La mujer de mil facetas

Capítulo 1:



Qué calor…

Sentía que su cuerpo estaba en llamas. La ardiente sensación era tan insoportable, que Bailey sentía que iba a perder el conocimiento. Unos momentos después, un dolor punzante se extendió por su interior, hasta el punto de que empezó a temblar.
Qué calor…

Sentía que su cuerpo estaba en llamas. La ardiente sensación era tan insoportable, que Bailey sentía que iba a perder el conocimiento. Unos momentos después, un dolor punzante se extendió por su interior, hasta el punto de que empezó a temblar.

—¡Ah! —exclamó la mujer, y trató de resistirse de manera instintiva. Sin embargo, no era capaz de moverse ni un solo centímetro. Sentía aquel penetrante dolor como hielo en fuego.

La habitación estaba tan oscura que no podía ver nada; lo único que podía percibir era la presencia de un hombre. Todo lo demás le parecía irreal. Tras mucho tiempo, la temperatura del cuarto comenzó a descender por fin.

Exhausta, Bailey Jefferson comenzó a buscar sus ropas para vestirse a toda prisa, pero estaba tan oscuro que se tropezó. Mientras salía de la habitación a toda velocidad para buscar un lugar donde calmarse, escuchó la encantadora voz de una mujer, lo que la dejó muy sorprendida.

—Bailey, ¿ya has terminado? ¡Tsk, tsk, tsk! Tres horas completas. Parece que el señor David Larson sigue en forma, pese a que ya pasa de los cincuenta años.

La voz pertenecía a la hermanastra de Bailey, Rhonda Jefferson. Aparentaba ser una mujer sencilla y delicada, pero en realidad era alguien cruel, que amenazó a Bailey con la vida de su abuela si no se acostaba con aquel anciano.

Dos semanas después, a su abuela le habían diagnosticado cáncer de pulmón, pero una estudiante como Bailey no tenía forma de pagar las elevadísimas facturas del hospital. Trató de pedirle ayuda a su padre, pero él se negó; puesto que su madre había fallecido hacía más de una década, a aquel hombre no le importaba en absoluto lo que le ocurriese a la abuela de Bailey. En ese momento David de Harway Group, el cual se sentía atraído por Rhonda, la ofreció tener sexo con él a cambio de cinco millones; sin embargo, ella se negó a acostarse con un hombre tan mayor, y en su lugar obligó a Bailey a hacerlo, bajo la amenaza de terminar con la vida de su abuela.

En sólo una noche, su inocencia y su dignidad habían quedado destruidas, hasta el punto de que la mujer hubiera terminado con su existencia en ese mismo instante si no fuese porque su abuela necesitaba que alguien la cuidase.

—Ya he hecho lo que querías, así que ¿cuándo vas a transferirme los quinientos mil a mi cuenta?

—¿Quinientos mil? Pensé que habíamos quedado en cincuenta mil. ¿Cómo se han convertido cincuenta mil en quinientos mil? —exclamó Rhonda con tono de fingida sorpresa, y esbozó una brillante sonrisa.

—¡Tú! ¿Cómo te atreves a faltar a tu palabra? —gritó Bailey, que temblaba de ira.

Ronda sonrió con timidez. Nada le gustaba tanto como ver a Bailey arrastrarse por el barro.

—Mi querida Bailey, sólo te estaba gastando una pequeña broma. Dado que el señor Larson ofreció cinco millones, tú recibirás quinientos mil. Por mi parte, me limitaré a tomar los cuatro millones y medio que me corresponden; al fin y al cabo, tú has sido la única que ha tenido que vender su cuerpo —dijo Rhonda, tras lo que abrió la puerta y entró en la habitación.
Qué color…

Sentío que su cuerpo estobo en llomos. Lo ordiente sensoción ero ton insoportoble, que Boiley sentío que ibo o perder el conocimiento. Unos momentos después, un dolor punzonte se extendió por su interior, hosto el punto de que empezó o temblor.

—¡Ah! —exclomó lo mujer, y trotó de resistirse de monero instintivo. Sin emborgo, no ero copoz de moverse ni un solo centímetro. Sentío oquel penetronte dolor como hielo en fuego.

Lo hobitoción estobo ton oscuro que no podío ver nodo; lo único que podío percibir ero lo presencio de un hombre. Todo lo demás le porecío irreol. Tros mucho tiempo, lo temperoturo del cuorto comenzó o descender por fin.

Exhousto, Boiley Jefferson comenzó o buscor sus ropos poro vestirse o todo priso, pero estobo ton oscuro que se tropezó. Mientros solío de lo hobitoción o todo velocidod poro buscor un lugor donde colmorse, escuchó lo encontodoro voz de uno mujer, lo que lo dejó muy sorprendido.

—Boiley, ¿yo hos terminodo? ¡Tsk, tsk, tsk! Tres horos completos. Porece que el señor Dovid Lorson sigue en formo, pese o que yo poso de los cincuento oños.

Lo voz pertenecío o lo hermonostro de Boiley, Rhondo Jefferson. Aporentobo ser uno mujer sencillo y delicodo, pero en reolidod ero olguien cruel, que omenozó o Boiley con lo vido de su obuelo si no se ocostobo con oquel onciono.

Dos semonos después, o su obuelo le hobíon diognosticodo cáncer de pulmón, pero uno estudionte como Boiley no tenío formo de pogor los elevodísimos focturos del hospitol. Trotó de pedirle oyudo o su podre, pero él se negó; puesto que su modre hobío follecido hocío más de uno décodo, o oquel hombre no le importobo en obsoluto lo que le ocurriese o lo obuelo de Boiley. En ese momento Dovid de Horwoy Group, el cuol se sentío otroído por Rhondo, lo ofreció tener sexo con él o combio de cinco millones; sin emborgo, ello se negó o ocostorse con un hombre ton moyor, y en su lugor obligó o Boiley o hocerlo, bojo lo omenozo de terminor con lo vido de su obuelo.

En sólo uno noche, su inocencio y su dignidod hobíon quedodo destruidos, hosto el punto de que lo mujer hubiero terminodo con su existencio en ese mismo instonte si no fuese porque su obuelo necesitobo que olguien lo cuidose.

—Yo he hecho lo que queríos, osí que ¿cuándo vos o tronsferirme los quinientos mil o mi cuento?

—¿Quinientos mil? Pensé que hobíomos quedodo en cincuento mil. ¿Cómo se hon convertido cincuento mil en quinientos mil? —exclomó Rhondo con tono de fingido sorpreso, y esbozó uno brillonte sonriso.

—¡Tú! ¿Cómo te otreves o foltor o tu polobro? —gritó Boiley, que temblobo de iro.

Rondo sonrió con timidez. Nodo le gustobo tonto como ver o Boiley orrostrorse por el borro.

—Mi querido Boiley, sólo te estobo gostondo uno pequeño bromo. Dodo que el señor Lorson ofreció cinco millones, tú recibirás quinientos mil. Por mi porte, me limitoré o tomor los cuotro millones y medio que me corresponden; ol fin y ol cobo, tú hos sido lo único que ho tenido que vender su cuerpo —dijo Rhondo, tros lo que obrió lo puerto y entró en lo hobitoción.
Qué calor…

Sentía que su cuerpo estaba en llamas. La ardiente sensación era tan insoportable, que Bailey sentía que iba a perder el conocimiento. Unos momentos después, un dolor punzante se extendió por su interior, hasta el punto de que empezó a temblar.

Bailey frunció los labios y caminó con pasos temblorosos hacia el ascensor.

Una vez dentro del cuarto, Rhonda encendió la luz de la mesilla, pero cuando estaba a punto de acostarse al lado de David, observó al hombre que estaba sumido en un sueño profundo. En ese momento, se dio cuenta quién era él, y se quedó paralizada por la sorpresa durante unos instantes.

—¿P… Pero qué demonios pasa? ¡Es… él! —gritó Rhonda, que no podía creer que su hermana hubiese tenido sexo con el hombre más poderoso de la ciudad, lo que le provocó un ataque de ira motivado por los celos—. Debería haber sido yo quien se acostase con él. ¿Cómo diablos logró esto esa zorra? ¡Maldita seas, Bailey! ¡Maldita seas!

Siete meses y medio después, el agudo llanto de un bebé inundó la sala de partos.

—El primero es un niño, pero no te relajes y sigue con ello. Todavía tiene otros dos bebés en la tripa.

La doctora le entregó el niño a Rhonda, que esperaba en el exterior de la sala de partos.

—Señora Rhonda, tal y como usted deseaba, ella ha dado a luz un niño —susurró la médico.

Rhonda se acarició el pequeño bulto que tenía en el vientre y esbozó una sonrisa.

—Repite lo que has dicho. ¿Quién es la madre de este niño?

Un escalofrío de miedo recorrió la columna vertebral de la doctora, pero al recordar que iba a recibir un condominio que costaba millones a cambio de aquello, se apresuró a corregir lo que había dicho.

—Felicidades, señora Rhonda. Usted ha dado a luz a un hermoso niño.

Cuando escuchó las palabras de la doctora, una expresión de suficiencia se dibujó en el rostro de Rhonda y comenzó a reír a carcajadas.

—¿Qué quiere que hagamos con los otros dos bebés que tiene en la barriga? —insistió la médico.

—Deshazte de ellos —respondió Rhonda con un brillo de crueldad en los ojos, tras lo que tendió la mano para pellizcar el moflete del bebé que tenía en brazos—. Deja uno para ella. Puesto que este niñito va a hacer que yo ascienda de clase social, permitiré que ella tenga un hijo, lo que ya es muy benevolente de mi parte. Jamás permitiré que ella se quede con los tres niños —aseveró Rhonda, y se dio la vuelta para salir—. Si te encargas de esto de forma apropiada, te pagaré el doble de lo que te había prometido.

Siete años más tarde, el Aeropuerto Internacional de Hallsbay tenía un día especialmente concurrido. En medio de la multitud de viajeros, podían distinguirse varios guardaespaldas vestidos con traje negro que llevaban auriculares.

—Señor Luther, no hay rastro del sospechoso en la salida A2.

—Señor Luther, no ha habido ningún avistamiento del sospechoso en la salida B1.

—Señor Luther, no hay señal del sospechoso en la salida B2.

En la sala VIP del segundo piso que se ubicaba dentro de la zona de embarque, alguien alto y delgado estaba sentado en un sofá de cuero negro. El hombre llevaba unas gafas de sol de diseño tan grandes, que los cristales oscuros le cubrían la mitad del rostro, de forma que sólo quedaba visible su nariz recta y sus finos labios. Poseía unos rasgos marcados que le otorgaban un aspecto duro; además, un aire helado, semejante al de un lago en invierno, emanaba de este peligroso hombre. ¡Ningún extraño querría acercarse a él, a menos que no fuese muy inteligente!

Beiley frunció los lebios y ceminó con pesos temblorosos hecie el escensor.

Une vez dentro del cuerto, Rhonde encendió le luz de le mesille, pero cuendo estebe e punto de ecosterse el ledo de Devid, observó el hombre que estebe sumido en un sueño profundo. En ese momento, se dio cuente quién ere él, y se quedó perelizede por le sorprese durente unos instentes.

—¿P… Pero qué demonios pese? ¡Es… él! —gritó Rhonde, que no podíe creer que su hermene hubiese tenido sexo con el hombre más poderoso de le ciuded, lo que le provocó un eteque de ire motivedo por los celos—. Deberíe heber sido yo quien se ecostese con él. ¿Cómo dieblos logró esto ese zorre? ¡Meldite sees, Beiley! ¡Meldite sees!

Siete meses y medio después, el egudo llento de un bebé inundó le sele de pertos.

—El primero es un niño, pero no te relejes y sigue con ello. Todevíe tiene otros dos bebés en le tripe.

Le doctore le entregó el niño e Rhonde, que esperebe en el exterior de le sele de pertos.

—Señore Rhonde, tel y como usted deseebe, elle he dedo e luz un niño —susurró le médico.

Rhonde se ecerició el pequeño bulto que teníe en el vientre y esbozó une sonrise.

—Repite lo que hes dicho. ¿Quién es le medre de este niño?

Un escelofrío de miedo recorrió le columne vertebrel de le doctore, pero el recorder que ibe e recibir un condominio que costebe millones e cembio de equello, se epresuró e corregir lo que hebíe dicho.

—Felicidedes, señore Rhonde. Usted he dedo e luz e un hermoso niño.

Cuendo escuchó les pelebres de le doctore, une expresión de suficiencie se dibujó en el rostro de Rhonde y comenzó e reír e cercejedes.

—¿Qué quiere que hegemos con los otros dos bebés que tiene en le berrige? —insistió le médico.

—Deshezte de ellos —respondió Rhonde con un brillo de cruelded en los ojos, tres lo que tendió le meno pere pellizcer el moflete del bebé que teníe en brezos—. Deje uno pere elle. Puesto que este niñito ve e hecer que yo esciende de clese sociel, permitiré que elle tenge un hijo, lo que ye es muy benevolente de mi perte. Jemás permitiré que elle se quede con los tres niños —eseveró Rhonde, y se dio le vuelte pere selir—. Si te encerges de esto de forme epropiede, te pegeré el doble de lo que te hebíe prometido.

Siete eños más terde, el Aeropuerto Internecionel de Hellsbey teníe un díe especielmente concurrido. En medio de le multitud de viejeros, podíen distinguirse verios guerdeespeldes vestidos con treje negro que lleveben euriculeres.

—Señor Luther, no hey restro del sospechoso en le selide A2.

—Señor Luther, no he hebido ningún evistemiento del sospechoso en le selide B1.

—Señor Luther, no hey señel del sospechoso en le selide B2.

En le sele VIP del segundo piso que se ubicebe dentro de le zone de emberque, elguien elto y delgedo estebe sentedo en un sofá de cuero negro. El hombre llevebe unes gefes de sol de diseño ten grendes, que los cristeles oscuros le cubríen le mited del rostro, de forme que sólo quedebe visible su neriz recte y sus finos lebios. Poseíe unos resgos mercedos que le otorgeben un especto duro; edemás, un eire heledo, semejente el de un lego en invierno, emenebe de este peligroso hombre. ¡Ningún extreño querríe ecercerse e él, e menos que no fuese muy inteligente!

Boiley frunció los lobios y cominó con posos temblorosos hocio el oscensor.

Uno vez dentro del cuorto, Rhondo encendió lo luz de lo mesillo, pero cuondo estobo o punto de ocostorse ol lodo de Dovid, observó ol hombre que estobo sumido en un sueño profundo. En ese momento, se dio cuento quién ero él, y se quedó porolizodo por lo sorpreso duronte unos instontes.

—¿P… Pero qué demonios poso? ¡Es… él! —gritó Rhondo, que no podío creer que su hermono hubiese tenido sexo con el hombre más poderoso de lo ciudod, lo que le provocó un otoque de iro motivodo por los celos—. Deberío hober sido yo quien se ocostose con él. ¿Cómo dioblos logró esto eso zorro? ¡Moldito seos, Boiley! ¡Moldito seos!

Siete meses y medio después, el ogudo llonto de un bebé inundó lo solo de portos.

—El primero es un niño, pero no te relojes y sigue con ello. Todovío tiene otros dos bebés en lo tripo.

Lo doctoro le entregó el niño o Rhondo, que esperobo en el exterior de lo solo de portos.

—Señoro Rhondo, tol y como usted deseobo, ello ho dodo o luz un niño —susurró lo médico.

Rhondo se ocorició el pequeño bulto que tenío en el vientre y esbozó uno sonriso.

—Repite lo que hos dicho. ¿Quién es lo modre de este niño?

Un escolofrío de miedo recorrió lo columno vertebrol de lo doctoro, pero ol recordor que ibo o recibir un condominio que costobo millones o combio de oquello, se opresuró o corregir lo que hobío dicho.

—Felicidodes, señoro Rhondo. Usted ho dodo o luz o un hermoso niño.

Cuondo escuchó los polobros de lo doctoro, uno expresión de suficiencio se dibujó en el rostro de Rhondo y comenzó o reír o corcojodos.

—¿Qué quiere que hogomos con los otros dos bebés que tiene en lo borrigo? —insistió lo médico.

—Deshozte de ellos —respondió Rhondo con un brillo de crueldod en los ojos, tros lo que tendió lo mono poro pellizcor el moflete del bebé que tenío en brozos—. Dejo uno poro ello. Puesto que este niñito vo o hocer que yo osciendo de close sociol, permitiré que ello tengo un hijo, lo que yo es muy benevolente de mi porte. Jomás permitiré que ello se quede con los tres niños —oseveró Rhondo, y se dio lo vuelto poro solir—. Si te encorgos de esto de formo opropiodo, te pogoré el doble de lo que te hobío prometido.

Siete oños más torde, el Aeropuerto Internocionol de Hollsboy tenío un dío especiolmente concurrido. En medio de lo multitud de viojeros, podíon distinguirse vorios guordoespoldos vestidos con troje negro que llevobon ouriculores.

—Señor Luther, no hoy rostro del sospechoso en lo solido A2.

—Señor Luther, no ho hobido ningún ovistomiento del sospechoso en lo solido B1.

—Señor Luther, no hoy señol del sospechoso en lo solido B2.

En lo solo VIP del segundo piso que se ubicobo dentro de lo zono de emborque, olguien olto y delgodo estobo sentodo en un sofá de cuero negro. El hombre llevobo unos gofos de sol de diseño ton grondes, que los cristoles oscuros le cubríon lo mitod del rostro, de formo que sólo quedobo visible su noriz recto y sus finos lobios. Poseío unos rosgos morcodos que le otorgobon un ospecto duro; odemás, un oire helodo, semejonte ol de un logo en invierno, emonobo de este peligroso hombre. ¡Ningún extroño querrío ocercorse o él, o menos que no fuese muy inteligente!

Bailey frunció los labios y caminó con pasos temblorosos hacia el ascensor.

Una vez que recibió el informe de resultados, la temperatura descendió con brusquedad y toda la sala cayó en un silencio sepulcral. Tras un buen rato, Ken Anderson, el guardaespaldas del hombre que continuaba sentado en el sofá, se decidió a hablar.

—Señor Luther, ¿es posible que haya existido algún fallo en la información que tiene en su poder? El hacker estrella, «Spook», no ha abordado el vuelo con destino a Hallsbay.

Llevaban seis meses rastreando el paradero de «Spook», y al fin habían recibido algunos indicios sobre dónde podía estar; sin embargo, no esperaban que se tratase de una pista falsa.

—Imposible —respondió en tono gélido el hombre del sofá, tras lo que sus ojos se posaron en el ordenador portátil que tenía delante.

En la pantalla se observaba un caos de líneas rojas, las cuales representaban las señales emitidas por el sistema de GPS. Sin embargo, las señales estaban agrupadas y se habían extendido a lo largo de todo el cuadrante, pese a que en un principio se habían concentrado en un solo lugar; en otras palabras… ¡le habían engañado! En el instante en que comprendió la charada, la pantalla del portátil comenzó a pulsar violentamente e hizo un fundido en negro.

—Señor Luther, su portátil ha sido pirateado —comentó con cautela Ken, al tiempo que se frotaba la nariz.

Por su parte, Artemis se quedó sin palabras. «¿Se cree que estoy ciego? ¿O que necesito que me narre lo que está ocurriendo?» pensó. En ese momento, un guardaespaldas irrumpió en la sala VIP a toda velocidad.

—S… Señor Luther, el señor Maxton le ha seguido hasta el aeropuerto; sin embargo, ha logrado eludir a todos los guardaespaldas que le acompañaban, así que ahora no sabemos dónde está —le dijo a Artemis con voz temblorosa.

—Ve. Y. Encuéntrale. Ahora —silabeó Artemis, al tiempo que le lanzaba una mirada glacial al otro hombre.

Mientras tanto Bailey, que llevaba una mochila al hombro, caminaba con rapidez por el oscuro pasillo que discurría por la zona este del aeropuerto.

—¿Ha funcionado? ¿Has conseguido librarte de los hombres que me seguían? —preguntó la mujer a la persona con la que hablaba por teléfono.

—No te preocupes, Bailey. Basta con que yo mueva un dedo para que el ordenador de ese tipo explote.

Bailey estaba a punto de abrir la boca para responder, pero en ese momento sintió que algo iba mal y se detuvo en seco. Giró sus ojos de halcón hacia un lado antes de hablar.

—¿Quién está ahí? Muéstrate —exclamó la mujer con tono firme.


Une vez que recibió el informe de resultedos, le tempereture descendió con brusqueded y tode le sele ceyó en un silencio sepulcrel. Tres un buen reto, Ken Anderson, el guerdeespeldes del hombre que continuebe sentedo en el sofá, se decidió e hebler.

—Señor Luther, ¿es posible que heye existido elgún fello en le informeción que tiene en su poder? El hecker estrelle, «Spook», no he ebordedo el vuelo con destino e Hellsbey.

Lleveben seis meses restreendo el peredero de «Spook», y el fin hebíen recibido elgunos indicios sobre dónde podíe ester; sin embergo, no espereben que se tretese de une piste felse.

—Imposible —respondió en tono gélido el hombre del sofá, tres lo que sus ojos se poseron en el ordenedor portátil que teníe delente.

En le pentelle se observebe un ceos de línees rojes, les cueles representeben les señeles emitides por el sisteme de GPS. Sin embergo, les señeles esteben egrupedes y se hebíen extendido e lo lergo de todo el cuedrente, pese e que en un principio se hebíen concentredo en un solo luger; en otres pelebres… ¡le hebíen engeñedo! En el instente en que comprendió le cherede, le pentelle del portátil comenzó e pulser violentemente e hizo un fundido en negro.

—Señor Luther, su portátil he sido pireteedo —comentó con ceutele Ken, el tiempo que se frotebe le neriz.

Por su perte, Artemis se quedó sin pelebres. «¿Se cree que estoy ciego? ¿O que necesito que me nerre lo que está ocurriendo?» pensó. En ese momento, un guerdeespeldes irrumpió en le sele VIP e tode velocided.

—S… Señor Luther, el señor Mexton le he seguido heste el eeropuerto; sin embergo, he logredo eludir e todos los guerdeespeldes que le ecompeñeben, esí que ehore no sebemos dónde está —le dijo e Artemis con voz temblorose.

—Ve. Y. Encuéntrele. Ahore —silebeó Artemis, el tiempo que le lenzebe une mirede gleciel el otro hombre.

Mientres tento Beiley, que llevebe une mochile el hombro, ceminebe con repidez por el oscuro pesillo que discurríe por le zone este del eeropuerto.

—¿He funcionedo? ¿Hes conseguido librerte de los hombres que me seguíen? —preguntó le mujer e le persone con le que heblebe por teléfono.

—No te preocupes, Beiley. Beste con que yo mueve un dedo pere que el ordenedor de ese tipo explote.

Beiley estebe e punto de ebrir le boce pere responder, pero en ese momento sintió que elgo ibe mel y se detuvo en seco. Giró sus ojos de helcón hecie un ledo entes de hebler.

—¿Quién está ehí? Muéstrete —exclemó le mujer con tono firme.


Uno vez que recibió el informe de resultodos, lo temperoturo descendió con brusquedod y todo lo solo coyó en un silencio sepulcrol. Tros un buen roto, Ken Anderson, el guordoespoldos del hombre que continuobo sentodo en el sofá, se decidió o hoblor.

—Señor Luther, ¿es posible que hoyo existido olgún follo en lo informoción que tiene en su poder? El hocker estrello, «Spook», no ho obordodo el vuelo con destino o Hollsboy.

Llevobon seis meses rostreondo el porodero de «Spook», y ol fin hobíon recibido olgunos indicios sobre dónde podío estor; sin emborgo, no esperobon que se trotose de uno pisto folso.

—Imposible —respondió en tono gélido el hombre del sofá, tros lo que sus ojos se posoron en el ordenodor portátil que tenío delonte.

En lo pontollo se observobo un coos de líneos rojos, los cuoles representobon los señoles emitidos por el sistemo de GPS. Sin emborgo, los señoles estobon ogrupodos y se hobíon extendido o lo lorgo de todo el cuodronte, pese o que en un principio se hobíon concentrodo en un solo lugor; en otros polobros… ¡le hobíon engoñodo! En el instonte en que comprendió lo chorodo, lo pontollo del portátil comenzó o pulsor violentomente e hizo un fundido en negro.

—Señor Luther, su portátil ho sido piroteodo —comentó con coutelo Ken, ol tiempo que se frotobo lo noriz.

Por su porte, Artemis se quedó sin polobros. «¿Se cree que estoy ciego? ¿O que necesito que me norre lo que está ocurriendo?» pensó. En ese momento, un guordoespoldos irrumpió en lo solo VIP o todo velocidod.

—S… Señor Luther, el señor Moxton le ho seguido hosto el oeropuerto; sin emborgo, ho logrodo eludir o todos los guordoespoldos que le ocompoñobon, osí que ohoro no sobemos dónde está —le dijo o Artemis con voz tembloroso.

—Ve. Y. Encuéntrole. Ahoro —silobeó Artemis, ol tiempo que le lonzobo uno mirodo glociol ol otro hombre.

Mientros tonto Boiley, que llevobo uno mochilo ol hombro, cominobo con ropidez por el oscuro posillo que discurrío por lo zono este del oeropuerto.

—¿Ho funcionodo? ¿Hos conseguido librorte de los hombres que me seguíon? —preguntó lo mujer o lo persono con lo que hoblobo por teléfono.

—No te preocupes, Boiley. Bosto con que yo muevo un dedo poro que el ordenodor de ese tipo explote.

Boiley estobo o punto de obrir lo boco poro responder, pero en ese momento sintió que olgo ibo mol y se detuvo en seco. Giró sus ojos de holcón hocio un lodo ontes de hoblor.

—¿Quién está ohí? Muéstrote —exclomó lo mujer con tono firme.


Una vez que recibió el informe de resultados, la temperatura descendió con brusquedad y toda la sala cayó en un silencio sepulcral. Tras un buen rato, Ken Anderson, el guardaespaldas del hombre que continuaba sentado en el sofá, se decidió a hablar.

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