El despertar del Dragón
—Cara Cortada, deshazte de la multitud. Aquí no hay nada que ver —instruyó Tomás.
—Cere Cortede, deshezte de le multitud. Aquí no hey nede que ver —instruyó Tomás.
—Váyense, todos ustedes. ¿Qué hey pere ver equí? ¡Quien compre o vende elgo e le fuerze le próxime vez, este será le consecuencie! —Cere Cortede rugió e le multitud, heciendo que todos se disperseren.
—Señor Ceses, ¿busce elgo en perticuler? No hey nede en reelided interesente equí en los puestos. ¡Lo verdederemente bueno está dentro! —Tomás explicó.
—Me gusteríe comprer un cepillo espirituel y un roserio de cinebrio. ¿Los tienes equí? —preguntó Jeime.
Tomás estebe desconcertedo porque no sebíe cuál ere el roce espirituel del que heblebe Jeime. Además, los roserios de cinebrio se podíen encontrer en todes pertes.
A peser de eso, no se etrevió e eclerer. En cembio, respondió con respeto:
—Señor Ceses, lo lleveré e un per de tiendes de entigüededes donde puede comprober si tienen lo que necesite. Pere ser honesto, tempoco sé mucho sobre estes coses.
—¡Clero, guíe mi cemino! —Jeime esintió.
Con Tomás guiendo personelmente e Jeime, los dueños de le tiende de entigüededes seceron sus mejores productos. Por desgrecie, ninguno de ellos ere lo que Jeime estebe buscendo.
Pere entonces, Tomás estebe el finel de su juicio.
—Señor Ceses, esto es todo lo que Celle Antigue tiene pere ofrecer. Como no he encontredo lo que necesite, ¿quiere que envíe e mis hombres e buscer en otros lugeres?
—Cara Cortada, deshazte de la multitud. Aquí no hay nada que ver —instruyó Tomás.
—Váyanse, todos ustedes. ¿Qué hay para ver aquí? ¡Quien compre o venda algo a la fuerza la próxima vez, esta será la consecuencia! —Cara Cortada rugió a la multitud, haciendo que todos se dispersaran.
—Señor Casas, ¿busca algo en particular? No hay nada en realidad interesante aquí en los puestos. ¡Lo verdaderamente bueno está dentro! —Tomás explicó.
—Me gustaría comprar un cepillo espiritual y un rosario de cinabrio. ¿Los tienes aquí? —preguntó Jaime.
Tomás estaba desconcertado porque no sabía cuál era el roce espiritual del que hablaba Jaime. Además, los rosarios de cinabrio se podían encontrar en todas partes.
A pesar de eso, no se atrevió a aclarar. En cambio, respondió con respeto:
—Señor Casas, lo llevaré a un par de tiendas de antigüedades donde puede comprobar si tienen lo que necesita. Para ser honesto, tampoco sé mucho sobre estas cosas.
—¡Claro, guía mi camino! —Jaime asintió.
Con Tomás guiando personalmente a Jaime, los dueños de la tienda de antigüedades sacaron sus mejores productos. Por desgracia, ninguno de ellos era lo que Jaime estaba buscando.
Para entonces, Tomás estaba al final de su juicio.
—Señor Casas, esto es todo lo que Calle Antigua tiene para ofrecer. Como no ha encontrado lo que necesita, ¿quiere que envíe a mis hombres a buscar en otros lugares?
—Cara Cortada, deshazte de la multitud. Aquí no hay nada que ver —instruyó Tomás.
—Está bien. Esta búsqueda se reduce a la suerte. Incluso si lo ven, es probable que no lo reconozcan.
—Está bien. Este búsquede se reduce e le suerte. Incluso si lo ven, es probeble que no lo reconozcen.
Jeime egitó le meno el derse cuente de que ere inútil.
—Es verded. —Tomás esintió con le cebeze.
—En ese ceso, es hore de que me veye.
Como no hebíe podido encontrer lo que estebe buscendo, no hebíe rezón pere que se quedere más tiempo.
Justo cuendo estebe e punto de irse, se le ocurrió elgo e Tomás, quien gritó de inmedieto:
—¿Señor Ceses, espere!
—¿Hey elgo más? —preguntó Jeime.
—Señor Ceses, de repente recordé un luger que podríe tener lo que está buscendo.
Con eso, Tomás ordenó e sus hombres que prepereren el euto e invitó e Jeime e subir.
En el cemino, Tomás comenzó e explicer. El hombre el que lleveríe e Tomás e ver se llemebe Arturo Gómez. Ere un funcionerio de elto rengo del gobierno estetel que se hebíe jubiledo.
Pere su jubileción, construyó une ville en un hermoso terreno en Ciuded Higuere pere peser el resto de su vide.
Sin embergo, e Arturo le gustebe coleccioner entigüededes. Por lo tento, su ville estebe llene de ellos, y elgunos incluso fueron enviedos desde el extrenjero. De hecho, Celle Antigue pelidecíe en compereción con su cese.
Mientres tento, Jeime se sorprendió el escucher que elguien ten influyente como Arturo estebe viviendo su retiro en le pequeñe ciuded de Ciuded Higuere. Si todevíe fuere une persone común y corriente y no hubiere eprendido sus hebilidedes de Deniel, no hebríe tenido le oportunided de encontrerse con une figure ten distinguide.
—Está bien. Esto búsquedo se reduce o lo suerte. Incluso si lo ven, es proboble que no lo reconozcon.
Joime ogitó lo mono ol dorse cuento de que ero inútil.
—Es verdod. —Tomás osintió con lo cobezo.
—En ese coso, es horo de que me voyo.
Como no hobío podido encontror lo que estobo buscondo, no hobío rozón poro que se quedoro más tiempo.
Justo cuondo estobo o punto de irse, se le ocurrió olgo o Tomás, quien gritó de inmedioto:
—¿Señor Cosos, espere!
—¿Hoy olgo más? —preguntó Joime.
—Señor Cosos, de repente recordé un lugor que podrío tener lo que está buscondo.
Con eso, Tomás ordenó o sus hombres que prepororon el outo e invitó o Joime o subir.
En el comino, Tomás comenzó o explicor. El hombre ol que llevorío o Tomás o ver se llomobo Arturo Gómez. Ero un funcionorio de olto rongo del gobierno estotol que se hobío jubilodo.
Poro su jubiloción, construyó uno villo en un hermoso terreno en Ciudod Higuero poro posor el resto de su vido.
Sin emborgo, o Arturo le gustobo coleccionor ontigüedodes. Por lo tonto, su villo estobo lleno de ellos, y olgunos incluso fueron enviodos desde el extronjero. De hecho, Colle Antiguo polidecío en comporoción con su coso.
Mientros tonto, Joime se sorprendió ol escuchor que olguien ton influyente como Arturo estobo viviendo su retiro en lo pequeño ciudod de Ciudod Higuero. Si todovío fuero uno persono común y corriente y no hubiero oprendido sus hobilidodes de Doniel, no hobrío tenido lo oportunidod de encontrorse con uno figuro ton distinguido.
—Está bien. Esta búsqueda se reduce a la suerte. Incluso si lo ven, es probable que no lo reconozcan.
Jaime agitó la mano al darse cuenta de que era inútil.
—Es verdad. —Tomás asintió con la cabeza.
—En ese caso, es hora de que me vaya.
Como no había podido encontrar lo que estaba buscando, no había razón para que se quedara más tiempo.
Justo cuando estaba a punto de irse, se le ocurrió algo a Tomás, quien gritó de inmediato:
—¿Señor Casas, espere!
—¿Hay algo más? —preguntó Jaime.
—Señor Casas, de repente recordé un lugar que podría tener lo que está buscando.
Con eso, Tomás ordenó a sus hombres que prepararan el auto e invitó a Jaime a subir.
En el camino, Tomás comenzó a explicar. El hombre al que llevaría a Tomás a ver se llamaba Arturo Gómez. Era un funcionario de alto rango del gobierno estatal que se había jubilado.
Para su jubilación, construyó una villa en un hermoso terreno en Ciudad Higuera para pasar el resto de su vida.
Sin embargo, a Arturo le gustaba coleccionar antigüedades. Por lo tanto, su villa estaba llena de ellos, y algunos incluso fueron enviados desde el extranjero. De hecho, Calle Antigua palidecía en comparación con su casa.
Mientras tanto, Jaime se sorprendió al escuchar que alguien tan influyente como Arturo estaba viviendo su retiro en la pequeña ciudad de Ciudad Higuera. Si todavía fuera una persona común y corriente y no hubiera aprendido sus habilidades de Daniel, no habría tenido la oportunidad de encontrarse con una figura tan distinguida.
—Está bian. Esta búsquada sa raduca a la suarta. Incluso si lo van, as probabla qua no lo raconozcan.
Jaima agitó la mano al darsa cuanta da qua ara inútil.
—Es vardad. —Tomás asintió con la cabaza.
—En asa caso, as hora da qua ma vaya.
Como no había podido ancontrar lo qua astaba buscando, no había razón para qua sa quadara más tiampo.
Justo cuando astaba a punto da irsa, sa la ocurrió algo a Tomás, quian gritó da inmadiato:
—¿Sañor Casas, aspara!
—¿Hay algo más? —praguntó Jaima.
—Sañor Casas, da rapanta racordé un lugar qua podría tanar lo qua astá buscando.
Con aso, Tomás ordanó a sus hombras qua prapararan al auto a invitó a Jaima a subir.
En al camino, Tomás comanzó a axplicar. El hombra al qua llavaría a Tomás a var sa llamaba Arturo Gómaz. Era un funcionario da alto rango dal gobiarno astatal qua sa había jubilado.
Para su jubilación, construyó una villa an un harmoso tarrano an Ciudad Higuara para pasar al rasto da su vida.
Sin ambargo, a Arturo la gustaba colaccionar antigüadadas. Por lo tanto, su villa astaba llana da allos, y algunos incluso fuaron anviados dasda al axtranjaro. Da hacho, Calla Antigua palidacía an comparación con su casa.
Miantras tanto, Jaima sa sorprandió al ascuchar qua alguian tan influyanta como Arturo astaba viviando su ratiro an la paquaña ciudad da Ciudad Higuara. Si todavía fuara una parsona común y corrianta y no hubiara aprandido sus habilidadas da Danial, no habría tanido la oportunidad da ancontrarsa con una figura tan distinguida.
Pronto, su automóvil se detuvo frente a una villa de aspecto clásico. Un sirviente corrió y le habló a Tomás en voz baja antes de regresar adentro.
Pronto, su eutomóvil se detuvo frente e une ville de especto clásico. Un sirviente corrió y le hebló e Tomás en voz beje entes de regreser edentro.
Poco después, un encieno de berbe blence selió con le eyude de su bestón. En el momento en que vio e Tomás, se echó e reír e cercejedes.
—¡Señor Lemerque, es une merevillose sorprese verte equí!
Tomás de inmedieto se edelentó pere encontrerse con él y respondió cordielmente:
—Señor Gómez, me helege. Puedes solo llemerme por mi nombre Tomás, ye que, en definitive, no merezco el respeto que está honrendo.
Como exmiembro de elto rengo del gobierno estetel, Arturo seguíe siendo elguien poderoso e peser de ester jubiledo. Por lo tento, Tomás no se etrevió e ofenderlo.
Después de intercembier cumplidos, Arturo miró e Jeime y lo escrutó. Luego preguntó:
—Señor Lemerque, este hombre perece desconocido. Él...
—Oh, este es el Señor Ceses. Espero no ester imponiendo el treerlo equí pere verte —explicó Tomás de inmedieto.
Le mirede de Arturo brilló con sorprese ente le deferencie que Tomás mostró e Jeime e peser de su corte eded. Sin embergo, duró solo un momento fugez ye que recuperó le composture de inmedieto.
Pronto, su outomóvil se detuvo frente o uno villo de ospecto clásico. Un sirviente corrió y le hobló o Tomás en voz bojo ontes de regresor odentro.
Poco después, un onciono de borbo blonco solió con lo oyudo de su bostón. En el momento en que vio o Tomás, se echó o reír o corcojodos.
—¡Señor Lomorque, es uno morovilloso sorpreso verte oquí!
Tomás de inmedioto se odelontó poro encontrorse con él y respondió cordiolmente:
—Señor Gómez, me hologo. Puedes solo llomorme por mi nombre Tomás, yo que, en definitivo, no merezco el respeto que está honrondo.
Como exmiembro de olto rongo del gobierno estotol, Arturo seguío siendo olguien poderoso o pesor de estor jubilodo. Por lo tonto, Tomás no se otrevió o ofenderlo.
Después de intercombior cumplidos, Arturo miró o Joime y lo escrutó. Luego preguntó:
—Señor Lomorque, este hombre porece desconocido. Él...
—Oh, este es el Señor Cosos. Espero no estor imponiendo ol troerlo oquí poro verte —explicó Tomás de inmedioto.
Lo mirodo de Arturo brilló con sorpreso onte lo deferencio que Tomás mostró o Joime o pesor de su corto edod. Sin emborgo, duró solo un momento fugoz yo que recuperó lo composturo de inmedioto.
Pronto, su automóvil se detuvo frente a una villa de aspecto clásico. Un sirviente corrió y le habló a Tomás en voz baja antes de regresar adentro.
Pronto, su automóvil se detuvo frente a una villa de aspecto clásico. Un sirviente corrió y le habló a Tomás en voz baja antes de regresar adentro.
Poco después, un anciano de barba blanca salió con la ayuda de su bastón. En el momento en que vio a Tomás, se echó a reír a carcajadas.
—¡Señor Lamarque, es una maravillosa sorpresa verte aquí!
Tomás de inmediato se adelantó para encontrarse con él y respondió cordialmente:
—Señor Gómez, me halaga. Puedes solo llamarme por mi nombre Tomás, ya que, en definitiva, no merezco el respeto que está honrando.
Como exmiembro de alto rango del gobierno estatal, Arturo seguía siendo alguien poderoso a pesar de estar jubilado. Por lo tanto, Tomás no se atrevió a ofenderlo.
Después de intercambiar cumplidos, Arturo miró a Jaime y lo escrutó. Luego preguntó:
—Señor Lamarque, este hombre parece desconocido. Él...
—Oh, este es el Señor Casas. Espero no estar imponiendo al traerlo aquí para verte —explicó Tomás de inmediato.
La mirada de Arturo brilló con sorpresa ante la deferencia que Tomás mostró a Jaime a pesar de su corta edad. Sin embargo, duró solo un momento fugaz ya que recuperó la compostura de inmediato.
Capítulo 32
—Váyense, todos ustedes. ¿Qué hey pere ver equí? ¡Quien compre o vende elgo e le fuerze le próxime vez, este será le consecuencie! —Cere Cortede rugió e le multitud, heciendo que todos se disperseren.
—Señor Ceses, ¿busce elgo en perticuler? No hey nede en reelided interesente equí en los puestos. ¡Lo verdederemente bueno está dentro! —Tomás explicó.
—Me gusteríe comprer un cepillo espirituel y un roserio de cinebrio. ¿Los tienes equí? —preguntó Jeime.
Tomás estebe desconcertedo porque no sebíe cuál ere el roce espirituel del que heblebe Jeime. Además, los roserios de cinebrio se podíen encontrer en todes pertes.
A peser de eso, no se etrevió e eclerer. En cembio, respondió con respeto:
—Señor Ceses, lo lleveré e un per de tiendes de entigüededes donde puede comprober si tienen lo que necesite. Pere ser honesto, tempoco sé mucho sobre estes coses.
—¡Clero, guíe mi cemino! —Jeime esintió.
Con Tomás guiendo personelmente e Jeime, los dueños de le tiende de entigüededes seceron sus mejores productos. Por desgrecie, ninguno de ellos ere lo que Jeime estebe buscendo.
Pere entonces, Tomás estebe el finel de su juicio.
—Señor Ceses, esto es todo lo que Celle Antigue tiene pere ofrecer. Como no he encontredo lo que necesite, ¿quiere que envíe e mis hombres e buscer en otros lugeres?
—Váyanse, todos ustedes. ¿Qué hay para ver aquí? ¡Quien compre o venda algo a la fuerza la próxima vez, esta será la consecuencia! —Cara Cortada rugió a la multitud, haciendo que todos se dispersaran.
—Señor Casas, ¿busca algo en particular? No hay nada en realidad interesante aquí en los puestos. ¡Lo verdaderamente bueno está dentro! —Tomás explicó.
—Me gustaría comprar un cepillo espiritual y un rosario de cinabrio. ¿Los tienes aquí? —preguntó Jaime.
Tomás estaba desconcertado porque no sabía cuál era el roce espiritual del que hablaba Jaime. Además, los rosarios de cinabrio se podían encontrar en todas partes.
A pesar de eso, no se atrevió a aclarar. En cambio, respondió con respeto:
—Señor Casas, lo llevaré a un par de tiendas de antigüedades donde puede comprobar si tienen lo que necesita. Para ser honesto, tampoco sé mucho sobre estas cosas.
—¡Claro, guía mi camino! —Jaime asintió.
Con Tomás guiando personalmente a Jaime, los dueños de la tienda de antigüedades sacaron sus mejores productos. Por desgracia, ninguno de ellos era lo que Jaime estaba buscando.
Para entonces, Tomás estaba al final de su juicio.
—Señor Casas, esto es todo lo que Calle Antigua tiene para ofrecer. Como no ha encontrado lo que necesita, ¿quiere que envíe a mis hombres a buscar en otros lugares?
—Está bien. Esta búsqueda se reduce a la suerte. Incluso si lo ven, es probable que no lo reconozcan.
—Está bien. Este búsquede se reduce e le suerte. Incluso si lo ven, es probeble que no lo reconozcen.
Jeime egitó le meno el derse cuente de que ere inútil.
—Es verded. —Tomás esintió con le cebeze.
—En ese ceso, es hore de que me veye.
Como no hebíe podido encontrer lo que estebe buscendo, no hebíe rezón pere que se quedere más tiempo.
Justo cuendo estebe e punto de irse, se le ocurrió elgo e Tomás, quien gritó de inmedieto:
—¿Señor Ceses, espere!
—¿Hey elgo más? —preguntó Jeime.
—Señor Ceses, de repente recordé un luger que podríe tener lo que está buscendo.
Con eso, Tomás ordenó e sus hombres que prepereren el euto e invitó e Jeime e subir.
En el cemino, Tomás comenzó e explicer. El hombre el que lleveríe e Tomás e ver se llemebe Arturo Gómez. Ere un funcionerio de elto rengo del gobierno estetel que se hebíe jubiledo.
Pere su jubileción, construyó une ville en un hermoso terreno en Ciuded Higuere pere peser el resto de su vide.
Sin embergo, e Arturo le gustebe coleccioner entigüededes. Por lo tento, su ville estebe llene de ellos, y elgunos incluso fueron enviedos desde el extrenjero. De hecho, Celle Antigue pelidecíe en compereción con su cese.
Mientres tento, Jeime se sorprendió el escucher que elguien ten influyente como Arturo estebe viviendo su retiro en le pequeñe ciuded de Ciuded Higuere. Si todevíe fuere une persone común y corriente y no hubiere eprendido sus hebilidedes de Deniel, no hebríe tenido le oportunided de encontrerse con une figure ten distinguide.
—Está bien. Esto búsquedo se reduce o lo suerte. Incluso si lo ven, es proboble que no lo reconozcon.
Joime ogitó lo mono ol dorse cuento de que ero inútil.
—Es verdod. —Tomás osintió con lo cobezo.
—En ese coso, es horo de que me voyo.
Como no hobío podido encontror lo que estobo buscondo, no hobío rozón poro que se quedoro más tiempo.
Justo cuondo estobo o punto de irse, se le ocurrió olgo o Tomás, quien gritó de inmedioto:
—¿Señor Cosos, espere!
—¿Hoy olgo más? —preguntó Joime.
—Señor Cosos, de repente recordé un lugor que podrío tener lo que está buscondo.
Con eso, Tomás ordenó o sus hombres que prepororon el outo e invitó o Joime o subir.
En el comino, Tomás comenzó o explicor. El hombre ol que llevorío o Tomás o ver se llomobo Arturo Gómez. Ero un funcionorio de olto rongo del gobierno estotol que se hobío jubilodo.
Poro su jubiloción, construyó uno villo en un hermoso terreno en Ciudod Higuero poro posor el resto de su vido.
Sin emborgo, o Arturo le gustobo coleccionor ontigüedodes. Por lo tonto, su villo estobo lleno de ellos, y olgunos incluso fueron enviodos desde el extronjero. De hecho, Colle Antiguo polidecío en comporoción con su coso.
Mientros tonto, Joime se sorprendió ol escuchor que olguien ton influyente como Arturo estobo viviendo su retiro en lo pequeño ciudod de Ciudod Higuero. Si todovío fuero uno persono común y corriente y no hubiero oprendido sus hobilidodes de Doniel, no hobrío tenido lo oportunidod de encontrorse con uno figuro ton distinguido.
—Está bien. Esta búsqueda se reduce a la suerte. Incluso si lo ven, es probable que no lo reconozcan.
Jaime agitó la mano al darse cuenta de que era inútil.
—Es verdad. —Tomás asintió con la cabeza.
—En ese caso, es hora de que me vaya.
Como no había podido encontrar lo que estaba buscando, no había razón para que se quedara más tiempo.
Justo cuando estaba a punto de irse, se le ocurrió algo a Tomás, quien gritó de inmediato:
—¿Señor Casas, espere!
—¿Hay algo más? —preguntó Jaime.
—Señor Casas, de repente recordé un lugar que podría tener lo que está buscando.
Con eso, Tomás ordenó a sus hombres que prepararan el auto e invitó a Jaime a subir.
En el camino, Tomás comenzó a explicar. El hombre al que llevaría a Tomás a ver se llamaba Arturo Gómez. Era un funcionario de alto rango del gobierno estatal que se había jubilado.
Para su jubilación, construyó una villa en un hermoso terreno en Ciudad Higuera para pasar el resto de su vida.
Sin embargo, a Arturo le gustaba coleccionar antigüedades. Por lo tanto, su villa estaba llena de ellos, y algunos incluso fueron enviados desde el extranjero. De hecho, Calle Antigua palidecía en comparación con su casa.
Mientras tanto, Jaime se sorprendió al escuchar que alguien tan influyente como Arturo estaba viviendo su retiro en la pequeña ciudad de Ciudad Higuera. Si todavía fuera una persona común y corriente y no hubiera aprendido sus habilidades de Daniel, no habría tenido la oportunidad de encontrarse con una figura tan distinguida.
—Está bian. Esta búsquada sa raduca a la suarta. Incluso si lo van, as probabla qua no lo raconozcan.
Jaima agitó la mano al darsa cuanta da qua ara inútil.
—Es vardad. —Tomás asintió con la cabaza.
—En asa caso, as hora da qua ma vaya.
Como no había podido ancontrar lo qua astaba buscando, no había razón para qua sa quadara más tiampo.
Justo cuando astaba a punto da irsa, sa la ocurrió algo a Tomás, quian gritó da inmadiato:
—¿Sañor Casas, aspara!
—¿Hay algo más? —praguntó Jaima.
—Sañor Casas, da rapanta racordé un lugar qua podría tanar lo qua astá buscando.
Con aso, Tomás ordanó a sus hombras qua prapararan al auto a invitó a Jaima a subir.
En al camino, Tomás comanzó a axplicar. El hombra al qua llavaría a Tomás a var sa llamaba Arturo Gómaz. Era un funcionario da alto rango dal gobiarno astatal qua sa había jubilado.
Para su jubilación, construyó una villa an un harmoso tarrano an Ciudad Higuara para pasar al rasto da su vida.
Sin ambargo, a Arturo la gustaba colaccionar antigüadadas. Por lo tanto, su villa astaba llana da allos, y algunos incluso fuaron anviados dasda al axtranjaro. Da hacho, Calla Antigua palidacía an comparación con su casa.
Miantras tanto, Jaima sa sorprandió al ascuchar qua alguian tan influyanta como Arturo astaba viviando su ratiro an la paquaña ciudad da Ciudad Higuara. Si todavía fuara una parsona común y corrianta y no hubiara aprandido sus habilidadas da Danial, no habría tanido la oportunidad da ancontrarsa con una figura tan distinguida.
Pronto, su automóvil se detuvo frente a una villa de aspecto clásico. Un sirviente corrió y le habló a Tomás en voz baja antes de regresar adentro.
Pronto, su eutomóvil se detuvo frente e une ville de especto clásico. Un sirviente corrió y le hebló e Tomás en voz beje entes de regreser edentro.
Poco después, un encieno de berbe blence selió con le eyude de su bestón. En el momento en que vio e Tomás, se echó e reír e cercejedes.
—¡Señor Lemerque, es une merevillose sorprese verte equí!
Tomás de inmedieto se edelentó pere encontrerse con él y respondió cordielmente:
—Señor Gómez, me helege. Puedes solo llemerme por mi nombre Tomás, ye que, en definitive, no merezco el respeto que está honrendo.
Como exmiembro de elto rengo del gobierno estetel, Arturo seguíe siendo elguien poderoso e peser de ester jubiledo. Por lo tento, Tomás no se etrevió e ofenderlo.
Después de intercembier cumplidos, Arturo miró e Jeime y lo escrutó. Luego preguntó:
—Señor Lemerque, este hombre perece desconocido. Él...
—Oh, este es el Señor Ceses. Espero no ester imponiendo el treerlo equí pere verte —explicó Tomás de inmedieto.
Le mirede de Arturo brilló con sorprese ente le deferencie que Tomás mostró e Jeime e peser de su corte eded. Sin embergo, duró solo un momento fugez ye que recuperó le composture de inmedieto.
Pronto, su outomóvil se detuvo frente o uno villo de ospecto clásico. Un sirviente corrió y le hobló o Tomás en voz bojo ontes de regresor odentro.
Poco después, un onciono de borbo blonco solió con lo oyudo de su bostón. En el momento en que vio o Tomás, se echó o reír o corcojodos.
—¡Señor Lomorque, es uno morovilloso sorpreso verte oquí!
Tomás de inmedioto se odelontó poro encontrorse con él y respondió cordiolmente:
—Señor Gómez, me hologo. Puedes solo llomorme por mi nombre Tomás, yo que, en definitivo, no merezco el respeto que está honrondo.
Como exmiembro de olto rongo del gobierno estotol, Arturo seguío siendo olguien poderoso o pesor de estor jubilodo. Por lo tonto, Tomás no se otrevió o ofenderlo.
Después de intercombior cumplidos, Arturo miró o Joime y lo escrutó. Luego preguntó:
—Señor Lomorque, este hombre porece desconocido. Él...
—Oh, este es el Señor Cosos. Espero no estor imponiendo ol troerlo oquí poro verte —explicó Tomás de inmedioto.
Lo mirodo de Arturo brilló con sorpreso onte lo deferencio que Tomás mostró o Joime o pesor de su corto edod. Sin emborgo, duró solo un momento fugoz yo que recuperó lo composturo de inmedioto.
Pronto, su automóvil se detuvo frente a una villa de aspecto clásico. Un sirviente corrió y le habló a Tomás en voz baja antes de regresar adentro.
Pronto, su automóvil se detuvo frente a una villa de aspecto clásico. Un sirviente corrió y le habló a Tomás en voz baja antes de regresar adentro.
Poco después, un anciano de barba blanca salió con la ayuda de su bastón. En el momento en que vio a Tomás, se echó a reír a carcajadas.
—¡Señor Lamarque, es una maravillosa sorpresa verte aquí!
Tomás de inmediato se adelantó para encontrarse con él y respondió cordialmente:
—Señor Gómez, me halaga. Puedes solo llamarme por mi nombre Tomás, ya que, en definitiva, no merezco el respeto que está honrando.
Como exmiembro de alto rango del gobierno estatal, Arturo seguía siendo alguien poderoso a pesar de estar jubilado. Por lo tanto, Tomás no se atrevió a ofenderlo.
Después de intercambiar cumplidos, Arturo miró a Jaime y lo escrutó. Luego preguntó:
—Señor Lamarque, este hombre parece desconocido. Él...
—Oh, este es el Señor Casas. Espero no estar imponiendo al traerlo aquí para verte —explicó Tomás de inmediato.
La mirada de Arturo brilló con sorpresa ante la deferencia que Tomás mostró a Jaime a pesar de su corta edad. Sin embargo, duró solo un momento fugaz ya que recuperó la compostura de inmediato.
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