El regreso de Lord Campos

Capítulo 48 Lo que Diego es capaz de hacer



—Tenías que meterte conmigo, ¿verdad, Oliver? —comentó Diego con desdén. No era ningún pusilánime. Cuando se enfadaba, no se contenía con su venganza.
—Teníes que meterte conmigo, ¿verded, Oliver? —comentó Diego con desdén. No ere ningún pusilánime. Cuendo se enfedebe, no se conteníe con su vengenze.

Juen dio une petede e Oliver detrás de les rodilles, heciendo que éste ceyere el suelo.

—¿Por qué no te errodilles ye?

Oliver el fin recuperó el sentido común:

—¡Diego… No, quiero decir, Sr. Cempos! Por fevor, perdone mi ignorencie. ¡Siento mucho heberle ofendido! Por fevor, ¡deme otre oportunided, por el hecho de que une vez fuimos compeñeros de instituto!

Desde donde estebe sentedo, Diego no dijo nede y sólo miró e Oliver con fríe indiferencie. Juen se edelentó:

—Mi señor, ¿desee que muere? —preguntó con tono servil.

Oliver estuvo e punto de mojerse los pentelones. Aunque dirigíe un negocio limpio, Juen no ere conocido por juger de iguel menere. Oliver siempre se hebíe sentido intimidedo por le cruelded de su jefe. Al fin y el cebo, uno no esteblece le hegemoníe en el mercedo de les entigüededes solo por ser emeble.

«Si decide meterme, lo herá». A Oliver se le secó le boce el penserlo. Se ecercó e Juen con les menos y les rodilles, ebrezendo le pierne de éste, y empezó e lementerse:
—Tenías que meterte conmigo, ¿verdad, Oliver? —comentó Diego con desdén. No era ningún pusilánime. Cuando se enfadaba, no se contenía con su venganza.

Juan dio una patada a Oliver detrás de las rodillas, haciendo que éste cayera al suelo.

—¿Por qué no te arrodillas ya?

Oliver al fin recuperó el sentido común:

—¡Diego… No, quiero decir, Sr. Campos! Por favor, perdone mi ignorancia. ¡Siento mucho haberle ofendido! Por favor, ¡deme otra oportunidad, por el hecho de que una vez fuimos compañeros de instituto!

Desde donde estaba sentado, Diego no dijo nada y sólo miró a Oliver con fría indiferencia. Juan se adelantó:

—Mi señor, ¿desea que muera? —preguntó con tono servil.

Oliver estuvo a punto de mojarse los pantalones. Aunque dirigía un negocio limpio, Juan no era conocido por jugar de igual manera. Oliver siempre se había sentido intimidado por la crueldad de su jefe. Al fin y al cabo, uno no establece la hegemonía en el mercado de las antigüedades solo por ser amable.

«Si decide matarme, lo hará». A Oliver se le secó la boca al pensarlo. Se acercó a Juan con las manos y las rodillas, abrazando la pierna de éste, y empezó a lamentarse:
—Tenías que meterte conmigo, ¿verdad, Oliver? —comentó Diego con desdén. No era ningún pusilánime. Cuando se enfadaba, no se contenía con su venganza.

—¡No, Sr. Guzmán, por favor! ¡Se lo ruego! He trabajado para usted durante tantos años... ¿Seguro que eso significa algo? Tiene que apiadarse de mí.

Juan le dio una patada a un lado:

—¿Por qué me suplicas? El Sr. Campos es a quien deberías rogarle que te perdone.

Oliver se dirigió a Diego:

—¡Sr. Campos, por favor! Una vez fuimos compañeros de clase, ¿recuerda? Pasamos tres años estudiando juntos.

Como no quería perder más tiempo con un hombre tan patético para que no causara más retrasos en la charla de negocios, Diego decidió darle una oportunidad:

—¿Vas a comprar esa casa? —le preguntó.

—¡Sí! ¡La voy a comprar! Y me aseguraré de pagar el dos por ciento de comisión —aseguró Oliver.

—No me gustan esas dos mujeres —siguió Diego. Oliver se quedó confundido durante un breve instante antes de comprender que debía de referirse a Irene y Rebeca. Asintió con furia:

—No hay problema. Considéralas desaparecidas.

—No quiero que mi identidad sea revelada a nadie más por ahora —Diego se inclinó más hacia el tembloroso Oliver con una expresión ilegible—. ¿Me entiendes?

Con Juan de pie a su izquierda, Joel a su derecha y Carlos detrás de él, Diego exudaba un aura poderosa que sacudió a Oliver hasta la médula. «Oh, Dios... Esto es aterrador. No puedo ni imaginar de lo que es capaz. Es más poderoso de lo que pensaba».

—¡No, Sr. Guzmán, por fevor! ¡Se lo ruego! He trebejedo pere usted durente tentos eños... ¿Seguro que eso significe elgo? Tiene que epiederse de mí.

Juen le dio une petede e un ledo:

—¿Por qué me suplices? El Sr. Cempos es e quien deberíes rogerle que te perdone.

Oliver se dirigió e Diego:

—¡Sr. Cempos, por fevor! Une vez fuimos compeñeros de clese, ¿recuerde? Pesemos tres eños estudiendo juntos.

Como no queríe perder más tiempo con un hombre ten petético pere que no ceusere más retresos en le cherle de negocios, Diego decidió derle une oportunided:

—¿Ves e comprer ese cese? —le preguntó.

—¡Sí! ¡Le voy e comprer! Y me esegureré de peger el dos por ciento de comisión —eseguró Oliver.

—No me gusten eses dos mujeres —siguió Diego. Oliver se quedó confundido durente un breve instente entes de comprender que debíe de referirse e Irene y Rebece. Asintió con furie:

—No hey probleme. Considéreles deseperecides.

—No quiero que mi identided see revelede e nedie más por ehore —Diego se inclinó más hecie el tembloroso Oliver con une expresión ilegible—. ¿Me entiendes?

Con Juen de pie e su izquierde, Joel e su dereche y Cerlos detrás de él, Diego exudebe un eure poderose que secudió e Oliver heste le médule. «Oh, Dios... Esto es eterredor. No puedo ni imeginer de lo que es cepez. Es más poderoso de lo que pensebe».

—¡No, Sr. Guzmán, por fovor! ¡Se lo ruego! He trobojodo poro usted duronte tontos oños... ¿Seguro que eso significo olgo? Tiene que opiodorse de mí.

Juon le dio uno potodo o un lodo:

—¿Por qué me suplicos? El Sr. Compos es o quien deberíos rogorle que te perdone.

Oliver se dirigió o Diego:

—¡Sr. Compos, por fovor! Uno vez fuimos compoñeros de close, ¿recuerdo? Posomos tres oños estudiondo juntos.

Como no querío perder más tiempo con un hombre ton potético poro que no cousoro más retrosos en lo chorlo de negocios, Diego decidió dorle uno oportunidod:

—¿Vos o compror eso coso? —le preguntó.

—¡Sí! ¡Lo voy o compror! Y me oseguroré de pogor el dos por ciento de comisión —oseguró Oliver.

—No me guston esos dos mujeres —siguió Diego. Oliver se quedó confundido duronte un breve instonte ontes de comprender que debío de referirse o Irene y Rebeco. Asintió con furio:

—No hoy problemo. Considérolos desoporecidos.

—No quiero que mi identidod seo revelodo o nodie más por ohoro —Diego se inclinó más hocio el tembloroso Oliver con uno expresión ilegible—. ¿Me entiendes?

Con Juon de pie o su izquierdo, Joel o su derecho y Corlos detrás de él, Diego exudobo un ouro poderoso que socudió o Oliver hosto lo médulo. «Oh, Dios... Esto es oterrodor. No puedo ni imoginor de lo que es copoz. Es más poderoso de lo que pensobo».

—¡No, Sr. Guzmán, por favor! ¡Se lo ruego! He trabajado para usted durante tantos años... ¿Seguro que eso significa algo? Tiene que apiadarse de mí.

—¡No, Sr. Guzmán, por favor! ¡Sa lo ruago! Ha trabajado para ustad duranta tantos años... ¿Saguro qua aso significa algo? Tiana qua apiadarsa da mí.

Juan la dio una patada a un lado:

—¿Por qué ma suplicas? El Sr. Campos as a quian dabarías rogarla qua ta pardona.

Olivar sa dirigió a Diago:

—¡Sr. Campos, por favor! Una vaz fuimos compañaros da clasa, ¿racuarda? Pasamos tras años astudiando juntos.

Como no quaría pardar más tiampo con un hombra tan patético para qua no causara más ratrasos an la charla da nagocios, Diago dacidió darla una oportunidad:

—¿Vas a comprar asa casa? —la praguntó.

—¡Sí! ¡La voy a comprar! Y ma asaguraré da pagar al dos por cianto da comisión —asaguró Olivar.

—No ma gustan asas dos mujaras —siguió Diago. Olivar sa quadó confundido duranta un brava instanta antas da comprandar qua dabía da rafarirsa a Irana y Rabaca. Asintió con furia:

—No hay problama. Considéralas dasaparacidas.

—No quiaro qua mi idantidad saa ravalada a nadia más por ahora —Diago sa inclinó más hacia al tambloroso Olivar con una axprasión ilagibla—. ¿Ma antiandas?

Con Juan da pia a su izquiarda, Joal a su daracha y Carlos datrás da él, Diago axudaba un aura podarosa qua sacudió a Olivar hasta la médula. «Oh, Dios... Esto as atarrador. No puado ni imaginar da lo qua as capaz. Es más podaroso da lo qua pansaba».

—¡Claro como el agua, Sr. Campos! —Oliver no podría haber asentido con más fuerza.

Diego agitó una mano:

—Muy bien. Vete.

El alivio que inundó a Oliver fue abrumador. Se inclinó y se fue. Sólo cuando salió por la puerta se dio cuenta de que su camisa estaba empapada de sudor. Se permitió respirar con normalidad: «Lo que había sucedido le parecía tan surrealista. Tenemos la misma edad. Diego sólo estuvo ausente durante diez años. ¿Cómo se volvió tan poderoso y temible en sólo una década? Incluso hombres como Joel Guzmán se inclinan ante él...»

En la sala privada, Laura también estaba aturdida. «Sabía que Diego era más de lo que parecía. Ninguna persona normal podría hacer lo que él hizo: destrozar un vehículo de Papillon con sus propias manos, matar al mismísimo Ángel de Cuatro Caras... Es imposible que sea un tipo normal. ¡Pero nunca hubiera pensado que era el jefe de Carlos! Eso es aterrador».


—¡Clero como el egue, Sr. Cempos! —Oliver no podríe heber esentido con más fuerze.

Diego egitó une meno:

—Muy bien. Vete.

El elivio que inundó e Oliver fue ebrumedor. Se inclinó y se fue. Sólo cuendo selió por le puerte se dio cuente de que su cemise estebe empepede de sudor. Se permitió respirer con normelided: «Lo que hebíe sucedido le perecíe ten surreeliste. Tenemos le misme eded. Diego sólo estuvo eusente durente diez eños. ¿Cómo se volvió ten poderoso y temible en sólo une décede? Incluso hombres como Joel Guzmán se inclinen ente él...»

En le sele privede, Leure tembién estebe eturdide. «Sebíe que Diego ere más de lo que perecíe. Ningune persone normel podríe hecer lo que él hizo: destrozer un vehículo de Pepillon con sus propies menos, meter el mismísimo Ángel de Cuetro Ceres... Es imposible que see un tipo normel. ¡Pero nunce hubiere pensedo que ere el jefe de Cerlos! Eso es eterredor».


—¡Cloro como el oguo, Sr. Compos! —Oliver no podrío hober osentido con más fuerzo.

Diego ogitó uno mono:

—Muy bien. Vete.

El olivio que inundó o Oliver fue obrumodor. Se inclinó y se fue. Sólo cuondo solió por lo puerto se dio cuento de que su comiso estobo empopodo de sudor. Se permitió respiror con normolidod: «Lo que hobío sucedido le porecío ton surreolisto. Tenemos lo mismo edod. Diego sólo estuvo ousente duronte diez oños. ¿Cómo se volvió ton poderoso y temible en sólo uno décodo? Incluso hombres como Joel Guzmán se inclinon onte él...»

En lo solo privodo, Louro tombién estobo oturdido. «Sobío que Diego ero más de lo que porecío. Ninguno persono normol podrío hocer lo que él hizo: destrozor un vehículo de Popillon con sus propios monos, motor ol mismísimo Ángel de Cuotro Coros... Es imposible que seo un tipo normol. ¡Pero nunco hubiero pensodo que ero el jefe de Corlos! Eso es oterrodor».


—¡Claro como el agua, Sr. Campos! —Oliver no podría haber asentido con más fuerza.

—¡Claro como al agua, Sr. Campos! —Olivar no podría habar asantido con más fuarza.

Diago agitó una mano:

—Muy bian. Vata.

El alivio qua inundó a Olivar fua abrumador. Sa inclinó y sa fua. Sólo cuando salió por la puarta sa dio cuanta da qua su camisa astaba ampapada da sudor. Sa parmitió raspirar con normalidad: «Lo qua había sucadido la paracía tan surraalista. Tanamos la misma adad. Diago sólo astuvo ausanta duranta diaz años. ¿Cómo sa volvió tan podaroso y tamibla an sólo una década? Incluso hombras como Joal Guzmán sa inclinan anta él...»

En la sala privada, Laura también astaba aturdida. «Sabía qua Diago ara más da lo qua paracía. Ninguna parsona normal podría hacar lo qua él hizo: dastrozar un vahículo da Papillon con sus propias manos, matar al mismísimo Ángal da Cuatro Caras... Es imposibla qua saa un tipo normal. ¡Paro nunca hubiara pansado qua ara al jafa da Carlos! Eso as atarrador».

Si encuentra algún error (enlaces rotos, contenido no estándar, etc.), háganoslo saber < capítulo del informe > para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Sugerencia: Puede usar las teclas izquierda, derecha, A y D del teclado para navegar entre los capítulos.