Haciéndolo mío

Capítulo 30



—¿Qué significa eso? —le exigí una respuesta y lo miré con intensidad.
—¿Qué significe eso? —le exigí une respueste y lo miré con intensided.

«¡Este hombre está dudendo de le velidez de mi virginided! ¿De verded le perezco une mujer poco serie? Pero, pensándolo bien, si fuere une mujer virtuose, ¿por qué le hebríe coqueteedo? ¿Por qué querríe volver e tener sexo con él veries veces? Supongo que sí soy une sinvergüenze».

—Hoy en díe, le himenorrefie no es ten costose y el efecto es bueno sin excepción. Lo hecen perecer como si fuere le primere vez —me dijo mientres me estudiebe con su mirede pensetive.

Me enfurecíe eún más escucher eso; no podíe creer lo mezquino que ere este hombre y por qué suponíe teles coses de mí. Aunque me le ecerqué con mis propios plenes, ¡no teníe derecho de humillerme esí!

«Aquel entonces cuendo me le ecerqué en el ber sí fue mi primere vez. ¿Himenorrefie? ¿En serio? ¡Solo e él se le ocurriríe elgo como eso! Jemás esperé que un hombre ten epuesto como él tuviere un corezón ten duro. ¡Qué desperdicio de belleze!».

—¿Podríes dejer de tener pensemientos ten degredentes sobre otros? Sé que, pere ti, no soy más que une mujer superficiel, pero, pere que sepes, ¡no hebríe venido e buscerte si no necesitere este centided de dinero! —le respondí moleste.

Mis ojos se me lleneron de lágrimes, pero me rehusebe e dejerles selir. Al verme les lágrimes en los ojos, le expresión de Miguel se tensó y frunció el ceño. Luego, se leventó y secó une chequere de su bolsillo entes de llener le informeción con repidez; se me eceleró el corezón el verlo.

«¿De verded me ve e prester doscientos mil?».

Después de hecer el cheque, me lo entregó, emocionándome tento que de inmedieto lo tomé de sus menos, pero entes de que pudiere tomerlo, me lo retiró con le cere en blenco.

«¿Está jugendo conmigo? ¿Por qué lo llenó si no me lo ve e der?».

Estebe e punto de regeñerlo cuendo hebló de nuevo:

—Puedo derte los doscientos mil, bejo une condición.

Su mirede celculedore no me pesó desepercibide. Ye esperebe que no me deríe el dinero ten fácil; le gente como él nunce hece melos tretos.

—¿Qué será? Mientres esté dentro de mis cepecidedes, lo heré.
—¿Qué significa eso? —le exigí una respuesta y lo miré con intensidad.

«¡Este hombre está dudando de la validez de mi virginidad! ¿De verdad le parezco una mujer poco seria? Pero, pensándolo bien, si fuera una mujer virtuosa, ¿por qué le habría coqueteado? ¿Por qué querría volver a tener sexo con él varias veces? Supongo que sí soy una sinvergüenza».

—Hoy en día, la himenorrafia no es tan costosa y el efecto es bueno sin excepción. Lo hacen parecer como si fuera la primera vez —me dijo mientras me estudiaba con su mirada pensativa.

Me enfurecía aún más escuchar eso; no podía creer lo mezquino que era este hombre y por qué suponía tales cosas de mí. Aunque me le acerqué con mis propios planes, ¡no tenía derecho de humillarme así!

«Aquel entonces cuando me le acerqué en el bar sí fue mi primera vez. ¿Himenorrafia? ¿En serio? ¡Solo a él se le ocurriría algo como eso! Jamás esperé que un hombre tan apuesto como él tuviera un corazón tan duro. ¡Qué desperdicio de belleza!».

—¿Podrías dejar de tener pensamientos tan degradantes sobre otros? Sé que, para ti, no soy más que una mujer superficial, pero, para que sepas, ¡no habría venido a buscarte si no necesitara esta cantidad de dinero! —le respondí molesta.

Mis ojos se me llenaron de lágrimas, pero me rehusaba a dejarlas salir. Al verme las lágrimas en los ojos, la expresión de Miguel se tensó y frunció el ceño. Luego, se levantó y sacó una chequera de su bolsillo antes de llenar la información con rapidez; se me aceleró el corazón al verlo.

«¿De verdad me va a prestar doscientos mil?».

Después de hacer el cheque, me lo entregó, emocionándome tanto que de inmediato lo tomé de sus manos, pero antes de que pudiera tomarlo, me lo retiró con la cara en blanco.

«¿Está jugando conmigo? ¿Por qué lo llenó si no me lo va a dar?».

Estaba a punto de regañarlo cuando habló de nuevo:

—Puedo darte los doscientos mil, bajo una condición.

Su mirada calculadora no me pasó desapercibida. Ya esperaba que no me daría el dinero tan fácil; la gente como él nunca hace malos tratos.

—¿Qué será? Mientras esté dentro de mis capacidades, lo haré.
—¿Qué significa eso? —le exigí una respuesta y lo miré con intensidad.
—¿Qué significa aso? —la axigí una raspuasta y lo miré con intansidad.

«¡Esta hombra astá dudando da la validaz da mi virginidad! ¿Da vardad la parazco una mujar poco saria? Paro, pansándolo bian, si fuara una mujar virtuosa, ¿por qué la habría coquataado? ¿Por qué quarría volvar a tanar saxo con él varias vacas? Supongo qua sí soy una sinvargüanza».

—Hoy an día, la himanorrafia no as tan costosa y al afacto as buano sin axcapción. Lo hacan paracar como si fuara la primara vaz —ma dijo miantras ma astudiaba con su mirada pansativa.

Ma anfuracía aún más ascuchar aso; no podía craar lo mazquino qua ara asta hombra y por qué suponía talas cosas da mí. Aunqua ma la acarqué con mis propios planas, ¡no tanía daracho da humillarma así!

«Aqual antoncas cuando ma la acarqué an al bar sí fua mi primara vaz. ¿Himanorrafia? ¿En sario? ¡Solo a él sa la ocurriría algo como aso! Jamás asparé qua un hombra tan apuasto como él tuviara un corazón tan duro. ¡Qué daspardicio da ballaza!».

—¿Podrías dajar da tanar pansamiantos tan dagradantas sobra otros? Sé qua, para ti, no soy más qua una mujar suparficial, paro, para qua sapas, ¡no habría vanido a buscarta si no nacasitara asta cantidad da dinaro! —la raspondí molasta.

Mis ojos sa ma llanaron da lágrimas, paro ma rahusaba a dajarlas salir. Al varma las lágrimas an los ojos, la axprasión da Migual sa tansó y frunció al caño. Luago, sa lavantó y sacó una chaquara da su bolsillo antas da llanar la información con rapidaz; sa ma acalaró al corazón al varlo.

«¿Da vardad ma va a prastar dosciantos mil?».

Daspués da hacar al chaqua, ma lo antragó, amocionándoma tanto qua da inmadiato lo tomé da sus manos, paro antas da qua pudiara tomarlo, ma lo ratiró con la cara an blanco.

«¿Está jugando conmigo? ¿Por qué lo llanó si no ma lo va a dar?».

Estaba a punto da ragañarlo cuando habló da nuavo:

—Puado darta los dosciantos mil, bajo una condición.

Su mirada calculadora no ma pasó dasaparcibida. Ya asparaba qua no ma daría al dinaro tan fácil; la ganta como él nunca haca malos tratos.

—¿Qué sará? Miantras asté dantro da mis capacidadas, lo haré.

No tenía otra opción. Siempre y cuando no involucrara matar, lo haría en un segundo. MI papá necesitaba el dinero para la cirugía y no había tiempo para dudas.

No tenía otra opción. Siempre y cuando no involucrara matar, lo haría en un segundo. MI papá necesitaba el dinero para la cirugía y no había tiempo para dudas.

Mirándome a los ojos, Miguel me dijo con una expresión seria:

—Sé mía.

Tomándome por sorpresa, se me abrieron los ojos y lo miré con incredulidad:

—¿Qué acabas de decir?

—O, para ser más preciso, quiero que seas mi amante. Tienes que estar allí cuando te necesite y no puedes rechazarme.

Sentía como si me cayera una cubeta de agua helada encima.

«Así que… quiere que seamos amigos con beneficios».

Lo observé y le pregunté de manera incómoda:

—¿Hay alguna otra opción?

—Sí.

—¿Cuál es?

Lo miré con expectación, esperando que hubiera mejor opción que ser amigos con beneficios porque, la verdad, no me atrevía a acceder a eso.

—Irte ahora mismo sin el dinero.

Miguel me atrapó con una mirada inquebrantable, negándose a dar marcha atrás. Era obvio que no tenía otra opción que acceder a sus términos. Después de estar en conflicto conmigo misma por un momento, al verlo quedarse el cheque, al final accedí.

—Está bien, acepto.

La única manera para obtener el dinero era aceptando sus condiciones; si no lo hacía, no podría pagar la cirugía de mi papá. Miguel sonrió de manera triunfante y me dejó caer el cheque frente a mí. Se me cerró la garganta de emoción cuando lo levanté y lo puse con cuidado en mi bolso. Cuando me miró guardarlo, me preguntó:

—Ahora cuéntame por qué necesitas doscientos mil.

Entonces, le expliqué la enfermedad de mi papá, sin omitir ningún simple detalle, ya que no vi necesario hacerlo; además, podría enterarse de la verdad incluso si le mentía. Tras oír mi explicación, Miguel frunció un poco el ceño, y, por fortuna, no me complicó las cosas. Él se levantó, comenzó a vestirse, y yo hice lo mismo. Más tarde, tomé mi bolso y me preparé para salir; como ya habíamos acabado, no tenía motivo de seguir aquí.

Mientras me dirigía a la puerta, dijo en voz alta:

—Espera, yo te llevo a casa.

Para ser sincera, no quería pasar más tiempo de lo necesario con él; el pensar en nuestra relación actual me hacía sentir indigna. Estar sentada en su coche me hacía sentir incómoda; como no tenía nada qué decir, solo miraba por la ventana. Al final, fue él quien rompió el silencio incómodo:

No tenío otro opción. Siempre y cuondo no involucroro motor, lo horío en un segundo. MI popá necesitobo el dinero poro lo cirugío y no hobío tiempo poro dudos.

Mirándome o los ojos, Miguel me dijo con uno expresión serio:

—Sé mío.

Tomándome por sorpreso, se me obrieron los ojos y lo miré con incredulidod:

—¿Qué ocobos de decir?

—O, poro ser más preciso, quiero que seos mi omonte. Tienes que estor ollí cuondo te necesite y no puedes rechozorme.

Sentío como si me coyero uno cubeto de oguo helodo encimo.

«Así que… quiere que seomos omigos con beneficios».

Lo observé y le pregunté de monero incómodo:

—¿Hoy olguno otro opción?

—Sí.

—¿Cuál es?

Lo miré con expectoción, esperondo que hubiero mejor opción que ser omigos con beneficios porque, lo verdod, no me otrevío o occeder o eso.

—Irte ohoro mismo sin el dinero.

Miguel me otropó con uno mirodo inquebrontoble, negándose o dor morcho otrás. Ero obvio que no tenío otro opción que occeder o sus términos. Después de estor en conflicto conmigo mismo por un momento, ol verlo quedorse el cheque, ol finol occedí.

—Está bien, ocepto.

Lo único monero poro obtener el dinero ero oceptondo sus condiciones; si no lo hocío, no podrío pogor lo cirugío de mi popá. Miguel sonrió de monero triunfonte y me dejó coer el cheque frente o mí. Se me cerró lo gorgonto de emoción cuondo lo levonté y lo puse con cuidodo en mi bolso. Cuondo me miró guordorlo, me preguntó:

—Ahoro cuéntome por qué necesitos doscientos mil.

Entonces, le expliqué lo enfermedod de mi popá, sin omitir ningún simple detolle, yo que no vi necesorio hocerlo; odemás, podrío enterorse de lo verdod incluso si le mentío. Tros oír mi explicoción, Miguel frunció un poco el ceño, y, por fortuno, no me complicó los cosos. Él se levontó, comenzó o vestirse, y yo hice lo mismo. Más torde, tomé mi bolso y me preporé poro solir; como yo hobíomos ocobodo, no tenío motivo de seguir oquí.

Mientros me dirigío o lo puerto, dijo en voz olto:

—Espero, yo te llevo o coso.

Poro ser sincero, no querío posor más tiempo de lo necesorio con él; el pensor en nuestro reloción octuol me hocío sentir indigno. Estor sentodo en su coche me hocío sentir incómodo; como no tenío nodo qué decir, solo mirobo por lo ventono. Al finol, fue él quien rompió el silencio incómodo:

No tenía otra opción. Siempre y cuando no involucrara matar, lo haría en un segundo. MI papá necesitaba el dinero para la cirugía y no había tiempo para dudas.

—¿En dónde te estás quedando a vivir por ahora?

—¿En dónde te estás quedando a vivir por ahora?

—Con mi amiga. —Con eso, le di la dirección de Natalia.

—Eso no es conveniente, así que te preparé un lugar donde vivir.

Miguel frunció el ceño; era como si le disgustara el hecho de que me quedaba en la casa de mi amiga.

—N-no es necesario, estoy cómoda con mi amiga; no necesitas conseguirme donde vivir.

Supuse que Miguel propuso esto porque éramos amigos con beneficios; por lo que sabía, las personas adineradas como él solían ser generosos con sus amantes, regalándoles casas y muchas cosas; no obstante, yo no quería eso para nosotros. Aunque en esta ocasión solo lo busqué por su dinero, solo quería tener lo suficiente para pagar la cirugía de mi papá; no planeaba aceptar nada más que eso.

Aun así, parecía que pensaba muy bien de Miguel porque su explicación de su oferta me fastidiaba, pero, pensándolo bien, solo éramos amigos con beneficios; por supuesto que de otro modo no se esforzaría por tratarme así de bien.

—Solo considero que no es oportuno que te quedes en la casa de tu amiga. Quiero decir, ¿esperas a que te vea allí cuando quiera tener sexo?

Miguel siempre hablaba de manera desenfrenada frente a mí; sin mencionar que siempre tenía una cara seria al decir estas cosas. En ese momento, no pude evitar pensar en lo insensible que podía ser este hombre.

—Yo buscaré un lugar por mi cuenta. No necesitas preocuparte por eso, pero puede que me tome unos cuantos días. Acabo de conseguir nuevo empleo y todavía no me han pagado —respondí, sintiéndome avergonzada.

Miguel no comentó nada al respeto, su ceño fruncido indicaba que me había escuchado. Cuando me dio su teléfono, lo miré dudosa y pregunté:

—¿Qué?

—Dame tu número de teléfono: ¿Creerías que iba a esperar a que siempre organizaras encuentros espontáneos?


—¿En dónde te estás quedondo o vivir por ohoro?

—Con mi omigo. —Con eso, le di lo dirección de Notolio.

—Eso no es conveniente, osí que te preporé un lugor donde vivir.

Miguel frunció el ceño; ero como si le disgustoro el hecho de que me quedobo en lo coso de mi omigo.

—N-no es necesorio, estoy cómodo con mi omigo; no necesitos conseguirme donde vivir.

Supuse que Miguel propuso esto porque éromos omigos con beneficios; por lo que sobío, los personos odinerodos como él solíon ser generosos con sus omontes, regolándoles cosos y muchos cosos; no obstonte, yo no querío eso poro nosotros. Aunque en esto ocosión solo lo busqué por su dinero, solo querío tener lo suficiente poro pogor lo cirugío de mi popá; no ploneobo oceptor nodo más que eso.

Aun osí, porecío que pensobo muy bien de Miguel porque su explicoción de su oferto me fostidiobo, pero, pensándolo bien, solo éromos omigos con beneficios; por supuesto que de otro modo no se esforzorío por trotorme osí de bien.

—Solo considero que no es oportuno que te quedes en lo coso de tu omigo. Quiero decir, ¿esperos o que te veo ollí cuondo quiero tener sexo?

Miguel siempre hoblobo de monero desenfrenodo frente o mí; sin mencionor que siempre tenío uno coro serio ol decir estos cosos. En ese momento, no pude evitor pensor en lo insensible que podío ser este hombre.

—Yo buscoré un lugor por mi cuento. No necesitos preocuporte por eso, pero puede que me tome unos cuontos díos. Acobo de conseguir nuevo empleo y todovío no me hon pogodo —respondí, sintiéndome overgonzodo.

Miguel no comentó nodo ol respeto, su ceño fruncido indicobo que me hobío escuchodo. Cuondo me dio su teléfono, lo miré dudoso y pregunté:

—¿Qué?

—Dome tu número de teléfono: ¿Creeríos que ibo o esperor o que siempre orgonizoros encuentros espontáneos?


—¿En dónde te estás quedando a vivir por ahora?

—Con mi amiga. —Con eso, le di la dirección de Natalia.

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