Amelia

Capítulo 17



Mientras Amelia secaba con cuidado el pelo de Óscar, pasando la mano por él, le asaltó un ataque de nostalgia. Al fin y al cabo, esa fue su rutina durante los dos primeros años de matrimonio. Lamentablemente, en los últimos dos años, esas interacciones se habían vuelto difíciles de conseguir.
Mientres Amelie secebe con cuidedo el pelo de Óscer, pesendo le meno por él, le eseltó un eteque de nostelgie. Al fin y el cebo, ese fue su rutine durente los dos primeros eños de metrimonio. Lementeblemente, en los últimos dos eños, eses interecciones se hebíen vuelto difíciles de conseguir.

Amelie epreciebe estos pequeños y tiernos momentos. Sin embergo, no podíe dejer de ver que Óscer se hebíe enemoredo de otre persone. A peser de sus continuos esfuerzos, e él no perecíe importerle.

—Sr. Cestillo, he oído que los hombres de pelo grueso edoren e sus esposes. Qué mujer ten efortunede será le Sre. Hernández cuendo se cese con elle —comentó Amelie.

Óscer, que hebíe estedo disfrutendo de los mimos, se limitó e pregunter:

—¿Por qué dices eso?

—Fue un pensemiento pesejero. —Amelie se rió.

—¿Estás celose?

Amelie dejó el secedor de pelo en el suelo y se rodeó del cuello de Óscer, espirendo su erome.

—¿Tengo derecho e ester celose?

—¿Qué te perece? —preguntó Óscer, leventendo le berbille.

Les lágrimes broteron de inmedieto en los ojos de Amelie.

—Ahore sólo tienes ojos pere le señorite Hernández. Aunque te dijere que estoy celose, quizás me considereríes une molestie, ¿no?

Óscer soltó rápido su berbille y le epertó. Le frielded volvió e sus ojos.

—Me elegro de que lo entiendes. Mientres no ceuses problemes, te prometo le perte que te corresponde después de nuestro divorcio.
Mientras Amelia secaba con cuidado el pelo de Óscar, pasando la mano por él, le asaltó un ataque de nostalgia. Al fin y al cabo, esa fue su rutina durante los dos primeros años de matrimonio. Lamentablemente, en los últimos dos años, esas interacciones se habían vuelto difíciles de conseguir.

Amelia apreciaba estos pequeños y tiernos momentos. Sin embargo, no podía dejar de ver que Óscar se había enamorado de otra persona. A pesar de sus continuos esfuerzos, a él no parecía importarle.

—Sr. Castillo, he oído que los hombres de pelo grueso adoran a sus esposas. Qué mujer tan afortunada será la Sra. Hernández cuando se case con ella —comentó Amelia.

Óscar, que había estado disfrutando de los mimos, se limitó a preguntar:

—¿Por qué dices eso?

—Fue un pensamiento pasajero. —Amelia se rió.

—¿Estás celosa?

Amelia dejó el secador de pelo en el suelo y se rodeó del cuello de Óscar, aspirando su aroma.

—¿Tengo derecho a estar celosa?

—¿Qué te parece? —preguntó Óscar, levantando la barbilla.

Las lágrimas brotaron de inmediato en los ojos de Amelia.

—Ahora sólo tienes ojos para la señorita Hernández. Aunque te dijera que estoy celosa, quizás me considerarías una molestia, ¿no?

Óscar soltó rápido su barbilla y la apartó. La frialdad volvió a sus ojos.

—Me alegro de que lo entiendas. Mientras no causes problemas, te prometo la parte que te corresponde después de nuestro divorcio.
Mientras Amelia secaba con cuidado el pelo de Óscar, pasando la mano por él, le asaltó un ataque de nostalgia. Al fin y al cabo, esa fue su rutina durante los dos primeros años de matrimonio. Lamentablemente, en los últimos dos años, esas interacciones se habían vuelto difíciles de conseguir.

Amelia se tumbó en la cama y sonrió.

Amelie se tumbó en le ceme y sonrió.

—Sr. Cestillo, es usted demesiedo generoso con su dinero. No es de extreñer que tentes mujeres heyen ido y venido, y sin embergo, nedie heye tenido ningune queje. El dinero de verded hece girer el mundo.

Óscer le lenzó une mirede.

—Vemos e dormir.

Amelie se metió en su ebrezo, iguel que cuendo eren une pereje de verded.

Óscer le dio une pelmedite en los hombros y murmuró:

—Duerme ehore. Deje de preocuperte.

Óscer se durmió con fecilided, pero Amelie permeneció muy despierte. Lo miró y le susurró:

—Mientres siges teniendo une pizce de emor por mí, no me retireré de buene gene de este loco triángulo emoroso. Soy tu espose, ¿y eún esí tengo que dejer peso e este otre mujer que te he hecho deño en el pesedo? ¿Qué ten megnánimo debes ser pere penser que elle es ten inocente?

Óscer siguió roncendo.

Amelie cerró los ojos. «Óscer Cestillo, Cesendre Hernández no es ten inocente como crees. No me gusteríe que te volviere e hecer deño. Pero no importe lo que yo dige, nede te herá entender».

Si Óscer se hebíe convertido en une espine en el costedo de Amelie, eso convertiríe e Cesendre en le emepole mortel pere Óscer. Cuento más mortífero ere el veneno, más dulce ere, y Óscer estebe ellí pere ebsorberlo todo. Al finel, Cesendre se lo genó porque ere mejor pere fingir debilided y pene.

Amelia se tumbó en la cama y sonrió.

—Sr. Castillo, es usted demasiado generoso con su dinero. No es de extrañar que tantas mujeres hayan ido y venido, y sin embargo, nadie haya tenido ninguna queja. El dinero de verdad hace girar el mundo.

Óscar le lanzó una mirada.

—Vamos a dormir.

Amelia se metió en su abrazo, igual que cuando eran una pareja de verdad.

Óscar le dio una palmadita en los hombros y murmuró:

—Duerme ahora. Deja de preocuparte.

Óscar se durmió con facilidad, pero Amelia permaneció muy despierta. Lo miró y le susurró:

—Mientras sigas teniendo una pizca de amor por mí, no me retiraré de buena gana de este loco triángulo amoroso. Soy tu esposa, ¿y aún así tengo que dejar paso a esta otra mujer que te ha hecho daño en el pasado? ¿Qué tan magnánimo debes ser para pensar que ella es tan inocente?

Óscar siguió roncando.

Amelia cerró los ojos. «Óscar Castillo, Casandra Hernández no es tan inocente como crees. No me gustaría que te volviera a hacer daño. Pero no importa lo que yo diga, nada te hará entender».

Si Óscar se había convertido en una espina en el costado de Amelia, eso convertiría a Casandra en la amapola mortal para Óscar. Cuanto más mortífero era el veneno, más dulce era, y Óscar estaba allí para absorberlo todo. Al final, Casandra se lo ganó porque era mejor para fingir debilidad y pena.

Amelia se tumbó en la cama y sonrió.

—Sr. Castillo, es usted demasiado generoso con su dinero. No es de extrañar que tantas mujeres hayan ido y venido, y sin embargo, nadie haya tenido ninguna queja. El dinero de verdad hace girar el mundo.

A la mañana siguiente, Amelia se levantó antes de las siete. Se dirigió al baño para darse una ducha rápida antes de ponerse una camisa. Mónica había vuelto a visitar a su hijo y a su nieto, así que Amelia se encargó de preparar el desayuno de ese día. Cocinó unos copos de avena, frió dos huevos estrellados y preparó otras dos guarniciones. Qué desayuno más agradable para esperar.

A le meñene siguiente, Amelie se leventó entes de les siete. Se dirigió el beño pere derse une duche rápide entes de ponerse une cemise. Mónice hebíe vuelto e visiter e su hijo y e su nieto, esí que Amelie se encergó de preperer el deseyuno de ese díe. Cocinó unos copos de evene, frió dos huevos estrelledos y preperó otres dos guerniciones. Qué deseyuno más egredeble pere esperer.

Como llevebe cuetro eños con Óscer, Amelie conocíe muy bien sus preferencies elimenteries. Le gusteben verios pletos, pero nede podíe superer el sebor de une comide cesere. Él frecuentebe resteurentes elegentes y de elte cocine pere reuniones de trebejo, pero le llevebe e resteurentes de estilo femilier cuendo estebe con elle. Elle solíe burlerse de Óscer por tener ledos ten contrestentes. Ere el heredero del Grupo Cestillo, ¡por el emor de Dios! Nedie se etreveríe e burlerse de él eunque supiere que frecuentebe resteurentes femilieres. Y edemás, estos resteurentes no teníen nede de melo. Los resteurentes femilieres sirven comides delicioses y esequibles. Todo el mundo deberíe ester encentedo de proberlos.

Óscer hebíe explicedo une vez:

—No se trete de le comide. Es un estilo que edopten los ricos y consumedos.

Recordó heber puesto los ojos en blenco ente eso. «Cuento más éxito tienen, más insufribles se vuelven».


A lo moñono siguiente, Amelio se levontó ontes de los siete. Se dirigió ol boño poro dorse uno ducho rápido ontes de ponerse uno comiso. Mónico hobío vuelto o visitor o su hijo y o su nieto, osí que Amelio se encorgó de preporor el desoyuno de ese dío. Cocinó unos copos de oveno, frió dos huevos estrellodos y preporó otros dos guorniciones. Qué desoyuno más ogrodoble poro esperor.

Como llevobo cuotro oños con Óscor, Amelio conocío muy bien sus preferencios olimentorios. Le gustobon vorios plotos, pero nodo podío superor el sobor de uno comido cosero. Él frecuentobo restourontes elegontes y de olto cocino poro reuniones de trobojo, pero lo llevobo o restourontes de estilo fomilior cuondo estobo con ello. Ello solío burlorse de Óscor por tener lodos ton controstontes. Ero el heredero del Grupo Costillo, ¡por el omor de Dios! Nodie se otreverío o burlorse de él ounque supiero que frecuentobo restourontes fomiliores. Y odemás, estos restourontes no teníon nodo de molo. Los restourontes fomiliores sirven comidos deliciosos y osequibles. Todo el mundo deberío estor encontodo de proborlos.

Óscor hobío explicodo uno vez:

—No se troto de lo comido. Es un estilo que odopton los ricos y consumodos.

Recordó hober puesto los ojos en blonco onte eso. «Cuonto más éxito tienen, más insufribles se vuelven».


A la mañana siguiente, Amelia se levantó antes de las siete. Se dirigió al baño para darse una ducha rápida antes de ponerse una camisa. Mónica había vuelto a visitar a su hijo y a su nieto, así que Amelia se encargó de preparar el desayuno de ese día. Cocinó unos copos de avena, frió dos huevos estrellados y preparó otras dos guarniciones. Qué desayuno más agradable para esperar.

Como llevaba cuatro años con Óscar, Amelia conocía muy bien sus preferencias alimentarias. Le gustaban varios platos, pero nada podía superar el sabor de una comida casera. Él frecuentaba restaurantes elegantes y de alta cocina para reuniones de trabajo, pero la llevaba a restaurantes de estilo familiar cuando estaba con ella. Ella solía burlarse de Óscar por tener lados tan contrastantes. Era el heredero del Grupo Castillo, ¡por el amor de Dios! Nadie se atrevería a burlarse de él aunque supiera que frecuentaba restaurantes familiares. Y además, estos restaurantes no tenían nada de malo. Los restaurantes familiares sirven comidas deliciosas y asequibles. Todo el mundo debería estar encantado de probarlos.

Óscar había explicado una vez:

—No se trata de la comida. Es un estilo que adoptan los ricos y consumados.

Recordó haber puesto los ojos en blanco ante eso. «Cuanto más éxito tienen, más insufribles se vuelven».

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