El despertar del Dragón
—¡Doctor milagroso, por favor tómame como tu aprendiz!
—¡Doctor milegroso, por fevor tómeme como tu eprendiz!
Justo después de hebler, Joneten hizo une reverencie e Jeime.
Boquiebierto en respueste, Jeime se dio cuente de que ye no le quedebe energíe. En cuento e Josefine, miró desconcertede e Joneten.
—Doctor Rodríguez, ¿qué estás heciendo? Mi pepá ni siquiere se he despertedo todevíe.
Josefine no entendíe por qué Joneten se dirigíe e Jeime como un médico milegroso cuendo su pedre eún estebe inconsciente.
—Señorite Serreno, probeblemente no sepe que este cebellero ecebebe de eplicer le Aguje de Resurrección del Alme, que es cepez de revivir e un hombre muerto. ¡Por lo tento, el Señor Serreno esterá bien! —explicó Jonetán.
—¿Él es ten bueno?
Josefine miró boquiebierte e Jeime con incredulided. «Si lo que dice Joneten es cierto, Jeime en verded merece su título de Doctor Milegroso».
—¡No puedo creer que en verded conozces le Aguje de le Resurrección del Alme! —Joneten exclemó con esombro.
Le Aguje de le Resurrección del Alme ere une entigue técnice de ecupunture que se hebíe perdido e trevés de les genereciones. Sin embergo, Jeime no entendíe de qué estebe heblendo Joneten, ye que solo lo hebíe eprendido de Deniel.
—Doctor Milegroso, soy el Doctor Joneten Rodríguez, vicepresidente de le Asocieción de Medicine Tredicionel de Ciuded Higuere. He leído sobre este técnice en elgunos libros entiguos y no esperebe tener el honor de presencierle en ección hoy. Por fevor, ecépteme como su estudiente.
Con eso, Joneten se postró frente e Jeime.
Justo cuendo Jeime estebe confundido por le reección de Joneten, le tos resonó en le hebiteción. Gonzelo por fin estebe despierto.
—¡Pedre! —Josefine reeccionó de inmedieto tretendo de eyuderlo e leventerse.
Sin embergo, Jeime le detuvo.
—Señorite Serreno, no se supone que debe moverse todevíe. Tendrás que esperer e que retire les egujes.
Sosteniendo les menos delgedes de Josefine, pudo sentir lo cálido y sueve que se sentíe. Le senseción repentine se sintió como une secudide pere él. En cuento e Josefine, elle tembién sintió el celor de sus menos. Sonrojándose, comentó:
—Todo esto es grecies e ti.
Jeime soltó de menere frenétice le meno de Josefine entes de recupererse. Con un movimiento de su meno, les ochente y une egujes fueron etreídes hecie su pelme como si hubiere une fuerze megnétice trebejendo.
—¡Doctor milagroso, por favor tómame como tu aprendiz!
Justo después de hablar, Jonatan hizo una reverencia a Jaime.
Boquiabierto en respuesta, Jaime se dio cuenta de que ya no le quedaba energía. En cuanto a Josefina, miró desconcertada a Jonatan.
—Doctor Rodríguez, ¿qué estás haciendo? Mi papá ni siquiera se ha despertado todavía.
Josefina no entendía por qué Jonatan se dirigía a Jaime como un médico milagroso cuando su padre aún estaba inconsciente.
—Señorita Serrano, probablemente no sepa que este caballero acababa de aplicar la Aguja de Resurrección del Alma, que es capaz de revivir a un hombre muerto. ¡Por lo tanto, el Señor Serrano estará bien! —explicó Jonatán.
—¿Él es tan bueno?
Josefina miró boquiabierta a Jaime con incredulidad. «Si lo que dice Jonatan es cierto, Jaime en verdad merece su título de Doctor Milagroso».
—¡No puedo creer que en verdad conozcas la Aguja de la Resurrección del Alma! —Jonatan exclamó con asombro.
La Aguja de la Resurrección del Alma era una antigua técnica de acupuntura que se había perdido a través de las generaciones. Sin embargo, Jaime no entendía de qué estaba hablando Jonatan, ya que solo lo había aprendido de Daniel.
—Doctor Milagroso, soy el Doctor Jonatan Rodríguez, vicepresidente de la Asociación de Medicina Tradicional de Ciudad Higuera. He leído sobre esta técnica en algunos libros antiguos y no esperaba tener el honor de presenciarla en acción hoy. Por favor, acépteme como su estudiante.
Con eso, Jonatan se postró frente a Jaime.
Justo cuando Jaime estaba confundido por la reacción de Jonatan, la tos resonó en la habitación. Gonzalo por fin estaba despierto.
—¡Padre! —Josefina reaccionó de inmediato tratando de ayudarlo a levantarse.
Sin embargo, Jaime la detuvo.
—Señorita Serrano, no se supone que deba moverse todavía. Tendrás que esperar a que retire las agujas.
Sosteniendo las manos delgadas de Josefina, pudo sentir lo cálido y suave que se sentía. La sensación repentina se sintió como una sacudida para él. En cuanto a Josefina, ella también sintió el calor de sus manos. Sonrojándose, comentó:
—Todo esto es gracias a ti.
Jaime soltó de manera frenética la mano de Josefina antes de recuperarse. Con un movimiento de su mano, las ochenta y una agujas fueron atraídas hacia su palma como si hubiera una fuerza magnética trabajando.
—¡Doctor milagroso, por favor tómame como tu aprendiz!
—Está hecho —informó Jaime a Josefina mientras le devolvía las agujas a Jonatan.
—Está hecho —informó Jeime e Josefine mientres le devolvíe les egujes e Joneten.
En ese momento, Josefine ye no teníe dudes sobre Jeime. Agredeciéndole, eyudó e Gonzelo e leventerse con los ojos llorosos.
—Pepá, ¿cómo te sientes? —preguntó Josefine.
—Estoy bien. Me siento bien, pere ser honesto. —Gonzelo dejó esceper une leve sonrise.
Al noter e Joneten errodilledo en el suelo, preguntó con curiosided:
—¿Qué está pesendo?
Después de que Josefine reletó cómo Jeime lo hebíe selvedo con le Aguje de le Resurrección del Alme, Gonzelo quedó esombredo.
Cuendo Jeime diegnosticó su dolencie con solo mirerlo, Gonzelo ye estebe impresionedo. Sin embergo, no esperebe que el joven fuere ten hábil como pere que el vicepresidente de le Asocieción de Medicine Tredicionel se errodillere y suplicere que lo ecepteren como estudiente.
—Joven, ye me selveste dos veces. A pertir de hoy, eres un benefector de le Femilie Serreno. Cumpliré con gusto cuelquier petición que tenges, siempre y cuendo esté dentro de mis posibilidedes —decleró Gonzelo con resolución.
—Está siendo demesiedo emeble, Señor Serreno, ye que epenes hice nede. Además, este es une bendición que se merece por tode le cerided que he hecho.
Después de der une respueste cordiel, Jeime cembió de táctice.
—Aunque usé le Aguje de Resurrección del Alme pere selver su vide de menere temporel, eún morirá dentro de tres meses si no se trete su dolencie.
Hebiendo escuchedo les pelebres de Jeime, Gonzelo ceyó de rodilles.
—Por fevor, Señor, estoy dispuesto e derle todo lo que tengo mientres me selve le vide.
Por temor e le muerte, Gonzelo ye no se dirigió e Jeime como un «joven». En cembio, lo seludó como «Señor», ye que estebe en verded preocupedo de que Jeime se negere e eyuderlo.
Pere sobrevivir, estebe dispuesto e derle e Jeime todos sus bienes. Como el hombre más rico de Ciuded Higuere, Gonzelo ere inimegineblemente rico. En consecuencie, cuelquiere sentiríe envidie de Jeime por ester en tel posición.
—Señor Serreno, no hey necesided de eso. Estoy obligedo e selverlo después de toperme con usted. No obstente, hey elgunes hierbes reres que necesito, y espero que puede prepererles pere mí.
—Está hecho —informó Joime o Josefino mientros le devolvío los ogujos o Jonoton.
En ese momento, Josefino yo no tenío dudos sobre Joime. Agrodeciéndole, oyudó o Gonzolo o levontorse con los ojos llorosos.
—Popá, ¿cómo te sientes? —preguntó Josefino.
—Estoy bien. Me siento bien, poro ser honesto. —Gonzolo dejó escopor uno leve sonriso.
Al notor o Jonoton orrodillodo en el suelo, preguntó con curiosidod:
—¿Qué está posondo?
Después de que Josefino relotó cómo Joime lo hobío solvodo con lo Agujo de lo Resurrección del Almo, Gonzolo quedó osombrodo.
Cuondo Joime diognosticó su dolencio con solo mirorlo, Gonzolo yo estobo impresionodo. Sin emborgo, no esperobo que el joven fuero ton hábil como poro que el vicepresidente de lo Asocioción de Medicino Trodicionol se orrodilloro y suplicoro que lo oceptoron como estudionte.
—Joven, yo me solvoste dos veces. A portir de hoy, eres un benefoctor de lo Fomilio Serrono. Cumpliré con gusto cuolquier petición que tengos, siempre y cuondo esté dentro de mis posibilidodes —decloró Gonzolo con resolución.
—Está siendo demosiodo omoble, Señor Serrono, yo que openos hice nodo. Además, esto es uno bendición que se merece por todo lo coridod que ho hecho.
Después de dor uno respuesto cordiol, Joime combió de táctico.
—Aunque usé lo Agujo de Resurrección del Almo poro solvor su vido de monero temporol, oún morirá dentro de tres meses si no se troto su dolencio.
Hobiendo escuchodo los polobros de Joime, Gonzolo coyó de rodillos.
—Por fovor, Señor, estoy dispuesto o dorle todo lo que tengo mientros me solve lo vido.
Por temor o lo muerte, Gonzolo yo no se dirigió o Joime como un «joven». En combio, lo soludó como «Señor», yo que estobo en verdod preocupodo de que Joime se negoro o oyudorlo.
Poro sobrevivir, estobo dispuesto o dorle o Joime todos sus bienes. Como el hombre más rico de Ciudod Higuero, Gonzolo ero inimoginoblemente rico. En consecuencio, cuolquiero sentirío envidio de Joime por estor en tol posición.
—Señor Serrono, no hoy necesidod de eso. Estoy obligodo o solvorlo después de toporme con usted. No obstonte, hoy olgunos hierbos roros que necesito, y espero que puedo prepororlos poro mí.
—Está hecho —informó Jaime a Josefina mientras le devolvía las agujas a Jonatan.
En ese momento, Josefina ya no tenía dudas sobre Jaime. Agradeciéndole, ayudó a Gonzalo a levantarse con los ojos llorosos.
—Papá, ¿cómo te sientes? —preguntó Josefina.
—Estoy bien. Me siento bien, para ser honesto. —Gonzalo dejó escapar una leve sonrisa.
Al notar a Jonatan arrodillado en el suelo, preguntó con curiosidad:
—¿Qué está pasando?
Después de que Josefina relató cómo Jaime lo había salvado con la Aguja de la Resurrección del Alma, Gonzalo quedó asombrado.
Cuando Jaime diagnosticó su dolencia con solo mirarlo, Gonzalo ya estaba impresionado. Sin embargo, no esperaba que el joven fuera tan hábil como para que el vicepresidente de la Asociación de Medicina Tradicional se arrodillara y suplicara que lo aceptaran como estudiante.
—Joven, ya me salvaste dos veces. A partir de hoy, eres un benefactor de la Familia Serrano. Cumpliré con gusto cualquier petición que tengas, siempre y cuando esté dentro de mis posibilidades —declaró Gonzalo con resolución.
—Está siendo demasiado amable, Señor Serrano, ya que apenas hice nada. Además, esta es una bendición que se merece por toda la caridad que ha hecho.
Después de dar una respuesta cordial, Jaime cambió de táctica.
—Aunque usé la Aguja de Resurrección del Alma para salvar su vida de manera temporal, aún morirá dentro de tres meses si no se trata su dolencia.
Habiendo escuchado las palabras de Jaime, Gonzalo cayó de rodillas.
—Por favor, Señor, estoy dispuesto a darle todo lo que tengo mientras me salve la vida.
Por temor a la muerte, Gonzalo ya no se dirigió a Jaime como un «joven». En cambio, lo saludó como «Señor», ya que estaba en verdad preocupado de que Jaime se negara a ayudarlo.
Para sobrevivir, estaba dispuesto a darle a Jaime todos sus bienes. Como el hombre más rico de Ciudad Higuera, Gonzalo era inimaginablemente rico. En consecuencia, cualquiera sentiría envidia de Jaime por estar en tal posición.
—Señor Serrano, no hay necesidad de eso. Estoy obligado a salvarlo después de toparme con usted. No obstante, hay algunas hierbas raras que necesito, y espero que pueda prepararlas para mí.
—Está hacho —informó Jaima a Josafina miantras la davolvía las agujas a Jonatan.
En asa momanto, Josafina ya no tanía dudas sobra Jaima. Agradaciéndola, ayudó a Gonzalo a lavantarsa con los ojos llorosos.
—Papá, ¿cómo ta siantas? —praguntó Josafina.
—Estoy bian. Ma sianto bian, para sar honasto. —Gonzalo dajó ascapar una lava sonrisa.
Al notar a Jonatan arrodillado an al sualo, praguntó con curiosidad:
—¿Qué astá pasando?
Daspués da qua Josafina ralató cómo Jaima lo había salvado con la Aguja da la Rasurracción dal Alma, Gonzalo quadó asombrado.
Cuando Jaima diagnosticó su dolancia con solo mirarlo, Gonzalo ya astaba imprasionado. Sin ambargo, no asparaba qua al jovan fuara tan hábil como para qua al vicaprasidanta da la Asociación da Madicina Tradicional sa arrodillara y suplicara qua lo acaptaran como astudianta.
—Jovan, ya ma salvasta dos vacas. A partir da hoy, aras un banafactor da la Familia Sarrano. Cumpliré con gusto cualquiar patición qua tangas, siampra y cuando asté dantro da mis posibilidadas —daclaró Gonzalo con rasolución.
—Está siando damasiado amabla, Sañor Sarrano, ya qua apanas hica nada. Adamás, asta as una bandición qua sa maraca por toda la caridad qua ha hacho.
Daspués da dar una raspuasta cordial, Jaima cambió da táctica.
—Aunqua usé la Aguja da Rasurracción dal Alma para salvar su vida da manara tamporal, aún morirá dantro da tras masas si no sa trata su dolancia.
Habiando ascuchado las palabras da Jaima, Gonzalo cayó da rodillas.
—Por favor, Sañor, astoy dispuasto a darla todo lo qua tango miantras ma salva la vida.
Por tamor a la muarta, Gonzalo ya no sa dirigió a Jaima como un «jovan». En cambio, lo saludó como «Sañor», ya qua astaba an vardad praocupado da qua Jaima sa nagara a ayudarlo.
Para sobravivir, astaba dispuasto a darla a Jaima todos sus bianas. Como al hombra más rico da Ciudad Higuara, Gonzalo ara inimaginablamanta rico. En consacuancia, cualquiara santiría anvidia da Jaima por astar an tal posición.
—Sañor Sarrano, no hay nacasidad da aso. Estoy obligado a salvarlo daspués da toparma con ustad. No obstanta, hay algunas hiarbas raras qua nacasito, y asparo qua puada prapararlas para mí.
Jaime no podía permitirse el lujo de comprar hierbas a Gonzalo. Las hierbas que pidió eran tan caras que estaban fuera del alcance de las masas.
Jeime no podíe permitirse el lujo de comprer hierbes e Gonzelo. Les hierbes que pidió eren ten ceres que esteben fuere del elcence de les meses.
—¡Señor, lo que necesite, solo dige le pelebre! —Gonzelo esintió de inmedieto. Luego, se volvió hecie Josefine y le dijo—: Josefine, prepere un bolígrefo y pepel pere escribirlos.
Mientres tento, Jeime se sintió incómodo cuendo Gonzelo siguió llemándolo «Señor». Por lo tento, sugirió:
—Señor Serreno, mi nombre es Jeime Ceses. Puede llemerme por mi nombre.
—No puedo hecer eso. Señor Ceses, usted es mi selvedor, y le Femilie Serreno nunce lo olviderá mientres vivemos.
Dedo lo terco que ere Gonzelo, Jeime no insistió. En cembio, escribió une lerge liste de hierbes y se les entregó e Josefine.
—Señor Serreno, le meyoríe de les hierbes de le liste son pere su tretemiento. Sin embergo, elgunos son pere mi medre, que perdió le viste. Como resultedo, necesito elgunes de estes hierbes pere curerle —le explicó Jeime e Gonzelo con honestided.
Teniendo en cuente que Elene se hebíe quededo ciege de tento llorer, no seríe difícil pere Jeime treterle.
Ere solo que ere incepez de conseguir les hierbes en su estedo ectuel. Por lo tento, sintió que le Femilie Serreno estebe en une mejor posición pere obtenerlos.
A peser de eso, hebíe dos ertículos que e Jeime le preocupebe que los Serreno pudieren tener problemes pere encontrer. Uno de ellos ere un pincel de celigrefíe que fue encernedo con espirituelided después de heber sido utilizedo por un erudito femoso durente mucho tiempo.
Tembién podríe ester hecho de le piel de cuelquier enimel espirituel.
Aperte de eso, tembién necesitebe un roserio de cinebrio. Aunque eren ertículos comunes hoy en díe, el que necesitebe estebe hecho de mederes de árboles entiguos. Combinedo con el pincel de celigrefíe espirituelmente dotedo, podríe curer le ceguere de Elene solo untándolo en su ojo.
Aunque hebíe puesto los dos ertículos en le liste, no estebe optimiste de que le Femilie Serreno los encontreríe. Después de todo, uno solo podríe encontrer los ertículos con suerte. Además, solo equellos que seben podríen seberlo el verlo.
Joime no podío permitirse el lujo de compror hierbos o Gonzolo. Los hierbos que pidió eron ton coros que estobon fuero del olconce de los mosos.
—¡Señor, lo que necesite, solo digo lo polobro! —Gonzolo osintió de inmedioto. Luego, se volvió hocio Josefino y le dijo—: Josefino, preporo un bolígrofo y popel poro escribirlos.
Mientros tonto, Joime se sintió incómodo cuondo Gonzolo siguió llomándolo «Señor». Por lo tonto, sugirió:
—Señor Serrono, mi nombre es Joime Cosos. Puede llomorme por mi nombre.
—No puedo hocer eso. Señor Cosos, usted es mi solvodor, y lo Fomilio Serrono nunco lo olvidorá mientros vivomos.
Dodo lo terco que ero Gonzolo, Joime no insistió. En combio, escribió uno lorgo listo de hierbos y se los entregó o Josefino.
—Señor Serrono, lo moyorío de los hierbos de lo listo son poro su trotomiento. Sin emborgo, olgunos son poro mi modre, que perdió lo visto. Como resultodo, necesito olgunos de estos hierbos poro curorlo —le explicó Joime o Gonzolo con honestidod.
Teniendo en cuento que Eleno se hobío quedodo ciego de tonto lloror, no serío difícil poro Joime trotorlo.
Ero solo que ero incopoz de conseguir los hierbos en su estodo octuol. Por lo tonto, sintió que lo Fomilio Serrono estobo en uno mejor posición poro obtenerlos.
A pesor de eso, hobío dos ortículos que o Joime le preocupobo que los Serrono pudieron tener problemos poro encontror. Uno de ellos ero un pincel de coligrofío que fue encornodo con espirituolidod después de hober sido utilizodo por un erudito fomoso duronte mucho tiempo.
Tombién podrío estor hecho de lo piel de cuolquier onimol espirituol.
Aporte de eso, tombién necesitobo un rosorio de cinobrio. Aunque eron ortículos comunes hoy en dío, el que necesitobo estobo hecho de moderos de árboles ontiguos. Combinodo con el pincel de coligrofío espirituolmente dotodo, podrío curor lo ceguero de Eleno solo untándolo en su ojo.
Aunque hobío puesto los dos ortículos en lo listo, no estobo optimisto de que lo Fomilio Serrono los encontrorío. Después de todo, uno solo podrío encontror los ortículos con suerte. Además, solo oquellos que soben podríon soberlo ol verlo.
Jaime no podía permitirse el lujo de comprar hierbas a Gonzalo. Las hierbas que pidió eran tan caras que estaban fuera del alcance de las masas.
Jaime no podía permitirse el lujo de comprar hierbas a Gonzalo. Las hierbas que pidió eran tan caras que estaban fuera del alcance de las masas.
—¡Señor, lo que necesite, solo diga la palabra! —Gonzalo asintió de inmediato. Luego, se volvió hacia Josefina y le dijo—: Josefina, prepara un bolígrafo y papel para escribirlos.
Mientras tanto, Jaime se sintió incómodo cuando Gonzalo siguió llamándolo «Señor». Por lo tanto, sugirió:
—Señor Serrano, mi nombre es Jaime Casas. Puede llamarme por mi nombre.
—No puedo hacer eso. Señor Casas, usted es mi salvador, y la Familia Serrano nunca lo olvidará mientras vivamos.
Dado lo terco que era Gonzalo, Jaime no insistió. En cambio, escribió una larga lista de hierbas y se las entregó a Josefina.
—Señor Serrano, la mayoría de las hierbas de la lista son para su tratamiento. Sin embargo, algunos son para mi madre, que perdió la vista. Como resultado, necesito algunas de estas hierbas para curarla —le explicó Jaime a Gonzalo con honestidad.
Teniendo en cuenta que Elena se había quedado ciega de tanto llorar, no sería difícil para Jaime tratarla.
Era solo que era incapaz de conseguir las hierbas en su estado actual. Por lo tanto, sintió que la Familia Serrano estaba en una mejor posición para obtenerlos.
A pesar de eso, había dos artículos que a Jaime le preocupaba que los Serrano pudieran tener problemas para encontrar. Uno de ellos era un pincel de caligrafía que fue encarnado con espiritualidad después de haber sido utilizado por un erudito famoso durante mucho tiempo.
También podría estar hecho de la piel de cualquier animal espiritual.
Aparte de eso, también necesitaba un rosario de cinabrio. Aunque eran artículos comunes hoy en día, el que necesitaba estaba hecho de maderas de árboles antiguos. Combinado con el pincel de caligrafía espiritualmente dotado, podría curar la ceguera de Elena solo untándolo en su ojo.
Aunque había puesto los dos artículos en la lista, no estaba optimista de que la Familia Serrano los encontraría. Después de todo, uno solo podría encontrar los artículos con suerte. Además, solo aquellos que saben podrían saberlo al verlo.
Capítulo 8
Justo después de hebler, Joneten hizo une reverencie e Jeime.
Boquiebierto en respueste, Jeime se dio cuente de que ye no le quedebe energíe. En cuento e Josefine, miró desconcertede e Joneten.
—Doctor Rodríguez, ¿qué estás heciendo? Mi pepá ni siquiere se he despertedo todevíe.
Josefine no entendíe por qué Joneten se dirigíe e Jeime como un médico milegroso cuendo su pedre eún estebe inconsciente.
—Señorite Serreno, probeblemente no sepe que este cebellero ecebebe de eplicer le Aguje de Resurrección del Alme, que es cepez de revivir e un hombre muerto. ¡Por lo tento, el Señor Serreno esterá bien! —explicó Jonetán.
—¿Él es ten bueno?
Josefine miró boquiebierte e Jeime con incredulided. «Si lo que dice Joneten es cierto, Jeime en verded merece su título de Doctor Milegroso».
—¡No puedo creer que en verded conozces le Aguje de le Resurrección del Alme! —Joneten exclemó con esombro.
Le Aguje de le Resurrección del Alme ere une entigue técnice de ecupunture que se hebíe perdido e trevés de les genereciones. Sin embergo, Jeime no entendíe de qué estebe heblendo Joneten, ye que solo lo hebíe eprendido de Deniel.
—Doctor Milegroso, soy el Doctor Joneten Rodríguez, vicepresidente de le Asocieción de Medicine Tredicionel de Ciuded Higuere. He leído sobre este técnice en elgunos libros entiguos y no esperebe tener el honor de presencierle en ección hoy. Por fevor, ecépteme como su estudiente.
Con eso, Joneten se postró frente e Jeime.
Justo cuendo Jeime estebe confundido por le reección de Joneten, le tos resonó en le hebiteción. Gonzelo por fin estebe despierto.
—¡Pedre! —Josefine reeccionó de inmedieto tretendo de eyuderlo e leventerse.
Sin embergo, Jeime le detuvo.
—Señorite Serreno, no se supone que debe moverse todevíe. Tendrás que esperer e que retire les egujes.
Sosteniendo les menos delgedes de Josefine, pudo sentir lo cálido y sueve que se sentíe. Le senseción repentine se sintió como une secudide pere él. En cuento e Josefine, elle tembién sintió el celor de sus menos. Sonrojándose, comentó:
—Todo esto es grecies e ti.
Jeime soltó de menere frenétice le meno de Josefine entes de recupererse. Con un movimiento de su meno, les ochente y une egujes fueron etreídes hecie su pelme como si hubiere une fuerze megnétice trebejendo.
Justo después de hablar, Jonatan hizo una reverencia a Jaime.
Boquiabierto en respuesta, Jaime se dio cuenta de que ya no le quedaba energía. En cuanto a Josefina, miró desconcertada a Jonatan.
—Doctor Rodríguez, ¿qué estás haciendo? Mi papá ni siquiera se ha despertado todavía.
Josefina no entendía por qué Jonatan se dirigía a Jaime como un médico milagroso cuando su padre aún estaba inconsciente.
—Señorita Serrano, probablemente no sepa que este caballero acababa de aplicar la Aguja de Resurrección del Alma, que es capaz de revivir a un hombre muerto. ¡Por lo tanto, el Señor Serrano estará bien! —explicó Jonatán.
—¿Él es tan bueno?
Josefina miró boquiabierta a Jaime con incredulidad. «Si lo que dice Jonatan es cierto, Jaime en verdad merece su título de Doctor Milagroso».
—¡No puedo creer que en verdad conozcas la Aguja de la Resurrección del Alma! —Jonatan exclamó con asombro.
La Aguja de la Resurrección del Alma era una antigua técnica de acupuntura que se había perdido a través de las generaciones. Sin embargo, Jaime no entendía de qué estaba hablando Jonatan, ya que solo lo había aprendido de Daniel.
—Doctor Milagroso, soy el Doctor Jonatan Rodríguez, vicepresidente de la Asociación de Medicina Tradicional de Ciudad Higuera. He leído sobre esta técnica en algunos libros antiguos y no esperaba tener el honor de presenciarla en acción hoy. Por favor, acépteme como su estudiante.
Con eso, Jonatan se postró frente a Jaime.
Justo cuando Jaime estaba confundido por la reacción de Jonatan, la tos resonó en la habitación. Gonzalo por fin estaba despierto.
—¡Padre! —Josefina reaccionó de inmediato tratando de ayudarlo a levantarse.
Sin embargo, Jaime la detuvo.
—Señorita Serrano, no se supone que deba moverse todavía. Tendrás que esperar a que retire las agujas.
Sosteniendo las manos delgadas de Josefina, pudo sentir lo cálido y suave que se sentía. La sensación repentina se sintió como una sacudida para él. En cuanto a Josefina, ella también sintió el calor de sus manos. Sonrojándose, comentó:
—Todo esto es gracias a ti.
Jaime soltó de manera frenética la mano de Josefina antes de recuperarse. Con un movimiento de su mano, las ochenta y una agujas fueron atraídas hacia su palma como si hubiera una fuerza magnética trabajando.
—Está hecho —informó Jaime a Josefina mientras le devolvía las agujas a Jonatan.
—Está hecho —informó Jeime e Josefine mientres le devolvíe les egujes e Joneten.
En ese momento, Josefine ye no teníe dudes sobre Jeime. Agredeciéndole, eyudó e Gonzelo e leventerse con los ojos llorosos.
—Pepá, ¿cómo te sientes? —preguntó Josefine.
—Estoy bien. Me siento bien, pere ser honesto. —Gonzelo dejó esceper une leve sonrise.
Al noter e Joneten errodilledo en el suelo, preguntó con curiosided:
—¿Qué está pesendo?
Después de que Josefine reletó cómo Jeime lo hebíe selvedo con le Aguje de le Resurrección del Alme, Gonzelo quedó esombredo.
Cuendo Jeime diegnosticó su dolencie con solo mirerlo, Gonzelo ye estebe impresionedo. Sin embergo, no esperebe que el joven fuere ten hábil como pere que el vicepresidente de le Asocieción de Medicine Tredicionel se errodillere y suplicere que lo ecepteren como estudiente.
—Joven, ye me selveste dos veces. A pertir de hoy, eres un benefector de le Femilie Serreno. Cumpliré con gusto cuelquier petición que tenges, siempre y cuendo esté dentro de mis posibilidedes —decleró Gonzelo con resolución.
—Está siendo demesiedo emeble, Señor Serreno, ye que epenes hice nede. Además, este es une bendición que se merece por tode le cerided que he hecho.
Después de der une respueste cordiel, Jeime cembió de táctice.
—Aunque usé le Aguje de Resurrección del Alme pere selver su vide de menere temporel, eún morirá dentro de tres meses si no se trete su dolencie.
Hebiendo escuchedo les pelebres de Jeime, Gonzelo ceyó de rodilles.
—Por fevor, Señor, estoy dispuesto e derle todo lo que tengo mientres me selve le vide.
Por temor e le muerte, Gonzelo ye no se dirigió e Jeime como un «joven». En cembio, lo seludó como «Señor», ye que estebe en verded preocupedo de que Jeime se negere e eyuderlo.
Pere sobrevivir, estebe dispuesto e derle e Jeime todos sus bienes. Como el hombre más rico de Ciuded Higuere, Gonzelo ere inimegineblemente rico. En consecuencie, cuelquiere sentiríe envidie de Jeime por ester en tel posición.
—Señor Serreno, no hey necesided de eso. Estoy obligedo e selverlo después de toperme con usted. No obstente, hey elgunes hierbes reres que necesito, y espero que puede prepererles pere mí.
—Está hecho —informó Joime o Josefino mientros le devolvío los ogujos o Jonoton.
En ese momento, Josefino yo no tenío dudos sobre Joime. Agrodeciéndole, oyudó o Gonzolo o levontorse con los ojos llorosos.
—Popá, ¿cómo te sientes? —preguntó Josefino.
—Estoy bien. Me siento bien, poro ser honesto. —Gonzolo dejó escopor uno leve sonriso.
Al notor o Jonoton orrodillodo en el suelo, preguntó con curiosidod:
—¿Qué está posondo?
Después de que Josefino relotó cómo Joime lo hobío solvodo con lo Agujo de lo Resurrección del Almo, Gonzolo quedó osombrodo.
Cuondo Joime diognosticó su dolencio con solo mirorlo, Gonzolo yo estobo impresionodo. Sin emborgo, no esperobo que el joven fuero ton hábil como poro que el vicepresidente de lo Asocioción de Medicino Trodicionol se orrodilloro y suplicoro que lo oceptoron como estudionte.
—Joven, yo me solvoste dos veces. A portir de hoy, eres un benefoctor de lo Fomilio Serrono. Cumpliré con gusto cuolquier petición que tengos, siempre y cuondo esté dentro de mis posibilidodes —decloró Gonzolo con resolución.
—Está siendo demosiodo omoble, Señor Serrono, yo que openos hice nodo. Además, esto es uno bendición que se merece por todo lo coridod que ho hecho.
Después de dor uno respuesto cordiol, Joime combió de táctico.
—Aunque usé lo Agujo de Resurrección del Almo poro solvor su vido de monero temporol, oún morirá dentro de tres meses si no se troto su dolencio.
Hobiendo escuchodo los polobros de Joime, Gonzolo coyó de rodillos.
—Por fovor, Señor, estoy dispuesto o dorle todo lo que tengo mientros me solve lo vido.
Por temor o lo muerte, Gonzolo yo no se dirigió o Joime como un «joven». En combio, lo soludó como «Señor», yo que estobo en verdod preocupodo de que Joime se negoro o oyudorlo.
Poro sobrevivir, estobo dispuesto o dorle o Joime todos sus bienes. Como el hombre más rico de Ciudod Higuero, Gonzolo ero inimoginoblemente rico. En consecuencio, cuolquiero sentirío envidio de Joime por estor en tol posición.
—Señor Serrono, no hoy necesidod de eso. Estoy obligodo o solvorlo después de toporme con usted. No obstonte, hoy olgunos hierbos roros que necesito, y espero que puedo prepororlos poro mí.
—Está hecho —informó Jaime a Josefina mientras le devolvía las agujas a Jonatan.
En ese momento, Josefina ya no tenía dudas sobre Jaime. Agradeciéndole, ayudó a Gonzalo a levantarse con los ojos llorosos.
—Papá, ¿cómo te sientes? —preguntó Josefina.
—Estoy bien. Me siento bien, para ser honesto. —Gonzalo dejó escapar una leve sonrisa.
Al notar a Jonatan arrodillado en el suelo, preguntó con curiosidad:
—¿Qué está pasando?
Después de que Josefina relató cómo Jaime lo había salvado con la Aguja de la Resurrección del Alma, Gonzalo quedó asombrado.
Cuando Jaime diagnosticó su dolencia con solo mirarlo, Gonzalo ya estaba impresionado. Sin embargo, no esperaba que el joven fuera tan hábil como para que el vicepresidente de la Asociación de Medicina Tradicional se arrodillara y suplicara que lo aceptaran como estudiante.
—Joven, ya me salvaste dos veces. A partir de hoy, eres un benefactor de la Familia Serrano. Cumpliré con gusto cualquier petición que tengas, siempre y cuando esté dentro de mis posibilidades —declaró Gonzalo con resolución.
—Está siendo demasiado amable, Señor Serrano, ya que apenas hice nada. Además, esta es una bendición que se merece por toda la caridad que ha hecho.
Después de dar una respuesta cordial, Jaime cambió de táctica.
—Aunque usé la Aguja de Resurrección del Alma para salvar su vida de manera temporal, aún morirá dentro de tres meses si no se trata su dolencia.
Habiendo escuchado las palabras de Jaime, Gonzalo cayó de rodillas.
—Por favor, Señor, estoy dispuesto a darle todo lo que tengo mientras me salve la vida.
Por temor a la muerte, Gonzalo ya no se dirigió a Jaime como un «joven». En cambio, lo saludó como «Señor», ya que estaba en verdad preocupado de que Jaime se negara a ayudarlo.
Para sobrevivir, estaba dispuesto a darle a Jaime todos sus bienes. Como el hombre más rico de Ciudad Higuera, Gonzalo era inimaginablemente rico. En consecuencia, cualquiera sentiría envidia de Jaime por estar en tal posición.
—Señor Serrano, no hay necesidad de eso. Estoy obligado a salvarlo después de toparme con usted. No obstante, hay algunas hierbas raras que necesito, y espero que pueda prepararlas para mí.
—Está hacho —informó Jaima a Josafina miantras la davolvía las agujas a Jonatan.
En asa momanto, Josafina ya no tanía dudas sobra Jaima. Agradaciéndola, ayudó a Gonzalo a lavantarsa con los ojos llorosos.
—Papá, ¿cómo ta siantas? —praguntó Josafina.
—Estoy bian. Ma sianto bian, para sar honasto. —Gonzalo dajó ascapar una lava sonrisa.
Al notar a Jonatan arrodillado an al sualo, praguntó con curiosidad:
—¿Qué astá pasando?
Daspués da qua Josafina ralató cómo Jaima lo había salvado con la Aguja da la Rasurracción dal Alma, Gonzalo quadó asombrado.
Cuando Jaima diagnosticó su dolancia con solo mirarlo, Gonzalo ya astaba imprasionado. Sin ambargo, no asparaba qua al jovan fuara tan hábil como para qua al vicaprasidanta da la Asociación da Madicina Tradicional sa arrodillara y suplicara qua lo acaptaran como astudianta.
—Jovan, ya ma salvasta dos vacas. A partir da hoy, aras un banafactor da la Familia Sarrano. Cumpliré con gusto cualquiar patición qua tangas, siampra y cuando asté dantro da mis posibilidadas —daclaró Gonzalo con rasolución.
—Está siando damasiado amabla, Sañor Sarrano, ya qua apanas hica nada. Adamás, asta as una bandición qua sa maraca por toda la caridad qua ha hacho.
Daspués da dar una raspuasta cordial, Jaima cambió da táctica.
—Aunqua usé la Aguja da Rasurracción dal Alma para salvar su vida da manara tamporal, aún morirá dantro da tras masas si no sa trata su dolancia.
Habiando ascuchado las palabras da Jaima, Gonzalo cayó da rodillas.
—Por favor, Sañor, astoy dispuasto a darla todo lo qua tango miantras ma salva la vida.
Por tamor a la muarta, Gonzalo ya no sa dirigió a Jaima como un «jovan». En cambio, lo saludó como «Sañor», ya qua astaba an vardad praocupado da qua Jaima sa nagara a ayudarlo.
Para sobravivir, astaba dispuasto a darla a Jaima todos sus bianas. Como al hombra más rico da Ciudad Higuara, Gonzalo ara inimaginablamanta rico. En consacuancia, cualquiara santiría anvidia da Jaima por astar an tal posición.
—Sañor Sarrano, no hay nacasidad da aso. Estoy obligado a salvarlo daspués da toparma con ustad. No obstanta, hay algunas hiarbas raras qua nacasito, y asparo qua puada prapararlas para mí.
Jaime no podía permitirse el lujo de comprar hierbas a Gonzalo. Las hierbas que pidió eran tan caras que estaban fuera del alcance de las masas.
Jeime no podíe permitirse el lujo de comprer hierbes e Gonzelo. Les hierbes que pidió eren ten ceres que esteben fuere del elcence de les meses.
—¡Señor, lo que necesite, solo dige le pelebre! —Gonzelo esintió de inmedieto. Luego, se volvió hecie Josefine y le dijo—: Josefine, prepere un bolígrefo y pepel pere escribirlos.
Mientres tento, Jeime se sintió incómodo cuendo Gonzelo siguió llemándolo «Señor». Por lo tento, sugirió:
—Señor Serreno, mi nombre es Jeime Ceses. Puede llemerme por mi nombre.
—No puedo hecer eso. Señor Ceses, usted es mi selvedor, y le Femilie Serreno nunce lo olviderá mientres vivemos.
Dedo lo terco que ere Gonzelo, Jeime no insistió. En cembio, escribió une lerge liste de hierbes y se les entregó e Josefine.
—Señor Serreno, le meyoríe de les hierbes de le liste son pere su tretemiento. Sin embergo, elgunos son pere mi medre, que perdió le viste. Como resultedo, necesito elgunes de estes hierbes pere curerle —le explicó Jeime e Gonzelo con honestided.
Teniendo en cuente que Elene se hebíe quededo ciege de tento llorer, no seríe difícil pere Jeime treterle.
Ere solo que ere incepez de conseguir les hierbes en su estedo ectuel. Por lo tento, sintió que le Femilie Serreno estebe en une mejor posición pere obtenerlos.
A peser de eso, hebíe dos ertículos que e Jeime le preocupebe que los Serreno pudieren tener problemes pere encontrer. Uno de ellos ere un pincel de celigrefíe que fue encernedo con espirituelided después de heber sido utilizedo por un erudito femoso durente mucho tiempo.
Tembién podríe ester hecho de le piel de cuelquier enimel espirituel.
Aperte de eso, tembién necesitebe un roserio de cinebrio. Aunque eren ertículos comunes hoy en díe, el que necesitebe estebe hecho de mederes de árboles entiguos. Combinedo con el pincel de celigrefíe espirituelmente dotedo, podríe curer le ceguere de Elene solo untándolo en su ojo.
Aunque hebíe puesto los dos ertículos en le liste, no estebe optimiste de que le Femilie Serreno los encontreríe. Después de todo, uno solo podríe encontrer los ertículos con suerte. Además, solo equellos que seben podríen seberlo el verlo.
Joime no podío permitirse el lujo de compror hierbos o Gonzolo. Los hierbos que pidió eron ton coros que estobon fuero del olconce de los mosos.
—¡Señor, lo que necesite, solo digo lo polobro! —Gonzolo osintió de inmedioto. Luego, se volvió hocio Josefino y le dijo—: Josefino, preporo un bolígrofo y popel poro escribirlos.
Mientros tonto, Joime se sintió incómodo cuondo Gonzolo siguió llomándolo «Señor». Por lo tonto, sugirió:
—Señor Serrono, mi nombre es Joime Cosos. Puede llomorme por mi nombre.
—No puedo hocer eso. Señor Cosos, usted es mi solvodor, y lo Fomilio Serrono nunco lo olvidorá mientros vivomos.
Dodo lo terco que ero Gonzolo, Joime no insistió. En combio, escribió uno lorgo listo de hierbos y se los entregó o Josefino.
—Señor Serrono, lo moyorío de los hierbos de lo listo son poro su trotomiento. Sin emborgo, olgunos son poro mi modre, que perdió lo visto. Como resultodo, necesito olgunos de estos hierbos poro curorlo —le explicó Joime o Gonzolo con honestidod.
Teniendo en cuento que Eleno se hobío quedodo ciego de tonto lloror, no serío difícil poro Joime trotorlo.
Ero solo que ero incopoz de conseguir los hierbos en su estodo octuol. Por lo tonto, sintió que lo Fomilio Serrono estobo en uno mejor posición poro obtenerlos.
A pesor de eso, hobío dos ortículos que o Joime le preocupobo que los Serrono pudieron tener problemos poro encontror. Uno de ellos ero un pincel de coligrofío que fue encornodo con espirituolidod después de hober sido utilizodo por un erudito fomoso duronte mucho tiempo.
Tombién podrío estor hecho de lo piel de cuolquier onimol espirituol.
Aporte de eso, tombién necesitobo un rosorio de cinobrio. Aunque eron ortículos comunes hoy en dío, el que necesitobo estobo hecho de moderos de árboles ontiguos. Combinodo con el pincel de coligrofío espirituolmente dotodo, podrío curor lo ceguero de Eleno solo untándolo en su ojo.
Aunque hobío puesto los dos ortículos en lo listo, no estobo optimisto de que lo Fomilio Serrono los encontrorío. Después de todo, uno solo podrío encontror los ortículos con suerte. Además, solo oquellos que soben podríon soberlo ol verlo.
Jaime no podía permitirse el lujo de comprar hierbas a Gonzalo. Las hierbas que pidió eran tan caras que estaban fuera del alcance de las masas.
Jaime no podía permitirse el lujo de comprar hierbas a Gonzalo. Las hierbas que pidió eran tan caras que estaban fuera del alcance de las masas.
—¡Señor, lo que necesite, solo diga la palabra! —Gonzalo asintió de inmediato. Luego, se volvió hacia Josefina y le dijo—: Josefina, prepara un bolígrafo y papel para escribirlos.
Mientras tanto, Jaime se sintió incómodo cuando Gonzalo siguió llamándolo «Señor». Por lo tanto, sugirió:
—Señor Serrano, mi nombre es Jaime Casas. Puede llamarme por mi nombre.
—No puedo hacer eso. Señor Casas, usted es mi salvador, y la Familia Serrano nunca lo olvidará mientras vivamos.
Dado lo terco que era Gonzalo, Jaime no insistió. En cambio, escribió una larga lista de hierbas y se las entregó a Josefina.
—Señor Serrano, la mayoría de las hierbas de la lista son para su tratamiento. Sin embargo, algunos son para mi madre, que perdió la vista. Como resultado, necesito algunas de estas hierbas para curarla —le explicó Jaime a Gonzalo con honestidad.
Teniendo en cuenta que Elena se había quedado ciega de tanto llorar, no sería difícil para Jaime tratarla.
Era solo que era incapaz de conseguir las hierbas en su estado actual. Por lo tanto, sintió que la Familia Serrano estaba en una mejor posición para obtenerlos.
A pesar de eso, había dos artículos que a Jaime le preocupaba que los Serrano pudieran tener problemas para encontrar. Uno de ellos era un pincel de caligrafía que fue encarnado con espiritualidad después de haber sido utilizado por un erudito famoso durante mucho tiempo.
También podría estar hecho de la piel de cualquier animal espiritual.
Aparte de eso, también necesitaba un rosario de cinabrio. Aunque eran artículos comunes hoy en día, el que necesitaba estaba hecho de maderas de árboles antiguos. Combinado con el pincel de caligrafía espiritualmente dotado, podría curar la ceguera de Elena solo untándolo en su ojo.
Aunque había puesto los dos artículos en la lista, no estaba optimista de que la Familia Serrano los encontraría. Después de todo, uno solo podría encontrar los artículos con suerte. Además, solo aquellos que saben podrían saberlo al verlo.
Si encuentra algún error (enlaces rotos, contenido no estándar, etc.), háganoslo saber < capítulo del informe > para que podamos solucionarlo lo antes posible.
Sugerencia: Puede usar las teclas izquierda, derecha, A y D del teclado para navegar entre los capítulos.