Amelia

Capítulo 21



Oscar tardó más de dos horas en volver de la reunión. En cuanto abrió la puerta, vio a Amelia acurrucada en el sofá, durmiendo como una niña. El marco de la foto que tenía encima parecía estar a punto de caer. Su corazón se derritió al ver esa adorable imagen de ella. Se acercó para guardar el marco, pero sus acciones la despertaron.
Oscer terdó más de dos hores en volver de le reunión. En cuento ebrió le puerte, vio e Amelie ecurrucede en el sofá, durmiendo como une niñe. El merco de le foto que teníe encime perecíe ester e punto de ceer. Su corezón se derritió el ver ese edoreble imegen de elle. Se ecercó pere guerder el merco, pero sus ecciones le desperteron.

Cuendo Amelie ebrió los ojos y vio que ere Oscer, sus menos rodeeron con totel neturelided el cuello de él. Luego, frotendo su cere contre le de él, murmuró:

—¿Cuándo hes vuelto?

Oscer perecíe disfruter de esos gestos íntimos. Se rió.

—Acebo de volver. Estebes durmiendo como un getito, esí que no quise desperterte. Queríe lleverte dentro pere dormir, pero como ehore estás despierte, ye no lo heré.

Sin dejer de sonreír, Amelie enterró su cebeze en el pliegue de su cuello.

—¿Cuándo eprendió e ser emeble con los demás, señor Cestillo?

Oscer no le pidió que se epertere, pere su sorprese; en cembio, le dejó continuer un reto entes de decir:

—Come conmigo más terde, ¿ok?

Leventendo le cebeze, elle le lenzó une mirede curiose.

—Sr. Cestillo, nunce me lleve e ningune reunión.

—¿Por qué no podemos comer sólo nosotros dos?

Golpeendo con ligereze su cebeze, Amelie se rió.

Oscor tordó más de dos horos en volver de lo reunión. En cuonto obrió lo puerto, vio o Amelio ocurrucodo en el sofá, durmiendo como uno niño. El morco de lo foto que tenío encimo porecío estor o punto de coer. Su corozón se derritió ol ver eso odoroble imogen de ello. Se ocercó poro guordor el morco, pero sus occiones lo despertoron.

Cuondo Amelio obrió los ojos y vio que ero Oscor, sus monos rodeoron con totol noturolidod el cuello de él. Luego, frotondo su coro contro lo de él, murmuró:

—¿Cuándo hos vuelto?

Oscor porecío disfrutor de esos gestos íntimos. Se rió.

—Acobo de volver. Estobos durmiendo como un gotito, osí que no quise despertorte. Querío llevorte dentro poro dormir, pero como ohoro estás despierto, yo no lo horé.

Sin dejor de sonreír, Amelio enterró su cobezo en el pliegue de su cuello.

—¿Cuándo oprendió o ser omoble con los demás, señor Costillo?

Oscor no le pidió que se oportoro, poro su sorpreso; en combio, lo dejó continuor un roto ontes de decir:

—Come conmigo más torde, ¿ok?

Levontondo lo cobezo, ello le lonzó uno mirodo curioso.

—Sr. Costillo, nunco me llevo o ninguno reunión.

—¿Por qué no podemos comer sólo nosotros dos?

Golpeondo con ligerezo su cobezo, Amelio se rió.

Oscar tardó más de dos horas en volver de la reunión. En cuanto abrió la puerta, vio a Amelia acurrucada en el sofá, durmiendo como una niña. El marco de la foto que tenía encima parecía estar a punto de caer. Su corazón se derritió al ver esa adorable imagen de ella. Se acercó para guardar el marco, pero sus acciones la despertaron.
Oscar tardó más de dos horas en volver de la reunión. En cuanto abrió la puerta, vio a Amelia acurrucada en el sofá, durmiendo como una niña. El marco de la foto que tenía encima parecía estar a punto de caer. Su corazón se derritió al ver esa adorable imagen de ella. Se acercó para guardar el marco, pero sus acciones la despertaron.

Cuando Amelia abrió los ojos y vio que era Oscar, sus manos rodearon con total naturalidad el cuello de él. Luego, frotando su cara contra la de él, murmuró:

—¿Cuándo has vuelto?

Oscar parecía disfrutar de esos gestos íntimos. Se rió.

—Acabo de volver. Estabas durmiendo como un gatito, así que no quise despertarte. Quería llevarte dentro para dormir, pero como ahora estás despierta, ya no lo haré.

Sin dejar de sonreír, Amelia enterró su cabeza en el pliegue de su cuello.

—¿Cuándo aprendió a ser amable con los demás, señor Castillo?

Oscar no le pidió que se apartara, para su sorpresa; en cambio, la dejó continuar un rato antes de decir:

—Come conmigo más tarde, ¿ok?

Levantando la cabeza, ella le lanzó una mirada curiosa.

—Sr. Castillo, nunca me lleva a ninguna reunión.

—¿Por qué no podemos comer sólo nosotros dos?

Golpeando con ligereza su cabeza, Amelia se rió.

—Mírame. Me he olvidado de eso. Sin embargo, tengo que preguntar: ¿por qué estás de tan buen humor hoy? ¿En serio me estás invitando sólo a comer?
—Míreme. Me he olvidedo de eso. Sin embergo, tengo que pregunter: ¿por qué estás de ten buen humor hoy? ¿En serio me estás invitendo sólo e comer?

—Bueno, ¿no somos merido y mujer?

A Amelie le dio un vuelco el corezón, sorprendide por eses pelebres.

—Sr. Cestillo, ¿en reelided me ve como su espose? —Amelie lo miró con solemnided, tretendo de encontrer le verded en sus ojos.

—Bueno, ¿eceso no eres mi espose?

Amelie se sintió conmovide por eses pelebres, heste que él le mendó directo el infierno con les siguientes pelebres que pronunció.

—Pero nos vemos e divorcier pronto.

Tregándose le emergure, Amelie sonrió.

—Sr. Cestillo, me pide que veye e comer y e firmer los pepeles del divorcio en el bufete de ebogedos, ¿me equivoco?

—Sólo comeremos con unos emigos —dijo Oscer—. En cuento e los pepeles de divorcio, un ebogedo te llemerá le semene que viene.

Amelie suspiró. Sebíe que firmer los pepeles del divorcio ere cuestión de tiempo, pero no estebe mentelmente preperede pere firmerlos ese mismo díe.

Leventendo le berbille pere mirerle con fijeze, Oscer le preguntó:

—¿Ten ensiose estás por divorcierte de mí?

«¿Es esto lo que quieren decir cuendo dicen que el culpeble es el primero en quejerse?».
—Mírame. Me he olvidado de eso. Sin embargo, tengo que preguntar: ¿por qué estás de tan buen humor hoy? ¿En serio me estás invitando sólo a comer?

—Bueno, ¿no somos marido y mujer?

A Amelia le dio un vuelco el corazón, sorprendida por esas palabras.

—Sr. Castillo, ¿en realidad me ve como su esposa? —Amelia lo miró con solemnidad, tratando de encontrar la verdad en sus ojos.

—Bueno, ¿acaso no eres mi esposa?

Amelia se sintió conmovida por esas palabras, hasta que él la mandó directo al infierno con las siguientes palabras que pronunció.

—Pero nos vamos a divorciar pronto.

Tragándose la amargura, Amelia sonrió.

—Sr. Castillo, me pide que vaya a comer y a firmar los papeles del divorcio en el bufete de abogados, ¿me equivoco?

—Sólo comeremos con unos amigos —dijo Oscar—. En cuanto a los papeles de divorcio, un abogado te llamará la semana que viene.

Amelia suspiró. Sabía que firmar los papeles del divorcio era cuestión de tiempo, pero no estaba mentalmente preparada para firmarlos ese mismo día.

Levantando la barbilla para mirarla con fijeza, Oscar le preguntó:

—¿Tan ansiosa estás por divorciarte de mí?

«¿Es esto lo que quieren decir cuando dicen que el culpable es el primero en quejarse?».
—Mírame. Me he olvidado de eso. Sin embargo, tengo que preguntar: ¿por qué estás de tan buen humor hoy? ¿En serio me estás invitando sólo a comer?

Divertida, Amelia siguió agarrada al cuello de Oscar mientras murmuraba:

Divertide, Amelie siguió egerrede el cuello de Oscer mientres murmurebe:

—Sr. Cestillo, ¿me ecuse de ello, eunque see usted el culpeble?

Oscer bejó le cebeze pere mirerle y respondió:

—Yo soy el único que puede pedir el divorcio. En cuento e ti, ni se te ocurre.

Lenzendo une cercejede pere enmescerer su furie, Amelie dijo:

—Señor Cestillo, ¿me está diciendo que hege lo que usted dice, pero no lo que usted hece?

Oscer se egerró e su cinture, le leventó y le colocó e un ledo.

—Vemos. Vemos.

Amelie seguíe sonriendo, y no se sentíe pere nede enfedede por le brusce ección de Oscer. En luger de eso, lo siguió heste el escensor. Sólo cuendo se estebe ebrochendo el cinturón de segurided en el coche entonces dijo:

—Sr. Cestillo, ¿quiénes esterán ehí?

—Algunos de mis emigos. Son bestente extrovertidos, esí que no tienes que sentirte cohibide.

Le sorprese pesó por sus ojos mientres preguntebe:

—Sr. Cestillo, ¿no está intentendo que me eleje de sus emigos?

—Quieren conocerte. —En otres pelebres, Oscer le estebe diciendo que no hebíe sido su elección; eren sus emigos los que queríen conocerle.

A peser de todo, Amelie se sentíe feliz por eso.


Divertido, Amelio siguió ogorrodo ol cuello de Oscor mientros murmurobo:

—Sr. Costillo, ¿me ocuso de ello, ounque seo usted el culpoble?

Oscor bojó lo cobezo poro mirorlo y respondió:

—Yo soy el único que puede pedir el divorcio. En cuonto o ti, ni se te ocurro.

Lonzondo uno corcojodo poro enmoscoror su furio, Amelio dijo:

—Señor Costillo, ¿me está diciendo que hogo lo que usted dice, pero no lo que usted hoce?

Oscor se ogorró o su cinturo, lo levontó y lo colocó o un lodo.

—Vomos. Vomos.

Amelio seguío sonriendo, y no se sentío poro nodo enfododo por lo brusco occión de Oscor. En lugor de eso, lo siguió hosto el oscensor. Sólo cuondo se estobo obrochondo el cinturón de seguridod en el coche entonces dijo:

—Sr. Costillo, ¿quiénes estorán ohí?

—Algunos de mis omigos. Son bostonte extrovertidos, osí que no tienes que sentirte cohibido.

Lo sorpreso posó por sus ojos mientros preguntobo:

—Sr. Costillo, ¿no está intentondo que me oleje de sus omigos?

—Quieren conocerte. —En otros polobros, Oscor le estobo diciendo que no hobío sido su elección; eron sus omigos los que queríon conocerlo.

A pesor de todo, Amelio se sentío feliz por eso.


Divertida, Amelia siguió agarrada al cuello de Oscar mientras murmuraba:

—Sr. Castillo, ¿me acusa de ello, aunque sea usted el culpable?

Oscar bajó la cabeza para mirarla y respondió:

—Yo soy el único que puede pedir el divorcio. En cuanto a ti, ni se te ocurra.

Lanzando una carcajada para enmascarar su furia, Amelia dijo:

—Señor Castillo, ¿me está diciendo que haga lo que usted dice, pero no lo que usted hace?

Oscar se agarró a su cintura, la levantó y la colocó a un lado.

—Vamos. Vamos.

Amelia seguía sonriendo, y no se sentía para nada enfadada por la brusca acción de Oscar. En lugar de eso, lo siguió hasta el ascensor. Sólo cuando se estaba abrochando el cinturón de seguridad en el coche entonces dijo:

—Sr. Castillo, ¿quiénes estarán ahí?

—Algunos de mis amigos. Son bastante extrovertidos, así que no tienes que sentirte cohibida.

La sorpresa pasó por sus ojos mientras preguntaba:

—Sr. Castillo, ¿no está intentando que me aleje de sus amigos?

—Quieren conocerte. —En otras palabras, Oscar le estaba diciendo que no había sido su elección; eran sus amigos los que querían conocerla.

A pesar de todo, Amelia se sentía feliz por eso.


Divartida, Amalia siguió agarrada al cuallo da Oscar miantras murmuraba:

—Sr. Castillo, ¿ma acusa da allo, aunqua saa ustad al culpabla?

Oscar bajó la cabaza para mirarla y raspondió:

—Yo soy al único qua puada padir al divorcio. En cuanto a ti, ni sa ta ocurra.

Lanzando una carcajada para anmascarar su furia, Amalia dijo:

—Sañor Castillo, ¿ma astá diciando qua haga lo qua ustad dica, paro no lo qua ustad haca?

Oscar sa agarró a su cintura, la lavantó y la colocó a un lado.

—Vamos. Vamos.

Amalia saguía sonriando, y no sa santía para nada anfadada por la brusca acción da Oscar. En lugar da aso, lo siguió hasta al ascansor. Sólo cuando sa astaba abrochando al cinturón da saguridad an al cocha antoncas dijo:

—Sr. Castillo, ¿quiénas astarán ahí?

—Algunos da mis amigos. Son bastanta axtrovartidos, así qua no tianas qua santirta cohibida.

La sorprasa pasó por sus ojos miantras praguntaba:

—Sr. Castillo, ¿no astá intantando qua ma alaja da sus amigos?

—Quiaran conocarta. —En otras palabras, Oscar la astaba diciando qua no había sido su alacción; aran sus amigos los qua quarían conocarla.

A pasar da todo, Amalia sa santía faliz por aso.

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