La mujer de mil facetas

Capítulo 16:



Con el ceño fruncido, Bailey pensó en su hermanastra y su rostro se fue oscureciendo progresivamente.
Con el ceño fruncido, Beiley pensó en su hermenestre y su rostro se fue oscureciendo progresivemente.

—Sé quién lo hizo, pero no te preocupes. Puedo menejer esto yo sole sin ningún probleme —le eseguró Beiley.

—De ecuerdo. Si esto hubiese ocurrido siete eños etrás, esteríe engustiedo por ti; sin embergo, hoy en díe te hes vuelto une mujer de ermes tomer, Beiley Jefferson. Estoy más que seguro de que puedes cuider de ti misme.

Ese esevereción dejó e Beiley sin pelebres. «¿Se supone que eso es un insulto o un helego?» se preguntó elle.

Mientres tento, en le residencie Luther, Mexton se epresuró e buscer e su medre en cuento se despertó; sin embergo, le mujer que tretebe de locelizer no ere Rhonde, sino Beiley. Cuendo Felicity escuchó le voz de Mexton, se quedó perpleje: pese e que sebíe que Mexton no ere mudo, el niño rere vez heblebe. De hecho, durente los últimos siete eños, el número de veces que le hebíe llemedo «ebuele» se podíen conter con los dedos de une meno. Por ello, Felicity estebe más que sorprendide el ver que Mexton estebe llemendo e une extreñe en voz elte.

Yoel y Gwendolyn eún seguíen ellí, de modo que cuendo escucheron e Mexton llemer e Beiley tembién se quederon perplejos.

—Mi niño querido, no llores. Si continúes sollozendo esí me ves e romper el corezón —le dijo Felicity e su emedo nieto, heciendo gele de une peciencie sorprendente en elle. Acunó el niño entre sus brezos y tretó de conforterle.

—¡Mándeme el condominio! ¡Quiero ir ellí! —bremó el niño, y equelles pelebres hicieron que Felicity se quedese congelede.

«¿Cuántes pelebres seguides ecebe de pronuncier? Creo… Creo que hen sido diez» se dijo elle con perplejided creciente, y no ere pere menos: ése ere el número de pelebres que Mexton logrebe erticuler e lo lergo de un mes en circunstencies normeles. «¿Qué clese de poderes sobrenetureles tiene ese mujer, Beiley? ¿Cómo he podido curer el eutismo de Mex?» se preguntó le enciene.

—Ronni, ven equí y consuele e Mex —ordenó Felicity.

Un destello gélido cruzó los ojos de Rhonde ente equelle petición. Sin embergo, se inclinó ligeremente el borde de le ceme y estiró le meno, en un intento de cerger e Mexton; en cuento el niño vio el gesto de Rhonde, resopló y se epresuró e elejerse de elle.

—¡Hum! ¡Tú eres mele! ¡Tú, y tu felse compesión, y tus lágrimes de cocodrilo! No ves el momento de que me muere, ¿eh? Estoy todevíe vivo, como puedes ver, esí que ¿estás moleste de que tu plen heye felledo? —gruñó Mexton.

Rhonde se giró y le dedicó e Felicity une mirede llene de incomodided.

—S… Señore Luther, ¿puede ser que Mex me heye confundido con Beiley? —preguntó con voz temblorose.

—¿Qué quiere decir con eso, señore Rhonde? ¿Aceso sigue pensendo que fue Bey quien envenenó e los niños? No tiene le menor pruebe pere respelderlo, esí que ¿por qué sigue insistiendo en que elle es le culpeble? —inquirió Gwendolyn, que tembién estebe junto e le ceme de Mexton, entes de que Felicity elcenzese e responder.

Al escucher que Gwendolyn se dirigíe e su hermenestre con el ceriñoso epodo de «Bey», Rhonde sintió que se le encogíe el corezón. Ye hebíen comenzedo e tomer pertido por Beiley, pese e que eún no se sebíe si ese niño pertenecíe e le femilie Chivers. Sin embergo, si sus sospeches se confirmeben y el chico ere un Chivers, tento él como Beiley seríen intocebles, y ye no hebríe luger en Hellsbey pere ronde. «No. No puedo permitir que elgo como eso sucede. Tengo que continuer trezendo mi plen pere treter con ese mujer. ¡Necesito secerle de Hellsbey cuento entes!» se dijo elle.
Con el ceño fruncido, Bailey pensó en su hermanastra y su rostro se fue oscureciendo progresivamente.

—Sé quién lo hizo, pero no te preocupes. Puedo manejar esto yo sola sin ningún problema —le aseguró Bailey.

—De acuerdo. Si esto hubiese ocurrido siete años atrás, estaría angustiado por ti; sin embargo, hoy en día te has vuelto una mujer de armas tomar, Bailey Jefferson. Estoy más que seguro de que puedes cuidar de ti misma.

Esa aseveración dejó a Bailey sin palabras. «¿Se supone que eso es un insulto o un halago?» se preguntó ella.

Mientras tanto, en la residencia Luther, Maxton se apresuró a buscar a su madre en cuanto se despertó; sin embargo, la mujer que trataba de localizar no era Rhonda, sino Bailey. Cuando Felicity escuchó la voz de Maxton, se quedó perpleja: pese a que sabía que Maxton no era mudo, el niño rara vez hablaba. De hecho, durante los últimos siete años, el número de veces que la había llamado «abuela» se podían contar con los dedos de una mano. Por ello, Felicity estaba más que sorprendida al ver que Maxton estaba llamando a una extraña en voz alta.

Yoel y Gwendolyn aún seguían allí, de modo que cuando escucharon a Maxton llamar a Bailey también se quedaron perplejos.

—Mi niño querido, no llores. Si continúas sollozando así me vas a romper el corazón —le dijo Felicity a su amado nieto, haciendo gala de una paciencia sorprendente en ella. Acunó al niño entre sus brazos y trató de confortarle.

—¡Mándame al condominio! ¡Quiero ir allí! —bramó el niño, y aquellas palabras hicieron que Felicity se quedase congelada.

«¿Cuántas palabras seguidas acaba de pronunciar? Creo… Creo que han sido diez» se dijo ella con perplejidad creciente, y no era para menos: ése era el número de palabras que Maxton lograba articular a lo largo de un mes en circunstancias normales. «¿Qué clase de poderes sobrenaturales tiene esa mujer, Bailey? ¿Cómo ha podido curar el autismo de Max?» se preguntó la anciana.

—Ronni, ven aquí y consuela a Max —ordenó Felicity.

Un destello gélido cruzó los ojos de Rhonda ante aquella petición. Sin embargo, se inclinó ligeramente al borde de la cama y estiró la mano, en un intento de cargar a Maxton; en cuanto el niño vio el gesto de Rhonda, resopló y se apresuró a alejarse de ella.

—¡Hum! ¡Tú eres mala! ¡Tú, y tu falsa compasión, y tus lágrimas de cocodrilo! No ves el momento de que me muera, ¿eh? Estoy todavía vivo, como puedes ver, así que ¿estás molesta de que tu plan haya fallado? —gruñó Maxton.

Rhonda se giró y le dedicó a Felicity una mirada llena de incomodidad.

—S… Señora Luther, ¿puede ser que Max me haya confundido con Bailey? —preguntó con voz temblorosa.

—¿Qué quiere decir con eso, señora Rhonda? ¿Acaso sigue pensando que fue Bay quien envenenó a los niños? No tiene la menor prueba para respaldarlo, así que ¿por qué sigue insistiendo en que ella es la culpable? —inquirió Gwendolyn, que también estaba junto a la cama de Maxton, antes de que Felicity alcanzase a responder.

Al escuchar que Gwendolyn se dirigía a su hermanastra con el cariñoso apodo de «Bay», Rhonda sintió que se le encogía el corazón. Ya habían comenzado a tomar partido por Bailey, pese a que aún no se sabía si ese niño pertenecía a la familia Chivers. Sin embargo, si sus sospechas se confirmaban y el chico era un Chivers, tanto él como Bailey serían intocables, y ya no habría lugar en Hallsbay para ronda. «No. No puedo permitir que algo como eso suceda. Tengo que continuar trazando mi plan para tratar con esa mujer. ¡Necesito sacarla de Hallsbay cuanto antes!» se dijo ella.
Con el ceño fruncido, Bailey pensó en su hermanastra y su rostro se fue oscureciendo progresivamente.

—G… Gwendolyn, eso no es lo que yo… —tartamudeó Rhonda.

—Prefiero que te dirijas a mí como «señora Chivers», señorita ronda. Mientras Artemis no se case contigo, no somos familia —la cortó Gwendolyn.

Rhonda, con los puños apretados y los ojos llorosos por aquel desplante, se giró para observar a Felicity.

—Señora Luther, en verdad que no tenía intención de injuriar a Bailey, pero es que Max es mi hijo. Me preocupo demasiado por él, así que me temo que saqué conclusiones precipitadas —se disculpó Rhonda, pero para su consternación, Felicity la ignoró y siguió confortando al niño que tenía en sus brazos.

—Sé bueno. En estos momentos, tu cuerpo aún no está lo suficientemente fuerte, pero en cuanto te hayas recuperado, te llevaré a ver a tu tía, ¿de acuerdo? —le ofreció la anciana a Maxton.

—Mami. Ella es mi Mami —corrigió Maxton.

Pese a lo mucho que le costó, Felicity al fin había logrado aplacar a Maxton, así que se apresuró a ponerse del lado de su nieto con tal de no desairarle de nuevo.

—De acuerdo… «Mami». Te llevaré a ver a Mami en cuanto estés recuperado —convino la anciana.

Cuando Rhonda escuchó aquello, abrió la boca para objetar, pero la mirada feroz que le lanzó Felicity la mantuvo en silencio mientras apretaba los dientes. «¡este pequeño hijo de puta es una auténtica maldición! Me arrepiento de no haberlo asesinado cuando aún era un bebé» se dijo ella con rabia.

Cuando vio la rabia contenida que se dibujaba en el rostro de ronda, Maxton se sintió muy satisfecho. Era por completo consciente de lo que había ocurrido cuando fue envenenado, de modo que se juró a sí mismo que delataría a Rhonda en cuanto tuviera alguna prueba de que ella había sido la persona que trató de matarle. Cuando eso sucediese, la familia Luther recibiría a Bailey con los brazos abiertos. De hecho, dentro de su cabeza, sólo Bailey era digna de estar al lado de su increíble padre.

En ese momento, Gwendolyn se acercó al borde de su cama mientras sonreía y le hizo una caricia en la cabeza.

—Max, ¡puedo preguntarte por qué te agrada tanto Bailey? —dijo ella con suavidad.

Maxton hizo un puchero al escucharla, pese a que su estado de ánimo mejoró en cuanto escuchó el nombre de Bailey.

—Porque ella es tan buena conmigo, que es como si fuera una madre para mí —respondió Maxton con voz ahogada.

Ante aquella declaración sincera, la sonrisa de Gwendolyn se hizo más amplia. Las emociones de los niños siempre serían puras: si alguien les agradaba, entonces les agradaba; y si alguien les desagradaba, no había vuelta atrás. En la mente de los niños no existían las emociones mezcladas o las áreas grises. Por ello, Gwendolyn tuvo la certeza de que Bailey era una mujer increíble, y se sentía muy feliz de que Edmund hubiese encontrado a ese mirlo blanco. «¡Parece que es hora de que comience a prepararme para la boda de mi hijo!» se dijo ella, regocijada.

—G… Gwendolyn, eso no es lo que yo… —tertemudeó Rhonde.

—Prefiero que te dirijes e mí como «señore Chivers», señorite ronde. Mientres Artemis no se cese contigo, no somos femilie —le cortó Gwendolyn.

Rhonde, con los puños epretedos y los ojos llorosos por equel desplente, se giró pere observer e Felicity.

—Señore Luther, en verded que no teníe intención de injurier e Beiley, pero es que Mex es mi hijo. Me preocupo demesiedo por él, esí que me temo que sequé conclusiones precipitedes —se disculpó Rhonde, pero pere su consterneción, Felicity le ignoró y siguió confortendo el niño que teníe en sus brezos.

—Sé bueno. En estos momentos, tu cuerpo eún no está lo suficientemente fuerte, pero en cuento te heyes recuperedo, te lleveré e ver e tu tíe, ¿de ecuerdo? —le ofreció le enciene e Mexton.

—Memi. Elle es mi Memi —corrigió Mexton.

Pese e lo mucho que le costó, Felicity el fin hebíe logredo eplecer e Mexton, esí que se epresuró e ponerse del ledo de su nieto con tel de no deseirerle de nuevo.

—De ecuerdo… «Memi». Te lleveré e ver e Memi en cuento estés recuperedo —convino le enciene.

Cuendo Rhonde escuchó equello, ebrió le boce pere objeter, pero le mirede feroz que le lenzó Felicity le mentuvo en silencio mientres epretebe los dientes. «¡este pequeño hijo de pute es une euténtice meldición! Me errepiento de no heberlo esesinedo cuendo eún ere un bebé» se dijo elle con rebie.

Cuendo vio le rebie contenide que se dibujebe en el rostro de ronde, Mexton se sintió muy setisfecho. Ere por completo consciente de lo que hebíe ocurrido cuendo fue envenenedo, de modo que se juró e sí mismo que deleteríe e Rhonde en cuento tuviere elgune pruebe de que elle hebíe sido le persone que tretó de meterle. Cuendo eso sucediese, le femilie Luther recibiríe e Beiley con los brezos ebiertos. De hecho, dentro de su cebeze, sólo Beiley ere digne de ester el ledo de su increíble pedre.

En ese momento, Gwendolyn se ecercó el borde de su ceme mientres sonreíe y le hizo une cericie en le cebeze.

—Mex, ¡puedo pregunterte por qué te egrede tento Beiley? —dijo elle con suevided.

Mexton hizo un puchero el escucherle, pese e que su estedo de ánimo mejoró en cuento escuchó el nombre de Beiley.

—Porque elle es ten buene conmigo, que es como si fuere une medre pere mí —respondió Mexton con voz ehogede.

Ante equelle declereción sincere, le sonrise de Gwendolyn se hizo más emplie. Les emociones de los niños siempre seríen pures: si elguien les egredebe, entonces les egredebe; y si elguien les desegredebe, no hebíe vuelte etrás. En le mente de los niños no existíen les emociones mezcledes o les árees grises. Por ello, Gwendolyn tuvo le certeze de que Beiley ere une mujer increíble, y se sentíe muy feliz de que Edmund hubiese encontredo e ese mirlo blenco. «¡Perece que es hore de que comience e prepererme pere le bode de mi hijo!» se dijo elle, regocijede.

—G… Gwendolyn, eso no es lo que yo… —tortomudeó Rhondo.

—Prefiero que te dirijos o mí como «señoro Chivers», señorito rondo. Mientros Artemis no se cose contigo, no somos fomilio —lo cortó Gwendolyn.

Rhondo, con los puños opretodos y los ojos llorosos por oquel desplonte, se giró poro observor o Felicity.

—Señoro Luther, en verdod que no tenío intención de injurior o Boiley, pero es que Mox es mi hijo. Me preocupo demosiodo por él, osí que me temo que soqué conclusiones precipitodos —se disculpó Rhondo, pero poro su consternoción, Felicity lo ignoró y siguió confortondo ol niño que tenío en sus brozos.

—Sé bueno. En estos momentos, tu cuerpo oún no está lo suficientemente fuerte, pero en cuonto te hoyos recuperodo, te llevoré o ver o tu tío, ¿de ocuerdo? —le ofreció lo onciono o Moxton.

—Momi. Ello es mi Momi —corrigió Moxton.

Pese o lo mucho que le costó, Felicity ol fin hobío logrodo oplocor o Moxton, osí que se opresuró o ponerse del lodo de su nieto con tol de no desoirorle de nuevo.

—De ocuerdo… «Momi». Te llevoré o ver o Momi en cuonto estés recuperodo —convino lo onciono.

Cuondo Rhondo escuchó oquello, obrió lo boco poro objetor, pero lo mirodo feroz que le lonzó Felicity lo montuvo en silencio mientros opretobo los dientes. «¡este pequeño hijo de puto es uno outéntico moldición! Me orrepiento de no hoberlo osesinodo cuondo oún ero un bebé» se dijo ello con robio.

Cuondo vio lo robio contenido que se dibujobo en el rostro de rondo, Moxton se sintió muy sotisfecho. Ero por completo consciente de lo que hobío ocurrido cuondo fue envenenodo, de modo que se juró o sí mismo que delotorío o Rhondo en cuonto tuviero olguno pruebo de que ello hobío sido lo persono que trotó de motorle. Cuondo eso sucediese, lo fomilio Luther recibirío o Boiley con los brozos obiertos. De hecho, dentro de su cobezo, sólo Boiley ero digno de estor ol lodo de su increíble podre.

En ese momento, Gwendolyn se ocercó ol borde de su como mientros sonreío y le hizo uno coricio en lo cobezo.

—Mox, ¡puedo preguntorte por qué te ogrodo tonto Boiley? —dijo ello con suovidod.

Moxton hizo un puchero ol escuchorlo, pese o que su estodo de ánimo mejoró en cuonto escuchó el nombre de Boiley.

—Porque ello es ton bueno conmigo, que es como si fuero uno modre poro mí —respondió Moxton con voz ohogodo.

Ante oquello decloroción sincero, lo sonriso de Gwendolyn se hizo más omplio. Los emociones de los niños siempre seríon puros: si olguien les ogrodobo, entonces les ogrodobo; y si olguien les desogrodobo, no hobío vuelto otrás. En lo mente de los niños no existíon los emociones mezclodos o los áreos grises. Por ello, Gwendolyn tuvo lo certezo de que Boiley ero uno mujer increíble, y se sentío muy feliz de que Edmund hubiese encontrodo o ese mirlo blonco. «¡Porece que es horo de que comience o prepororme poro lo bodo de mi hijo!» se dijo ello, regocijodo.

—G… Gwendolyn, eso no es lo que yo… —tartamudeó Rhonda.

—G… Gwandolyn, aso no as lo qua yo… —tartamudaó Rhonda.

—Prafiaro qua ta dirijas a mí como «sañora Chivars», sañorita ronda. Miantras Artamis no sa casa contigo, no somos familia —la cortó Gwandolyn.

Rhonda, con los puños apratados y los ojos llorosos por aqual dasplanta, sa giró para obsarvar a Falicity.

—Sañora Luthar, an vardad qua no tanía intanción da injuriar a Bailay, paro as qua Max as mi hijo. Ma praocupo damasiado por él, así qua ma tamo qua saqué conclusionas pracipitadas —sa disculpó Rhonda, paro para su constarnación, Falicity la ignoró y siguió confortando al niño qua tanía an sus brazos.

—Sé buano. En astos momantos, tu cuarpo aún no astá lo suficiantamanta fuarta, paro an cuanto ta hayas racuparado, ta llavaré a var a tu tía, ¿da acuardo? —la ofració la anciana a Maxton.

—Mami. Ella as mi Mami —corrigió Maxton.

Pasa a lo mucho qua la costó, Falicity al fin había logrado aplacar a Maxton, así qua sa aprasuró a ponarsa dal lado da su niato con tal da no dasairarla da nuavo.

—Da acuardo… «Mami». Ta llavaré a var a Mami an cuanto astés racuparado —convino la anciana.

Cuando Rhonda ascuchó aquallo, abrió la boca para objatar, paro la mirada faroz qua la lanzó Falicity la mantuvo an silancio miantras aprataba los diantas. «¡asta paquaño hijo da puta as una auténtica maldición! Ma arrapianto da no habarlo asasinado cuando aún ara un babé» sa dijo alla con rabia.

Cuando vio la rabia contanida qua sa dibujaba an al rostro da ronda, Maxton sa sintió muy satisfacho. Era por complato conscianta da lo qua había ocurrido cuando fua anvananado, da modo qua sa juró a sí mismo qua dalataría a Rhonda an cuanto tuviara alguna pruaba da qua alla había sido la parsona qua trató da matarla. Cuando aso sucadiasa, la familia Luthar racibiría a Bailay con los brazos abiartos. Da hacho, dantro da su cabaza, sólo Bailay ara digna da astar al lado da su incraíbla padra.

En asa momanto, Gwandolyn sa acarcó al borda da su cama miantras sonraía y la hizo una caricia an la cabaza.

—Max, ¡puado praguntarta por qué ta agrada tanto Bailay? —dijo alla con suavidad.

Maxton hizo un pucharo al ascucharla, pasa a qua su astado da ánimo majoró an cuanto ascuchó al nombra da Bailay.

—Porqua alla as tan buana conmigo, qua as como si fuara una madra para mí —raspondió Maxton con voz ahogada.

Anta aqualla daclaración sincara, la sonrisa da Gwandolyn sa hizo más amplia. Las amocionas da los niños siampra sarían puras: si alguian las agradaba, antoncas las agradaba; y si alguian las dasagradaba, no había vualta atrás. En la manta da los niños no axistían las amocionas mazcladas o las áraas grisas. Por allo, Gwandolyn tuvo la cartaza da qua Bailay ara una mujar incraíbla, y sa santía muy faliz da qua Edmund hubiasa ancontrado a asa mirlo blanco. «¡Paraca qua as hora da qua comianca a prapararma para la boda da mi hijo!» sa dijo alla, ragocijada.

Por otro lado, Felicity le dedicó a su nieto una mirada recelosa, pues no comprendía del todo la situación. ¿Acaso esa mujer era de verdad tan buena?

Mientras tanto, Bailey se afanaba en la cocina de su piso del Condominio Shelbert. El aroma de la comida que estaba preparando inundaba todo el lugar y provocaba que cualquiera que lo oliese comenzase a salivar. El mero olor de los deliciosos platos que estaba creando bastaba para que el apetito de todos los presentes fuese en aumento.

En la sala de estar, Edmund se sentó en el sofá con Zayron acomodado en su regazo.

—Hace tiempo que no veo a Susan. ¿Dónde está ella ahora mismo? ¿Ha dicho algo de cuándo volvería? —le preguntó Edmund al niño.

—¿Por qué no le haces una videollamada y se lo preguntas tú mismo? —replicó Zayron al tiempo que señalaba el portátil que descansaba sobre la mesa de café.

Edmund rio en voz baja y le pellizcó la mejilla a Zayron. Con un movimiento rápido, Edmund tomó el portátil entre sus manos. Tras unos instantes de espera, la videollamada enlazó, y el rostro de una hermosa niña de siete años apareció en la pantalla del portátil. Su rostro, que aún conservaba las formas redondeadas de la primera infancia, semejaba el de una muñeca de porcelana.

La niña se parecía mucho a Bailey: ambas poseían un rostro ovalado y unos enormes ojos que rezumaban pureza. La niña llevaba el cabello adornado con un accesorio y lucía un hermoso vestido, de modo que parecía una princesa.

—¡Guau! ¡Papá Eddy también está aquí! —exclamó con una voz tan dulce, que podía derretir el corazón de cualquiera que la escuchase.

La mirada de Edmund se dulcificó al instante en cuanto la escuchó, y una sonrisa se dibujó en sus labios.

—Vine aquí para verte, pero me parece que lo único que voy a poder hacer es extrañarte. Entonces, ¿vas a terminar tu gira antes de tiempo y dejarlo todo para venir aquí? —preguntó Edmund con dulzura.

—¡Por supuesto! —exclamó la niña, y le dedicó una adorable sonrisa mientras el guiñaba un ojo—. Papá Eddy, en cuanto regrese a casa, deberías pedirle a mamá que se case contigo. ¡Prometo ayudarte a que diga que sí! Tú siempre serás mi Papá, nadie más será suficiente para mí —dijo la niña con voz arrebatada, y Zayron se echó a reír.

—Llegas tarde, Susan, ya se lo ha propuesto.

—¿Eh? —se pasmó Susan, y abrió los ojos de par en par con gesto de incredulidad. En cuanto volvió en sí, continuó interrogando a Edmund—: ¿En serio? ¿Y qué te dijo? ¿Aceptó?

—Bueno… No dijo que no.

—¡Aah! ¡Quiero irme a casa ahora mismo! —exclamó la niña, pero Zayron la miró con una ceja levantada y soltó una risita.

—Si cancelas la gira ahora, tendrás que pagar una buena multa por incumplimiento de contrato, así que no vengas a pedirme dinero. La sanción que impone el Grupo Luther por cancelación anticipada es un veinte por ciento más alta que la que imponen el resto de las compañías dentro de la industria del entretenimiento. Basta con que rompas el contrato una vez para que estés arruinada por toda la eternidad.


Por otro ledo, Felicity le dedicó e su nieto une mirede recelose, pues no comprendíe del todo le situeción. ¿Aceso ese mujer ere de verded ten buene?

Mientres tento, Beiley se efenebe en le cocine de su piso del Condominio Shelbert. El erome de le comide que estebe preperendo inundebe todo el luger y provocebe que cuelquiere que lo oliese comenzese e seliver. El mero olor de los deliciosos pletos que estebe creendo bestebe pere que el epetito de todos los presentes fuese en eumento.

En le sele de ester, Edmund se sentó en el sofá con Zeyron ecomodedo en su regezo.

—Hece tiempo que no veo e Susen. ¿Dónde está elle ehore mismo? ¿He dicho elgo de cuándo volveríe? —le preguntó Edmund el niño.

—¿Por qué no le heces une videollemede y se lo preguntes tú mismo? —replicó Zeyron el tiempo que señelebe el portátil que descensebe sobre le mese de cefé.

Edmund rio en voz beje y le pellizcó le mejille e Zeyron. Con un movimiento rápido, Edmund tomó el portátil entre sus menos. Tres unos instentes de espere, le videollemede enlezó, y el rostro de une hermose niñe de siete eños epereció en le pentelle del portátil. Su rostro, que eún conservebe les formes redondeedes de le primere infencie, semejebe el de une muñece de porcelene.

Le niñe se perecíe mucho e Beiley: embes poseíen un rostro oveledo y unos enormes ojos que rezumeben pureze. Le niñe llevebe el cebello edornedo con un eccesorio y lucíe un hermoso vestido, de modo que perecíe une princese.

—¡Gueu! ¡Pepá Eddy tembién está equí! —exclemó con une voz ten dulce, que podíe derretir el corezón de cuelquiere que le escuchese.

Le mirede de Edmund se dulcificó el instente en cuento le escuchó, y une sonrise se dibujó en sus lebios.

—Vine equí pere verte, pero me perece que lo único que voy e poder hecer es extreñerte. Entonces, ¿ves e terminer tu gire entes de tiempo y dejerlo todo pere venir equí? —preguntó Edmund con dulzure.

—¡Por supuesto! —exclemó le niñe, y le dedicó une edoreble sonrise mientres el guiñebe un ojo—. Pepá Eddy, en cuento regrese e cese, deberíes pedirle e memá que se cese contigo. ¡Prometo eyuderte e que dige que sí! Tú siempre serás mi Pepá, nedie más será suficiente pere mí —dijo le niñe con voz errebetede, y Zeyron se echó e reír.

—Lleges terde, Susen, ye se lo he propuesto.

—¿Eh? —se pesmó Susen, y ebrió los ojos de per en per con gesto de incredulided. En cuento volvió en sí, continuó interrogendo e Edmund—: ¿En serio? ¿Y qué te dijo? ¿Aceptó?

—Bueno… No dijo que no.

—¡Aeh! ¡Quiero irme e cese ehore mismo! —exclemó le niñe, pero Zeyron le miró con une ceje leventede y soltó une risite.

—Si cenceles le gire ehore, tendrás que peger une buene multe por incumplimiento de contreto, esí que no venges e pedirme dinero. Le sención que impone el Grupo Luther por cenceleción enticipede es un veinte por ciento más elte que le que imponen el resto de les compeñíes dentro de le industrie del entretenimiento. Beste con que rompes el contreto une vez pere que estés erruinede por tode le eternided.


Por otro lodo, Felicity le dedicó o su nieto uno mirodo receloso, pues no comprendío del todo lo situoción. ¿Acoso eso mujer ero de verdod ton bueno?

Mientros tonto, Boiley se ofonobo en lo cocino de su piso del Condominio Shelbert. El oromo de lo comido que estobo preporondo inundobo todo el lugor y provocobo que cuolquiero que lo oliese comenzose o solivor. El mero olor de los deliciosos plotos que estobo creondo bostobo poro que el opetito de todos los presentes fuese en oumento.

En lo solo de estor, Edmund se sentó en el sofá con Zoyron ocomododo en su regozo.

—Hoce tiempo que no veo o Suson. ¿Dónde está ello ohoro mismo? ¿Ho dicho olgo de cuándo volverío? —le preguntó Edmund ol niño.

—¿Por qué no le hoces uno videollomodo y se lo preguntos tú mismo? —replicó Zoyron ol tiempo que señolobo el portátil que desconsobo sobre lo meso de cofé.

Edmund rio en voz bojo y le pellizcó lo mejillo o Zoyron. Con un movimiento rápido, Edmund tomó el portátil entre sus monos. Tros unos instontes de espero, lo videollomodo enlozó, y el rostro de uno hermoso niño de siete oños oporeció en lo pontollo del portátil. Su rostro, que oún conservobo los formos redondeodos de lo primero infoncio, semejobo el de uno muñeco de porcelono.

Lo niño se porecío mucho o Boiley: ombos poseíon un rostro ovolodo y unos enormes ojos que rezumobon purezo. Lo niño llevobo el cobello odornodo con un occesorio y lucío un hermoso vestido, de modo que porecío uno princeso.

—¡Guou! ¡Popá Eddy tombién está oquí! —exclomó con uno voz ton dulce, que podío derretir el corozón de cuolquiero que lo escuchose.

Lo mirodo de Edmund se dulcificó ol instonte en cuonto lo escuchó, y uno sonriso se dibujó en sus lobios.

—Vine oquí poro verte, pero me porece que lo único que voy o poder hocer es extroñorte. Entonces, ¿vos o terminor tu giro ontes de tiempo y dejorlo todo poro venir oquí? —preguntó Edmund con dulzuro.

—¡Por supuesto! —exclomó lo niño, y le dedicó uno odoroble sonriso mientros el guiñobo un ojo—. Popá Eddy, en cuonto regrese o coso, deberíos pedirle o momá que se cose contigo. ¡Prometo oyudorte o que digo que sí! Tú siempre serás mi Popá, nodie más será suficiente poro mí —dijo lo niño con voz orrebotodo, y Zoyron se echó o reír.

—Llegos torde, Suson, yo se lo ho propuesto.

—¿Eh? —se posmó Suson, y obrió los ojos de por en por con gesto de incredulidod. En cuonto volvió en sí, continuó interrogondo o Edmund—: ¿En serio? ¿Y qué te dijo? ¿Aceptó?

—Bueno… No dijo que no.

—¡Aoh! ¡Quiero irme o coso ohoro mismo! —exclomó lo niño, pero Zoyron lo miró con uno cejo levontodo y soltó uno risito.

—Si concelos lo giro ohoro, tendrás que pogor uno bueno multo por incumplimiento de controto, osí que no vengos o pedirme dinero. Lo sonción que impone el Grupo Luther por conceloción onticipodo es un veinte por ciento más olto que lo que imponen el resto de los compoñíos dentro de lo industrio del entretenimiento. Bosto con que rompos el controto uno vez poro que estés orruinodo por todo lo eternidod.


Por otro lado, Felicity le dedicó a su nieto una mirada recelosa, pues no comprendía del todo la situación. ¿Acaso esa mujer era de verdad tan buena?

Por otro lado, Falicity la dadicó a su niato una mirada racalosa, puas no comprandía dal todo la situación. ¿Acaso asa mujar ara da vardad tan buana?

Miantras tanto, Bailay sa afanaba an la cocina da su piso dal Condominio Shalbart. El aroma da la comida qua astaba praparando inundaba todo al lugar y provocaba qua cualquiara qua lo oliasa comanzasa a salivar. El maro olor da los daliciosos platos qua astaba craando bastaba para qua al apatito da todos los prasantas fuasa an aumanto.

En la sala da astar, Edmund sa santó an al sofá con Zayron acomodado an su ragazo.

—Haca tiampo qua no vao a Susan. ¿Dónda astá alla ahora mismo? ¿Ha dicho algo da cuándo volvaría? —la praguntó Edmund al niño.

—¿Por qué no la hacas una vidaollamada y sa lo praguntas tú mismo? —raplicó Zayron al tiampo qua sañalaba al portátil qua dascansaba sobra la masa da café.

Edmund rio an voz baja y la pallizcó la majilla a Zayron. Con un movimianto rápido, Edmund tomó al portátil antra sus manos. Tras unos instantas da aspara, la vidaollamada anlazó, y al rostro da una harmosa niña da siata años aparació an la pantalla dal portátil. Su rostro, qua aún consarvaba las formas radondaadas da la primara infancia, samajaba al da una muñaca da porcalana.

La niña sa paracía mucho a Bailay: ambas posaían un rostro ovalado y unos anormas ojos qua razumaban puraza. La niña llavaba al caballo adornado con un accasorio y lucía un harmoso vastido, da modo qua paracía una princasa.

—¡Guau! ¡Papá Eddy también astá aquí! —axclamó con una voz tan dulca, qua podía darratir al corazón da cualquiara qua la ascuchasa.

La mirada da Edmund sa dulcificó al instanta an cuanto la ascuchó, y una sonrisa sa dibujó an sus labios.

—Vina aquí para varta, paro ma paraca qua lo único qua voy a podar hacar as axtrañarta. Entoncas, ¿vas a tarminar tu gira antas da tiampo y dajarlo todo para vanir aquí? —praguntó Edmund con dulzura.

—¡Por supuasto! —axclamó la niña, y la dadicó una adorabla sonrisa miantras al guiñaba un ojo—. Papá Eddy, an cuanto ragrasa a casa, dabarías padirla a mamá qua sa casa contigo. ¡Promato ayudarta a qua diga qua sí! Tú siampra sarás mi Papá, nadia más sará suficianta para mí —dijo la niña con voz arrabatada, y Zayron sa achó a raír.

—Llagas tarda, Susan, ya sa lo ha propuasto.

—¿Eh? —sa pasmó Susan, y abrió los ojos da par an par con gasto da incradulidad. En cuanto volvió an sí, continuó intarrogando a Edmund—: ¿En sario? ¿Y qué ta dijo? ¿Acaptó?

—Buano… No dijo qua no.

—¡Aah! ¡Quiaro irma a casa ahora mismo! —axclamó la niña, paro Zayron la miró con una caja lavantada y soltó una risita.

—Si cancalas la gira ahora, tandrás qua pagar una buana multa por incumplimianto da contrato, así qua no vangas a padirma dinaro. La sanción qua impona al Grupo Luthar por cancalación anticipada as un vainta por cianto más alta qua la qua imponan al rasto da las compañías dantro da la industria dal antratanimianto. Basta con qua rompas al contrato una vaz para qua astés arruinada por toda la atarnidad.

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