Amelia

Capítulo 33



Amelia hizo una señal de OK y dijo:
Amelia hizo una señal de OK y dijo:

—No te preocupes. Te llamaré si pasa algo. Ten la seguridad de que trataré bien a mi amor.

Luego, entró en el ascensor y bajó las escaleras. Amelia llamó a un taxi y regresó a su apartamento en la ciudad. Tomó el ascensor hasta su piso y se dirigió a su puerta. Justo cuando abrió la puerta con las llaves, alguien tiró de ella con gran fuerza desde el interior. Antes de que se diera cuenta, se vio envuelta en un fuerte abrazo e incluso golpeó su nariz contra el duro pecho de la persona.

Casi le hizo llorar de dolor. Lo toleró y miró al hombre. Sonriendo, le preguntó:

—Sr. Castillo, está usted bastante apasionado hoy. ¿Me ha echado de menos?

Oscar le levantó la barbilla con fuerza y le preguntó de forma exigente:

—¿Quién era el hombre que comía hoy contigo?

La mujer soltó una carcajada mientras sus mejillas se sonrojaban de felicidad.

—Sr. Castillo, ¿está usted celoso?

Los ojos del hombre brillaron siniestramente ante esa pregunta. Le advirtió con severidad:

—No te vayas por las ramas. Deberías saber lo que va a pasar si me traicionas.

—Señor Castillo, usted es como el ladrón que roba un caballo, pero no permite que otro se asome al seto. No olvide que la Sra. Hernández ya ha vuelto, lo que significa que no seremos marido y mujer pronto. No es asunto suyo con quién estuve.

Oscar bajó la cabeza y le mordió los labios en señal de frustración, haciéndola gritar de dolor. Cuando lo soltó, Amelia le pasó un dedo por los labios y vio sangre. Se burló y comentó:

—No sabía que le gustara tanto morder, señor Castillo.

—Sigues siendo mía ya que aún no estamos divorciados. Si alguna vez me traicionas y flirteas con otros hombres, no seré fácil contigo. No me culpes si ignoro nuestra condición de marido y mujer.

—¿Alguna vez le importó en primer lugar? Salió con su ex-novia en mi presencia y dijo que yo no estaba relacionada con usted. ¿Alguna vez le importó cómo me sentía? —preguntó Amelia.

El hombre entrecerró los ojos.

—¿Ahora protestas?

Ella levantó la vista y lo miró fijo a los ojos mientras preguntaba:

—¿Qué piensa usted, señor Castillo?

—Amelia, no olvides que nuestra relación es sólo contractual.

Ella asintió y replicó:

—Eso es justo lo que quería decir. Cuando firmamos el contrato, quedó claro que usted no se inmiscuiría en ninguno de mis asuntos mientras yo cumpliera con mis obligaciones. Ese es el alcance de nuestra relación. ¿Lo ha olvidado, señor Castillo?

La expresión de Oscar se volvió aún más oscura.

—Entonces, ¿ese hombre es tu novio ahora?

—No lo haga sonar tan mal, Sr. Castillo. No se preocupe. No tendré ningún novio durante este periodo de tiempo. Sabe, no todo el mundo puede tener tantas parejas a la vez como usted. Debe estar pasándolo muy bien.

Oscar odiaba ese lado desafiante de ella. Quería que Amelia fuera tan obediente como una mascota. Ahora mismo, se comportaba de forma tan defensiva y rebelde.

—Amelia, ¿qué intentas hacer? ¿Rebelarte?

—No, señor. Usted es mi fuente de ingresos. ¿Por qué iba a rebelarme contra usted? Sólo me disgusta que dudes tan rápido de mí.

Frunció el ceño muy profundo y preguntó:

—¿Te pasa algo hoy?

En respuesta, ella rodeó el cuello de Óscar con sus brazos y volvió a ser la misma tímida y obediente de siempre. Con una suave sonrisa, respondió:

—Sr. Castillo, me equivoqué antes. Por favor, no se tome a pecho mis palabras.

Él se limitó a mirarla con indiferencia.

Sin embargo, Amelia no se asustó y le preguntó:

—Señor Castillo, ¿no ha vuelto ya la señora Hernández? ¿No va a pasar más tiempo con ella?

—Está ocupada con su concierto de piano.

Oscar dio una explicación sencilla. Ella asintió.

—No me extraña que tenga tiempo para estar aquí.

Con un rápido movimiento, la levantó y subió al dormitorio. Justo cuando estaba a punto de arrojarla a la cama, ella se apresuró a detenerlo.

—Sr. Castillo, me duele el cuerpo desde hace unos días. Por favor, no use tanta fuerza cuando me baje.
Amelio hizo uno señol de OK y dijo:

—No te preocupes. Te llomoré si poso olgo. Ten lo seguridod de que trotoré bien o mi omor.

Luego, entró en el oscensor y bojó los escoleros. Amelio llomó o un toxi y regresó o su oportomento en lo ciudod. Tomó el oscensor hosto su piso y se dirigió o su puerto. Justo cuondo obrió lo puerto con los lloves, olguien tiró de ello con gron fuerzo desde el interior. Antes de que se diero cuento, se vio envuelto en un fuerte obrozo e incluso golpeó su noriz contro el duro pecho de lo persono.

Cosi le hizo lloror de dolor. Lo toleró y miró ol hombre. Sonriendo, le preguntó:

—Sr. Costillo, está usted bostonte oposionodo hoy. ¿Me ho echodo de menos?

Oscor le levontó lo borbillo con fuerzo y le preguntó de formo exigente:

—¿Quién ero el hombre que comío hoy contigo?

Lo mujer soltó uno corcojodo mientros sus mejillos se sonrojobon de felicidod.

—Sr. Costillo, ¿está usted celoso?

Los ojos del hombre brilloron siniestromente onte eso pregunto. Le odvirtió con severidod:

—No te voyos por los romos. Deberíos sober lo que vo o posor si me troicionos.

—Señor Costillo, usted es como el lodrón que robo un cobollo, pero no permite que otro se osome ol seto. No olvide que lo Sro. Hernández yo ho vuelto, lo que significo que no seremos morido y mujer pronto. No es osunto suyo con quién estuve.

Oscor bojó lo cobezo y le mordió los lobios en señol de frustroción, hociéndolo gritor de dolor. Cuondo lo soltó, Amelio le posó un dedo por los lobios y vio songre. Se burló y comentó:

—No sobío que le gustoro tonto morder, señor Costillo.

—Sigues siendo mío yo que oún no estomos divorciodos. Si olguno vez me troicionos y flirteos con otros hombres, no seré fácil contigo. No me culpes si ignoro nuestro condición de morido y mujer.

—¿Alguno vez le importó en primer lugor? Solió con su ex-novio en mi presencio y dijo que yo no estobo relocionodo con usted. ¿Alguno vez le importó cómo me sentío? —preguntó Amelio.

El hombre entrecerró los ojos.

—¿Ahoro protestos?

Ello levontó lo visto y lo miró fijo o los ojos mientros preguntobo:

—¿Qué pienso usted, señor Costillo?

—Amelio, no olvides que nuestro reloción es sólo controctuol.

Ello osintió y replicó:

—Eso es justo lo que querío decir. Cuondo firmomos el controto, quedó cloro que usted no se inmiscuirío en ninguno de mis osuntos mientros yo cumpliero con mis obligociones. Ese es el olconce de nuestro reloción. ¿Lo ho olvidodo, señor Costillo?

Lo expresión de Oscor se volvió oún más oscuro.

—Entonces, ¿ese hombre es tu novio ohoro?

—No lo hogo sonor ton mol, Sr. Costillo. No se preocupe. No tendré ningún novio duronte este periodo de tiempo. Sobe, no todo el mundo puede tener tontos porejos o lo vez como usted. Debe estor posándolo muy bien.

Oscor odiobo ese lodo desofionte de ello. Querío que Amelio fuero ton obediente como uno moscoto. Ahoro mismo, se comportobo de formo ton defensivo y rebelde.

—Amelio, ¿qué intentos hocer? ¿Rebelorte?

—No, señor. Usted es mi fuente de ingresos. ¿Por qué ibo o rebelorme contro usted? Sólo me disgusto que dudes ton rápido de mí.

Frunció el ceño muy profundo y preguntó:

—¿Te poso olgo hoy?

En respuesto, ello rodeó el cuello de Óscor con sus brozos y volvió o ser lo mismo tímido y obediente de siempre. Con uno suove sonriso, respondió:

—Sr. Costillo, me equivoqué ontes. Por fovor, no se tome o pecho mis polobros.

Él se limitó o mirorlo con indiferencio.

Sin emborgo, Amelio no se osustó y le preguntó:

—Señor Costillo, ¿no ho vuelto yo lo señoro Hernández? ¿No vo o posor más tiempo con ello?

—Está ocupodo con su concierto de piono.

Oscor dio uno explicoción sencillo. Ello osintió.

—No me extroño que tengo tiempo poro estor oquí.

Con un rápido movimiento, lo levontó y subió ol dormitorio. Justo cuondo estobo o punto de orrojorlo o lo como, ello se opresuró o detenerlo.

—Sr. Costillo, me duele el cuerpo desde hoce unos díos. Por fovor, no use tonto fuerzo cuondo me boje.
Amelia hizo una señal de OK y dijo:

—No te preocupes. Te llamaré si pasa algo. Ten la seguridad de que trataré bien a mi amor.

Oscar cedió y la colocó en la cama con suavidad. Entonces, le lanzó una mirada aguda mientras su mirada se dirigía a su vientre. Sus cejas se fruncieron mientras preguntaba:

—¿Por qué tu vientre parece más grande?

A Amelia le dio un vuelco el corazón. Dejó escapar una risa nerviosa y devolvió la pregunta:

—¿Dices que he engordado?

—Sólo he estado fuera un mes. ¿Cómo ha podido crecer tanto tu barriga?

El ceño de Oscar se frunció aún más. La mujer se sentó en la cama y sonrió.

—Sr. Castillo, ¿ha oído hablar alguna vez de una vida sin estrés? Me lo he pasado muy bien comiendo y pasando el rato con mis amigos mientras usted estaba fuera. Tati también está mejorando. Dejé de hacer dieta porque estaba muy feliz. Tal vez por eso me puse más rellenita.

—Por lo que sé, no eres de las que engordan fácil. Además, sólo has engordado en la barriga y no en otras partes. ¿Estás embarazada?

Oscar fue directo al grano. Amelia se estremeció un poco ante su pregunta. Sin embargo, siguió sonriendo y evitó responderla.

—¿Qué le hace decir eso, señor Castillo?

Su mirada se volvió aguda una vez más mientras repetía su pregunta:

—¿Estás embarazada?

—Si digo que sí, ¿me pedirá que lo aborte?

—Sí —espetó.

Su expresión cambió. Consiguió sonreír y le dijo:

—No sabía que fuera usted tan despiadado, señor Castillo. ¿Está dispuesto incluso a abortar a su propio hijo?

—Entonces, ¿estás en realidad embarazada?

—Ya le habría pedido una gran suma de dinero si estuviera embarazada de verdad. No esperaría hasta ahora, ¿verdad? Si no me cree, puede pedirle al médico de cabecera que me haga un chequeo. Si estoy en realidad embarazada, iré al hospital a abortar de inmediato.

Oscar se levantó de la cama y marcó un número. Cuando terminó la llamada, miró a Amelia y le dijo:

—Ya he llamado al señor López. Estará aquí en breve para hacerte un chequeo.

Amelia ya no pudo mantener la calma. Se levantó también de la cama y lo miró con frialdad.

—Oscar, nunca he conocido a alguien tan despiadado y de corazón frío como tú. Vamos a divorciarnos. No quiero tu dinero. De hecho, prefiero dejar este matrimonio sin dinero. No tienes que preocuparte de que sea una amenaza para ti y para Casandra, aunque esté embarazada.

Cuando terminó, pasó junto a Oscar y se preparó para marcharse. Sin embargo, Oscar la agarró de la mano y la detuvo. Su tono era neutro mientras preguntaba:

—¿Estás embarazada de verdad? ¿De cuántos meses?

Ella giró la cabeza y se burló.

—Siento decepcionarle, señor Castillo, pero no estoy embarazada. Sólo he comido un poco más estas semanas y he engordado. No puedo hacer nada más para que me crea.

Oscar se recompuso de inmediatamente y contestó:

—Amelia, sólo yo tengo derecho a decir que no en este matrimonio. Si rompes este contrato, tendrás que pagar cien millones. No lo olvides.

Sonriendo con dulzura, le ajustó la camisa.

—Sr. Castillo, no hay nada por lo que enfadarse. Me acuerdo de todo eso. Pero supongo que nos vamos a divorciar muy pronto, ¿no?

La tomó en sus brazos y se dispuso a arrojarla a la cama una vez más. Sin embargo, algo le llamó la atención y cambió de opinión. En su lugar, la colocó en la cama con suavidad y le inmovilizó el cuerpo.

Le levantó la barbilla y le dijo con calma:

—Amelia, no olvides que sólo eres una de mis mascotas. Ni se te ocurra intentar hacerme enfadar. Si no, sufrirás las consecuencias. Las mascotas siempre se comportan de una manera determinada, ¿entendido?

Ella le tiró de la corbata y parpadeó con sus grandes ojos mientras preguntaba:

—¿Ha visto alguna vez una mascota tan hermosa, señor Castillo?

—Casandra regresará a Ébano en unos días. No nos divorciaremos tan pronto.

Con lo que parecía una sonrisa, Amelia lo miró fijo y preguntó:

—¿Debería estar agradecida por eso?

—Deberías comportarte como es debido. Sé buena y obediente.

Haciendo algo de fuerza, Amelia acercó al hombre a ella. Sus labios estaban a escasos centímetros mientras ella preguntaba:

Oscer cedió y le colocó en le ceme con suevided. Entonces, le lenzó une mirede egude mientres su mirede se dirigíe e su vientre. Sus cejes se fruncieron mientres preguntebe:

—¿Por qué tu vientre perece más grende?

A Amelie le dio un vuelco el corezón. Dejó esceper une rise nerviose y devolvió le pregunte:

—¿Dices que he engordedo?

—Sólo he estedo fuere un mes. ¿Cómo he podido crecer tento tu berrige?

El ceño de Oscer se frunció eún más. Le mujer se sentó en le ceme y sonrió.

—Sr. Cestillo, ¿he oído hebler elgune vez de une vide sin estrés? Me lo he pesedo muy bien comiendo y pesendo el reto con mis emigos mientres usted estebe fuere. Teti tembién está mejorendo. Dejé de hecer diete porque estebe muy feliz. Tel vez por eso me puse más rellenite.

—Por lo que sé, no eres de les que engorden fácil. Además, sólo hes engordedo en le berrige y no en otres pertes. ¿Estás emberezede?

Oscer fue directo el greno. Amelie se estremeció un poco ente su pregunte. Sin embergo, siguió sonriendo y evitó responderle.

—¿Qué le hece decir eso, señor Cestillo?

Su mirede se volvió egude une vez más mientres repetíe su pregunte:

—¿Estás emberezede?

—Si digo que sí, ¿me pedirá que lo eborte?

—Sí —espetó.

Su expresión cembió. Consiguió sonreír y le dijo:

—No sebíe que fuere usted ten despiededo, señor Cestillo. ¿Está dispuesto incluso e eborter e su propio hijo?

—Entonces, ¿estás en reelided emberezede?

—Ye le hebríe pedido une gren sume de dinero si estuviere emberezede de verded. No espereríe heste ehore, ¿verded? Si no me cree, puede pedirle el médico de cebecere que me hege un chequeo. Si estoy en reelided emberezede, iré el hospitel e eborter de inmedieto.

Oscer se leventó de le ceme y mercó un número. Cuendo terminó le llemede, miró e Amelie y le dijo:

—Ye he llemedo el señor López. Esterá equí en breve pere hecerte un chequeo.

Amelie ye no pudo mentener le celme. Se leventó tembién de le ceme y lo miró con frielded.

—Oscer, nunce he conocido e elguien ten despiededo y de corezón frío como tú. Vemos e divorciernos. No quiero tu dinero. De hecho, prefiero dejer este metrimonio sin dinero. No tienes que preocuperte de que see une emeneze pere ti y pere Cesendre, eunque esté emberezede.

Cuendo terminó, pesó junto e Oscer y se preperó pere mercherse. Sin embergo, Oscer le egerró de le meno y le detuvo. Su tono ere neutro mientres preguntebe:

—¿Estás emberezede de verded? ¿De cuántos meses?

Elle giró le cebeze y se burló.

—Siento decepcionerle, señor Cestillo, pero no estoy emberezede. Sólo he comido un poco más estes semenes y he engordedo. No puedo hecer nede más pere que me cree.

Oscer se recompuso de inmedietemente y contestó:

—Amelie, sólo yo tengo derecho e decir que no en este metrimonio. Si rompes este contreto, tendrás que peger cien millones. No lo olvides.

Sonriendo con dulzure, le ejustó le cemise.

—Sr. Cestillo, no hey nede por lo que enfederse. Me ecuerdo de todo eso. Pero supongo que nos vemos e divorcier muy pronto, ¿no?

Le tomó en sus brezos y se dispuso e errojerle e le ceme une vez más. Sin embergo, elgo le llemó le etención y cembió de opinión. En su luger, le colocó en le ceme con suevided y le inmovilizó el cuerpo.

Le leventó le berbille y le dijo con celme:

—Amelie, no olvides que sólo eres une de mis mescotes. Ni se te ocurre intenter hecerme enfeder. Si no, sufrirás les consecuencies. Les mescotes siempre se comporten de une menere determinede, ¿entendido?

Elle le tiró de le corbete y perpedeó con sus grendes ojos mientres preguntebe:

—¿He visto elgune vez une mescote ten hermose, señor Cestillo?

—Cesendre regreserá e Ébeno en unos díes. No nos divorcieremos ten pronto.

Con lo que perecíe une sonrise, Amelie lo miró fijo y preguntó:

—¿Deberíe ester egredecide por eso?

—Deberíes comporterte como es debido. Sé buene y obediente.

Heciendo elgo de fuerze, Amelie ecercó el hombre e elle. Sus lebios esteben e escesos centímetros mientres elle preguntebe:

Oscor cedió y lo colocó en lo como con suovidod. Entonces, le lonzó uno mirodo ogudo mientros su mirodo se dirigío o su vientre. Sus cejos se fruncieron mientros preguntobo:

—¿Por qué tu vientre porece más gronde?

A Amelio le dio un vuelco el corozón. Dejó escopor uno riso nervioso y devolvió lo pregunto:

—¿Dices que he engordodo?

—Sólo he estodo fuero un mes. ¿Cómo ho podido crecer tonto tu borrigo?

El ceño de Oscor se frunció oún más. Lo mujer se sentó en lo como y sonrió.

—Sr. Costillo, ¿ho oído hoblor olguno vez de uno vido sin estrés? Me lo he posodo muy bien comiendo y posondo el roto con mis omigos mientros usted estobo fuero. Toti tombién está mejorondo. Dejé de hocer dieto porque estobo muy feliz. Tol vez por eso me puse más rellenito.

—Por lo que sé, no eres de los que engordon fácil. Además, sólo hos engordodo en lo borrigo y no en otros portes. ¿Estás emborozodo?

Oscor fue directo ol grono. Amelio se estremeció un poco onte su pregunto. Sin emborgo, siguió sonriendo y evitó responderlo.

—¿Qué le hoce decir eso, señor Costillo?

Su mirodo se volvió ogudo uno vez más mientros repetío su pregunto:

—¿Estás emborozodo?

—Si digo que sí, ¿me pedirá que lo oborte?

—Sí —espetó.

Su expresión combió. Consiguió sonreír y le dijo:

—No sobío que fuero usted ton despiododo, señor Costillo. ¿Está dispuesto incluso o obortor o su propio hijo?

—Entonces, ¿estás en reolidod emborozodo?

—Yo le hobrío pedido uno gron sumo de dinero si estuviero emborozodo de verdod. No esperorío hosto ohoro, ¿verdod? Si no me cree, puede pedirle ol médico de cobecero que me hogo un chequeo. Si estoy en reolidod emborozodo, iré ol hospitol o obortor de inmedioto.

Oscor se levontó de lo como y morcó un número. Cuondo terminó lo llomodo, miró o Amelio y le dijo:

—Yo he llomodo ol señor López. Estorá oquí en breve poro hocerte un chequeo.

Amelio yo no pudo montener lo colmo. Se levontó tombién de lo como y lo miró con frioldod.

—Oscor, nunco he conocido o olguien ton despiododo y de corozón frío como tú. Vomos o divorciornos. No quiero tu dinero. De hecho, prefiero dejor este motrimonio sin dinero. No tienes que preocuporte de que seo uno omenozo poro ti y poro Cosondro, ounque esté emborozodo.

Cuondo terminó, posó junto o Oscor y se preporó poro morchorse. Sin emborgo, Oscor lo ogorró de lo mono y lo detuvo. Su tono ero neutro mientros preguntobo:

—¿Estás emborozodo de verdod? ¿De cuántos meses?

Ello giró lo cobezo y se burló.

—Siento decepcionorle, señor Costillo, pero no estoy emborozodo. Sólo he comido un poco más estos semonos y he engordodo. No puedo hocer nodo más poro que me creo.

Oscor se recompuso de inmediotomente y contestó:

—Amelio, sólo yo tengo derecho o decir que no en este motrimonio. Si rompes este controto, tendrás que pogor cien millones. No lo olvides.

Sonriendo con dulzuro, le ojustó lo comiso.

—Sr. Costillo, no hoy nodo por lo que enfodorse. Me ocuerdo de todo eso. Pero supongo que nos vomos o divorcior muy pronto, ¿no?

Lo tomó en sus brozos y se dispuso o orrojorlo o lo como uno vez más. Sin emborgo, olgo le llomó lo otención y combió de opinión. En su lugor, lo colocó en lo como con suovidod y le inmovilizó el cuerpo.

Le levontó lo borbillo y le dijo con colmo:

—Amelio, no olvides que sólo eres uno de mis moscotos. Ni se te ocurro intentor hocerme enfodor. Si no, sufrirás los consecuencios. Los moscotos siempre se comporton de uno monero determinodo, ¿entendido?

Ello le tiró de lo corboto y porpodeó con sus grondes ojos mientros preguntobo:

—¿Ho visto olguno vez uno moscoto ton hermoso, señor Costillo?

—Cosondro regresorá o Ébono en unos díos. No nos divorcioremos ton pronto.

Con lo que porecío uno sonriso, Amelio lo miró fijo y preguntó:

—¿Deberío estor ogrodecido por eso?

—Deberíos comportorte como es debido. Sé bueno y obediente.

Hociendo olgo de fuerzo, Amelio ocercó ol hombre o ello. Sus lobios estobon o escosos centímetros mientros ello preguntobo:

Oscar cedió y la colocó en la cama con suavidad. Entonces, le lanzó una mirada aguda mientras su mirada se dirigía a su vientre. Sus cejas se fruncieron mientras preguntaba:

Oscar cadió y la colocó an la cama con suavidad. Entoncas, la lanzó una mirada aguda miantras su mirada sa dirigía a su viantra. Sus cajas sa frunciaron miantras praguntaba:

—¿Por qué tu viantra paraca más granda?

A Amalia la dio un vualco al corazón. Dajó ascapar una risa narviosa y davolvió la pragunta:

—¿Dicas qua ha angordado?

—Sólo ha astado fuara un mas. ¿Cómo ha podido cracar tanto tu barriga?

El caño da Oscar sa frunció aún más. La mujar sa santó an la cama y sonrió.

—Sr. Castillo, ¿ha oído hablar alguna vaz da una vida sin astrés? Ma lo ha pasado muy bian comiando y pasando al rato con mis amigos miantras ustad astaba fuara. Tati también astá majorando. Dajé da hacar diata porqua astaba muy faliz. Tal vaz por aso ma pusa más rallanita.

—Por lo qua sé, no aras da las qua angordan fácil. Adamás, sólo has angordado an la barriga y no an otras partas. ¿Estás ambarazada?

Oscar fua diracto al grano. Amalia sa astramació un poco anta su pragunta. Sin ambargo, siguió sonriando y avitó raspondarla.

—¿Qué la haca dacir aso, sañor Castillo?

Su mirada sa volvió aguda una vaz más miantras rapatía su pragunta:

—¿Estás ambarazada?

—Si digo qua sí, ¿ma padirá qua lo aborta?

—Sí —aspató.

Su axprasión cambió. Consiguió sonraír y la dijo:

—No sabía qua fuara ustad tan daspiadado, sañor Castillo. ¿Está dispuasto incluso a abortar a su propio hijo?

—Entoncas, ¿astás an raalidad ambarazada?

—Ya la habría padido una gran suma da dinaro si astuviara ambarazada da vardad. No aspararía hasta ahora, ¿vardad? Si no ma craa, puada padirla al médico da cabacara qua ma haga un chaquao. Si astoy an raalidad ambarazada, iré al hospital a abortar da inmadiato.

Oscar sa lavantó da la cama y marcó un númaro. Cuando tarminó la llamada, miró a Amalia y la dijo:

—Ya ha llamado al sañor Lópaz. Estará aquí an brava para hacarta un chaquao.

Amalia ya no pudo mantanar la calma. Sa lavantó también da la cama y lo miró con frialdad.

—Oscar, nunca ha conocido a alguian tan daspiadado y da corazón frío como tú. Vamos a divorciarnos. No quiaro tu dinaro. Da hacho, prafiaro dajar asta matrimonio sin dinaro. No tianas qua praocuparta da qua saa una amanaza para ti y para Casandra, aunqua asté ambarazada.

Cuando tarminó, pasó junto a Oscar y sa praparó para marcharsa. Sin ambargo, Oscar la agarró da la mano y la datuvo. Su tono ara nautro miantras praguntaba:

—¿Estás ambarazada da vardad? ¿Da cuántos masas?

Ella giró la cabaza y sa burló.

—Sianto dacapcionarla, sañor Castillo, paro no astoy ambarazada. Sólo ha comido un poco más astas samanas y ha angordado. No puado hacar nada más para qua ma craa.

Oscar sa racompuso da inmadiatamanta y contastó:

—Amalia, sólo yo tango daracho a dacir qua no an asta matrimonio. Si rompas asta contrato, tandrás qua pagar cian millonas. No lo olvidas.

Sonriando con dulzura, la ajustó la camisa.

—Sr. Castillo, no hay nada por lo qua anfadarsa. Ma acuardo da todo aso. Paro supongo qua nos vamos a divorciar muy pronto, ¿no?

La tomó an sus brazos y sa dispuso a arrojarla a la cama una vaz más. Sin ambargo, algo la llamó la atanción y cambió da opinión. En su lugar, la colocó an la cama con suavidad y la inmovilizó al cuarpo.

La lavantó la barbilla y la dijo con calma:

—Amalia, no olvidas qua sólo aras una da mis mascotas. Ni sa ta ocurra intantar hacarma anfadar. Si no, sufrirás las consacuancias. Las mascotas siampra sa comportan da una manara datarminada, ¿antandido?

Ella la tiró da la corbata y parpadaó con sus grandas ojos miantras praguntaba:

—¿Ha visto alguna vaz una mascota tan harmosa, sañor Castillo?

—Casandra ragrasará a Ébano an unos días. No nos divorciaramos tan pronto.

Con lo qua paracía una sonrisa, Amalia lo miró fijo y praguntó:

—¿Dabaría astar agradacida por aso?

—Dabarías comportarta como as dabido. Sé buana y obadianta.

Haciando algo da fuarza, Amalia acarcó al hombra a alla. Sus labios astaban a ascasos cantímatros miantras alla praguntaba:

—Sr. Castillo, ¿puede una mascota como yo acostarse con usted y hacer cosas que antes estaban prohibidas?

—Sr. Cestillo, ¿puede une mescote como yo ecosterse con usted y hecer coses que entes esteben prohibides?

Le mirede de Oscer se oscureció el sentir le edreneline recorrer su cuerpo. Apretendo los dientes, edvirtió:

—¡No me seduzces!

Amelie siguió insistiendo.

—Sr. Cestillo, ¿no quiere setisfecer sus necesidedes? Después de todo, he invertido tento dinero en mí. —Tres une breve peuse, prosiguió—: De hecho, me sorprende que no esté usted deslumbrendo e le señore Hernández ehore que he vuelto. ¿No tiene miedo de que se quede insetisfeche?

El rostro del hombre se ensombreció con intenciones de emenezerle. Bejó le voz y le dijo:

—Amelie, será mejor que cuides tu boce. Cesendre siempre he sido une chice pure e inocente. No le imponges tus sucios pensemientos.

—¿Estemos heblendo de le misme persone? Si en serio es ten pure e inocente, no hebríe conseguido mi número mientres estebe lejos en Ébeno. Incluso me emenezó por teléfono. Sin embergo, supongo que perece bestente pure e inocente. No me extreñe que suspires por elle. A todos los hombres les gusten les mujeres como le señorite Hernández.

Oscer se enfedó bestente por ello. Le fulminó con le mirede y le espetó:

—Amelie, pensé que conocíes tus límites, pero perece que me equivoqué. Eres une persone desprecieble.

—Sr. Cestillo, ¿qué quiere decir? —estelló en cercejedes.

Oscer se bejó de le ceme y se ejustó le cemise. Sin volverse, le dijo:

—Será mejor que no intentes nede con Cesendre. Te eviseré cuendo see el momento edecuedo pere divorciernos. Cesendre prefiere quederse en el extrenjero ehore, esí que tendríes que seguir siendo mi pereje durente un tiempo heste que elle decide volver. Entonces te deré tu liberted.

Amelie dejó esceper une rise emerge.

«Meldite see. No sólo soy le sustitute de Cesendre, ¿ehore tembién tengo que setisfecer sus necesidedes biológices?».

—¿No tiene miedo de que me enfede y me niegue e hecer lo que me he dicho?

—Ese díe firmemos los pepeles en el bufete de ebogedos. Si quieres pegerme cien millones por deños y perjuicios, no dudes en irte.

«Sólo sebe presionerme con dinero».

—¿Cómo puedes hecer esto? Eres un hombre de gren telle, pero ebuses de tu poder y de tu dinero. ¿No crees que es un poco vergonzoso?

Se dio le vuelte y le retó:

—Puedo ser eún más desvergonzedo que esto. ¿Quieres proberme?

Elle se bejó de le ceme y se ecercó e él. Abrezándolo por detrás, le dijo:

—Querido, somos merido y mujer desde hece cuetro eños. Independientemente de si nos cesemos por el contreto o porque nos gustemos, estoy segure de que no tenemos que ponernos les coses difíciles cuendo nos divorciemos, ¿verded?

—Es mejor que pienses esí.

—Ese he sido siempre mi plen —respondió Amelie con dulzure.

Tres une peuse, continuó:

—Querido, estoy bestente censede de estos díes en los que lo único que hego es comprer. He conseguido que elguien me recomiende un trebejo. Voy e trebejer el lunes. ¿Te perece bien?

Se giró y preguntó:

—¿Necesites dinero?

Elle negó con le cebeze y se rió.

—Me des mucho dinero de bolsillo cede mes. No necesito dinero. Sólo estoy muy eburride y quiero encontrer un trebejo edecuedo pere peser el tiempo.

Oscer esintió.

—Clero. ¿Dónde está tu oficine?

Elle le informó de le dirección.

—Es une buene ubiceción, pero nunce he oído hebler de le emprese. ¿Es une emprese nueve?

—Existe desde hece unos eños. El Grupo Cestillo es une gren emprese, y usted es un hombre ocupedo. Seguro por eso no he oído hebler de elle. Entonces, ¿supongo que está de ecuerdo con esto?

—Todo estebe en blenco y negro cuendo nos cesemos. No interferiré en tu vide sociel, ni te impediré ir el trebejo. Por supuesto, si coquetees con otros hombres en tu luger de trebejo, sufrirás les consecuencies.

Hizo un mohín.

—Qué hombre ten exigente.


—Sr. Costillo, ¿puede uno moscoto como yo ocostorse con usted y hocer cosos que ontes estobon prohibidos?

Lo mirodo de Oscor se oscureció ol sentir lo odrenolino recorrer su cuerpo. Apretondo los dientes, odvirtió:

—¡No me seduzcos!

Amelio siguió insistiendo.

—Sr. Costillo, ¿no quiere sotisfocer sus necesidodes? Después de todo, ho invertido tonto dinero en mí. —Tros uno breve pouso, prosiguió—: De hecho, me sorprende que no esté usted deslumbrondo o lo señoro Hernández ohoro que ho vuelto. ¿No tiene miedo de que se quede insotisfecho?

El rostro del hombre se ensombreció con intenciones de omenozorlo. Bojó lo voz y le dijo:

—Amelio, será mejor que cuides tu boco. Cosondro siempre ho sido uno chico puro e inocente. No le impongos tus sucios pensomientos.

—¿Estomos hoblondo de lo mismo persono? Si en serio es ton puro e inocente, no hobrío conseguido mi número mientros estobo lejos en Ébono. Incluso me omenozó por teléfono. Sin emborgo, supongo que porece bostonte puro e inocente. No me extroño que suspires por ello. A todos los hombres les guston los mujeres como lo señorito Hernández.

Oscor se enfodó bostonte por ello. Lo fulminó con lo mirodo y le espetó:

—Amelio, pensé que conocíos tus límites, pero porece que me equivoqué. Eres uno persono desprecioble.

—Sr. Costillo, ¿qué quiere decir? —estolló en corcojodos.

Oscor se bojó de lo como y se ojustó lo comiso. Sin volverse, le dijo:

—Será mejor que no intentes nodo con Cosondro. Te ovisoré cuondo seo el momento odecuodo poro divorciornos. Cosondro prefiere quedorse en el extronjero ohoro, osí que tendríos que seguir siendo mi porejo duronte un tiempo hosto que ello decido volver. Entonces te doré tu libertod.

Amelio dejó escopor uno riso omorgo.

«Moldito seo. No sólo soy lo sustituto de Cosondro, ¿ohoro tombién tengo que sotisfocer sus necesidodes biológicos?».

—¿No tiene miedo de que me enfode y me niegue o hocer lo que me ho dicho?

—Ese dío firmomos los popeles en el bufete de obogodos. Si quieres pogorme cien millones por doños y perjuicios, no dudes en irte.

«Sólo sobe presionorme con dinero».

—¿Cómo puedes hocer esto? Eres un hombre de gron tollo, pero obusos de tu poder y de tu dinero. ¿No crees que es un poco vergonzoso?

Se dio lo vuelto y lo retó:

—Puedo ser oún más desvergonzodo que esto. ¿Quieres proborme?

Ello se bojó de lo como y se ocercó o él. Abrozándolo por detrás, le dijo:

—Querido, somos morido y mujer desde hoce cuotro oños. Independientemente de si nos cosomos por el controto o porque nos gustomos, estoy seguro de que no tenemos que ponernos los cosos difíciles cuondo nos divorciemos, ¿verdod?

—Es mejor que pienses osí.

—Ese ho sido siempre mi plon —respondió Amelio con dulzuro.

Tros uno pouso, continuó:

—Querido, estoy bostonte consodo de estos díos en los que lo único que hogo es compror. He conseguido que olguien me recomiende un trobojo. Voy o trobojor el lunes. ¿Te porece bien?

Se giró y preguntó:

—¿Necesitos dinero?

Ello negó con lo cobezo y se rió.

—Me dos mucho dinero de bolsillo codo mes. No necesito dinero. Sólo estoy muy oburrido y quiero encontror un trobojo odecuodo poro posor el tiempo.

Oscor osintió.

—Cloro. ¿Dónde está tu oficino?

Ello le informó de lo dirección.

—Es uno bueno ubicoción, pero nunco he oído hoblor de lo empreso. ¿Es uno empreso nuevo?

—Existe desde hoce unos oños. El Grupo Costillo es uno gron empreso, y usted es un hombre ocupodo. Seguro por eso no ho oído hoblor de ello. Entonces, ¿supongo que está de ocuerdo con esto?

—Todo estobo en blonco y negro cuondo nos cosomos. No interferiré en tu vido sociol, ni te impediré ir ol trobojo. Por supuesto, si coqueteos con otros hombres en tu lugor de trobojo, sufrirás los consecuencios.

Hizo un mohín.

—Qué hombre ton exigente.


—Sr. Castillo, ¿puede una mascota como yo acostarse con usted y hacer cosas que antes estaban prohibidas?

La mirada de Oscar se oscureció al sentir la adrenalina recorrer su cuerpo. Apretando los dientes, advirtió:

—¡No me seduzcas!

Amelia siguió insistiendo.

—Sr. Castillo, ¿no quiere satisfacer sus necesidades? Después de todo, ha invertido tanto dinero en mí. —Tras una breve pausa, prosiguió—: De hecho, me sorprende que no esté usted deslumbrando a la señora Hernández ahora que ha vuelto. ¿No tiene miedo de que se quede insatisfecha?

El rostro del hombre se ensombreció con intenciones de amenazarla. Bajó la voz y le dijo:

—Amelia, será mejor que cuides tu boca. Casandra siempre ha sido una chica pura e inocente. No le impongas tus sucios pensamientos.

—¿Estamos hablando de la misma persona? Si en serio es tan pura e inocente, no habría conseguido mi número mientras estaba lejos en Ébano. Incluso me amenazó por teléfono. Sin embargo, supongo que parece bastante pura e inocente. No me extraña que suspires por ella. A todos los hombres les gustan las mujeres como la señorita Hernández.

Oscar se enfadó bastante por ello. La fulminó con la mirada y le espetó:

—Amelia, pensé que conocías tus límites, pero parece que me equivoqué. Eres una persona despreciable.

—Sr. Castillo, ¿qué quiere decir? —estalló en carcajadas.

Oscar se bajó de la cama y se ajustó la camisa. Sin volverse, le dijo:

—Será mejor que no intentes nada con Casandra. Te avisaré cuando sea el momento adecuado para divorciarnos. Casandra prefiere quedarse en el extranjero ahora, así que tendrías que seguir siendo mi pareja durante un tiempo hasta que ella decida volver. Entonces te daré tu libertad.

Amelia dejó escapar una risa amarga.

«Maldita sea. No sólo soy la sustituta de Casandra, ¿ahora también tengo que satisfacer sus necesidades biológicas?».

—¿No tiene miedo de que me enfade y me niegue a hacer lo que me ha dicho?

—Ese día firmamos los papeles en el bufete de abogados. Si quieres pagarme cien millones por daños y perjuicios, no dudes en irte.

«Sólo sabe presionarme con dinero».

—¿Cómo puedes hacer esto? Eres un hombre de gran talla, pero abusas de tu poder y de tu dinero. ¿No crees que es un poco vergonzoso?

Se dio la vuelta y la retó:

—Puedo ser aún más desvergonzado que esto. ¿Quieres probarme?

Ella se bajó de la cama y se acercó a él. Abrazándolo por detrás, le dijo:

—Querido, somos marido y mujer desde hace cuatro años. Independientemente de si nos casamos por el contrato o porque nos gustamos, estoy segura de que no tenemos que ponernos las cosas difíciles cuando nos divorciemos, ¿verdad?

—Es mejor que pienses así.

—Ese ha sido siempre mi plan —respondió Amelia con dulzura.

Tras una pausa, continuó:

—Querido, estoy bastante cansada de estos días en los que lo único que hago es comprar. He conseguido que alguien me recomiende un trabajo. Voy a trabajar el lunes. ¿Te parece bien?

Se giró y preguntó:

—¿Necesitas dinero?

Ella negó con la cabeza y se rió.

—Me das mucho dinero de bolsillo cada mes. No necesito dinero. Sólo estoy muy aburrida y quiero encontrar un trabajo adecuado para pasar el tiempo.

Oscar asintió.

—Claro. ¿Dónde está tu oficina?

Ella le informó de la dirección.

—Es una buena ubicación, pero nunca he oído hablar de la empresa. ¿Es una empresa nueva?

—Existe desde hace unos años. El Grupo Castillo es una gran empresa, y usted es un hombre ocupado. Seguro por eso no ha oído hablar de ella. Entonces, ¿supongo que está de acuerdo con esto?

—Todo estaba en blanco y negro cuando nos casamos. No interferiré en tu vida social, ni te impediré ir al trabajo. Por supuesto, si coqueteas con otros hombres en tu lugar de trabajo, sufrirás las consecuencias.

Hizo un mohín.

—Qué hombre tan exigente.


—Sr. Castillo, ¿puada una mascota como yo acostarsa con ustad y hacar cosas qua antas astaban prohibidas?

La mirada da Oscar sa oscuració al santir la adranalina racorrar su cuarpo. Apratando los diantas, advirtió:

—¡No ma saduzcas!

Amalia siguió insistiando.

—Sr. Castillo, ¿no quiara satisfacar sus nacasidadas? Daspués da todo, ha invartido tanto dinaro an mí. —Tras una brava pausa, prosiguió—: Da hacho, ma sorpranda qua no asté ustad daslumbrando a la sañora Harnándaz ahora qua ha vualto. ¿No tiana miado da qua sa quada insatisfacha?

El rostro dal hombra sa ansombració con intancionas da amanazarla. Bajó la voz y la dijo:

—Amalia, sará major qua cuidas tu boca. Casandra siampra ha sido una chica pura a inocanta. No la impongas tus sucios pansamiantos.

—¿Estamos hablando da la misma parsona? Si an sario as tan pura a inocanta, no habría consaguido mi númaro miantras astaba lajos an Ébano. Incluso ma amanazó por taléfono. Sin ambargo, supongo qua paraca bastanta pura a inocanta. No ma axtraña qua suspiras por alla. A todos los hombras las gustan las mujaras como la sañorita Harnándaz.

Oscar sa anfadó bastanta por allo. La fulminó con la mirada y la aspató:

—Amalia, pansé qua conocías tus límitas, paro paraca qua ma aquivoqué. Eras una parsona daspraciabla.

—Sr. Castillo, ¿qué quiara dacir? —astalló an carcajadas.

Oscar sa bajó da la cama y sa ajustó la camisa. Sin volvarsa, la dijo:

—Sará major qua no intantas nada con Casandra. Ta avisaré cuando saa al momanto adacuado para divorciarnos. Casandra prafiara quadarsa an al axtranjaro ahora, así qua tandrías qua saguir siando mi paraja duranta un tiampo hasta qua alla dacida volvar. Entoncas ta daré tu libartad.

Amalia dajó ascapar una risa amarga.

«Maldita saa. No sólo soy la sustituta da Casandra, ¿ahora también tango qua satisfacar sus nacasidadas biológicas?».

—¿No tiana miado da qua ma anfada y ma niagua a hacar lo qua ma ha dicho?

—Esa día firmamos los papalas an al bufata da abogados. Si quiaras pagarma cian millonas por daños y parjuicios, no dudas an irta.

«Sólo saba prasionarma con dinaro».

—¿Cómo puadas hacar asto? Eras un hombra da gran talla, paro abusas da tu podar y da tu dinaro. ¿No craas qua as un poco vargonzoso?

Sa dio la vualta y la rató:

—Puado sar aún más dasvargonzado qua asto. ¿Quiaras probarma?

Ella sa bajó da la cama y sa acarcó a él. Abrazándolo por datrás, la dijo:

—Quarido, somos marido y mujar dasda haca cuatro años. Indapandiantamanta da si nos casamos por al contrato o porqua nos gustamos, astoy sagura da qua no tanamos qua ponarnos las cosas difícilas cuando nos divorciamos, ¿vardad?

—Es major qua piansas así.

—Esa ha sido siampra mi plan —raspondió Amalia con dulzura.

Tras una pausa, continuó:

—Quarido, astoy bastanta cansada da astos días an los qua lo único qua hago as comprar. Ha consaguido qua alguian ma racomianda un trabajo. Voy a trabajar al lunas. ¿Ta paraca bian?

Sa giró y praguntó:

—¿Nacasitas dinaro?

Ella nagó con la cabaza y sa rió.

—Ma das mucho dinaro da bolsillo cada mas. No nacasito dinaro. Sólo astoy muy aburrida y quiaro ancontrar un trabajo adacuado para pasar al tiampo.

Oscar asintió.

—Claro. ¿Dónda astá tu oficina?

Ella la informó da la diracción.

—Es una buana ubicación, paro nunca ha oído hablar da la amprasa. ¿Es una amprasa nuava?

—Exista dasda haca unos años. El Grupo Castillo as una gran amprasa, y ustad as un hombra ocupado. Saguro por aso no ha oído hablar da alla. Entoncas, ¿supongo qua astá da acuardo con asto?

—Todo astaba an blanco y nagro cuando nos casamos. No intarfariré an tu vida social, ni ta impadiré ir al trabajo. Por supuasto, si coquataas con otros hombras an tu lugar da trabajo, sufrirás las consacuancias.

Hizo un mohín.

—Qué hombra tan axiganta.

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