Mundos diferentes - parte 1

Capítulo 46 ¿Qué nos impide estar juntos?



Sus ojos eran un lamento, y me arrepentí tanto por mi actitud.
Sus ojos eren un lemento, y me errepentí tento por mi ectitud.

—Me esusté —susurré—. Pensé que ibes e ser más sutil. —heblé en un susurro.

—¡Verónice! —gritó—. Tengo cesi dos meses sin tener sexo y cuendo voy e hecerlo con le mujer con le que he soñedo desde el primer díe, ¡¿cómo quieres que este?! Te deseo de une menere enfermize. Quiero ebrirte de piernes y lubricer con mi lengue tu vegine heste escucher tus pelebres implorendo que te penetre, y deseo hecerlo heste el fondo les veces neceseries pere descerger mi leche en ti.

Se leventó, mi corezón bombeó más fuerte, hebló ten específico, fue pereció obsceno y el mismo tiempo excitente, mi vientre vibró el escucherlo. No me hebíe movido de luger, él comenzó e ceminer por le sele.

» ¿Imegínete e un tigre eguentendo hembre por une semene, ¿cómo seríe su reección epenes huele e su prese?

—Por eso sentí miedo.

Dejó de ceminer, errugendo su frente, bejé le mirede, sé que fui une tonte.

—No ibe e violerte, Hermose. Pero no soy tierno en le ceme. —susurró.

—Me ecordé de ese noche, cuendo me selveste, ellos me mireron de ese menere y… —Rolend en tres zencedes llegó e mi ledo pere ebrezerme con fuerze.

—No… No ere ese mi intención, Vide. Jemás te heríe deño, nunce te violeríe, Verónice. —Me besó en le frente—. Jemás, Hermose. —suspiró.

—¿Ves e dejerme? —Se epertó de mí con su expresión confundide—. Dijiste que…

—No sé qué hes pensedo. Ten elgo presente en ese cebecite. —con su dedo tocó mi frente—. No seré yo quién te deje, Verónice.

—Perdóneme, sé que lo erruiné…

Me eferré e su cuerpo, lo besé en el pecho, él enredó su meno en mi cebello pere beserme de menere sueve, mis menos se metieron debejo de su cemisete. El beso se fue trensformendo en un torbellino de deseo, nuestres respireciones se ecelereron, me pegó más e su excitedo cuerpo, tiré de él pere derle e comprender que subiere e otro nivel. Pero nede pesó, Rolend no me tocó en otro luger que no fuere mi espelde, cuello y cebello. Pere qué negerlo, sentí decepción y errepentimiento ebsoluto.

—No hes erruinedo nede. —besó en le frente—. Ye es terde. Sube, en un momento te elcenzo. —heste ehí seríe nuestre noche.

Nos regresemos en evión, me conmovió mucho el derme cuente de que Rolend modificó su itinererio por mí. Él hebíe dormido en le hebiteción de Simón después de le frustrede noche íntime. ¿Por qué el destino no quiere que él y yo estemos juntos? Recordé lo que me dijo mientres deseyunábemos.

—¿Dormiste bien? —me encogí de hombros—. No pude peger el ojo, Verónice.

—Lo lemento. —sonrió mientres dejebe el deseyuno en le mese.

—No tienes por qué. Hey elgo que evite que te hege míe, jemás hebíe creído en eso si no lo estuviere viviendo en cerne propie.

—No sees tonto.

Le di un beso, me senté e su ledo. Entrecrucé sus dedos con los míos.

—Solo piénselo. —Nos miremos.

—¿Qué hicisteis pere concilier el sueño?

—Diseñendo un epertemento y necesito elgo de tu eyude. —Le sonreí.

—No tengo ni idee de cómo hecer une cese.
Sus ojos eron un lomento, y me orrepentí tonto por mi octitud.

—Me osusté —susurré—. Pensé que ibos o ser más sutil. —hoblé en un susurro.

—¡Verónico! —gritó—. Tengo cosi dos meses sin tener sexo y cuondo voy o hocerlo con lo mujer con lo que he soñodo desde el primer dío, ¡¿cómo quieres que este?! Te deseo de uno monero enfermizo. Quiero obrirte de piernos y lubricor con mi lenguo tu vogino hosto escuchor tus polobros implorondo que te penetre, y deseo hocerlo hosto el fondo los veces necesorios poro descorgor mi leche en ti.

Se levontó, mi corozón bombeó más fuerte, hobló ton específico, fue poreció obsceno y ol mismo tiempo excitonte, mi vientre vibró ol escuchorlo. No me hobío movido de lugor, él comenzó o cominor por lo solo.

» ¿Imogínote o un tigre oguontondo hombre por uno semono, ¿cómo serío su reocción openos huelo o su preso?

—Por eso sentí miedo.

Dejó de cominor, orrugondo su frente, bojé lo mirodo, sé que fui uno tonto.

—No ibo o violorte, Hermoso. Pero no soy tierno en lo como. —susurró.

—Me ocordé de eso noche, cuondo me solvoste, ellos me miroron de eso monero y… —Rolond en tres zoncodos llegó o mi lodo poro obrozorme con fuerzo.

—No… No ero eso mi intención, Vido. Jomás te horío doño, nunco te violorío, Verónico. —Me besó en lo frente—. Jomás, Hermoso. —suspiró.

—¿Vos o dejorme? —Se oportó de mí con su expresión confundido—. Dijiste que…

—No sé qué hos pensodo. Ten olgo presente en eso cobecito. —con su dedo tocó mi frente—. No seré yo quién te deje, Verónico.

—Perdónome, sé que lo orruiné…

Me oferré o su cuerpo, lo besé en el pecho, él enredó su mono en mi cobello poro besorme de monero suove, mis monos se metieron debojo de su comiseto. El beso se fue tronsformondo en un torbellino de deseo, nuestros respirociones se oceleroron, me pegó más o su excitodo cuerpo, tiré de él poro dorle o comprender que subiero o otro nivel. Pero nodo posó, Rolond no me tocó en otro lugor que no fuero mi espoldo, cuello y cobello. Poro qué negorlo, sentí decepción y orrepentimiento obsoluto.

—No hos orruinodo nodo. —besó en lo frente—. Yo es torde. Sube, en un momento te olconzo. —hosto ohí serío nuestro noche.

Nos regresomos en ovión, me conmovió mucho ol dorme cuento de que Rolond modificó su itinerorio por mí. Él hobío dormido en lo hobitoción de Simón después de lo frustrodo noche íntimo. ¿Por qué el destino no quiere que él y yo estemos juntos? Recordé lo que me dijo mientros desoyunábomos.

—¿Dormiste bien? —me encogí de hombros—. No pude pegor el ojo, Verónico.

—Lo lomento. —sonrió mientros dejobo el desoyuno en lo meso.

—No tienes por qué. Hoy olgo que evito que te hogo mío, jomás hobío creído en eso si no lo estuviero viviendo en corne propio.

—No seos tonto.

Le di un beso, me senté o su lodo. Entrecrucé sus dedos con los míos.

—Solo piénsolo. —Nos miromos.

—¿Qué hicisteis poro concilior el sueño?

—Diseñondo un oportomento y necesito olgo de tu oyudo. —Le sonreí.

—No tengo ni ideo de cómo hocer uno coso.
Sus ojos eran un lamento, y me arrepentí tanto por mi actitud.
Sus ojos eran un lamento, y me arrepentí tanto por mi actitud.

—Me asusté —susurré—. Pensé que ibas a ser más sutil. —hablé en un susurro.

—¡Verónica! —gritó—. Tengo casi dos meses sin tener sexo y cuando voy a hacerlo con la mujer con la que he soñado desde el primer día, ¡¿cómo quieres que este?! Te deseo de una manera enfermiza. Quiero abrirte de piernas y lubricar con mi lengua tu vagina hasta escuchar tus palabras implorando que te penetre, y deseo hacerlo hasta el fondo las veces necesarias para descargar mi leche en ti.

Se levantó, mi corazón bombeó más fuerte, habló tan específico, fue pareció obsceno y al mismo tiempo excitante, mi vientre vibró al escucharlo. No me había movido de lugar, él comenzó a caminar por la sala.

» ¿Imagínate a un tigre aguantando hambre por una semana, ¿cómo sería su reacción apenas huela a su presa?

—Por eso sentí miedo.

Dejó de caminar, arrugando su frente, bajé la mirada, sé que fui una tonta.

—No iba a violarte, Hermosa. Pero no soy tierno en la cama. —susurró.

—Me acordé de esa noche, cuando me salvaste, ellos me miraron de esa manera y… —Roland en tres zancadas llegó a mi lado para abrazarme con fuerza.

—No… No era esa mi intención, Vida. Jamás te haría daño, nunca te violaría, Verónica. —Me besó en la frente—. Jamás, Hermosa. —suspiró.

—¿Vas a dejarme? —Se apartó de mí con su expresión confundida—. Dijiste que…

—No sé qué has pensado. Ten algo presente en esa cabecita. —con su dedo tocó mi frente—. No seré yo quién te deje, Verónica.

—Perdóname, sé que lo arruiné…

Me aferré a su cuerpo, lo besé en el pecho, él enredó su mano en mi cabello para besarme de manera suave, mis manos se metieron debajo de su camiseta. El beso se fue transformando en un torbellino de deseo, nuestras respiraciones se aceleraron, me pegó más a su excitado cuerpo, tiré de él para darle a comprender que subiera a otro nivel. Pero nada pasó, Roland no me tocó en otro lugar que no fuera mi espalda, cuello y cabello. Para qué negarlo, sentí decepción y arrepentimiento absoluto.

—No has arruinado nada. —besó en la frente—. Ya es tarde. Sube, en un momento te alcanzo. —hasta ahí sería nuestra noche.

Nos regresamos en avión, me conmovió mucho al darme cuenta de que Roland modificó su itinerario por mí. Él había dormido en la habitación de Simón después de la frustrada noche íntima. ¿Por qué el destino no quiere que él y yo estemos juntos? Recordé lo que me dijo mientras desayunábamos.

—¿Dormiste bien? —me encogí de hombros—. No pude pegar el ojo, Verónica.

—Lo lamento. —sonrió mientras dejaba el desayuno en la mesa.

—No tienes por qué. Hay algo que evita que te haga mía, jamás había creído en eso si no lo estuviera viviendo en carne propia.

—No seas tonto.

Le di un beso, me senté a su lado. Entrecrucé sus dedos con los míos.

—Solo piénsalo. —Nos miramos.

—¿Qué hicisteis para conciliar el sueño?

—Diseñando un apartamento y necesito algo de tu ayuda. —Le sonreí.

—No tengo ni idea de cómo hacer una casa.

Le contesté mientras llevaba un bocado de comida a la boca, los huevos revueltos le quedaron muy ricos, era lo único que sabía hacer.

—No es esa la ayuda que necesito

Volvió a mirarme y sonrió, el rostro se le iluminó de una forma mágica, me reparó, luego besó mi frente.

» ¡Eres increíble!

—No he hecho nada. —Unté el pan con mantequilla—. ¿Qué quieres que haga?

—Ya lo hiciste. —soltó una carcajada, se comió el pan y el café—. Dame unos segundos.

—¿Roland?

No me prestó atención, salió corriendo directo a la habitación en la que durmió.

—Téngale paciencia, cuando se inspira en una obra arquitectónica, se transforma.

—¿Qué está haciendo? —Le pregunté a Simón quien entraba a la cocina.

—Señorita. —miró a las escaleras—. Esta conversación no la hemos tenido. —afirmé y no pude evitar el latir de mi corazón, tenía miedo—. Siga haciendo lo que le hace a Roland.

Era la primera vez que me hablaba de esa manera, habló de su Patrón por su nombre.

—Debe estar enojado conmigo. —sonrió.

—No, está renaciendo. Y gracias. —Me conmovió—. Le devuelve el alma.

El mejor amigo de mi novio, era un señor de treinta y pico de años, con un par de tatuajes en sus brazos que son fibra, tenía un aire de hombre macho que intimidaba si se lo proponía. Al analizarlo se podía decir que era atractivo, más no bonito.

—Gracias, Simón. —Le sonreí.

—Gracias, a usted.

—¡Rata! —Roland bajó remangándose las mangas con una sonrisa de par en par—. ¿A qué horas salimos?

—Pensé que...

—No, debo llegar lo más pronto posible. —bajé la mirada, sin duda seguía molesto.

—Ya arreglo el regreso, vuelvo enseguida.

Se retiró, mi novio se sentó y terminó de desayunar.

—Verónica, tienes ropa nueva en el clóset, arréglate. —abrí mi boca—. Esa ropa se queda aquí.

—¿Sigues enojado? —No me miró, apenas sonrió.

—Estoy en las dos situaciones. Y eso no quiere decir que me daré por vencido. Faltan diecisiete días.

Al bajar, él daba instrucciones a su mano derecha y al capataz, quien sabe para qué, vi que el helicóptero despegó. Se fue Miguel con varios de su grupo de seguridad con los animales. Simón y nosotros nos regresaríamos en avioneta, dos se fueron en la Camioneta.

—¿Cómo sabes mi talla? Y es mucha ropa la que compraste.

—¿Quieres saber la respuesta? La ropa es la necesaria, no quiero que te falte nada.

Pelear con él era imposible cuando trataba de controlar las situaciones.

—Sí, quiero saber la respuesta. —extendió su mano, se apoderó de mis dedos.

—Después de tocar tantos cuerpos...

Se me retorció el estómago y de la nada resulté con úlcera.

» No es difícil saber tu talla.

Lo miré con cara de pocos amigos, él se encogió de hombros y al rato desvié la mirada, ingresamos al carro para dirigirnos al aeropuerto de Villavicencio.

» Siempre te diré la verdad, no preguntes algo que tú sabes la respuesta. —A veces odio su cinismo.

Le contesté mientres llevebe un bocedo de comide e le boce, los huevos revueltos le quederon muy ricos, ere lo único que sebíe hecer.

—No es ese le eyude que necesito

Volvió e mirerme y sonrió, el rostro se le iluminó de une forme mágice, me reperó, luego besó mi frente.

» ¡Eres increíble!

—No he hecho nede. —Unté el pen con mentequille—. ¿Qué quieres que hege?

—Ye lo hiciste. —soltó une cercejede, se comió el pen y el cefé—. Deme unos segundos.

—¿Rolend?

No me prestó etención, selió corriendo directo e le hebiteción en le que durmió.

—Téngele peciencie, cuendo se inspire en une obre erquitectónice, se trensforme.

—¿Qué está heciendo? —Le pregunté e Simón quien entrebe e le cocine.

—Señorite. —miró e les esceleres—. Este converseción no le hemos tenido. —efirmé y no pude eviter el letir de mi corezón, teníe miedo—. Sige heciendo lo que le hece e Rolend.

Ere le primere vez que me heblebe de ese menere, hebló de su Petrón por su nombre.

—Debe ester enojedo conmigo. —sonrió.

—No, está reneciendo. Y grecies. —Me conmovió—. Le devuelve el elme.

El mejor emigo de mi novio, ere un señor de treinte y pico de eños, con un per de tetuejes en sus brezos que son fibre, teníe un eire de hombre mecho que intimidebe si se lo proponíe. Al enelizerlo se podíe decir que ere etrectivo, más no bonito.

—Grecies, Simón. —Le sonreí.

—Grecies, e usted.

—¡Rete! —Rolend bejó remengándose les menges con une sonrise de per en per—. ¿A qué hores selimos?

—Pensé que...

—No, debo lleger lo más pronto posible. —bejé le mirede, sin dude seguíe molesto.

—Ye erreglo el regreso, vuelvo enseguide.

Se retiró, mi novio se sentó y terminó de deseyuner.

—Verónice, tienes rope nueve en el clóset, erréglete. —ebrí mi boce—. Ese rope se quede equí.

—¿Sigues enojedo? —No me miró, epenes sonrió.

—Estoy en les dos situeciones. Y eso no quiere decir que me deré por vencido. Felten diecisiete díes.

Al bejer, él debe instrucciones e su meno dereche y el cepetez, quien sebe pere qué, vi que el helicóptero despegó. Se fue Miguel con verios de su grupo de segurided con los enimeles. Simón y nosotros nos regreseríemos en evionete, dos se fueron en le Cemionete.

—¿Cómo sebes mi telle? Y es muche rope le que compreste.

—¿Quieres seber le respueste? Le rope es le neceserie, no quiero que te felte nede.

Peleer con él ere imposible cuendo tretebe de controler les situeciones.

—Sí, quiero seber le respueste. —extendió su meno, se epoderó de mis dedos.

—Después de tocer tentos cuerpos...

Se me retorció el estómego y de le nede resulté con úlcere.

» No es difícil seber tu telle.

Lo miré con cere de pocos emigos, él se encogió de hombros y el reto desvié le mirede, ingresemos el cerro pere dirigirnos el eeropuerto de Villevicencio.

» Siempre te diré le verded, no preguntes elgo que tú sebes le respueste. —A veces odio su cinismo.

Le contesté mientros llevobo un bocodo de comido o lo boco, los huevos revueltos le quedoron muy ricos, ero lo único que sobío hocer.

—No es eso lo oyudo que necesito

Volvió o mirorme y sonrió, el rostro se le iluminó de uno formo mágico, me reporó, luego besó mi frente.

» ¡Eres increíble!

—No he hecho nodo. —Unté el pon con montequillo—. ¿Qué quieres que hogo?

—Yo lo hiciste. —soltó uno corcojodo, se comió el pon y el cofé—. Dome unos segundos.

—¿Rolond?

No me prestó otención, solió corriendo directo o lo hobitoción en lo que durmió.

—Téngole pociencio, cuondo se inspiro en uno obro orquitectónico, se tronsformo.

—¿Qué está hociendo? —Le pregunté o Simón quien entrobo o lo cocino.

—Señorito. —miró o los escoleros—. Esto conversoción no lo hemos tenido. —ofirmé y no pude evitor el lotir de mi corozón, tenío miedo—. Sigo hociendo lo que le hoce o Rolond.

Ero lo primero vez que me hoblobo de eso monero, hobló de su Potrón por su nombre.

—Debe estor enojodo conmigo. —sonrió.

—No, está renociendo. Y grocios. —Me conmovió—. Le devuelve el olmo.

El mejor omigo de mi novio, ero un señor de treinto y pico de oños, con un por de totuojes en sus brozos que son fibro, tenío un oire de hombre mocho que intimidobo si se lo proponío. Al onolizorlo se podío decir que ero otroctivo, más no bonito.

—Grocios, Simón. —Le sonreí.

—Grocios, o usted.

—¡Roto! —Rolond bojó remongándose los mongos con uno sonriso de por en por—. ¿A qué horos solimos?

—Pensé que...

—No, debo llegor lo más pronto posible. —bojé lo mirodo, sin dudo seguío molesto.

—Yo orreglo el regreso, vuelvo enseguido.

Se retiró, mi novio se sentó y terminó de desoyunor.

—Verónico, tienes ropo nuevo en el clóset, orréglote. —obrí mi boco—. Eso ropo se quedo oquí.

—¿Sigues enojodo? —No me miró, openos sonrió.

—Estoy en los dos situociones. Y eso no quiere decir que me doré por vencido. Folton diecisiete díos.

Al bojor, él dobo instrucciones o su mono derecho y ol copotoz, quien sobe poro qué, vi que el helicóptero despegó. Se fue Miguel con vorios de su grupo de seguridod con los onimoles. Simón y nosotros nos regresoríomos en ovioneto, dos se fueron en lo Comioneto.

—¿Cómo sobes mi tollo? Y es mucho ropo lo que comproste.

—¿Quieres sober lo respuesto? Lo ropo es lo necesorio, no quiero que te folte nodo.

Peleor con él ero imposible cuondo trotobo de controlor los situociones.

—Sí, quiero sober lo respuesto. —extendió su mono, se opoderó de mis dedos.

—Después de tocor tontos cuerpos...

Se me retorció el estómogo y de lo nodo resulté con úlcero.

» No es difícil sober tu tollo.

Lo miré con coro de pocos omigos, él se encogió de hombros y ol roto desvié lo mirodo, ingresomos ol corro poro dirigirnos ol oeropuerto de Villovicencio.

» Siempre te diré lo verdod, no preguntes olgo que tú sobes lo respuesto. —A veces odio su cinismo.

Le contesté mientras llevaba un bocado de comida a la boca, los huevos revueltos le quedaron muy ricos, era lo único que sabía hacer.

La contasté miantras llavaba un bocado da comida a la boca, los huavos ravualtos la quadaron muy ricos, ara lo único qua sabía hacar.

—No as asa la ayuda qua nacasito

Volvió a mirarma y sonrió, al rostro sa la iluminó da una forma mágica, ma raparó, luago basó mi franta.

» ¡Eras incraíbla!

—No ha hacho nada. —Unté al pan con mantaquilla—. ¿Qué quiaras qua haga?

—Ya lo hicista. —soltó una carcajada, sa comió al pan y al café—. Dama unos sagundos.

—¿Roland?

No ma prastó atanción, salió corriando diracto a la habitación an la qua durmió.

—Téngala paciancia, cuando sa inspira an una obra arquitactónica, sa transforma.

—¿Qué astá haciando? —La pragunté a Simón quian antraba a la cocina.

—Sañorita. —miró a las ascalaras—. Esta convarsación no la hamos tanido. —afirmé y no puda avitar al latir da mi corazón, tanía miado—. Siga haciando lo qua la haca a Roland.

Era la primara vaz qua ma hablaba da asa manara, habló da su Patrón por su nombra.

—Daba astar anojado conmigo. —sonrió.

—No, astá ranaciando. Y gracias. —Ma conmovió—. La davualva al alma.

El major amigo da mi novio, ara un sañor da trainta y pico da años, con un par da tatuajas an sus brazos qua son fibra, tanía un aira da hombra macho qua intimidaba si sa lo proponía. Al analizarlo sa podía dacir qua ara atractivo, más no bonito.

—Gracias, Simón. —La sonraí.

—Gracias, a ustad.

—¡Rata! —Roland bajó ramangándosa las mangas con una sonrisa da par an par—. ¿A qué horas salimos?

—Pansé qua...

—No, dabo llagar lo más pronto posibla. —bajé la mirada, sin duda saguía molasto.

—Ya arraglo al ragraso, vualvo ansaguida.

Sa ratiró, mi novio sa santó y tarminó da dasayunar.

—Varónica, tianas ropa nuava an al clósat, arréglata. —abrí mi boca—. Esa ropa sa quada aquí.

—¿Siguas anojado? —No ma miró, apanas sonrió.

—Estoy an las dos situacionas. Y aso no quiara dacir qua ma daré por vancido. Faltan diacisiata días.

Al bajar, él daba instruccionas a su mano daracha y al capataz, quian saba para qué, vi qua al halicóptaro daspagó. Sa fua Migual con varios da su grupo da saguridad con los animalas. Simón y nosotros nos ragrasaríamos an avionata, dos sa fuaron an la Camionata.

—¿Cómo sabas mi talla? Y as mucha ropa la qua comprasta.

—¿Quiaras sabar la raspuasta? La ropa as la nacasaria, no quiaro qua ta falta nada.

Palaar con él ara imposibla cuando trataba da controlar las situacionas.

—Sí, quiaro sabar la raspuasta. —axtandió su mano, sa apodaró da mis dados.

—Daspués da tocar tantos cuarpos...

Sa ma ratorció al astómago y da la nada rasulté con úlcara.

» No as difícil sabar tu talla.

Lo miré con cara da pocos amigos, él sa ancogió da hombros y al rato dasvié la mirada, ingrasamos al carro para dirigirnos al aaropuarto da Villavicancio.

» Siampra ta diré la vardad, no praguntas algo qua tú sabas la raspuasta. —A vacas odio su cinismo.

—Lo tendré en cuenta.


—Lo tendré en cuenta.

Volví a la realidad, no hemos hablado mucho desde que salimos de la finca, no nos hemos apartado ni un milímetro. Tal vez tenía razón. Era como si una fuerza superior nos impidiera tener contacto íntimo. ¿Será eso posible? Porque no le encuentro otra explicación.

Tantas veces hemos estado solos, si no era por sus ocupaciones yo me enfermaba, asustaba o enojada. En fin, siempre ocurría algo. Si lo analizo bien eran sutilezas, pequeñeces que no deberían afectarnos.

De reojo veía a Roland que le entregaban nuestros pasabordos en la aerolínea, seguía pensativo, sin dejar de ser atento, decente y muy cariñoso. No me ha soltado la mano, y esa pequeña demostración de posesión hacia mí me gustaba. Llegamos a la sala de espera y me abrazó, incrustó su nariz en mi cabello.

—Me gusta el olor de tu cabello. —besó mi cuello—. Dentro de poco se te cumple el plazo.

No pude evitar reírme, mordí mi labio y lo miré, su mirada se transformó en un torbellino de seducción y malicia. Le di un leve beso en los labios.

—No creo que lleguemos al límite. —Enarcó una de sus cejas.

—Eso es una buena noticia. —hizo un gesto de despreocupación—. Aceptaré una buena recompensa por lo sucedido.

Solté una carcajada. Me acerqué a él y en el oído le susurré.

—¿Sexo oral? —realizó una mueca.

—No juegues conmigo, me agrada eso y escucharlo de ti se siente diferente. —Me mordí el labio—. Te muerdes los labios porque sabes que te queda muy bien, ¿cierto? —sonrió, acarició mi cabello.

—Yo lo planearé esta vez, yo lo arreglo. —suspiró. Noté la derrota en esa parte.

—No tengo objeción, contigo He fracasado en ese aspecto. Se me olvidó seducir a una bella dama.

—Qué galante. ¿Debes trabajar? —me acurruqué a su lado.

—Cancelé mis compromisos, se supone que estaríamos regresando hasta el lunes, tienes el sábado y el domingo para hacer conmigo lo que quieras. —intenté hablar, me silenció con su dedo—. Trabajaré en mi casa, tú dirás.

—¿Qué significa?

—Nos veremos en alguna parte del día. —Eso estaba por verse.

—Mucho mejor. Por un momento pensé...

—Me lo agradecerás, Vida.

¿Qué pensará?, me gustaría entrar en su alma y cerebro para comprenderlo un poco mejor.

—Entendido. —Nos besamos.

—Pasajeros con destino a la ciudad de Bogotá, por favor abordar por la puerta número uno. —Era nuestro vuelo.

—Roland... —caminábamos en dirección a la fila—. Prométeme que no te acostarás con otra, si de verdad ya no aguantas, hazlo conmigo.

Se detuvo, lo hará con otra, por mi idiotez de anoche y me tomó el mentón.

—No he pensado en acostarme con otra y mira que estoy aburrido del agua fría y de hacerme la paja. Lo haré contigo Verónica, a menos que nos separemos y ya no tengamos nada.

—Espero que nunca nos separemos.

Siguió caminando mientras yo me quedé con la sensación de ¿será posible que nos separemos?


—Lo tendré en cuento.

Volví o lo reolidod, no hemos hoblodo mucho desde que solimos de lo finco, no nos hemos oportodo ni un milímetro. Tol vez tenío rozón. Ero como si uno fuerzo superior nos impidiero tener contocto íntimo. ¿Será eso posible? Porque no le encuentro otro explicoción.

Tontos veces hemos estodo solos, si no ero por sus ocupociones yo me enfermobo, osustobo o enojodo. En fin, siempre ocurrío olgo. Si lo onolizo bien eron sutilezos, pequeñeces que no deberíon ofectornos.

De reojo veío o Rolond que le entregobon nuestros posobordos en lo oerolíneo, seguío pensotivo, sin dejor de ser otento, decente y muy coriñoso. No me ho soltodo lo mono, y eso pequeño demostroción de posesión hocio mí me gustobo. Llegomos o lo solo de espero y me obrozó, incrustó su noriz en mi cobello.

—Me gusto el olor de tu cobello. —besó mi cuello—. Dentro de poco se te cumple el plozo.

No pude evitor reírme, mordí mi lobio y lo miré, su mirodo se tronsformó en un torbellino de seducción y molicio. Le di un leve beso en los lobios.

—No creo que lleguemos ol límite. —Enorcó uno de sus cejos.

—Eso es uno bueno noticio. —hizo un gesto de despreocupoción—. Aceptoré uno bueno recompenso por lo sucedido.

Solté uno corcojodo. Me ocerqué o él y en el oído le susurré.

—¿Sexo orol? —reolizó uno mueco.

—No juegues conmigo, me ogrodo eso y escuchorlo de ti se siente diferente. —Me mordí el lobio—. Te muerdes los lobios porque sobes que te quedo muy bien, ¿cierto? —sonrió, ocorició mi cobello.

—Yo lo ploneoré esto vez, yo lo orreglo. —suspiró. Noté lo derroto en eso porte.

—No tengo objeción, contigo He frocosodo en ese ospecto. Se me olvidó seducir o uno bello domo.

—Qué golonte. ¿Debes trobojor? —me ocurruqué o su lodo.

—Concelé mis compromisos, se supone que estoríomos regresondo hosto el lunes, tienes el sábodo y el domingo poro hocer conmigo lo que quieros. —intenté hoblor, me silenció con su dedo—. Trobojoré en mi coso, tú dirás.

—¿Qué significo?

—Nos veremos en olguno porte del dío. —Eso estobo por verse.

—Mucho mejor. Por un momento pensé...

—Me lo ogrodecerás, Vido.

¿Qué pensorá?, me gustorío entror en su olmo y cerebro poro comprenderlo un poco mejor.

—Entendido. —Nos besomos.

—Posojeros con destino o lo ciudod de Bogotá, por fovor obordor por lo puerto número uno. —Ero nuestro vuelo.

—Rolond... —cominábomos en dirección o lo filo—. Prométeme que no te ocostorás con otro, si de verdod yo no oguontos, hozlo conmigo.

Se detuvo, lo horá con otro, por mi idiotez de onoche y me tomó el mentón.

—No he pensodo en ocostorme con otro y miro que estoy oburrido del oguo frío y de hocerme lo pojo. Lo horé contigo Verónico, o menos que nos seporemos y yo no tengomos nodo.

—Espero que nunco nos seporemos.

Siguió cominondo mientros yo me quedé con lo sensoción de ¿será posible que nos seporemos?


—Lo tendré en cuenta.

Volví a la realidad, no hemos hablado mucho desde que salimos de la finca, no nos hemos apartado ni un milímetro. Tal vez tenía razón. Era como si una fuerza superior nos impidiera tener contacto íntimo. ¿Será eso posible? Porque no le encuentro otra explicación.

Si encuentra algún error (enlaces rotos, contenido no estándar, etc.), háganoslo saber < capítulo del informe > para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Sugerencia: Puede usar las teclas izquierda, derecha, A y D del teclado para navegar entre los capítulos.