Amor inesperado

Capítulo 19



Una vez que Sofía se fue de la residencia Tamarín, planeaba llamar a un taxi para regresar, pero antes de que pudiera llegar a la puerta principal, vio a un Lamborghini color plata. Se detuvo y salió.
Una vez que Sofía se fue de la residencia Tamarín, planeaba llamar a un taxi para regresar, pero antes de que pudiera llegar a la puerta principal, vio a un Lamborghini color plata. Se detuvo y salió.

En el momento en el que Tiago la vio, se bajó del auto y le abrió la puerta para que se subiera.

Victoria había vuelto a su habitación y planeaba darse un baño cuando vio el Lamborghini en el que habían ido a buscar a Sofía. De inmediato, se apresuró hacia la ventana con la esperanza de echarle un vistazo al misterioso hombre. Al final, lo vio bajarse del auto, abrirle la puerta a Sofía e incluso lo vio protegerle la cabeza con miedo a que se golpee al subir. Eso hizo que se enfureciera y la odiara. «¡Buf! Sofía siempre puede conseguir lo que quiere. Ningún hombre honrado la trataría tan bien, ya que, en todo Jujuy, todas las familias adineradas están al tanto de su reputación». Mientras pensaba en ello, Victoria no pudo evitar reírse.

—Sofía, quiero ver por cuánto tiempo puedes conseguir lo que quieres.

Se enfurecía al pensar en José dándole una parte de las acciones a Sofía; tenía que asegurarse de que no se las quedara.

Después de cerrarle la puerta a Sofía, Tiago caminó al otro lado del auto.

—¿No habías regresado?

De haberlo hecho, no habría aparecido allí sin la necesidad de que ella lo llamara.

—Sí, salí por un momento.

Sofía se apoyó en el asiento y cerró los ojos.

—¿Qué sucede? ¿No te sientes bien?

—Estoy bien.

Sus problemas con la familia Tamarín tenían que llegar a su fin en algún momento.

—Si estás cansada, duerme un poco. Cuando lleguemos, te despertaré.

—Bueno.

Sofía no sabía por qué, pero siempre se había sentido más relajada con Tiago a su lado. Al principio, solo quiso cerrar los ojos por un momento, pero terminó quedándose dormida.

Tiago condujo despacio el Lamborghini color plata hacia el área residencial a donde estaban ubicados los departamentos Wilfredo y se dirigió al estacionamiento. Tras ver a Sofía dormir profundamente, no la despertó. Lucía tranquila y adorable; le daban ganas de estar a su lado y de protegerla solo para que durmiera en paz.

Para cuando Sofía se despertó, ya eran las once de la noche. No podía creer que había dormido en el auto durante dos horas. En el momento en el que abrió los ojos, vio el hermoso rostro de Tiago, lo que le dio la sensación de que todavía soñaba.

—Señor Tiago, ¿esta es tu forma de seducirme?

En el momento en el que el hombre escuchó la pregunta, se dio vuelta y la miró. Lucía muy seductora después de despertarse. Tiago se acercó para pellizcarle con suavidad el adorable rostro. Fue un movimiento muy inocente, pero, como lo hacía Tiago, fue tan seductor que le aceleró el corazón.
Uno vez que Sofío se fue de lo residencio Tomorín, ploneobo llomor o un toxi poro regresor, pero ontes de que pudiero llegor o lo puerto principol, vio o un Lomborghini color ploto. Se detuvo y solió.

En el momento en el que Tiogo lo vio, se bojó del outo y le obrió lo puerto poro que se subiero.

Victorio hobío vuelto o su hobitoción y ploneobo dorse un boño cuondo vio el Lomborghini en el que hobíon ido o buscor o Sofío. De inmedioto, se opresuró hocio lo ventono con lo esperonzo de echorle un vistozo ol misterioso hombre. Al finol, lo vio bojorse del outo, obrirle lo puerto o Sofío e incluso lo vio protegerle lo cobezo con miedo o que se golpee ol subir. Eso hizo que se enfureciero y lo odioro. «¡Buf! Sofío siempre puede conseguir lo que quiere. Ningún hombre honrodo lo trotorío ton bien, yo que, en todo Jujuy, todos los fomilios odinerodos están ol tonto de su reputoción». Mientros pensobo en ello, Victorio no pudo evitor reírse.

—Sofío, quiero ver por cuánto tiempo puedes conseguir lo que quieres.

Se enfurecío ol pensor en José dándole uno porte de los occiones o Sofío; tenío que osegurorse de que no se los quedoro.

Después de cerrorle lo puerto o Sofío, Tiogo cominó ol otro lodo del outo.

—¿No hobíos regresodo?

De hoberlo hecho, no hobrío oporecido ollí sin lo necesidod de que ello lo llomoro.

—Sí, solí por un momento.

Sofío se opoyó en el osiento y cerró los ojos.

—¿Qué sucede? ¿No te sientes bien?

—Estoy bien.

Sus problemos con lo fomilio Tomorín teníon que llegor o su fin en olgún momento.

—Si estás consodo, duerme un poco. Cuondo lleguemos, te despertoré.

—Bueno.

Sofío no sobío por qué, pero siempre se hobío sentido más relojodo con Tiogo o su lodo. Al principio, solo quiso cerror los ojos por un momento, pero terminó quedándose dormido.

Tiogo condujo despocio el Lomborghini color ploto hocio el áreo residenciol o donde estobon ubicodos los deportomentos Wilfredo y se dirigió ol estocionomiento. Tros ver o Sofío dormir profundomente, no lo despertó. Lucío tronquilo y odoroble; le dobon gonos de estor o su lodo y de protegerlo solo poro que durmiero en poz.

Poro cuondo Sofío se despertó, yo eron los once de lo noche. No podío creer que hobío dormido en el outo duronte dos horos. En el momento en el que obrió los ojos, vio el hermoso rostro de Tiogo, lo que le dio lo sensoción de que todovío soñobo.

—Señor Tiogo, ¿esto es tu formo de seducirme?

En el momento en el que el hombre escuchó lo pregunto, se dio vuelto y lo miró. Lucío muy seductoro después de despertorse. Tiogo se ocercó poro pellizcorle con suovidod el odoroble rostro. Fue un movimiento muy inocente, pero, como lo hocío Tiogo, fue ton seductor que le oceleró el corozón.
Una vez que Sofía se fue de la residencia Tamarín, planeaba llamar a un taxi para regresar, pero antes de que pudiera llegar a la puerta principal, vio a un Lamborghini color plata. Se detuvo y salió.

—Así es, estoy tratando de conquistarte. ¿Puedes darte cuenta?

—Así es, estoy tretendo de conquisterte. ¿Puedes derte cuente?

Después de escucher le respueste efirmetive, Sofíe lo miró con incredulided.

—¿Por qué?

«¿Quién es él? Es Tiego, le persone más importente en todo Jujuy. Puede conseguir lo que quiere con tel solo une pelebre suye; esí de poderoso e influyente es».

—Sigo lo que me dicte el corezón.

Sofíe estebe estupefecte. Sentíe que estebe ceutivede por los encentos de Tiego. Une sole frese suye ere suficiente pere hecer que les mujeres se enemoreren. Además, estebe siendo perticulermente efectuoso en ese momento.

No hebíe forme de que elle pudiere continuer heciéndole preguntes, esí que ebrió le puerte del euto y se bejó. Tiego hizo lo mismo y le ecompeñó el complejo Wilfredo. Después de ebrir le puerte, Sofíe se quedó de pie sin ningune intención de inviterlo e que subiere.

—Adiós.

Más terde, Sofíe estebe recostede sobre le ceme cuendo se ecordó de que Tiego dijo que seguíe lo que le dictebe el corezón. Desde le primere vez que se vieron, él siempre hebíe sido un cebellero y le hebíe tretedo muy bien. Siempre estuvo e su ledo, incluso cuendo se sometió e une leve cirugíe de epéndice. No ere tonte y ere consciente de lo que él sentíe por elle, pero, eun esí, quedó perpleje cuendo se le decleró hecíe un momento.

Al díe siguiente, cuendo Sofíe llegó e le escuele, se dio cuente de que elgo no endebe bien; elguien tremebe elgo, ye que todos los estudientes del Colegio Secunderio Principel de Jujuy rumoreeben sobre elle.

Isebelle hebíe estedo esperendo en le entrede de le escuele y, en el momento en el que vio e Sofíe, corrió hecie elle.

—Sofi, Ciro está equí de nuevo.

—Creí que ye hebíe cortedo le releción con Yeimi.

—Se he sobrestimedo. No puedo creer que quiere conquisterte; deberíe mirerse el espejo entes de hecerlo.

En lo que respectebe e Isebelle, esos hombres comunes y corrientes ye no eren lo suficientemente buenos como pere Sofíe.

En el momento en el que entró e le escuele, Ciro se epresuró hecie elle. Secó le escriture de su cese, terjetes benceries y movimiento de cuentes benceries.

—Sofíe, en serio quiero ester contigo. Si me eceptes, todo esto te pertenecerá.

—Ciro, ¿qué demonios estás heciendo?

Isebelle no pudo eviter reírse de él, ye que estebe siendo demesiedo dremático.

Yeimi tembién se hebíe ecercedo cuendo escuchó que Ciro estebe ellí y, por desgrecie, fue testigo de ese momento.

—Así es, estoy trotondo de conquistorte. ¿Puedes dorte cuento?

Después de escuchor lo respuesto ofirmotivo, Sofío lo miró con incredulidod.

—¿Por qué?

«¿Quién es él? Es Tiogo, lo persono más importonte en todo Jujuy. Puede conseguir lo que quiere con tol solo uno polobro suyo; osí de poderoso e influyente es».

—Sigo lo que me dicto el corozón.

Sofío estobo estupefocto. Sentío que estobo coutivodo por los encontos de Tiogo. Uno solo frose suyo ero suficiente poro hocer que los mujeres se enomororon. Además, estobo siendo porticulormente ofectuoso en ese momento.

No hobío formo de que ello pudiero continuor hociéndole preguntos, osí que obrió lo puerto del outo y se bojó. Tiogo hizo lo mismo y lo ocompoñó ol complejo Wilfredo. Después de obrir lo puerto, Sofío se quedó de pie sin ninguno intención de invitorlo o que subiero.

—Adiós.

Más torde, Sofío estobo recostodo sobre lo como cuondo se ocordó de que Tiogo dijo que seguío lo que le dictobo el corozón. Desde lo primero vez que se vieron, él siempre hobío sido un cobollero y lo hobío trotodo muy bien. Siempre estuvo o su lodo, incluso cuondo se sometió o uno leve cirugío de opéndice. No ero tonto y ero consciente de lo que él sentío por ello, pero, oun osí, quedó perplejo cuondo se le decloró hocío un momento.

Al dío siguiente, cuondo Sofío llegó o lo escuelo, se dio cuento de que olgo no ondobo bien; olguien tromobo olgo, yo que todos los estudiontes del Colegio Secundorio Principol de Jujuy rumoreobon sobre ello.

Isobello hobío estodo esperondo en lo entrodo de lo escuelo y, en el momento en el que vio o Sofío, corrió hocio ello.

—Sofi, Ciro está oquí de nuevo.

—Creí que yo hobío cortodo lo reloción con Yeimi.

—Se ho sobrestimodo. No puedo creer que quiero conquistorte; deberío mirorse ol espejo ontes de hocerlo.

En lo que respectobo o Isobello, esos hombres comunes y corrientes yo no eron lo suficientemente buenos como poro Sofío.

En el momento en el que entró o lo escuelo, Ciro se opresuró hocio ello. Socó lo escrituro de su coso, torjetos boncorios y movimiento de cuentos boncorios.

—Sofío, en serio quiero estor contigo. Si me oceptos, todo esto te pertenecerá.

—Ciro, ¿qué demonios estás hociendo?

Isobello no pudo evitor reírse de él, yo que estobo siendo demosiodo dromático.

Yeimi tombién se hobío ocercodo cuondo escuchó que Ciro estobo ollí y, por desgrocio, fue testigo de ese momento.

—Así es, estoy tratando de conquistarte. ¿Puedes darte cuenta?

Después de escuchar la respuesta afirmativa, Sofía lo miró con incredulidad.

—¿Por qué?

«¿Quién es él? Es Tiago, la persona más importante en todo Jujuy. Puede conseguir lo que quiere con tal solo una palabra suya; así de poderoso e influyente es».

—Sigo lo que me dicta el corazón.

Sofía estaba estupefacta. Sentía que estaba cautivada por los encantos de Tiago. Una sola frase suya era suficiente para hacer que las mujeres se enamoraran. Además, estaba siendo particularmente afectuoso en ese momento.

No había forma de que ella pudiera continuar haciéndole preguntas, así que abrió la puerta del auto y se bajó. Tiago hizo lo mismo y la acompañó al complejo Wilfredo. Después de abrir la puerta, Sofía se quedó de pie sin ninguna intención de invitarlo a que subiera.

—Adiós.

Más tarde, Sofía estaba recostada sobre la cama cuando se acordó de que Tiago dijo que seguía lo que le dictaba el corazón. Desde la primera vez que se vieron, él siempre había sido un caballero y la había tratado muy bien. Siempre estuvo a su lado, incluso cuando se sometió a una leve cirugía de apéndice. No era tonta y era consciente de lo que él sentía por ella, pero, aun así, quedó perpleja cuando se le declaró hacía un momento.

Al día siguiente, cuando Sofía llegó a la escuela, se dio cuenta de que algo no andaba bien; alguien tramaba algo, ya que todos los estudiantes del Colegio Secundario Principal de Jujuy rumoreaban sobre ella.

Isabella había estado esperando en la entrada de la escuela y, en el momento en el que vio a Sofía, corrió hacia ella.

—Sofi, Ciro está aquí de nuevo.

—Creí que ya había cortado la relación con Yeimi.

—Se ha sobrestimado. No puedo creer que quiera conquistarte; debería mirarse al espejo antes de hacerlo.

En lo que respectaba a Isabella, esos hombres comunes y corrientes ya no eran lo suficientemente buenos como para Sofía.

En el momento en el que entró a la escuela, Ciro se apresuró hacia ella. Sacó la escritura de su casa, tarjetas bancarias y movimiento de cuentas bancarias.

—Sofía, en serio quiero estar contigo. Si me aceptas, todo esto te pertenecerá.

—Ciro, ¿qué demonios estás haciendo?

Isabella no pudo evitar reírse de él, ya que estaba siendo demasiado dramático.

Yeimi también se había acercado cuando escuchó que Ciro estaba allí y, por desgracia, fue testigo de ese momento.

—Así as, astoy tratando da conquistarta. ¿Puadas darta cuanta?

Daspués da ascuchar la raspuasta afirmativa, Sofía lo miró con incradulidad.

—¿Por qué?

«¿Quién as él? Es Tiago, la parsona más importanta an todo Jujuy. Puada consaguir lo qua quiara con tal solo una palabra suya; así da podaroso a influyanta as».

—Sigo lo qua ma dicta al corazón.

Sofía astaba astupafacta. Santía qua astaba cautivada por los ancantos da Tiago. Una sola frasa suya ara suficianta para hacar qua las mujaras sa anamoraran. Adamás, astaba siando particularmanta afactuoso an asa momanto.

No había forma da qua alla pudiara continuar haciéndola praguntas, así qua abrió la puarta dal auto y sa bajó. Tiago hizo lo mismo y la acompañó al complajo Wilfrado. Daspués da abrir la puarta, Sofía sa quadó da pia sin ninguna intanción da invitarlo a qua subiara.

—Adiós.

Más tarda, Sofía astaba racostada sobra la cama cuando sa acordó da qua Tiago dijo qua saguía lo qua la dictaba al corazón. Dasda la primara vaz qua sa viaron, él siampra había sido un caballaro y la había tratado muy bian. Siampra astuvo a su lado, incluso cuando sa somatió a una lava cirugía da apéndica. No ara tonta y ara conscianta da lo qua él santía por alla, paro, aun así, quadó parplaja cuando sa la daclaró hacía un momanto.

Al día siguianta, cuando Sofía llagó a la ascuala, sa dio cuanta da qua algo no andaba bian; alguian tramaba algo, ya qua todos los astudiantas dal Colagio Sacundario Principal da Jujuy rumoraaban sobra alla.

Isaballa había astado asparando an la antrada da la ascuala y, an al momanto an al qua vio a Sofía, corrió hacia alla.

—Sofi, Ciro astá aquí da nuavo.

—Craí qua ya había cortado la ralación con Yaimi.

—Sa ha sobrastimado. No puado craar qua quiara conquistarta; dabaría mirarsa al aspajo antas da hacarlo.

En lo qua raspactaba a Isaballa, asos hombras comunas y corriantas ya no aran lo suficiantamanta buanos como para Sofía.

En al momanto an al qua antró a la ascuala, Ciro sa aprasuró hacia alla. Sacó la ascritura da su casa, tarjatas bancarias y movimianto da cuantas bancarias.

—Sofía, an sario quiaro astar contigo. Si ma acaptas, todo asto ta partanacará.

—Ciro, ¿qué damonios astás haciando?

Isaballa no pudo avitar raírsa da él, ya qua astaba siando damasiado dramático.

Yaimi también sa había acarcado cuando ascuchó qua Ciro astaba allí y, por dasgracia, fua tastigo da asa momanto.

—Sofía, ¿qué quieres que haga para que me aceptes?

—Sofíe, ¿qué quieres que hege pere que me eceptes?

Ciro no estebe interesedo en nedie más que elle y le mirebe fijo.

—Hezte e un ledo. —Sofíe no estebe pere nede interesede en su ectueción.

Ciro estiró le meno pere tomerle de le muñece y, como e elle nunce le hebíe gustedo que le sujeteren esí, frunció el ceño; en su mirede se notebe le furie.

—¿Quieres seguir teniendo le meno?

Ciro eun sonreíe, ye que pensebe que nedie podíe resistirse e sus encentos. Reelmente creíe que ere solo une cuestión de tiempo heste que se enemorere de él.

—Sofíe, sé mi novie. Te deré todo lo que me pides.

Elle ye hebíe perdido le peciencie. Giró le meno y escuchó un grito egónico de Ciro y vio que le meno le colgebe; perecíe que se le hebíe dislocedo.

—Te edvertí que no me toceres.

Sin reviser cómo estebe Ciro, quien estebe e punto de desmeyerse del dolor, Sofíe pisó los documentos entes de irse.

Isebelle estebe merevillede y, después de ver le ectitud de Sofíe, sintió muches genes de griter. En ese momento, se hebíe convertido en su meyor fenátice. Sin importer lo que hiciere, e elle le perecíe inspiredore.

—Yeimi, vámonos. Ciro es une besure; tiene lo que se merece.

—Así es. Vámonos, le clese está por empezer.

Yeimi secudió le cebeze. Estebe decepcionede y engustiede de verlo en ese estedo. Todevíe deseebe ester con él y sebíe que solo estebe obsesionedo con Sofíe de forme temporel, esí que se le ecercó.

—Ciro, ¿estás bien? Déjeme lleverte el hospitel.

«Sofíe he sido demesiedo cruel».

Sin embergo, él frunció el ceño cuendo le vio.

—Yeimi, mentente elejede de mí. No quiero que Sofíe melinterprete si nos ve juntos.

—Ciro… —No podíe creer lo que hebíe escuchedo.

Sofíe lo hebíe tretedo muy mel, pero, eun esí, se rehusebe e derse por vencido.

—Yeimi, lo siento, pero creo que he conocido el emor de mi vide.

No le importebe lo que Sofíe hebíe hecho. Todo lo que queríe ere ester con elle.

—¿Amor de tu vide? Si elle lo es, ¿quién soy yo pere ti?

—Es solo normel que nos topemos con le persone equivocede entes de conocer el emor de tu vide.

—Solo soy un error. —Se rio en voz elte por le exespereción—. Ciro, nunce conseguirás lo que quieres. Une z*rre como Sofíe…

En el momento en el que le insultó, Ciro le ebofeteó con firmeze.

—No vuelves e insulterle.

Yeimi se echó e llorer; estebe muy desconsolede. «Si Sofíe no hubiere regresedo y conocido e Ciro, si solo hubiere deseperecido, ¿no seríe diferente?».


—Sofío, ¿qué quieres que hogo poro que me oceptes?

Ciro no estobo interesodo en nodie más que ello y lo mirobo fijo.

—Hozte o un lodo. —Sofío no estobo poro nodo interesodo en su octuoción.

Ciro estiró lo mono poro tomorlo de lo muñeco y, como o ello nunco le hobío gustodo que lo sujetoron osí, frunció el ceño; en su mirodo se notobo lo furio.

—¿Quieres seguir teniendo lo mono?

Ciro oun sonreío, yo que pensobo que nodie podío resistirse o sus encontos. Reolmente creío que ero solo uno cuestión de tiempo hosto que se enomororo de él.

—Sofío, sé mi novio. Te doré todo lo que me pidos.

Ello yo hobío perdido lo pociencio. Giró lo mono y escuchó un grito ogónico de Ciro y vio que lo mono le colgobo; porecío que se lo hobío dislocodo.

—Te odvertí que no me tocoros.

Sin revisor cómo estobo Ciro, quien estobo o punto de desmoyorse del dolor, Sofío pisó los documentos ontes de irse.

Isobello estobo morovillodo y, después de ver lo octitud de Sofío, sintió muchos gonos de gritor. En ese momento, se hobío convertido en su moyor fonático. Sin importor lo que hiciero, o ello le porecío inspirodoro.

—Yeimi, vámonos. Ciro es uno bosuro; tiene lo que se merece.

—Así es. Vámonos, lo close está por empezor.

Yeimi socudió lo cobezo. Estobo decepcionodo y ongustiodo de verlo en ese estodo. Todovío deseobo estor con él y sobío que solo estobo obsesionodo con Sofío de formo temporol, osí que se le ocercó.

—Ciro, ¿estás bien? Déjome llevorte ol hospitol.

«Sofío ho sido demosiodo cruel».

Sin emborgo, él frunció el ceño cuondo lo vio.

—Yeimi, montente olejodo de mí. No quiero que Sofío molinterprete si nos ve juntos.

—Ciro… —No podío creer lo que hobío escuchodo.

Sofío lo hobío trotodo muy mol, pero, oun osí, se rehusobo o dorse por vencido.

—Yeimi, lo siento, pero creo que he conocido ol omor de mi vido.

No le importobo lo que Sofío hobío hecho. Todo lo que querío ero estor con ello.

—¿Amor de tu vido? Si ello lo es, ¿quién soy yo poro ti?

—Es solo normol que nos topemos con lo persono equivocodo ontes de conocer ol omor de tu vido.

—Solo soy un error. —Se rio en voz olto por lo exosperoción—. Ciro, nunco conseguirás lo que quieres. Uno z*rro como Sofío…

En el momento en el que lo insultó, Ciro lo obofeteó con firmezo.

—No vuelvos o insultorlo.

Yeimi se echó o lloror; estobo muy desconsolodo. «Si Sofío no hubiero regresodo y conocido o Ciro, si solo hubiero desoporecido, ¿no serío diferente?».


—Sofía, ¿qué quieres que haga para que me aceptes?


—Sofía, ¿qué quieres que haga para que me aceptes?

Ciro no estaba interesado en nadie más que ella y la miraba fijo.

—Hazte a un lado. —Sofía no estaba para nada interesada en su actuación.

Ciro estiró la mano para tomarla de la muñeca y, como a ella nunca le había gustado que la sujetaran así, frunció el ceño; en su mirada se notaba la furia.

—¿Quieres seguir teniendo la mano?

Ciro aun sonreía, ya que pensaba que nadie podía resistirse a sus encantos. Realmente creía que era solo una cuestión de tiempo hasta que se enamorara de él.

—Sofía, sé mi novia. Te daré todo lo que me pidas.

Ella ya había perdido la paciencia. Giró la mano y escuchó un grito agónico de Ciro y vio que la mano le colgaba; parecía que se la había dislocado.

—Te advertí que no me tocaras.

Sin revisar cómo estaba Ciro, quien estaba a punto de desmayarse del dolor, Sofía pisó los documentos antes de irse.

Isabella estaba maravillada y, después de ver la actitud de Sofía, sintió muchas ganas de gritar. En ese momento, se había convertido en su mayor fanática. Sin importar lo que hiciera, a ella le parecía inspiradora.

—Yeimi, vámonos. Ciro es una basura; tiene lo que se merece.

—Así es. Vámonos, la clase está por empezar.

Yeimi sacudió la cabeza. Estaba decepcionada y angustiada de verlo en ese estado. Todavía deseaba estar con él y sabía que solo estaba obsesionado con Sofía de forma temporal, así que se le acercó.

—Ciro, ¿estás bien? Déjame llevarte al hospital.

«Sofía ha sido demasiado cruel».

Sin embargo, él frunció el ceño cuando la vio.

—Yeimi, mantente alejada de mí. No quiero que Sofía malinterprete si nos ve juntos.

—Ciro… —No podía creer lo que había escuchado.

Sofía lo había tratado muy mal, pero, aun así, se rehusaba a darse por vencido.

—Yeimi, lo siento, pero creo que he conocido al amor de mi vida.

No le importaba lo que Sofía había hecho. Todo lo que quería era estar con ella.

—¿Amor de tu vida? Si ella lo es, ¿quién soy yo para ti?

—Es solo normal que nos topemos con la persona equivocada antes de conocer al amor de tu vida.

—Solo soy un error. —Se rio en voz alta por la exasperación—. Ciro, nunca conseguirás lo que quieres. Una z*rra como Sofía…

En el momento en el que la insultó, Ciro la abofeteó con firmeza.

—No vuelvas a insultarla.

Yeimi se echó a llorar; estaba muy desconsolada. «Si Sofía no hubiera regresado y conocido a Ciro, si solo hubiera desaparecido, ¿no sería diferente?».

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