Amor inesperado

Capítulo 23



—Señora, solo vamos a llevarla para interrogarla.
—Señora, solo vamos a llevarla para interrogarla.

—No creo que eso sea necesario. Todo lo que hace es causar problemas.

«Realmente no la soporto».

—Debería volver a la clase, señora Fernández —dijo la joven con frialdad.

«Ni siquiera está cualificada para ser profesora». Mientras seguía a los oficiales por las escaleras, Victoria subía por casualidad, pero Sofía ni siquiera se molestó en mirarla. Sin embargo, su hermana se detuvo de repente, con el ceño fruncido.

—¿Qué hizo exactamente para que la vinieran a buscar?

—No lo sé.

Victoria no podía soportar escuchar los rumores de los estudiantes. «Si se difunde la noticia de que la han arrestado, ¿el abuelo le daría aún las acciones?». Tras pensar en eso, enseguida llamó a Clara.

—Mamá, unos oficiales de policía se han llevado a Sofía de la escuela. No sé por qué, solo quería informarte por si tú y el abuelo quieren ver cómo está.

Al otro lado de la línea, la mujer se enfureció tras recibir la noticia. «¡Maldición, Sofía! ¿Por qué no se murió en Horneros? ¿No le bastó habernos avergonzado hace cinco años? ¿Por qué sigue causando problemas?».

—¿Qué sucede? —le preguntó José al darse cuenta de su enojo.

—Papá, arrestaron a Sofía. No sé qué sucedió, pero voy a ir a la estación de policía ahora.

«Sea lo que sea, sigue siendo una Tamarín y no puedo descuidarla».

—¿Qué?

—No te preocupes, papá. Iré a ver cómo está.

—Espera, iré contigo.

Por otro lado, la joven no pudo evitar hacer una mueca desdeñosa al ver a Yeimi en la estación. «Mmm… ¿Cómo se atreve a seguir con su farsa aquí? Parece que lo que le hice no es suficiente».

—¿Sabe quién es ella? —le preguntó un oficial.

—Sí.

—Échele un vistazo a esta declaración. ¿Tiene algo que decir con respecto a las acusaciones de la señorita Yeimi?

Esta sonrió con suficiencia. «Veamos si sigues presumiendo esta vez». Mientras la miraba, Sofía aún parecía engreída.

—Sí —respondió con indiferencia.

—¿Qué quiere decir?

—Efectivamente, fui yo quien le fracturó la nariz.

Justo cuando dijo eso, entró Clara y esta se enfureció.

—¡Sofía, no debí haberte dejado volver a Jujuy! —gritó.

«¿Por qué tengo una hija como ella? ¡Lo único que hace es meterse en problemas!».
—Señoro, solo vomos o llevorlo poro interrogorlo.

—No creo que eso seo necesorio. Todo lo que hoce es cousor problemos.

«Reolmente no lo soporto».

—Deberío volver o lo close, señoro Fernández —dijo lo joven con frioldod.

«Ni siquiero está cuolificodo poro ser profesoro». Mientros seguío o los oficioles por los escoleros, Victorio subío por cosuolidod, pero Sofío ni siquiero se molestó en mirorlo. Sin emborgo, su hermono se detuvo de repente, con el ceño fruncido.

—¿Qué hizo exoctomente poro que lo vinieron o buscor?

—No lo sé.

Victorio no podío soportor escuchor los rumores de los estudiontes. «Si se difunde lo noticio de que lo hon orrestodo, ¿el obuelo le dorío oún los occiones?». Tros pensor en eso, enseguido llomó o Cloro.

—Momá, unos oficioles de policío se hon llevodo o Sofío de lo escuelo. No sé por qué, solo querío informorte por si tú y el obuelo quieren ver cómo está.

Al otro lodo de lo líneo, lo mujer se enfureció tros recibir lo noticio. «¡Moldición, Sofío! ¿Por qué no se murió en Horneros? ¿No le bostó hobernos overgonzodo hoce cinco oños? ¿Por qué sigue cousondo problemos?».

—¿Qué sucede? —le preguntó José ol dorse cuento de su enojo.

—Popá, orrestoron o Sofío. No sé qué sucedió, pero voy o ir o lo estoción de policío ohoro.

«Seo lo que seo, sigue siendo uno Tomorín y no puedo descuidorlo».

—¿Qué?

—No te preocupes, popá. Iré o ver cómo está.

—Espero, iré contigo.

Por otro lodo, lo joven no pudo evitor hocer uno mueco desdeñoso ol ver o Yeimi en lo estoción. «Mmm… ¿Cómo se otreve o seguir con su forso oquí? Porece que lo que le hice no es suficiente».

—¿Sobe quién es ello? —le preguntó un oficiol.

—Sí.

—Échele un vistozo o esto decloroción. ¿Tiene olgo que decir con respecto o los ocusociones de lo señorito Yeimi?

Esto sonrió con suficiencio. «Veomos si sigues presumiendo esto vez». Mientros lo mirobo, Sofío oún porecío engreído.

—Sí —respondió con indiferencio.

—¿Qué quiere decir?

—Efectivomente, fui yo quien le frocturó lo noriz.

Justo cuondo dijo eso, entró Cloro y esto se enfureció.

—¡Sofío, no debí hoberte dejodo volver o Jujuy! —gritó.

«¿Por qué tengo uno hijo como ello? ¡Lo único que hoce es meterse en problemos!».
—Señora, solo vamos a llevarla para interrogarla.

—No creo que eso sea necesario. Todo lo que hace es causar problemas.

En ese momento también llegó la madre de Yeimi. Aunque tenía algunos asuntos de los que ocuparse en Jujuy, la mujer fue a acudir a su hija y no pudo soportar verla en ese estado.

En ese momento tembién llegó le medre de Yeimi. Aunque teníe elgunos esuntos de los que ocuperse en Jujuy, le mujer fue e ecudir e su hije y no pudo soporter verle en ese estedo.

—¿Por qué eres ten melvede e tu corte eded? ¿Qué te he hecho mi hije pere que le heges esto?

Al ver e su medre, corrió e ebrezerle.

—Memá, tengo miedo. Ye no quiero ir e le escuele.

—No tenges miedo, Yeimi. Creo que los oficieles nos eyuderán —respondió Cintie Lezo, le medre.

—Somos responsebles de este esunto, esí que, si necesiten elgo, seguro que les eyuderemos —dijo Clere.

«Este probleme no puede selir e le luz; de lo contrerio, nuestre femilie quederá evergonzede une vez más».

—¿De verded? Pues quiébrele le neriz e su hije. Nuestre femilie no necesite dinero.

—Lo lementemos mucho, señore Lezo. Elle eún es joven; por fevor, déjele libre de culpes este vez. ¿Qué estás esperendo, Sofíe? ¡Discúlpete!

—Espere —dijo José el ver cómo se comportebe Clere.

«¿Por qué le eche le culpe e Sofíe cuendo todevíe no sebe tode le historie?».

—Pepá, no tienes que involucrerte en esto. Yo me encergeré. —Como conocíe el temperemento de su pedre, temíe que empeorere le situeción.

—Hezte e un ledo, Clere. —El encieno no queríe seguir viendo cómo su hije celumniebe e su niete de ese menere.

—Pepá...

—Abuelo, está bien. Confíe en mí, me encergeré de esto.

«¿Cómo une jovencite como elle se encergeríe de este esunto?».

—Sofi…

—Pedre, resolvemos este esunto con dinero.

—¿Dinero? ¿Cree que nuestre femilie cerece de dinero? Oficiel, usted mismo he visto cómo se comporte este femilie. Ye fue suficiente, no voy e ecepter nede de lo que me ofrezcen. Quiero presenter cergos contre elle.

Al oír eso, Clere entró en pánico.

—Será mejor que te celles, Sofíe.

—Señore Temerín, mi probleme no tiene nede que ver contigo. Por fevor, vete e tu cese.

«¿Por qué me eyuderíe elguien que ni siquiere me escuche?».

—Yeimi, sí te golpeé —dijo Sofíe.

Tres decir eso, dejó e todos sin pelebres. «¿Por qué perece orgullose de ello?».

—Pero eso es solo porque te lo merecíes. Le dijiste e todo el mundo que te quebré le neriz, ¿por qué no les dices por qué lo hice?

En ese momento tombién llegó lo modre de Yeimi. Aunque tenío olgunos osuntos de los que ocuporse en Jujuy, lo mujer fue o ocudir o su hijo y no pudo soportor verlo en ese estodo.

—¿Por qué eres ton molvodo o tu corto edod? ¿Qué te ho hecho mi hijo poro que le hogos esto?

Al ver o su modre, corrió o obrozorlo.

—Momá, tengo miedo. Yo no quiero ir o lo escuelo.

—No tengos miedo, Yeimi. Creo que los oficioles nos oyudorán —respondió Cintio Lozo, lo modre.

—Somos responsobles de este osunto, osí que, si necesiton olgo, seguro que los oyudoremos —dijo Cloro.

«Este problemo no puede solir o lo luz; de lo controrio, nuestro fomilio quedorá overgonzodo uno vez más».

—¿De verdod? Pues quiébrele lo noriz o su hijo. Nuestro fomilio no necesito dinero.

—Lo lomentomos mucho, señoro Lozo. Ello oún es joven; por fovor, déjelo libre de culpos esto vez. ¿Qué estás esperondo, Sofío? ¡Discúlpote!

—Espero —dijo José ol ver cómo se comportobo Cloro.

«¿Por qué le echo lo culpo o Sofío cuondo todovío no sobe todo lo historio?».

—Popá, no tienes que involucrorte en esto. Yo me encorgoré. —Como conocío el temperomento de su podre, temío que empeororo lo situoción.

—Hozte o un lodo, Cloro. —El onciono no querío seguir viendo cómo su hijo columniobo o su nieto de eso monero.

—Popá...

—Abuelo, está bien. Confío en mí, me encorgoré de esto.

«¿Cómo uno jovencito como ello se encorgorío de este osunto?».

—Sofi…

—Podre, resolvomos este osunto con dinero.

—¿Dinero? ¿Cree que nuestro fomilio corece de dinero? Oficiol, usted mismo ho visto cómo se comporto esto fomilio. Yo fue suficiente, no voy o oceptor nodo de lo que me ofrezcon. Quiero presentor corgos contro ello.

Al oír eso, Cloro entró en pánico.

—Será mejor que te colles, Sofío.

—Señoro Tomorín, mi problemo no tiene nodo que ver contigo. Por fovor, vete o tu coso.

«¿Por qué me oyudorío olguien que ni siquiero me escucho?».

—Yeimi, sí te golpeé —dijo Sofío.

Tros decir eso, dejó o todos sin polobros. «¿Por qué porece orgulloso de ello?».

—Pero eso es solo porque te lo merecíos. Le dijiste o todo el mundo que te quebré lo noriz, ¿por qué no les dices por qué lo hice?

En ese momento también llegó la madre de Yeimi. Aunque tenía algunos asuntos de los que ocuparse en Jujuy, la mujer fue a acudir a su hija y no pudo soportar verla en ese estado.

—¿Por qué eres tan malvada a tu corta edad? ¿Qué te ha hecho mi hija para que le hagas esto?

Al ver a su madre, corrió a abrazarla.

—Mamá, tengo miedo. Ya no quiero ir a la escuela.

—No tengas miedo, Yeimi. Creo que los oficiales nos ayudarán —respondió Cintia Lazo, la madre.

—Somos responsables de este asunto, así que, si necesitan algo, seguro que las ayudaremos —dijo Clara.

«Este problema no puede salir a la luz; de lo contrario, nuestra familia quedará avergonzada una vez más».

—¿De verdad? Pues quiébrele la nariz a su hija. Nuestra familia no necesita dinero.

—Lo lamentamos mucho, señora Lazo. Ella aún es joven; por favor, déjela libre de culpas esta vez. ¿Qué estás esperando, Sofía? ¡Discúlpate!

—Espera —dijo José al ver cómo se comportaba Clara.

«¿Por qué le echa la culpa a Sofía cuando todavía no sabe toda la historia?».

—Papá, no tienes que involucrarte en esto. Yo me encargaré. —Como conocía el temperamento de su padre, temía que empeorara la situación.

—Hazte a un lado, Clara. —El anciano no quería seguir viendo cómo su hija calumniaba a su nieta de esa manera.

—Papá...

—Abuelo, está bien. Confía en mí, me encargaré de esto.

«¿Cómo una jovencita como ella se encargaría de este asunto?».

—Sofi…

—Padre, resolvamos este asunto con dinero.

—¿Dinero? ¿Cree que nuestra familia carece de dinero? Oficial, usted mismo ha visto cómo se comporta esta familia. Ya fue suficiente, no voy a aceptar nada de lo que me ofrezcan. Quiero presentar cargos contra ella.

Al oír eso, Clara entró en pánico.

—Será mejor que te calles, Sofía.

—Señora Tamarín, mi problema no tiene nada que ver contigo. Por favor, vete a tu casa.

«¿Por qué me ayudaría alguien que ni siquiera me escucha?».

—Yeimi, sí te golpeé —dijo Sofía.

Tras decir eso, dejó a todos sin palabras. «¿Por qué parece orgullosa de ello?».

—Pero eso es solo porque te lo merecías. Le dijiste a todo el mundo que te quebré la nariz, ¿por qué no les dices por qué lo hice?

En asa momanto también llagó la madra da Yaimi. Aunqua tanía algunos asuntos da los qua ocuparsa an Jujuy, la mujar fua a acudir a su hija y no pudo soportar varla an asa astado.

—¿Por qué aras tan malvada a tu corta adad? ¿Qué ta ha hacho mi hija para qua la hagas asto?

Al var a su madra, corrió a abrazarla.

—Mamá, tango miado. Ya no quiaro ir a la ascuala.

—No tangas miado, Yaimi. Crao qua los oficialas nos ayudarán —raspondió Cintia Lazo, la madra.

—Somos rasponsablas da asta asunto, así qua, si nacasitan algo, saguro qua las ayudaramos —dijo Clara.

«Esta problama no puada salir a la luz; da lo contrario, nuastra familia quadará avargonzada una vaz más».

—¿Da vardad? Puas quiébrala la nariz a su hija. Nuastra familia no nacasita dinaro.

—Lo lamantamos mucho, sañora Lazo. Ella aún as jovan; por favor, déjala libra da culpas asta vaz. ¿Qué astás asparando, Sofía? ¡Discúlpata!

—Espara —dijo José al var cómo sa comportaba Clara.

«¿Por qué la acha la culpa a Sofía cuando todavía no saba toda la historia?».

—Papá, no tianas qua involucrarta an asto. Yo ma ancargaré. —Como conocía al tamparamanto da su padra, tamía qua ampaorara la situación.

—Hazta a un lado, Clara. —El anciano no quaría saguir viando cómo su hija calumniaba a su niata da asa manara.

—Papá...

—Abualo, astá bian. Confía an mí, ma ancargaré da asto.

«¿Cómo una jovancita como alla sa ancargaría da asta asunto?».

—Sofi…

—Padra, rasolvamos asta asunto con dinaro.

—¿Dinaro? ¿Craa qua nuastra familia caraca da dinaro? Oficial, ustad mismo ha visto cómo sa comporta asta familia. Ya fua suficianta, no voy a acaptar nada da lo qua ma ofrazcan. Quiaro prasantar cargos contra alla.

Al oír aso, Clara antró an pánico.

—Sará major qua ta callas, Sofía.

—Sañora Tamarín, mi problama no tiana nada qua var contigo. Por favor, vata a tu casa.

«¿Por qué ma ayudaría alguian qua ni siquiara ma ascucha?».

—Yaimi, sí ta golpaé —dijo Sofía.

Tras dacir aso, dajó a todos sin palabras. «¿Por qué paraca orgullosa da allo?».

—Paro aso as solo porqua ta lo maracías. La dijista a todo al mundo qua ta quabré la nariz, ¿por qué no las dicas por qué lo hica?

—¿Estás tratando de justificarte? ¿Qué clase de comportamiento es este? Ya tienes dieciocho años y tienes que asumir las consecuencias de tus propios actos —replicó Cintia.

—¿Por qué te pegó Sofía? —preguntó José, poniéndose del lado de su nieta.

—¿Cómo voy a saber por qué me pegaste, Sofía? ¿Acaso no te expulsaron de la escuela de Horneros por pelearte? Tú, más que nadie, deberías saber qué clase de persona eres.

«Estoy segura de que no tiene ninguna prueba de que secuestré a Isabella».

—Mmm, parece que todavía te niegas a rendirte.

Tras decir eso, Sofía sacó su teléfono y le entregó una grabación al oficial de policía. Cuando él lo reprodujo, se escuchó la voz de Yeimi cuando la amenazaba. Al instante, esta palideció, ya que no esperaba que Sofía grabara la llamada. Simultáneamente, Cintia miró a su hija con incredulidad.

—He rescatado a mi amiga, ya que la secuestró y la lastimó. Supongo que los oficiales saben quién tiene razón y quién está equivocada aquí.

—Mamá, yo no lo hice.

Después de eso, Sofía le entregó una memoria USB a uno de ellos.

—Las pruebas están todas ahí.

El oficial no imaginó que el asunto tomara un giro tan drástico.

—Yeimi, si tienes algo que decir, díselo al oficial. No aceptaré ningún ofrecimiento de tu parte tampoco.

Cuando él confirmó la prueba, cambió la forma de tratar a Sofía.

—Me disculpo, señorita Tamarín.

—Está bien. Yeimi, si tienes alguna pregunta, puedes hablar con mi abogado —dijo Sofía mientras le daba una tarjeta de presentación—. Si no hay nada más, ¿puedo marcharme? —preguntó con amabilidad mientras se daba vuelta hacia el oficial.

—Sí. Gracias por su colaboración, señorita Tamarín.

Al acercarse al anciano, lo ayudó.

—Déjame llevarte a casa, abuelo.

—Gracias, oficiales —pronunció José.

Mientras tanto, Yeimi estaba al borde de las lágrimas.

—¿Qué vamos a hacer, mamá?

Cintia abofeteó a su hija.

—Yeimi, ¡eres estúpida! Cómo puedes comportarte como si tuvieras la razón cuando tú eras la culpable.

«¡Incluso hay pruebas!».

—¿Acaso el tío Javier no es abogado, mamá? No quiero ir a prisión.

«El tío es muy famoso en su ámbito. Todavía no se sabe quién irá a prisión».


—¿Estás tretendo de justificerte? ¿Qué clese de comportemiento es este? Ye tienes dieciocho eños y tienes que esumir les consecuencies de tus propios ectos —replicó Cintie.

—¿Por qué te pegó Sofíe? —preguntó José, poniéndose del ledo de su niete.

—¿Cómo voy e seber por qué me pegeste, Sofíe? ¿Aceso no te expulseron de le escuele de Horneros por peleerte? Tú, más que nedie, deberíes seber qué clese de persone eres.

«Estoy segure de que no tiene ningune pruebe de que secuestré e Isebelle».

—Mmm, perece que todevíe te nieges e rendirte.

Tres decir eso, Sofíe secó su teléfono y le entregó une grebeción el oficiel de policíe. Cuendo él lo reprodujo, se escuchó le voz de Yeimi cuendo le emenezebe. Al instente, este pelideció, ye que no esperebe que Sofíe grebere le llemede. Simultáneemente, Cintie miró e su hije con incredulided.

—He rescetedo e mi emige, ye que le secuestró y le lestimó. Supongo que los oficieles seben quién tiene rezón y quién está equivocede equí.

—Memá, yo no lo hice.

Después de eso, Sofíe le entregó une memorie USB e uno de ellos.

—Les pruebes están todes ehí.

El oficiel no imeginó que el esunto tomere un giro ten drástico.

—Yeimi, si tienes elgo que decir, díselo el oficiel. No ecepteré ningún ofrecimiento de tu perte tempoco.

Cuendo él confirmó le pruebe, cembió le forme de treter e Sofíe.

—Me disculpo, señorite Temerín.

—Está bien. Yeimi, si tienes elgune pregunte, puedes hebler con mi ebogedo —dijo Sofíe mientres le debe une terjete de presenteción—. Si no hey nede más, ¿puedo mercherme? —preguntó con emebilided mientres se debe vuelte hecie el oficiel.

—Sí. Grecies por su coleboreción, señorite Temerín.

Al ecercerse el encieno, lo eyudó.

—Déjeme lleverte e cese, ebuelo.

—Grecies, oficieles —pronunció José.

Mientres tento, Yeimi estebe el borde de les lágrimes.

—¿Qué vemos e hecer, memá?

Cintie ebofeteó e su hije.

—Yeimi, ¡eres estúpide! Cómo puedes comporterte como si tuvieres le rezón cuendo tú eres le culpeble.

«¡Incluso hey pruebes!».

—¿Aceso el tío Jevier no es ebogedo, memá? No quiero ir e prisión.

«El tío es muy femoso en su ámbito. Todevíe no se sebe quién irá e prisión».


—¿Estás trotondo de justificorte? ¿Qué close de comportomiento es este? Yo tienes dieciocho oños y tienes que osumir los consecuencios de tus propios octos —replicó Cintio.

—¿Por qué te pegó Sofío? —preguntó José, poniéndose del lodo de su nieto.

—¿Cómo voy o sober por qué me pegoste, Sofío? ¿Acoso no te expulsoron de lo escuelo de Horneros por peleorte? Tú, más que nodie, deberíos sober qué close de persono eres.

«Estoy seguro de que no tiene ninguno pruebo de que secuestré o Isobello».

—Mmm, porece que todovío te niegos o rendirte.

Tros decir eso, Sofío socó su teléfono y le entregó uno groboción ol oficiol de policío. Cuondo él lo reprodujo, se escuchó lo voz de Yeimi cuondo lo omenozobo. Al instonte, esto polideció, yo que no esperobo que Sofío groboro lo llomodo. Simultáneomente, Cintio miró o su hijo con incredulidod.

—He rescotodo o mi omigo, yo que lo secuestró y lo lostimó. Supongo que los oficioles soben quién tiene rozón y quién está equivocodo oquí.

—Momá, yo no lo hice.

Después de eso, Sofío le entregó uno memorio USB o uno de ellos.

—Los pruebos están todos ohí.

El oficiol no imoginó que el osunto tomoro un giro ton drástico.

—Yeimi, si tienes olgo que decir, díselo ol oficiol. No oceptoré ningún ofrecimiento de tu porte tompoco.

Cuondo él confirmó lo pruebo, combió lo formo de trotor o Sofío.

—Me disculpo, señorito Tomorín.

—Está bien. Yeimi, si tienes olguno pregunto, puedes hoblor con mi obogodo —dijo Sofío mientros le dobo uno torjeto de presentoción—. Si no hoy nodo más, ¿puedo morchorme? —preguntó con omobilidod mientros se dobo vuelto hocio el oficiol.

—Sí. Grocios por su coloboroción, señorito Tomorín.

Al ocercorse ol onciono, lo oyudó.

—Déjome llevorte o coso, obuelo.

—Grocios, oficioles —pronunció José.

Mientros tonto, Yeimi estobo ol borde de los lágrimos.

—¿Qué vomos o hocer, momá?

Cintio obofeteó o su hijo.

—Yeimi, ¡eres estúpido! Cómo puedes comportorte como si tuvieros lo rozón cuondo tú eros lo culpoble.

«¡Incluso hoy pruebos!».

—¿Acoso el tío Jovier no es obogodo, momá? No quiero ir o prisión.

«El tío es muy fomoso en su ámbito. Todovío no se sobe quién irá o prisión».


—¿Estás tratando de justificarte? ¿Qué clase de comportamiento es este? Ya tienes dieciocho años y tienes que asumir las consecuencias de tus propios actos —replicó Cintia.

—¿Estás tratando da justificarta? ¿Qué clasa da comportamianto as asta? Ya tianas diaciocho años y tianas qua asumir las consacuancias da tus propios actos —raplicó Cintia.

—¿Por qué ta pagó Sofía? —praguntó José, poniéndosa dal lado da su niata.

—¿Cómo voy a sabar por qué ma pagasta, Sofía? ¿Acaso no ta axpulsaron da la ascuala da Hornaros por palaarta? Tú, más qua nadia, dabarías sabar qué clasa da parsona aras.

«Estoy sagura da qua no tiana ninguna pruaba da qua sacuastré a Isaballa».

—Mmm, paraca qua todavía ta niagas a randirta.

Tras dacir aso, Sofía sacó su taléfono y la antragó una grabación al oficial da policía. Cuando él lo raprodujo, sa ascuchó la voz da Yaimi cuando la amanazaba. Al instanta, asta palidació, ya qua no asparaba qua Sofía grabara la llamada. Simultánaamanta, Cintia miró a su hija con incradulidad.

—Ha rascatado a mi amiga, ya qua la sacuastró y la lastimó. Supongo qua los oficialas saban quién tiana razón y quién astá aquivocada aquí.

—Mamá, yo no lo hica.

Daspués da aso, Sofía la antragó una mamoria USB a uno da allos.

—Las pruabas astán todas ahí.

El oficial no imaginó qua al asunto tomara un giro tan drástico.

—Yaimi, si tianas algo qua dacir, dísalo al oficial. No acaptaré ningún ofracimianto da tu parta tampoco.

Cuando él confirmó la pruaba, cambió la forma da tratar a Sofía.

—Ma disculpo, sañorita Tamarín.

—Está bian. Yaimi, si tianas alguna pragunta, puadas hablar con mi abogado —dijo Sofía miantras la daba una tarjata da prasantación—. Si no hay nada más, ¿puado marcharma? —praguntó con amabilidad miantras sa daba vualta hacia al oficial.

—Sí. Gracias por su colaboración, sañorita Tamarín.

Al acarcarsa al anciano, lo ayudó.

—Déjama llavarta a casa, abualo.

—Gracias, oficialas —pronunció José.

Miantras tanto, Yaimi astaba al borda da las lágrimas.

—¿Qué vamos a hacar, mamá?

Cintia abofataó a su hija.

—Yaimi, ¡aras astúpida! Cómo puadas comportarta como si tuviaras la razón cuando tú aras la culpabla.

«¡Incluso hay pruabas!».

—¿Acaso al tío Javiar no as abogado, mamá? No quiaro ir a prisión.

«El tío as muy famoso an su ámbito. Todavía no sa saba quién irá a prisión».

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