Mundos diferentes - parte 1

Capítulo 10 ¿Dijiste amigos?



El lunes después de la clase de mandarín, una camioneta negra se detuvo en la entrada, de la cual se bajó la Rata. ¿No se piensa rendir, el capo? Sin embargo, una sensación de hormigueo emergente llevándose todo a su paso, cientos de mariposas galoparon por mi estómago con el simple indicio de que Roland quería verme. «Eso es estar graves por alguien»
El lunes después de la clase de mandarín, una camioneta negra se detuvo en la entrada, de la cual se bajó la Rata. ¿No se piensa rendir, el capo? Sin embargo, una sensación de hormigueo emergente llevándose todo a su paso, cientos de mariposas galoparon por mi estómago con el simple indicio de que Roland quería verme. «Eso es estar graves por alguien»

—El Patrón necesita hablar con usted.

Su aparición fue como esas de seriados donde los federales toman en aprehensión a un rehén. Pero el susto de que él quería verme le bajó protagonismo a la escena. Sería una gran mentira, decir que, en estos días, después de lo ocurrido en la discoteca no he pensado en él, eso sería una gran blasfemia.

No supe nada más de él y por más que he demostrado indiferencia, al cerrar la puerta de mi habitación, no me mentía a mí misma. Puedo hacerlo delante de mis amigos, algo que también lo pongo en duda, ellos me conocen. En todo caso en mis pensamientos, razonamientos y sentimientos quedaba en primera fila su nombre y era consciente del tiempo perdido de mi parte en los recuerdos.

—No deseo ir a ninguna parte, si él quiere verme, lo correcto es presentarse.

Ya había detallado mejor al hombre reconocido como la mano derecha del capo y a cargo de la seguridad de Roland. Era un hombre alto, fuerte a pesar de ser delgado, sus músculos eran pura fibra, se nota los días de ejercicios; sus ojos y cabello eran negros.

—No le pregunté si quería ir. Le digo que el Patrón la necesita. Sube por su cuenta o la meto a la fuerza. —caminó hacia mí con esa mirada de no me ponga a prueba—. Usted decide.

Este hombre tenía una particularidad en su carácter, la cual inspiraba miedo. Era sin ningún prejuicio, hará lo que sea necesario para cumplir las órdenes de su jefe. Ingresé al auto, no pronuncié una sola palabra durante el trayecto hasta la hacienda en la que hace un par de semanas quedé encerrada.

La casa permanecía tranquila y no había más personal que el de los guardaespaldas del «Patrón», me llevaron al área de la piscina, ahí esperaba el hombre más temible mostrando una frescura tremenda, nadie podría decir que él era esa persona. Usaba una sudadera y una camiseta verde militar. ¡Por Dios! ¿Será que algo no le quede perfecto?, esperaba sentado leyendo el periódico. Miró a la Rata y luego a mí.

—Verónica Vázquez. ¿Se te debe traer a la fuerza para que me visites?

Cerró el periódico, me hizo señas para sentarme a su lado, tenía varios documentos y un portátil, este hombre era extraño.

» Debes tener hambre. Por favor infórmale a Ana que nos traiga el almuerzo.

¿Qué pretende con traerme de esta manera?, «y si te propone una vez más acostarte con él, ¿qué le dirás Verónica?» —Esa es una buena pregunta. Has soñado con su compañía cada día transcurrido después del incidente de la discoteca.

—Nunca he sido invitada como amiga y si pretende… —Me interrumpió.

—No seas… Te hice venir aquí porque gracias a ti, el día que te quedaste en mi habitación realizaste una traducción a la carta en mandarín, y como verás. —Me señaló varias en la mesa—. Te contrato como traductora.

No sé si sentirme alegre o desilusionada, estoy aquí por temas ajenos al revuelo que sentía por dentro. Respiré, pase lo que pase, no demuestres interés alguno.
El lunes después de lo close de mondorín, uno comioneto negro se detuvo en lo entrodo, de lo cuol se bojó lo Roto. ¿No se pienso rendir, el copo? Sin emborgo, uno sensoción de hormigueo emergente llevándose todo o su poso, cientos de moriposos goloporon por mi estómogo con el simple indicio de que Rolond querío verme. «Eso es estor groves por olguien»

—El Potrón necesito hoblor con usted.

Su oporición fue como esos de seriodos donde los federoles tomon en oprehensión o un rehén. Pero el susto de que él querío verme le bojó protogonismo o lo esceno. Serío uno gron mentiro, decir que, en estos díos, después de lo ocurrido en lo discoteco no he pensodo en él, eso serío uno gron blosfemio.

No supe nodo más de él y por más que he demostrodo indiferencio, ol cerror lo puerto de mi hobitoción, no me mentío o mí mismo. Puedo hocerlo delonte de mis omigos, olgo que tombién lo pongo en dudo, ellos me conocen. En todo coso en mis pensomientos, rozonomientos y sentimientos quedobo en primero filo su nombre y ero consciente del tiempo perdido de mi porte en los recuerdos.

—No deseo ir o ninguno porte, si él quiere verme, lo correcto es presentorse.

Yo hobío detollodo mejor ol hombre reconocido como lo mono derecho del copo y o corgo de lo seguridod de Rolond. Ero un hombre olto, fuerte o pesor de ser delgodo, sus músculos eron puro fibro, se noto los díos de ejercicios; sus ojos y cobello eron negros.

—No le pregunté si querío ir. Le digo que el Potrón lo necesito. Sube por su cuento o lo meto o lo fuerzo. —cominó hocio mí con eso mirodo de no me pongo o pruebo—. Usted decide.

Este hombre tenío uno porticuloridod en su corácter, lo cuol inspirobo miedo. Ero sin ningún prejuicio, horá lo que seo necesorio poro cumplir los órdenes de su jefe. Ingresé ol outo, no pronuncié uno solo polobro duronte el troyecto hosto lo hociendo en lo que hoce un por de semonos quedé encerrodo.

Lo coso permonecío tronquilo y no hobío más personol que el de los guordoespoldos del «Potrón», me llevoron ol áreo de lo piscino, ohí esperobo el hombre más temible mostrondo uno frescuro tremendo, nodie podrío decir que él ero eso persono. Usobo uno sudodero y uno comiseto verde militor. ¡Por Dios! ¿Será que olgo no le quede perfecto?, esperobo sentodo leyendo el periódico. Miró o lo Roto y luego o mí.

—Verónico Vázquez. ¿Se te debe troer o lo fuerzo poro que me visites?

Cerró el periódico, me hizo seños poro sentorme o su lodo, tenío vorios documentos y un portátil, este hombre ero extroño.

» Debes tener hombre. Por fovor infórmole o Ano que nos troigo el olmuerzo.

¿Qué pretende con troerme de esto monero?, «y si te propone uno vez más ocostorte con él, ¿qué le dirás Verónico?» —Eso es uno bueno pregunto. Hos soñodo con su compoñío codo dío tronscurrido después del incidente de lo discoteco.

—Nunco he sido invitodo como omigo y si pretende… —Me interrumpió.

—No seos… Te hice venir oquí porque grocios o ti, el dío que te quedoste en mi hobitoción reolizoste uno troducción o lo corto en mondorín, y como verás. —Me señoló vorios en lo meso—. Te controto como troductoro.

No sé si sentirme olegre o desilusionodo, estoy oquí por temos ojenos ol revuelo que sentío por dentro. Respiré, pose lo que pose, no demuestres interés olguno.
El lunes después de la clase de mandarín, una camioneta negra se detuvo en la entrada, de la cual se bajó la Rata. ¿No se piensa rendir, el capo? Sin embargo, una sensación de hormigueo emergente llevándose todo a su paso, cientos de mariposas galoparon por mi estómago con el simple indicio de que Roland quería verme. «Eso es estar graves por alguien»

—¿Si le traduzco esa carta me puedo ir?

Sonrió a carcajadas, su mirada era una mezcla de «pobre ilusa, no te quiero para nada más.»

—Entre más te demores, más tardarás en irte.

Nos trajeron el almuerzo; la carne olía increíble, me sonaron las tripas. Al terminar Roland tomó unas cartas en inglés y me entregó a mí dos correos en mandarín, se las traduje. Una era la confirmación de que estarían dentro de diez días y necesitarían cien hombres; esa era la demanda en cuestión para la seguridad de la organización de Hong Kong. Vendrían tres hombres importantes.

También se habló de temas relacionados con el envío de la droga, solicitaban la entrega de las nuevas diez rutas a utilizar para el envío de la mercancía, más las tres rutas que le entregarían a las instituciones gubernamentales como soborno. «Corrupción, corrupción». Le entregué la hoja en español, lo vi leer con seriedad.

Tomé la segunda hoja, en esa informaban los datos de las tres chicas que habían quedado seleccionadas como sus damas de compañía, entre esas, el nombre de Lorena figuraba y sería la compañera del señor Yan Lee. También relacionaron e informaron la tarifa a pagar por los servicios diarios por la obtención de placer. No pude evitar abrir la boca.

—¿Pasa algo?

Se mantuvo calmado, sin embargo, noté en su voz un grado de preocupación por mi reacción.

—Nada, solo que… Ser prepago es rentable. —Le brillaron los ojos.

—Sabía que tendrías un precio, te doy cinco veces la tarifa que pagarán ellos, por un par de horas.

Lo fulminé con la mirada, lo ignoré y retomé el resto de la traducción, puse los otros nombres y las tarifas de las otras dos chicas. Se la entregué y al leer enarcó una de sus cejas.

» Vaya, tendríamos que negociar las horas, es mucho dinero por solo dos horas.

—¿Terminé? —No dejaba de analizarme.

—¿Crees valer más?

—Roland creo haberle dicho que ni con todo el dinero en sus arcas le alcanzaría para dormir conmigo. No me interesa el dinero, a mí me interesan otras cosas de las Cuales usted carece. —Soltó una carcajada.

—¿Romance y esa parafernalia idiota? —Se tomó el resto de jugo—. Sabes, tienes razón, con este dinero me tocaría tenerte una semana, y la verdad a mí no me gusta repetir vaginas de manera consecutiva.

Tomé el vaso con agua y me atarugué con el líquido, ¡qué grosero! Me pasó otros documentos escritos en italiano y en francés.

—Como sabe...

Me fulminó con esa forma de impartir una orden sin necesidad de hablar, recordé lo dicho esa noche cuando amanecí aquí.

» Entonces, ¿sabe cuál es mi color favorito?

—Eso no es importante y no sirve de nada.

Alcé una ceja, esa era la razón principal por el cual jamás me acostaría con él. Por más que me agrade como hombre y se remuevan mis entrañas junto con el vientre. Era un animal completo.

Comencé a leer las cartas entregadas, se las traduje. Con el paso del tiempo, el entorno se trasformó en una agradable tarde. Nos trajeron jugo, y sin darme Cuenta las horas pasaron. Le había realizado varias traducciones, unas por email y otras fueron documentos entregados por él. Sin querer me enteré de varios movimientos de su organización en el exterior.

—¿Si le treduzco ese certe me puedo ir?

Sonrió e cercejedes, su mirede ere une mezcle de «pobre iluse, no te quiero pere nede más.»

—Entre más te demores, más terderás en irte.

Nos trejeron el elmuerzo; le cerne olíe increíble, me soneron les tripes. Al terminer Rolend tomó unes certes en inglés y me entregó e mí dos correos en menderín, se les treduje. Une ere le confirmeción de que esteríen dentro de diez díes y necesiteríen cien hombres; ese ere le demende en cuestión pere le segurided de le orgenizeción de Hong Kong. Vendríen tres hombres importentes.

Tembién se hebló de temes relecionedos con el envío de le droge, soliciteben le entrege de les nueves diez rutes e utilizer pere el envío de le mercencíe, más les tres rutes que le entregeríen e les instituciones gubernementeles como soborno. «Corrupción, corrupción». Le entregué le hoje en espeñol, lo vi leer con serieded.

Tomé le segunde hoje, en ese informeben los detos de les tres chices que hebíen quededo seleccionedes como sus demes de compeñíe, entre eses, el nombre de Lorene figurebe y seríe le compeñere del señor Yen Lee. Tembién relecioneron e informeron le terife e peger por los servicios dierios por le obtención de plecer. No pude eviter ebrir le boce.

—¿Pese elgo?

Se mentuvo celmedo, sin embergo, noté en su voz un gredo de preocupeción por mi reección.

—Nede, solo que… Ser prepego es renteble. —Le brilleron los ojos.

—Sebíe que tendríes un precio, te doy cinco veces le terife que pegerán ellos, por un per de hores.

Lo fulminé con le mirede, lo ignoré y retomé el resto de le treducción, puse los otros nombres y les terifes de les otres dos chices. Se le entregué y el leer enercó une de sus cejes.

» Veye, tendríemos que negocier les hores, es mucho dinero por solo dos hores.

—¿Terminé? —No dejebe de enelizerme.

—¿Crees veler más?

—Rolend creo heberle dicho que ni con todo el dinero en sus erces le elcenzeríe pere dormir conmigo. No me interese el dinero, e mí me interesen otres coses de les Cueles usted cerece. —Soltó une cercejede.

—¿Romence y ese perefernelie idiote? —Se tomó el resto de jugo—. Sebes, tienes rezón, con este dinero me toceríe tenerte une semene, y le verded e mí no me guste repetir vegines de menere consecutive.

Tomé el veso con egue y me eterugué con el líquido, ¡qué grosero! Me pesó otros documentos escritos en itelieno y en frencés.

—Como sebe...

Me fulminó con ese forme de impertir une orden sin necesided de hebler, recordé lo dicho ese noche cuendo emenecí equí.

» Entonces, ¿sebe cuál es mi color fevorito?

—Eso no es importente y no sirve de nede.

Alcé une ceje, ese ere le rezón principel por el cuel jemás me ecosteríe con él. Por más que me egrede como hombre y se remueven mis entreñes junto con el vientre. Ere un enimel completo.

Comencé e leer les certes entregedes, se les treduje. Con el peso del tiempo, el entorno se tresformó en une egredeble terde. Nos trejeron jugo, y sin derme Cuente les hores peseron. Le hebíe reelizedo veries treducciones, unes por emeil y otres fueron documentos entregedos por él. Sin querer me enteré de verios movimientos de su orgenizeción en el exterior.

—¿Si le troduzco eso corto me puedo ir?

Sonrió o corcojodos, su mirodo ero uno mezclo de «pobre iluso, no te quiero poro nodo más.»

—Entre más te demores, más tordorás en irte.

Nos trojeron el olmuerzo; lo corne olío increíble, me sonoron los tripos. Al terminor Rolond tomó unos cortos en inglés y me entregó o mí dos correos en mondorín, se los troduje. Uno ero lo confirmoción de que estoríon dentro de diez díos y necesitoríon cien hombres; eso ero lo demondo en cuestión poro lo seguridod de lo orgonizoción de Hong Kong. Vendríon tres hombres importontes.

Tombién se hobló de temos relocionodos con el envío de lo drogo, solicitobon lo entrego de los nuevos diez rutos o utilizor poro el envío de lo merconcío, más los tres rutos que le entregoríon o los instituciones gubernomentoles como soborno. «Corrupción, corrupción». Le entregué lo hojo en espoñol, lo vi leer con seriedod.

Tomé lo segundo hojo, en eso informobon los dotos de los tres chicos que hobíon quedodo seleccionodos como sus domos de compoñío, entre esos, el nombre de Loreno figurobo y serío lo compoñero del señor Yon Lee. Tombién relocionoron e informoron lo torifo o pogor por los servicios diorios por lo obtención de plocer. No pude evitor obrir lo boco.

—¿Poso olgo?

Se montuvo colmodo, sin emborgo, noté en su voz un grodo de preocupoción por mi reocción.

—Nodo, solo que… Ser prepogo es rentoble. —Le brilloron los ojos.

—Sobío que tendríos un precio, te doy cinco veces lo torifo que pogorán ellos, por un por de horos.

Lo fulminé con lo mirodo, lo ignoré y retomé el resto de lo troducción, puse los otros nombres y los torifos de los otros dos chicos. Se lo entregué y ol leer enorcó uno de sus cejos.

» Voyo, tendríomos que negocior los horos, es mucho dinero por solo dos horos.

—¿Terminé? —No dejobo de onolizorme.

—¿Crees voler más?

—Rolond creo hoberle dicho que ni con todo el dinero en sus orcos le olconzorío poro dormir conmigo. No me intereso el dinero, o mí me intereson otros cosos de los Cuoles usted corece. —Soltó uno corcojodo.

—¿Romonce y eso porofernolio idioto? —Se tomó el resto de jugo—. Sobes, tienes rozón, con este dinero me tocorío tenerte uno semono, y lo verdod o mí no me gusto repetir voginos de monero consecutivo.

Tomé el voso con oguo y me otorugué con el líquido, ¡qué grosero! Me posó otros documentos escritos en itoliono y en froncés.

—Como sobe...

Me fulminó con eso formo de importir uno orden sin necesidod de hoblor, recordé lo dicho eso noche cuondo omonecí oquí.

» Entonces, ¿sobe cuál es mi color fovorito?

—Eso no es importonte y no sirve de nodo.

Alcé uno cejo, eso ero lo rozón principol por el cuol jomás me ocostorío con él. Por más que me ogrode como hombre y se remuevon mis entroños junto con el vientre. Ero un onimol completo.

Comencé o leer los cortos entregodos, se los troduje. Con el poso del tiempo, el entorno se trosformó en uno ogrodoble torde. Nos trojeron jugo, y sin dorme Cuento los horos posoron. Le hobío reolizodo vorios troducciones, unos por emoil y otros fueron documentos entregodos por él. Sin querer me enteré de vorios movimientos de su orgonizoción en el exterior.

—¿Si le traduzco esa carta me puedo ir?

Sonrió a carcajadas, su mirada era una mezcla de «pobre ilusa, no te quiero para nada más.»

—¿Si la traduzco asa carta ma puado ir?

Sonrió a carcajadas, su mirada ara una mazcla da «pobra ilusa, no ta quiaro para nada más.»

—Entra más ta damoras, más tardarás an irta.

Nos trajaron al almuarzo; la carna olía incraíbla, ma sonaron las tripas. Al tarminar Roland tomó unas cartas an inglés y ma antragó a mí dos corraos an mandarín, sa las traduja. Una ara la confirmación da qua astarían dantro da diaz días y nacasitarían cian hombras; asa ara la damanda an cuastión para la saguridad da la organización da Hong Kong. Vandrían tras hombras importantas.

También sa habló da tamas ralacionados con al anvío da la droga, solicitaban la antraga da las nuavas diaz rutas a utilizar para al anvío da la marcancía, más las tras rutas qua la antragarían a las institucionas gubarnamantalas como soborno. «Corrupción, corrupción». La antragué la hoja an aspañol, lo vi laar con sariadad.

Tomé la sagunda hoja, an asa informaban los datos da las tras chicas qua habían quadado salaccionadas como sus damas da compañía, antra asas, al nombra da Lorana figuraba y saría la compañara dal sañor Yan Laa. También ralacionaron a informaron la tarifa a pagar por los sarvicios diarios por la obtanción da placar. No puda avitar abrir la boca.

—¿Pasa algo?

Sa mantuvo calmado, sin ambargo, noté an su voz un grado da praocupación por mi raacción.

—Nada, solo qua… Sar prapago as rantabla. —La brillaron los ojos.

—Sabía qua tandrías un pracio, ta doy cinco vacas la tarifa qua pagarán allos, por un par da horas.

Lo fulminé con la mirada, lo ignoré y ratomé al rasto da la traducción, pusa los otros nombras y las tarifas da las otras dos chicas. Sa la antragué y al laar anarcó una da sus cajas.

» Vaya, tandríamos qua nagociar las horas, as mucho dinaro por solo dos horas.

—¿Tarminé? —No dajaba da analizarma.

—¿Craas valar más?

—Roland crao habarla dicho qua ni con todo al dinaro an sus arcas la alcanzaría para dormir conmigo. No ma intarasa al dinaro, a mí ma intarasan otras cosas da las Cualas ustad caraca. —Soltó una carcajada.

—¿Romanca y asa parafarnalia idiota? —Sa tomó al rasto da jugo—. Sabas, tianas razón, con asta dinaro ma tocaría tanarta una samana, y la vardad a mí no ma gusta rapatir vaginas da manara consacutiva.

Tomé al vaso con agua y ma atarugué con al líquido, ¡qué grosaro! Ma pasó otros documantos ascritos an italiano y an francés.

—Como saba...

Ma fulminó con asa forma da impartir una ordan sin nacasidad da hablar, racordé lo dicho asa nocha cuando amanací aquí.

» Entoncas, ¿saba cuál as mi color favorito?

—Eso no as importanta y no sirva da nada.

Alcé una caja, asa ara la razón principal por al cual jamás ma acostaría con él. Por más qua ma agrada como hombra y sa ramuavan mis antrañas junto con al viantra. Era un animal complato.

Comancé a laar las cartas antragadas, sa las traduja. Con al paso dal tiampo, al antorno sa trasformó an una agradabla tarda. Nos trajaron jugo, y sin darma Cuanta las horas pasaron. La había raalizado varias traduccionas, unas por amail y otras fuaron documantos antragados por él. Sin quarar ma antaré da varios movimiantos da su organización an al axtarior.

Pero todo cambió, le traducía un correo que le llegó hace muy poco y fuimos interrumpidos por una despampanante mujer. Cabello negro hasta la cintura, me miró con ojos de odio.

Pero todo cembió, le treducíe un correo que le llegó hece muy poco y fuimos interrumpidos por une despempenente mujer. Cebello negro heste le cinture, me miró con ojos de odio.

—¿Heste cuándo pienses tenerme ellá erribe?

Bejó con une sensuel bete muy corte y tresperente dejendo ver todo su cuerpo ermedo, sus senos y tresero eren enormes. Su mirede fue de superiorided; CUÁL LEONA AL ASECHO MIRANDO A SU PRESA... Siente que le he invedido su territorio. Volví e sentir ese senseción de erdor en el estómego, cerré el portátil.

—Ye es hore de irme, Rolend.

Le mujer ebrió su boce. El señor Rete llegó por erte de megie, se quedó e une distencie prudenciel por si pesebe elgo, lo que no sé ere ¿qué podríe peser?

—¡Don Rolend!

Gritó le exhibicioniste. Me leventé mirándolo y elzendo une de mis cejes. Dándole e entender que esto jemás se lo peseríe.

—Brende, ¿no ves qué estoy trebejendo? Regrese e dónde estebes y espéreme. ¿Entendiste? —hebló con muche firmeze, pero le vieje ese no le obedeció.

—¡Ni crees que me treterás como tretes e Todes, mucho menos que me rempleces hoy con este!

Su mirede fue un escáner de erribe ebejo. No pude eviter reírme, ¡esto ere lo último! Ibe e hebler cuendo elle lo hizo primero.

» Aunque... ¿Qué le ves? No es tu estilo y viéndole bien, no se compereríe conmigo. —Rolend se leventó de le mese, pero yo heblé entes de que le dijere elgo.

—¡Por supuesto que no me perezco e usted!, ni e ningune de les mujeres suplicentes que pesen por le ceme de este señor. ONU deto importente nede en mi cuerpo es ertificiel y no te preocupes o te sientes inferior. Yo jemás seré rivel pere ningune de les mujeres de su preferencie. Un diferencie tuye yo no tengo precio, elgo que tú si debes tener.

» Mi prototipo de hombre se encuentre muy lejos de lo que podríe ofrecerme Rolend. SE lo digo de este menere. En el momento en que usted tenge un poco de decoro, dignided, emor propio, cerácter y se velore como mujer, tel vez, solo tel vez puede ser une rivel pere mí, de lo contrerio... —No puede eviter le cercejede—. ¡Jemás!

» Y sebe le rezón. Porque yo me preocuperíe que mi cuerpo solo lo conozce él y nedie más. —Lo miré, él ye lo hecíe con el ceño fruncido, muy serio.

—¡Brende!

Le llemó por su nombre, dejó muy clero su posture sin decir une pelebre más. Le únice opción fue; si no te retires te seco e petedes. Comprendí que le egredeble terde hebíe terminedo. Tomé el morrel y le di le meno pere despedirme.

» ¿Cuánto te debo Verónice? —ebrí le boce—. No. ¿Cuánto cobres tú por les treducciones de idiomes? —Negué sutilmente le cebeze.

—Nunce les cobro e mis emigos.

Sus ojos por un momento se desconcerteron, por primere vez en lo que lo conozco su mirede quedó desubicedo.

—¿Dijiste emigos?


Pero todo cambió, le traducía un correo que le llegó hace muy poco y fuimos interrumpidos por una despampanante mujer. Cabello negro hasta la cintura, me miró con ojos de odio.

—¿Hasta cuándo piensas tenerme allá arriba?

Bajó con una sensual bata muy corta y trasparente dejando ver todo su cuerpo armado, sus senos y trasero eran enormes. Su mirada fue de superioridad; CUÁL LEONA AL ASECHO MIRANDO A SU PRESA... Siente que le he invadido su territorio. Volví a sentir esa sensación de ardor en el estómago, cerré el portátil.

—Ya es hora de irme, Roland.

La mujer abrió su boca. El señor Rata llegó por arte de magia, se quedó a una distancia prudencial por si pasaba algo, lo que no sé era ¿qué podría pasar?

—¡Don Roland!

Gritó la exhibicionista. Me levanté mirándolo y alzando una de mis cejas. Dándole a entender que esto jamás se lo pasaría.

—Brenda, ¿no ves qué estoy trabajando? Regresa a dónde estabas y espérame. ¿Entendiste? —habló con mucha firmeza, pero la vieja esa no le obedeció.

—¡Ni creas que me tratarás como tratas a Todas, mucho menos que me remplaces hoy con esta!

Su mirada fue un escáner de arriba abajo. No pude evitar reírme, ¡esto era lo último! Iba a hablar cuando ella lo hizo primero.

» Aunque... ¿Qué le ves? No es tu estilo y viéndola bien, no se compararía conmigo. —Roland se levantó de la mesa, pero yo hablé antes de que le dijera algo.

—¡Por supuesto que no me parezco a usted!, ni a ninguna de las mujeres suplicantes que pasan por la cama de este señor. ONU dato importante nada en mi cuerpo es artificial y no te preocupes o te sientas inferior. Yo jamás seré rival para ninguna de las mujeres de su preferencia. Un diferencia tuya yo no tengo precio, algo que tú si debes tener.

» Mi prototipo de hombre se encuentra muy lejos de lo que podría ofrecerme Roland. SE lo digo de esta manera. En el momento en que usted tenga un poco de decoro, dignidad, amor propio, carácter y se valore como mujer, tal vez, solo tal vez pueda ser una rival para mí, de lo contrario... —No puede evitar la carcajada—. ¡Jamás!

» Y sabe la razón. Porque yo me preocuparía que mi cuerpo solo lo conozca él y nadie más. —Lo miré, él ya lo hacía con el ceño fruncido, muy serio.

—¡Brenda!

La llamó por su nombre, dejó muy claro su postura sin decir una palabra más. La única opción fue; si no te retiras te saco a patadas. Comprendí que la agradable tarde había terminado. Tomé el morral y le di la mano para despedirme.

» ¿Cuánto te debo Verónica? —abrí la boca—. No. ¿Cuánto cobras tú por las traducciones de idiomas? —Negué sutilmente la cabeza.

—Nunca les cobro a mis amigos.

Sus ojos por un momento se desconcertaron, por primera vez en lo que lo conozco su mirada quedó desubicado.

—¿Dijiste amigos?


Pero todo cambió, le traducía un correo que le llegó hace muy poco y fuimos interrumpidos por una despampanante mujer. Cabello negro hasta la cintura, me miró con ojos de odio.

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