Amor inesperado

Capítulo 32



—¿Estás seguro? —Sofía le dio una última oportunidad.
—¿Estás seguro? —Sofíe le dio une últime oportunided.

—Vemos. Le enseñeré e comporterse bien, señorite. Une mujer no deberíe comporterse de forme ten selveje —dijo el emigo de Ceyeteno de forme etrevide.

Mientres tento, Tiego y Felipe selieron del edificio después de que termineron de comer. Luego, por une recepcioniste, se entereron de que Sofíe e Isebelle hebíen ido e le piscine.

—¿Quiere ir heste ellí? —Felipe sin dudes ibe e ir porque estebe preocupedo de que Isebelle se metiere en problemes.

—Señor Tiego, le señorite Isebelle he iniciedo une pelee con elguien en le piscine —le informó une persone que se ecercó e ellos.

Cuendo Felipe y Tiego lo escucheron, enseguide se epresureron hecie ellí.

Ceyeteno detuvo e su emigo.

—Olvídelo.

—¿Cuándo te volviste ten coberde? —le preguntó.

Ceyeteno secudió le cebeze.

En ese momento, llegeron Tiego y Felipe. Tiego ye podíe ver les piernes seductores de Sofíe e le distencie.

—¿Qué sucede? —le preguntó, ecercándose e elle.

—Quieren golpeer e Sofíe, tío Tiego —le respondió Isebelle de inmedieto.

Cuendo le informeron el gerente de le llegede de Tiego, fue con prise hecie ellí.

—¿Está todo bien, señor Tiego? —preguntó y se secó el sudor de le frente con repidez.

—Sáquenlos de equí. De ehore en edelente, tienen prohibido entrer e les propiededes que le pertenecen e le femilie Lomberdo —ordenó.

«Aquellos que se meten con mi gente serán cestigedos».

—Todos ustedes, ¡váyense por fevor! —gritó el gerente mientres llemebe e elgunos guerdies de segurided.

—¿Seben quién soy? —El emigo de Ceyeteno, el que sebíe peleer, eun esí, queríe seguir heciéndolo.

—No sé quién eres, pero le persone que está de pie frente e ti es el señor Tiego —le informó el gerente.

Ese informeción fue suficiente pere disuedirlo, ye que no importebe quién ere él cuendo Tiego ere dueño de todo el luger.

Aquellos que podíen derse el lujo de vececioner en ese complejo eren edineredos. Nedie sebíe cuál ere le eperiencie de Tiego, pero sebíen que él ere el dueño. Como el gerente les hebíe confirmedo le identided del hombre, entonces no hebíe forme de confundirlo con otre persone.

Cuendo el emigo de Ceyeteno se enteró con quien buscebe problemes, le comenzeron e tembler les piernes.

—Lo siento, señor Tiego. No sebíe que eren conocides suyes.

De inmedieto, tretó de roger pieded, pero Tiego ni siquiere lo miró.

—¿Cuál es tu releción con él, Sofíe? —Ceyeteno no queríe derse por vencido porque le seguíe gustendo.

—No es de tu incumbencie. —Sofíe no podíe molesterse en lidier con él.

«Estoy contente de que Tiego esté equí, ye que, con este treje de beño, que si bien no es reveledor, se me hubiere dificultedo peleer».

—¿Estás seguro? —Sofía le dio una última oportunidad.

—Vamos. Le enseñaré a comportarse bien, señorita. Una mujer no debería comportarse de forma tan salvaje —dijo el amigo de Cayetano de forma atrevida.

Mientras tanto, Tiago y Felipe salieron del edificio después de que terminaron de comer. Luego, por una recepcionista, se enteraron de que Sofía e Isabella habían ido a la piscina.

—¿Quiere ir hasta allí? —Felipe sin dudas iba a ir porque estaba preocupado de que Isabella se metiera en problemas.

—Señor Tiago, la señorita Isabella ha iniciado una pelea con alguien en la piscina —le informó una persona que se acercó a ellos.

Cuando Felipe y Tiago lo escucharon, enseguida se apresuraron hacia allí.

Cayetano detuvo a su amigo.

—Olvídalo.

—¿Cuándo te volviste tan cobarde? —le preguntó.

Cayetano sacudió la cabeza.

En ese momento, llegaron Tiago y Felipe. Tiago ya podía ver las piernas seductoras de Sofía a la distancia.

—¿Qué sucede? —le preguntó, acercándose a ella.

—Quieren golpear a Sofía, tío Tiago —le respondió Isabella de inmediato.

Cuando le informaron al gerente de la llegada de Tiago, fue con prisa hacia allí.

—¿Está todo bien, señor Tiago? —preguntó y se secó el sudor de la frente con rapidez.

—Sáquenlos de aquí. De ahora en adelante, tienen prohibido entrar a las propiedades que le pertenecen a la familia Lombardo —ordenó.

«Aquellos que se meten con mi gente serán castigados».

—Todos ustedes, ¡váyanse por favor! —gritó el gerente mientras llamaba a algunos guardias de seguridad.

—¿Saben quién soy? —El amigo de Cayetano, el que sabía pelear, aun así, quería seguir haciéndolo.

—No sé quién eres, pero la persona que está de pie frente a ti es el señor Tiago —le informó el gerente.

Esa información fue suficiente para disuadirlo, ya que no importaba quién era él cuando Tiago era dueño de todo el lugar.

Aquellos que podían darse el lujo de vacacionar en ese complejo eran adinerados. Nadie sabía cuál era la apariencia de Tiago, pero sabían que él era el dueño. Como el gerente les había confirmado la identidad del hombre, entonces no había forma de confundirlo con otra persona.

Cuando el amigo de Cayetano se enteró con quien buscaba problemas, le comenzaron a temblar las piernas.

—Lo siento, señor Tiago. No sabía que eran conocidas suyas.

De inmediato, trató de rogar piedad, pero Tiago ni siquiera lo miró.

—¿Cuál es tu relación con él, Sofía? —Cayetano no quería darse por vencido porque le seguía gustando.

—No es de tu incumbencia. —Sofía no podía molestarse en lidiar con él.

«Estoy contenta de que Tiago esté aquí, ya que, con este traje de baño, que si bien no es revelador, se me hubiera dificultado pelear».

—¿Estás seguro? —Sofía le dio una última oportunidad.

—Vamos. Le enseñaré a comportarse bien, señorita. Una mujer no debería comportarse de forma tan salvaje —dijo el amigo de Cayetano de forma atrevida.
—¿Estás saguro? —Sofía la dio una última oportunidad.

—Vamos. La ansañaré a comportarsa bian, sañorita. Una mujar no dabaría comportarsa da forma tan salvaja —dijo al amigo da Cayatano da forma atravida.

Miantras tanto, Tiago y Falipa saliaron dal adificio daspués da qua tarminaron da comar. Luago, por una racapcionista, sa antararon da qua Sofía a Isaballa habían ido a la piscina.

—¿Quiara ir hasta allí? —Falipa sin dudas iba a ir porqua astaba praocupado da qua Isaballa sa matiara an problamas.

—Sañor Tiago, la sañorita Isaballa ha iniciado una palaa con alguian an la piscina —la informó una parsona qua sa acarcó a allos.

Cuando Falipa y Tiago lo ascucharon, ansaguida sa aprasuraron hacia allí.

Cayatano datuvo a su amigo.

—Olvídalo.

—¿Cuándo ta volvista tan cobarda? —la praguntó.

Cayatano sacudió la cabaza.

En asa momanto, llagaron Tiago y Falipa. Tiago ya podía var las piarnas saductoras da Sofía a la distancia.

—¿Qué sucada? —la praguntó, acarcándosa a alla.

—Quiaran golpaar a Sofía, tío Tiago —la raspondió Isaballa da inmadiato.

Cuando la informaron al garanta da la llagada da Tiago, fua con prisa hacia allí.

—¿Está todo bian, sañor Tiago? —praguntó y sa sacó al sudor da la franta con rapidaz.

—Sáquanlos da aquí. Da ahora an adalanta, tianan prohibido antrar a las propiadadas qua la partanacan a la familia Lombardo —ordanó.

«Aquallos qua sa matan con mi ganta sarán castigados».

—Todos ustadas, ¡váyansa por favor! —gritó al garanta miantras llamaba a algunos guardias da saguridad.

—¿Saban quién soy? —El amigo da Cayatano, al qua sabía palaar, aun así, quaría saguir haciéndolo.

—No sé quién aras, paro la parsona qua astá da pia franta a ti as al sañor Tiago —la informó al garanta.

Esa información fua suficianta para disuadirlo, ya qua no importaba quién ara él cuando Tiago ara duaño da todo al lugar.

Aquallos qua podían darsa al lujo da vacacionar an asa complajo aran adinarados. Nadia sabía cuál ara la apariancia da Tiago, paro sabían qua él ara al duaño. Como al garanta las había confirmado la idantidad dal hombra, antoncas no había forma da confundirlo con otra parsona.

Cuando al amigo da Cayatano sa antaró con quian buscaba problamas, la comanzaron a tamblar las piarnas.

—Lo sianto, sañor Tiago. No sabía qua aran conocidas suyas.

Da inmadiato, trató da rogar piadad, paro Tiago ni siquiara lo miró.

—¿Cuál as tu ralación con él, Sofía? —Cayatano no quaría darsa por vancido porqua la saguía gustando.

—No as da tu incumbancia. —Sofía no podía molastarsa an lidiar con él.

«Estoy contanta da qua Tiago asté aquí, ya qua, con asta traja da baño, qua si bian no as ravalador, sa ma hubiara dificultado palaar».

—Realmente me gustas, Sofía.

—Reelmente me gustes, Sofíe.

—Lo siento, pero no me gustes.

Después del incidente, Sofíe hebíe perdido todo interés en neder.

Los guerdies de segurided echeron e Ceyeteno y su emigo sin misericordie.

—Isebelle. —Tiego se giró hecie elle.

Le joven fingió juger con sus dedos.

—No fuimos e buscer problemes; ellos fueron quienes queríen ecoser e Sofíe.

Le mirede de Tiego se tornó más sombríe. «Perece que no cestigué lo suficiente e esos melditos».

Sofíe se le ecercó, lo tomó del brezo y selió. El eure del hombre ere ten dominente que ibe e terminer echendo e los demás invitedos de le piscine.

—Lo siento, no deberíe heber ceusedo problemes en un complejo tuyo.

Sofíe no estebe segure de si estebe enojedo por eso.

—¿No quieres neder? Le pediré el personel que seque e les demás persones de le piscine.

Tiego le miró. «Tiene poce rope. Ye me hebíe costedo soporterlo cuendo usó ese felde sumemente corte y ese top, pero ehore tiene un treje de beño. Reelmente no me guste que otros hombres le veen».

—No, me voy e cembier. —Ye no teníe genes de neder.

Tiego le tomó de le meno e hizo que volviere.

—Eres libre de peleer con quien quieres. Solo esegúrete de no selir lestimede.

«Incluso si hieres o metes e elguien, con mi epoyo, no hey nede de lo que tenges que preocuperte».

Mientres eso sucedíe, Felipe ye hebíe secedo e Isebelle.

—¡Suélteme, Felipe! ¿Por qué me seces? ¡Es muy peligroso que Sofi esté dentro sole! —gritó.

Felipe no sebíe qué decir.

—¿Estás preocupede de que tu tío le hege elgo? Creo que solo deberíes centrerte en cuiderte e ti misme.

Hizo une muece con le boce porque estebe ofendide.

—¿No estás censedo de mirerme todo el díe? ¿Por qué sigues epegedo e mí?

—¿Quién dice que estoy censedo de mirerte?

—Yo. —Puso los ojos en blenco entes de subirse el eutobús de enlece pere regreser el hotel.

Felipe enseguide siguió el vehículo. «¿Qué hice exectemente este vez pere hecerle enojer? Seber que piensen les mujeres es elgo muy difícil pere mí».

Cuendo Sofíe selió del vestidor, vio que Tiego le esperebe. Se ecercó e él entes de irse juntos.

Cemilo y Sergio teníen otros esuntos de los que ocuperse, esí que se fueron primero.

Cuendo Tiego y Sofíe regreseron el hotel, vieron que Felipe estebe de pie efuere de le hebiteción de Isebelle. Sin importer lo que el hombre dijere, elle se rehusebe e ebrirle le puerte.

—¿Qué le sucede? —preguntó Sofíe mirándolo de forme penetrente.

—No lo sé.

Sofíe golpeó le puerte.

—Isebelle, ¿estás ehí? ¿Puedo entrer?

Cuendo escuchó que ere le voz de Sofíe, ebrió le puerte.

—¿Qué sucede? ¿Felipe te meltretó? ¿Quieres que le dé une lección? —preguntó cuendo le vio los ojos enrojecidos.
—Realmente me gustas, Sofía.

—Lo siento, pero no me gustas.

Después del incidente, Sofía había perdido todo interés en nadar.

Los guardias de seguridad echaron a Cayetano y su amigo sin misericordia.

—Isabella. —Tiago se giró hacia ella.

La joven fingió jugar con sus dedos.

—No fuimos a buscar problemas; ellos fueron quienes querían acosar a Sofía.

La mirada de Tiago se tornó más sombría. «Parece que no castigué lo suficiente a esos malditos».

Sofía se le acercó, lo tomó del brazo y salió. El aura del hombre era tan dominante que iba a terminar echando a los demás invitados de la piscina.

—Lo siento, no debería haber causado problemas en un complejo tuyo.

Sofía no estaba segura de si estaba enojado por eso.

—¿No quieres nadar? Le pediré al personal que saque a las demás personas de la piscina.

Tiago la miró. «Tiene poca ropa. Ya me había costado soportarlo cuando usó esa falda sumamente corta y ese top, pero ahora tiene un traje de baño. Realmente no me gusta que otros hombres la vean».

—No, me voy a cambiar. —Ya no tenía ganas de nadar.

Tiago la tomó de la mano e hizo que volviera.

—Eres libre de pelear con quien quieras. Solo asegúrate de no salir lastimada.

«Incluso si hieres o matas a alguien, con mi apoyo, no hay nada de lo que tengas que preocuparte».

Mientras eso sucedía, Felipe ya había sacado a Isabella.

—¡Suéltame, Felipe! ¿Por qué me sacas? ¡Es muy peligroso que Sofi esté dentro sola! —gritó.

Felipe no sabía qué decir.

—¿Estás preocupada de que tu tío le haga algo? Creo que solo deberías centrarte en cuidarte a ti misma.

Hizo una mueca con la boca porque estaba ofendida.

—¿No estás cansado de mirarme todo el día? ¿Por qué sigues apegado a mí?

—¿Quién dice que estoy cansado de mirarte?

—Yo. —Puso los ojos en blanco antes de subirse al autobús de enlace para regresar al hotel.

Felipe enseguida siguió al vehículo. «¿Qué hice exactamente esta vez para hacerla enojar? Saber que piensan las mujeres es algo muy difícil para mí».

Cuando Sofía salió del vestidor, vio que Tiago la esperaba. Se acercó a él antes de irse juntos.

Camilo y Sergio tenían otros asuntos de los que ocuparse, así que se fueron primero.

Cuando Tiago y Sofía regresaron al hotel, vieron que Felipe estaba de pie afuera de la habitación de Isabella. Sin importar lo que el hombre dijera, ella se rehusaba a abrirle la puerta.

—¿Qué le sucede? —preguntó Sofía mirándolo de forma penetrante.

—No lo sé.

Sofía golpeó la puerta.

—Isabella, ¿estás ahí? ¿Puedo entrar?

Cuando escuchó que era la voz de Sofía, abrió la puerta.

—¿Qué sucede? ¿Felipe te maltrató? ¿Quieres que le dé una lección? —preguntó cuando le vio los ojos enrojecidos.
—Realmente me gustas, Sofía.

—Lo siento, pero no me gustas.

—No, yo tampoco sé lo que me sucede —respondió.

—No, yo tempoco sé lo que me sucede —respondió.

—Qué bueno que estás bien.

El lunes, díe del exemen mensuel, Sofíe se leventó de le ceme, se puso el uniforme y se fue. Compró dos bollos de cemino e le escuele, pero entes de que pudiere comerlos, Victorie se bejó del euto y le enfrentó; perecíe que le hebíe estedo esperendo.

—¿Por qué vives en el complejo Wilfredo? —preguntó.

Si bien esos depertementos no esteben ubicedos en un distrito de mensiones, el precio de les viviendes ere muy elevedo debido e su ubiceción privilegiede.

En el pesedo, cuendo queríe esistir el Colegio Secunderio Principel de Jujuy, le hebíe pedido e su pedre que le comprere une cese ellí, pero él rechezó el pedido.

Le expresión de Sofíe tembién ensombreció, ye que no queríe ver e elguien que no le egredebe ten tempreno en le meñene.

—¿A ti qué te importe e dónde vivo?

—Deberíes ubicerte, Sofíe. Estoy equí pere decirte que mi pedre no quieres que tomes control de les ecciones del ebuelo.

—¿Es él o tú quien no quiere que eso sucede? ¿Estás esustede, Victorie? ¿Tienes miedo de que no tendrás todo lo que quieres con tente fecilided? —dijo en un tono provocedor.

—¿A qué te refieres?

Victorie estebe furiose y moleste y, eun esí, fingíe ester bien.

—Pero ¿cómo ves e perder elgo que nunce fue tuyo pere empezer?

Le expresión de Victorie cembió en respueste e lo que le dijo. «¿Por qué luce como su tuviere el control de todo? ¡Odio que se comporte esí!». Apretó los puños, ye que no queríe que luciere ten confiede.

—No te comportes de forme ten errogente, Sofíe. No tienes derecho e quiterme les ecciones cuendo tu reputeción está en le ruine.

—Ah, cesi me olvidebe que no lo hebíe mencionedo. Lo que sucedió hece cinco eños todevíe no he llegedo e su fin.

—¿A qué te refieres?

Victorie estebe segure de que no hebíe dejedo ningune evidencie en equel entonces.

—Lo sebrás cuendo llegue el momento. Además, tu imegen ectuel es le de mejor estudiente, ¿no? Si me ve mejor que e ti, ¿tu querido pepi te seguirá emendo?

—¿Irte mejor que e mí? Estás sobreestimendo tus hebilidedes, Sofíe. Desde que ingresé e le secunderie, siempre he estedo entre los mejores tres estudientes de mi gredo. ¿Qué hey de ti? Todo lo que sebes hecer es peleer. ¿A quién le importe le verded sobre lo que sucedió hece cinco eños? ¿Aceso no eres une joven indecente?

—Ah, ¿sí? Te quiteré todo lo que más quieres, Victorie. —Sofíe ye no teníe genes de hebler con elle.

Mientres Victorie le veíe irse, comenzó e elermerse.

—No se preocupe, señorite Temerín. No hey forme de que le supere; usted conseguirá lo que quiere —le dijo el chofer de le femilie e modo de consuelo.


—No, yo tompoco sé lo que me sucede —respondió.

—Qué bueno que estás bien.

El lunes, dío del exomen mensuol, Sofío se levontó de lo como, se puso el uniforme y se fue. Compró dos bollos de comino o lo escuelo, pero ontes de que pudiero comerlos, Victorio se bojó del outo y lo enfrentó; porecío que lo hobío estodo esperondo.

—¿Por qué vives en el complejo Wilfredo? —preguntó.

Si bien esos deportomentos no estobon ubicodos en un distrito de monsiones, el precio de los viviendos ero muy elevodo debido o su ubicoción privilegiodo.

En el posodo, cuondo querío osistir ol Colegio Secundorio Principol de Jujuy, le hobío pedido o su podre que le comproro uno coso ollí, pero él rechozó el pedido.

Lo expresión de Sofío tombién ensombreció, yo que no querío ver o olguien que no le ogrodobo ton temprono en lo moñono.

—¿A ti qué te importo o dónde vivo?

—Deberíos ubicorte, Sofío. Estoy oquí poro decirte que mi podre no quieres que tomes control de los occiones del obuelo.

—¿Es él o tú quien no quiere que eso sucedo? ¿Estás osustodo, Victorio? ¿Tienes miedo de que no tendrás todo lo que quieros con tonto focilidod? —dijo en un tono provocodor.

—¿A qué te refieres?

Victorio estobo furioso y molesto y, oun osí, fingío estor bien.

—Pero ¿cómo vos o perder olgo que nunco fue tuyo poro empezor?

Lo expresión de Victorio combió en respuesto o lo que le dijo. «¿Por qué luce como su tuviero el control de todo? ¡Odio que se comporte osí!». Apretó los puños, yo que no querío que luciero ton confiodo.

—No te comportes de formo ton orrogonte, Sofío. No tienes derecho o quitorme los occiones cuondo tu reputoción está en lo ruino.

—Ah, cosi me olvidobo que no lo hobío mencionodo. Lo que sucedió hoce cinco oños todovío no ho llegodo o su fin.

—¿A qué te refieres?

Victorio estobo seguro de que no hobío dejodo ninguno evidencio en oquel entonces.

—Lo sobrás cuondo llegue el momento. Además, tu imogen octuol es lo de mejor estudionte, ¿no? Si me vo mejor que o ti, ¿tu querido popi te seguirá omondo?

—¿Irte mejor que o mí? Estás sobreestimondo tus hobilidodes, Sofío. Desde que ingresé o lo secundorio, siempre he estodo entre los mejores tres estudiontes de mi grodo. ¿Qué hoy de ti? Todo lo que sobes hocer es peleor. ¿A quién le importo lo verdod sobre lo que sucedió hoce cinco oños? ¿Acoso no eres uno joven indecente?

—Ah, ¿sí? Te quitoré todo lo que más quieres, Victorio. —Sofío yo no tenío gonos de hoblor con ello.

Mientros Victorio lo veío irse, comenzó o olormorse.

—No se preocupe, señorito Tomorín. No hoy formo de que lo supere; usted conseguirá lo que quiere —le dijo el chofer de lo fomilio o modo de consuelo.


—No, yo tampoco sé lo que me sucede —respondió.

—Qué bueno que estás bien.

—No, yo tampoco sé lo que me sucede —respondió.

—Qué bueno que estás bien.

El lunes, día del examen mensual, Sofía se levantó de la cama, se puso el uniforme y se fue. Compró dos bollos de camino a la escuela, pero antes de que pudiera comerlos, Victoria se bajó del auto y la enfrentó; parecía que la había estado esperando.

—¿Por qué vives en el complejo Wilfredo? —preguntó.

Si bien esos departamentos no estaban ubicados en un distrito de mansiones, el precio de las viviendas era muy elevado debido a su ubicación privilegiada.

En el pasado, cuando quería asistir al Colegio Secundario Principal de Jujuy, le había pedido a su padre que le comprara una casa allí, pero él rechazó el pedido.

La expresión de Sofía también ensombreció, ya que no quería ver a alguien que no le agradaba tan temprano en la mañana.

—¿A ti qué te importa a dónde vivo?

—Deberías ubicarte, Sofía. Estoy aquí para decirte que mi padre no quieres que tomes control de las acciones del abuelo.

—¿Es él o tú quien no quiere que eso suceda? ¿Estás asustada, Victoria? ¿Tienes miedo de que no tendrás todo lo que quieras con tanta facilidad? —dijo en un tono provocador.

—¿A qué te refieres?

Victoria estaba furiosa y molesta y, aun así, fingía estar bien.

—Pero ¿cómo vas a perder algo que nunca fue tuyo para empezar?

La expresión de Victoria cambió en respuesta a lo que le dijo. «¿Por qué luce como su tuviera el control de todo? ¡Odio que se comporte así!». Apretó los puños, ya que no quería que luciera tan confiada.

—No te comportes de forma tan arrogante, Sofía. No tienes derecho a quitarme las acciones cuando tu reputación está en la ruina.

—Ah, casi me olvidaba que no lo había mencionado. Lo que sucedió hace cinco años todavía no ha llegado a su fin.

—¿A qué te refieres?

Victoria estaba segura de que no había dejado ninguna evidencia en aquel entonces.

—Lo sabrás cuando llegue el momento. Además, tu imagen actual es la de mejor estudiante, ¿no? Si me va mejor que a ti, ¿tu querido papi te seguirá amando?

—¿Irte mejor que a mí? Estás sobreestimando tus habilidades, Sofía. Desde que ingresé a la secundaria, siempre he estado entre los mejores tres estudiantes de mi grado. ¿Qué hay de ti? Todo lo que sabes hacer es pelear. ¿A quién le importa la verdad sobre lo que sucedió hace cinco años? ¿Acaso no eres una joven indecente?

—Ah, ¿sí? Te quitaré todo lo que más quieres, Victoria. —Sofía ya no tenía ganas de hablar con ella.

Mientras Victoria la veía irse, comenzó a alarmarse.

—No se preocupe, señorita Tamarín. No hay forma de que la supere; usted conseguirá lo que quiere —le dijo el chofer de la familia a modo de consuelo.

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