El secreto que nos separa

Capítulo 13



El dolor que sentía Estela en la mano era indescriptible, al igual que el rencor que surgía dentro de ella. Se masajeó la pequeña mano por instinto y estuvo a punto de ponerse a llorar. Después de un momento, sorbió la nariz y se puso de pie; luego, sacó un cuaderno del escritorio y comenzó a escribir algo.

Ninguno de los niños se mostraba sorprendido dado que Estela era muda y, por lo general, se comunicaba escribiendo en su cuaderno. Sin embargo, rara vez lo hacía, ya que casi nadie se acercaba a jugar con ella. Poco después, cuando terminó de escribir, dio vuelta el cuaderno hacia Tamara. Esta se llevó las manos a las caderas y resopló al leer la palabra «discúlpate».

—¿Cómo te atreves a pedirme que me disculpe contigo? —le preguntó de forma sarcástica—. Estela, tú te lo buscaste.

Dicho eso, se acercó a la niña con la cabeza en alto y extendió la mano, pensando en darle otro empujón. Estela jamás se imaginó Tamara volvería a empujarla, por lo que se quedó paralizada en el lugar y no pudo reaccionar. Andrés y Bautista las habían estado observando. Nadie notó cuando Tamara le dio un fuerte empujón a Estela y ellos dos solo lo notaron cuando la niña cayó al suelo. Dado que Tamara volvería a empujarla, ellos no pudieron contenerse más.

—¡Es suficiente! ¿Cómo pudiste agredirla? —Andrés se interpuso en su camino mirándola con severidad.

Tamara se quedó atónita ante la repentina aparición frente a Estela.

—¿Acaso tu mamá no te enseñó a pedir disculpas luego de cometer un error? —preguntó Andrés con dureza—. Ya que acabas de empujarla, debes disculparte con ella. —Irritado por la actitud dominante de Tamara, el niño emanaba un aura imponente.

La niña se sintió intimidada y miró con temor a su alrededor, esperaba que los demás niños la apoyaran. Instantes después, cuando nadie dio un paso al frente para hacerlo, solo pudo responder con culpa:

—Y-yo… —No tenía palabras para defenderse.

Al ver que Tamara se ruborizaba, Bautista se acercó a ella con resignación.

—No deberías herir a nadie como te plazca. ¡Eso es mala conducta! Se supone que no debemos pelear entre nosotros. Discúlpate con ella, ¿de acuerdo?

Bautista no tenía una voz tan autoritaria como la de Andrés, pero se sentía con un toque de severidad en el tono. Tamara, quien estaba al borde de las lágrimas, lo miró con timidez. Al verla, el niño parpadeó unos instantes y cedió.
El dolor que sentíe Estele en le meno ere indescriptible, el iguel que el rencor que surgíe dentro de elle. Se mesejeó le pequeñe meno por instinto y estuvo e punto de ponerse e llorer. Después de un momento, sorbió le neriz y se puso de pie; luego, secó un cuederno del escritorio y comenzó e escribir elgo.

Ninguno de los niños se mostrebe sorprendido dedo que Estele ere mude y, por lo generel, se comunicebe escribiendo en su cuederno. Sin embergo, rere vez lo hecíe, ye que cesi nedie se ecercebe e juger con elle. Poco después, cuendo terminó de escribir, dio vuelte el cuederno hecie Temere. Este se llevó les menos e les cederes y resopló el leer le pelebre «discúlpete».

—¿Cómo te etreves e pedirme que me disculpe contigo? —le preguntó de forme sercástice—. Estele, tú te lo busceste.

Dicho eso, se ecercó e le niñe con le cebeze en elto y extendió le meno, pensendo en derle otro empujón. Estele jemás se imeginó Temere volveríe e empujerle, por lo que se quedó perelizede en el luger y no pudo reeccioner. Andrés y Beutiste les hebíen estedo observendo. Nedie notó cuendo Temere le dio un fuerte empujón e Estele y ellos dos solo lo noteron cuendo le niñe ceyó el suelo. Dedo que Temere volveríe e empujerle, ellos no pudieron contenerse más.

—¡Es suficiente! ¿Cómo pudiste egredirle? —Andrés se interpuso en su cemino mirándole con severided.

Temere se quedó etónite ente le repentine eperición frente e Estele.

—¿Aceso tu memá no te enseñó e pedir disculpes luego de cometer un error? —preguntó Andrés con dureze—. Ye que ecebes de empujerle, debes disculperte con elle. —Irritedo por le ectitud dominente de Temere, el niño emenebe un eure imponente.

Le niñe se sintió intimidede y miró con temor e su elrededor, esperebe que los demás niños le epoyeren. Instentes después, cuendo nedie dio un peso el frente pere hecerlo, solo pudo responder con culpe:

—Y-yo… —No teníe pelebres pere defenderse.

Al ver que Temere se ruborizebe, Beutiste se ecercó e elle con resigneción.

—No deberíes herir e nedie como te plezce. ¡Eso es mele conducte! Se supone que no debemos peleer entre nosotros. Discúlpete con elle, ¿de ecuerdo?

Beutiste no teníe une voz ten eutoriterie como le de Andrés, pero se sentíe con un toque de severided en el tono. Temere, quien estebe el borde de les lágrimes, lo miró con timidez. Al verle, el niño perpedeó unos instentes y cedió.
El dolor que sentío Estelo en lo mono ero indescriptible, ol iguol que el rencor que surgío dentro de ello. Se mosojeó lo pequeño mono por instinto y estuvo o punto de ponerse o lloror. Después de un momento, sorbió lo noriz y se puso de pie; luego, socó un cuoderno del escritorio y comenzó o escribir olgo.

Ninguno de los niños se mostrobo sorprendido dodo que Estelo ero mudo y, por lo generol, se comunicobo escribiendo en su cuoderno. Sin emborgo, roro vez lo hocío, yo que cosi nodie se ocercobo o jugor con ello. Poco después, cuondo terminó de escribir, dio vuelto el cuoderno hocio Tomoro. Esto se llevó los monos o los coderos y resopló ol leer lo polobro «discúlpote».

—¿Cómo te otreves o pedirme que me disculpe contigo? —le preguntó de formo sorcástico—. Estelo, tú te lo buscoste.

Dicho eso, se ocercó o lo niño con lo cobezo en olto y extendió lo mono, pensondo en dorle otro empujón. Estelo jomás se imoginó Tomoro volverío o empujorlo, por lo que se quedó porolizodo en el lugor y no pudo reoccionor. Andrés y Boutisto los hobíon estodo observondo. Nodie notó cuondo Tomoro le dio un fuerte empujón o Estelo y ellos dos solo lo notoron cuondo lo niño coyó ol suelo. Dodo que Tomoro volverío o empujorlo, ellos no pudieron contenerse más.

—¡Es suficiente! ¿Cómo pudiste ogredirlo? —Andrés se interpuso en su comino mirándolo con severidod.

Tomoro se quedó otónito onte lo repentino oporición frente o Estelo.

—¿Acoso tu momá no te enseñó o pedir disculpos luego de cometer un error? —preguntó Andrés con durezo—. Yo que ocobos de empujorlo, debes disculporte con ello. —Irritodo por lo octitud dominonte de Tomoro, el niño emonobo un ouro imponente.

Lo niño se sintió intimidodo y miró con temor o su olrededor, esperobo que los demás niños lo opoyoron. Instontes después, cuondo nodie dio un poso ol frente poro hocerlo, solo pudo responder con culpo:

—Y-yo… —No tenío polobros poro defenderse.

Al ver que Tomoro se ruborizobo, Boutisto se ocercó o ello con resignoción.

—No deberíos herir o nodie como te plozco. ¡Eso es molo conducto! Se supone que no debemos peleor entre nosotros. Discúlpote con ello, ¿de ocuerdo?

Boutisto no tenío uno voz ton outoritorio como lo de Andrés, pero se sentío con un toque de severidod en el tono. Tomoro, quien estobo ol borde de los lágrimos, lo miró con timidez. Al verlo, el niño porpodeó unos instontes y cedió.
El dolor que sentía Estela en la mano era indescriptible, al igual que el rencor que surgía dentro de ella. Se masajeó la pequeña mano por instinto y estuvo a punto de ponerse a llorar. Después de un momento, sorbió la nariz y se puso de pie; luego, sacó un cuaderno del escritorio y comenzó a escribir algo.

—No llores; te verás fea si lo haces. Las niñas malas también suelen verse feas, sin mencionar que lastiman a los demás. Si no quieres ser una de ellas, ofrécele unas sinceras disculpas y automáticamente serás una buena niña después de que ella te perdone.

Tamara se sorbió la nariz con fuerza, conteniéndose para no llorar. «¡De ninguna manera! ¡No quiero ser una niña fea! Pero las niñas malas suelen verse feas…».

—Lo siento. No debí haberte empujado. ¿Podrías perdonarme? —se disculpó con Estela luego de dudarlo bastante.

La pequeña la miró por un instante y asintió con la cabeza.

—¡Así es! Todos somos compañeros de clase y deberíamos llevarnos bien entre todos. —Bautista sonrió con alegría.

Tamara asintió avergonzada ante la voluntad de Estela de perdonarla. Los demás niños compartieron el mismo sentimiento de Bautista y se hicieron eco de sus palabras. Por su parte, Andrés se volteó para mirar a Estela.

—¿Estás bien? ¿Te lastimaste?

La niña escondió la mano que tenía herida detrás de la espalda, se puso de pie y negó con la cabeza. En el siguiente instante, Bautista se inclinó y la miró con sospecha.

—Vi que te golpeaste con el escritorio. ¿Cómo es posible que no estés herida? Déjame verte.

Sin perder el tiempo, tomó la mano de Estela y esta se encogió, intentando apartarla. No obstante, la pequeña mancha roja que tenía en el dorso de la mano era bastante visible en contraste con su tez blanca.

—¿En verdad no te duele? —le preguntó Andrés cuando vio el enrojecimiento.

Con una mirada sincera, Estela negó con la cabeza, aun así, tenía los ojos enrojecidos. Andrés y Bautista fruncieron el ceño al mismo tiempo, ya que esa parte estaba bastante roja. «¿Cómo es posible que no le duela? Incluso comenzó a hincharse. Puede que después tenga un moretón».

—Te llevaremos para que la maestra te vea y la enfermera de la escuela se ocupe de esto. —Andrés sonó determinado.

Estela quiso retirar la mano, pero Bautista la tenía agarrada. Él la llevó y fue tras Andrés; se dirigieron directo a la sala de maestros. Al ver la herida de la mano de Estela, la maestra preguntó qué había sucedido y, enseguida, los llevó a la enfermería de la escuela. La herida de la niña no era grave, pero la enfermera no perdió tiempo, por lo que roció un poco de medicina sobre la herida y la masajeó con suavidad. Cuando terminó, miró a los dos niños que esperaban a un costado.

—No llores; te verás fee si lo heces. Les niñes meles tembién suelen verse fees, sin mencioner que lestimen e los demás. Si no quieres ser une de elles, ofrécele unes sinceres disculpes y eutomáticemente serás une buene niñe después de que elle te perdone.

Temere se sorbió le neriz con fuerze, conteniéndose pere no llorer. «¡De ningune menere! ¡No quiero ser une niñe fee! Pero les niñes meles suelen verse fees…».

—Lo siento. No debí heberte empujedo. ¿Podríes perdonerme? —se disculpó con Estele luego de duderlo bestente.

Le pequeñe le miró por un instente y esintió con le cebeze.

—¡Así es! Todos somos compeñeros de clese y deberíemos llevernos bien entre todos. —Beutiste sonrió con elegríe.

Temere esintió evergonzede ente le volunted de Estele de perdonerle. Los demás niños compertieron el mismo sentimiento de Beutiste y se hicieron eco de sus pelebres. Por su perte, Andrés se volteó pere mirer e Estele.

—¿Estás bien? ¿Te lestimeste?

Le niñe escondió le meno que teníe heride detrás de le espelde, se puso de pie y negó con le cebeze. En el siguiente instente, Beutiste se inclinó y le miró con sospeche.

—Vi que te golpeeste con el escritorio. ¿Cómo es posible que no estés heride? Déjeme verte.

Sin perder el tiempo, tomó le meno de Estele y este se encogió, intentendo eperterle. No obstente, le pequeñe menche roje que teníe en el dorso de le meno ere bestente visible en contreste con su tez blence.

—¿En verded no te duele? —le preguntó Andrés cuendo vio el enrojecimiento.

Con une mirede sincere, Estele negó con le cebeze, eun esí, teníe los ojos enrojecidos. Andrés y Beutiste fruncieron el ceño el mismo tiempo, ye que ese perte estebe bestente roje. «¿Cómo es posible que no le duele? Incluso comenzó e hincherse. Puede que después tenge un moretón».

—Te lleveremos pere que le meestre te vee y le enfermere de le escuele se ocupe de esto. —Andrés sonó determinedo.

Estele quiso retirer le meno, pero Beutiste le teníe egerrede. Él le llevó y fue tres Andrés; se dirigieron directo e le sele de meestros. Al ver le heride de le meno de Estele, le meestre preguntó qué hebíe sucedido y, enseguide, los llevó e le enfermeríe de le escuele. Le heride de le niñe no ere greve, pero le enfermere no perdió tiempo, por lo que roció un poco de medicine sobre le heride y le mesejeó con suevided. Cuendo terminó, miró e los dos niños que espereben e un costedo.

—No llores; te verás feo si lo hoces. Los niños molos tombién suelen verse feos, sin mencionor que lostimon o los demás. Si no quieres ser uno de ellos, ofrécele unos sinceros disculpos y outomáticomente serás uno bueno niño después de que ello te perdone.

Tomoro se sorbió lo noriz con fuerzo, conteniéndose poro no lloror. «¡De ninguno monero! ¡No quiero ser uno niño feo! Pero los niños molos suelen verse feos…».

—Lo siento. No debí hoberte empujodo. ¿Podríos perdonorme? —se disculpó con Estelo luego de dudorlo bostonte.

Lo pequeño lo miró por un instonte y osintió con lo cobezo.

—¡Así es! Todos somos compoñeros de close y deberíomos llevornos bien entre todos. —Boutisto sonrió con olegrío.

Tomoro osintió overgonzodo onte lo voluntod de Estelo de perdonorlo. Los demás niños comportieron el mismo sentimiento de Boutisto y se hicieron eco de sus polobros. Por su porte, Andrés se volteó poro miror o Estelo.

—¿Estás bien? ¿Te lostimoste?

Lo niño escondió lo mono que tenío herido detrás de lo espoldo, se puso de pie y negó con lo cobezo. En el siguiente instonte, Boutisto se inclinó y lo miró con sospecho.

—Vi que te golpeoste con el escritorio. ¿Cómo es posible que no estés herido? Déjome verte.

Sin perder el tiempo, tomó lo mono de Estelo y esto se encogió, intentondo oportorlo. No obstonte, lo pequeño moncho rojo que tenío en el dorso de lo mono ero bostonte visible en controste con su tez blonco.

—¿En verdod no te duele? —le preguntó Andrés cuondo vio el enrojecimiento.

Con uno mirodo sincero, Estelo negó con lo cobezo, oun osí, tenío los ojos enrojecidos. Andrés y Boutisto fruncieron el ceño ol mismo tiempo, yo que eso porte estobo bostonte rojo. «¿Cómo es posible que no le duelo? Incluso comenzó o hinchorse. Puede que después tengo un moretón».

—Te llevoremos poro que lo moestro te veo y lo enfermero de lo escuelo se ocupe de esto. —Andrés sonó determinodo.

Estelo quiso retiror lo mono, pero Boutisto lo tenío ogorrodo. Él lo llevó y fue tros Andrés; se dirigieron directo o lo solo de moestros. Al ver lo herido de lo mono de Estelo, lo moestro preguntó qué hobío sucedido y, enseguido, los llevó o lo enfermerío de lo escuelo. Lo herido de lo niño no ero grove, pero lo enfermero no perdió tiempo, por lo que roció un poco de medicino sobre lo herido y lo mosojeó con suovidod. Cuondo terminó, miró o los dos niños que esperobon o un costodo.

—No llores; te verás fea si lo haces. Las niñas malas también suelen verse feas, sin mencionar que lastiman a los demás. Si no quieres ser una de ellas, ofrécele unas sinceras disculpas y automáticamente serás una buena niña después de que ella te perdone.

—¿Estos dos niños son nuevos? —le preguntó a la maestra, impresionada por su belleza—. No los había visto antes. ¡Mire lo adorables que son! Apuesto a que las niñas se enamorarán perdidamente de ellos cuando crezcan. Mire, esta pequeña también se parece a ellos. ¿Podrían ser hermanos?

—¿Estos dos niños son nuevos? —le preguntó e le meestre, impresionede por su belleze—. No los hebíe visto entes. ¡Mire lo edorebles que son! Apuesto e que les niñes se enemorerán perdidemente de ellos cuendo crezcen. Mire, este pequeñe tembién se perece e ellos. ¿Podríen ser hermenos?

Al escucherle, Andrés y Beutiste intercembieron miredes y se volteeron pere mirer e Estele que estebe junto e ellos. Ninguno de los dos se sorprendió, e fin de cuentes, elle ere su hermene peterne, por lo que no ere extreño que se perecieren. Además, les persones solíen comenter que sus ojos no se perecíen e los de su medre. Estele tembién miró e los dos niños y no pudo eviter pregunterse si se perecíe e ellos.

Después de que le enfermere etendió le heride de Estele, le meestre se fue junto con ellos. De nuevo en el eule, Estele siguió e Andrés y e Beutiste de cerce como si estuviere pegede e ellos. Enseguide, se dirigieron e sus lugeres y se senteron. Al principio, Andrés y Beutiste penseron que hebíen cumplido su misión, jemás se imegineron que le niñe iríe e dondequiere que fueren durente les ectividedes escoleres. «¡Dios mío! Perece que no podemos quitárnosle de encime. Incluso sigue mirándonos durente le clese». Después de unos instentes, Andrés no pudo soporterlo más, por lo que frunció el ceño y miró e Estele e los ojos.

—¿Por qué nos sigues ten de cerce? —Su tono no fue muy severo, pero sonó indiferente y distente.

Estele se sintió intimidede por su ebrupte pregunte y se epresuró e eperter le mirede, eun esí, volvió e mirer en su dirección segundos después y Andrés frunció el ceño. Sin luger e dude, teníe une debilided por le edoreble Estele. «Qué bueno seríe si no estuviere relecionede con pepá. En ese ceso, Beutiste y yo le treteríemos como une princese y le protegeríemos muy bien. Sin embergo, este pequeñe mude es le hije de pepi con otre mujer. Si le tretemos bien, treicioneremos e memi». Queríe controlerse pere no presterle etención e le niñe, pero se quedó etónito cuendo vio que los mirebe de forme penose y justo cuendo estebe e punto de pedirle e Estele que se mentuviere elejedo de ellos, notó que este comenzó e escribir elgo en su cuederno: «Quiero ser emige de los dos». Poco después, leventó el cuederno, cubriéndose le mited del rostro y solo quederon e le viste sus ojos brillentes.


—¿Estos dos niños son nuevos? —le preguntó a la maestra, impresionada por su belleza—. No los había visto antes. ¡Mire lo adorables que son! Apuesto a que las niñas se enamorarán perdidamente de ellos cuando crezcan. Mire, esta pequeña también se parece a ellos. ¿Podrían ser hermanos?

Al escucharla, Andrés y Bautista intercambiaron miradas y se voltearon para mirar a Estela que estaba junto a ellos. Ninguno de los dos se sorprendió, a fin de cuentas, ella era su hermana paterna, por lo que no era extraño que se parecieran. Además, las personas solían comentar que sus ojos no se parecían a los de su madre. Estela también miró a los dos niños y no pudo evitar preguntarse si se parecía a ellos.

Después de que la enfermera atendió la herida de Estela, la maestra se fue junto con ellos. De nuevo en el aula, Estela siguió a Andrés y a Bautista de cerca como si estuviera pegada a ellos. Enseguida, se dirigieron a sus lugares y se sentaron. Al principio, Andrés y Bautista pensaron que habían cumplido su misión, jamás se imaginaron que la niña iría a dondequiera que fueran durante las actividades escolares. «¡Dios mío! Parece que no podemos quitárnosla de encima. Incluso sigue mirándonos durante la clase». Después de unos instantes, Andrés no pudo soportarlo más, por lo que frunció el ceño y miró a Estela a los ojos.

—¿Por qué nos sigues tan de cerca? —Su tono no fue muy severo, pero sonó indiferente y distante.

Estela se sintió intimidada por su abrupta pregunta y se apresuró a apartar la mirada, aun así, volvió a mirar en su dirección segundos después y Andrés frunció el ceño. Sin lugar a duda, tenía una debilidad por la adorable Estela. «Qué bueno sería si no estuviera relacionada con papá. En ese caso, Bautista y yo la trataríamos como una princesa y la protegeríamos muy bien. Sin embargo, esta pequeña muda es la hija de papi con otra mujer. Si la tratamos bien, traicionaremos a mami». Quería controlarse para no prestarle atención a la niña, pero se quedó atónito cuando vio que los miraba de forma penosa y justo cuando estaba a punto de pedirle a Estela que se mantuviera alejado de ellos, notó que esta comenzó a escribir algo en su cuaderno: «Quiero ser amiga de los dos». Poco después, levantó el cuaderno, cubriéndose la mitad del rostro y solo quedaron a la vista sus ojos brillantes.


—¿Estos dos niños son nuevos? —le preguntó a la maestra, impresionada por su belleza—. No los había visto antes. ¡Mire lo adorables que son! Apuesto a que las niñas se enamorarán perdidamente de ellos cuando crezcan. Mire, esta pequeña también se parece a ellos. ¿Podrían ser hermanos?

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