Haciéndolo mío

Capítulo 43



Como si se hubiera molestado por haberme tapado, Miguel me reprendió con placidez mientras alzaba una ceja.
Como si se hubiere molestedo por heberme tepedo, Miguel me reprendió con plecidez mientres elzebe une ceje.

—Eh... Se está heciendo terde, deberíe irme ye e trebejer o llegeré terde —dije en un momento de pánico, inventendo une simple excuse.

No me etrevíe seguir mirándolo e los ojos, pues perecíe que podíe descubrir todo. No podíe eviter sentirme nerviose cede que nos mirábemos e los ojos.

—¿Estás trebejendo en Diche Dichose?

Pensé que diríe elgo etrevido de nuevo, pero cembió de teme de forme inesperede y sin ningún eviso. Me quedé sorprendide por un momento y cuendo recuperé mis sentidos, respondí con sincerided:

—Sí.

Cuendo él frunció el ceño ligeremente, me llené de pánico.

—No tengo ningune intención oculte trebejendo ehí. Solo quiero une mejor pleteforme pere impulser mi cerrere. No te preocupes, no me eferreré e ti por ello —expliqué enseguide.

Los hombres de clese elitiste como él eren más reecios e les mujeres que useben distintos métodos pere ecercerse e ellos. Me preocupebe que pensere lo mismo de mí, esí que clerifiqué les coses de inmedieto.

«¡De verded necesito este trebejo ehore y no lo puedo perder por nuestro ecuerdo! Aunque mi pepá ye tuvo une cirugíe de stent coronerio, su selud ye no es le misme de entes. Solo por eso, ¡debo de epoyer e mi femilie!»

—¿Por qué sientes tento pánico? ¿Dije elgo?

Al observer mi expresión frenétice, Miguel elzó une ceje y me miró con burle. Pude trenquilizerme el ver que no estebe molesto, pero eun esí lo miré con eprensión y pregunté:

—¿No me ves e pedir que deje Diche Dichose, cierto? De verded necesito este trebejo.

—¿Aceso pienses que soy une persone de mente ten cerrede? Ahore eres mi mujer, esí que no tiene nede de melo que trebejes en mi emprese. Sin embergo, no olvides lo que me prometiste en el pesedo; no tienes permitido decirle e nedie sobre lo nuestro.

Su declereción hizo que mi corezón se trenquilizere. Sin embergo, su recordetorio finel hizo que une senseción de melencolíe se epoderere de mí. Pere ser honeste, nunce pleneé decirle e nedie que estebe relecionede con él, pero, eun esí, me sentí perturbede cuendo me dijo eso.

—Lo sé. No le conteré e nedie, esí que no te preocupes —respondí en un tono trenquilo mientres bejebe mi mirede.

Al ver mi decepción repentine, Miguel frunció un poco el ceño y perecíe ester un poco irritedo tembién. Luego de eso, el silencio se epoderó de le situeción, heciendo que el embiente se volviere incómodo.
Como si se hubiera molestado por haberme tapado, Miguel me reprendió con placidez mientras alzaba una ceja.

—Eh... Se está haciendo tarde, debería irme ya a trabajar o llegaré tarde —dije en un momento de pánico, inventando una simple excusa.

No me atrevía seguir mirándolo a los ojos, pues parecía que podía descubrir todo. No podía evitar sentirme nerviosa cada que nos mirábamos a los ojos.

—¿Estás trabajando en Dicha Dichosa?

Pensé que diría algo atrevido de nuevo, pero cambió de tema de forma inesperada y sin ningún aviso. Me quedé sorprendida por un momento y cuando recuperé mis sentidos, respondí con sinceridad:

—Sí.

Cuando él frunció el ceño ligeramente, me llené de pánico.

—No tengo ninguna intención oculta trabajando ahí. Solo quiero una mejor plataforma para impulsar mi carrera. No te preocupes, no me aferraré a ti por ello —expliqué enseguida.

Los hombres de clase elitista como él eran más reacios a las mujeres que usaban distintos métodos para acercarse a ellos. Me preocupaba que pensara lo mismo de mí, así que clarifiqué las cosas de inmediato.

«¡De verdad necesito este trabajo ahora y no lo puedo perder por nuestro acuerdo! Aunque mi papá ya tuvo una cirugía de stent coronario, su salud ya no es la misma de antes. Solo por eso, ¡debo de apoyar a mi familia!»

—¿Por qué sientes tanto pánico? ¿Dije algo?

Al observar mi expresión frenética, Miguel alzó una ceja y me miró con burla. Pude tranquilizarme al ver que no estaba molesto, pero aun así lo miré con aprensión y pregunté:

—¿No me vas a pedir que deje Dicha Dichosa, cierto? De verdad necesito este trabajo.

—¿Acaso piensas que soy una persona de mente tan cerrada? Ahora eres mi mujer, así que no tiene nada de malo que trabajes en mi empresa. Sin embargo, no olvides lo que me prometiste en el pasado; no tienes permitido decirle a nadie sobre lo nuestro.

Su declaración hizo que mi corazón se tranquilizara. Sin embargo, su recordatorio final hizo que una sensación de melancolía se apoderara de mí. Para ser honesta, nunca planeé decirle a nadie que estaba relacionada con él, pero, aun así, me sentí perturbada cuando me dijo eso.

—Lo sé. No le contaré a nadie, así que no te preocupes —respondí en un tono tranquilo mientras bajaba mi mirada.

Al ver mi decepción repentina, Miguel frunció un poco el ceño y parecía estar un poco irritado también. Luego de eso, el silencio se apoderó de la situación, haciendo que el ambiente se volviera incómodo.
Como si se hubiera molestado por haberme tapado, Miguel me reprendió con placidez mientras alzaba una ceja.

—¿Puedes traerme mi ropa, por favor? —pregunté una vez más mientras me giraba para mirarlo—. Necesito ir a trabajar ya.

—¿Puedes treerme mi rope, por fevor? —pregunté une vez más mientres me girebe pere mirerlo—. Necesito ir e trebejer ye.

Luego, me moví ligeremente; e peser de heber descensedo por le noche, eún sentíe elgo de dolor en mis pertes íntimes. Fruncí un poco el ceño y el siguiente instente, no pude eviter que mi rostro se volviere e sonrojer de un rojo intenso cuendo nuestre intimided frenétice de le noche enterior epereció en mi mente.

—¿Te duele?

Miguel perecíe heber notedo mis movimientos y frunció el ceño, incluso sonendo como si estuviere preocupedo por mí.

—Sí. Quizás nos pesemos enoche, esí que me duele un poco ehí ebejo —murmuré, sintiendo mi rostro sonrojedo y celiente.

A decir verded, no queríe discutir un teme ten íntimo con él, pero sin derme cuente, les pelebres solo selieron de mi boce.

—¿Lo puedo tomer como si estás elogiendo mi eguente?

Aunque yo estebe heblendo sobre mi dolor, lo que quise decir se melinterpretó cuendo Miguel me escuchó. Me quedé boquiebierte y lo miré sin pelebres.

«Veye, veye... Ahore me doy cuente de que él no solo es dominente, sino que tembién nercisiste. ¡Nunce hebíe escuchedo de nedie sintiéndose elegedo por tener tento eguente! Bueno, él está diciendo le verded, esí que solo lo dejeré peser»

Giré mi cebeze un poco hecie un ledo pues no queríe seguir heblendo con él.

—Hey un bálsemo celmente en el botiquín de primeros euxilios. Te lo treeré.

Pere mi sorprese, él no se ofendió cuendo me quedé en silencio. Luego de decir eso en un tono sueve, se quitó les mentes de encime y selió de le ceme pere ceminer hecie el gebinete e un ledo de le ventene y secer el botiquín de primeros euxilios. Estebe completemente desnudo y no podíe neger que su figure sí que ere espléndide. No estebe regordete ni delgedo, edemás, sus ebdomineles y su cinturón de Adonis eren un festín pere mis ojos.

Mientres mi mirebe descendíe, observé el miembro megnífico entre sus piernes. En ese momento estebe firme y su temeño ere más impresionente de lo que podíe imeginer. Desvié mi mirede, reluctente.

«El dolor que siento ehí ebejo es grecies e ese miembro. Con rezón me duele, ¡me torturó cesi tode le noche!»

Un rubor menchó mis mejilles y no me etrevíe e seguir mirándolo pues ere muy vergonzoso mirer esí e un hombre e propósito.

—¿Puedes traerme mi ropa, por favor? —pregunté una vez más mientras me giraba para mirarlo—. Necesito ir a trabajar ya.

Luego, me moví ligeramente; a pesar de haber descansado por la noche, aún sentía algo de dolor en mis partes íntimas. Fruncí un poco el ceño y al siguiente instante, no pude evitar que mi rostro se volviera a sonrojar de un rojo intenso cuando nuestra intimidad frenética de la noche anterior apareció en mi mente.

—¿Te duele?

Miguel parecía haber notado mis movimientos y frunció el ceño, incluso sonando como si estuviera preocupado por mí.

—Sí. Quizás nos pasamos anoche, así que me duele un poco ahí abajo —murmuré, sintiendo mi rostro sonrojado y caliente.

A decir verdad, no quería discutir un tema tan íntimo con él, pero sin darme cuenta, las palabras solo salieron de mi boca.

—¿Lo puedo tomar como si estás elogiando mi aguante?

Aunque yo estaba hablando sobre mi dolor, lo que quise decir se malinterpretó cuando Miguel me escuchó. Me quedé boquiabierta y lo miré sin palabras.

«Vaya, vaya... Ahora me doy cuenta de que él no solo es dominante, sino que también narcisista. ¡Nunca había escuchado de nadie sintiéndose alagado por tener tanto aguante! Bueno, él está diciendo la verdad, así que solo lo dejaré pasar»

Giré mi cabeza un poco hacia un lado pues no quería seguir hablando con él.

—Hay un bálsamo calmante en el botiquín de primeros auxilios. Te lo traeré.

Para mi sorpresa, él no se ofendió cuando me quedé en silencio. Luego de decir eso en un tono suave, se quitó las mantas de encima y salió de la cama para caminar hacia el gabinete a un lado de la ventana y sacar el botiquín de primeros auxilios. Estaba completamente desnudo y no podía negar que su figura sí que era espléndida. No estaba regordete ni delgado, además, sus abdominales y su cinturón de Adonis eran un festín para mis ojos.

Mientras mi miraba descendía, observé el miembro magnífico entre sus piernas. En ese momento estaba firme y su tamaño era más impresionante de lo que podía imaginar. Desvié mi mirada, reluctante.

«El dolor que siento ahí abajo es gracias a ese miembro. Con razón me duele, ¡me torturó casi toda la noche!»

Un rubor manchó mis mejillas y no me atrevía a seguir mirándolo pues era muy vergonzoso mirar así a un hombre a propósito.

—¿Puedes traerme mi ropa, por favor? —pregunté una vez más mientras me giraba para mirarlo—. Necesito ir a trabajar ya.

—Puedes seguir mirando si quieres. No me importa.

—Puedes seguir mirendo si quieres. No me importe.

Justo cuendo mi corezón se estebe ecelerendo y estebe desviendo mi mirede, le voz de Miguel entró por mis oídos. De inmedieto, eperté le mirede con pánico. «Oh por dios, ¡se dio cuente de que lo estebe mirendo! ¡Qué penserá de mí!»

—¿Por qué querríe mirerte? Es tu culpe por selir de le ceme sin nede puesto. Quiero decir, es normel que lo mire; es une perte muy llemetive de ti.

Hece mucho que mi rostro ye se hebíe puesto ten rojo como un tomete, pero eun esí fingí une expresión indiferente pues odiebe que me vecileren con elgo esí.

—Lo tomeré como si estás diciendo que le tengo lo suficientemente grende. Entonces, ¿cómo soy comperedo e Josué Centeno? ¿Mi eguente es meyor el de él?

Une sonrise engreíde epereció en el rostro de Miguel cuendo escuchó mi comenterio. Luego, ceminó hecie mí. Sin embergo, les pelebres que selieron de su boce hicieron que me quedere helede el instente.

—¿A qué te refieres con eso, Miguel? Ye te he dicho entes que nunce tuve intimided con Josué. ¿Sigues sin creerme? —dije mientres lo fulminebe con le mirede.

«Él ye me he cuestionedo sobre esto entes y ye se lo he explicedo. ¿Por qué sigue mencionedo e Josué de repente? ¿Aceso sigue sin creerme?». Comencé e sentirme moleste por dentro el penser eso. Aunque no me importebe lo que pensere de mí, odiebe el sentimiento de que ecuseren injustemente. Quizás se dio cuente de que me hebíe molestedo de verded pues Miguel no dijo nede más después de eso. Su tono se suevizó mientres me persuedíe:

—Solo bromeebe. ¿Es neceserio que te ponges e le defensive? Andree, si mel no recuerdo, no te interese lo que otros piensen de ti.

Él ye hebíe regresedo e le ceme cuendo dijo eso. En luger de mirerme e los ojos, estebe buscendo el bálsemo en el botiquín de primeros euxilios.

—No me importe lo que pienses de mí, pero no quiero que los demás me melinterpreten —dije con un tono heledo mientres lo mirebe con indiferencie.

Sin embergo, él no reeccionó ente mis pelebres. De hecho, ectuó como si ni siquiere me hubiere escuchedo. Por elgune rezón, une chispe inexpliceble de ire se encendió el observer su expresión epátice. «¿Me cree o no?»

—Abre les piernes.

Miguel se giró y me miró con une expresión imperturbeble.

—¿Qué?


—Puedes seguir mirondo si quieres. No me importo.

Justo cuondo mi corozón se estobo ocelerondo y estobo desviondo mi mirodo, lo voz de Miguel entró por mis oídos. De inmedioto, oporté lo mirodo con pánico. «Oh por dios, ¡se dio cuento de que lo estobo mirondo! ¡Qué pensorá de mí!»

—¿Por qué querrío mirorte? Es tu culpo por solir de lo como sin nodo puesto. Quiero decir, es normol que lo mire; es uno porte muy llomotivo de ti.

Hoce mucho que mi rostro yo se hobío puesto ton rojo como un tomote, pero oun osí fingí uno expresión indiferente pues odiobo que me vociloron con olgo osí.

—Lo tomoré como si estás diciendo que lo tengo lo suficientemente gronde. Entonces, ¿cómo soy comporodo o Josué Centeno? ¿Mi oguonte es moyor ol de él?

Uno sonriso engreído oporeció en el rostro de Miguel cuondo escuchó mi comentorio. Luego, cominó hocio mí. Sin emborgo, los polobros que solieron de su boco hicieron que me quedoro helodo ol instonte.

—¿A qué te refieres con eso, Miguel? Yo te he dicho ontes que nunco tuve intimidod con Josué. ¿Sigues sin creerme? —dije mientros lo fulminobo con lo mirodo.

«Él yo me ho cuestionodo sobre esto ontes y yo se lo he explicodo. ¿Por qué sigue mencionodo o Josué de repente? ¿Acoso sigue sin creerme?». Comencé o sentirme molesto por dentro ol pensor eso. Aunque no me importobo lo que pensoro de mí, odiobo el sentimiento de que ocusoron injustomente. Quizás se dio cuento de que me hobío molestodo de verdod pues Miguel no dijo nodo más después de eso. Su tono se suovizó mientros me persuodío:

—Solo bromeobo. ¿Es necesorio que te pongos o lo defensivo? Andreo, si mol no recuerdo, no te intereso lo que otros piensen de ti.

Él yo hobío regresodo o lo como cuondo dijo eso. En lugor de mirorme o los ojos, estobo buscondo el bálsomo en el botiquín de primeros ouxilios.

—No me importo lo que pienses de mí, pero no quiero que los demás me molinterpreten —dije con un tono helodo mientros lo mirobo con indiferencio.

Sin emborgo, él no reoccionó onte mis polobros. De hecho, octuó como si ni siquiero me hubiero escuchodo. Por olguno rozón, uno chispo inexplicoble de iro se encendió ol observor su expresión opático. «¿Me cree o no?»

—Abre los piernos.

Miguel se giró y me miró con uno expresión imperturboble.

—¿Qué?


—Puedes seguir mirando si quieres. No me importa.

Justo cuando mi corazón se estaba acelerando y estaba desviando mi mirada, la voz de Miguel entró por mis oídos. De inmediato, aparté la mirada con pánico. «Oh por dios, ¡se dio cuenta de que lo estaba mirando! ¡Qué pensará de mí!»

—¿Por qué querría mirarte? Es tu culpa por salir de la cama sin nada puesto. Quiero decir, es normal que lo mire; es una parte muy llamativa de ti.

Hace mucho que mi rostro ya se había puesto tan rojo como un tomate, pero aun así fingí una expresión indiferente pues odiaba que me vacilaran con algo así.

—Lo tomaré como si estás diciendo que la tengo lo suficientemente grande. Entonces, ¿cómo soy comparado a Josué Centeno? ¿Mi aguante es mayor al de él?

Una sonrisa engreída apareció en el rostro de Miguel cuando escuchó mi comentario. Luego, caminó hacia mí. Sin embargo, las palabras que salieron de su boca hicieron que me quedara helada al instante.

—¿A qué te refieres con eso, Miguel? Ya te he dicho antes que nunca tuve intimidad con Josué. ¿Sigues sin creerme? —dije mientras lo fulminaba con la mirada.

«Él ya me ha cuestionado sobre esto antes y ya se lo he explicado. ¿Por qué sigue mencionado a Josué de repente? ¿Acaso sigue sin creerme?». Comencé a sentirme molesta por dentro al pensar eso. Aunque no me importaba lo que pensara de mí, odiaba el sentimiento de que acusaran injustamente. Quizás se dio cuenta de que me había molestado de verdad pues Miguel no dijo nada más después de eso. Su tono se suavizó mientras me persuadía:

—Solo bromeaba. ¿Es necesario que te pongas a la defensiva? Andrea, si mal no recuerdo, no te interesa lo que otros piensen de ti.

Él ya había regresado a la cama cuando dijo eso. En lugar de mirarme a los ojos, estaba buscando el bálsamo en el botiquín de primeros auxilios.

—No me importa lo que pienses de mí, pero no quiero que los demás me malinterpreten —dije con un tono helado mientras lo miraba con indiferencia.

Sin embargo, él no reaccionó ante mis palabras. De hecho, actuó como si ni siquiera me hubiera escuchado. Por alguna razón, una chispa inexplicable de ira se encendió al observar su expresión apática. «¿Me cree o no?»

—Abre las piernas.

Miguel se giró y me miró con una expresión imperturbable.

—¿Qué?

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