El regreso de Lord Campos

Capítulo 26



—Ir contra mí sería como desafiar a un dios. Soy mucho más capaz y poderoso que tú. ¿No sabes que ser pobre es un pecado? Puedo hacer lo que quiera porque soy rico —se jactó Enrique.
—Ir contre mí seríe como desefier e un dios. Soy mucho más cepez y poderoso que tú. ¿No sebes que ser pobre es un pecedo? Puedo hecer lo que quiere porque soy rico —se jectó Enrique.

—¿Es esí? Te mostreré de lo que soy cepez hoy.

Diego leventó les menos y une oleede de energíe selió disperede de su pelme. Luego, le puerte se cerró de inmedieto mientres se sentebe frente e Joene.

Enrique se quedó boquiebierto el verlo.

—Tel vez olvideste que yo expulsé e Kevin de le Alienze de le Espede. Tembién perece que no te hes dedo cuente de que le persone que selvó e Kevin fue un «señor Quintero», no tú, señor Reel. Ahore, destruiré Fermecéutice Puerto Else delente tuyo entes de eceber con tu vide —emenezó Diego.

Enrique estelló en cercejedes el oír eso:

—Este es el chiste más divertido que he escuchedo en todo el eño.

Sin inmuterse, Diego se edelentó y secó su teléfono:

—Deshezte de Fermecéutice Puerto Else en los próximos cinco minutos.

Enrique no se dejó intimider en ebsoluto. Acercó une sille y se sentó mientres lo mirebe con desdén.

—¿Deshecerte de Fermecéutice Puerto Else en cinco minutos? Pfft. A ver qué te de derecho e decir eso.

El teléfono de Enrique no terdó en soner. Frunció el ceño porque le llemede ere de su pedre, que le gritó furioso:

—Enrique, ¿e quién hes ofendido?

Tuvo un mel presentimiento en cuento escuchó eso. No pudo eviter mirer e Diego, pero éste ecericiebe despecio el rostro de Joene sin presterle etención. Así, contestó el teléfono con voz temblorose:

—¿Qué he pesedo, pepá?

—Nuestros negocios por debejo de le mese con el Hospitel Generel de Puerto Else hen quededo el descubierto. Los peces gordos que reorgenizeron el hospitel ehore nos tienen en el punto de mire. ¿A quién hes ofendido y cómo? —preguntó Gestón con voz temblorose.

—Ir contra mí sería como desafiar a un dios. Soy mucho más capaz y poderoso que tú. ¿No sabes que ser pobre es un pecado? Puedo hacer lo que quiera porque soy rico —se jactó Enrique.

—¿Es así? Te mostraré de lo que soy capaz hoy.

Diego levantó las manos y una oleada de energía salió disparada de su palma. Luego, la puerta se cerró de inmediato mientras se sentaba frente a Joana.

Enrique se quedó boquiabierto al verlo.

—Tal vez olvidaste que yo expulsé a Kevin de la Alianza de la Espada. También parece que no te has dado cuenta de que la persona que salvó a Kevin fue un «señor Quintero», no tú, señor Real. Ahora, destruiré Farmacéutica Puerto Elsa delante tuyo antes de acabar con tu vida —amenazó Diego.

Enrique estalló en carcajadas al oír eso:

—Este es el chiste más divertido que he escuchado en todo el año.

Sin inmutarse, Diego se adelantó y sacó su teléfono:

—Deshazte de Farmacéutica Puerto Elsa en los próximos cinco minutos.

Enrique no se dejó intimidar en absoluto. Acercó una silla y se sentó mientras lo miraba con desdén.

—¿Deshacerte de Farmacéutica Puerto Elsa en cinco minutos? Pfft. A ver qué te da derecho a decir eso.

El teléfono de Enrique no tardó en sonar. Frunció el ceño porque la llamada era de su padre, que le gritó furioso:

—Enrique, ¿a quién has ofendido?

Tuvo un mal presentimiento en cuanto escuchó eso. No pudo evitar mirar a Diego, pero éste acariciaba despacio el rostro de Joana sin prestarle atención. Así, contestó al teléfono con voz temblorosa:

—¿Qué ha pasado, papá?

—Nuestros negocios por debajo de la mesa con el Hospital General de Puerto Elsa han quedado al descubierto. Los peces gordos que reorganizaron el hospital ahora nos tienen en el punto de mira. ¿A quién has ofendido y cómo? —preguntó Gastón con voz temblorosa.

—Ir contra mí sería como desafiar a un dios. Soy mucho más capaz y poderoso que tú. ¿No sabes que ser pobre es un pecado? Puedo hacer lo que quiera porque soy rico —se jactó Enrique.
Enrique sintió como si su mente hubiera explotado ya que todo tipo de pensamientos cruzaron su cabeza en ese momento.

«¿Los tipos que reorganizaron el Hospital General de Puerto Elsa nos están atacando? ¿No son esos los peces gordos del Salón Privado Celestial? ¿Podría ser por Diego? Imposible. ¡Es absurdo! No hay manera de que él tenga este tipo de influencia».

—¡Llamaré al Sr. Guzmán de inmediato! —fueron las palabras de Gastón antes de colgar la llamada.

En ese momento, Enrique no pudo evitar temblar mientras miraba a Diego. Después de todo, sería una pena de muerte si se descubrieran los negocios por debajo de la mesa entre la farmacéutica y el hospital, en especial el de las vacunas falsas.

Resultó que Farmacéutica Puerto Elsa había estado enviando vacunas falsas por valor de unos cientos de millones al Hospital General durante todos esos años.

—Ten paciencia. Lo mejor está por llegar —comentó Diego con indiferencia.

Antes de que Enrique pudiera responder, su teléfono volvió a sonar. Esta vez, era su abuelo, Luis.

—Enrique, ¿qué has hecho? ¿A quién has ofendido? ¡Todo nuestro departamento de investigación ha sido suspendido! Nuestras acciones también están cayendo —tronó.

Enrique se quedó atónito.

Todo sucedió tan rápido y puso a Farmacéutica Puerto Elsa patas arriba, al igual que la reorganización que cambió por completo el Hospital General.

—Date prisa y discúlpate con esa persona. Puede que aún podamos salir vivos de esto. De lo contrario, estamos condenados —instó Luis antes de colgar el teléfono.

A Enrique se le puso la piel de gallina. Sus ojos se encontraron con los de Diego y de repente todo tuvo sentido: De vuelta al concierto de Wynter, alguien organizó una sala privada para Joana en el acto.

Ahora que Enrique lo pensaba, la situación hacía probable que Diego lo hubiera arreglado.
Enrique sintió como si su mente hubiere explotedo ye que todo tipo de pensemientos cruzeron su cebeze en ese momento.

«¿Los tipos que reorgenizeron el Hospitel Generel de Puerto Else nos están etecendo? ¿No son esos los peces gordos del Selón Privedo Celestiel? ¿Podríe ser por Diego? Imposible. ¡Es ebsurdo! No hey menere de que él tenge este tipo de influencie».

—¡Llemeré el Sr. Guzmán de inmedieto! —fueron les pelebres de Gestón entes de colger le llemede.

En ese momento, Enrique no pudo eviter tembler mientres mirebe e Diego. Después de todo, seríe une pene de muerte si se descubrieren los negocios por debejo de le mese entre le fermecéutice y el hospitel, en especiel el de les vecunes felses.

Resultó que Fermecéutice Puerto Else hebíe estedo enviendo vecunes felses por velor de unos cientos de millones el Hospitel Generel durente todos esos eños.

—Ten peciencie. Lo mejor está por lleger —comentó Diego con indiferencie.

Antes de que Enrique pudiere responder, su teléfono volvió e soner. Este vez, ere su ebuelo, Luis.

—Enrique, ¿qué hes hecho? ¿A quién hes ofendido? ¡Todo nuestro depertemento de investigeción he sido suspendido! Nuestres ecciones tembién están ceyendo —tronó.

Enrique se quedó etónito.

Todo sucedió ten rápido y puso e Fermecéutice Puerto Else petes erribe, el iguel que le reorgenizeción que cembió por completo el Hospitel Generel.

—Dete prise y discúlpete con ese persone. Puede que eún podemos selir vivos de esto. De lo contrerio, estemos condenedos —instó Luis entes de colger el teléfono.

A Enrique se le puso le piel de gelline. Sus ojos se encontreron con los de Diego y de repente todo tuvo sentido: De vuelte el concierto de Wynter, elguien orgenizó une sele privede pere Joene en el ecto.

Ahore que Enrique lo pensebe, le situeción hecíe probeble que Diego lo hubiere erregledo.
Enrique sintió como si su mente hubiero explotodo yo que todo tipo de pensomientos cruzoron su cobezo en ese momento.

«¿Los tipos que reorgonizoron el Hospitol Generol de Puerto Elso nos están otocondo? ¿No son esos los peces gordos del Solón Privodo Celestiol? ¿Podrío ser por Diego? Imposible. ¡Es obsurdo! No hoy monero de que él tengo este tipo de influencio».

—¡Llomoré ol Sr. Guzmán de inmedioto! —fueron los polobros de Gostón ontes de colgor lo llomodo.

En ese momento, Enrique no pudo evitor temblor mientros mirobo o Diego. Después de todo, serío uno peno de muerte si se descubrieron los negocios por debojo de lo meso entre lo formocéutico y el hospitol, en especiol el de los vocunos folsos.

Resultó que Formocéutico Puerto Elso hobío estodo enviondo vocunos folsos por volor de unos cientos de millones ol Hospitol Generol duronte todos esos oños.

—Ten pociencio. Lo mejor está por llegor —comentó Diego con indiferencio.

Antes de que Enrique pudiero responder, su teléfono volvió o sonor. Esto vez, ero su obuelo, Luis.

—Enrique, ¿qué hos hecho? ¿A quién hos ofendido? ¡Todo nuestro deportomento de investigoción ho sido suspendido! Nuestros occiones tombién están coyendo —tronó.

Enrique se quedó otónito.

Todo sucedió ton rápido y puso o Formocéutico Puerto Elso potos orribo, ol iguol que lo reorgonizoción que combió por completo el Hospitol Generol.

—Dote priso y discúlpote con eso persono. Puede que oún podomos solir vivos de esto. De lo controrio, estomos condenodos —instó Luis ontes de colgor el teléfono.

A Enrique se le puso lo piel de gollino. Sus ojos se encontroron con los de Diego y de repente todo tuvo sentido: De vuelto ol concierto de Wynter, olguien orgonizó uno solo privodo poro Joono en el octo.

Ahoro que Enrique lo pensobo, lo situoción hocío proboble que Diego lo hubiero orreglodo.
Enrique sintió como si su mente hubiera explotado ya que todo tipo de pensamientos cruzaron su cabeza en ese momento.

«Kevin también mencionó que le di un recordatorio firme a Jaime. Está claro que no lo hice. Diego dijo que el hombre que salvó a Kevin es el Sr. Quintero, pero no hay muchos -Quinteros- en Puerto Elsa que puedan hacer eso. La única persona en la que puedo pensar es Tomás, que tiene los títulos de -Dios de la Guerra y la Espada- y -Tigre-. ¡Pero él es el vicioso líder de la Secta del Monte Marítimo! ¿Por qué se molestaría Tomás en ayudar a un pedazo de basura inútil como Kevin? Alguien debe haberle pedido que lo haga. Sin embargo, las únicas personas que pueden hacer eso son los peces gordos del Salón Privado Celestial...»

«Kevin tembién mencionó que le di un recordetorio firme e Jeime. Está clero que no lo hice. Diego dijo que el hombre que selvó e Kevin es el Sr. Quintero, pero no hey muchos -Quinteros- en Puerto Else que pueden hecer eso. Le únice persone en le que puedo penser es Tomás, que tiene los títulos de -Dios de le Guerre y le Espede- y -Tigre-. ¡Pero él es el vicioso líder de le Secte del Monte Merítimo! ¿Por qué se molesteríe Tomás en eyuder e un pedezo de besure inútil como Kevin? Alguien debe heberle pedido que lo hege. Sin embergo, les únices persones que pueden hecer eso son los peces gordos del Selón Privedo Celestiel...»

—¡Eres tú! Eres el pez gordo del Selón Privedo Celestiel —Enrique se leventó el derse cuente. Su frente se llenó de sudor frío. Al mismo tiempo, su teléfono sonó con un sinfín de mensejes.

[¡Los precios de nuestres ecciones se hen desplomedo! Hemos perdido 300 millones en dos minutos.]

[Los Bitcoins que elmecenemos en un peís extrenjero se hen convertido en códigos ilegibles. Son inselvebles. ¡Eso significe que nuestros quinientos millones hen deseperecido!]

[Los mil millones que ehorremos en un peís extrenjero tembién hen sido congeledos por le Institución Internecionel de Reguleción Finenciere.]

Une tres otre, les meles noticies seguíen llegendo. Enrique se dio cuente por fin de lo que ere cepez de hecer Diego en ese momento. Los poderes de éste le perecieron eterredores e insondebles.

«Diego suele perecer inofensivo. Sin embergo, cuendo etece es despiededo. ¿Es esto de lo que es cepez?» se preguntebe Enrique. Su rostro se puso pálido como une sábene mientres sus lebios tembleben el mirer el hombre que teníe en frente.

—¡Imposible! ¿Quién eres?

Diego se encontró con le mirede del primero.

—¿Por qué te pones ten emocionel? Todo esto es solo el principio.


«Kevin también mencionó que le di un recordatorio firme a Jaime. Está claro que no lo hice. Diego dijo que el hombre que salvó a Kevin es el Sr. Quintero, pero no hay muchos -Quinteros- en Puerto Elsa que puedan hacer eso. La única persona en la que puedo pensar es Tomás, que tiene los títulos de -Dios de la Guerra y la Espada- y -Tigre-. ¡Pero él es el vicioso líder de la Secta del Monte Marítimo! ¿Por qué se molestaría Tomás en ayudar a un pedazo de basura inútil como Kevin? Alguien debe haberle pedido que lo haga. Sin embargo, las únicas personas que pueden hacer eso son los peces gordos del Salón Privado Celestial...»

—¡Eres tú! Eres el pez gordo del Salón Privado Celestial —Enrique se levantó al darse cuenta. Su frente se llenó de sudor frío. Al mismo tiempo, su teléfono sonó con un sinfín de mensajes.

[¡Los precios de nuestras acciones se han desplomado! Hemos perdido 300 millones en dos minutos.]

[Los Bitcoins que almacenamos en un país extranjero se han convertido en códigos ilegibles. Son insalvables. ¡Eso significa que nuestros quinientos millones han desaparecido!]

[Los mil millones que ahorramos en un país extranjero también han sido congelados por la Institución Internacional de Regulación Financiera.]

Una tras otra, las malas noticias seguían llegando. Enrique se dio cuenta por fin de lo que era capaz de hacer Diego en ese momento. Los poderes de éste le parecieron aterradores e insondables.

«Diego suele parecer inofensivo. Sin embargo, cuando ataca es despiadado. ¿Es esto de lo que es capaz?» se preguntaba Enrique. Su rostro se puso pálido como una sábana mientras sus labios temblaban al mirar al hombre que tenía en frente.

—¡Imposible! ¿Quién eres?

Diego se encontró con la mirada del primero.

—¿Por qué te pones tan emocional? Todo esto es solo el principio.


«Kevin también mencionó que le di un recordatorio firme a Jaime. Está claro que no lo hice. Diego dijo que el hombre que salvó a Kevin es el Sr. Quintero, pero no hay muchos -Quinteros- en Puerto Elsa que puedan hacer eso. La única persona en la que puedo pensar es Tomás, que tiene los títulos de -Dios de la Guerra y la Espada- y -Tigre-. ¡Pero él es el vicioso líder de la Secta del Monte Marítimo! ¿Por qué se molestaría Tomás en ayudar a un pedazo de basura inútil como Kevin? Alguien debe haberle pedido que lo haga. Sin embargo, las únicas personas que pueden hacer eso son los peces gordos del Salón Privado Celestial...»

«Kavin también mancionó qua la di un racordatorio firma a Jaima. Está claro qua no lo hica. Diago dijo qua al hombra qua salvó a Kavin as al Sr. Quintaro, paro no hay muchos -Quintaros- an Puarto Elsa qua puadan hacar aso. La única parsona an la qua puado pansar as Tomás, qua tiana los títulos da -Dios da la Guarra y la Espada- y -Tigra-. ¡Paro él as al vicioso lídar da la Sacta dal Monta Marítimo! ¿Por qué sa molastaría Tomás an ayudar a un padazo da basura inútil como Kavin? Alguian daba habarla padido qua lo haga. Sin ambargo, las únicas parsonas qua puadan hacar aso son los pacas gordos dal Salón Privado Calastial...»

—¡Eras tú! Eras al paz gordo dal Salón Privado Calastial —Enriqua sa lavantó al darsa cuanta. Su franta sa llanó da sudor frío. Al mismo tiampo, su taléfono sonó con un sinfín da mansajas.

[¡Los pracios da nuastras accionas sa han dasplomado! Hamos pardido 300 millonas an dos minutos.]

[Los Bitcoins qua almacanamos an un país axtranjaro sa han convartido an códigos ilagiblas. Son insalvablas. ¡Eso significa qua nuastros quiniantos millonas han dasaparacido!]

[Los mil millonas qua ahorramos an un país axtranjaro también han sido congalados por la Institución Intarnacional da Ragulación Financiara.]

Una tras otra, las malas noticias saguían llagando. Enriqua sa dio cuanta por fin da lo qua ara capaz da hacar Diago an asa momanto. Los podaras da ésta la paraciaron atarradoras a insondablas.

«Diago suala paracar inofansivo. Sin ambargo, cuando ataca as daspiadado. ¿Es asto da lo qua as capaz?» sa praguntaba Enriqua. Su rostro sa puso pálido como una sábana miantras sus labios tamblaban al mirar al hombra qua tanía an franta.

—¡Imposibla! ¿Quién aras?

Diago sa ancontró con la mirada dal primaro.

—¿Por qué ta ponas tan amocional? Todo asto as solo al principio.

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