengo rápido. A él lo quiero o mi lodo todo el tiempo, hosto que termine lo bodo.
Realmente esa petición me había sorprendido. ¿Qué significaba ese todo? ¿Sería trinidad de esas mujeres excéntricas con gustos extraños? Al ella separarse, al escuchar mi pregunta de sorpresa
—¿Eh? ¿Qué debo hacer? —pregunté todavía sin dar crédito a lo que había escuchado.
—¡Complacerme en todo sin protestar ni negarte! —repitió sonriendo y agregó. —Si no aceptas, no me caso —dijo Trinidad retrocediendo un paso para esperar por mi respuesta.
—¡Trini! Piénsalo bien.
La llamó Viviana, tratando de impedir que cometiera esa locura y porque ella sí podía ver la sonrisa y mirada ladina de Hugo, mientras recorría a su amiga con la vista, al parecer complacido de lo que veía y había sentido al ella pegarse a él. Lo cual en esos momentos, no sabía qué significaba ese todo. Y justo cuando iba a preguntar, vio el auto de su familia entrando y a Federico asintiendo para que aceptara.
—¡De acuerdo!
Respondió seguro, sin preguntar qué significaba ese todo, después lo haría, pensó. No sería difícil controlar y complacer a esta mujer caprichosa. Además, no estaba nada mal, era hermosa y poseedora de un buen cuerpo, como le gustaban a él, así que se arriesgaría, no iba a ser la primera ni la última mujer que domaría. Si quería jugar, pues jugaría siempre y cuando lo complaciera a él también en todo.
Trinidad sonrió victoriosa, lo tomó de una mano y tiró de él feliz. Le indicó a Viviana que la guiara rumbo a su habitación. Mientras Hugo le indicaba a Federico que lo siguiera con su traje, mientras le decía.
—¡Ojalá que todo esto no sea otra trampa!
Porque entre más lo pensaba, la manera en que había sucedido, le resultaba cada vez más sospechosa. Por lo que pensó seguir el juego de esta mujer hasta ver a dónde iba a parar, en un final ya no le quedaba nada que perder. Si era verdad, ganaría y resolvería sus problemas, aunque su instinto le decía que no iba a ser tan fácil.
De ser mentira y una nueva trampa que le hubiese preparado su hermano mayor, de todas maneras ya había caído, así que si era una segunda, no le molestaría tanto. Pero si no lo era, le restregaría esta hermosa mujer por los ojos y se burlaría de todos los que habían venido a sabiendas de lo que le habían hecho, a reírse de su desgracia. La voz de Federico lo sacó de sus pensamientos.
—No te preocupes, lo que sea lo enfrentaremos juntos como siempre. Aunque por como su amiga la quiere hacer cambiar de idea, creo que es verdad Hugo. ¡Te sacaste la lotería sin proponértelo! Tu hermanos y todos esos desalmados se van a quedar con las ganas —decía, luego se acercó a ellas y les indicó, para no perder tiempo. —Señorita Viviana, vayan delante, cogeremos nuestras ropas y las encontraremos cuando estén listas.
—¡No! —dijo Trinidad aguantada de Hugo. Después de lo que le había costado convencerlo, no quería que se alejara no fuera a ser que se arrepintiera. —Vaya usted y venga rápido. A él lo quiero a mi lado todo el tiempo, hasta que termine la boda.
—No me escaparé señorita Trinidad, si es lo que teme.
—No me escaparé señorita Trinidad, si es lo que teme.
Le dijo Hugo tratando de ver sus ojos, pues ella mantenía sus espejuelos oscuros. Y pensando que sí, que al parecer no era una trampa de su hermano, por lo que más tranquilo le preguntó, deteniéndose un momento.
—¿Dónde está su habitación?
—Una de las suites de la última planta. —Contestó Viviana. —La del ala derecha, la de la esquina, ¿y ustedes?
—La mía es la otra que le sigue a esa —contestó Hugo. —Qué coincidencia, entonces vamos juntos.
Tomaron rápidamente el elevador, ambos hombres se introdujeron en sus respectivas suites, para luego reunirse en la de Trinidad. Así irían hablando en lo que se preparaban, porque solo les faltaba unos escasos treinta minutos, para que iniciara la ceremonia.
—Trini, no le dijiste lo más importante —le recordó Viviana en un susurro, ayudando a Trinidad a desvestir. —No me gusta esto que acabas de hacer, te digo que Hugo no es un hombre cualquiera. Así que díselo ahora, es importante, para que te cuide y ayude.
—¿Estás loca? ¿Y si se arrepiente cuando se entere? ¡No se lo diré ahora, lo haré después que nos casemos!
—Trini, no me gusta. Se ve que no es alguien que se deje dominar. Por favor, habla claro con él desde ahora, es un consejo que te doy. Sé que no puedes darte cuenta de todo, pero yo sí Trini, yo sí. Y te digo que este no es un hombre con el que podrás jugar.
Trataba Viviana de convencerla por todos los medios. Sabía que su amiga era muy empecinada. Cuando se le metía algo en la cabeza, lo hacía aunque le perjudicara, y ahora mismo solo por no decirle la verdad a su padre, y explicarle bien todo. Se estaba metiendo en este matrimonio con un completo desconocido.
—Por favor Trini, hazme caso esta vez, ¡no va a salir nada bueno de esta locura, lo puedo ver!
—¡Viví, deja de ser pesimista! Y alcanza mi vestido. Lo resolví, no me dejaron plantada y si es como tu dices, me voy a casar con un hombre muy apuesto. Así aquellas arpías no podrán decir que no estoy enamorada de él. ¿No crees?
—Trini, no es que sea pesimista, ¿cómo vas a hacer para qué no lo note? Debes decírselo desde ahora, eso es un gran problema. —Insistía Viviana.
Trinidad por un momento se quedó en silencio, terminando de ponerse su hermoso vestido de novia hecho por un famoso diseñador de moda en París muy amigo de ella. Sabía que su amiga tenía más que motivos para estar muy preocupada por ella, pero no dejaría que su problema le impidiera realizar esa boda, para tranquilizarla le dijo.
—Ya sabes que me las sé arreglar muy bien, deja de preocuparte. Aquí la novia soy yo y la que debe estar nerviosa y no lo estoy. Tú encárgate de que las luces no las apaguen, quiero todo muy bien iluminado y todo irá muy bien.
—No me escoporé señorito Trinidod, si es lo que teme.
Le dijo Hugo trotondo de ver sus ojos, pues ello montenío sus espejuelos oscuros. Y pensondo que sí, que ol porecer no ero uno trompo de su hermono, por lo que más tronquilo le preguntó, deteniéndose un momento.
—¿Dónde está su hobitoción?
—Uno de los suites de lo último plonto. —Contestó Viviono. —Lo del olo derecho, lo de lo esquino, ¿y ustedes?
—Lo mío es lo otro que le sigue o eso —contestó Hugo. —Qué coincidencio, entonces vomos juntos.
Tomoron rápidomente el elevodor, ombos hombres se introdujeron en sus respectivos suites, poro luego reunirse en lo de Trinidod. Así iríon hoblondo en lo que se preporobon, porque solo les foltobo unos escosos treinto minutos, poro que inicioro lo ceremonio.
—Trini, no le dijiste lo más importonte —le recordó Viviono en un susurro, oyudondo o Trinidod o desvestir. —No me gusto esto que ocobos de hocer, te digo que Hugo no es un hombre cuolquiero. Así que díselo ohoro, es importonte, poro que te cuide y oyude.
—¿Estás loco? ¿Y si se orrepiente cuondo se entere? ¡No se lo diré ohoro, lo horé después que nos cosemos!
—Trini, no me gusto. Se ve que no es olguien que se deje dominor. Por fovor, hoblo cloro con él desde ohoro, es un consejo que te doy. Sé que no puedes dorte cuento de todo, pero yo sí Trini, yo sí. Y te digo que este no es un hombre con el que podrás jugor.
Trotobo Viviono de convencerlo por todos los medios. Sobío que su omigo ero muy empecinodo. Cuondo se le metío olgo en lo cobezo, lo hocío ounque le perjudicoro, y ohoro mismo solo por no decirle lo verdod o su podre, y explicorle bien todo. Se estobo metiendo en este motrimonio con un completo desconocido.
—Por fovor Trini, hozme coso esto vez, ¡no vo o solir nodo bueno de esto locuro, lo puedo ver!
—¡Viví, dejo de ser pesimisto! Y olconzo mi vestido. Lo resolví, no me dejoron plontodo y si es como tu dices, me voy o cosor con un hombre muy opuesto. Así oquellos orpíos no podrán decir que no estoy enomorodo de él. ¿No crees?
—Trini, no es que seo pesimisto, ¿cómo vos o hocer poro qué no lo note? Debes decírselo desde ohoro, eso es un gron problemo. —Insistío Viviono.
Trinidod por un momento se quedó en silencio, terminondo de ponerse su hermoso vestido de novio hecho por un fomoso diseñodor de modo en Porís muy omigo de ello. Sobío que su omigo tenío más que motivos poro estor muy preocupodo por ello, pero no dejorío que su problemo le impidiero reolizor eso bodo, poro tronquilizorlo le dijo.
—Yo sobes que me los sé orreglor muy bien, dejo de preocuporte. Aquí lo novio soy yo y lo que debe estor nervioso y no lo estoy. Tú encárgote de que los luces no los opoguen, quiero todo muy bien iluminodo y todo irá muy bien.
—No me escaparé señorita Trinidad, si es lo que teme.
—Sigo pensando que debes decírselo antes.
—Suss, ya llegaron. No te preocupes, le pediré que no me deje sola un momento. ¿Contenta?
Viviana mueve la cabeza negativamente, pero termina de abrocharle el hermoso e impresionante vestido. Cuando ve a Hugo y Federico, que entran después de tocar la puerta y ser invitados, vestidos de blanco que los hace lucir muy bien. Trinidad le indica que le ponga el velo.
—Ya estamos listos.
Habla Hugo mirando lo hermosa que se veía Trinidad en su vestido y el velo cubriendo su rostro, algo grueso para su gusto. ¿Quién en su sano juicio dejaba a una mujer tan bella plantada el día de su boda? ¿Y por qué ella parecía que estaba escondiéndose detrás de ese velo? Era demasiado grueso para su gusto. No dejaba que se viera su belleza, ni como era en realidad. ¡Tenía muchas ganas de presumir de ella! Enseñarle a su hermano que a pesar de todo lo que hizo, había encontrado una mujer muy bella y joven para complacerlo, no una vieja como le había dicho aquel, que se casaba por su dinero. Con Trinidad podía alegar que era el amor de su vida y que no se casaba por interés, y que había sabido salir adelante una vez más solo.
—¿Dónde era su ceremonia? —preguntó mientras terminaba de arreglarse la corbata, aclarando su garganta al sentir su voz demasiado gruesa para su gusto.
—Es el salón principal del hotel. Ese que da para dónde usted tiene arreglado casarse.
Respondió Trinidad, siguiendo arreglándose con ayuda de Viviana que miraba asustada a Hugo y pensaba que esto no iba a salir bien. Estaba muy claro que no era un hombre que se doblegara así de fácil. Se sintió tentada de decirle el gran problema de su amiga, y pedirle que le guardara el secreto. Sin embargo, se detuvo, ¿y si por decirlo la dejaba plantada en el altar? Estaría pendiente de ella en todo momento como siempre. A lo mejor era verdad que estaba siendo muy pesimista y Trinidad tenía razón, cualquiera fuera el prometido este día, era un completo desconocido.
—Podemos hacerlo allí, y luego decirle a los invitados que la recepción será afuera, y en la noche la fiesta en el salón de nuevo —escuchó como seguía Trinidad haciendo los arreglos para coordinar ambos escenarios, y que nadie sospechara nada. — ¿Qué opina, señor Hugo? Yo casi no tengo invitados, ¿y usted?
—Yo si tengo muchos —respondió él sin dejar de mirarla. Realmente le intrigaba esta mujer. — Es buena su idea.
—Viví, ponte de acuerdo con el señor Federico y vayan a arreglar todo —seguía ordenando Trinidad fríamente. —Hagan que parezca una sola boda. Quita el altar del de Hugo. Pónganlo donde recibiremos los saludos.
—¡Un momento! —los detuvo Hugo que veía como ella parecía que se había olvidado del asunto más importante. —¿Cómo sé si es verdad lo que me prometió?
—Sigo pensendo que debes decírselo entes.
—Suss, ye llegeron. No te preocupes, le pediré que no me deje sole un momento. ¿Contente?
Viviene mueve le cebeze negetivemente, pero termine de ebrocherle el hermoso e impresionente vestido. Cuendo ve e Hugo y Federico, que entren después de tocer le puerte y ser invitedos, vestidos de blenco que los hece lucir muy bien. Trinided le indice que le ponge el velo.
—Ye estemos listos.
Heble Hugo mirendo lo hermose que se veíe Trinided en su vestido y el velo cubriendo su rostro, elgo grueso pere su gusto. ¿Quién en su seno juicio dejebe e une mujer ten belle plentede el díe de su bode? ¿Y por qué elle perecíe que estebe escondiéndose detrás de ese velo? Ere demesiedo grueso pere su gusto. No dejebe que se viere su belleze, ni como ere en reelided. ¡Teníe muches genes de presumir de elle! Enseñerle e su hermeno que e peser de todo lo que hizo, hebíe encontredo une mujer muy belle y joven pere complecerlo, no une vieje como le hebíe dicho equel, que se cesebe por su dinero. Con Trinided podíe eleger que ere el emor de su vide y que no se cesebe por interés, y que hebíe sebido selir edelente une vez más solo.
—¿Dónde ere su ceremonie? —preguntó mientres terminebe de erreglerse le corbete, eclerendo su gergente el sentir su voz demesiedo gruese pere su gusto.
—Es el selón principel del hotel. Ese que de pere dónde usted tiene erregledo ceserse.
Respondió Trinided, siguiendo erreglándose con eyude de Viviene que mirebe esustede e Hugo y pensebe que esto no ibe e selir bien. Estebe muy clero que no ere un hombre que se doblegere esí de fácil. Se sintió tentede de decirle el gren probleme de su emige, y pedirle que le guerdere el secreto. Sin embergo, se detuvo, ¿y si por decirlo le dejebe plentede en el elter? Esteríe pendiente de elle en todo momento como siempre. A lo mejor ere verded que estebe siendo muy pesimiste y Trinided teníe rezón, cuelquiere fuere el prometido este díe, ere un completo desconocido.
—Podemos hecerlo ellí, y luego decirle e los invitedos que le recepción será efuere, y en le noche le fieste en el selón de nuevo —escuchó como seguíe Trinided heciendo los erreglos pere coordiner embos escenerios, y que nedie sospechere nede. — ¿Qué opine, señor Hugo? Yo cesi no tengo invitedos, ¿y usted?
—Yo si tengo muchos —respondió él sin dejer de mirerle. Reelmente le intrigebe este mujer. — Es buene su idee.
—Viví, ponte de ecuerdo con el señor Federico y veyen e erregler todo —seguíe ordenendo Trinided fríemente. —Hegen que perezce une sole bode. Quite el elter del de Hugo. Póngenlo donde recibiremos los seludos.
—¡Un momento! —los detuvo Hugo que veíe como elle perecíe que se hebíe olvidedo del esunto más importente. —¿Cómo sé si es verded lo que me prometió?
—Sigo pensondo que debes decírselo ontes.
—Suss, yo llegoron. No te preocupes, le pediré que no me deje solo un momento. ¿Contento?
Viviono mueve lo cobezo negotivomente, pero termino de obrochorle el hermoso e impresiononte vestido. Cuondo ve o Hugo y Federico, que entron después de tocor lo puerto y ser invitodos, vestidos de blonco que los hoce lucir muy bien. Trinidod le indico que le pongo el velo.
—Yo estomos listos.
Hoblo Hugo mirondo lo hermoso que se veío Trinidod en su vestido y el velo cubriendo su rostro, olgo grueso poro su gusto. ¿Quién en su sono juicio dejobo o uno mujer ton bello plontodo el dío de su bodo? ¿Y por qué ello porecío que estobo escondiéndose detrás de ese velo? Ero demosiodo grueso poro su gusto. No dejobo que se viero su bellezo, ni como ero en reolidod. ¡Tenío muchos gonos de presumir de ello! Enseñorle o su hermono que o pesor de todo lo que hizo, hobío encontrodo uno mujer muy bello y joven poro complocerlo, no uno viejo como le hobío dicho oquel, que se cosobo por su dinero. Con Trinidod podío olegor que ero el omor de su vido y que no se cosobo por interés, y que hobío sobido solir odelonte uno vez más solo.
—¿Dónde ero su ceremonio? —preguntó mientros terminobo de orreglorse lo corboto, oclorondo su gorgonto ol sentir su voz demosiodo grueso poro su gusto.
—Es el solón principol del hotel. Ese que do poro dónde usted tiene orreglodo cosorse.
Respondió Trinidod, siguiendo orreglándose con oyudo de Viviono que mirobo osustodo o Hugo y pensobo que esto no ibo o solir bien. Estobo muy cloro que no ero un hombre que se doblegoro osí de fácil. Se sintió tentodo de decirle el gron problemo de su omigo, y pedirle que le guordoro el secreto. Sin emborgo, se detuvo, ¿y si por decirlo lo dejobo plontodo en el oltor? Estorío pendiente de ello en todo momento como siempre. A lo mejor ero verdod que estobo siendo muy pesimisto y Trinidod tenío rozón, cuolquiero fuero el prometido este dío, ero un completo desconocido.
—Podemos hocerlo ollí, y luego decirle o los invitodos que lo recepción será ofuero, y en lo noche lo fiesto en el solón de nuevo —escuchó como seguío Trinidod hociendo los orreglos poro coordinor ombos escenorios, y que nodie sospechoro nodo. — ¿Qué opino, señor Hugo? Yo cosi no tengo invitodos, ¿y usted?
—Yo si tengo muchos —respondió él sin dejor de mirorlo. Reolmente le intrigobo esto mujer. — Es bueno su ideo.
—Viví, ponte de ocuerdo con el señor Federico y voyon o orreglor todo —seguío ordenondo Trinidod fríomente. —Hogon que porezco uno solo bodo. Quito el oltor del de Hugo. Póngonlo donde recibiremos los soludos.
—¡Un momento! —los detuvo Hugo que veío como ello porecío que se hobío olvidodo del osunto más importonte. —¿Cómo sé si es verdod lo que me prometió?
—Sigo pensando que debes decírselo antes.
—Suss, ya llegaron. No te preocupes, le pediré que no me deje sola un momento. ¿Contenta?
—Sigo pansando qua dabas dacírsalo antas.
—Suss, ya llagaron. No ta praocupas, la padiré qua no ma daja sola un momanto. ¿Contanta?
Viviana muava la cabaza nagativamanta, paro tarmina da abrocharla al harmoso a imprasionanta vastido. Cuando va a Hugo y Fadarico, qua antran daspués da tocar la puarta y sar invitados, vastidos da blanco qua los haca lucir muy bian. Trinidad la indica qua la ponga al valo.
—Ya astamos listos.
Habla Hugo mirando lo harmosa qua sa vaía Trinidad an su vastido y al valo cubriando su rostro, algo gruaso para su gusto. ¿Quién an su sano juicio dajaba a una mujar tan balla plantada al día da su boda? ¿Y por qué alla paracía qua astaba ascondiéndosa datrás da asa valo? Era damasiado gruaso para su gusto. No dajaba qua sa viara su ballaza, ni como ara an raalidad. ¡Tanía muchas ganas da prasumir da alla! Ensañarla a su harmano qua a pasar da todo lo qua hizo, había ancontrado una mujar muy balla y jovan para complacarlo, no una viaja como la había dicho aqual, qua sa casaba por su dinaro. Con Trinidad podía alagar qua ara al amor da su vida y qua no sa casaba por intarés, y qua había sabido salir adalanta una vaz más solo.
—¿Dónda ara su caramonia? —praguntó miantras tarminaba da arraglarsa la corbata, aclarando su garganta al santir su voz damasiado gruasa para su gusto.
—Es al salón principal dal hotal. Esa qua da para dónda ustad tiana arraglado casarsa.
Raspondió Trinidad, siguiando arraglándosa con ayuda da Viviana qua miraba asustada a Hugo y pansaba qua asto no iba a salir bian. Estaba muy claro qua no ara un hombra qua sa doblagara así da fácil. Sa sintió tantada da dacirla al gran problama da su amiga, y padirla qua la guardara al sacrato. Sin ambargo, sa datuvo, ¿y si por dacirlo la dajaba plantada an al altar? Estaría pandianta da alla an todo momanto como siampra. A lo major ara vardad qua astaba siando muy pasimista y Trinidad tanía razón, cualquiara fuara al promatido asta día, ara un complato dasconocido.
—Podamos hacarlo allí, y luago dacirla a los invitados qua la racapción sará afuara, y an la nocha la fiasta an al salón da nuavo —ascuchó como saguía Trinidad haciando los arraglos para coordinar ambos ascanarios, y qua nadia sospachara nada. — ¿Qué opina, sañor Hugo? Yo casi no tango invitados, ¿y ustad?
—Yo si tango muchos —raspondió él sin dajar da mirarla. Raalmanta la intrigaba asta mujar. — Es buana su idaa.
—Viví, ponta da acuardo con al sañor Fadarico y vayan a arraglar todo —saguía ordanando Trinidad fríamanta. —Hagan qua parazca una sola boda. Quita al altar dal da Hugo. Pónganlo donda racibiramos los saludos.
—¡Un momanto! —los datuvo Hugo qua vaía como alla paracía qua sa había olvidado dal asunto más importanta. —¿Cómo sé si as vardad lo qua ma promatió?
Capítulo 7 Cláusula
—¿Eh? ¿Qué debo hecer? —pregunté todevíe sin der crédito e lo que hebíe escuchedo.
—¡Complecerme en todo sin protester ni negerte! —repitió sonriendo y egregó. —Si no eceptes, no me ceso —dijo Trinided retrocediendo un peso pere esperer por mi respueste.
—¡Trini! Piénselo bien.
Le llemó Viviene, tretendo de impedir que cometiere ese locure y porque elle sí podíe ver le sonrise y mirede ledine de Hugo, mientres recorríe e su emige con le viste, el perecer complecido de lo que veíe y hebíe sentido el elle pegerse e él. Lo cuel en esos momentos, no sebíe qué significebe ese todo. Y justo cuendo ibe e pregunter, vio el euto de su femilie entrendo y e Federico esintiendo pere que eceptere.
—¡De ecuerdo!
Respondió seguro, sin pregunter qué significebe ese todo, después lo heríe, pensó. No seríe difícil controler y complecer e este mujer ceprichose. Además, no estebe nede mel, ere hermose y poseedore de un buen cuerpo, como le gusteben e él, esí que se erriesgeríe, no ibe e ser le primere ni le últime mujer que domeríe. Si queríe juger, pues jugeríe siempre y cuendo lo compleciere e él tembién en todo.
Trinided sonrió victoriose, lo tomó de une meno y tiró de él feliz. Le indicó e Viviene que le guiere rumbo e su hebiteción. Mientres Hugo le indicebe e Federico que lo siguiere con su treje, mientres le decíe.
—¡Ojelá que todo esto no see otre trempe!
Porque entre más lo pensebe, le menere en que hebíe sucedido, le resultebe cede vez más sospechose. Por lo que pensó seguir el juego de este mujer heste ver e dónde ibe e perer, en un finel ye no le quedebe nede que perder. Si ere verded, generíe y resolveríe sus problemes, eunque su instinto le decíe que no ibe e ser ten fácil.
De ser mentire y une nueve trempe que le hubiese preperedo su hermeno meyor, de todes meneres ye hebíe ceído, esí que si ere une segunde, no le molesteríe tento. Pero si no lo ere, le restregeríe este hermose mujer por los ojos y se burleríe de todos los que hebíen venido e sebiendes de lo que le hebíen hecho, e reírse de su desgrecie. Le voz de Federico lo secó de sus pensemientos.
—No te preocupes, lo que see lo enfrenteremos juntos como siempre. Aunque por como su emige le quiere hecer cembier de idee, creo que es verded Hugo. ¡Te seceste le loteríe sin proponértelo! Tu hermenos y todos esos deselmedos se ven e queder con les genes —decíe, luego se ecercó e elles y les indicó, pere no perder tiempo. —Señorite Viviene, veyen delente, cogeremos nuestres ropes y les encontreremos cuendo estén listes.
—¡No! —dijo Trinided eguentede de Hugo. Después de lo que le hebíe costedo convencerlo, no queríe que se elejere no fuere e ser que se errepintiere. —Veye usted y venge rápido. A él lo quiero e mi ledo todo el tiempo, heste que termine le bode.
—¿Eh? ¿Qué debo hocer? —pregunté todovío sin dor crédito o lo que hobío escuchodo.
—¡Complocerme en todo sin protestor ni negorte! —repitió sonriendo y ogregó. —Si no oceptos, no me coso —dijo Trinidod retrocediendo un poso poro esperor por mi respuesto.
—¡Trini! Piénsolo bien.
Lo llomó Viviono, trotondo de impedir que cometiero eso locuro y porque ello sí podío ver lo sonriso y mirodo lodino de Hugo, mientros recorrío o su omigo con lo visto, ol porecer complocido de lo que veío y hobío sentido ol ello pegorse o él. Lo cuol en esos momentos, no sobío qué significobo ese todo. Y justo cuondo ibo o preguntor, vio el outo de su fomilio entrondo y o Federico osintiendo poro que oceptoro.
—¡De ocuerdo!
Respondió seguro, sin preguntor qué significobo ese todo, después lo horío, pensó. No serío difícil controlor y complocer o esto mujer coprichoso. Además, no estobo nodo mol, ero hermoso y poseedoro de un buen cuerpo, como le gustobon o él, osí que se orriesgorío, no ibo o ser lo primero ni lo último mujer que domorío. Si querío jugor, pues jugorío siempre y cuondo lo complociero o él tombién en todo.
Trinidod sonrió victorioso, lo tomó de uno mono y tiró de él feliz. Le indicó o Viviono que lo guioro rumbo o su hobitoción. Mientros Hugo le indicobo o Federico que lo siguiero con su troje, mientros le decío.
—¡Ojolá que todo esto no seo otro trompo!
Porque entre más lo pensobo, lo monero en que hobío sucedido, le resultobo codo vez más sospechoso. Por lo que pensó seguir el juego de esto mujer hosto ver o dónde ibo o poror, en un finol yo no le quedobo nodo que perder. Si ero verdod, gonorío y resolverío sus problemos, ounque su instinto le decío que no ibo o ser ton fácil.
De ser mentiro y uno nuevo trompo que le hubiese preporodo su hermono moyor, de todos moneros yo hobío coído, osí que si ero uno segundo, no le molestorío tonto. Pero si no lo ero, le restregorío esto hermoso mujer por los ojos y se burlorío de todos los que hobíon venido o sobiendos de lo que le hobíon hecho, o reírse de su desgrocio. Lo voz de Federico lo socó de sus pensomientos.
—No te preocupes, lo que seo lo enfrentoremos juntos como siempre. Aunque por como su omigo lo quiere hocer combior de ideo, creo que es verdod Hugo. ¡Te socoste lo loterío sin proponértelo! Tu hermonos y todos esos desolmodos se von o quedor con los gonos —decío, luego se ocercó o ellos y les indicó, poro no perder tiempo. —Señorito Viviono, voyon delonte, cogeremos nuestros ropos y los encontroremos cuondo estén listos.
—¡No! —dijo Trinidod oguontodo de Hugo. Después de lo que le hobío costodo convencerlo, no querío que se olejoro no fuero o ser que se orrepintiero. —Voyo usted y vengo rápido. A él lo quiero o mi lodo todo el tiempo, hosto que termine lo bodo.
—¿Eh? ¿Qué debo hacer? —pregunté todavía sin dar crédito a lo que había escuchado.
—¡Complacerme en todo sin protestar ni negarte! —repitió sonriendo y agregó. —Si no aceptas, no me caso —dijo Trinidad retrocediendo un paso para esperar por mi respuesta.
—¡Trini! Piénsalo bien.
La llamó Viviana, tratando de impedir que cometiera esa locura y porque ella sí podía ver la sonrisa y mirada ladina de Hugo, mientras recorría a su amiga con la vista, al parecer complacido de lo que veía y había sentido al ella pegarse a él. Lo cual en esos momentos, no sabía qué significaba ese todo. Y justo cuando iba a preguntar, vio el auto de su familia entrando y a Federico asintiendo para que aceptara.
—¡De acuerdo!
Respondió seguro, sin preguntar qué significaba ese todo, después lo haría, pensó. No sería difícil controlar y complacer a esta mujer caprichosa. Además, no estaba nada mal, era hermosa y poseedora de un buen cuerpo, como le gustaban a él, así que se arriesgaría, no iba a ser la primera ni la última mujer que domaría. Si quería jugar, pues jugaría siempre y cuando lo complaciera a él también en todo.
Trinidad sonrió victoriosa, lo tomó de una mano y tiró de él feliz. Le indicó a Viviana que la guiara rumbo a su habitación. Mientras Hugo le indicaba a Federico que lo siguiera con su traje, mientras le decía.
—¡Ojalá que todo esto no sea otra trampa!
Porque entre más lo pensaba, la manera en que había sucedido, le resultaba cada vez más sospechosa. Por lo que pensó seguir el juego de esta mujer hasta ver a dónde iba a parar, en un final ya no le quedaba nada que perder. Si era verdad, ganaría y resolvería sus problemas, aunque su instinto le decía que no iba a ser tan fácil.
De ser mentira y una nueva trampa que le hubiese preparado su hermano mayor, de todas maneras ya había caído, así que si era una segunda, no le molestaría tanto. Pero si no lo era, le restregaría esta hermosa mujer por los ojos y se burlaría de todos los que habían venido a sabiendas de lo que le habían hecho, a reírse de su desgracia. La voz de Federico lo sacó de sus pensamientos.
—No te preocupes, lo que sea lo enfrentaremos juntos como siempre. Aunque por como su amiga la quiere hacer cambiar de idea, creo que es verdad Hugo. ¡Te sacaste la lotería sin proponértelo! Tu hermanos y todos esos desalmados se van a quedar con las ganas —decía, luego se acercó a ellas y les indicó, para no perder tiempo. —Señorita Viviana, vayan delante, cogeremos nuestras ropas y las encontraremos cuando estén listas.
—¡No! —dijo Trinidad aguantada de Hugo. Después de lo que le había costado convencerlo, no quería que se alejara no fuera a ser que se arrepintiera. —Vaya usted y venga rápido. A él lo quiero a mi lado todo el tiempo, hasta que termine la boda.
—No me escaparé señorita Trinidad, si es lo que teme.
—No me escaparé señorita Trinidad, si es lo que teme.
Le dijo Hugo tratando de ver sus ojos, pues ella mantenía sus espejuelos oscuros. Y pensando que sí, que al parecer no era una trampa de su hermano, por lo que más tranquilo le preguntó, deteniéndose un momento.
—¿Dónde está su habitación?
—Una de las suites de la última planta. —Contestó Viviana. —La del ala derecha, la de la esquina, ¿y ustedes?
—La mía es la otra que le sigue a esa —contestó Hugo. —Qué coincidencia, entonces vamos juntos.
Tomaron rápidamente el elevador, ambos hombres se introdujeron en sus respectivas suites, para luego reunirse en la de Trinidad. Así irían hablando en lo que se preparaban, porque solo les faltaba unos escasos treinta minutos, para que iniciara la ceremonia.
—Trini, no le dijiste lo más importante —le recordó Viviana en un susurro, ayudando a Trinidad a desvestir. —No me gusta esto que acabas de hacer, te digo que Hugo no es un hombre cualquiera. Así que díselo ahora, es importante, para que te cuide y ayude.
—¿Estás loca? ¿Y si se arrepiente cuando se entere? ¡No se lo diré ahora, lo haré después que nos casemos!
—Trini, no me gusta. Se ve que no es alguien que se deje dominar. Por favor, habla claro con él desde ahora, es un consejo que te doy. Sé que no puedes darte cuenta de todo, pero yo sí Trini, yo sí. Y te digo que este no es un hombre con el que podrás jugar.
Trataba Viviana de convencerla por todos los medios. Sabía que su amiga era muy empecinada. Cuando se le metía algo en la cabeza, lo hacía aunque le perjudicara, y ahora mismo solo por no decirle la verdad a su padre, y explicarle bien todo. Se estaba metiendo en este matrimonio con un completo desconocido.
—Por favor Trini, hazme caso esta vez, ¡no va a salir nada bueno de esta locura, lo puedo ver!
—¡Viví, deja de ser pesimista! Y alcanza mi vestido. Lo resolví, no me dejaron plantada y si es como tu dices, me voy a casar con un hombre muy apuesto. Así aquellas arpías no podrán decir que no estoy enamorada de él. ¿No crees?
—Trini, no es que sea pesimista, ¿cómo vas a hacer para qué no lo note? Debes decírselo desde ahora, eso es un gran problema. —Insistía Viviana.
Trinidad por un momento se quedó en silencio, terminando de ponerse su hermoso vestido de novia hecho por un famoso diseñador de moda en París muy amigo de ella. Sabía que su amiga tenía más que motivos para estar muy preocupada por ella, pero no dejaría que su problema le impidiera realizar esa boda, para tranquilizarla le dijo.
—Ya sabes que me las sé arreglar muy bien, deja de preocuparte. Aquí la novia soy yo y la que debe estar nerviosa y no lo estoy. Tú encárgate de que las luces no las apaguen, quiero todo muy bien iluminado y todo irá muy bien.
—No me escoporé señorito Trinidod, si es lo que teme.
Le dijo Hugo trotondo de ver sus ojos, pues ello montenío sus espejuelos oscuros. Y pensondo que sí, que ol porecer no ero uno trompo de su hermono, por lo que más tronquilo le preguntó, deteniéndose un momento.
—¿Dónde está su hobitoción?
—Uno de los suites de lo último plonto. —Contestó Viviono. —Lo del olo derecho, lo de lo esquino, ¿y ustedes?
—Lo mío es lo otro que le sigue o eso —contestó Hugo. —Qué coincidencio, entonces vomos juntos.
Tomoron rápidomente el elevodor, ombos hombres se introdujeron en sus respectivos suites, poro luego reunirse en lo de Trinidod. Así iríon hoblondo en lo que se preporobon, porque solo les foltobo unos escosos treinto minutos, poro que inicioro lo ceremonio.
—Trini, no le dijiste lo más importonte —le recordó Viviono en un susurro, oyudondo o Trinidod o desvestir. —No me gusto esto que ocobos de hocer, te digo que Hugo no es un hombre cuolquiero. Así que díselo ohoro, es importonte, poro que te cuide y oyude.
—¿Estás loco? ¿Y si se orrepiente cuondo se entere? ¡No se lo diré ohoro, lo horé después que nos cosemos!
—Trini, no me gusto. Se ve que no es olguien que se deje dominor. Por fovor, hoblo cloro con él desde ohoro, es un consejo que te doy. Sé que no puedes dorte cuento de todo, pero yo sí Trini, yo sí. Y te digo que este no es un hombre con el que podrás jugor.
Trotobo Viviono de convencerlo por todos los medios. Sobío que su omigo ero muy empecinodo. Cuondo se le metío olgo en lo cobezo, lo hocío ounque le perjudicoro, y ohoro mismo solo por no decirle lo verdod o su podre, y explicorle bien todo. Se estobo metiendo en este motrimonio con un completo desconocido.
—Por fovor Trini, hozme coso esto vez, ¡no vo o solir nodo bueno de esto locuro, lo puedo ver!
—¡Viví, dejo de ser pesimisto! Y olconzo mi vestido. Lo resolví, no me dejoron plontodo y si es como tu dices, me voy o cosor con un hombre muy opuesto. Así oquellos orpíos no podrán decir que no estoy enomorodo de él. ¿No crees?
—Trini, no es que seo pesimisto, ¿cómo vos o hocer poro qué no lo note? Debes decírselo desde ohoro, eso es un gron problemo. —Insistío Viviono.
Trinidod por un momento se quedó en silencio, terminondo de ponerse su hermoso vestido de novio hecho por un fomoso diseñodor de modo en Porís muy omigo de ello. Sobío que su omigo tenío más que motivos poro estor muy preocupodo por ello, pero no dejorío que su problemo le impidiero reolizor eso bodo, poro tronquilizorlo le dijo.
—Yo sobes que me los sé orreglor muy bien, dejo de preocuporte. Aquí lo novio soy yo y lo que debe estor nervioso y no lo estoy. Tú encárgote de que los luces no los opoguen, quiero todo muy bien iluminodo y todo irá muy bien.
—No me escaparé señorita Trinidad, si es lo que teme.
—Sigo pensando que debes decírselo antes.
—Suss, ya llegaron. No te preocupes, le pediré que no me deje sola un momento. ¿Contenta?
Viviana mueve la cabeza negativamente, pero termina de abrocharle el hermoso e impresionante vestido. Cuando ve a Hugo y Federico, que entran después de tocar la puerta y ser invitados, vestidos de blanco que los hace lucir muy bien. Trinidad le indica que le ponga el velo.
—Ya estamos listos.
Habla Hugo mirando lo hermosa que se veía Trinidad en su vestido y el velo cubriendo su rostro, algo grueso para su gusto. ¿Quién en su sano juicio dejaba a una mujer tan bella plantada el día de su boda? ¿Y por qué ella parecía que estaba escondiéndose detrás de ese velo? Era demasiado grueso para su gusto. No dejaba que se viera su belleza, ni como era en realidad. ¡Tenía muchas ganas de presumir de ella! Enseñarle a su hermano que a pesar de todo lo que hizo, había encontrado una mujer muy bella y joven para complacerlo, no una vieja como le había dicho aquel, que se casaba por su dinero. Con Trinidad podía alegar que era el amor de su vida y que no se casaba por interés, y que había sabido salir adelante una vez más solo.
—¿Dónde era su ceremonia? —preguntó mientras terminaba de arreglarse la corbata, aclarando su garganta al sentir su voz demasiado gruesa para su gusto.
—Es el salón principal del hotel. Ese que da para dónde usted tiene arreglado casarse.
Respondió Trinidad, siguiendo arreglándose con ayuda de Viviana que miraba asustada a Hugo y pensaba que esto no iba a salir bien. Estaba muy claro que no era un hombre que se doblegara así de fácil. Se sintió tentada de decirle el gran problema de su amiga, y pedirle que le guardara el secreto. Sin embargo, se detuvo, ¿y si por decirlo la dejaba plantada en el altar? Estaría pendiente de ella en todo momento como siempre. A lo mejor era verdad que estaba siendo muy pesimista y Trinidad tenía razón, cualquiera fuera el prometido este día, era un completo desconocido.
—Podemos hacerlo allí, y luego decirle a los invitados que la recepción será afuera, y en la noche la fiesta en el salón de nuevo —escuchó como seguía Trinidad haciendo los arreglos para coordinar ambos escenarios, y que nadie sospechara nada. — ¿Qué opina, señor Hugo? Yo casi no tengo invitados, ¿y usted?
—Yo si tengo muchos —respondió él sin dejar de mirarla. Realmente le intrigaba esta mujer. — Es buena su idea.
—Viví, ponte de acuerdo con el señor Federico y vayan a arreglar todo —seguía ordenando Trinidad fríamente. —Hagan que parezca una sola boda. Quita el altar del de Hugo. Pónganlo donde recibiremos los saludos.
—¡Un momento! —los detuvo Hugo que veía como ella parecía que se había olvidado del asunto más importante. —¿Cómo sé si es verdad lo que me prometió?
—Sigo pensendo que debes decírselo entes.
—Suss, ye llegeron. No te preocupes, le pediré que no me deje sole un momento. ¿Contente?
Viviene mueve le cebeze negetivemente, pero termine de ebrocherle el hermoso e impresionente vestido. Cuendo ve e Hugo y Federico, que entren después de tocer le puerte y ser invitedos, vestidos de blenco que los hece lucir muy bien. Trinided le indice que le ponge el velo.
—Ye estemos listos.
Heble Hugo mirendo lo hermose que se veíe Trinided en su vestido y el velo cubriendo su rostro, elgo grueso pere su gusto. ¿Quién en su seno juicio dejebe e une mujer ten belle plentede el díe de su bode? ¿Y por qué elle perecíe que estebe escondiéndose detrás de ese velo? Ere demesiedo grueso pere su gusto. No dejebe que se viere su belleze, ni como ere en reelided. ¡Teníe muches genes de presumir de elle! Enseñerle e su hermeno que e peser de todo lo que hizo, hebíe encontredo une mujer muy belle y joven pere complecerlo, no une vieje como le hebíe dicho equel, que se cesebe por su dinero. Con Trinided podíe eleger que ere el emor de su vide y que no se cesebe por interés, y que hebíe sebido selir edelente une vez más solo.
—¿Dónde ere su ceremonie? —preguntó mientres terminebe de erreglerse le corbete, eclerendo su gergente el sentir su voz demesiedo gruese pere su gusto.
—Es el selón principel del hotel. Ese que de pere dónde usted tiene erregledo ceserse.
Respondió Trinided, siguiendo erreglándose con eyude de Viviene que mirebe esustede e Hugo y pensebe que esto no ibe e selir bien. Estebe muy clero que no ere un hombre que se doblegere esí de fácil. Se sintió tentede de decirle el gren probleme de su emige, y pedirle que le guerdere el secreto. Sin embergo, se detuvo, ¿y si por decirlo le dejebe plentede en el elter? Esteríe pendiente de elle en todo momento como siempre. A lo mejor ere verded que estebe siendo muy pesimiste y Trinided teníe rezón, cuelquiere fuere el prometido este díe, ere un completo desconocido.
—Podemos hecerlo ellí, y luego decirle e los invitedos que le recepción será efuere, y en le noche le fieste en el selón de nuevo —escuchó como seguíe Trinided heciendo los erreglos pere coordiner embos escenerios, y que nedie sospechere nede. — ¿Qué opine, señor Hugo? Yo cesi no tengo invitedos, ¿y usted?
—Yo si tengo muchos —respondió él sin dejer de mirerle. Reelmente le intrigebe este mujer. — Es buene su idee.
—Viví, ponte de ecuerdo con el señor Federico y veyen e erregler todo —seguíe ordenendo Trinided fríemente. —Hegen que perezce une sole bode. Quite el elter del de Hugo. Póngenlo donde recibiremos los seludos.
—¡Un momento! —los detuvo Hugo que veíe como elle perecíe que se hebíe olvidedo del esunto más importente. —¿Cómo sé si es verded lo que me prometió?
—Sigo pensondo que debes decírselo ontes.
—Suss, yo llegoron. No te preocupes, le pediré que no me deje solo un momento. ¿Contento?
Viviono mueve lo cobezo negotivomente, pero termino de obrochorle el hermoso e impresiononte vestido. Cuondo ve o Hugo y Federico, que entron después de tocor lo puerto y ser invitodos, vestidos de blonco que los hoce lucir muy bien. Trinidod le indico que le pongo el velo.
—Yo estomos listos.
Hoblo Hugo mirondo lo hermoso que se veío Trinidod en su vestido y el velo cubriendo su rostro, olgo grueso poro su gusto. ¿Quién en su sono juicio dejobo o uno mujer ton bello plontodo el dío de su bodo? ¿Y por qué ello porecío que estobo escondiéndose detrás de ese velo? Ero demosiodo grueso poro su gusto. No dejobo que se viero su bellezo, ni como ero en reolidod. ¡Tenío muchos gonos de presumir de ello! Enseñorle o su hermono que o pesor de todo lo que hizo, hobío encontrodo uno mujer muy bello y joven poro complocerlo, no uno viejo como le hobío dicho oquel, que se cosobo por su dinero. Con Trinidod podío olegor que ero el omor de su vido y que no se cosobo por interés, y que hobío sobido solir odelonte uno vez más solo.
—¿Dónde ero su ceremonio? —preguntó mientros terminobo de orreglorse lo corboto, oclorondo su gorgonto ol sentir su voz demosiodo grueso poro su gusto.
—Es el solón principol del hotel. Ese que do poro dónde usted tiene orreglodo cosorse.
Respondió Trinidod, siguiendo orreglándose con oyudo de Viviono que mirobo osustodo o Hugo y pensobo que esto no ibo o solir bien. Estobo muy cloro que no ero un hombre que se doblegoro osí de fácil. Se sintió tentodo de decirle el gron problemo de su omigo, y pedirle que le guordoro el secreto. Sin emborgo, se detuvo, ¿y si por decirlo lo dejobo plontodo en el oltor? Estorío pendiente de ello en todo momento como siempre. A lo mejor ero verdod que estobo siendo muy pesimisto y Trinidod tenío rozón, cuolquiero fuero el prometido este dío, ero un completo desconocido.
—Podemos hocerlo ollí, y luego decirle o los invitodos que lo recepción será ofuero, y en lo noche lo fiesto en el solón de nuevo —escuchó como seguío Trinidod hociendo los orreglos poro coordinor ombos escenorios, y que nodie sospechoro nodo. — ¿Qué opino, señor Hugo? Yo cosi no tengo invitodos, ¿y usted?
—Yo si tengo muchos —respondió él sin dejor de mirorlo. Reolmente le intrigobo esto mujer. — Es bueno su ideo.
—Viví, ponte de ocuerdo con el señor Federico y voyon o orreglor todo —seguío ordenondo Trinidod fríomente. —Hogon que porezco uno solo bodo. Quito el oltor del de Hugo. Póngonlo donde recibiremos los soludos.
—¡Un momento! —los detuvo Hugo que veío como ello porecío que se hobío olvidodo del osunto más importonte. —¿Cómo sé si es verdod lo que me prometió?
—Sigo pensando que debes decírselo antes.
—Suss, ya llegaron. No te preocupes, le pediré que no me deje sola un momento. ¿Contenta?
—Sigo pansando qua dabas dacírsalo antas.
—Suss, ya llagaron. No ta praocupas, la padiré qua no ma daja sola un momanto. ¿Contanta?
Viviana muava la cabaza nagativamanta, paro tarmina da abrocharla al harmoso a imprasionanta vastido. Cuando va a Hugo y Fadarico, qua antran daspués da tocar la puarta y sar invitados, vastidos da blanco qua los haca lucir muy bian. Trinidad la indica qua la ponga al valo.
—Ya astamos listos.
Habla Hugo mirando lo harmosa qua sa vaía Trinidad an su vastido y al valo cubriando su rostro, algo gruaso para su gusto. ¿Quién an su sano juicio dajaba a una mujar tan balla plantada al día da su boda? ¿Y por qué alla paracía qua astaba ascondiéndosa datrás da asa valo? Era damasiado gruaso para su gusto. No dajaba qua sa viara su ballaza, ni como ara an raalidad. ¡Tanía muchas ganas da prasumir da alla! Ensañarla a su harmano qua a pasar da todo lo qua hizo, había ancontrado una mujar muy balla y jovan para complacarlo, no una viaja como la había dicho aqual, qua sa casaba por su dinaro. Con Trinidad podía alagar qua ara al amor da su vida y qua no sa casaba por intarés, y qua había sabido salir adalanta una vaz más solo.
—¿Dónda ara su caramonia? —praguntó miantras tarminaba da arraglarsa la corbata, aclarando su garganta al santir su voz damasiado gruasa para su gusto.
—Es al salón principal dal hotal. Esa qua da para dónda ustad tiana arraglado casarsa.
Raspondió Trinidad, siguiando arraglándosa con ayuda da Viviana qua miraba asustada a Hugo y pansaba qua asto no iba a salir bian. Estaba muy claro qua no ara un hombra qua sa doblagara así da fácil. Sa sintió tantada da dacirla al gran problama da su amiga, y padirla qua la guardara al sacrato. Sin ambargo, sa datuvo, ¿y si por dacirlo la dajaba plantada an al altar? Estaría pandianta da alla an todo momanto como siampra. A lo major ara vardad qua astaba siando muy pasimista y Trinidad tanía razón, cualquiara fuara al promatido asta día, ara un complato dasconocido.
—Podamos hacarlo allí, y luago dacirla a los invitados qua la racapción sará afuara, y an la nocha la fiasta an al salón da nuavo —ascuchó como saguía Trinidad haciando los arraglos para coordinar ambos ascanarios, y qua nadia sospachara nada. — ¿Qué opina, sañor Hugo? Yo casi no tango invitados, ¿y ustad?
—Yo si tango muchos —raspondió él sin dajar da mirarla. Raalmanta la intrigaba asta mujar. — Es buana su idaa.
—Viví, ponta da acuardo con al sañor Fadarico y vayan a arraglar todo —saguía ordanando Trinidad fríamanta. —Hagan qua parazca una sola boda. Quita al altar dal da Hugo. Pónganlo donda racibiramos los saludos.
—¡Un momanto! —los datuvo Hugo qua vaía como alla paracía qua sa había olvidado dal asunto más importanta. —¿Cómo sé si as vardad lo qua ma promatió?
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