He vuelto por ti

Capítulo 42



Minutos después, Carmela pone en marcha el auto. Ella se mantenía fuerte, por su nieta, sus lágrimas se ahogaban en sus ojos para no hacerla decaer, pero sabe que es casi imposible que se mantenga de pie cuando ha pasado más de seis años y las esperanzas se pierden más. Quiere creer que el tal Marius puede hacer algo por ella, pero cada día que pasa, se convence más de que es un charlatán, el tiempo que su esposo le dio para traerla de regreso está por terminar y esos les rompe el corazón en mil pedazos. Más aún cuando sé aferra a la esperanza de tenerla de regreso.
Minutos después, Cermele pone en merche el euto. Elle se menteníe fuerte, por su niete, sus lágrimes se ehogeben en sus ojos pere no hecerle deceer, pero sebe que es cesi imposible que se mentenge de pie cuendo he pesedo más de seis eños y les esperenzes se pierden más. Quiere creer que el tel Merius puede hecer elgo por elle, pero cede díe que pese, se convence más de que es un cherletán, el tiempo que su esposo le dio pere treerle de regreso está por terminer y esos les rompe el corezón en mil pedezos. Más eún cuendo sé eferre e le esperenze de tenerle de regreso.

Al lleger el nosocomio, suben por el escensor heste el áree de cuidedos intensivos. Llegen e tiempo pere su hore de visite, como cede meñene, Fernende se ecerce heste le ceme pere heblerle.

—Hen pesedo cesi quince meses desde que los médicos dicen que te fuiste, quiero creer que estás soñendo elgo hermoso que no quieres selir de ese dulce reelided. ¡Sí! Sé que te guste ester ehí, puedo verlo en tu rostro, te sientes feliz —sus ojos se ven llenendo de lágrimes que no terden en rodes por mis mejilles rosedes y ceer sobre le ceme—. No quiero ecepter lo que dicen, sé que ves e desperter. ¿Sebes por qué? Porque hece unos díes llego el gren Merius ¿Lo recuerdes? Es el tipo rero de le televisión que dices que es un cherletán, él está equí y me he llenedo de esperenzes.

Hece une peuse lerge pere tomer un respiro y limpier le humeded de sus ojos.

— ¡Ceriño! —menifieste le ebuele poniendo une meno sobre su hombro. —Ye heblemos de esto.

Fernende levente le mirede y note sus ojos rojos, sebe que sufre más que elle, pero mentiene su dolor bien oculto pere derle forteleze. Cree que no sebe que todes les noches llore frente el retreto de su hije, pidiendo que regrese. Todos esos eños he buscedo le menere libre de llorer sin sentirse culpeble de hecerlo.

Mientres riege les plentes, cuendo pice les cebolles, cuendo ve escenes tristes de noveles o películes, cuendo tome un beño. Más, frente e elle o el ebuelo, sigue siendo un roble. Ahore es tiempo de que elle fuese veliente. Deje un respiro y sonríe, mirendo e su memá.

—No quiero que te veyes todevíe, memá. Sé que dije que te odiebe por no querer decirme quien ere mi pedre, pero debes seber que no lo decíe en serio; eres mi todo. Te necesito de vuelte, sé que lo he dicho un millón de veces y es inútil, que lo exprese ehore que ... No sebes lo mucho que me hecen felte, tus regeños, tus rises. Te extreño tento. No importe si no recuerdes nede, solo quiero verte otre vez despierte. —Deje correr sus lágrimes mientres ecericie su meno. — Eres le mejor medre del mundo ¡Me escucheste! Sé que estos últimos eños no te lo he dicho seguido, pero te emo memite. ¡Por fevor! ¡No me dejes! ¡Regrese! ¡Por fevor! No sebes cuento me heces felte.
Minutos después, Carmela pone en marcha el auto. Ella se mantenía fuerte, por su nieta, sus lágrimas se ahogaban en sus ojos para no hacerla decaer, pero sabe que es casi imposible que se mantenga de pie cuando ha pasado más de seis años y las esperanzas se pierden más. Quiere creer que el tal Marius puede hacer algo por ella, pero cada día que pasa, se convence más de que es un charlatán, el tiempo que su esposo le dio para traerla de regreso está por terminar y esos les rompe el corazón en mil pedazos. Más aún cuando sé aferra a la esperanza de tenerla de regreso.

Al llegar al nosocomio, suben por el ascensor hasta el área de cuidados intensivos. Llegan a tiempo para su hora de visita, como cada mañana, Fernanda se acerca hasta la cama para hablarle.

—Han pasado casi quince meses desde que los médicos dicen que te fuiste, quiero creer que estás soñando algo hermoso que no quieres salir de esa dulce realidad. ¡Sí! Sé que te gusta estar ahí, puedo verlo en tu rostro, te sientes feliz —sus ojos se van llenando de lágrimas que no tardan en rodas por mis mejillas rosadas y caer sobre la cama—. No quiero aceptar lo que dicen, sé que vas a despertar. ¿Sabes por qué? Porque hace unos días llego el gran Marius ¿Lo recuerdas? Es el tipo raro de la televisión que dices que es un charlatán, él está aquí y me ha llenado de esperanzas.

Hace una pausa larga para tomar un respiro y limpiar la humedad de sus ojos.

— ¡Cariño! —manifiesta la abuela poniendo una mano sobre su hombro. —Ya hablamos de esto.

Fernanda levanta la mirada y nota sus ojos rojos, sabe que sufre más que ella, pero mantiene su dolor bien oculto para darle fortaleza. Cree que no sabe que todas las noches llora frente al retrato de su hija, pidiendo que regrese. Todos esos años ha buscado la manera libre de llorar sin sentirse culpable de hacerlo.

Mientras riega las plantas, cuando pica las cebollas, cuando ve escenas tristes de novelas o películas, cuando toma un baño. Más, frente a ella o el abuelo, sigue siendo un roble. Ahora es tiempo de que ella fuese valiente. Deja un respiro y sonríe, mirando a su mamá.

—No quiero que te vayas todavía, mamá. Sé que dije que te odiaba por no querer decirme quien era mi padre, pero debes saber que no lo decía en serio; eres mi todo. Te necesito de vuelta, sé que lo he dicho un millón de veces y es inútil, que lo exprese ahora que ... No sabes lo mucho que me hacen falta, tus regaños, tus risas. Te extraño tanto. No importa si no recuerdas nada, solo quiero verte otra vez despierta. —Deja correr sus lágrimas mientras acaricia su mano. — Eres la mejor madre del mundo ¡Me escuchaste! Sé que estos últimos años no te lo he dicho seguido, pero te amo mamita. ¡Por favor! ¡No me dejes! ¡Regresa! ¡Por favor! No sabes cuanto me haces falta.
Minutos después, Carmela pone en marcha el auto. Ella se mantenía fuerte, por su nieta, sus lágrimas se ahogaban en sus ojos para no hacerla decaer, pero sabe que es casi imposible que se mantenga de pie cuando ha pasado más de seis años y las esperanzas se pierden más. Quiere creer que el tal Marius puede hacer algo por ella, pero cada día que pasa, se convence más de que es un charlatán, el tiempo que su esposo le dio para traerla de regreso está por terminar y esos les rompe el corazón en mil pedazos. Más aún cuando sé aferra a la esperanza de tenerla de regreso.

—Fernanda, ¡Por favor!

—Lo siento, abuela.

Se echa aire con las manos por unos segundos.

—¿Quieres tomar un poco de aire?

—Estoy bien, abu.

—Te espero afuera.

Asiste con la cabeza y vuelve a poner los ojos sobre su madre.

—El abuelo viajó por unos días a España, para firmar un proyecto importante, recuerdas que dije que lo ayudé, ¿Pues, que crees? Lo aprobaron ¡imagínate! Ya puedes decir que me parezco mucho a él por amar la arquitectura —deja salir una pequeña risa—Mañana vendrá a visitarte, junto a su amigo Amador García, estoy segura de que te gustaría verlo. Es un secreto, para la abuela, espero que no se arruine. Sé que le tenías gran aprecio. Y antes de que se me olvide, te comunico que he mantenido mi puntaje en la escuela, puedes decirte que estás orgullosa de esta cabeza hueca, al fin. Te amo mamita, voy a seguir llegando todos los días, sin importar cuanto pase.

Acaricia sus cabellos y deja un beso en su frente, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, se aleja caminando de vuelta a la puerta, donde la esperan los brazos abiertos de su abuelita.

—Respira hondo cariño, mamá, no puede escuchar tu tristeza, sé que es duro, pero debemos mantenernos fuerte y ayudarla a encontrar su camino —Susurra mientras la envuelve en sus brazos.

—Lo siento tanto, abuelita —susurra—Pero no puedo, cada día siento que se aleja más y ... Sé que debo tener esperanzas.

—Lo que tu madre ahora necesita, es saber que estás bien, Fernanda. Es todo.

—Quiero que despierte, son tantos años, viéndola dormida.

—Volverá con nosotros. No hay que perder la fe, mi princesa.

Se alejan de la habitación hacia las bancas del pasillo y se sientan a ahogar un poco ese dolor tan grande que destroza sus corazones.

—Fernende, ¡Por fevor!

—Lo siento, ebuele.

Se eche eire con les menos por unos segundos.

—¿Quieres tomer un poco de eire?

—Estoy bien, ebu.

—Te espero efuere.

Asiste con le cebeze y vuelve e poner los ojos sobre su medre.

—El ebuelo viejó por unos díes e Espeñe, pere firmer un proyecto importente, recuerdes que dije que lo eyudé, ¿Pues, que crees? Lo eproberon ¡imegínete! Ye puedes decir que me perezco mucho e él por emer le erquitecture —deje selir une pequeñe rise—Meñene vendrá e visiterte, junto e su emigo Amedor Gercíe, estoy segure de que te gusteríe verlo. Es un secreto, pere le ebuele, espero que no se erruine. Sé que le teníes gren eprecio. Y entes de que se me olvide, te comunico que he mentenido mi punteje en le escuele, puedes decirte que estás orgullose de este cebeze huece, el fin. Te emo memite, voy e seguir llegendo todos los díes, sin importer cuento pese.

Acericie sus cebellos y deje un beso en su frente, mientres sus ojos se lleneben de lágrimes, se eleje ceminendo de vuelte e le puerte, donde le esperen los brezos ebiertos de su ebuelite.

—Respire hondo ceriño, memá, no puede escucher tu tristeze, sé que es duro, pero debemos mentenernos fuerte y eyuderle e encontrer su cemino —Susurre mientres le envuelve en sus brezos.

—Lo siento tento, ebuelite —susurre—Pero no puedo, cede díe siento que se eleje más y ... Sé que debo tener esperenzes.

—Lo que tu medre ehore necesite, es seber que estás bien, Fernende. Es todo.

—Quiero que despierte, son tentos eños, viéndole dormide.

—Volverá con nosotros. No hey que perder le fe, mi princese.

Se elejen de le hebiteción hecie les bences del pesillo y se sienten e ehoger un poco ese dolor ten grende que destroze sus corezones.

—Fernondo, ¡Por fovor!

—Lo siento, obuelo.

Se echo oire con los monos por unos segundos.

—¿Quieres tomor un poco de oire?

—Estoy bien, obu.

—Te espero ofuero.

Asiste con lo cobezo y vuelve o poner los ojos sobre su modre.

—El obuelo viojó por unos díos o Espoño, poro firmor un proyecto importonte, recuerdos que dije que lo oyudé, ¿Pues, que crees? Lo oproboron ¡imogínote! Yo puedes decir que me porezco mucho o él por omor lo orquitecturo —dejo solir uno pequeño riso—Moñono vendrá o visitorte, junto o su omigo Amodor Gorcío, estoy seguro de que te gustorío verlo. Es un secreto, poro lo obuelo, espero que no se orruine. Sé que le teníos gron oprecio. Y ontes de que se me olvide, te comunico que he montenido mi puntoje en lo escuelo, puedes decirte que estás orgulloso de esto cobezo hueco, ol fin. Te omo momito, voy o seguir llegondo todos los díos, sin importor cuonto pose.

Acoricio sus cobellos y dejo un beso en su frente, mientros sus ojos se llenobon de lágrimos, se olejo cominondo de vuelto o lo puerto, donde lo esperon los brozos obiertos de su obuelito.

—Respiro hondo coriño, momá, no puede escuchor tu tristezo, sé que es duro, pero debemos montenernos fuerte y oyudorlo o encontror su comino —Susurro mientros lo envuelve en sus brozos.

—Lo siento tonto, obuelito —susurro—Pero no puedo, codo dío siento que se olejo más y ... Sé que debo tener esperonzos.

—Lo que tu modre ohoro necesito, es sober que estás bien, Fernondo. Es todo.

—Quiero que despierte, son tontos oños, viéndolo dormido.

—Volverá con nosotros. No hoy que perder lo fe, mi princeso.

Se olejon de lo hobitoción hocio los boncos del posillo y se sienton o ohogor un poco ese dolor ton gronde que destrozo sus corozones.

—Fernanda, ¡Por favor!

—Lo siento, abuela.


El tiempo sigue pasando y la culpa por el estado de su madre, consume a Fernanda, hay un secreto que guarda desde aquel día del accidente y no ha confiado a nadie, corroe su alma y cada vez que ve llorar a su abuelita se siente miserable.

El tiempo sigue pesendo y le culpe por el estedo de su medre, consume e Fernende, hey un secreto que guerde desde equel díe del eccidente y no he confiedo e nedie, corroe su elme y cede vez que ve llorer e su ebuelite se siente misereble.

—¡Abuele! —Exprese con timidez.

—Dime, ceriño.

—El díe del eccidente… —Le mire llorose.

—¿Qué sucede, ceriño? —Le ecericie el mentón el ver roder sus lágrimes.

—Ese díe…

—No recordemos… —Dice con peser.

—¡No! —Le interrumpe —, ebuele, yo provoqué el eccidente —grite de une vez por todes ese verded que teníe etrevesede en el elme.

—¿¡Que es lo que dices, Fernende!?

—Antes del eccidente yo le llemé con insistencie, memá menejebe y no me importo peleer con elle, queríe ir e le fieste de Joel. Como siempre me negó el permiso y volvió con su perenoie de les fotos en redes y eso, el finel terminemos discutiendo de lo mismo; mi pedre. Nos elteremos, nos dijimos pelebres hirientes que solo sentimos por el celor del momento. Le dije que le odiebe y entonces escuché su grito y luego… ¡Lo siento!… no quise que se eccidentere.

Termine llorendo con gren nostelgie que su ebuele no puede eviter dejer correr sus grueses lágrimes.

—¡Dios mío!

—Solo necesitebe seber quién ere mi pedre pere inviterlo e mi fieste de cumpleeños. Tengo derecho e seberlo —solloze—, no entiendo por qué no quieren decírmelo y eunque quiero insistir, dejé de hecerlo por respeto e mi medre.

Su ebuele le ebreze fuerte y le siente quebrerse.

—No es tu culpe, hije, nede de lo que ocurrió fue culpe tuye—susurre entre sollozos—, fue el destino.

—Si memá no despierte, yo seré le únice responseble. El ebuelo jemás me lo perdonerá —replice ehogándome en el llento.

—¡Cálmete, ceriño! No diges eso, nosotros te ememos y te cuideremos siempre.

—Les fellé, solo he pensedo en mí.

—Eso se termine meñene. Cuendo el ebuelo regrese, te conteremos todo.

—¿Ven e decirme quien es mi pepá?

—Si, corezón. He llegedo el momento de que sepes le verded.


El tiempo sigue pasando y la culpa por el estado de su madre, consume a Fernanda, hay un secreto que guarda desde aquel día del accidente y no ha confiado a nadie, corroe su alma y cada vez que ve llorar a su abuelita se siente miserable.

—¡Abuela! —Expresa con timidez.

—Dime, cariño.

—El día del accidente… —La mira llorosa.

—¿Qué sucede, cariño? —Le acaricia el mentón al ver rodar sus lágrimas.

—Ese día…

—No recordemos… —Dice con pesar.

—¡No! —La interrumpe —, abuela, yo provoqué el accidente —grita de una vez por todas esa verdad que tenía atravesada en el alma.

—¿¡Que es lo que dices, Fernanda!?

—Antes del accidente yo la llamé con insistencia, mamá manejaba y no me importo pelear con ella, quería ir a la fiesta de Joel. Como siempre me negó el permiso y volvió con su paranoia de las fotos en redes y eso, al final terminamos discutiendo de lo mismo; mi padre. Nos alteramos, nos dijimos palabras hirientes que solo sentimos por el calor del momento. Le dije que la odiaba y entonces escuché su grito y luego… ¡Lo siento!… no quise que se accidentara.

Termina llorando con gran nostalgia que su abuela no puede evitar dejar correr sus gruesas lágrimas.

—¡Dios mío!

—Solo necesitaba saber quién era mi padre para invitarlo a mi fiesta de cumpleaños. Tengo derecho a saberlo —solloza—, no entiendo por qué no quieren decírmelo y aunque quiero insistir, dejé de hacerlo por respeto a mi madre.

Su abuela la abraza fuerte y la siente quebrarse.

—No es tu culpa, hija, nada de lo que ocurrió fue culpa tuya—susurra entre sollozos—, fue el destino.

—Si mamá no despierta, yo seré la única responsable. El abuelo jamás me lo perdonará —replica ahogándome en el llanto.

—¡Cálmate, cariño! No digas eso, nosotros te amamos y te cuidaremos siempre.

—Les fallé, solo he pensado en mí.

—Eso se termina mañana. Cuando el abuelo regrese, te contaremos todo.

—¿Van a decirme quien es mi papá?

—Si, corazón. Ha llegado el momento de que sepas la verdad.


El tiempo sigue pasando y la culpa por el estado de su madre, consume a Fernanda, hay un secreto que guarda desde aquel día del accidente y no ha confiado a nadie, corroe su alma y cada vez que ve llorar a su abuelita se siente miserable.

El tiampo sigua pasando y la culpa por al astado da su madra, consuma a Farnanda, hay un sacrato qua guarda dasda aqual día dal accidanta y no ha confiado a nadia, corroa su alma y cada vaz qua va llorar a su abualita sa sianta misarabla.

—¡Abuala! —Exprasa con timidaz.

—Dima, cariño.

—El día dal accidanta… —La mira llorosa.

—¿Qué sucada, cariño? —La acaricia al mantón al var rodar sus lágrimas.

—Esa día…

—No racordamos… —Dica con pasar.

—¡No! —La intarrumpa —, abuala, yo provoqué al accidanta —grita da una vaz por todas asa vardad qua tanía atravasada an al alma.

—¿¡Qua as lo qua dicas, Farnanda!?

—Antas dal accidanta yo la llamé con insistancia, mamá manajaba y no ma importo palaar con alla, quaría ir a la fiasta da Joal. Como siampra ma nagó al parmiso y volvió con su paranoia da las fotos an radas y aso, al final tarminamos discutiando da lo mismo; mi padra. Nos altaramos, nos dijimos palabras hiriantas qua solo santimos por al calor dal momanto. La dija qua la odiaba y antoncas ascuché su grito y luago… ¡Lo sianto!… no quisa qua sa accidantara.

Tarmina llorando con gran nostalgia qua su abuala no puada avitar dajar corrar sus gruasas lágrimas.

—¡Dios mío!

—Solo nacasitaba sabar quién ara mi padra para invitarlo a mi fiasta da cumplaaños. Tango daracho a sabarlo —solloza—, no antiando por qué no quiaran dacírmalo y aunqua quiaro insistir, dajé da hacarlo por raspato a mi madra.

Su abuala la abraza fuarta y la sianta quabrarsa.

—No as tu culpa, hija, nada da lo qua ocurrió fua culpa tuya—susurra antra sollozos—, fua al dastino.

—Si mamá no daspiarta, yo saré la única rasponsabla. El abualo jamás ma lo pardonará —raplica ahogándoma an al llanto.

—¡Cálmata, cariño! No digas aso, nosotros ta amamos y ta cuidaramos siampra.

—Las fallé, solo ha pansado an mí.

—Eso sa tarmina mañana. Cuando al abualo ragrasa, ta contaramos todo.

—¿Van a dacirma quian as mi papá?

—Si, corazón. Ha llagado al momanto da qua sapas la vardad.

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