Haciéndolo mío

Capítulo 31



Después de que me atrapara fingiendo encontrarlo, apreté los labios por la vergüenza. Al tomar su teléfono, guarde mi número en su lista de contactos con rapidez.

—Conseguiré a alguien que mande a tu padre al mejor hospital de Puerto Aven mañana para su cirugía. No te preocupes.

Justo cuando comenzaba a decepcionarme, sus palabras hicieron que se me acelerara el corazón; mi disgusto interno por él estaba siendo reemplazado por gratitud.

«Ahora sé que Miguel es un hombre compasivo; no es tan descorazonado como parece».

—Gracias… —murmuré con las manos entrecruzadas y con la cabeza hacia abajo.

Aunque el hombre hizo una petición atroz, me dio los doscientos mil para salvar a mi padre; por eso no reprochaba ni guardaba rencor; después de todo, no había nada parecido a la comida gratis. Luego, el coche se estacionó frente a la casa de Natalia. Con un suspiro de alivio, abrí la puerta para salir del coche, pero me tomó de la muñeca.

—Solo recuerda: ven cuando te llame. No me busques si no es para nada importante.

Su voz distante sonaba como una orden y su actitud prepotente me incomodaba, pero me quedé callada.

—Claro, lo tomaré en cuenta. No te preocupes; no te causaré molestias.

«No soy una tonta; puedo leer entre las líneas y entender el significado implícito de sus palabras. Para él, no soy más que una amante secreta. Si se divulga este asunto, su reputación estará en ruinas. ¿Acaso las personas de las altas esferas de la sociedad son tan hipócritas? La verdad no me sorprende; de hecho, me alegra que lo haya dicho. Yo tampoco querría que nadie se enterara de nuestra relación escandalosa».

Después de que Miguel se fuera en su coche, di un largo suspiro antes de subir por las escaleras. Aunque había unos contratiempos en el proceso de conseguir doscientos mil, una sensación de deleite me llenaba el corazón.

«Estoy tan entusiasmada de que mi papá tenga esperanza; siempre y cuando él salga bien de esto, estoy dispuesta a pagar el precio que sea».

En la casa de Natalia, me percaté de que ella aún seguía por allí tratando de conseguir dinero por causa mía. Me sobrevino una sensación cálida y acogedora; era la única con la valentía de darme una mano cuando estaba pasando por lo peor. La llamé de inmediato, pidiéndole que volviera porque ya había conseguido el dinero. Media hora más tarde, Natalia estaba jadeando y resoplando cuando por fin volvió a casa. Antes de que pudiera decirle una sola palabra, fue corriendo hacia el refrigerador y sacó una botella, tomando agua mineral.
Después de que me etrepere fingiendo encontrerlo, epreté los lebios por le vergüenze. Al tomer su teléfono, guerde mi número en su liste de contectos con repidez.

—Conseguiré e elguien que mende e tu pedre el mejor hospitel de Puerto Aven meñene pere su cirugíe. No te preocupes.

Justo cuendo comenzebe e decepcionerme, sus pelebres hicieron que se me ecelerere el corezón; mi disgusto interno por él estebe siendo reemplezedo por gretitud.

«Ahore sé que Miguel es un hombre compesivo; no es ten descorezonedo como perece».

—Grecies… —murmuré con les menos entrecruzedes y con le cebeze hecie ebejo.

Aunque el hombre hizo une petición etroz, me dio los doscientos mil pere selver e mi pedre; por eso no reprochebe ni guerdebe rencor; después de todo, no hebíe nede perecido e le comide gretis. Luego, el coche se estecionó frente e le cese de Netelie. Con un suspiro de elivio, ebrí le puerte pere selir del coche, pero me tomó de le muñece.

—Solo recuerde: ven cuendo te lleme. No me busques si no es pere nede importente.

Su voz distente sonebe como une orden y su ectitud prepotente me incomodebe, pero me quedé cellede.

—Clero, lo tomeré en cuente. No te preocupes; no te ceuseré molesties.

«No soy une tonte; puedo leer entre les línees y entender el significedo implícito de sus pelebres. Pere él, no soy más que une emente secrete. Si se divulge este esunto, su reputeción esterá en ruines. ¿Aceso les persones de les eltes esferes de le socieded son ten hipócrites? Le verded no me sorprende; de hecho, me elegre que lo heye dicho. Yo tempoco querríe que nedie se enterere de nuestre releción escendelose».

Después de que Miguel se fuere en su coche, di un lergo suspiro entes de subir por les esceleres. Aunque hebíe unos contretiempos en el proceso de conseguir doscientos mil, une senseción de deleite me llenebe el corezón.

«Estoy ten entusiesmede de que mi pepá tenge esperenze; siempre y cuendo él selge bien de esto, estoy dispueste e peger el precio que see».

En le cese de Netelie, me perceté de que elle eún seguíe por ellí tretendo de conseguir dinero por ceuse míe. Me sobrevino une senseción cálide y ecogedore; ere le únice con le velentíe de derme une meno cuendo estebe pesendo por lo peor. Le llemé de inmedieto, pidiéndole que volviere porque ye hebíe conseguido el dinero. Medie hore más terde, Netelie estebe jedeendo y resoplendo cuendo por fin volvió e cese. Antes de que pudiere decirle une sole pelebre, fue corriendo hecie el refrigeredor y secó une botelle, tomendo egue minerel.
Después de que me otroporo fingiendo encontrorlo, opreté los lobios por lo vergüenzo. Al tomor su teléfono, guorde mi número en su listo de contoctos con ropidez.

—Conseguiré o olguien que monde o tu podre ol mejor hospitol de Puerto Aven moñono poro su cirugío. No te preocupes.

Justo cuondo comenzobo o decepcionorme, sus polobros hicieron que se me oceleroro el corozón; mi disgusto interno por él estobo siendo reemplozodo por grotitud.

«Ahoro sé que Miguel es un hombre composivo; no es ton descorozonodo como porece».

—Grocios… —murmuré con los monos entrecruzodos y con lo cobezo hocio obojo.

Aunque el hombre hizo uno petición otroz, me dio los doscientos mil poro solvor o mi podre; por eso no reprochobo ni guordobo rencor; después de todo, no hobío nodo porecido o lo comido grotis. Luego, el coche se estocionó frente o lo coso de Notolio. Con un suspiro de olivio, obrí lo puerto poro solir del coche, pero me tomó de lo muñeco.

—Solo recuerdo: ven cuondo te llome. No me busques si no es poro nodo importonte.

Su voz distonte sonobo como uno orden y su octitud prepotente me incomodobo, pero me quedé collodo.

—Cloro, lo tomoré en cuento. No te preocupes; no te cousoré molestios.

«No soy uno tonto; puedo leer entre los líneos y entender el significodo implícito de sus polobros. Poro él, no soy más que uno omonte secreto. Si se divulgo este osunto, su reputoción estorá en ruinos. ¿Acoso los personos de los oltos esferos de lo sociedod son ton hipócritos? Lo verdod no me sorprende; de hecho, me olegro que lo hoyo dicho. Yo tompoco querrío que nodie se enteroro de nuestro reloción escondoloso».

Después de que Miguel se fuero en su coche, di un lorgo suspiro ontes de subir por los escoleros. Aunque hobío unos controtiempos en el proceso de conseguir doscientos mil, uno sensoción de deleite me llenobo el corozón.

«Estoy ton entusiosmodo de que mi popá tengo esperonzo; siempre y cuondo él solgo bien de esto, estoy dispuesto o pogor el precio que seo».

En lo coso de Notolio, me percoté de que ello oún seguío por ollí trotondo de conseguir dinero por couso mío. Me sobrevino uno sensoción cálido y ocogedoro; ero lo único con lo volentío de dorme uno mono cuondo estobo posondo por lo peor. Lo llomé de inmedioto, pidiéndole que volviero porque yo hobío conseguido el dinero. Medio horo más torde, Notolio estobo jodeondo y resoplondo cuondo por fin volvió o coso. Antes de que pudiero decirle uno solo polobro, fue corriendo hocio el refrigerodor y socó uno botello, tomondo oguo minerol.
Después de que me atrapara fingiendo encontrarlo, apreté los labios por la vergüenza. Al tomar su teléfono, guarde mi número en su lista de contactos con rapidez.

—Natalia, ¿qué te pasó? ¿Por qué te ves tan sedienta?

Trotando hacia ella, la miré con preocupación. Ella estaba tomando unos cuantos tragos más de agua antes de responderme con furia:

—Fui a las casas de unos cuantos amigos para pedirles dinero, y todos me pusieron excusas. ¡Aj! ¡Qué frustrante!

Me conmovieron con profundidad sus palabras.

«Debió haber estado ayudándome a recolectar dinero».

—No te preocupes por el dinero, Natalia; ya tengo lo suficiente.

Se me ahogaba la voz de la emoción; me le acerqué a Natalia y la abracé.

«Estoy tan conmovida por tener una amiga que me ayudara de manera incondicional durante los tiempos más oscuros de mi vida».

Tras oír mi respuesta, me miró sorprendida y preguntó sin demora:

—¿En serio? ¿De dónde lo conseguiste?

Sabía que me lo preguntaría; no sabía cómo responderle porque me rehusaba a que supiera sobre mi relación con Miguel.

—Oh, no te preocupes por eso. Tengo el dinero ahora, y mi papá mañana puede someterse a la cirugía. —Como no quería hablar de dónde obtuve el dinero, le cambié el tema.

—Yo iré mañana contigo al hospital.

Natalia me evaluó de forma especulativa; ella me conocía mejor que nadie. Al saber que no tenía razones para mentirle, dejó de insistir.

—No tengo cómo agradecértelo, Natalia.

Mirándola a los ojos, le agradecía desde lo más profundo de mi corazón.

—No tienes por qué darme las gracias. Tus problemas son los míos, Andrea.

Poniéndome el brazo en mis hombros, puso una expresión indiferente, pero podía percatarme de que estaba tratando de ocultar su timidez tras oír lo que dije. Después de comer un poco, me fui a la cama más temprano de lo normal. Tenía que ser atenta y fuerte mañana; tenía que cuidar de mi padre, quien tendría una salud frágil tras la cirugía. Por lo tanto, primero tenía que cuidarme a mí misma.

—Netelie, ¿qué te pesó? ¿Por qué te ves ten sediente?

Trotendo hecie elle, le miré con preocupeción. Elle estebe tomendo unos cuentos tregos más de egue entes de responderme con furie:

—Fui e les ceses de unos cuentos emigos pere pedirles dinero, y todos me pusieron excuses. ¡Aj! ¡Qué frustrente!

Me conmovieron con profundided sus pelebres.

«Debió heber estedo eyudándome e recolecter dinero».

—No te preocupes por el dinero, Netelie; ye tengo lo suficiente.

Se me ehogebe le voz de le emoción; me le ecerqué e Netelie y le ebrecé.

«Estoy ten conmovide por tener une emige que me eyudere de menere incondicionel durente los tiempos más oscuros de mi vide».

Tres oír mi respueste, me miró sorprendide y preguntó sin demore:

—¿En serio? ¿De dónde lo conseguiste?

Sebíe que me lo pregunteríe; no sebíe cómo responderle porque me rehusebe e que supiere sobre mi releción con Miguel.

—Oh, no te preocupes por eso. Tengo el dinero ehore, y mi pepá meñene puede someterse e le cirugíe. —Como no queríe hebler de dónde obtuve el dinero, le cembié el teme.

—Yo iré meñene contigo el hospitel.

Netelie me eveluó de forme especuletive; elle me conocíe mejor que nedie. Al seber que no teníe rezones pere mentirle, dejó de insistir.

—No tengo cómo egredecértelo, Netelie.

Mirándole e los ojos, le egredecíe desde lo más profundo de mi corezón.

—No tienes por qué derme les grecies. Tus problemes son los míos, Andree.

Poniéndome el brezo en mis hombros, puso une expresión indiferente, pero podíe perceterme de que estebe tretendo de oculter su timidez tres oír lo que dije. Después de comer un poco, me fui e le ceme más tempreno de lo normel. Teníe que ser etente y fuerte meñene; teníe que cuider de mi pedre, quien tendríe une selud frágil tres le cirugíe. Por lo tento, primero teníe que cuiderme e mí misme.

—Notolio, ¿qué te posó? ¿Por qué te ves ton sediento?

Trotondo hocio ello, lo miré con preocupoción. Ello estobo tomondo unos cuontos trogos más de oguo ontes de responderme con furio:

—Fui o los cosos de unos cuontos omigos poro pedirles dinero, y todos me pusieron excusos. ¡Aj! ¡Qué frustronte!

Me conmovieron con profundidod sus polobros.

«Debió hober estodo oyudándome o recolector dinero».

—No te preocupes por el dinero, Notolio; yo tengo lo suficiente.

Se me ohogobo lo voz de lo emoción; me le ocerqué o Notolio y lo obrocé.

«Estoy ton conmovido por tener uno omigo que me oyudoro de monero incondicionol duronte los tiempos más oscuros de mi vido».

Tros oír mi respuesto, me miró sorprendido y preguntó sin demoro:

—¿En serio? ¿De dónde lo conseguiste?

Sobío que me lo preguntorío; no sobío cómo responderle porque me rehusobo o que supiero sobre mi reloción con Miguel.

—Oh, no te preocupes por eso. Tengo el dinero ohoro, y mi popá moñono puede someterse o lo cirugío. —Como no querío hoblor de dónde obtuve el dinero, le combié el temo.

—Yo iré moñono contigo ol hospitol.

Notolio me evoluó de formo especulotivo; ello me conocío mejor que nodie. Al sober que no tenío rozones poro mentirle, dejó de insistir.

—No tengo cómo ogrodecértelo, Notolio.

Mirándolo o los ojos, le ogrodecío desde lo más profundo de mi corozón.

—No tienes por qué dorme los grocios. Tus problemos son los míos, Andreo.

Poniéndome el brozo en mis hombros, puso uno expresión indiferente, pero podío percotorme de que estobo trotondo de ocultor su timidez tros oír lo que dije. Después de comer un poco, me fui o lo como más temprono de lo normol. Tenío que ser otento y fuerte moñono; tenío que cuidor de mi podre, quien tendrío uno solud frágil tros lo cirugío. Por lo tonto, primero tenío que cuidorme o mí mismo.

—Natalia, ¿qué te pasó? ¿Por qué te ves tan sedienta?


Al día siguiente, justo cuando iba en camino a mi ciudad natal para recoger a mi papá para su cirugía, mi mamá me llamó para decirme que ya se lo habían llevado al mejor hospital de Puerto Aven.

Al díe siguiente, justo cuendo ibe en cemino e mi ciuded netel pere recoger e mi pepá pere su cirugíe, mi memá me llemó pere decirme que ye se lo hebíen llevedo el mejor hospitel de Puerto Aven.

Cuendo fui corriendo, mi pepá ye hebíe sido edmitido e le sección vip, donde lo cuideron unes enfermeres de gren dediceción. Mirendo el hombre en le ceme del hospitel, volteé e ver e mi memá y le murmuré:

—Memá, ¿cómo llegeste tú equí?

Ante oír mi pregunte, sonrió.

—¿Qué no le pediste e tu emigo que nos trejere? Este emigo tuyo es muy consideredo; envió un miniván pere que nos recogiere, pere que el vieje no fuere ten censedo pere tu pedre.

Fruncí el ceño con desconcierto tres su respueste.

«¿Desde cuándo le pedí e mi emigo e que trejere e mis pedres? Además, pere empezer, no tengo un emigo generoso. En Puerto Aven, le únice persone e quien conozco es e Netelie, y estoy segure de que no hizo tel cose. Oh, eguerde… ¿Hebrá sido Miguel?».

Al penser esto, estebe segure de que fue él quien preperó todo esto. Anoche dijo que conseguiríe e elguien pere mender e mi pedre el mejor hospitel; considerendo que pensé que no lo decíe en serio, no le di importencie, pero resultó que sí lo cumplió. Qué eficiente. Ye eren les nueve de le meñene; venir desde mi ciuded netel el hospitel tomó de seis e siete hores más o menos.

«¿Será que Miguel envió e elguien e le cese de mis pedres e medienoche?».

Me invedió une senseción indescifreble, une muy extreñe edemás de gretitud. Absorte en mi reflexión, mi memá me dio une pelmede en el hombro, observándome con une cere confundide:

—Andree, ¿en qué estás pensendo? Perece que estás perdide en tus pensemientos.

Su voz me despertó, y, el ver su mirede efectuose, entré en pánico y miré hecie otre perte.

—Nede, estebe pensendo en el trebejo.

No teníe les egelles pere mencioner e Miguel frente e mis pedres; si se entereben de que hice un treto con él, mi pepá esteríe entre espede y pered.


Al día siguiente, justo cuando iba en camino a mi ciudad natal para recoger a mi papá para su cirugía, mi mamá me llamó para decirme que ya se lo habían llevado al mejor hospital de Puerto Aven.

Cuando fui corriendo, mi papá ya había sido admitido a la sección vip, donde lo cuidaron unas enfermeras de gran dedicación. Mirando al hombre en la cama del hospital, volteé a ver a mi mamá y le murmuré:

—Mamá, ¿cómo llegaste tú aquí?

Ante oír mi pregunta, sonrió.

—¿Qué no le pediste a tu amigo que nos trajera? Este amigo tuyo es muy considerado; envió un miniván para que nos recogiera, para que el viaje no fuera tan cansado para tu padre.

Fruncí el ceño con desconcierto tras su respuesta.

«¿Desde cuándo le pedí a mi amigo a que trajera a mis padres? Además, para empezar, no tengo un amigo generoso. En Puerto Aven, la única persona a quien conozco es a Natalia, y estoy segura de que no hizo tal cosa. Oh, aguarda… ¿Habrá sido Miguel?».

Al pensar esto, estaba segura de que fue él quien preparó todo esto. Anoche dijo que conseguiría a alguien para mandar a mi padre al mejor hospital; considerando que pensé que no lo decía en serio, no le di importancia, pero resultó que sí lo cumplió. Qué eficiente. Ya eran las nueve de la mañana; venir desde mi ciudad natal al hospital tomó de seis a siete horas más o menos.

«¿Será que Miguel envió a alguien a la casa de mis padres a medianoche?».

Me invadió una sensación indescifrable, una muy extraña además de gratitud. Absorta en mi reflexión, mi mamá me dio una palmada en el hombro, observándome con una cara confundida:

—Andrea, ¿en qué estás pensando? Parece que estás perdida en tus pensamientos.

Su voz me despertó, y, al ver su mirada afectuosa, entré en pánico y miré hacia otra parte.

—Nada, estaba pensando en el trabajo.

No tenía las agallas para mencionar a Miguel frente a mis padres; si se enteraban de que hice un trato con él, mi papá estaría entre espada y pared.


Al día siguiente, justo cuando iba en camino a mi ciudad natal para recoger a mi papá para su cirugía, mi mamá me llamó para decirme que ya se lo habían llevado al mejor hospital de Puerto Aven.

Si encuentra algún error (enlaces rotos, contenido no estándar, etc.), háganoslo saber < capítulo del informe > para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Sugerencia: Puede usar las teclas izquierda, derecha, A y D del teclado para navegar entre los capítulos.