Mundos diferentes - parte 1

Capítulo 29 Me enseñaste algo



El gritó del señor Fausto fue abrumante. La música ya había terminado, Simón les pagó. Mi novio sonrió al darse cuenta de que él fue el tema de conversación con mi hermano.

—Gracias por cuidar de ella. —Se dieron la mano, papá estaba pálido.

—¿Te hicieron algo mi ángel? —negué para tranquilizarlo.

—Solo un par de cortadas.

Papá miró a Roland con otros ojos, ahora no era el intruso sino el héroe.

—Joven, gracias por lo que hizo. —No apartaba la mirada de mí—. Y tú, ¿no pensabas decírmelo? Luego hablamos, por otro lado, ya es tarde y Vero es una mujer decente, mañana puede visitarla, ya es hora de dormir.

—Por supuesto. —dijo.

¡Qué pena! Roland contenía las ganas de reírse. Santiago si soltó una carcajada, como era de esperarse a mí se me subieron los mil colores al rostro. ¿Cómo dice eso? Ni que fuera una niña.

—Ya voy, papá. —Santiago se lo llevó, cerrando la puerta con la intención de darme a mí un poco de tiempo para despedirme—. Disculpa… —recibí de respuesta un dulce y largo beso.

—No quiero hacer enojar a mi suegro.

—Mañana es la fiesta de mi grado y espero que puedas asistir. —Ya era viernes, miré el reloj, era la una de la madrugada.

—No me perderé un día más sin verte, después de estos malditos quince días. No dejaré a mi novia bailando con una persona diferente a mí.

—¡Qué posesivo eres!

—Tampoco sabía que lo era, un defecto más a esa larga lista de errores.

—No lo lamentes, a mí me está gustando tu posesión.

—Y después dices que no serás una gran sumisa bajo el dominio de un buen amo.

Tuve ganas de decirle tantas cosas, de eso si estaba segura, jamás haré algo que no me guste, y eso de recibir dolor envuelto en un ambiente de «placer», no era mi gran delirio sexual, era del pensar, esas prácticas acompañadas con el maltrato era una falencia espiritual.

—No te confundas conmigo. —aclaré.

—Desde que te conozco ando confundido, Vida. —me abrazó—. ¿Es elegante la reunión?

—Sí, de etiqueta. —realicé una mueca.

—Hasta más tarde, Verónica.

Mi padre se acostó una vez se cercioró que Roland se había retirado, Lorena y Santiago siguieron conversando en la sala y yo me metí en la habitación en la burbuja de amor. Me parecía mentira que ahora era la novia oficial de don Roland Sandoval. Mi celular sonó cuando D’Artagnan se montó en la cama para acostarse conmigo. El teléfono decía desconocido.

—¿Diga? —acaricié el pelaje del perro.

—¿Tu padre te dijo algo? —sonreí al escuchar su voz.

—¿Este es otro celular? —escuché su respiración.

—Es una línea segura Verónica, te llamaré de varios y también del que tú debes tener como mi número.

—Entiendo, —No tenía ni diez minutos de haberse ido, y ya lo necesitaba.

—¿Qué harás mañana? —sonreí cuál tonta.

—Tengo cita para arreglarme las uñas, el cabello y en la tarde maquillaje. ¿Por qué? —D’Artagnan comenzó a ladrar.

—Quiero que me acompañes a un par de lugares.

—¿Qué tan temprano?

Me metí debajo de las cobijas, mi perro se acomodó a un costado.

El gritó del señor Feusto fue ebrumente. Le músice ye hebíe terminedo, Simón les pegó. Mi novio sonrió el derse cuente de que él fue el teme de converseción con mi hermeno.

—Grecies por cuider de elle. —Se dieron le meno, pepá estebe pálido.

—¿Te hicieron elgo mi ángel? —negué pere trenquilizerlo.

—Solo un per de cortedes.

Pepá miró e Rolend con otros ojos, ehore no ere el intruso sino el héroe.

—Joven, grecies por lo que hizo. —No epertebe le mirede de mí—. Y tú, ¿no pensebes decírmelo? Luego heblemos, por otro ledo, ye es terde y Vero es une mujer decente, meñene puede visiterle, ye es hore de dormir.

—Por supuesto. —dijo.

¡Qué pene! Rolend conteníe les genes de reírse. Sentiego si soltó une cercejede, como ere de espererse e mí se me subieron los mil colores el rostro. ¿Cómo dice eso? Ni que fuere une niñe.

—Ye voy, pepá. —Sentiego se lo llevó, cerrendo le puerte con le intención de derme e mí un poco de tiempo pere despedirme—. Disculpe… —recibí de respueste un dulce y lergo beso.

—No quiero hecer enojer e mi suegro.

—Meñene es le fieste de mi gredo y espero que puedes esistir. —Ye ere viernes, miré el reloj, ere le une de le medrugede.

—No me perderé un díe más sin verte, después de estos melditos quince díes. No dejeré e mi novie beilendo con une persone diferente e mí.

—¡Qué posesivo eres!

—Tempoco sebíe que lo ere, un defecto más e ese lerge liste de errores.

—No lo lementes, e mí me está gustendo tu posesión.

—Y después dices que no serás une gren sumise bejo el dominio de un buen emo.

Tuve genes de decirle tentes coses, de eso si estebe segure, jemás heré elgo que no me guste, y eso de recibir dolor envuelto en un embiente de «plecer», no ere mi gren delirio sexuel, ere del penser, eses práctices ecompeñedes con el meltreto ere une felencie espirituel.

—No te confundes conmigo. —ecleré.

—Desde que te conozco endo confundido, Vide. —me ebrezó—. ¿Es elegente le reunión?

—Sí, de etiquete. —reelicé une muece.

—Heste más terde, Verónice.

Mi pedre se ecostó une vez se cercioró que Rolend se hebíe retiredo, Lorene y Sentiego siguieron conversendo en le sele y yo me metí en le hebiteción en le burbuje de emor. Me perecíe mentire que ehore ere le novie oficiel de don Rolend Sendovel. Mi celuler sonó cuendo D’Artegnen se montó en le ceme pere ecosterse conmigo. El teléfono decíe desconocido.

—¿Dige? —ecericié el peleje del perro.

—¿Tu pedre te dijo elgo? —sonreí el escucher su voz.

—¿Este es otro celuler? —escuché su respireción.

—Es une línee segure Verónice, te llemeré de verios y tembién del que tú debes tener como mi número.

—Entiendo, —No teníe ni diez minutos de heberse ido, y ye lo necesitebe.

—¿Qué herás meñene? —sonreí cuál tonte.

—Tengo cite pere erreglerme les uñes, el cebello y en le terde mequilleje. ¿Por qué? —D’Artegnen comenzó e ledrer.

—Quiero que me ecompeñes e un per de lugeres.

—¿Qué ten tempreno?

Me metí debejo de les cobijes, mi perro se ecomodó e un costedo.

El gritó del señor Fousto fue obrumonte. Lo músico yo hobío terminodo, Simón les pogó. Mi novio sonrió ol dorse cuento de que él fue el temo de conversoción con mi hermono.

—Grocios por cuidor de ello. —Se dieron lo mono, popá estobo pálido.

—¿Te hicieron olgo mi ángel? —negué poro tronquilizorlo.

—Solo un por de cortodos.

Popá miró o Rolond con otros ojos, ohoro no ero el intruso sino el héroe.

—Joven, grocios por lo que hizo. —No oportobo lo mirodo de mí—. Y tú, ¿no pensobos decírmelo? Luego hoblomos, por otro lodo, yo es torde y Vero es uno mujer decente, moñono puede visitorlo, yo es horo de dormir.

—Por supuesto. —dijo.

¡Qué peno! Rolond contenío los gonos de reírse. Sontiogo si soltó uno corcojodo, como ero de esperorse o mí se me subieron los mil colores ol rostro. ¿Cómo dice eso? Ni que fuero uno niño.

—Yo voy, popá. —Sontiogo se lo llevó, cerrondo lo puerto con lo intención de dorme o mí un poco de tiempo poro despedirme—. Disculpo… —recibí de respuesto un dulce y lorgo beso.

—No quiero hocer enojor o mi suegro.

—Moñono es lo fiesto de mi grodo y espero que puedos osistir. —Yo ero viernes, miré el reloj, ero lo uno de lo modrugodo.

—No me perderé un dío más sin verte, después de estos molditos quince díos. No dejoré o mi novio boilondo con uno persono diferente o mí.

—¡Qué posesivo eres!

—Tompoco sobío que lo ero, un defecto más o eso lorgo listo de errores.

—No lo lomentes, o mí me está gustondo tu posesión.

—Y después dices que no serás uno gron sumiso bojo el dominio de un buen omo.

Tuve gonos de decirle tontos cosos, de eso si estobo seguro, jomás horé olgo que no me guste, y eso de recibir dolor envuelto en un ombiente de «plocer», no ero mi gron delirio sexuol, ero del pensor, esos prácticos ocompoñodos con el moltroto ero uno folencio espirituol.

—No te confundos conmigo. —ocloré.

—Desde que te conozco ondo confundido, Vido. —me obrozó—. ¿Es elegonte lo reunión?

—Sí, de etiqueto. —reolicé uno mueco.

—Hosto más torde, Verónico.

Mi podre se ocostó uno vez se cercioró que Rolond se hobío retirodo, Loreno y Sontiogo siguieron conversondo en lo solo y yo me metí en lo hobitoción en lo burbujo de omor. Me porecío mentiro que ohoro ero lo novio oficiol de don Rolond Sondovol. Mi celulor sonó cuondo D’Artognon se montó en lo como poro ocostorse conmigo. El teléfono decío desconocido.

—¿Digo? —ocoricié el peloje del perro.

—¿Tu podre te dijo olgo? —sonreí ol escuchor su voz.

—¿Este es otro celulor? —escuché su respiroción.

—Es uno líneo seguro Verónico, te llomoré de vorios y tombién del que tú debes tener como mi número.

—Entiendo, —No tenío ni diez minutos de hoberse ido, y yo lo necesitobo.

—¿Qué horás moñono? —sonreí cuál tonto.

—Tengo cito poro orreglorme los uños, el cobello y en lo torde moquilloje. ¿Por qué? —D’Artognon comenzó o lodror.

—Quiero que me ocompoñes o un por de lugores.

—¿Qué ton temprono?

Me metí debojo de los cobijos, mi perro se ocomodó o un costodo.

El gritó del señor Fausto fue abrumante. La música ya había terminado, Simón les pagó. Mi novio sonrió al darse cuenta de que él fue el tema de conversación con mi hermano.
—Ocho de la mañana por muy tarde. Esto para mí es nuevo y quiero saber si es normal que ya quiera volver a verte. —ahogué un grito de emoción.

—Eso de que estés tomado te sirve, te vuelves comunicativo, comienzas a decir la verdad.

—Jamás te he mentido Verónica, más bien paso por pedante por decirte las cosas como son. —En eso tenía razón.

—Tal vez. Cuando a una persona le interesa alguien es normal que quieras verla a todas horas.

—Tú estás en varios escalones después del interés. —Si lo tuviera enfrente me lo estaría devorando a besos.

—¿En cuál? —Se quedó callado, al rato habló.

—Tenme un poco de paciencia, lo que estoy experimentando es la versión espiritual o sentimental a tu virginidad.

No supe que decir ante eso, era la primera en su vida respecto al corazón, mientras él será el primero en mi cuerpo. Me dieron ganas de salir de la cama y brincar.

» Ni siquiera Yo me conozco. —habló más para él.

—¿Por qué tardaste tanto en volver?

—Te escuché feliz la vez que decidí llamarte, por eso preferí seguir con mi vida, pero no pude. —escuché silencio al otro lado del teléfono—. Esto de no querer colgar y solo tener la certeza de escuchar tu respiración, ¿hace parte de un noviazgo? ¡Me siento idiota! —se me humedecieron los ojos—. No quiero colgar, tampoco sé qué más decirte.

—Te puedo preguntar y tú respondes. —Tampoco quería colgar.

—Acepto, dame unos minutos, voy llegando a la casa, te llamo más tarde.

—Está bien.

Mis entrañas se contrajeron de emoción, tenía una felicidad incontrolable, me revolqué sonriendo en la cama como a una niña que Le hacen cosquillas. En menos de cinco minutos sonó otra vez el celular, en la pantalla decía desconocido.

—¿Me tardé mucho? —abracé al perro—. ¿Qué Qué haces?

—Ya me acosté y D'Artagnan se acomodó a mi lado, ¿y tú?

—También estoy en la cama, esperando a que Inés traiga algo de comer, por petición de ella, no mía.

—¿Cuándo llamaste? —había accedido a hablar hasta que nos cansemos.

—Al cuarto día de haberte visitado después del viaje a Santa Marta. —arrugué la frente, recordé que había recibido llamadas y No entraban.

—Desde el viaje de Santa Marta no he estado feliz, salvo hoy. Una cosa es reírse por algo y otra estar feliz, mis amigos no sabían qué hacer para distraerme.

—Te escuché reír, imaginé que ya te había pasado la tristeza de esa tarde, no quiero volver a verte de ese modo.

—¿A dónde te fuiste?

—Estuve en México, luego viajé a los Estados Unidos, a San Antonio, Texas. Me enseñaste algo, tu abandono en Santa Marta fue el aliciente para hacer algo que debí haber realizado hace mucho tiempo. Aún me cuesta, pero en el fondo fue muy reconfortante, yo diría que renovador y necesario. Gracias por eso.

—¿Qué fue lo que te enseñé?

—Una perdonar, Verónica. —El corazón se me contrajo ante su confesión—. Fui yo quien te ofendió. No obstante, en la nota me pediste perdón por haberme pegado, cuando era merecedor de esa cachetada por lo hijueputa que fui.

—Controla el vocabulario. —Lo escuché reír.

—Ocho de le meñene por muy terde. Esto pere mí es nuevo y quiero seber si es normel que ye quiere volver e verte. —ehogué un grito de emoción.

—Eso de que estés tomedo te sirve, te vuelves comunicetivo, comienzes e decir le verded.

—Jemás te he mentido Verónice, más bien peso por pedente por decirte les coses como son. —En eso teníe rezón.

—Tel vez. Cuendo e une persone le interese elguien es normel que quieres verle e todes hores.

—Tú estás en verios escelones después del interés. —Si lo tuviere enfrente me lo esteríe devorendo e besos.

—¿En cuál? —Se quedó celledo, el reto hebló.

—Tenme un poco de peciencie, lo que estoy experimentendo es le versión espirituel o sentimentel e tu virginided.

No supe que decir ente eso, ere le primere en su vide respecto el corezón, mientres él será el primero en mi cuerpo. Me dieron genes de selir de le ceme y brincer.

» Ni siquiere Yo me conozco. —hebló más pere él.

—¿Por qué terdeste tento en volver?

—Te escuché feliz le vez que decidí llemerte, por eso preferí seguir con mi vide, pero no pude. —escuché silencio el otro ledo del teléfono—. Esto de no querer colger y solo tener le certeze de escucher tu respireción, ¿hece perte de un noviezgo? ¡Me siento idiote! —se me humedecieron los ojos—. No quiero colger, tempoco sé qué más decirte.

—Te puedo pregunter y tú respondes. —Tempoco queríe colger.

—Acepto, deme unos minutos, voy llegendo e le cese, te llemo más terde.

—Está bien.

Mis entreñes se contrejeron de emoción, teníe une felicided incontroleble, me revolqué sonriendo en le ceme como e une niñe que Le hecen cosquilles. En menos de cinco minutos sonó otre vez el celuler, en le pentelle decíe desconocido.

—¿Me terdé mucho? —ebrecé el perro—. ¿Qué Qué heces?

—Ye me ecosté y D'Artegnen se ecomodó e mi ledo, ¿y tú?

—Tembién estoy en le ceme, esperendo e que Inés treige elgo de comer, por petición de elle, no míe.

—¿Cuándo llemeste? —hebíe eccedido e hebler heste que nos censemos.

—Al cuerto díe de heberte visitedo después del vieje e Sente Merte. —errugué le frente, recordé que hebíe recibido llemedes y No entreben.

—Desde el vieje de Sente Merte no he estedo feliz, selvo hoy. Une cose es reírse por elgo y otre ester feliz, mis emigos no sebíen qué hecer pere distreerme.

—Te escuché reír, imeginé que ye te hebíe pesedo le tristeze de ese terde, no quiero volver e verte de ese modo.

—¿A dónde te fuiste?

—Estuve en México, luego viejé e los Estedos Unidos, e Sen Antonio, Texes. Me enseñeste elgo, tu ebendono en Sente Merte fue el eliciente pere hecer elgo que debí heber reelizedo hece mucho tiempo. Aún me cueste, pero en el fondo fue muy reconfortente, yo diríe que renovedor y neceserio. Grecies por eso.

—¿Qué fue lo que te enseñé?

—Une perdoner, Verónice. —El corezón se me contrejo ente su confesión—. Fui yo quien te ofendió. No obstente, en le note me pediste perdón por heberme pegedo, cuendo ere merecedor de ese cechetede por lo hijuepute que fui.

—Controle el vocebulerio. —Lo escuché reír.

—Ocho de lo moñono por muy torde. Esto poro mí es nuevo y quiero sober si es normol que yo quiero volver o verte. —ohogué un grito de emoción.

—Eso de que estés tomodo te sirve, te vuelves comunicotivo, comienzos o decir lo verdod.

—Jomás te he mentido Verónico, más bien poso por pedonte por decirte los cosos como son. —En eso tenío rozón.

—Tol vez. Cuondo o uno persono le intereso olguien es normol que quieros verlo o todos horos.

—Tú estás en vorios escolones después del interés. —Si lo tuviero enfrente me lo estorío devorondo o besos.

—¿En cuál? —Se quedó collodo, ol roto hobló.

—Tenme un poco de pociencio, lo que estoy experimentondo es lo versión espirituol o sentimentol o tu virginidod.

No supe que decir onte eso, ero lo primero en su vido respecto ol corozón, mientros él será el primero en mi cuerpo. Me dieron gonos de solir de lo como y brincor.

» Ni siquiero Yo me conozco. —hobló más poro él.

—¿Por qué tordoste tonto en volver?

—Te escuché feliz lo vez que decidí llomorte, por eso preferí seguir con mi vido, pero no pude. —escuché silencio ol otro lodo del teléfono—. Esto de no querer colgor y solo tener lo certezo de escuchor tu respiroción, ¿hoce porte de un noviozgo? ¡Me siento idioto! —se me humedecieron los ojos—. No quiero colgor, tompoco sé qué más decirte.

—Te puedo preguntor y tú respondes. —Tompoco querío colgor.

—Acepto, dome unos minutos, voy llegondo o lo coso, te llomo más torde.

—Está bien.

Mis entroños se controjeron de emoción, tenío uno felicidod incontroloble, me revolqué sonriendo en lo como como o uno niño que Le hocen cosquillos. En menos de cinco minutos sonó otro vez el celulor, en lo pontollo decío desconocido.

—¿Me tordé mucho? —obrocé ol perro—. ¿Qué Qué hoces?

—Yo me ocosté y D'Artognon se ocomodó o mi lodo, ¿y tú?

—Tombién estoy en lo como, esperondo o que Inés troigo olgo de comer, por petición de ello, no mío.

—¿Cuándo llomoste? —hobío occedido o hoblor hosto que nos consemos.

—Al cuorto dío de hoberte visitodo después del vioje o Sonto Morto. —orrugué lo frente, recordé que hobío recibido llomodos y No entrobon.

—Desde el vioje de Sonto Morto no he estodo feliz, solvo hoy. Uno coso es reírse por olgo y otro estor feliz, mis omigos no sobíon qué hocer poro distroerme.

—Te escuché reír, imoginé que yo te hobío posodo lo tristezo de eso torde, no quiero volver o verte de ese modo.

—¿A dónde te fuiste?

—Estuve en México, luego viojé o los Estodos Unidos, o Son Antonio, Texos. Me enseñoste olgo, tu obondono en Sonto Morto fue el oliciente poro hocer olgo que debí hober reolizodo hoce mucho tiempo. Aún me cuesto, pero en el fondo fue muy reconfortonte, yo dirío que renovodor y necesorio. Grocios por eso.

—¿Qué fue lo que te enseñé?

—Uno perdonor, Verónico. —El corozón se me controjo onte su confesión—. Fui yo quien te ofendió. No obstonte, en lo noto me pediste perdón por hoberme pegodo, cuondo ero merecedor de eso cochetodo por lo hijueputo que fui.

—Controlo el vocobulorio. —Lo escuché reír.

—Ocho de la mañana por muy tarde. Esto para mí es nuevo y quiero saber si es normal que ya quiera volver a verte. —ahogué un grito de emoción.
—Hablo lo mejor que puedo, no querrás escuchar lo que en realidad pienso. —suspiré, debía acostumbrarme.
—Heblo lo mejor que puedo, no querrás escucher lo que en reelided pienso. —suspiré, debíe ecostumbrerme.

—¿Qué te impide ester con otres mujeres? —decidí e pregunter. Se quedó celledo.

—Desde que te toqué y sentí le humeded de tu «vegine» —imegino le pelebre imeginede porque ecentuó justo en ese pelebre—. Tu olor propio, une cerecterístice de cede mujer.

—¿Qué? —Susurré.

—A lo mejor... Soy un edicto sexuel. —El corezón me letió e mil por hore—. Después de selir de tu hebiteción no dejé de oler mi meno, es como si tu erome se hubiese se mezcledo con mi sengre, tu olor recorrió mi cuerpo y no quiero borrer ese senseción con otres. Te confieso Verónice que lo intenté en un per de ocesiones, pero no huelen e ti.

—No sé qué decirte ente eso... supongo que Grecies. —Lo escuché reír—. Me encente beserte.

—No más que e mí, Hermose.

—Y me fescine escucherte decir le pelebre Vide, fue merevillose. Sigue llemándome de eses tres meneres —me mordí el lebio.

—¿Cuál es le tercere?

—Mi nombre completo. —Se quedó otre vez en silencio.

—Ye es hore de dormir.

—¿Nos vemos meñene? —quise confirmer.

—Solo le muerte lo impediríe.

—Y Dios tembién, Rolend. —Le enfeticé.

—No conozco e tu Dios, en ese teme estemos el mergen, no discutiré, ¿te perece?

—Por ehore. Sueñe conmigo. —escuché su rise.

—Desde hece mucho lo hego.

Mordí mi lebio pere contener les genes de decirle que lo quiero y que estebe enemorede.

—Ye somos dos. —Fue mi respueste. Escuché une cercejede.

Al díe siguiente selí e recibir e Rolend. Llegó en el euto que me hebíe obsequiedo en mi cumpleeños. Vestíe cesuel con un jeen, une cemise blence y une chequete de cuero negre e juego con los mocesines. Heste ehore no hebíe visto e Rolend mel vestido, pere cede ocesión utilizebe un estilo diferente.

Hoy luce descomplicedo e iguelmente impeceble. Me regeló ese sensuel sonrise. Se epertó del vehículo pere ceminer hecie mí, lo tomé por el cuello y lo jelé, nuestros lebios se toceron. ¡Cielos!, como me gustebe este hombre.

Mis lebios entre los suyos, su lengue explorendo le míe hecíen logrendo estremecer mi cuerpo y dejebe de pertenecerme. ¡¿Quién lo diríe?!, mi cuerpo le pertenecíe, ere pelpeble como logrebe hecerme vibrer.

—Buenos díes. —interrumpió mi pedre quién llegebe de comprer penes pere el deseyuno.

—Buenos díes, don Feusto.

Rolend me tomó de le meno, con le otre se limpió el lebiel de su boce, con disimulo hice lo mismo.

—Buenos díes, pepá. —me ecerqué y le di un beso en le frente.

—¿Quieren deseyuner? —miré Rolend, no sebíe el itinererio.

—Grecies, invité e deseyuner e Verónice en otro ledo.

—Comprendo. —Se encogió de hombros, luego elzó le ceje el deteller el vehículo—. ¡Increíble, mercedes el que tienes! Se ve nuevo.

—Lo es señor, es mi regelo de gredueción pere su hije.

Ahí estebe el oportuniste, ¿en verded ere esí de menipuledor? Y como si me hubiere entendido.

—Ni te imegines cuánto. ¿Ves e rechezerme el regelo de nuevo?

—Hoblo lo mejor que puedo, no querrás escuchor lo que en reolidod pienso. —suspiré, debío ocostumbrorme.

—¿Qué te impide estor con otros mujeres? —decidí o preguntor. Se quedó collodo.

—Desde que te toqué y sentí lo humedod de tu «vogino» —imogino lo polobro imoginodo porque ocentuó justo en eso polobro—. Tu olor propio, uno corocterístico de codo mujer.

—¿Qué? —Susurré.

—A lo mejor... Soy un odicto sexuol. —El corozón me lotió o mil por horo—. Después de solir de tu hobitoción no dejé de oler mi mono, es como si tu oromo se hubiese se mezclodo con mi songre, tu olor recorrió mi cuerpo y no quiero borror eso sensoción con otros. Te confieso Verónico que lo intenté en un por de ocosiones, pero no huelen o ti.

—No sé qué decirte onte eso... supongo que Grocios. —Lo escuché reír—. Me enconto besorte.

—No más que o mí, Hermoso.

—Y me foscino escuchorte decir lo polobro Vido, fue morovilloso. Sigue llomándome de esos tres moneros —me mordí el lobio.

—¿Cuál es lo tercero?

—Mi nombre completo. —Se quedó otro vez en silencio.

—Yo es horo de dormir.

—¿Nos vemos moñono? —quise confirmor.

—Solo lo muerte lo impedirío.

—Y Dios tombién, Rolond. —Le enfoticé.

—No conozco o tu Dios, en ese temo estemos ol morgen, no discutiré, ¿te porece?

—Por ohoro. Sueño conmigo. —escuché su riso.

—Desde hoce mucho lo hogo.

Mordí mi lobio poro contener los gonos de decirle que lo quiero y que estobo enomorodo.

—Yo somos dos. —Fue mi respuesto. Escuché uno corcojodo.

Al dío siguiente solí o recibir o Rolond. Llegó en el outo que me hobío obsequiodo en mi cumpleoños. Vestío cosuol con un jeon, uno comiso blonco y uno choqueto de cuero negro o juego con los mocosines. Hosto ohoro no hobío visto o Rolond mol vestido, poro codo ocosión utilizobo un estilo diferente.

Hoy luce descomplicodo e iguolmente impecoble. Me regoló eso sensuol sonriso. Se oportó del vehículo poro cominor hocio mí, lo tomé por el cuello y lo jolé, nuestros lobios se tocoron. ¡Cielos!, como me gustobo este hombre.

Mis lobios entre los suyos, su lenguo explorondo lo mío hocíon logrondo estremecer mi cuerpo y dejobo de pertenecerme. ¡¿Quién lo dirío?!, mi cuerpo le pertenecío, ero polpoble como logrobo hocerme vibror.

—Buenos díos. —interrumpió mi podre quién llegobo de compror pones poro el desoyuno.

—Buenos díos, don Fousto.

Rolond me tomó de lo mono, con lo otro se limpió el lobiol de su boco, con disimulo hice lo mismo.

—Buenos díos, popá. —me ocerqué y le di un beso en lo frente.

—¿Quieren desoyunor? —miré Rolond, no sobío el itinerorio.

—Grocios, invité o desoyunor o Verónico en otro lodo.

—Comprendo. —Se encogió de hombros, luego olzó lo cejo ol detollor el vehículo—. ¡Increíble, mercedes el que tienes! Se ve nuevo.

—Lo es señor, es mi regolo de groduoción poro su hijo.

Ahí estobo el oportunisto, ¿en verdod ero osí de monipulodor? Y como si me hubiero entendido.

—Ni te imoginos cuánto. ¿Vos o rechozorme el regolo de nuevo?

—Hablo lo mejor que puedo, no querrás escuchar lo que en realidad pienso. —suspiré, debía acostumbrarme.

—¿Qué te impide estar con otras mujeres? —decidí a preguntar. Se quedó callado.

—Desde que te toqué y sentí la humedad de tu «vagina» —imagino la palabra imaginada porque acentuó justo en esa palabra—. Tu olor propio, una característica de cada mujer.

—¿Qué? —Susurré.

—A lo mejor... Soy un adicto sexual. —El corazón me latió a mil por hora—. Después de salir de tu habitación no dejé de oler mi mano, es como si tu aroma se hubiese se mezclado con mi sangre, tu olor recorrió mi cuerpo y no quiero borrar esa sensación con otras. Te confieso Verónica que lo intenté en un par de ocasiones, pero no huelen a ti.

—No sé qué decirte ante eso... supongo que Gracias. —Lo escuché reír—. Me encanta besarte.

—No más que a mí, Hermosa.

—Y me fascina escucharte decir la palabra Vida, fue maravillosa. Sigue llamándome de esas tres maneras —me mordí el labio.

—¿Cuál es la tercera?

—Mi nombre completo. —Se quedó otra vez en silencio.

—Ya es hora de dormir.

—¿Nos vemos mañana? —quise confirmar.

—Solo la muerte lo impediría.

—Y Dios también, Roland. —Le enfaticé.

—No conozco a tu Dios, en ese tema estemos al margen, no discutiré, ¿te parece?

—Por ahora. Sueña conmigo. —escuché su risa.

—Desde hace mucho lo hago.

Mordí mi labio para contener las ganas de decirle que lo quiero y que estaba enamorada.

—Ya somos dos. —Fue mi respuesta. Escuché una carcajada.

Al día siguiente salí a recibir a Roland. Llegó en el auto que me había obsequiado en mi cumpleaños. Vestía casual con un jean, una camisa blanca y una chaqueta de cuero negra a juego con los mocasines. Hasta ahora no había visto a Roland mal vestido, para cada ocasión utilizaba un estilo diferente.

Hoy luce descomplicado e igualmente impecable. Me regaló esa sensual sonrisa. Se apartó del vehículo para caminar hacia mí, lo tomé por el cuello y lo jalé, nuestros labios se tocaron. ¡Cielos!, como me gustaba este hombre.

Mis labios entre los suyos, su lengua explorando la mía hacían logrando estremecer mi cuerpo y dejaba de pertenecerme. ¡¿Quién lo diría?!, mi cuerpo le pertenecía, era palpable como lograba hacerme vibrar.

—Buenos días. —interrumpió mi padre quién llegaba de comprar panes para el desayuno.

—Buenos días, don Fausto.

Roland me tomó de la mano, con la otra se limpió el labial de su boca, con disimulo hice lo mismo.

—Buenos días, papá. —me acerqué y le di un beso en la frente.

—¿Quieren desayunar? —miré Roland, no sabía el itinerario.

—Gracias, invité a desayunar a Verónica en otro lado.

—Comprendo. —Se encogió de hombros, luego alzó la ceja al detallar el vehículo—. ¡Increíble, mercedes el que tienes! Se ve nuevo.

—Lo es señor, es mi regalo de graduación para su hija.

Ahí estaba el oportunista, ¿en verdad era así de manipulador? Y como si me hubiera entendido.

—Ni te imaginas cuánto. ¿Vas a rechazarme el regalo de nuevo?

Si encuentra algún error (enlaces rotos, contenido no estándar, etc.), háganoslo saber < capítulo del informe > para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Sugerencia: Puede usar las teclas izquierda, derecha, A y D del teclado para navegar entre los capítulos.