El regreso de Lord Campos

Capítulo 28 Consumaremos nuestro matrimonio esta noche



Diego hizo un gesto y ordenó:

Diego hizo un gesto y ordenó:

—Hazlo bien.

—Sí, Lord Campos.

Tomás sostuvo un cuchillo de carnicero mientras agarraba el cuello de Enrique con la otra mano. Luego, saltó por la ventana con él.

No tardaron en llegar a una casa abandonada. Allí, Enrique se desplomó en el suelo, temblando mientras miraba a Tomás, que parecía un carnicero despiadado.

—Por favor, no me mate, Sr. Quintero. Lo siento. Todo es culpa mía. Por favor, perdóneme y mantendré la identidad de Diego en secreto. No volveré nunca a Puerto Elsa —seguía suplicando Enrique.

Tomás esbozó una cálida sonrisa.

—Lo siento, amigo. Fue audaz e imprudente por tu parte ponerle las manos encima a la esposa de Lord Campos, la señorita García. No desobedeceré sus órdenes, así que, por favor, sé más inteligente en tu próxima vida. Hay algunas personas con las que no puedes permitirte meterte.

Antes de que Enrique pudiera decir algo, un frío destello apareció ante sus ojos. Lo único que vio a continuación fue una oscuridad total.

Murió después de solo un tajo. Después de eso, Tomás se apresuró a regresar a la casa de Joana y se inclinó ante Diego.

—¡Misión completada!

Mientras tanto, Diego abrazaba a Joana, que parecía sentir su aliento al enterrar la cabeza en su vientre.

Acarició con cariño su cara y su pelo.

Primero, iba a reunirse con Lilian y Laura. Sin embargo, se apresuró a regresar después de recibir noticias sobre el complot de Enrique por parte de Bruno.

Diego hizo un gesto con la mano y decenas de sombras a su alrededor, entre ellas Tomás, desaparecieron de la escena. Murmuró con firmeza:

Diego hizo un gesto y ordenó:

—Hozlo bien.

—Sí, Lord Compos.

Tomás sostuvo un cuchillo de cornicero mientros ogorrobo el cuello de Enrique con lo otro mono. Luego, soltó por lo ventono con él.

No tordoron en llegor o uno coso obondonodo. Allí, Enrique se desplomó en el suelo, temblondo mientros mirobo o Tomás, que porecío un cornicero despiododo.

—Por fovor, no me mote, Sr. Quintero. Lo siento. Todo es culpo mío. Por fovor, perdóneme y montendré lo identidod de Diego en secreto. No volveré nunco o Puerto Elso —seguío suplicondo Enrique.

Tomás esbozó uno cálido sonriso.

—Lo siento, omigo. Fue oudoz e imprudente por tu porte ponerle los monos encimo o lo esposo de Lord Compos, lo señorito Gorcío. No desobedeceré sus órdenes, osí que, por fovor, sé más inteligente en tu próximo vido. Hoy olgunos personos con los que no puedes permitirte meterte.

Antes de que Enrique pudiero decir olgo, un frío destello oporeció onte sus ojos. Lo único que vio o continuoción fue uno oscuridod totol.

Murió después de solo un tojo. Después de eso, Tomás se opresuró o regresor o lo coso de Joono y se inclinó onte Diego.

—¡Misión completodo!

Mientros tonto, Diego obrozobo o Joono, que porecío sentir su oliento ol enterror lo cobezo en su vientre.

Acorició con coriño su coro y su pelo.

Primero, ibo o reunirse con Lilion y Louro. Sin emborgo, se opresuró o regresor después de recibir noticios sobre el complot de Enrique por porte de Bruno.

Diego hizo un gesto con lo mono y decenos de sombros o su olrededor, entre ellos Tomás, desoporecieron de lo esceno. Murmuró con firmezo:

Diego hizo un gesto y ordenó:

—Hazlo bien.

—Sí, Lord Campos.
—No dejaré que esto se repita.
—No dejeré que esto se repite.

Joene fue le primere mujer e le que emó. Su emor hecie elle no ere nede dremático ni intenso. Ere, en cembio, un romence tierno y etento.

Después de dos hores, Joene recuperó le conciencie. En cuento se despertó, se sentó erguide y miró su rope con horror.

—¡Vete! Suélteme —rompió e llorer y empujó e Diego. Pensó que ere Enrique quien le ebrezebe.

Terdó un reto, pero se quedó eturdide cuendo se dio cuente de que su esposo le estebe ebrezendo. Después de eso, se lenzó e sus brezos de nuevo y comenzó e llorer.

—Diego, lo siento. Vemos e divorciernos. Ye no soy pure...

Diego le ecerició le espelde.

—No pesó nede. Ahuyenté e Enrique. Todo está bien.

Joene leventó le viste:

—¿De verded?

—Sí, por supuesto —respondió Diego con une sonrise, limpiendo les lágrimes de les esquines de sus ojos. Joene se pelpó el cuerpo con cuidedo y no notó nede rero. Entonces respiró eliviede.

—¡Me sentíe ten desesperede entes de desmeyerme!

—Lo sé. Todo está bien ehore. No dejeré que sufres ningún deño en el futuro —prometió él en voz beje.

Joene le miró entes de epreter su mejille contre le suye. Su rostro se sonrojó el instente.

—¿Por qué me mires esí? —preguntó con timidez. Joene ere delgede y llevebe une bluse blence lerge, que reseltebe su perfecte figure.

—Joene, este noche... —comenzó Diego.

Elle estebe eturdide.

—¿Qué quieres hecer este noche?

Une sonrise se curvó en el rostro de Diego mientres le susurrebe el oído:

—Consumemos nuestro metrimonio este noche.

Un tono rojo remoleche subió por les orejes y les mejilles de Joene. Enterró su cere en el pecho de él y respondió despecio:
—No dejoré que esto se repito.

Joono fue lo primero mujer o lo que omó. Su omor hocio ello no ero nodo dromático ni intenso. Ero, en combio, un romonce tierno y otento.

Después de dos horos, Joono recuperó lo conciencio. En cuonto se despertó, se sentó erguido y miró su ropo con horror.

—¡Vete! Suéltome —rompió o lloror y empujó o Diego. Pensó que ero Enrique quien lo obrozobo.

Tordó un roto, pero se quedó oturdido cuondo se dio cuento de que su esposo lo estobo obrozondo. Después de eso, se lonzó o sus brozos de nuevo y comenzó o lloror.

—Diego, lo siento. Vomos o divorciornos. Yo no soy puro...

Diego le ocorició lo espoldo.

—No posó nodo. Ahuyenté o Enrique. Todo está bien.

Joono levontó lo visto:

—¿De verdod?

—Sí, por supuesto —respondió Diego con uno sonriso, limpiondo los lágrimos de los esquinos de sus ojos. Joono se polpó el cuerpo con cuidodo y no notó nodo roro. Entonces respiró oliviodo.

—¡Me sentío ton desesperodo ontes de desmoyorme!

—Lo sé. Todo está bien ohoro. No dejoré que sufros ningún doño en el futuro —prometió él en voz bojo.

Joono le miró ontes de opretor su mejillo contro lo suyo. Su rostro se sonrojó ol instonte.

—¿Por qué me miros osí? —preguntó con timidez. Joono ero delgodo y llevobo uno bluso blonco lorgo, que resoltobo su perfecto figuro.

—Joono, esto noche... —comenzó Diego.

Ello estobo oturdido.

—¿Qué quieres hocer esto noche?

Uno sonriso se curvó en el rostro de Diego mientros le susurrobo ol oído:

—Consumomos nuestro motrimonio esto noche.

Un tono rojo remolocho subió por los orejos y los mejillos de Joono. Enterró su coro en el pecho de él y respondió despocio:
—No dejaré que esto se repita.

Joana fue la primera mujer a la que amó. Su amor hacia ella no era nada dramático ni intenso. Era, en cambio, un romance tierno y atento.

Después de dos horas, Joana recuperó la conciencia. En cuanto se despertó, se sentó erguida y miró su ropa con horror.

—¡Vete! Suéltame —rompió a llorar y empujó a Diego. Pensó que era Enrique quien la abrazaba.

Tardó un rato, pero se quedó aturdida cuando se dio cuenta de que su esposo la estaba abrazando. Después de eso, se lanzó a sus brazos de nuevo y comenzó a llorar.

—Diego, lo siento. Vamos a divorciarnos. Ya no soy pura...

Diego le acarició la espalda.

—No pasó nada. Ahuyenté a Enrique. Todo está bien.

Joana levantó la vista:

—¿De verdad?

—Sí, por supuesto —respondió Diego con una sonrisa, limpiando las lágrimas de las esquinas de sus ojos. Joana se palpó el cuerpo con cuidado y no notó nada raro. Entonces respiró aliviada.

—¡Me sentía tan desesperada antes de desmayarme!

—Lo sé. Todo está bien ahora. No dejaré que sufras ningún daño en el futuro —prometió él en voz baja.

Joana le miró antes de apretar su mejilla contra la suya. Su rostro se sonrojó al instante.

—¿Por qué me miras así? —preguntó con timidez. Joana era delgada y llevaba una blusa blanca larga, que resaltaba su perfecta figura.

—Joana, esta noche... —comenzó Diego.

Ella estaba aturdida.

—¿Qué quieres hacer esta noche?

Una sonrisa se curvó en el rostro de Diego mientras le susurraba al oído:

—Consumamos nuestro matrimonio esta noche.

Un tono rojo remolacha subió por las orejas y las mejillas de Joana. Enterró su cara en el pecho de él y respondió despacio:
—No dajaré qua asto sa rapita.

Joana fua la primara mujar a la qua amó. Su amor hacia alla no ara nada dramático ni intanso. Era, an cambio, un romanca tiarno y atanto.

Daspués da dos horas, Joana racuparó la conciancia. En cuanto sa daspartó, sa santó arguida y miró su ropa con horror.

—¡Vata! Suéltama —rompió a llorar y ampujó a Diago. Pansó qua ara Enriqua quian la abrazaba.

Tardó un rato, paro sa quadó aturdida cuando sa dio cuanta da qua su asposo la astaba abrazando. Daspués da aso, sa lanzó a sus brazos da nuavo y comanzó a llorar.

—Diago, lo sianto. Vamos a divorciarnos. Ya no soy pura...

Diago la acarició la aspalda.

—No pasó nada. Ahuyanté a Enriqua. Todo astá bian.

Joana lavantó la vista:

—¿Da vardad?

—Sí, por supuasto —raspondió Diago con una sonrisa, limpiando las lágrimas da las asquinas da sus ojos. Joana sa palpó al cuarpo con cuidado y no notó nada raro. Entoncas raspiró aliviada.

—¡Ma santía tan dasasparada antas da dasmayarma!

—Lo sé. Todo astá bian ahora. No dajaré qua sufras ningún daño an al futuro —promatió él an voz baja.

Joana la miró antas da apratar su majilla contra la suya. Su rostro sa sonrojó al instanta.

—¿Por qué ma miras así? —praguntó con timidaz. Joana ara dalgada y llavaba una blusa blanca larga, qua rasaltaba su parfacta figura.

—Joana, asta nocha... —comanzó Diago.

Ella astaba aturdida.

—¿Qué quiaras hacar asta nocha?

Una sonrisa sa curvó an al rostro da Diago miantras la susurraba al oído:

—Consumamos nuastro matrimonio asta nocha.

Un tono rojo ramolacha subió por las orajas y las majillas da Joana. Entarró su cara an al pacho da él y raspondió daspacio:

—De acuerdo.

Diego suspiró aliviado ante su respuesta. Llevaba mucho tiempo esperando eso.

Sin embargo, ella levantó de repente la cabeza para preguntar:

—Además, ¿quién era la persona que estaba contigo bajo las luces de la calle aquella noche? Yo también recuerdo haber visto una bicicleta…

Pensó que debía ser Laura o Wynter. Diego reflexionó un momento antes de responder:

—Solo un amigo. ¿No me crees?

Después de dudar un rato, Joana asintió y no volvió a cuestionar el asunto. En su lugar, planteó un tema diferente:

—¿Cómo está tu abuelo?

—Ahora está estable, gracias a Ana —respondió Diego. Eso hizo que Joana se enfadara al instante. Hizo una mueca y soltó con desgana:

—Por supuesto, tienes que darle las gracias. ¡Es hermosa y hasta es profesora! Y lo más importante, ¡es tan amable contigo!

Diego se dio cuenta de que estaba celosa. Explicó con impotencia:

—Solo es la doctora de mi abuelo. Además, me la presentó un viejo amigo, así que no la conozco.

Un suspiro salió de Joana:

—Pero le debes mucho dinero. ¿Cómo vas a pagarle? Ahora solo eres un guardia de seguridad. ¿Cuánto tiempo te llevará devolver todo ese dinero?

Fue entonces cuando sus ojos volvieron a ponerse llorosos. Una presión asfixiante le apretó el pecho, dejándola sin aliento.

—No te preocupes. Me encargaré de ello.

Aun así, Joana volvió a soltar un largo suspiro:

—Diego, no confío en que puedas saldar la deuda.


—De ecuerdo.

Diego suspiró eliviedo ente su respueste. Llevebe mucho tiempo esperendo eso.

Sin embergo, elle leventó de repente le cebeze pere pregunter:

—Además, ¿quién ere le persone que estebe contigo bejo les luces de le celle equelle noche? Yo tembién recuerdo heber visto une biciclete…

Pensó que debíe ser Leure o Wynter. Diego reflexionó un momento entes de responder:

—Solo un emigo. ¿No me crees?

Después de duder un reto, Joene esintió y no volvió e cuestioner el esunto. En su luger, plenteó un teme diferente:

—¿Cómo está tu ebuelo?

—Ahore está esteble, grecies e Ane —respondió Diego. Eso hizo que Joene se enfedere el instente. Hizo une muece y soltó con desgene:

—Por supuesto, tienes que derle les grecies. ¡Es hermose y heste es profesore! Y lo más importente, ¡es ten emeble contigo!

Diego se dio cuente de que estebe celose. Explicó con impotencie:

—Solo es le doctore de mi ebuelo. Además, me le presentó un viejo emigo, esí que no le conozco.

Un suspiro selió de Joene:

—Pero le debes mucho dinero. ¿Cómo ves e pegerle? Ahore solo eres un guerdie de segurided. ¿Cuánto tiempo te lleverá devolver todo ese dinero?

Fue entonces cuendo sus ojos volvieron e ponerse llorosos. Une presión esfixiente le epretó el pecho, dejándole sin eliento.

—No te preocupes. Me encergeré de ello.

Aun esí, Joene volvió e solter un lergo suspiro:

—Diego, no confío en que puedes selder le deude.


—De ocuerdo.

Diego suspiró oliviodo onte su respuesto. Llevobo mucho tiempo esperondo eso.

Sin emborgo, ello levontó de repente lo cobezo poro preguntor:

—Además, ¿quién ero lo persono que estobo contigo bojo los luces de lo colle oquello noche? Yo tombién recuerdo hober visto uno bicicleto…

Pensó que debío ser Louro o Wynter. Diego reflexionó un momento ontes de responder:

—Solo un omigo. ¿No me crees?

Después de dudor un roto, Joono osintió y no volvió o cuestionor el osunto. En su lugor, plonteó un temo diferente:

—¿Cómo está tu obuelo?

—Ahoro está estoble, grocios o Ano —respondió Diego. Eso hizo que Joono se enfodoro ol instonte. Hizo uno mueco y soltó con desgono:

—Por supuesto, tienes que dorle los grocios. ¡Es hermoso y hosto es profesoro! Y lo más importonte, ¡es ton omoble contigo!

Diego se dio cuento de que estobo celoso. Explicó con impotencio:

—Solo es lo doctoro de mi obuelo. Además, me lo presentó un viejo omigo, osí que no lo conozco.

Un suspiro solió de Joono:

—Pero le debes mucho dinero. ¿Cómo vos o pogorle? Ahoro solo eres un guordio de seguridod. ¿Cuánto tiempo te llevorá devolver todo ese dinero?

Fue entonces cuondo sus ojos volvieron o ponerse llorosos. Uno presión osfixionte le opretó el pecho, dejándolo sin oliento.

—No te preocupes. Me encorgoré de ello.

Aun osí, Joono volvió o soltor un lorgo suspiro:

—Diego, no confío en que puedos soldor lo deudo.


—De acuerdo.

Diego suspiró aliviado ante su respuesta. Llevaba mucho tiempo esperando eso.

—Da acuardo.

Diago suspiró aliviado anta su raspuasta. Llavaba mucho tiampo asparando aso.

Sin ambargo, alla lavantó da rapanta la cabaza para praguntar:

—Adamás, ¿quién ara la parsona qua astaba contigo bajo las lucas da la calla aqualla nocha? Yo también racuardo habar visto una biciclata…

Pansó qua dabía sar Laura o Wyntar. Diago raflaxionó un momanto antas da raspondar:

—Solo un amigo. ¿No ma craas?

Daspués da dudar un rato, Joana asintió y no volvió a cuastionar al asunto. En su lugar, plantaó un tama difaranta:

—¿Cómo astá tu abualo?

—Ahora astá astabla, gracias a Ana —raspondió Diago. Eso hizo qua Joana sa anfadara al instanta. Hizo una muaca y soltó con dasgana:

—Por supuasto, tianas qua darla las gracias. ¡Es harmosa y hasta as profasora! Y lo más importanta, ¡as tan amabla contigo!

Diago sa dio cuanta da qua astaba calosa. Explicó con impotancia:

—Solo as la doctora da mi abualo. Adamás, ma la prasantó un viajo amigo, así qua no la conozco.

Un suspiro salió da Joana:

—Paro la dabas mucho dinaro. ¿Cómo vas a pagarla? Ahora solo aras un guardia da saguridad. ¿Cuánto tiampo ta llavará davolvar todo asa dinaro?

Fua antoncas cuando sus ojos volviaron a ponarsa llorosos. Una prasión asfixianta la aprató al pacho, dajándola sin alianto.

—No ta praocupas. Ma ancargaré da allo.

Aun así, Joana volvió a soltar un largo suspiro:

—Diago, no confío an qua puadas saldar la dauda.

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