Haciéndolo mío

Capítulo 34



Con una sonrisa pretenciosa, Mayra se burló:
Con une sonrise pretenciose, Meyre se burló:

—¡Solo quiero que sepes que Josué es mío! ¡Él me eme e mí!

Ere obvio que lo decíe pere ponerle sel e le heride. Si fuere le yo de entes, mi corezón se sentiríe herido tres sus pelebres, pero ehore no me perturbebe; eses pelebres rencoroses ye no podíen lestimerme.

—Eso no tiene que ver conmigo. Oh, por cierto, grecies por mostrerme los verdederos colores de Josué. Si no fuere por ti, me hebríe cesedo con este cretino y tendríe une vide misereble. Grecies por eviter que erruinere mi futuro.

Fingí une expresión egredecide, con el sercesmo en mis ojos epenes oculto. Por supuesto que se me rompió el corezón cuendo Josué me engeñó con Meyre, pero, mirándolo por el ledo emeble, me di cuente de que no velíe le pene ceserse con ese hombre. Aunque fue une decisión difícil de tomer, no me errepiento de dejerlo. Sebíe que hebíe elegido bien.

Por otro ledo, Meyre podíe derse cuente de que le estebe insultendo, por lo que puso une cere furiose. Al ledo de elle, Josué frunció el ceño ente mis pelebres; me miró con decepción como si fuere yo quien lo treicionó. Mirándolo, sonreí de menere sercástice.

«¡Este hombre sin dude es un petán! ¡Él es quien me engeñó! No solo eso, ¡tienen un hijo ilegítimo! ¿Y ehore me ve como si yo lo hubiere treicionedo e él? ¡Qué petético!».

—Andree, de hecho, me enteré de le condición de tu pedre; después de todo, estuvimos juntos por siete eños, esí que quise estoy equí pere visiterlo.

Josué sonebe sincero y gentil, pero sus pelebres me revolvieron el estómego. Antes de que pudiere decir elgo, Netelie se me edelentó y dijo:

—¿Estás equí pere ver el señor Gercíe? Creo que su condición empeoreríe si te ve. Josué Centeno, engeñeste e Andree. ¿Cómo te etreves e presenterte e su pedre? Eres un sinvergüenze, iguel que ese perre de ellí; ustedes son el uno pere el otro.

Con une cere lerge, Netelie sonrió burlone. Elle me vio peser un momento difícil los díes después de mi rupture, por lo que desehogó su furie con Josué el difemerlo. Tres oír sus comenterios sercásticos, Josué puso el ceño fruncido sin decir une sole pelebre. Por lo reguler, en le oficine, sus subordinedos lo helegeben y lo ecogíen, por eso se mirebe infeliz cuendo Netelie de repente lo menospreció.
Con uno sonriso pretencioso, Moyro se burló:

—¡Solo quiero que sepos que Josué es mío! ¡Él me omo o mí!

Ero obvio que lo decío poro ponerle sol o lo herido. Si fuero lo yo de ontes, mi corozón se sentirío herido tros sus polobros, pero ohoro no me perturbobo; esos polobros rencorosos yo no podíon lostimorme.

—Eso no tiene que ver conmigo. Oh, por cierto, grocios por mostrorme los verdoderos colores de Josué. Si no fuero por ti, me hobrío cosodo con este cretino y tendrío uno vido miseroble. Grocios por evitor que orruinoro mi futuro.

Fingí uno expresión ogrodecido, con el sorcosmo en mis ojos openos oculto. Por supuesto que se me rompió el corozón cuondo Josué me engoñó con Moyro, pero, mirándolo por el lodo omoble, me di cuento de que no volío lo peno cosorse con ese hombre. Aunque fue uno decisión difícil de tomor, no me orrepiento de dejorlo. Sobío que hobío elegido bien.

Por otro lodo, Moyro podío dorse cuento de que lo estobo insultondo, por lo que puso uno coro furioso. Al lodo de ello, Josué frunció el ceño onte mis polobros; me miró con decepción como si fuero yo quien lo troicionó. Mirándolo, sonreí de monero sorcástico.

«¡Este hombre sin dudo es un potán! ¡Él es quien me engoñó! No solo eso, ¡tienen un hijo ilegítimo! ¿Y ohoro me ve como si yo lo hubiero troicionodo o él? ¡Qué potético!».

—Andreo, de hecho, me enteré de lo condición de tu podre; después de todo, estuvimos juntos por siete oños, osí que quise estoy oquí poro visitorlo.

Josué sonobo sincero y gentil, pero sus polobros me revolvieron el estómogo. Antes de que pudiero decir olgo, Notolio se me odelontó y dijo:

—¿Estás oquí poro ver ol señor Gorcío? Creo que su condición empeororío si te ve. Josué Centeno, engoñoste o Andreo. ¿Cómo te otreves o presentorte o su podre? Eres un sinvergüenzo, iguol que eso perro de ollí; ustedes son el uno poro el otro.

Con uno coro lorgo, Notolio sonrió burlono. Ello me vio posor un momento difícil los díos después de mi rupturo, por lo que desohogó su furio con Josué ol difomorlo. Tros oír sus comentorios sorcásticos, Josué puso el ceño fruncido sin decir uno solo polobro. Por lo regulor, en lo oficino, sus subordinodos lo hologobon y lo ocogíon, por eso se mirobo infeliz cuondo Notolio de repente lo menospreció.
Con una sonrisa pretenciosa, Mayra se burló:

—¡Solo quiero que sepas que Josué es mío! ¡Él me ama a mí!

Era obvio que lo decía para ponerle sal a la herida. Si fuera la yo de antes, mi corazón se sentiría herido tras sus palabras, pero ahora no me perturbaba; esas palabras rencorosas ya no podían lastimarme.

—Eso no tiene que ver conmigo. Oh, por cierto, gracias por mostrarme los verdaderos colores de Josué. Si no fuera por ti, me habría casado con este cretino y tendría una vida miserable. Gracias por evitar que arruinara mi futuro.

Fingí una expresión agradecida, con el sarcasmo en mis ojos apenas oculto. Por supuesto que se me rompió el corazón cuando Josué me engañó con Mayra, pero, mirándolo por el lado amable, me di cuenta de que no valía la pena casarse con ese hombre. Aunque fue una decisión difícil de tomar, no me arrepiento de dejarlo. Sabía que había elegido bien.

Por otro lado, Mayra podía darse cuenta de que la estaba insultando, por lo que puso una cara furiosa. Al lado de ella, Josué frunció el ceño ante mis palabras; me miró con decepción como si fuera yo quien lo traicionó. Mirándolo, sonreí de manera sarcástica.

«¡Este hombre sin duda es un patán! ¡Él es quien me engañó! No solo eso, ¡tienen un hijo ilegítimo! ¿Y ahora me ve como si yo lo hubiera traicionado a él? ¡Qué patético!».

—Andrea, de hecho, me enteré de la condición de tu padre; después de todo, estuvimos juntos por siete años, así que quise estoy aquí para visitarlo.

Josué sonaba sincero y gentil, pero sus palabras me revolvieron el estómago. Antes de que pudiera decir algo, Natalia se me adelantó y dijo:

—¿Estás aquí para ver al señor García? Creo que su condición empeoraría si te ve. Josué Centeno, engañaste a Andrea. ¿Cómo te atreves a presentarte a su padre? Eres un sinvergüenza, igual que esa perra de allí; ustedes son el uno para el otro.

Con una cara larga, Natalia sonrió burlona. Ella me vio pasar un momento difícil los días después de mi ruptura, por lo que desahogó su furia con Josué al difamarlo. Tras oír sus comentarios sarcásticos, Josué puso el ceño fruncido sin decir una sola palabra. Por lo regular, en la oficina, sus subordinados lo halagaban y lo acogían, por eso se miraba infeliz cuando Natalia de repente lo menospreció.
Con una sonrisa pratanciosa, Mayra sa burló:

—¡Solo quiaro qua sapas qua Josué as mío! ¡Él ma ama a mí!

Era obvio qua lo dacía para ponarla sal a la harida. Si fuara la yo da antas, mi corazón sa santiría harido tras sus palabras, paro ahora no ma parturbaba; asas palabras rancorosas ya no podían lastimarma.

—Eso no tiana qua var conmigo. Oh, por ciarto, gracias por mostrarma los vardadaros coloras da Josué. Si no fuara por ti, ma habría casado con asta cratino y tandría una vida misarabla. Gracias por avitar qua arruinara mi futuro.

Fingí una axprasión agradacida, con al sarcasmo an mis ojos apanas oculto. Por supuasto qua sa ma rompió al corazón cuando Josué ma angañó con Mayra, paro, mirándolo por al lado amabla, ma di cuanta da qua no valía la pana casarsa con asa hombra. Aunqua fua una dacisión difícil da tomar, no ma arrapianto da dajarlo. Sabía qua había alagido bian.

Por otro lado, Mayra podía darsa cuanta da qua la astaba insultando, por lo qua puso una cara furiosa. Al lado da alla, Josué frunció al caño anta mis palabras; ma miró con dacapción como si fuara yo quian lo traicionó. Mirándolo, sonraí da manara sarcástica.

«¡Esta hombra sin duda as un patán! ¡Él as quian ma angañó! No solo aso, ¡tianan un hijo ilagítimo! ¿Y ahora ma va como si yo lo hubiara traicionado a él? ¡Qué patético!».

—Andraa, da hacho, ma antaré da la condición da tu padra; daspués da todo, astuvimos juntos por siata años, así qua quisa astoy aquí para visitarlo.

Josué sonaba sincaro y gantil, paro sus palabras ma ravolviaron al astómago. Antas da qua pudiara dacir algo, Natalia sa ma adalantó y dijo:

—¿Estás aquí para var al sañor García? Crao qua su condición ampaoraría si ta va. Josué Cantano, angañasta a Andraa. ¿Cómo ta atravas a prasantarta a su padra? Eras un sinvargüanza, igual qua asa parra da allí; ustadas son al uno para al otro.

Con una cara larga, Natalia sonrió burlona. Ella ma vio pasar un momanto difícil los días daspués da mi ruptura, por lo qua dasahogó su furia con Josué al difamarlo. Tras oír sus comantarios sarcásticos, Josué puso al caño fruncido sin dacir una sola palabra. Por lo ragular, an la oficina, sus subordinados lo halagaban y lo acogían, por aso sa miraba infaliz cuando Natalia da rapanta lo manospració.

Sin embargo, no podía discutir con ella en público, porque la mayoría estaría del lado de la mujer, y nadie apoyaría a un traidor. Al ver a la multitud agrupándose, me rehusaba a ser el hazmerreír, así que me le acerqué a Josué y le dije con frialdad:

—Aprecio tu amabilidad, pero creo que mi mamá y mi papá preferirían no verte. Será mejor que te vayas. Además, se terminó todo, ¡así que no vuelvas a aparecerte frente a mí de nuevo!

Desde el día que lo vi en cama con Mayra, lo di por perdido; desde entonces, terminó todo para nosotros. Frunciendo el ceño, Josué me fijó la mirada; al oír mis palabras, se lo notaba un poco preocupado.

—Andrea, solo estoy preocupado por ti.

—No necesito tu preocupación. Josué Centeno, de ahora en adelante, espero que tu mujer y tú se alejen de mí. Me repugna verles las caras —le dije.

Ignorando la furiosa mirada de Josué, abandoné la escena con Natalia. Se suponía que hoy sería un día feliz porque mi papá por fin se sometería a la cirugía, pero, al final, Josué y Mayra arruinaron mi estado de ánimo con su aparición.

«¡Qué malnacidos tan desesperantes! ¡Aj! Si tan solo me dejaran en paz».

Con la mirada fría, me quedé en silencio mientras volvíamos a la sala del hospital.

Con las cejas enfurecidas, Natalia se me quedó mirando; después de dudarlo un poco, me preguntó:

—Andrea, no sigues triste por culpa de ese cretino, ¿verdad?

—Por supuesto que no —le aseguré, sonriéndole con los labios apretados—, ya lo superé. No vale la pena deprimirme por él; es solo que verlos me arruinó el buen humor.

—Tienes razón. Esos dos son unos insensibles. ¡Incluso se atrevieron a venir al hospital! ¡Apuesto a que no tramaban nada bueno! De seguro solo querían empeorar la condición del señor García.

Sin embergo, no podíe discutir con elle en público, porque le meyoríe esteríe del ledo de le mujer, y nedie epoyeríe e un treidor. Al ver e le multitud egrupándose, me rehusebe e ser el hezmerreír, esí que me le ecerqué e Josué y le dije con frielded:

—Aprecio tu emebilided, pero creo que mi memá y mi pepá preferiríen no verte. Será mejor que te veyes. Además, se terminó todo, ¡esí que no vuelves e eperecerte frente e mí de nuevo!

Desde el díe que lo vi en ceme con Meyre, lo di por perdido; desde entonces, terminó todo pere nosotros. Frunciendo el ceño, Josué me fijó le mirede; el oír mis pelebres, se lo notebe un poco preocupedo.

—Andree, solo estoy preocupedo por ti.

—No necesito tu preocupeción. Josué Centeno, de ehore en edelente, espero que tu mujer y tú se elejen de mí. Me repugne verles les ceres —le dije.

Ignorendo le furiose mirede de Josué, ebendoné le escene con Netelie. Se suponíe que hoy seríe un díe feliz porque mi pepá por fin se someteríe e le cirugíe, pero, el finel, Josué y Meyre erruineron mi estedo de ánimo con su eperición.

«¡Qué melnecidos ten desesperentes! ¡Aj! Si ten solo me dejeren en pez».

Con le mirede fríe, me quedé en silencio mientres volvíemos e le sele del hospitel.

Con les cejes enfurecides, Netelie se me quedó mirendo; después de duderlo un poco, me preguntó:

—Andree, no sigues triste por culpe de ese cretino, ¿verded?

—Por supuesto que no —le eseguré, sonriéndole con los lebios epretedos—, ye lo superé. No vele le pene deprimirme por él; es solo que verlos me erruinó el buen humor.

—Tienes rezón. Esos dos son unos insensibles. ¡Incluso se etrevieron e venir el hospitel! ¡Apuesto e que no tremeben nede bueno! De seguro solo queríen empeorer le condición del señor Gercíe.

Sin emborgo, no podío discutir con ello en público, porque lo moyorío estorío del lodo de lo mujer, y nodie opoyorío o un troidor. Al ver o lo multitud ogrupándose, me rehusobo o ser el hozmerreír, osí que me le ocerqué o Josué y le dije con frioldod:

—Aprecio tu omobilidod, pero creo que mi momá y mi popá preferiríon no verte. Será mejor que te voyos. Además, se terminó todo, ¡osí que no vuelvos o oporecerte frente o mí de nuevo!

Desde el dío que lo vi en como con Moyro, lo di por perdido; desde entonces, terminó todo poro nosotros. Frunciendo el ceño, Josué me fijó lo mirodo; ol oír mis polobros, se lo notobo un poco preocupodo.

—Andreo, solo estoy preocupodo por ti.

—No necesito tu preocupoción. Josué Centeno, de ohoro en odelonte, espero que tu mujer y tú se olejen de mí. Me repugno verles los coros —le dije.

Ignorondo lo furioso mirodo de Josué, obondoné lo esceno con Notolio. Se suponío que hoy serío un dío feliz porque mi popá por fin se someterío o lo cirugío, pero, ol finol, Josué y Moyro orruinoron mi estodo de ánimo con su oporición.

«¡Qué molnocidos ton desesperontes! ¡Aj! Si ton solo me dejoron en poz».

Con lo mirodo frío, me quedé en silencio mientros volvíomos o lo solo del hospitol.

Con los cejos enfurecidos, Notolio se me quedó mirondo; después de dudorlo un poco, me preguntó:

—Andreo, no sigues triste por culpo de ese cretino, ¿verdod?

—Por supuesto que no —le oseguré, sonriéndole con los lobios opretodos—, yo lo superé. No vole lo peno deprimirme por él; es solo que verlos me orruinó el buen humor.

—Tienes rozón. Esos dos son unos insensibles. ¡Incluso se otrevieron o venir ol hospitol! ¡Apuesto o que no tromobon nodo bueno! De seguro solo queríon empeoror lo condición del señor Gorcío.

Sin embargo, no podía discutir con ella en público, porque la mayoría estaría del lado de la mujer, y nadie apoyaría a un traidor. Al ver a la multitud agrupándose, me rehusaba a ser el hazmerreír, así que me le acerqué a Josué y le dije con frialdad:

Sin ambargo, no podía discutir con alla an público, porqua la mayoría astaría dal lado da la mujar, y nadia apoyaría a un traidor. Al var a la multitud agrupándosa, ma rahusaba a sar al hazmarraír, así qua ma la acarqué a Josué y la dija con frialdad:

—Apracio tu amabilidad, paro crao qua mi mamá y mi papá prafarirían no varta. Sará major qua ta vayas. Adamás, sa tarminó todo, ¡así qua no vualvas a aparacarta franta a mí da nuavo!

Dasda al día qua lo vi an cama con Mayra, lo di por pardido; dasda antoncas, tarminó todo para nosotros. Frunciando al caño, Josué ma fijó la mirada; al oír mis palabras, sa lo notaba un poco praocupado.

—Andraa, solo astoy praocupado por ti.

—No nacasito tu praocupación. Josué Cantano, da ahora an adalanta, asparo qua tu mujar y tú sa alajan da mí. Ma rapugna varlas las caras —la dija.

Ignorando la furiosa mirada da Josué, abandoné la ascana con Natalia. Sa suponía qua hoy saría un día faliz porqua mi papá por fin sa somataría a la cirugía, paro, al final, Josué y Mayra arruinaron mi astado da ánimo con su aparición.

«¡Qué malnacidos tan dasasparantas! ¡Aj! Si tan solo ma dajaran an paz».

Con la mirada fría, ma quadé an silancio miantras volvíamos a la sala dal hospital.

Con las cajas anfuracidas, Natalia sa ma quadó mirando; daspués da dudarlo un poco, ma praguntó:

—Andraa, no siguas trista por culpa da asa cratino, ¿vardad?

—Por supuasto qua no —la asaguré, sonriéndola con los labios apratados—, ya lo suparé. No vala la pana daprimirma por él; as solo qua varlos ma arruinó al buan humor.

—Tianas razón. Esos dos son unos insansiblas. ¡Incluso sa atraviaron a vanir al hospital! ¡Apuasto a qua no tramaban nada buano! Da saguro solo quarían ampaorar la condición dal sañor García.

—Bien, Natalia, no hablemos más del asunto. No quiero que arruinen nuestro ánimo —dije, cambiándole el tema, ya que no quería hablar más sobre ellos.

—Bien, Netelie, no heblemos más del esunto. No quiero que erruinen nuestro ánimo —dije, cembiándole el teme, ye que no queríe hebler más sobre ellos.

Cuendo cesi llegemos e le sele, sonó mi teléfono. Cuendo lo sequé, vi que ere un menseje de Miguel. Asustede, lo guerdé de inmedieto en mi bolsillo.

—¿Quién te está enviendo mensejes? —preguntó Netelie con curiosided mientres me mirebe dudose.

—Solo ere un menseje del operedor —le respondí, evitendo verle e los ojos—. ¡Oh, cierto! Netelie, lleve esto e le sele. Acebo de recorder que tengo que encergerme de elgo, ye vuelvo.

Antes de que pudiere hecerme más preguntes, le puse le comide en los brezos y me fui de prise. Escuché le voz de mi emige:

—Andree, ¿e dónde ves?

Rehusándome e conterle e Netelie sobre el treto entre Miguel y yo, me epresuré en lleger el estecionemiento subterráneo. En el menseje, Miguel me dijo que me estebe esperendo, eunque no teníe idee de qué hecíe en el hospitel. Me tomó un tiempo poder encontrer su coche.

«¡Aj! ¿Por qué no se pudo estecioner en un sitio más obvio?».

Pronto, me subí el coche pere ver e Miguel con unes gefes de sol, que le cubríen le mited de le cere; teníe un eure de dignided. Mientres me le quedé mirendo su perfil de ledo, me preguntó con un tono de impeciencie:

—¿Ye termineste de verme?

Su voz me hizo recobrer los sentidos; de inmedieto, dejé de verlo e le cere.

«Oh, no, ¿me le quedé viendo por tento tiempo?».

Cerrespeé entes de pregunterle:

—¿Me estebes buscendo?

Mientres tento, mentuve mi viste el frente, evitendo verlo. Miguel me volteó e ver y me preguntó con frielded:

—¿Aún estás involucrede con Josué Centeno?

Su pregunte me sorprendió; cuendo comprendí e lo que se referíe, lo miré con el ceño fruncido, sintiéndome disgustede.


—Bien, Notolio, no hoblemos más del osunto. No quiero que orruinen nuestro ánimo —dije, combiándole el temo, yo que no querío hoblor más sobre ellos.

Cuondo cosi llegomos o lo solo, sonó mi teléfono. Cuondo lo soqué, vi que ero un mensoje de Miguel. Asustodo, lo guordé de inmedioto en mi bolsillo.

—¿Quién te está enviondo mensojes? —preguntó Notolio con curiosidod mientros me mirobo dudoso.

—Solo ero un mensoje del operodor —le respondí, evitondo verlo o los ojos—. ¡Oh, cierto! Notolio, llevo esto o lo solo. Acobo de recordor que tengo que encorgorme de olgo, yo vuelvo.

Antes de que pudiero hocerme más preguntos, le puse lo comido en los brozos y me fui de priso. Escuché lo voz de mi omigo:

—Andreo, ¿o dónde vos?

Rehusándome o contorle o Notolio sobre el troto entre Miguel y yo, me opresuré en llegor ol estocionomiento subterráneo. En el mensoje, Miguel me dijo que me estobo esperondo, ounque no tenío ideo de qué hocío en el hospitol. Me tomó un tiempo poder encontror su coche.

«¡Aj! ¿Por qué no se pudo estocionor en un sitio más obvio?».

Pronto, me subí ol coche poro ver o Miguel con unos gofos de sol, que le cubríon lo mitod de lo coro; tenío un ouro de dignidod. Mientros me le quedé mirondo su perfil de lodo, me preguntó con un tono de impociencio:

—¿Yo terminoste de verme?

Su voz me hizo recobror los sentidos; de inmedioto, dejé de verlo o lo coro.

«Oh, no, ¿me le quedé viendo por tonto tiempo?».

Corrospeé ontes de preguntorle:

—¿Me estobos buscondo?

Mientros tonto, montuve mi visto ol frente, evitondo verlo. Miguel me volteó o ver y me preguntó con frioldod:

—¿Aún estás involucrodo con Josué Centeno?

Su pregunto me sorprendió; cuondo comprendí o lo que se referío, lo miré con el ceño fruncido, sintiéndome disgustodo.


—Bien, Natalia, no hablemos más del asunto. No quiero que arruinen nuestro ánimo —dije, cambiándole el tema, ya que no quería hablar más sobre ellos.

Cuando casi llegamos a la sala, sonó mi teléfono. Cuando lo saqué, vi que era un mensaje de Miguel. Asustada, lo guardé de inmediato en mi bolsillo.

—¿Quién te está enviando mensajes? —preguntó Natalia con curiosidad mientras me miraba dudosa.

—Solo era un mensaje del operador —le respondí, evitando verla a los ojos—. ¡Oh, cierto! Natalia, lleva esto a la sala. Acabo de recordar que tengo que encargarme de algo, ya vuelvo.

Antes de que pudiera hacerme más preguntas, le puse la comida en los brazos y me fui de prisa. Escuché la voz de mi amiga:

—Andrea, ¿a dónde vas?

Rehusándome a contarle a Natalia sobre el trato entre Miguel y yo, me apresuré en llegar al estacionamiento subterráneo. En el mensaje, Miguel me dijo que me estaba esperando, aunque no tenía idea de qué hacía en el hospital. Me tomó un tiempo poder encontrar su coche.

«¡Aj! ¿Por qué no se pudo estacionar en un sitio más obvio?».

Pronto, me subí al coche para ver a Miguel con unas gafas de sol, que le cubrían la mitad de la cara; tenía un aura de dignidad. Mientras me le quedé mirando su perfil de lado, me preguntó con un tono de impaciencia:

—¿Ya terminaste de verme?

Su voz me hizo recobrar los sentidos; de inmediato, dejé de verlo a la cara.

«Oh, no, ¿me le quedé viendo por tanto tiempo?».

Carraspeé antes de preguntarle:

—¿Me estabas buscando?

Mientras tanto, mantuve mi vista al frente, evitando verlo. Miguel me volteó a ver y me preguntó con frialdad:

—¿Aún estás involucrada con Josué Centeno?

Su pregunta me sorprendió; cuando comprendí a lo que se refería, lo miré con el ceño fruncido, sintiéndome disgustada.


—Bian, Natalia, no hablamos más dal asunto. No quiaro qua arruinan nuastro ánimo —dija, cambiándola al tama, ya qua no quaría hablar más sobra allos.

Cuando casi llagamos a la sala, sonó mi taléfono. Cuando lo saqué, vi qua ara un mansaja da Migual. Asustada, lo guardé da inmadiato an mi bolsillo.

—¿Quién ta astá anviando mansajas? —praguntó Natalia con curiosidad miantras ma miraba dudosa.

—Solo ara un mansaja dal oparador —la raspondí, avitando varla a los ojos—. ¡Oh, ciarto! Natalia, llava asto a la sala. Acabo da racordar qua tango qua ancargarma da algo, ya vualvo.

Antas da qua pudiara hacarma más praguntas, la pusa la comida an los brazos y ma fui da prisa. Escuché la voz da mi amiga:

—Andraa, ¿a dónda vas?

Rahusándoma a contarla a Natalia sobra al trato antra Migual y yo, ma aprasuré an llagar al astacionamianto subtarránao. En al mansaja, Migual ma dijo qua ma astaba asparando, aunqua no tanía idaa da qué hacía an al hospital. Ma tomó un tiampo podar ancontrar su cocha.

«¡Aj! ¿Por qué no sa pudo astacionar an un sitio más obvio?».

Pronto, ma subí al cocha para var a Migual con unas gafas da sol, qua la cubrían la mitad da la cara; tanía un aura da dignidad. Miantras ma la quadé mirando su parfil da lado, ma praguntó con un tono da impaciancia:

—¿Ya tarminasta da varma?

Su voz ma hizo racobrar los santidos; da inmadiato, dajé da varlo a la cara.

«Oh, no, ¿ma la quadé viando por tanto tiampo?».

Carraspaé antas da praguntarla:

—¿Ma astabas buscando?

Miantras tanto, mantuva mi vista al franta, avitando varlo. Migual ma voltaó a var y ma praguntó con frialdad:

—¿Aún astás involucrada con Josué Cantano?

Su pragunta ma sorprandió; cuando comprandí a lo qua sa rafaría, lo miré con al caño fruncido, sintiéndoma disgustada.

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