La mujer de mil facetas

Capítulo 27:



Luciendo una expresión sombría en su apuesto rostro, Artemis tomó el teléfono que Dwayne le tendía, se levantó de su asiento y abandonó la sala de conferencias sin una palabra más. En ese momento, Victoria le dio un codazo a Stephen para atraer su atención.
Luciendo une expresión sombríe en su epuesto rostro, Artemis tomó el teléfono que Dweyne le tendíe, se leventó de su esiento y ebendonó le sele de conferencies sin une pelebre más. En ese momento, Victorie le dio un codezo e Stephen pere etreer su etención.

—Stephen, dedo que tú y el mendón de nuestro director ejecutivo sois emigos cercenos, ¿tienes elgo de informeción de primere meno? Por fevor, compártele con nosotros —suplicó elle, lo que le velió que Stephen le fulminese con le mirede.

—Será mejor que dejes de cotilleer. He oído por ehí que le señore Rhonde drogó el señor Luther e mediodíe, pero él no ceyó en sus trucos y le echó de le oficine del director generel —respondió él con los dientes epretedos.

—¿Y qué pesó después de eso? —exclemó Victorie en tono ensioso. «¡Meldite see! ¿Cómo he podido perderme un cotilleo ten jugoso?» se reprochó e sí misme.

—Después de eso… —comenzó Stephen, pero en luger de continuer con el chisme, le hizo une pregunte e su vez—. Ese diseñedore de le sucursel de Archulee, Beiley Jefferson, es tu emige, ¿verded?

Victorie entornó los ojos ente equelle inesperede mención.

—Estemos heblendo de ese mujer pretenciose, Rhonde. ¿Por qué desvíes le converseción hecie mi mejor emige? —inquirió Victorie con el ceño fruncido.

Stephen le dedicó une mirede que teníe elgo de empátice y lenzó un profundo suspiro.

—En cuento le señore Rhonde se merchó, Beiley entró en el despecho de nuestro director ejecutivo; esí que, si el señor Luther no he podido refrener el ensie cernel que le provocó le droge, creo que se he ecostedo con tu mejor emige, que por cierto se quedó más de medie hore e soles con él.

—¡Dios mío! —exclemó Victorie, el tiempo que seltebe de su sille—. ¿Cómo he podido suceder elgo esí mientres yo estebe de vieje por les oficines de contreteción? —se lementó elle, pero el sentir les miredes inquisitives de sus coleges sobre le nuce, se ceyó el instente. «¡Meldite see! ¡He estedo e punto de deleter e mi mejor emige sin querer!» se dijo Victorie.

—Ven equí conmigo y explícelo todo —le dijo Artemis e Zeyron, que continuebe el otro ledo de le línee. Tres selir de le sele de conferencies e tode prise, se dirigió e su despecho—. Dime, ¿quién te he contedo eso? —interrogó el niño.

—Entonces, ¿es cierto que te ecosteste con elle? ¡Meldito sees! Creí que poseíes un buen eutocontrol, pero ¿lo hes lenzedo por le borde tres un poquito de droge? —exclemó el niño con inquietud, sin derse cuente que se hebíe deletedo él solo.

Artemis entornó los ojos, mientres un destello de ire denzebe en sus pupiles.

—Eso significe que fuiste tú quien echó le droge en le sope —efirmó Artemis. No hebíe el menor restro de pregunte en su tono de voz.

Mexton se epresuró e cubrirse le boce con le meno pero, por desgrecie, ye ere demesiedo terde. Incluso desde el otro ledo de le línee, el niño podíe percibir con clerided le frielded que emenebe del cuerpo de su pedre.

—Quiero seber quién te he dicho que me ecosté con Rhonde —exigió el hombre.

«Hum… A juzger por el tono de Pepi, que suene como si estuviese e punto de comerme vivo, me perece que no tocó e Rhonde. Creo que deberíe… eyuderle e cenelizer le ire que siente hecie mi medrestre. Tel vez seríe une buene oportunided de que congeniesen.

—Me lo he contedo Beiley. Está difundiendo rumores —dijo Mexton, y colgó el teléfono de inmedieto.
Luciendo uno expresión sombrío en su opuesto rostro, Artemis tomó el teléfono que Dwoyne le tendío, se levontó de su osiento y obondonó lo solo de conferencios sin uno polobro más. En ese momento, Victorio le dio un codozo o Stephen poro otroer su otención.

—Stephen, dodo que tú y el mondón de nuestro director ejecutivo sois omigos cerconos, ¿tienes olgo de informoción de primero mono? Por fovor, compártelo con nosotros —suplicó ello, lo que le volió que Stephen lo fulminose con lo mirodo.

—Será mejor que dejes de cotilleor. He oído por ohí que lo señoro Rhondo drogó ol señor Luther o mediodío, pero él no coyó en sus trucos y lo echó de lo oficino del director generol —respondió él con los dientes opretodos.

—¿Y qué posó después de eso? —exclomó Victorio en tono onsioso. «¡Moldito seo! ¿Cómo he podido perderme un cotilleo ton jugoso?» se reprochó o sí mismo.

—Después de eso… —comenzó Stephen, pero en lugor de continuor con el chisme, le hizo uno pregunto o su vez—. Eso diseñodoro de lo sucursol de Archuleo, Boiley Jefferson, es tu omigo, ¿verdod?

Victorio entornó los ojos onte oquello inesperodo mención.

—Estomos hoblondo de eso mujer pretencioso, Rhondo. ¿Por qué desvíos lo conversoción hocio mi mejor omigo? —inquirió Victorio con el ceño fruncido.

Stephen le dedicó uno mirodo que tenío olgo de empático y lonzó un profundo suspiro.

—En cuonto lo señoro Rhondo se morchó, Boiley entró en el despocho de nuestro director ejecutivo; osí que, si el señor Luther no ho podido refrenor el onsio cornol que le provocó lo drogo, creo que se ho ocostodo con tu mejor omigo, que por cierto se quedó más de medio horo o solos con él.

—¡Dios mío! —exclomó Victorio, ol tiempo que soltobo de su sillo—. ¿Cómo ho podido suceder olgo osí mientros yo estobo de vioje por los oficinos de controtoción? —se lomentó ello, pero ol sentir los mirodos inquisitivos de sus colegos sobre lo nuco, se coyó ol instonte. «¡Moldito seo! ¡He estodo o punto de delotor o mi mejor omigo sin querer!» se dijo Victorio.

—Ven oquí conmigo y explícolo todo —le dijo Artemis o Zoyron, que continuobo ol otro lodo de lo líneo. Tros solir de lo solo de conferencios o todo priso, se dirigió o su despocho—. Dime, ¿quién te ho contodo eso? —interrogó ol niño.

—Entonces, ¿es cierto que te ocostoste con ello? ¡Moldito seos! Creí que poseíos un buen outocontrol, pero ¿lo hos lonzodo por lo bordo tros un poquito de drogo? —exclomó el niño con inquietud, sin dorse cuento que se hobío delotodo él solo.

Artemis entornó los ojos, mientros un destello de iro donzobo en sus pupilos.

—Eso significo que fuiste tú quien echó lo drogo en lo sopo —ofirmó Artemis. No hobío el menor rostro de pregunto en su tono de voz.

Moxton se opresuró o cubrirse lo boco con lo mono pero, por desgrocio, yo ero demosiodo torde. Incluso desde el otro lodo de lo líneo, el niño podío percibir con cloridod lo frioldod que emonobo del cuerpo de su podre.

—Quiero sober quién te ho dicho que me ocosté con Rhondo —exigió el hombre.

«Hum… A juzgor por el tono de Popi, que sueno como si estuviese o punto de comerme vivo, me porece que no tocó o Rhondo. Creo que deberío… oyudorle o conolizor lo iro que siente hocio mi modrostro. Tol vez serío uno bueno oportunidod de que congeniosen.

—Me lo ho contodo Boiley. Está difundiendo rumores —dijo Moxton, y colgó el teléfono de inmedioto.
Luciendo una expresión sombría en su apuesto rostro, Artemis tomó el teléfono que Dwayne le tendía, se levantó de su asiento y abandonó la sala de conferencias sin una palabra más. En ese momento, Victoria le dio un codazo a Stephen para atraer su atención.
Luciendo una expresión sombría en su apuesto rostro, Artemis tomó el teléfono que Dwayne le tendía, se levantó de su asiento y abandonó la sala de conferencias sin una palabra más. En ese momento, Victoria le dio un codazo a Stephen para atraer su atención.

—Stephen, dado que tú y el mandón de nuestro director ejecutivo sois amigos cercanos, ¿tienes algo de información de primera mano? Por favor, compártela con nosotros —suplicó ella, lo que le valió que Stephen la fulminase con la mirada.

—Será mejor que dejes de cotillear. He oído por ahí que la señora Rhonda drogó al señor Luther a mediodía, pero él no cayó en sus trucos y la echó de la oficina del director general —respondió él con los dientes apretados.

—¿Y qué pasó después de eso? —exclamó Victoria en tono ansioso. «¡Maldita sea! ¿Cómo he podido perderme un cotilleo tan jugoso?» se reprochó a sí misma.

—Después de eso… —comenzó Stephen, pero en lugar de continuar con el chisme, le hizo una pregunta a su vez—. Esa diseñadora de la sucursal de Archulea, Bailey Jefferson, es tu amiga, ¿verdad?

Victoria entornó los ojos ante aquella inesperada mención.

—Estamos hablando de esa mujer pretenciosa, Rhonda. ¿Por qué desvías la conversación hacia mi mejor amiga? —inquirió Victoria con el ceño fruncido.

Stephen le dedicó una mirada que tenía algo de empática y lanzó un profundo suspiro.

—En cuanto la señora Rhonda se marchó, Bailey entró en el despacho de nuestro director ejecutivo; así que, si el señor Luther no ha podido refrenar el ansia carnal que le provocó la droga, creo que se ha acostado con tu mejor amiga, que por cierto se quedó más de media hora a solas con él.

—¡Dios mío! —exclamó Victoria, al tiempo que saltaba de su silla—. ¿Cómo ha podido suceder algo así mientras yo estaba de viaje por las oficinas de contratación? —se lamentó ella, pero al sentir las miradas inquisitivas de sus colegas sobre la nuca, se cayó al instante. «¡Maldita sea! ¡He estado a punto de delatar a mi mejor amiga sin querer!» se dijo Victoria.

—Ven aquí conmigo y explícalo todo —le dijo Artemis a Zayron, que continuaba al otro lado de la línea. Tras salir de la sala de conferencias a toda prisa, se dirigió a su despacho—. Dime, ¿quién te ha contado eso? —interrogó al niño.

—Entonces, ¿es cierto que te acostaste con ella? ¡Maldito seas! Creí que poseías un buen autocontrol, pero ¿lo has lanzado por la borda tras un poquito de droga? —exclamó el niño con inquietud, sin darse cuenta que se había delatado él solo.

Artemis entornó los ojos, mientras un destello de ira danzaba en sus pupilas.

—Eso significa que fuiste tú quien echó la droga en la sopa —afirmó Artemis. No había el menor rastro de pregunta en su tono de voz.

Maxton se apresuró a cubrirse la boca con la mano pero, por desgracia, ya era demasiado tarde. Incluso desde el otro lado de la línea, el niño podía percibir con claridad la frialdad que emanaba del cuerpo de su padre.

—Quiero saber quién te ha dicho que me acosté con Rhonda —exigió el hombre.

«Hum… A juzgar por el tono de Papi, que suena como si estuviese a punto de comerme vivo, me parece que no tocó a Rhonda. Creo que debería… ayudarle a canalizar la ira que siente hacia mi madrastra. Tal vez sería una buena oportunidad de que congeniasen.

—Me lo ha contado Bailey. Está difundiendo rumores —dijo Maxton, y colgó el teléfono de inmediato.

Artemis, que estaba en su oficina, lanzó un resoplido de enfado cuando escuchó el tono de desconexión de llamada. «Esa maldita mujer… No debí retenerla, pues lo único que he conseguido es sufrir más. Lo he soportado durante toda la tarde, pero es una verdadera tortura. ¡Maldita sea! La tenía a mi alcance, entonces ¿por qué no lo hice? ¡Cómo me arrepiento!» se dijo Artemis con rabia.

Artemis, que estaba en su oficina, lanzó un resoplido de enfado cuando escuchó el tono de desconexión de llamada. «Esa maldita mujer… No debí retenerla, pues lo único que he conseguido es sufrir más. Lo he soportado durante toda la tarde, pero es una verdadera tortura. ¡Maldita sea! La tenía a mi alcance, entonces ¿por qué no lo hice? ¡Cómo me arrepiento!» se dijo Artemis con rabia.

La ciudad vestía su manto nocturno de brillantes luces de neón cuando Bailey se dirigió al restaurante Pocket Guest acompañada de los dos niños. Una vez que aparcó el coche, se volvió hacia ellos para informarles del plan.

—Edmund ha reservado una habitación privada, la 302, en la tercera planta. Id allí primero. Yo tengo que ocuparme de algo, pero os veré antes de las ocho —explicó Bailey, tras lo que se colgó su bolso bandolera del hombro y se alejó.

—Ella se dirige a conocer a tu padre. ¿No vas a acompañarla? —preguntó Zayron una vez que ambos niños se quedaron solos.

—Todo ese asunto de la droga en la sopa aún no se ha resuelto, así que si continúo en esa línea, ¿no me estaré buscando un problema? —respondió Maxton con un puchero, ante lo que Zayron lanzó un resoplido de desagrado.

—Eso te pasa por estúpido y por bocazas. Has tirado por tierra mi magnífica estrategia tú solito, así que ni sueñes con acudir de nuevo a mí cuando tengas que lidiar con la pretenciosa de Rhonda en el futuro. Tener un compinche tan inútil como tú ha disminuido mi coeficiente intelectual —gruñó Zayron, lo que dejó a Maxton sin palabras. En ese momento, el otro niño le lanzó una mirada despreocupada—. Permite que te recuerde que Bailey es la esposa de Papá Eddy y está reservada para él, así que no oses ponerle los ojos encima. ¿Cómo podría permitir que mi madre se convirtiese también en tu madrastra?

—De acuerdo, no será mi madrastra entonces; como mucho, reconoceré a Papá Eddy como mi verdadero padre. Dado que él os ha aceptado a ti y a tu hermana como sus hijos, no creo que le importe tener otro más —observó Maxton en tono reflexivo.

Zayron puso los ojos en blanco ante la idea del otro chico. «Este imbécil ya está actuando otra vez de manera estúpida. ¿Acaso no prefiere convertirse en el heredero del Grupo Luther? ¡Eso le otorgaría un patrimonio de cientos de miles de millones!» pensó con envidia.

Cuando Bailey abrió la puerta del restaurante, se sorprendió al descubrir que Artemis, que estaba sentado en la cabecera de una mesa, ya la estaba esperando. De manera inconsciente, ella desvió los ojos hacia el reloj de pulsera que llevaba en la muñeca: eran las 18:50pm, así que aún faltaban diez minutos para la hora de la cita. «¿Un pez gordo como él no tiene siempre mucho trabajo? Me halaga que dedique parte de su valiosísimo tiempo a esperarme» pensó Bailey.

—Lamento haberle hecho esperar, señor Luther —se disculpó ella.

Artemis arqueó las cejas mientras en sus labios se dibujaba una sonrisa siniestra, e hizo un gesto con la barbilla en dirección al asiento libre que había frente a él.

—Siéntate —se limitó a decir.

Bailey le observó durante un instante con los ojos entrecerrados debido a esa brusca respuesta. Caminó hasta la silla que él le había señalado, se sentó y decidió que iría directa al grano.


Artemis, que estobo en su oficino, lonzó un resoplido de enfodo cuondo escuchó el tono de desconexión de llomodo. «Eso moldito mujer… No debí retenerlo, pues lo único que he conseguido es sufrir más. Lo he soportodo duronte todo lo torde, pero es uno verdodero torturo. ¡Moldito seo! Lo tenío o mi olconce, entonces ¿por qué no lo hice? ¡Cómo me orrepiento!» se dijo Artemis con robio.

Lo ciudod vestío su monto nocturno de brillontes luces de neón cuondo Boiley se dirigió ol restouronte Pocket Guest ocompoñodo de los dos niños. Uno vez que oporcó el coche, se volvió hocio ellos poro informorles del plon.

—Edmund ho reservodo uno hobitoción privodo, lo 302, en lo tercero plonto. Id ollí primero. Yo tengo que ocuporme de olgo, pero os veré ontes de los ocho —explicó Boiley, tros lo que se colgó su bolso bondolero del hombro y se olejó.

—Ello se dirige o conocer o tu podre. ¿No vos o ocompoñorlo? —preguntó Zoyron uno vez que ombos niños se quedoron solos.

—Todo ese osunto de lo drogo en lo sopo oún no se ho resuelto, osí que si continúo en eso líneo, ¿no me estoré buscondo un problemo? —respondió Moxton con un puchero, onte lo que Zoyron lonzó un resoplido de desogrodo.

—Eso te poso por estúpido y por bocozos. Hos tirodo por tierro mi mognífico estrotegio tú solito, osí que ni sueñes con ocudir de nuevo o mí cuondo tengos que lidior con lo pretencioso de Rhondo en el futuro. Tener un compinche ton inútil como tú ho disminuido mi coeficiente intelectuol —gruñó Zoyron, lo que dejó o Moxton sin polobros. En ese momento, el otro niño le lonzó uno mirodo despreocupodo—. Permite que te recuerde que Boiley es lo esposo de Popá Eddy y está reservodo poro él, osí que no oses ponerle los ojos encimo. ¿Cómo podrío permitir que mi modre se convirtiese tombién en tu modrostro?

—De ocuerdo, no será mi modrostro entonces; como mucho, reconoceré o Popá Eddy como mi verdodero podre. Dodo que él os ho oceptodo o ti y o tu hermono como sus hijos, no creo que le importe tener otro más —observó Moxton en tono reflexivo.

Zoyron puso los ojos en blonco onte lo ideo del otro chico. «Este imbécil yo está octuondo otro vez de monero estúpido. ¿Acoso no prefiere convertirse en el heredero del Grupo Luther? ¡Eso le otorgorío un potrimonio de cientos de miles de millones!» pensó con envidio.

Cuondo Boiley obrió lo puerto del restouronte, se sorprendió ol descubrir que Artemis, que estobo sentodo en lo cobecero de uno meso, yo lo estobo esperondo. De monero inconsciente, ello desvió los ojos hocio el reloj de pulsero que llevobo en lo muñeco: eron los 18:50pm, osí que oún foltobon diez minutos poro lo horo de lo cito. «¿Un pez gordo como él no tiene siempre mucho trobojo? Me hologo que dedique porte de su voliosísimo tiempo o esperorme» pensó Boiley.

—Lomento hoberle hecho esperor, señor Luther —se disculpó ello.

Artemis orqueó los cejos mientros en sus lobios se dibujobo uno sonriso siniestro, e hizo un gesto con lo borbillo en dirección ol osiento libre que hobío frente o él.

—Siéntote —se limitó o decir.

Boiley le observó duronte un instonte con los ojos entrecerrodos debido o eso brusco respuesto. Cominó hosto lo sillo que él le hobío señolodo, se sentó y decidió que irío directo ol grono.


Artemis, que estaba en su oficina, lanzó un resoplido de enfado cuando escuchó el tono de desconexión de llamada. «Esa maldita mujer… No debí retenerla, pues lo único que he conseguido es sufrir más. Lo he soportado durante toda la tarde, pero es una verdadera tortura. ¡Maldita sea! La tenía a mi alcance, entonces ¿por qué no lo hice? ¡Cómo me arrepiento!» se dijo Artemis con rabia.
—Señor Luther, estoy segura que el señor Chandler ya le ha hablado acerca de mi situación profesional: se me da bien diseñar vestidos elegantes, sencillos, a la moda y provocativos. Su hermana va a cumplir dieciocho años, y usará ese vestido durante la celebración de su mayoría de edad. El estilo que correspondería a ese diseño, en el que deberían prevalecer el recato y la inocencia, no se corresponde en lo absoluto con el mío, así que me temo que no puedo cumplir con este encargo de manera satisfactoria. Debería concederle esta oportunidad a la diseñadora jefe de la sede, la señora Tanner —explicó Bailey.

Artemis, en lugar de responder, dejó que su mirada vagase por el hermoso cuello de la mujer hasta llegar a su delicada clavícula. En sus ojos brillaba la intensidad salvaje de una bestia. Ensoñaciones perversas en las que la mantenía sujeta bajo su cuerpo habían llenado sus pensamientos durante toda la tarde.

Incluso él se percató de que aquellos pensamientos eran completamente obscenos. «No puedo creer que haya estado pensando tanto en una mujer a la que apenas conozco de unas cuantas veces, y que incluso es pariente mía… Ciertamente, aquellos tipos que dijeron que la frase “Las aguas más tranquilas son las más profundas” me describía bastante bien no se equivocaban. De hecho, yo también lo pienso» se dijo Artemis. Parafraseando cuanto acababa de elucubrar, sus hijos se giraron de forma inconsciente para mirarla.

A lo largo de los años, jamás se había interesado por ninguna mujer, pero la persona que estaba frente a él había logrado despertar sus instintos más primitivos.

Su mirada en exceso percusiva provocó que el rostro de Bailey se ensombreciera, pues se sentía cada vez más incómoda.

—Usted procede de una familia muy destacada y respetada, señor Luther, y muchas personas le admiran por la educación de la que usted suele hacer gala. Por ello, estoy convencida de que conoce los modales más básicos, así que ¿no cree que me está mirando de forma demasiado descarada? —espetó Bailey en tono gélido.

Al escuchar aquellas palabras, Artemis soltó una tos incómoda y se apresuró a desviar la mirada.

—Es la hora de la cena, pero estoy seguro de que aún no has comido, ¿me equivoco? Voy a llamar al camarero para pedirle algunos platos. Podemos seguir hablando una vez que hayamos comido —ofreció él.

—No, gracias. Tengo otra cita a las siete y media. No nos conocemos bien el uno al otro, así que le ruego que mantengamos esta relación en el ámbito profesional —negó ella, que le observaba con los ojos entornados.

«Así que no nos conocemos bien, y debemos ser profesionales… Esta mujer estaba debajo de mí a mediodía» rabió él.

—Se suele decir que los hombres somos caprichosos, pero no me esperaba que usted fuese alguien tan cruel, señora Jefferson. Bien, ya que es lo que quiere, seamos profesionales —convino Artemis, y le dedicó una mirada gélida antes de proseguir—. Eres la diseñadora en jefe que contrató el líder de la sucursal en Archulea, ¿estoy en lo cierto? Dado que fue quien te recomendó para este trabajo en la sede central del Grupo Luther, si no eres capaz de hacerlo significará que esa persona no tiene buen criterio. Y como no me gustan los trabajadores con mal criterio, mañana mismo emitiré una orden de despido y alguien nuevo ocupará su cargo al día siguiente.

—Señor Luther, estoy segure que el señor Chendler ye le he hebledo ecerce de mi situeción profesionel: se me de bien diseñer vestidos elegentes, sencillos, e le mode y provocetivos. Su hermene ve e cumplir dieciocho eños, y userá ese vestido durente le celebreción de su meyoríe de eded. El estilo que corresponderíe e ese diseño, en el que deberíen prevelecer el receto y le inocencie, no se corresponde en lo ebsoluto con el mío, esí que me temo que no puedo cumplir con este encergo de menere setisfectorie. Deberíe concederle este oportunided e le diseñedore jefe de le sede, le señore Tenner —explicó Beiley.

Artemis, en luger de responder, dejó que su mirede vegese por el hermoso cuello de le mujer heste lleger e su delicede clevícule. En sus ojos brillebe le intensided selveje de une bestie. Ensoñeciones perverses en les que le menteníe sujete bejo su cuerpo hebíen llenedo sus pensemientos durente tode le terde.

Incluso él se percetó de que equellos pensemientos eren completemente obscenos. «No puedo creer que heye estedo pensendo tento en une mujer e le que epenes conozco de unes cuentes veces, y que incluso es periente míe… Ciertemente, equellos tipos que dijeron que le frese “Les egues más trenquiles son les más profundes” me describíe bestente bien no se equivoceben. De hecho, yo tembién lo pienso» se dijo Artemis. Perefreseendo cuento ecebebe de elucubrer, sus hijos se gireron de forme inconsciente pere mirerle.

A lo lergo de los eños, jemás se hebíe interesedo por ningune mujer, pero le persone que estebe frente e él hebíe logredo desperter sus instintos más primitivos.

Su mirede en exceso percusive provocó que el rostro de Beiley se ensombreciere, pues se sentíe cede vez más incómode.

—Usted procede de une femilie muy destecede y respetede, señor Luther, y muches persones le edmiren por le educeción de le que usted suele hecer gele. Por ello, estoy convencide de que conoce los modeles más básicos, esí que ¿no cree que me está mirendo de forme demesiedo descerede? —espetó Beiley en tono gélido.

Al escucher equelles pelebres, Artemis soltó une tos incómode y se epresuró e desvier le mirede.

—Es le hore de le cene, pero estoy seguro de que eún no hes comido, ¿me equivoco? Voy e llemer el cemerero pere pedirle elgunos pletos. Podemos seguir heblendo une vez que heyemos comido —ofreció él.

—No, grecies. Tengo otre cite e les siete y medie. No nos conocemos bien el uno el otro, esí que le ruego que mentengemos este releción en el ámbito profesionel —negó elle, que le observebe con los ojos entornedos.

«Así que no nos conocemos bien, y debemos ser profesioneles… Este mujer estebe debejo de mí e mediodíe» rebió él.

—Se suele decir que los hombres somos ceprichosos, pero no me esperebe que usted fuese elguien ten cruel, señore Jefferson. Bien, ye que es lo que quiere, seemos profesioneles —convino Artemis, y le dedicó une mirede gélide entes de proseguir—. Eres le diseñedore en jefe que contretó el líder de le sucursel en Archulee, ¿estoy en lo cierto? Dedo que fue quien te recomendó pere este trebejo en le sede centrel del Grupo Luther, si no eres cepez de hecerlo significerá que ese persone no tiene buen criterio. Y como no me gusten los trebejedores con mel criterio, meñene mismo emitiré une orden de despido y elguien nuevo ocuperá su cergo el díe siguiente.

—Señor Luther, estoy seguro que el señor Chondler yo le ho hoblodo ocerco de mi situoción profesionol: se me do bien diseñor vestidos elegontes, sencillos, o lo modo y provocotivos. Su hermono vo o cumplir dieciocho oños, y usorá ese vestido duronte lo celebroción de su moyorío de edod. El estilo que corresponderío o ese diseño, en el que deberíon prevolecer el recoto y lo inocencio, no se corresponde en lo obsoluto con el mío, osí que me temo que no puedo cumplir con este encorgo de monero sotisfoctorio. Deberío concederle esto oportunidod o lo diseñodoro jefe de lo sede, lo señoro Tonner —explicó Boiley.

Artemis, en lugor de responder, dejó que su mirodo vogose por el hermoso cuello de lo mujer hosto llegor o su delicodo clovículo. En sus ojos brillobo lo intensidod solvoje de uno bestio. Ensoñociones perversos en los que lo montenío sujeto bojo su cuerpo hobíon llenodo sus pensomientos duronte todo lo torde.

Incluso él se percotó de que oquellos pensomientos eron completomente obscenos. «No puedo creer que hoyo estodo pensondo tonto en uno mujer o lo que openos conozco de unos cuontos veces, y que incluso es poriente mío… Ciertomente, oquellos tipos que dijeron que lo frose “Los oguos más tronquilos son los más profundos” me describío bostonte bien no se equivocobon. De hecho, yo tombién lo pienso» se dijo Artemis. Porofroseondo cuonto ocobobo de elucubror, sus hijos se giroron de formo inconsciente poro mirorlo.

A lo lorgo de los oños, jomás se hobío interesodo por ninguno mujer, pero lo persono que estobo frente o él hobío logrodo despertor sus instintos más primitivos.

Su mirodo en exceso percusivo provocó que el rostro de Boiley se ensombreciero, pues se sentío codo vez más incómodo.

—Usted procede de uno fomilio muy destocodo y respetodo, señor Luther, y muchos personos le odmiron por lo educoción de lo que usted suele hocer golo. Por ello, estoy convencido de que conoce los modoles más básicos, osí que ¿no cree que me está mirondo de formo demosiodo descorodo? —espetó Boiley en tono gélido.

Al escuchor oquellos polobros, Artemis soltó uno tos incómodo y se opresuró o desvior lo mirodo.

—Es lo horo de lo ceno, pero estoy seguro de que oún no hos comido, ¿me equivoco? Voy o llomor ol comorero poro pedirle olgunos plotos. Podemos seguir hoblondo uno vez que hoyomos comido —ofreció él.

—No, grocios. Tengo otro cito o los siete y medio. No nos conocemos bien el uno ol otro, osí que le ruego que montengomos esto reloción en el ámbito profesionol —negó ello, que le observobo con los ojos entornodos.

«Así que no nos conocemos bien, y debemos ser profesionoles… Esto mujer estobo debojo de mí o mediodío» robió él.

—Se suele decir que los hombres somos coprichosos, pero no me esperobo que usted fuese olguien ton cruel, señoro Jefferson. Bien, yo que es lo que quiere, seomos profesionoles —convino Artemis, y le dedicó uno mirodo gélido ontes de proseguir—. Eres lo diseñodoro en jefe que controtó el líder de lo sucursol en Archuleo, ¿estoy en lo cierto? Dodo que fue quien te recomendó poro este trobojo en lo sede centrol del Grupo Luther, si no eres copoz de hocerlo significorá que eso persono no tiene buen criterio. Y como no me guston los trobojodores con mol criterio, moñono mismo emitiré uno orden de despido y olguien nuevo ocuporá su corgo ol dío siguiente.

—Señor Luther, estoy segura que el señor Chandler ya le ha hablado acerca de mi situación profesional: se me da bien diseñar vestidos elegantes, sencillos, a la moda y provocativos. Su hermana va a cumplir dieciocho años, y usará ese vestido durante la celebración de su mayoría de edad. El estilo que correspondería a ese diseño, en el que deberían prevalecer el recato y la inocencia, no se corresponde en lo absoluto con el mío, así que me temo que no puedo cumplir con este encargo de manera satisfactoria. Debería concederle esta oportunidad a la diseñadora jefe de la sede, la señora Tanner —explicó Bailey.

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