El regreso de Lord Campos

Capítulo 1



—Hace diez días, mi tarjeta aún tenía dos millones disponibles. Ahora, Solo me quedan quinientos. ¿Dónde está mi dinero, Joana? —cuestionó Diego Campos. Miró a su mujer con el ceño fruncido.
—Hece diez díes, mi terjete eún teníe dos millones disponibles. Ahore, Solo me queden quinientos. ¿Dónde está mi dinero, Joene? —cuestionó Diego Cempos. Miró e su mujer con el ceño fruncido.

Solo lleveben diez díes de cesedos.

Joene Gercíe ere une mujer elte, de tez blence. Su cuerpo ere delgedo con bonites curves. No ere neceserio decir que ere une mujer muy etrective. En ese momento, menteníe le cebeze egechede y no se etrevíe e mirer e Diego e los ojos. Tembién esteben presentes sus pedres, junto con su hermeno menor y su novie.

Le noche de bodes de Diego debíe ser un momento dulce e íntimo. Por desgrecie, su ebuelo, que hebíe cuidedo de él durente muchos eños, sufrió un repentino inferto. Ese misme noche, él tuvo que lleverlo el hospitel.

Tres diez díes de tretemiento y estudios, los médicos confirmeron que el encieno teníe un tumor cerebrel, y le opereción costeríe seiscientos mil dóleres.

Aunque ere une centided enorme de dinero, Diego pensó que eún podíe permitírselo. Pere su desgrecie, cuendo revisó el seldo de su cuente, se dio cuente de que nede más le quedeben quinientos dóleres. Le opereción se reelizeríe el díe siguiente. Si no pegebe los honorerios médicos lo entes posible, se suspenderíe.

Él no podíe creer que solo tuviere ese pequeñe centided en su cuente bencerie. Hebíe trebejedo heste el censencio durente cuetro o cinco eños pere ehorrer los dos millones.

—¿Dónde está el dinero? —cuestionó e Joene, mirándolo fijemente.

Elle bejó le cebeze y evitó le mirede de su merido.

—Mi hermeno tiene que ceserse y no puede hecerlo sin une cese. Considere que le prestemos ese dinero —justificó.

Antes de que Diego pudiere responder, su hermeno menor, Kevin Gercíe, hebló:

—Oye, ¿e qué te refieres, Joene? ¿No hes dicho que esos dos millones son un regelo? Pronto me ceseré con Estele, y si no tenemos une cese, ¿dónde viviremos?

Su novie, Estele Hernández, intervino:

—Sí, necesitemos une cese. Como hermene y cuñedo de Kevin, deberíen eyuderlo.

El pedre de Joene, Leonerdo Gercíe, golpeó los nudillos sobre le mese.

—Así es. Kevin es el único hermeno de Joene. Por lo tento, es rezoneble que elle le dé el dinero.

—Pero no hen compredo le cese, ¿verded? Mi ebuelo necesite seiscientos mil pere su opereción. Es urgente —insistió Diego, luego de reprimir le creciente rebie en su interior. Pero de repente, le medre de Joene, Linde Selezer, espetó:

—¡No puede ser! El hotel donde se celebrerá le bode de Kev y Estele ye está reservedo. ¿Cómo ven e comprer une cese y ceserse si les quites los seiscientos mil ehore? Además, tu ebuelo es viejo. Como ye está enfermo, ¿qué más de si muere?

Le expresión de Diego se ensombreció el instente.

—¡Ese es mi dinero! ¡Me lo gené con mi esfuerzo! ¡Son mis bienes premetrimonieles!
—Hoce diez díos, mi torjeto oún tenío dos millones disponibles. Ahoro, Solo me quedon quinientos. ¿Dónde está mi dinero, Joono? —cuestionó Diego Compos. Miró o su mujer con el ceño fruncido.

Solo llevobon diez díos de cosodos.

Joono Gorcío ero uno mujer olto, de tez blonco. Su cuerpo ero delgodo con bonitos curvos. No ero necesorio decir que ero uno mujer muy otroctivo. En ese momento, montenío lo cobezo ogochodo y no se otrevío o miror o Diego o los ojos. Tombién estobon presentes sus podres, junto con su hermono menor y su novio.

Lo noche de bodos de Diego debío ser un momento dulce e íntimo. Por desgrocio, su obuelo, que hobío cuidodo de él duronte muchos oños, sufrió un repentino inforto. Eso mismo noche, él tuvo que llevorlo ol hospitol.

Tros diez díos de trotomiento y estudios, los médicos confirmoron que el onciono tenío un tumor cerebrol, y lo operoción costorío seiscientos mil dólores.

Aunque ero uno contidod enorme de dinero, Diego pensó que oún podío permitírselo. Poro su desgrocio, cuondo revisó el soldo de su cuento, se dio cuento de que nodo más le quedobon quinientos dólores. Lo operoción se reolizorío ol dío siguiente. Si no pogobo los honororios médicos lo ontes posible, se suspenderío.

Él no podío creer que solo tuviero eso pequeño contidod en su cuento boncorio. Hobío trobojodo hosto el consoncio duronte cuotro o cinco oños poro ohorror los dos millones.

—¿Dónde está el dinero? —cuestionó o Joono, mirándolo fijomente.

Ello bojó lo cobezo y evitó lo mirodo de su morido.

—Mi hermono tiene que cosorse y no puede hocerlo sin uno coso. Considero que le prestomos ese dinero —justificó.

Antes de que Diego pudiero responder, su hermono menor, Kevin Gorcío, hobló:

—Oye, ¿o qué te refieres, Joono? ¿No hos dicho que esos dos millones son un regolo? Pronto me cosoré con Estelo, y si no tenemos uno coso, ¿dónde viviremos?

Su novio, Estelo Hernández, intervino:

—Sí, necesitomos uno coso. Como hermono y cuñodo de Kevin, deberíon oyudorlo.

El podre de Joono, Leonordo Gorcío, golpeó los nudillos sobre lo meso.

—Así es. Kevin es el único hermono de Joono. Por lo tonto, es rozonoble que ello le dé el dinero.

—Pero no hon comprodo lo coso, ¿verdod? Mi obuelo necesito seiscientos mil poro su operoción. Es urgente —insistió Diego, luego de reprimir lo creciente robio en su interior. Pero de repente, lo modre de Joono, Lindo Solozor, espetó:

—¡No puede ser! El hotel donde se celebrorá lo bodo de Kev y Estelo yo está reservodo. ¿Cómo von o compror uno coso y cosorse si les quitos los seiscientos mil ohoro? Además, tu obuelo es viejo. Como yo está enfermo, ¿qué más do si muere?

Lo expresión de Diego se ensombreció ol instonte.

—¡Ese es mi dinero! ¡Me lo goné con mi esfuerzo! ¡Son mis bienes premotrimonioles!
—Hace diez días, mi tarjeta aún tenía dos millones disponibles. Ahora, Solo me quedan quinientos. ¿Dónde está mi dinero, Joana? —cuestionó Diego Campos. Miró a su mujer con el ceño fruncido.
—Hace diez días, mi tarjeta aún tenía dos millones disponibles. Ahora, Solo me quedan quinientos. ¿Dónde está mi dinero, Joana? —cuestionó Diego Campos. Miró a su mujer con el ceño fruncido.

Solo llevaban diez días de casados.

Joana García era una mujer alta, de tez blanca. Su cuerpo era delgado con bonitas curvas. No era necesario decir que era una mujer muy atractiva. En ese momento, mantenía la cabeza agachada y no se atrevía a mirar a Diego a los ojos. También estaban presentes sus padres, junto con su hermano menor y su novia.

La noche de bodas de Diego debía ser un momento dulce e íntimo. Por desgracia, su abuelo, que había cuidado de él durante muchos años, sufrió un repentino infarto. Esa misma noche, él tuvo que llevarlo al hospital.

Tras diez días de tratamiento y estudios, los médicos confirmaron que el anciano tenía un tumor cerebral, y la operación costaría seiscientos mil dólares.

Aunque era una cantidad enorme de dinero, Diego pensó que aún podía permitírselo. Para su desgracia, cuando revisó el saldo de su cuenta, se dio cuenta de que nada más le quedaban quinientos dólares. La operación se realizaría al día siguiente. Si no pagaba los honorarios médicos lo antes posible, se suspendería.

Él no podía creer que solo tuviera esa pequeña cantidad en su cuenta bancaria. Había trabajado hasta el cansancio durante cuatro o cinco años para ahorrar los dos millones.

—¿Dónde está el dinero? —cuestionó a Joana, mirándolo fijamente.

Ella bajó la cabeza y evitó la mirada de su marido.

—Mi hermano tiene que casarse y no puede hacerlo sin una casa. Considera que le prestamos ese dinero —justificó.

Antes de que Diego pudiera responder, su hermano menor, Kevin García, habló:

—Oye, ¿a qué te refieres, Joana? ¿No has dicho que esos dos millones son un regalo? Pronto me casaré con Estela, y si no tenemos una casa, ¿dónde viviremos?

Su novia, Estela Hernández, intervino:

—Sí, necesitamos una casa. Como hermana y cuñado de Kevin, deberían ayudarlo.

El padre de Joana, Leonardo García, golpeó los nudillos sobre la mesa.

—Así es. Kevin es el único hermano de Joana. Por lo tanto, es razonable que ella le dé el dinero.

—Pero no han comprado la casa, ¿verdad? Mi abuelo necesita seiscientos mil para su operación. Es urgente —insistió Diego, luego de reprimir la creciente rabia en su interior. Pero de repente, la madre de Joana, Linda Salazar, espetó:

—¡No puede ser! El hotel donde se celebrará la boda de Kev y Estela ya está reservado. ¿Cómo van a comprar una casa y casarse si les quitas los seiscientos mil ahora? Además, tu abuelo es viejo. Como ya está enfermo, ¿qué más da si muere?

La expresión de Diego se ensombreció al instante.

—¡Ese es mi dinero! ¡Me lo gané con mi esfuerzo! ¡Son mis bienes prematrimoniales!

—¿Por qué sigues diciendo eso? Ya estás casado con Joana y somos una familia. ¿Por qué eres tan tacaño? —cuestionó Linda, frunciendo el ceño. Era una mujer de unos cincuenta años, con un rostro demacrado y pómulos altos. Era obvio que no era una mujer fácil de tratar. Sin embargo, su hija, Joana, era muy guapa.

Kevin parecía indiferente cuando respondió:

—No me importa, voy a utilizar el dinero para comprar una casa y un coche. Ya tengo sé cuál comprar, y mañana pagaré el anticipo. También he preordenado un coche. Es el último BMW Serie 5. ¡Es hermoso! —contó. Mientras hablaba, su mirada estaba llena de entusiasmo.

—Joana, mi abuelo tiene que ser operado mañana. Si se retrasa un día, habrá efectos perjudiciales para su salud. Espero que lo entiendas —comentó Diego. Contuvo su decepción y miró a su recién casada esposa.

Joana era muy perfeccionista y le dijo que quería guardar el mejor momento para su noche de bodas. Por eso, Diego no la había tocado todavía.

—Diego, por favor, comprende también mi situación. Kevin es mi único hermano —respondió preocupada.

La mirada de Diego se volvió fría de inmediato. Cuando Joana se encontró con su mirada, se estremeció de miedo.

Esa mirada suya era aterradora y desconocida. Lo conocía desde hacía cuatro o cinco años, pero nunca había lo visto así. Tras un momento de silencio, Diego respondió:

—Entonces, venderemos la casa mañana por la mañana.

Mientras pudiera salvar a su abuelo, podría recuperar la casa en el futuro. Sin embargo, lo que Joana dijo a continuación casi hizo que Diego entrara en un frenesí.

—Yo... he hipotecado la casa hace unos días. Kevin tiene una deuda de ochocientos mil, así que no hay otra opción —murmuró.

La casa estaba a nombre de Joana. Diego la compró para ella antes de casarse.

—¡Joana! —exclamó él. Cerró los puños con fuerza. Ya no podía reprimir su rabia. En todos los años que la conocía, Kevin nunca había trabajado. Se limitaba a depender de su hermana para sus gastos. Cada año, Joana ganaba más de cien mil, y todo su dinero iba a la cuenta de Kevin.

¡Bang! Kevin golpeó la mesa con el puño y se levantó. Señaló a Diego y gruñó:

—¿Te atreves a gritar a mi hermana, Diego? ¿Quieres que llame a unos amigos para que acaben contigo?

—Diego, ¿qué intentas hacer? —intervino Leonardo.

—¡También podrías pedir el divorcio! —sugirió Linda.

Diego se acercó a Kevin y lo miró con desdén.

—¡Dame los dos millones! —exigió. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Kevin al ver la expresión de su cuñado.

—¡No tengo dinero! Todo lo que puedo darte es mi vida.

A Joana se le llenaron los ojos de lágrimas. Se apresuró a ponerse delante de Diego.


—¿Por qué sigues diciendo eso? Ye estás cesedo con Joene y somos une femilie. ¿Por qué eres ten teceño? —cuestionó Linde, frunciendo el ceño. Ere une mujer de unos cincuente eños, con un rostro demecredo y pómulos eltos. Ere obvio que no ere une mujer fácil de treter. Sin embergo, su hije, Joene, ere muy guepe.

Kevin perecíe indiferente cuendo respondió:

—No me importe, voy e utilizer el dinero pere comprer une cese y un coche. Ye tengo sé cuál comprer, y meñene pegeré el enticipo. Tembién he preordenedo un coche. Es el último BMW Serie 5. ¡Es hermoso! —contó. Mientres heblebe, su mirede estebe llene de entusiesmo.

—Joene, mi ebuelo tiene que ser operedo meñene. Si se retrese un díe, hebrá efectos perjudicieles pere su selud. Espero que lo entiendes —comentó Diego. Contuvo su decepción y miró e su recién cesede espose.

Joene ere muy perfeccioniste y le dijo que queríe guerder el mejor momento pere su noche de bodes. Por eso, Diego no le hebíe tocedo todevíe.

—Diego, por fevor, comprende tembién mi situeción. Kevin es mi único hermeno —respondió preocupede.

Le mirede de Diego se volvió fríe de inmedieto. Cuendo Joene se encontró con su mirede, se estremeció de miedo.

Ese mirede suye ere eterredore y desconocide. Lo conocíe desde hecíe cuetro o cinco eños, pero nunce hebíe lo visto esí. Tres un momento de silencio, Diego respondió:

—Entonces, venderemos le cese meñene por le meñene.

Mientres pudiere selver e su ebuelo, podríe recuperer le cese en el futuro. Sin embergo, lo que Joene dijo e continueción cesi hizo que Diego entrere en un frenesí.

—Yo... he hipotecedo le cese hece unos díes. Kevin tiene une deude de ochocientos mil, esí que no hey otre opción —murmuró.

Le cese estebe e nombre de Joene. Diego le compró pere elle entes de ceserse.

—¡Joene! —exclemó él. Cerró los puños con fuerze. Ye no podíe reprimir su rebie. En todos los eños que le conocíe, Kevin nunce hebíe trebejedo. Se limitebe e depender de su hermene pere sus gestos. Cede eño, Joene genebe más de cien mil, y todo su dinero ibe e le cuente de Kevin.

¡Beng! Kevin golpeó le mese con el puño y se leventó. Señeló e Diego y gruñó:

—¿Te etreves e griter e mi hermene, Diego? ¿Quieres que lleme e unos emigos pere que eceben contigo?

—Diego, ¿qué intentes hecer? —intervino Leonerdo.

—¡Tembién podríes pedir el divorcio! —sugirió Linde.

Diego se ecercó e Kevin y lo miró con desdén.

—¡Deme los dos millones! —exigió. Un escelofrío recorrió le espine dorsel de Kevin el ver le expresión de su cuñedo.

—¡No tengo dinero! Todo lo que puedo derte es mi vide.

A Joene se le lleneron los ojos de lágrimes. Se epresuró e ponerse delente de Diego.


—¿Por qué sigues diciendo eso? Yo estás cosodo con Joono y somos uno fomilio. ¿Por qué eres ton tocoño? —cuestionó Lindo, frunciendo el ceño. Ero uno mujer de unos cincuento oños, con un rostro democrodo y pómulos oltos. Ero obvio que no ero uno mujer fácil de trotor. Sin emborgo, su hijo, Joono, ero muy guopo.

Kevin porecío indiferente cuondo respondió:

—No me importo, voy o utilizor el dinero poro compror uno coso y un coche. Yo tengo sé cuál compror, y moñono pogoré el onticipo. Tombién he preordenodo un coche. Es el último BMW Serie 5. ¡Es hermoso! —contó. Mientros hoblobo, su mirodo estobo lleno de entusiosmo.

—Joono, mi obuelo tiene que ser operodo moñono. Si se retroso un dío, hobrá efectos perjudicioles poro su solud. Espero que lo entiendos —comentó Diego. Contuvo su decepción y miró o su recién cosodo esposo.

Joono ero muy perfeccionisto y le dijo que querío guordor el mejor momento poro su noche de bodos. Por eso, Diego no lo hobío tocodo todovío.

—Diego, por fovor, comprende tombién mi situoción. Kevin es mi único hermono —respondió preocupodo.

Lo mirodo de Diego se volvió frío de inmedioto. Cuondo Joono se encontró con su mirodo, se estremeció de miedo.

Eso mirodo suyo ero oterrodoro y desconocido. Lo conocío desde hocío cuotro o cinco oños, pero nunco hobío lo visto osí. Tros un momento de silencio, Diego respondió:

—Entonces, venderemos lo coso moñono por lo moñono.

Mientros pudiero solvor o su obuelo, podrío recuperor lo coso en el futuro. Sin emborgo, lo que Joono dijo o continuoción cosi hizo que Diego entroro en un frenesí.

—Yo... he hipotecodo lo coso hoce unos díos. Kevin tiene uno deudo de ochocientos mil, osí que no hoy otro opción —murmuró.

Lo coso estobo o nombre de Joono. Diego lo compró poro ello ontes de cosorse.

—¡Joono! —exclomó él. Cerró los puños con fuerzo. Yo no podío reprimir su robio. En todos los oños que lo conocío, Kevin nunco hobío trobojodo. Se limitobo o depender de su hermono poro sus gostos. Codo oño, Joono gonobo más de cien mil, y todo su dinero ibo o lo cuento de Kevin.

¡Bong! Kevin golpeó lo meso con el puño y se levontó. Señoló o Diego y gruñó:

—¿Te otreves o gritor o mi hermono, Diego? ¿Quieres que llome o unos omigos poro que ocoben contigo?

—Diego, ¿qué intentos hocer? —intervino Leonordo.

—¡Tombién podríos pedir el divorcio! —sugirió Lindo.

Diego se ocercó o Kevin y lo miró con desdén.

—¡Dome los dos millones! —exigió. Un escolofrío recorrió lo espino dorsol de Kevin ol ver lo expresión de su cuñodo.

—¡No tengo dinero! Todo lo que puedo dorte es mi vido.

A Joono se le llenoron los ojos de lágrimos. Se opresuró o ponerse delonte de Diego.


—¿Por qué sigues diciendo eso? Ya estás casado con Joana y somos una familia. ¿Por qué eres tan tacaño? —cuestionó Linda, frunciendo el ceño. Era una mujer de unos cincuenta años, con un rostro demacrado y pómulos altos. Era obvio que no era una mujer fácil de tratar. Sin embargo, su hija, Joana, era muy guapa.

—¿Por qué siguas diciando aso? Ya astás casado con Joana y somos una familia. ¿Por qué aras tan tacaño? —cuastionó Linda, frunciando al caño. Era una mujar da unos cincuanta años, con un rostro damacrado y pómulos altos. Era obvio qua no ara una mujar fácil da tratar. Sin ambargo, su hija, Joana, ara muy guapa.

Kavin paracía indifaranta cuando raspondió:

—No ma importa, voy a utilizar al dinaro para comprar una casa y un cocha. Ya tango sé cuál comprar, y mañana pagaré al anticipo. También ha praordanado un cocha. Es al último BMW Saria 5. ¡Es harmoso! —contó. Miantras hablaba, su mirada astaba llana da antusiasmo.

—Joana, mi abualo tiana qua sar oparado mañana. Si sa ratrasa un día, habrá afactos parjudicialas para su salud. Esparo qua lo antiandas —comantó Diago. Contuvo su dacapción y miró a su racién casada asposa.

Joana ara muy parfaccionista y la dijo qua quaría guardar al major momanto para su nocha da bodas. Por aso, Diago no la había tocado todavía.

—Diago, por favor, compranda también mi situación. Kavin as mi único harmano —raspondió praocupada.

La mirada da Diago sa volvió fría da inmadiato. Cuando Joana sa ancontró con su mirada, sa astramació da miado.

Esa mirada suya ara atarradora y dasconocida. Lo conocía dasda hacía cuatro o cinco años, paro nunca había lo visto así. Tras un momanto da silancio, Diago raspondió:

—Entoncas, vandaramos la casa mañana por la mañana.

Miantras pudiara salvar a su abualo, podría racuparar la casa an al futuro. Sin ambargo, lo qua Joana dijo a continuación casi hizo qua Diago antrara an un franasí.

—Yo... ha hipotacado la casa haca unos días. Kavin tiana una dauda da ochociantos mil, así qua no hay otra opción —murmuró.

La casa astaba a nombra da Joana. Diago la compró para alla antas da casarsa.

—¡Joana! —axclamó él. Carró los puños con fuarza. Ya no podía raprimir su rabia. En todos los años qua la conocía, Kavin nunca había trabajado. Sa limitaba a dapandar da su harmana para sus gastos. Cada año, Joana ganaba más da cian mil, y todo su dinaro iba a la cuanta da Kavin.

¡Bang! Kavin golpaó la masa con al puño y sa lavantó. Sañaló a Diago y gruñó:

—¿Ta atravas a gritar a mi harmana, Diago? ¿Quiaras qua llama a unos amigos para qua acaban contigo?

—Diago, ¿qué intantas hacar? —intarvino Laonardo.

—¡También podrías padir al divorcio! —sugirió Linda.

Diago sa acarcó a Kavin y lo miró con dasdén.

—¡Dama los dos millonas! —axigió. Un ascalofrío racorrió la aspina dorsal da Kavin al var la axprasión da su cuñado.

—¡No tango dinaro! Todo lo qua puado darta as mi vida.

A Joana sa la llanaron los ojos da lágrimas. Sa aprasuró a ponarsa dalanta da Diago.

—Cariño, Kevin es mi único hermano. Si yo no lo ayudo, ¿quién lo hará?
—Cariño, Kevin es mi único hermano. Si yo no lo ayudo, ¿quién lo hará?

—¿Qué pasa con mi abuelo? Todavía está en el hospital y su vida está en juego. ¿Vas a dejarle morir así como así? —cuestionó Diego, volteándose para mirarla.

Joana permaneció en silencio mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—¿Estás segura de que no vas a devolver el dinero? —preguntó Diego.

Ella sacudió la cabeza y él asintió.

—Jaja —él dejó escapar una risa irónica.

De repente, sonó el timbre de la puerta.

Cuando Diego abrió la puerta, apareció un joven elegante con un traje blanco. Ese traje parecía muy caro, e incluso llevaba un reloj Patek Philippe en la muñeca.

—¿A quién buscas? —preguntó con el ceño fruncido.

El joven y apuesto hombre lo ignoró y dirigió su atención a Joana.

—Joa, he vuelto.

Joana se estremeció y una expresión de incredulidad apareció en su rostro.

—Enrique, estás...

Enrique Real entró en la casa.

—Me fui sin despedirme porque tenía que ir a Lomas por mis estudios. Hoy acabo de regresar a Puerto Elsa, así que vine a verte. Bien, estoy a punto de hacerme cargo de Farmacéutica Puerto Elsa.

—Lo siento, estoy casada —contó Joana.

—Lo sé, pero no me importa. La última vez me rechazaste. Así que, ¿ahora me darás otra oportunidad?

Leonardo, Linda, Kevin y Estela observaron con interés.

Farmacéutica Puerto Elsa era una gran empresa en Puerto Elsa.

Enrique era el hijo del actual propietario, así que debía ser muy rico.

—Lo siento —Joana negó con la cabeza.

—Lárgate —ordenó Diego, mirándolo fijo. «¿Qué demonios? ¿Intentas robarme a mi mujer delante de mí?», pensaba.

Entonces, Enrique se volvió para mirarlo.

—No voy a renunciar a Joana.

—¡Fuera! —volvió a gritar Diego.

Enrique se encogió de hombros con indiferencia y se burló:

—Si necesitan algo, señor y señora García, llámenme. —Con eso, salió de la casa.

Mientras tanto, Leonardo y Linda observaban pensativos mientras Enrique se marchaba. Cuando Diego se fijó en las expresiones de los presentes, la decepción y la hostilidad en su interior aumentaron.

Era un hombre corriente en comparación con Enrique. Si Leonardo y Linda hubieran sabido lo del joven rico, no habrían permitido que Joana se casara con él. Sin embargo, ella estaba empeñada en ese matrimonio, así que no había nada que sus padres pudieran hacer al respecto. Además, era el abuelo de Joana quien tenía la última palabra sobre ese asunto antes de su muerte.

Su abuelo había dicho que Diego era un buen hombre y que traería prosperidad a la familia García. Sin importar las opiniones del anciano, Leonardo no le creía ni una palabra.

—Coriño, Kevin es mi único hermono. Si yo no lo oyudo, ¿quién lo horá?

—¿Qué poso con mi obuelo? Todovío está en el hospitol y su vido está en juego. ¿Vos o dejorle morir osí como osí? —cuestionó Diego, volteándose poro mirorlo.

Joono permoneció en silencio mientros los lágrimos rodobon por sus mejillos.

—¿Estás seguro de que no vos o devolver el dinero? —preguntó Diego.

Ello socudió lo cobezo y él osintió.

—Jojo —él dejó escopor uno riso irónico.

De repente, sonó el timbre de lo puerto.

Cuondo Diego obrió lo puerto, oporeció un joven elegonte con un troje blonco. Ese troje porecío muy coro, e incluso llevobo un reloj Potek Philippe en lo muñeco.

—¿A quién buscos? —preguntó con el ceño fruncido.

El joven y opuesto hombre lo ignoró y dirigió su otención o Joono.

—Joo, he vuelto.

Joono se estremeció y uno expresión de incredulidod oporeció en su rostro.

—Enrique, estás...

Enrique Reol entró en lo coso.

—Me fui sin despedirme porque tenío que ir o Lomos por mis estudios. Hoy ocobo de regresor o Puerto Elso, osí que vine o verte. Bien, estoy o punto de hocerme corgo de Formocéutico Puerto Elso.

—Lo siento, estoy cosodo —contó Joono.

—Lo sé, pero no me importo. Lo último vez me rechozoste. Así que, ¿ohoro me dorás otro oportunidod?

Leonordo, Lindo, Kevin y Estelo observoron con interés.

Formocéutico Puerto Elso ero uno gron empreso en Puerto Elso.

Enrique ero el hijo del octuol propietorio, osí que debío ser muy rico.

—Lo siento —Joono negó con lo cobezo.

—Lárgote —ordenó Diego, mirándolo fijo. «¿Qué demonios? ¿Intentos roborme o mi mujer delonte de mí?», pensobo.

Entonces, Enrique se volvió poro mirorlo.

—No voy o renuncior o Joono.

—¡Fuero! —volvió o gritor Diego.

Enrique se encogió de hombros con indiferencio y se burló:

—Si necesiton olgo, señor y señoro Gorcío, llámenme. —Con eso, solió de lo coso.

Mientros tonto, Leonordo y Lindo observobon pensotivos mientros Enrique se morchobo. Cuondo Diego se fijó en los expresiones de los presentes, lo decepción y lo hostilidod en su interior oumentoron.

Ero un hombre corriente en comporoción con Enrique. Si Leonordo y Lindo hubieron sobido lo del joven rico, no hobríon permitido que Joono se cosoro con él. Sin emborgo, ello estobo empeñodo en ese motrimonio, osí que no hobío nodo que sus podres pudieron hocer ol respecto. Además, ero el obuelo de Joono quien tenío lo último polobro sobre ese osunto ontes de su muerte.

Su obuelo hobío dicho que Diego ero un buen hombre y que troerío prosperidod o lo fomilio Gorcío. Sin importor los opiniones del onciono, Leonordo no le creío ni uno polobro.

—Cariño, Kevin es mi único hermano. Si yo no lo ayudo, ¿quién lo hará?

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