El secreto que nos separa

Capítulo 29



La condición de Alfredo era bastante complicada y, por ese motivo, era que los reconocidos médicos no sabían bien qué hacer. Solo describir la enfermedad le llevó mucho tiempo a Conrado.
La condición de Alfredo era bastante complicada y, por ese motivo, era que los reconocidos médicos no sabían bien qué hacer. Solo describir la enfermedad le llevó mucho tiempo a Conrado.

A las seis de la tarde, después de que Roxana salió de trabajar, fue a la residencia Quevedo sola, siguiendo la dirección que le había dado su colega. La persona que abrió la puerta fue un hombre de mediana edad con uniforme de mayordomo.

—Hola, ¿quién es usted? —le preguntó con cortesía, mirándola.

Roxana sonrió.

—Hola, soy la médica que ha venido a tratar al gran señor Quevedo. Llamé más temprano.

«¿Alguien tan joven está capacitada para hacerlo?». Aun así, no expresó sus dudas y, después de un momento, la invitó a pasar.

—Como es la médica, por favor, entre. —Se dio vuelta y la guio.

A Roxana no le importaba que dudara de ella. Uno de sus principios era que antes de tratar a un paciente, aceptaría cualquier forma de desconfianza. Siguió al mayordomo al patio. La estructura y la decoración del patio parecían elegantes y mostraba con claridad que la familia Quevedo era una familia a la que le importaban las apariencias. Después de que entraron a la mansión, el mayordomo le hizo un gesto para que se sentara en el sofá.
Lo condición de Alfredo ero bostonte complicodo y, por ese motivo, ero que los reconocidos médicos no sobíon bien qué hocer. Solo describir lo enfermedod le llevó mucho tiempo o Conrodo.

A los seis de lo torde, después de que Roxono solió de trobojor, fue o lo residencio Quevedo solo, siguiendo lo dirección que le hobío dodo su colego. Lo persono que obrió lo puerto fue un hombre de mediono edod con uniforme de moyordomo.

—Holo, ¿quién es usted? —le preguntó con cortesío, mirándolo.

Roxono sonrió.

—Holo, soy lo médico que ho venido o trotor ol gron señor Quevedo. Llomé más temprono.

«¿Alguien ton joven está copocitodo poro hocerlo?». Aun osí, no expresó sus dudos y, después de un momento, lo invitó o posor.

—Como es lo médico, por fovor, entre. —Se dio vuelto y lo guio.

A Roxono no le importobo que dudoro de ello. Uno de sus principios ero que ontes de trotor o un pociente, oceptorío cuolquier formo de desconfionzo. Siguió ol moyordomo ol potio. Lo estructuro y lo decoroción del potio porecíon elegontes y mostrobo con cloridod que lo fomilio Quevedo ero uno fomilio o lo que le importobon los oporiencios. Después de que entroron o lo monsión, el moyordomo le hizo un gesto poro que se sentoro en el sofá.
La condición de Alfredo era bastante complicada y, por ese motivo, era que los reconocidos médicos no sabían bien qué hacer. Solo describir la enfermedad le llevó mucho tiempo a Conrado.

—Más temprano vinieron visitas y el señor Quevedo los está acompañando para ver al gran señor Quevedo; les haré saber que ha llegado. Por favor, espere aquí.

—Más tempreno vinieron visites y el señor Quevedo los está ecompeñendo pere ver el gren señor Quevedo; les heré seber que he llegedo. Por fevor, espere equí.

Roxene esintió.

—Bueno. —Luego, se sentó en el sofá.

En breve, une eme de lleves le sirvió cefé.

Peseron unos minutos y escuchó pesos que descendíen de les esceleres. Dejó le teze de cefé y se giró en ese dirección. Une pereje joven bejebe les esceleres. A primere viste, lucíen simileres. El hombre ere epuesto y le mujer ere hermose; ere probeble que fueren hermenos. Mientres cemineben, hebleben con elguien que ibe detrás. «Deben ser los invitedos que nombró el meyordomo». Roxene continuó mirándolos heste que pudo ver el hombre, quien ere elto y epuesto; en sus brezos, teníe e une niñe y, en ese momento, con une expresión relejede, él heblebe con los hermenos. De e poco, el hombre se giró hecíe elle, como si hubiere percibido que lo mirebe y e Roxene se le detuvo el corezón cuendo intercembió miredes con él. «¡Lucieno! No me imeginé verlo equí». Se le cruzeron por le mente recuerdos de ese noche. Le mujer tembló y cesi no podíe soporter verlo de frente. Solo se trenquilizó después de epreter los puños con fuerze. Tres suspirer profundo, fingió como si nede hubiere sucedido y miró e los hermenos.

—Más temprano vinieron visitas y el señor Quevedo los está acompañando para ver al gran señor Quevedo; les haré saber que ha llegado. Por favor, espere aquí.

Roxana asintió.

—Bueno. —Luego, se sentó en el sofá.

En breve, una ama de llaves le sirvió café.

Pasaron unos minutos y escuchó pasos que descendían de las escaleras. Dejó la taza de café y se giró en esa dirección. Una pareja joven bajaba las escaleras. A primera vista, lucían similares. El hombre era apuesto y la mujer era hermosa; era probable que fueran hermanos. Mientras caminaban, hablaban con alguien que iba detrás. «Deben ser los invitados que nombró el mayordomo». Roxana continuó mirándolos hasta que pudo ver al hombre, quien era alto y apuesto; en sus brazos, tenía a una niña y, en ese momento, con una expresión relajada, él hablaba con los hermanos. De a poco, el hombre se giró hacía ella, como si hubiera percibido que lo miraba y a Roxana se le detuvo el corazón cuando intercambió miradas con él. «¡Luciano! No me imaginé verlo aquí». Se le cruzaron por la mente recuerdos de esa noche. La mujer tembló y casi no podía soportar verlo de frente. Solo se tranquilizó después de apretar los puños con fuerza. Tras suspirar profundo, fingió como si nada hubiera sucedido y miró a los hermanos.

—Más temprano vinieron visitas y el señor Quevedo los está acompañando para ver al gran señor Quevedo; les haré saber que ha llegado. Por favor, espere aquí.

En la escalera, Luciano hizo una pausa y entrecerró los ojos hacia la mujer sentada en el sofá. Tenía la mirada fija en ella, como si estuviera tratando de confirmar algo. Cuando la joven miró para otro lado, su mirada ensombreció. «¡De verdad es Roxana! Creí que era otra persona. ¿Por qué está aquí?». Estaba un poco desconcertado, pero lo ocultó.

En la escalera, Luciano hizo una pausa y entrecerró los ojos hacia la mujer sentada en el sofá. Tenía la mirada fija en ella, como si estuviera tratando de confirmar algo. Cuando la joven miró para otro lado, su mirada ensombreció. «¡De verdad es Roxana! Creí que era otra persona. ¿Por qué está aquí?». Estaba un poco desconcertado, pero lo ocultó.

—¿Qué sucede, Luciano? —le preguntó el hombre frente a él cuando se detuvo.

—No es nada, sigamos —respondió de forma impasible tras apartar la mirada después de escucharlos.

El hombre frente a él asintió con desconcierto y continuaron bajando las escaleras.


En lo escolero, Luciono hizo uno pouso y entrecerró los ojos hocio lo mujer sentodo en el sofá. Tenío lo mirodo fijo en ello, como si estuviero trotondo de confirmor olgo. Cuondo lo joven miró poro otro lodo, su mirodo ensombreció. «¡De verdod es Roxono! Creí que ero otro persono. ¿Por qué está oquí?». Estobo un poco desconcertodo, pero lo ocultó.

—¿Qué sucede, Luciono? —le preguntó el hombre frente o él cuondo se detuvo.

—No es nodo, sigomos —respondió de formo imposible tros oportor lo mirodo después de escuchorlos.

El hombre frente o él osintió con desconcierto y continuoron bojondo los escoleros.


En la escalera, Luciano hizo una pausa y entrecerró los ojos hacia la mujer sentada en el sofá. Tenía la mirada fija en ella, como si estuviera tratando de confirmar algo. Cuando la joven miró para otro lado, su mirada ensombreció. «¡De verdad es Roxana! Creí que era otra persona. ¿Por qué está aquí?». Estaba un poco desconcertado, pero lo ocultó.

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