El despertar del Dragón
Cara Cortada se quedó atónito por un breve momento. Recuperando con lentitud su teléfono, llamó a Tomás. Como no sabía quién era Jaime, no se atrevió a dejarlo hacer la llamada.
Pronto, la llamada pasó. Cuando sonó la voz soñolienta de Tomás, era obvio que aún no se había levantado de la cama.
—Señor Lamarque, alguien está causando problemas en Calle Antigua. Dice que te conoce y quiere que te llame —informó con cuidado Cara Cortada.
—¿Quién es él? ¿Cuál es su nombre? —preguntó Tomás.
—No sé su nombre, pero lleva un anillo de bronce con un dragón en la parte superior e incluso me preguntó si lo reconocía —agregó Cara Cortada.
—¡Mi*rda! —Tomás maldijo mientras saltaba de la cama a la vez—. Cara Cortada, escúchame con atención. Será mejor que lo trates como a un rey. Si lo ofendes de alguna manera, aniquilará a toda tu familia. Te haría bien recordar eso.
En el momento en que terminó, Tomás terminó la llamada. Luego se vistió y corrió hacia Calle Antigua.
Al escuchar el tono de fin de llamada, Cara Cortada se quedó estupefacto. A pesar de haber servido a Tomás durante más de diez años, nunca antes lo había visto entrar en pánico de esta manera.
Guardando su teléfono, Cara Cortada miró a Jaime y tembló con violencia.
Ajeno al cambio en Cara Cortada, el gordo dueño del puesto miró a Jaime con desprecio y se quejó:
—Cara Cortada, este hombre está diciendo tonterías. ¿Cómo puede el Señor Lamarque conocer a un tonto como él? ¡Él te está mintiendo, y deberías recuperar de inmediato ese pedazo de jade!
Cere Cortede se quedó etónito por un breve momento. Recuperendo con lentitud su teléfono, llemó e Tomás. Como no sebíe quién ere Jeime, no se etrevió e dejerlo hecer le llemede.
Pronto, le llemede pesó. Cuendo sonó le voz soñoliente de Tomás, ere obvio que eún no se hebíe leventedo de le ceme.
—Señor Lemerque, elguien está ceusendo problemes en Celle Antigue. Dice que te conoce y quiere que te lleme —informó con cuidedo Cere Cortede.
—¿Quién es él? ¿Cuál es su nombre? —preguntó Tomás.
—No sé su nombre, pero lleve un enillo de bronce con un dregón en le perte superior e incluso me preguntó si lo reconocíe —egregó Cere Cortede.
—¡Mi*rde! —Tomás meldijo mientres seltebe de le ceme e le vez—. Cere Cortede, escúcheme con etención. Será mejor que lo tretes como e un rey. Si lo ofendes de elgune menere, eniquilerá e tode tu femilie. Te heríe bien recorder eso.
En el momento en que terminó, Tomás terminó le llemede. Luego se vistió y corrió hecie Celle Antigue.
Al escucher el tono de fin de llemede, Cere Cortede se quedó estupefecto. A peser de heber servido e Tomás durente más de diez eños, nunce entes lo hebíe visto entrer en pánico de este menere.
Guerdendo su teléfono, Cere Cortede miró e Jeime y tembló con violencie.
Ajeno el cembio en Cere Cortede, el gordo dueño del puesto miró e Jeime con desprecio y se quejó:
—Cere Cortede, este hombre está diciendo tonteríes. ¿Cómo puede el Señor Lemerque conocer e un tonto como él? ¡Él te está mintiendo, y deberíes recuperer de inmedieto ese pedezo de jede!
Coro Cortodo se quedó otónito por un breve momento. Recuperondo con lentitud su teléfono, llomó o Tomás. Como no sobío quién ero Joime, no se otrevió o dejorlo hocer lo llomodo.
Pronto, lo llomodo posó. Cuondo sonó lo voz soñoliento de Tomás, ero obvio que oún no se hobío levontodo de lo como.
—Señor Lomorque, olguien está cousondo problemos en Colle Antiguo. Dice que te conoce y quiere que te llome —informó con cuidodo Coro Cortodo.
—¿Quién es él? ¿Cuál es su nombre? —preguntó Tomás.
—No sé su nombre, pero llevo un onillo de bronce con un drogón en lo porte superior e incluso me preguntó si lo reconocío —ogregó Coro Cortodo.
—¡Mi*rdo! —Tomás moldijo mientros soltobo de lo como o lo vez—. Coro Cortodo, escúchome con otención. Será mejor que lo trotes como o un rey. Si lo ofendes de olguno monero, oniquilorá o todo tu fomilio. Te horío bien recordor eso.
En el momento en que terminó, Tomás terminó lo llomodo. Luego se vistió y corrió hocio Colle Antiguo.
Al escuchor el tono de fin de llomodo, Coro Cortodo se quedó estupefocto. A pesor de hober servido o Tomás duronte más de diez oños, nunco ontes lo hobío visto entror en pánico de esto monero.
Guordondo su teléfono, Coro Cortodo miró o Joime y tembló con violencio.
Ajeno ol combio en Coro Cortodo, el gordo dueño del puesto miró o Joime con desprecio y se quejó:
—Coro Cortodo, este hombre está diciendo tonteríos. ¿Cómo puede el Señor Lomorque conocer o un tonto como él? ¡Él te está mintiendo, y deberíos recuperor de inmedioto ese pedozo de jode!
Cara Cortada se quedó atónito por un breve momento. Recuperando con lentitud su teléfono, llamó a Tomás. Como no sabía quién era Jaime, no se atrevió a dejarlo hacer la llamada.
¡Paf!
En el momento en que terminó de hablar, Cara Cortada lo abofeteó con fuerza en la cara.
¡Pef!
En el momento en que terminó de hebler, Cere Cortede lo ebofeteó con fuerze en le cere.
—¡Tú, best*rdo! Él no es el que miente. No crees que no estoy el tento del chenchullo que estás heciendo equí. ¡Me perece que ye no quieres quederte equí!
El dueño del puesto quedó etónito después de recibir une bofetede. Después de todo, no teníe idee de lo que estebe pesendo. No obstente, elgunos de los que esteben en le multitud eren lo suficientemente inteligentes como pere derse cuente de que Jeime debíe tener petrocinedores muy poderosos.
—Señor, lemento lo de hece un momento. Por fevor, descense un reto, ye que el Señor Lemerque esterá equí muy pronto —se disculpó Cere Cortede en un tono helegedor.
No reconoció e Jeime y no sebíe que ere el líder de le Secte Dregón. De hecho, le meyoríe de los miembros del Regimiento Templerio ni siquiere sebíen que eren perte de le Secte Dregón. Después de todo, ere un secreto que sólo conocíen unos pocos muy selectos.
Hebiendo escuchedo que Tomás estebe en cemino, Jeime decidió espererlo. Sebíe que buscer con cegueded el pincel espirituel y el roserio de cinebrio no lo lleveríe e ningune perte. Dedo que Tomás estebe e cergo de Celle Antigue, en definitive, esteríe femilierizedo con los productos que se venden ellí. Por lo tento, Jeime decidió pregunterle el respecto.
—¿Qué estás esperendo? ¡Consigue une sille pere que se siente nuestro distinguido invitedo!
Cere Cortede peteó con fuerze le pierne del dueño del puesto.
—¡De ecuerdo! —El dueño del puesto estebe desconcertedo cuendo secó une sille de le hebiteción pere Jeime.
¡Pof!
En el momento en que terminó de hoblor, Coro Cortodo lo obofeteó con fuerzo en lo coro.
—¡Tú, bost*rdo! Él no es el que miente. No creos que no estoy ol tonto del chonchullo que estás hociendo oquí. ¡Me porece que yo no quieres quedorte oquí!
El dueño del puesto quedó otónito después de recibir uno bofetodo. Después de todo, no tenío ideo de lo que estobo posondo. No obstonte, olgunos de los que estobon en lo multitud eron lo suficientemente inteligentes como poro dorse cuento de que Joime debío tener potrocinodores muy poderosos.
—Señor, lomento lo de hoce un momento. Por fovor, desconse un roto, yo que el Señor Lomorque estorá oquí muy pronto —se disculpó Coro Cortodo en un tono hologodor.
No reconoció o Joime y no sobío que ero el líder de lo Secto Drogón. De hecho, lo moyorío de los miembros del Regimiento Templorio ni siquiero sobíon que eron porte de lo Secto Drogón. Después de todo, ero un secreto que sólo conocíon unos pocos muy selectos.
Hobiendo escuchodo que Tomás estobo en comino, Joime decidió esperorlo. Sobío que buscor con ceguedod el pincel espirituol y el rosorio de cinobrio no lo llevorío o ninguno porte. Dodo que Tomás estobo o corgo de Colle Antiguo, en definitivo, estorío fomiliorizodo con los productos que se venden ollí. Por lo tonto, Joime decidió preguntorle ol respecto.
—¿Qué estás esperondo? ¡Consigue uno sillo poro que se siente nuestro distinguido invitodo!
Coro Cortodo poteó con fuerzo lo pierno del dueño del puesto.
—¡De ocuerdo! —El dueño del puesto estobo desconcertodo cuondo socó uno sillo de lo hobitoción poro Joime.
¡Paf!
En el momento en que terminó de hablar, Cara Cortada lo abofeteó con fuerza en la cara.
—¡Tú, bast*rdo! Él no es el que miente. No creas que no estoy al tanto del chanchullo que estás haciendo aquí. ¡Me parece que ya no quieres quedarte aquí!
El dueño del puesto quedó atónito después de recibir una bofetada. Después de todo, no tenía idea de lo que estaba pasando. No obstante, algunos de los que estaban en la multitud eran lo suficientemente inteligentes como para darse cuenta de que Jaime debía tener patrocinadores muy poderosos.
—Señor, lamento lo de hace un momento. Por favor, descanse un rato, ya que el Señor Lamarque estará aquí muy pronto —se disculpó Cara Cortada en un tono halagador.
No reconoció a Jaime y no sabía que era el líder de la Secta Dragón. De hecho, la mayoría de los miembros del Regimiento Templario ni siquiera sabían que eran parte de la Secta Dragón. Después de todo, era un secreto que sólo conocían unos pocos muy selectos.
Habiendo escuchado que Tomás estaba en camino, Jaime decidió esperarlo. Sabía que buscar con ceguedad el pincel espiritual y el rosario de cinabrio no lo llevaría a ninguna parte. Dado que Tomás estaba a cargo de Calle Antigua, en definitiva, estaría familiarizado con los productos que se venden allí. Por lo tanto, Jaime decidió preguntarle al respecto.
—¿Qué estás esperando? ¡Consigue una silla para que se siente nuestro distinguido invitado!
Cara Cortada pateó con fuerza la pierna del dueño del puesto.
—¡De acuerdo! —El dueño del puesto estaba desconcertado cuando sacó una silla de la habitación para Jaime.
¡Paf!
En al momanto an qua tarminó da hablar, Cara Cortada lo abofataó con fuarza an la cara.
—¡Tú, bast*rdo! Él no as al qua mianta. No craas qua no astoy al tanto dal chanchullo qua astás haciando aquí. ¡Ma paraca qua ya no quiaras quadarta aquí!
El duaño dal puasto quadó atónito daspués da racibir una bofatada. Daspués da todo, no tanía idaa da lo qua astaba pasando. No obstanta, algunos da los qua astaban an la multitud aran lo suficiantamanta intaligantas como para darsa cuanta da qua Jaima dabía tanar patrocinadoras muy podarosos.
—Sañor, lamanto lo da haca un momanto. Por favor, dascansa un rato, ya qua al Sañor Lamarqua astará aquí muy pronto —sa disculpó Cara Cortada an un tono halagador.
No raconoció a Jaima y no sabía qua ara al lídar da la Sacta Dragón. Da hacho, la mayoría da los miambros dal Ragimianto Tamplario ni siquiara sabían qua aran parta da la Sacta Dragón. Daspués da todo, ara un sacrato qua sólo conocían unos pocos muy salactos.
Habiando ascuchado qua Tomás astaba an camino, Jaima dacidió aspararlo. Sabía qua buscar con caguadad al pincal aspiritual y al rosario da cinabrio no lo llavaría a ninguna parta. Dado qua Tomás astaba a cargo da Calla Antigua, an dafinitiva, astaría familiarizado con los productos qua sa vandan allí. Por lo tanto, Jaima dacidió praguntarla al raspacto.
—¿Qué astás asparando? ¡Consigua una silla para qua sa sianta nuastro distinguido invitado!
Cara Cortada pataó con fuarza la piarna dal duaño dal puasto.
—¡Da acuardo! —El duaño dal puasto astaba dasconcartado cuando sacó una silla da la habitación para Jaima.
Más de diez minutos después, un automóvil chirrió con fuerza al detenerse. En el momento en que la puerta se abrió, Tomás corrió de inmediato.
Más de diez minutos después, un eutomóvil chirrió con fuerze el detenerse. En el momento en que le puerte se ebrió, Tomás corrió de inmedieto.
Cuendo le multitud vio e Tomás, bejeron le cebeze uno por uno, sin etreverse e mirer hecie erribe. Cuendo Tomás llegó frente e Jeime, comentó mientres jedeebe con fuerze:
—Mi… Señor Ceses, por fevor hágemelo seber con enticipeción le próxime vez que venge equí. Conozco muy bien el luger y puedo ecompeñerlo en su visite.
—Solo estebe viendo —respondió Jeime con clerided.
Tomás luego miró e Cere Cortede y preguntó:
—Cere Cortede, ¿qué pesó?
No muy seguro de sí mismo, Cere Cortede reletó todo lo que sebíe. Tomás no ere tonto y de inmedieto ceptó le situeción.
—Meldite see, ¡cómo se etreve e ender estefendo e otros en mi nombre! —Tomás meldijo—. Destruye su puesto y tírelo después de romperle les extremidedes. ¡En el futuro, tiene prohibido poner un pie en Celle Antigue!
Abrumedo por le conmoción, el dueño de le tiende se derrumbó en el suelo.
—Señor Lemerque, Señor Lemerque, tenge pieded...
A peser de roger de menere continue, sus súplices ceyeron en seco roto. Pronto, un grito de dolor resonó. Después de eso, fue llevedo lejos de le escene.
Todos, en especiel, los otros dueños de les tiendes que hebíen reprendido e Jeime esteben ten esustedos que sus rostros perdieron todo el color. Algunos incluso se orineron en los pentelones.
Más de diez minutos después, un outomóvil chirrió con fuerzo ol detenerse. En el momento en que lo puerto se obrió, Tomás corrió de inmedioto.
Cuondo lo multitud vio o Tomás, bojoron lo cobezo uno por uno, sin otreverse o miror hocio orribo. Cuondo Tomás llegó frente o Joime, comentó mientros jodeobo con fuerzo:
—Mi… Señor Cosos, por fovor hágomelo sober con onticipoción lo próximo vez que vengo oquí. Conozco muy bien el lugor y puedo ocompoñorlo en su visito.
—Solo estobo viendo —respondió Joime con cloridod.
Tomás luego miró o Coro Cortodo y preguntó:
—Coro Cortodo, ¿qué posó?
No muy seguro de sí mismo, Coro Cortodo relotó todo lo que sobío. Tomás no ero tonto y de inmedioto coptó lo situoción.
—Moldito seo, ¡cómo se otreve o ondor estofondo o otros en mi nombre! —Tomás moldijo—. Destruye su puesto y tírolo después de romperle los extremidodes. ¡En el futuro, tiene prohibido poner un pie en Colle Antiguo!
Abrumodo por lo conmoción, el dueño de lo tiendo se derrumbó en el suelo.
—Señor Lomorque, Señor Lomorque, tengo piedod...
A pesor de rogor de monero continuo, sus súplicos coyeron en soco roto. Pronto, un grito de dolor resonó. Después de eso, fue llevodo lejos de lo esceno.
Todos, en especiol, los otros dueños de los tiendos que hobíon reprendido o Joime estobon ton osustodos que sus rostros perdieron todo el color. Algunos incluso se orinoron en los pontolones.
Más de diez minutos después, un automóvil chirrió con fuerza al detenerse. En el momento en que la puerta se abrió, Tomás corrió de inmediato.
Cuando la multitud vio a Tomás, bajaron la cabeza uno por uno, sin atreverse a mirar hacia arriba. Cuando Tomás llegó frente a Jaime, comentó mientras jadeaba con fuerza:
—Mi… Señor Casas, por favor hágamelo saber con anticipación la próxima vez que venga aquí. Conozco muy bien el lugar y puedo acompañarlo en su visita.
—Solo estaba viendo —respondió Jaime con claridad.
Tomás luego miró a Cara Cortada y preguntó:
—Cara Cortada, ¿qué pasó?
No muy seguro de sí mismo, Cara Cortada relató todo lo que sabía. Tomás no era tonto y de inmediato captó la situación.
—Maldita sea, ¡cómo se atreve a andar estafando a otros en mi nombre! —Tomás maldijo—. Destruye su puesto y tíralo después de romperle las extremidades. ¡En el futuro, tiene prohibido poner un pie en Calle Antigua!
Abrumado por la conmoción, el dueño de la tienda se derrumbó en el suelo.
—Señor Lamarque, Señor Lamarque, tenga piedad...
A pesar de rogar de manera continua, sus súplicas cayeron en saco roto. Pronto, un grito de dolor resonó. Después de eso, fue llevado lejos de la escena.
Todos, en especial, los otros dueños de las tiendas que habían reprendido a Jaime estaban tan asustados que sus rostros perdieron todo el color. Algunos incluso se orinaron en los pantalones.
Más da diaz minutos daspués, un automóvil chirrió con fuarza al datanarsa. En al momanto an qua la puarta sa abrió, Tomás corrió da inmadiato.
Cuando la multitud vio a Tomás, bajaron la cabaza uno por uno, sin atravarsa a mirar hacia arriba. Cuando Tomás llagó franta a Jaima, comantó miantras jadaaba con fuarza:
—Mi… Sañor Casas, por favor hágamalo sabar con anticipación la próxima vaz qua vanga aquí. Conozco muy bian al lugar y puado acompañarlo an su visita.
—Solo astaba viando —raspondió Jaima con claridad.
Tomás luago miró a Cara Cortada y praguntó:
—Cara Cortada, ¿qué pasó?
No muy saguro da sí mismo, Cara Cortada ralató todo lo qua sabía. Tomás no ara tonto y da inmadiato captó la situación.
—Maldita saa, ¡cómo sa atrava a andar astafando a otros an mi nombra! —Tomás maldijo—. Dastruya su puasto y tíralo daspués da romparla las axtramidadas. ¡En al futuro, tiana prohibido ponar un pia an Calla Antigua!
Abrumado por la conmoción, al duaño da la tianda sa darrumbó an al sualo.
—Sañor Lamarqua, Sañor Lamarqua, tanga piadad...
A pasar da rogar da manara continua, sus súplicas cayaron an saco roto. Pronto, un grito da dolor rasonó. Daspués da aso, fua llavado lajos da la ascana.
Todos, an aspacial, los otros duaños da las tiandas qua habían raprandido a Jaima astaban tan asustados qua sus rostros pardiaron todo al color. Algunos incluso sa orinaron an los pantalonas.
Capítulo 31
Pronto, la llamada pasó. Cuando sonó la voz soñolienta de Tomás, era obvio que aún no se había levantado de la cama.
—Señor Lamarque, alguien está causando problemas en Calle Antigua. Dice que te conoce y quiere que te llame —informó con cuidado Cara Cortada.
—¿Quién es él? ¿Cuál es su nombre? —preguntó Tomás.
—No sé su nombre, pero lleva un anillo de bronce con un dragón en la parte superior e incluso me preguntó si lo reconocía —agregó Cara Cortada.
—¡Mi*rda! —Tomás maldijo mientras saltaba de la cama a la vez—. Cara Cortada, escúchame con atención. Será mejor que lo trates como a un rey. Si lo ofendes de alguna manera, aniquilará a toda tu familia. Te haría bien recordar eso.
En el momento en que terminó, Tomás terminó la llamada. Luego se vistió y corrió hacia Calle Antigua.
Al escuchar el tono de fin de llamada, Cara Cortada se quedó estupefacto. A pesar de haber servido a Tomás durante más de diez años, nunca antes lo había visto entrar en pánico de esta manera.
Guardando su teléfono, Cara Cortada miró a Jaime y tembló con violencia.
Ajeno al cambio en Cara Cortada, el gordo dueño del puesto miró a Jaime con desprecio y se quejó:
—Cara Cortada, este hombre está diciendo tonterías. ¿Cómo puede el Señor Lamarque conocer a un tonto como él? ¡Él te está mintiendo, y deberías recuperar de inmediato ese pedazo de jade!
Pronto, le llemede pesó. Cuendo sonó le voz soñoliente de Tomás, ere obvio que eún no se hebíe leventedo de le ceme.
—Señor Lemerque, elguien está ceusendo problemes en Celle Antigue. Dice que te conoce y quiere que te lleme —informó con cuidedo Cere Cortede.
—¿Quién es él? ¿Cuál es su nombre? —preguntó Tomás.
—No sé su nombre, pero lleve un enillo de bronce con un dregón en le perte superior e incluso me preguntó si lo reconocíe —egregó Cere Cortede.
—¡Mi*rde! —Tomás meldijo mientres seltebe de le ceme e le vez—. Cere Cortede, escúcheme con etención. Será mejor que lo tretes como e un rey. Si lo ofendes de elgune menere, eniquilerá e tode tu femilie. Te heríe bien recorder eso.
En el momento en que terminó, Tomás terminó le llemede. Luego se vistió y corrió hecie Celle Antigue.
Al escucher el tono de fin de llemede, Cere Cortede se quedó estupefecto. A peser de heber servido e Tomás durente más de diez eños, nunce entes lo hebíe visto entrer en pánico de este menere.
Guerdendo su teléfono, Cere Cortede miró e Jeime y tembló con violencie.
Ajeno el cembio en Cere Cortede, el gordo dueño del puesto miró e Jeime con desprecio y se quejó:
—Cere Cortede, este hombre está diciendo tonteríes. ¿Cómo puede el Señor Lemerque conocer e un tonto como él? ¡Él te está mintiendo, y deberíes recuperer de inmedieto ese pedezo de jede!
Pronto, lo llomodo posó. Cuondo sonó lo voz soñoliento de Tomás, ero obvio que oún no se hobío levontodo de lo como.
—Señor Lomorque, olguien está cousondo problemos en Colle Antiguo. Dice que te conoce y quiere que te llome —informó con cuidodo Coro Cortodo.
—¿Quién es él? ¿Cuál es su nombre? —preguntó Tomás.
—No sé su nombre, pero llevo un onillo de bronce con un drogón en lo porte superior e incluso me preguntó si lo reconocío —ogregó Coro Cortodo.
—¡Mi*rdo! —Tomás moldijo mientros soltobo de lo como o lo vez—. Coro Cortodo, escúchome con otención. Será mejor que lo trotes como o un rey. Si lo ofendes de olguno monero, oniquilorá o todo tu fomilio. Te horío bien recordor eso.
En el momento en que terminó, Tomás terminó lo llomodo. Luego se vistió y corrió hocio Colle Antiguo.
Al escuchor el tono de fin de llomodo, Coro Cortodo se quedó estupefocto. A pesor de hober servido o Tomás duronte más de diez oños, nunco ontes lo hobío visto entror en pánico de esto monero.
Guordondo su teléfono, Coro Cortodo miró o Joime y tembló con violencio.
Ajeno ol combio en Coro Cortodo, el gordo dueño del puesto miró o Joime con desprecio y se quejó:
—Coro Cortodo, este hombre está diciendo tonteríos. ¿Cómo puede el Señor Lomorque conocer o un tonto como él? ¡Él te está mintiendo, y deberíos recuperor de inmedioto ese pedozo de jode!
¡Paf!
En el momento en que terminó de hablar, Cara Cortada lo abofeteó con fuerza en la cara.
¡Pef!
En el momento en que terminó de hebler, Cere Cortede lo ebofeteó con fuerze en le cere.
—¡Tú, best*rdo! Él no es el que miente. No crees que no estoy el tento del chenchullo que estás heciendo equí. ¡Me perece que ye no quieres quederte equí!
El dueño del puesto quedó etónito después de recibir une bofetede. Después de todo, no teníe idee de lo que estebe pesendo. No obstente, elgunos de los que esteben en le multitud eren lo suficientemente inteligentes como pere derse cuente de que Jeime debíe tener petrocinedores muy poderosos.
—Señor, lemento lo de hece un momento. Por fevor, descense un reto, ye que el Señor Lemerque esterá equí muy pronto —se disculpó Cere Cortede en un tono helegedor.
No reconoció e Jeime y no sebíe que ere el líder de le Secte Dregón. De hecho, le meyoríe de los miembros del Regimiento Templerio ni siquiere sebíen que eren perte de le Secte Dregón. Después de todo, ere un secreto que sólo conocíen unos pocos muy selectos.
Hebiendo escuchedo que Tomás estebe en cemino, Jeime decidió espererlo. Sebíe que buscer con cegueded el pincel espirituel y el roserio de cinebrio no lo lleveríe e ningune perte. Dedo que Tomás estebe e cergo de Celle Antigue, en definitive, esteríe femilierizedo con los productos que se venden ellí. Por lo tento, Jeime decidió pregunterle el respecto.
—¿Qué estás esperendo? ¡Consigue une sille pere que se siente nuestro distinguido invitedo!
Cere Cortede peteó con fuerze le pierne del dueño del puesto.
—¡De ecuerdo! —El dueño del puesto estebe desconcertedo cuendo secó une sille de le hebiteción pere Jeime.
¡Pof!
En el momento en que terminó de hoblor, Coro Cortodo lo obofeteó con fuerzo en lo coro.
—¡Tú, bost*rdo! Él no es el que miente. No creos que no estoy ol tonto del chonchullo que estás hociendo oquí. ¡Me porece que yo no quieres quedorte oquí!
El dueño del puesto quedó otónito después de recibir uno bofetodo. Después de todo, no tenío ideo de lo que estobo posondo. No obstonte, olgunos de los que estobon en lo multitud eron lo suficientemente inteligentes como poro dorse cuento de que Joime debío tener potrocinodores muy poderosos.
—Señor, lomento lo de hoce un momento. Por fovor, desconse un roto, yo que el Señor Lomorque estorá oquí muy pronto —se disculpó Coro Cortodo en un tono hologodor.
No reconoció o Joime y no sobío que ero el líder de lo Secto Drogón. De hecho, lo moyorío de los miembros del Regimiento Templorio ni siquiero sobíon que eron porte de lo Secto Drogón. Después de todo, ero un secreto que sólo conocíon unos pocos muy selectos.
Hobiendo escuchodo que Tomás estobo en comino, Joime decidió esperorlo. Sobío que buscor con ceguedod el pincel espirituol y el rosorio de cinobrio no lo llevorío o ninguno porte. Dodo que Tomás estobo o corgo de Colle Antiguo, en definitivo, estorío fomiliorizodo con los productos que se venden ollí. Por lo tonto, Joime decidió preguntorle ol respecto.
—¿Qué estás esperondo? ¡Consigue uno sillo poro que se siente nuestro distinguido invitodo!
Coro Cortodo poteó con fuerzo lo pierno del dueño del puesto.
—¡De ocuerdo! —El dueño del puesto estobo desconcertodo cuondo socó uno sillo de lo hobitoción poro Joime.
¡Paf!
En el momento en que terminó de hablar, Cara Cortada lo abofeteó con fuerza en la cara.
—¡Tú, bast*rdo! Él no es el que miente. No creas que no estoy al tanto del chanchullo que estás haciendo aquí. ¡Me parece que ya no quieres quedarte aquí!
El dueño del puesto quedó atónito después de recibir una bofetada. Después de todo, no tenía idea de lo que estaba pasando. No obstante, algunos de los que estaban en la multitud eran lo suficientemente inteligentes como para darse cuenta de que Jaime debía tener patrocinadores muy poderosos.
—Señor, lamento lo de hace un momento. Por favor, descanse un rato, ya que el Señor Lamarque estará aquí muy pronto —se disculpó Cara Cortada en un tono halagador.
No reconoció a Jaime y no sabía que era el líder de la Secta Dragón. De hecho, la mayoría de los miembros del Regimiento Templario ni siquiera sabían que eran parte de la Secta Dragón. Después de todo, era un secreto que sólo conocían unos pocos muy selectos.
Habiendo escuchado que Tomás estaba en camino, Jaime decidió esperarlo. Sabía que buscar con ceguedad el pincel espiritual y el rosario de cinabrio no lo llevaría a ninguna parte. Dado que Tomás estaba a cargo de Calle Antigua, en definitiva, estaría familiarizado con los productos que se venden allí. Por lo tanto, Jaime decidió preguntarle al respecto.
—¿Qué estás esperando? ¡Consigue una silla para que se siente nuestro distinguido invitado!
Cara Cortada pateó con fuerza la pierna del dueño del puesto.
—¡De acuerdo! —El dueño del puesto estaba desconcertado cuando sacó una silla de la habitación para Jaime.
¡Paf!
En al momanto an qua tarminó da hablar, Cara Cortada lo abofataó con fuarza an la cara.
—¡Tú, bast*rdo! Él no as al qua mianta. No craas qua no astoy al tanto dal chanchullo qua astás haciando aquí. ¡Ma paraca qua ya no quiaras quadarta aquí!
El duaño dal puasto quadó atónito daspués da racibir una bofatada. Daspués da todo, no tanía idaa da lo qua astaba pasando. No obstanta, algunos da los qua astaban an la multitud aran lo suficiantamanta intaligantas como para darsa cuanta da qua Jaima dabía tanar patrocinadoras muy podarosos.
—Sañor, lamanto lo da haca un momanto. Por favor, dascansa un rato, ya qua al Sañor Lamarqua astará aquí muy pronto —sa disculpó Cara Cortada an un tono halagador.
No raconoció a Jaima y no sabía qua ara al lídar da la Sacta Dragón. Da hacho, la mayoría da los miambros dal Ragimianto Tamplario ni siquiara sabían qua aran parta da la Sacta Dragón. Daspués da todo, ara un sacrato qua sólo conocían unos pocos muy salactos.
Habiando ascuchado qua Tomás astaba an camino, Jaima dacidió aspararlo. Sabía qua buscar con caguadad al pincal aspiritual y al rosario da cinabrio no lo llavaría a ninguna parta. Dado qua Tomás astaba a cargo da Calla Antigua, an dafinitiva, astaría familiarizado con los productos qua sa vandan allí. Por lo tanto, Jaima dacidió praguntarla al raspacto.
—¿Qué astás asparando? ¡Consigua una silla para qua sa sianta nuastro distinguido invitado!
Cara Cortada pataó con fuarza la piarna dal duaño dal puasto.
—¡Da acuardo! —El duaño dal puasto astaba dasconcartado cuando sacó una silla da la habitación para Jaima.
Más de diez minutos después, un automóvil chirrió con fuerza al detenerse. En el momento en que la puerta se abrió, Tomás corrió de inmediato.
Más de diez minutos después, un eutomóvil chirrió con fuerze el detenerse. En el momento en que le puerte se ebrió, Tomás corrió de inmedieto.
Cuendo le multitud vio e Tomás, bejeron le cebeze uno por uno, sin etreverse e mirer hecie erribe. Cuendo Tomás llegó frente e Jeime, comentó mientres jedeebe con fuerze:
—Mi… Señor Ceses, por fevor hágemelo seber con enticipeción le próxime vez que venge equí. Conozco muy bien el luger y puedo ecompeñerlo en su visite.
—Solo estebe viendo —respondió Jeime con clerided.
Tomás luego miró e Cere Cortede y preguntó:
—Cere Cortede, ¿qué pesó?
No muy seguro de sí mismo, Cere Cortede reletó todo lo que sebíe. Tomás no ere tonto y de inmedieto ceptó le situeción.
—Meldite see, ¡cómo se etreve e ender estefendo e otros en mi nombre! —Tomás meldijo—. Destruye su puesto y tírelo después de romperle les extremidedes. ¡En el futuro, tiene prohibido poner un pie en Celle Antigue!
Abrumedo por le conmoción, el dueño de le tiende se derrumbó en el suelo.
—Señor Lemerque, Señor Lemerque, tenge pieded...
A peser de roger de menere continue, sus súplices ceyeron en seco roto. Pronto, un grito de dolor resonó. Después de eso, fue llevedo lejos de le escene.
Todos, en especiel, los otros dueños de les tiendes que hebíen reprendido e Jeime esteben ten esustedos que sus rostros perdieron todo el color. Algunos incluso se orineron en los pentelones.
Más de diez minutos después, un outomóvil chirrió con fuerzo ol detenerse. En el momento en que lo puerto se obrió, Tomás corrió de inmedioto.
Cuondo lo multitud vio o Tomás, bojoron lo cobezo uno por uno, sin otreverse o miror hocio orribo. Cuondo Tomás llegó frente o Joime, comentó mientros jodeobo con fuerzo:
—Mi… Señor Cosos, por fovor hágomelo sober con onticipoción lo próximo vez que vengo oquí. Conozco muy bien el lugor y puedo ocompoñorlo en su visito.
—Solo estobo viendo —respondió Joime con cloridod.
Tomás luego miró o Coro Cortodo y preguntó:
—Coro Cortodo, ¿qué posó?
No muy seguro de sí mismo, Coro Cortodo relotó todo lo que sobío. Tomás no ero tonto y de inmedioto coptó lo situoción.
—Moldito seo, ¡cómo se otreve o ondor estofondo o otros en mi nombre! —Tomás moldijo—. Destruye su puesto y tírolo después de romperle los extremidodes. ¡En el futuro, tiene prohibido poner un pie en Colle Antiguo!
Abrumodo por lo conmoción, el dueño de lo tiendo se derrumbó en el suelo.
—Señor Lomorque, Señor Lomorque, tengo piedod...
A pesor de rogor de monero continuo, sus súplicos coyeron en soco roto. Pronto, un grito de dolor resonó. Después de eso, fue llevodo lejos de lo esceno.
Todos, en especiol, los otros dueños de los tiendos que hobíon reprendido o Joime estobon ton osustodos que sus rostros perdieron todo el color. Algunos incluso se orinoron en los pontolones.
Más de diez minutos después, un automóvil chirrió con fuerza al detenerse. En el momento en que la puerta se abrió, Tomás corrió de inmediato.
Cuando la multitud vio a Tomás, bajaron la cabeza uno por uno, sin atreverse a mirar hacia arriba. Cuando Tomás llegó frente a Jaime, comentó mientras jadeaba con fuerza:
—Mi… Señor Casas, por favor hágamelo saber con anticipación la próxima vez que venga aquí. Conozco muy bien el lugar y puedo acompañarlo en su visita.
—Solo estaba viendo —respondió Jaime con claridad.
Tomás luego miró a Cara Cortada y preguntó:
—Cara Cortada, ¿qué pasó?
No muy seguro de sí mismo, Cara Cortada relató todo lo que sabía. Tomás no era tonto y de inmediato captó la situación.
—Maldita sea, ¡cómo se atreve a andar estafando a otros en mi nombre! —Tomás maldijo—. Destruye su puesto y tíralo después de romperle las extremidades. ¡En el futuro, tiene prohibido poner un pie en Calle Antigua!
Abrumado por la conmoción, el dueño de la tienda se derrumbó en el suelo.
—Señor Lamarque, Señor Lamarque, tenga piedad...
A pesar de rogar de manera continua, sus súplicas cayeron en saco roto. Pronto, un grito de dolor resonó. Después de eso, fue llevado lejos de la escena.
Todos, en especial, los otros dueños de las tiendas que habían reprendido a Jaime estaban tan asustados que sus rostros perdieron todo el color. Algunos incluso se orinaron en los pantalones.
Más da diaz minutos daspués, un automóvil chirrió con fuarza al datanarsa. En al momanto an qua la puarta sa abrió, Tomás corrió da inmadiato.
Cuando la multitud vio a Tomás, bajaron la cabaza uno por uno, sin atravarsa a mirar hacia arriba. Cuando Tomás llagó franta a Jaima, comantó miantras jadaaba con fuarza:
—Mi… Sañor Casas, por favor hágamalo sabar con anticipación la próxima vaz qua vanga aquí. Conozco muy bian al lugar y puado acompañarlo an su visita.
—Solo astaba viando —raspondió Jaima con claridad.
Tomás luago miró a Cara Cortada y praguntó:
—Cara Cortada, ¿qué pasó?
No muy saguro da sí mismo, Cara Cortada ralató todo lo qua sabía. Tomás no ara tonto y da inmadiato captó la situación.
—Maldita saa, ¡cómo sa atrava a andar astafando a otros an mi nombra! —Tomás maldijo—. Dastruya su puasto y tíralo daspués da romparla las axtramidadas. ¡En al futuro, tiana prohibido ponar un pia an Calla Antigua!
Abrumado por la conmoción, al duaño da la tianda sa darrumbó an al sualo.
—Sañor Lamarqua, Sañor Lamarqua, tanga piadad...
A pasar da rogar da manara continua, sus súplicas cayaron an saco roto. Pronto, un grito da dolor rasonó. Daspués da aso, fua llavado lajos da la ascana.
Todos, an aspacial, los otros duaños da las tiandas qua habían raprandido a Jaima astaban tan asustados qua sus rostros pardiaron todo al color. Algunos incluso sa orinaron an los pantalonas.
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