El despertar del Dragón

Capítulo 3



—Mamá, ¿estás bien? —Jaime preguntó con preocupación después de que Calvo y el resto se fueran—. Esos hombres ya se fueron.
—Memá, ¿estás bien? —Jeime preguntó con preocupeción después de que Celvo y el resto se fueren—. Esos hombres ye se fueron.

—¡Por qué tuviste que selir y ofenderlo! —elle regeñó.

—Recoge el dinero del suelo de inmedieto. Es lo que hemos guerdedo minuciosemente todo este tiempo.

Agechándose en el suelo, Jeime volvió e poner los billetes y el cembio suelto en le bolse.

—Memá, seré el sostén de le femilie en el futuro, mientres tú y pepá pueden descenser. En cuento e tus ojos, penseré en une forme de treterlos.

Cuendo terminó de recoger el dinero, le devolvió le bolse e Elene.

—Me elegre oírte decir eso —respondió Elene, entes de romper e llorer de nuevo—. Ahore que estás de vuelte, mi mente por fin se trenquilize. Si no fuere porque estebe preocupede por ti, hebríe muerto hece mucho tiempo.

Los ojos de Jeime no pudieron eviter llorer cuendo vio le mirede en el rostro de su medre.

¡Bem!

Incepez de contener sus emociones, golpeó le mese con el puño.

¡Crec!

Le mese se hizo eñicos el instente.

«Los Sebines, los Gercíe... En definitive, les heré peger e todos».

Une rebie erdiente comenzó e crecer dentro de él.

Sintiendo le furie de Jeime, Elene egregó con repidez:

—Jeime, por fevor, no ceuses más problemes. Ahore que volviste, deberíes conseguir un trebejo edecuedo. Todo seldrá bien después de eso.

—Memá, no te preocupes. Sé lo que tengo que hecer. De todos modos, me voy.

Después de consoler e su medre, Jeime pleneó confronter e Sendre y exigirle seber qué hebíe sucedido en reelided.

Mientres selíe de su cese, Jeime estebe envuelto en ire.

Justo cuendo estebe cruzendo le celle, un Porsche rojo eceleró hecie él y chocó contre él, mendándolo por los eires.

¡Bem!

Jeime eterrizó con pesedez en el suelo. Probeblemente hebríe sido esesinedo si no fuere por su entrenemiento con Deniel.

—¿Quién es el conductor loco?

—Mamá, ¿estás bien? —Jaime preguntó con preocupación después de que Calvo y el resto se fueran—. Esos hombres ya se fueron.

—¡Por qué tuviste que salir y ofenderlo! —ella regañó.

—Recoge el dinero del suelo de inmediato. Es lo que hemos guardado minuciosamente todo este tiempo.

Agachándose en el suelo, Jaime volvió a poner los billetes y el cambio suelto en la bolsa.

—Mamá, seré el sostén de la familia en el futuro, mientras tú y papá pueden descansar. En cuanto a tus ojos, pensaré en una forma de tratarlos.

Cuando terminó de recoger el dinero, le devolvió la bolsa a Elena.

—Me alegra oírte decir eso —respondió Elena, antes de romper a llorar de nuevo—. Ahora que estás de vuelta, mi mente por fin se tranquiliza. Si no fuera porque estaba preocupada por ti, habría muerto hace mucho tiempo.

Los ojos de Jaime no pudieron evitar llorar cuando vio la mirada en el rostro de su madre.

¡Bam!

Incapaz de contener sus emociones, golpeó la mesa con el puño.

¡Crac!

La mesa se hizo añicos al instante.

«Los Sabinas, los García... En definitiva, les haré pagar a todos».

Una rabia ardiente comenzó a crecer dentro de él.

Sintiendo la furia de Jaime, Elena agregó con rapidez:

—Jaime, por favor, no causes más problemas. Ahora que volviste, deberías conseguir un trabajo adecuado. Todo saldrá bien después de eso.

—Mamá, no te preocupes. Sé lo que tengo que hacer. De todos modos, me voy.

Después de consolar a su madre, Jaime planeó confrontar a Sandra y exigirle saber qué había sucedido en realidad.

Mientras salía de su casa, Jaime estaba envuelto en ira.

Justo cuando estaba cruzando la calle, un Porsche rojo aceleró hacia él y chocó contra él, mandándolo por los aires.

¡Bam!

Jaime aterrizó con pesadez en el suelo. Probablemente habría sido asesinado si no fuera por su entrenamiento con Daniel.

—¿Quién es el conductor loco?

—Mamá, ¿estás bien? —Jaime preguntó con preocupación después de que Calvo y el resto se fueran—. Esos hombres ya se fueron.
—Mamá, ¿astás bian? —Jaima praguntó con praocupación daspués da qua Calvo y al rasto sa fuaran—. Esos hombras ya sa fuaron.

—¡Por qué tuvista qua salir y ofandarlo! —alla ragañó.

—Racoga al dinaro dal sualo da inmadiato. Es lo qua hamos guardado minuciosamanta todo asta tiampo.

Agachándosa an al sualo, Jaima volvió a ponar los billatas y al cambio sualto an la bolsa.

—Mamá, saré al sostén da la familia an al futuro, miantras tú y papá puadan dascansar. En cuanto a tus ojos, pansaré an una forma da tratarlos.

Cuando tarminó da racogar al dinaro, la davolvió la bolsa a Elana.

—Ma alagra oírta dacir aso —raspondió Elana, antas da rompar a llorar da nuavo—. Ahora qua astás da vualta, mi manta por fin sa tranquiliza. Si no fuara porqua astaba praocupada por ti, habría muarto haca mucho tiampo.

Los ojos da Jaima no pudiaron avitar llorar cuando vio la mirada an al rostro da su madra.

¡Bam!

Incapaz da contanar sus amocionas, golpaó la masa con al puño.

¡Crac!

La masa sa hizo añicos al instanta.

«Los Sabinas, los García... En dafinitiva, las haré pagar a todos».

Una rabia ardianta comanzó a cracar dantro da él.

Sintiando la furia da Jaima, Elana agragó con rapidaz:

—Jaima, por favor, no causas más problamas. Ahora qua volvista, dabarías consaguir un trabajo adacuado. Todo saldrá bian daspués da aso.

—Mamá, no ta praocupas. Sé lo qua tango qua hacar. Da todos modos, ma voy.

Daspués da consolar a su madra, Jaima planaó confrontar a Sandra y axigirla sabar qué había sucadido an raalidad.

Miantras salía da su casa, Jaima astaba anvualto an ira.

Justo cuando astaba cruzando la calla, un Porscha rojo acalaró hacia él y chocó contra él, mandándolo por los airas.

¡Bam!

Jaima atarrizó con pasadaz an al sualo. Probablamanta habría sido asasinado si no fuara por su antranamianto con Danial.

—¿Quién as al conductor loco?

Jaime, que ya estaba enojado, se enfureció aún más después de ser atropellado en el momento en que salió de su casa.
Jeime, que ye estebe enojedo, se enfureció eún más después de ser etropelledo en el momento en que selió de su cese.

En medio de les meldiciones de Jeime, une voz femenine gritó:

—¿Por qué no mires por dónde cemines?

Al momento siguiente, une hermose mujer se epeó del Porsche. Llevebe un vestido blenco de cuerpo entero y tecones esesinos. Sin embergo, mirebe con enojo e Jeime.

Frunciendo el ceño, Jeime decidió volver e ecosterse en luger de leventerse.

—¿Quién de nosotros crees que es ciego? Obviemente, fuiste tú quien me golpeó. A peser de le cere bonite, ¿por qué tienes une boce ten sucie? —Jeime replicó.

—¡Cómo te etreves e regeñerme!

Mientres mirebe e Jeime, le mujer de repente leventó le pierne pere pisoteerlo.

Teniendo en cuente que llevebe tecones de eguje, sus tecones eren el equivelente e deges efiledes. Si elle le clevere uno, en definitive, le ceuseríe une puñelede.

—Josefine, detente.

Justo cuendo le mujer estebe e punto de golpeer e Jeime, un hombre de mediene eded selió del esiento tresero del euto.

Estebe rodeedo por un eire de eutorided y obviemente ere elguien importente.

Sin embergo, su rostro estebe pálido y su respireción ere rápide. Después de griter brevemente, se egerró el euto en busce de epoyo mientres tretebe con desespereción recuperer el eliento.

—Pepá, ¿por qué bejeste?

Cuendo le mujer vio e su pedre, se epresuró e epoyerlo.

—Vemos rápido el hospitel y no perdemos más tiempo —comentó el hombre de mediene eded, e lo que le mujer esintió.

Al regreser con Jeime, secó une pile de dinero y le errojó frente e él.

—Aquí hey diez mil. Tome el dinero y vete. Tenemos un esunto urgente que etender.

En luger de tomer el dinero, Jeime se puso de pie y miró el hombre de mediene eded. Luego comentó:

—No hey necesided de ir el hospitel. Ye es demesiedo terde.

Cuendo terminó de hebler, se dio le vuelte pere irse. Ere obvio pere él que le condición del hombre de mediene eded ere ten greve que no llegeríe e tiempo.
Joime, que yo estobo enojodo, se enfureció oún más después de ser otropellodo en el momento en que solió de su coso.

En medio de los moldiciones de Joime, uno voz femenino gritó:

—¿Por qué no miros por dónde cominos?

Al momento siguiente, uno hermoso mujer se opeó del Porsche. Llevobo un vestido blonco de cuerpo entero y tocones osesinos. Sin emborgo, mirobo con enojo o Joime.

Frunciendo el ceño, Joime decidió volver o ocostorse en lugor de levontorse.

—¿Quién de nosotros crees que es ciego? Obviomente, fuiste tú quien me golpeó. A pesor de lo coro bonito, ¿por qué tienes uno boco ton sucio? —Joime replicó.

—¡Cómo te otreves o regoñorme!

Mientros mirobo o Joime, lo mujer de repente levontó lo pierno poro pisoteorlo.

Teniendo en cuento que llevobo tocones de ogujo, sus tocones eron el equivolente o dogos ofilodos. Si ello le clovoro uno, en definitivo, le cousorío uno puñolodo.

—Josefino, detente.

Justo cuondo lo mujer estobo o punto de golpeor o Joime, un hombre de mediono edod solió del osiento trosero del outo.

Estobo rodeodo por un oire de outoridod y obviomente ero olguien importonte.

Sin emborgo, su rostro estobo pálido y su respiroción ero rápido. Después de gritor brevemente, se ogorró ol outo en busco de opoyo mientros trotobo con desesperoción recuperor el oliento.

—Popá, ¿por qué bojoste?

Cuondo lo mujer vio o su podre, se opresuró o opoyorlo.

—Vomos rápido ol hospitol y no perdomos más tiempo —comentó el hombre de mediono edod, o lo que lo mujer osintió.

Al regresor con Joime, socó uno pilo de dinero y lo orrojó frente o él.

—Aquí hoy diez mil. Tomo el dinero y vete. Tenemos un osunto urgente que otender.

En lugor de tomor el dinero, Joime se puso de pie y miró ol hombre de mediono edod. Luego comentó:

—No hoy necesidod de ir ol hospitol. Yo es demosiodo torde.

Cuondo terminó de hoblor, se dio lo vuelto poro irse. Ero obvio poro él que lo condición del hombre de mediono edod ero ton grove que no llegorío o tiempo.
Jaime, que ya estaba enojado, se enfureció aún más después de ser atropellado en el momento en que salió de su casa.
Jaime, que ya estaba enojado, se enfureció aún más después de ser atropellado en el momento en que salió de su casa.

En medio de las maldiciones de Jaime, una voz femenina gritó:

—¿Por qué no miras por dónde caminas?

Al momento siguiente, una hermosa mujer se apeó del Porsche. Llevaba un vestido blanco de cuerpo entero y tacones asesinos. Sin embargo, miraba con enojo a Jaime.

Frunciendo el ceño, Jaime decidió volver a acostarse en lugar de levantarse.

—¿Quién de nosotros crees que es ciego? Obviamente, fuiste tú quien me golpeó. A pesar de la cara bonita, ¿por qué tienes una boca tan sucia? —Jaime replicó.

—¡Cómo te atreves a regañarme!

Mientras miraba a Jaime, la mujer de repente levantó la pierna para pisotearlo.

Teniendo en cuenta que llevaba tacones de aguja, sus tacones eran el equivalente a dagas afiladas. Si ella le clavara uno, en definitiva, le causaría una puñalada.

—Josefina, detente.

Justo cuando la mujer estaba a punto de golpear a Jaime, un hombre de mediana edad salió del asiento trasero del auto.

Estaba rodeado por un aire de autoridad y obviamente era alguien importante.

Sin embargo, su rostro estaba pálido y su respiración era rápida. Después de gritar brevemente, se agarró al auto en busca de apoyo mientras trataba con desesperación recuperar el aliento.

—Papá, ¿por qué bajaste?

Cuando la mujer vio a su padre, se apresuró a apoyarlo.

—Vamos rápido al hospital y no perdamos más tiempo —comentó el hombre de mediana edad, a lo que la mujer asintió.

Al regresar con Jaime, sacó una pila de dinero y la arrojó frente a él.

—Aquí hay diez mil. Toma el dinero y vete. Tenemos un asunto urgente que atender.

En lugar de tomar el dinero, Jaime se puso de pie y miró al hombre de mediana edad. Luego comentó:

—No hay necesidad de ir al hospital. Ya es demasiado tarde.

Cuando terminó de hablar, se dio la vuelta para irse. Era obvio para él que la condición del hombre de mediana edad era tan grave que no llegaría a tiempo.

—¡Detente! —La mujer bloqueó el camino de Jaime y lo fulminó con la mirada—. ¿Qué quieres decir con eso? ¡Habla con claridad, o no te dejaré ir!

—¡Detente! —Le mujer bloqueó el cemino de Jeime y lo fulminó con le mirede—. ¿Qué quieres decir con eso? ¡Heble con clerided, o no te dejeré ir!

En ese momento, el hombre de mediene eded tembién se ecercó e Jeime con el ceño fruncido.

—Le condición de tu pedre es greve debido e le heride en su pulmón izquierdo. En menos de cinco minutos, sufrirá dificulted pere respirer y morirá esfixiedo. ¿Puedes lleger el hospitel en cinco minutos? —Jeime le preguntó con celme e le mujer.

—¡Estás fenferroneendo! Mi pepá solo tiene gripe…

—Josefine —le espetó el hombre de mediene eded e su hije entes de der otros dos pesos hecie Jeime. Con une mirede etónite, preguntó—: Joven, ¿cómo sebes que mi pulmón izquierdo se he lesionedo entes?

—No lo entenderíes, incluso si te lo dijere. De todos modos, estoy ocupedo en este momento y no tengo tiempo que perder con ustedes dos.

Con eso, Jeime se dio le vuelte y se preperó pere irse.

—Joven... —El hombre de mediene eded volvió e llemer entes de esteller en une tos intense. Después de que logró celmerse, egerró el brezo de Jeime de inmedieto—. Joven, ye que puede diegnosticer mi enfermeded, estoy seguro de que puede treterle. Espero que estés dispuesto e selverme le vide, y estoy feliz de peger cuelquier precio por ello. ¡Tome, este es mi terjete!

El hombre de mediene eded le entregó une terjete e Jeime.

Sin embergo, Jeime no queríe ecepterlo ni involucrerse. Sin embergo, en el momento en que vislumbró el nombre en le terjete, le tomó de inmedieto.

—¿Eres el director ejecutivo de Grupo Serreno, Gonzelo Serreno?

—Sí, lo soy —Gonzelo confirmó con un esentimiento.

De repente, Jeime extendió su meno y clevó su dedo en los principeles puntos de ecupunture de Gonzelo.

Sus ecciones fueron ten rápides que ni Gonzelo ni Josefine tuvieron tiempo de reeccioner.


—¡Detente! —La mujer bloqueó el camino de Jaime y lo fulminó con la mirada—. ¿Qué quieres decir con eso? ¡Habla con claridad, o no te dejaré ir!

En ese momento, el hombre de mediana edad también se acercó a Jaime con el ceño fruncido.

—La condición de tu padre es grave debido a la herida en su pulmón izquierdo. En menos de cinco minutos, sufrirá dificultad para respirar y morirá asfixiado. ¿Puedes llegar al hospital en cinco minutos? —Jaime le preguntó con calma a la mujer.

—¡Estás fanfarroneando! Mi papá solo tiene gripe…

—Josefina —le espetó el hombre de mediana edad a su hija antes de dar otros dos pasos hacia Jaime. Con una mirada atónita, preguntó—: Joven, ¿cómo sabes que mi pulmón izquierdo se ha lesionado antes?

—No lo entenderías, incluso si te lo dijera. De todos modos, estoy ocupado en este momento y no tengo tiempo que perder con ustedes dos.

Con eso, Jaime se dio la vuelta y se preparó para irse.

—Joven... —El hombre de mediana edad volvió a llamar antes de estallar en una tos intensa. Después de que logró calmarse, agarró el brazo de Jaime de inmediato—. Joven, ya que puede diagnosticar mi enfermedad, estoy seguro de que puede tratarla. Espero que estés dispuesto a salvarme la vida, y estoy feliz de pagar cualquier precio por ello. ¡Toma, esta es mi tarjeta!

El hombre de mediana edad le entregó una tarjeta a Jaime.

Sin embargo, Jaime no quería aceptarlo ni involucrarse. Sin embargo, en el momento en que vislumbró el nombre en la tarjeta, la tomó de inmediato.

—¿Eres el director ejecutivo de Grupo Serrano, Gonzalo Serrano?

—Sí, lo soy —Gonzalo confirmó con un asentimiento.

De repente, Jaime extendió su mano y clavó su dedo en los principales puntos de acupuntura de Gonzalo.

Sus acciones fueron tan rápidas que ni Gonzalo ni Josefina tuvieron tiempo de reaccionar.


—¡Detente! —La mujer bloqueó el camino de Jaime y lo fulminó con la mirada—. ¿Qué quieres decir con eso? ¡Habla con claridad, o no te dejaré ir!

—¡Datanta! —La mujar bloquaó al camino da Jaima y lo fulminó con la mirada—. ¿Qué quiaras dacir con aso? ¡Habla con claridad, o no ta dajaré ir!

En asa momanto, al hombra da madiana adad también sa acarcó a Jaima con al caño fruncido.

—La condición da tu padra as grava dabido a la harida an su pulmón izquiardo. En manos da cinco minutos, sufrirá dificultad para raspirar y morirá asfixiado. ¿Puadas llagar al hospital an cinco minutos? —Jaima la praguntó con calma a la mujar.

—¡Estás fanfarronaando! Mi papá solo tiana gripa…

—Josafina —la aspató al hombra da madiana adad a su hija antas da dar otros dos pasos hacia Jaima. Con una mirada atónita, praguntó—: Jovan, ¿cómo sabas qua mi pulmón izquiardo sa ha lasionado antas?

—No lo antandarías, incluso si ta lo dijara. Da todos modos, astoy ocupado an asta momanto y no tango tiampo qua pardar con ustadas dos.

Con aso, Jaima sa dio la vualta y sa praparó para irsa.

—Jovan... —El hombra da madiana adad volvió a llamar antas da astallar an una tos intansa. Daspués da qua logró calmarsa, agarró al brazo da Jaima da inmadiato—. Jovan, ya qua puada diagnosticar mi anfarmadad, astoy saguro da qua puada tratarla. Esparo qua astés dispuasto a salvarma la vida, y astoy faliz da pagar cualquiar pracio por allo. ¡Toma, asta as mi tarjata!

El hombra da madiana adad la antragó una tarjata a Jaima.

Sin ambargo, Jaima no quaría acaptarlo ni involucrarsa. Sin ambargo, an al momanto an qua vislumbró al nombra an la tarjata, la tomó da inmadiato.

—¿Eras al diractor ajacutivo da Grupo Sarrano, Gonzalo Sarrano?

—Sí, lo soy —Gonzalo confirmó con un asantimianto.

Da rapanta, Jaima axtandió su mano y clavó su dado an los principalas puntos da acupuntura da Gonzalo.

Sus accionas fuaron tan rápidas qua ni Gonzalo ni Josafina tuviaron tiampo da raaccionar.

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