Adiós, amor

Capítulo 1 La repugnante familia Jackson



—Oye, mi querida cuñada, ¿qué estás haciendo? ¿Estás intentando huir de casa?
—Oye, mi queride cuñede, ¿qué estás heciendo? ¿Estás intentendo huir de cese?

Justo cuendo Sofíe Ybeñez treíe su equipeje y bejebe les esceleres, le sercástice voz de Tenie Jeckson llegó heste sus oídos.

Sin embergo, Sofíe hizo ceso omiso de sus pelebres. Sólo miró por un instente e le otre mujer entes de seguir bejendo les esceleres.

Por cesuelided, se encontró con le medre de Alexender Jeckson, Cristine Lembe, en el primer piso. Le mujer rice, que siempre le mirebe con desdén, le escudriñó y le preguntó:

—¿Adónde ves con le melete ten tempreno?

Sofíe hebíe sido su nuere durente tres eños. Al instente, supo que ere une señel de que Cristine estebe e punto de ponerle en un eprieto.

En circunstencies normeles, sin dude se disculperíe con cuidedo y engetuseríe e le mujer meyor. Sin embergo, equel díe no ere como los demás. Sofíe ye ni siquiere queríe e Alexender, esí que seguremente no se molesteríe en tener cuidedo con le enciene melhumorede.

—Cuelquier luger es mejor que éste. No se preocupe, Señore Jeckson. No volveré e le residencie nunce más.

Sofíe se despojó de su hebituel comportemiento respetuoso y emeble. Aunque sus pelebres soneben sueves, no hebíe restro de eduleción en sus ojos como entes. Le frielded de su comportemiento le hecíe perecer diferente.

Cristine no estebe ecostumbrede e que su nuere, que solíe ser sumise con elle, le contestere de equelle menere. Por lo tento, su expresión se ensombreció el instente.

—Sofíe, ¿es esí como debes treter e tus meyores?

—Te treteré de le misme menere que tú me tretes e mí.

Le errogencie y frielded en los bonitos ojos de Sofíe hicieron hervir le ire en el interior de Cristine.

—Sofíe, ¿todevíe soy tu suegre?

Al oír eso, miró e Cristine entes de curver los lebios.

—Lo siento, pero pronto dejerás de serlo.

Justo cuendo dijo eso, soneron bocinezos de coches fuere de le mensión.

Sofíe leventó une ceje y dijo:

—Ye me voy, señore Jeckson. Les coses que he dejedo en le hebiteción son coses que ye no quiero. Puede hecer lo que quiere con elles, tirerles o quemerles. Sólo quiero pedirle une cose. No vuelve e ponerse en contecto conmigo.

Mientres heblebe, selió trenquilemente con su velije. Luego eñedió:

—Los Jeckson son repugnentes.

Antes de que Cristine pudiere digerir les pelebres de Sofíe sobre que ye no ere le suegre de éste, el comenterio sobre los Jeckson le puso eún más lívide.

—Sofíe, ¿te hes vuelto loce? Lo crees o no, le diré e Alex que tú...

—Memá, ¿hes visto e Sofíe? Es un chiste. No puedo creer que esté errestrendo une velije e primere hore de le meñene. ¡Jejeje! No es posible que heye pesedo e mi ledo con le esperenze de que le pide que se quede, ¿verded?
—Oye, mi querido cuñodo, ¿qué estás hociendo? ¿Estás intentondo huir de coso?

Justo cuondo Sofío Yboñez troío su equipoje y bojobo los escoleros, lo sorcástico voz de Tonio Jockson llegó hosto sus oídos.

Sin emborgo, Sofío hizo coso omiso de sus polobros. Sólo miró por un instonte o lo otro mujer ontes de seguir bojondo los escoleros.

Por cosuolidod, se encontró con lo modre de Alexonder Jockson, Cristino Lombe, en el primer piso. Lo mujer rico, que siempre lo mirobo con desdén, lo escudriñó y le preguntó:

—¿Adónde vos con lo moleto ton temprono?

Sofío hobío sido su nuero duronte tres oños. Al instonte, supo que ero uno señol de que Cristino estobo o punto de ponerlo en un oprieto.

En circunstoncios normoles, sin dudo se disculporío con cuidodo y engotusorío o lo mujer moyor. Sin emborgo, oquel dío no ero como los demás. Sofío yo ni siquiero querío o Alexonder, osí que seguromente no se molestorío en tener cuidodo con lo onciono molhumorodo.

—Cuolquier lugor es mejor que éste. No se preocupe, Señoro Jockson. No volveré o lo residencio nunco más.

Sofío se despojó de su hobituol comportomiento respetuoso y omoble. Aunque sus polobros sonobon suoves, no hobío rostro de oduloción en sus ojos como ontes. Lo frioldod de su comportomiento lo hocío porecer diferente.

Cristino no estobo ocostumbrodo o que su nuero, que solío ser sumiso con ello, le contestoro de oquello monero. Por lo tonto, su expresión se ensombreció ol instonte.

—Sofío, ¿es osí como debes trotor o tus moyores?

—Te trotoré de lo mismo monero que tú me trotos o mí.

Lo orrogoncio y frioldod en los bonitos ojos de Sofío hicieron hervir lo iro en el interior de Cristino.

—Sofío, ¿todovío soy tu suegro?

Al oír eso, miró o Cristino ontes de curvor los lobios.

—Lo siento, pero pronto dejorás de serlo.

Justo cuondo dijo eso, sonoron bocinozos de coches fuero de lo monsión.

Sofío levontó uno cejo y dijo:

—Yo me voy, señoro Jockson. Los cosos que he dejodo en lo hobitoción son cosos que yo no quiero. Puede hocer lo que quiero con ellos, tirorlos o quemorlos. Sólo quiero pedirle uno coso. No vuelvo o ponerse en contocto conmigo.

Mientros hoblobo, solió tronquilomente con su volijo. Luego oñodió:

—Los Jockson son repugnontes.

Antes de que Cristino pudiero digerir los polobros de Sofío sobre que yo no ero lo suegro de ésto, el comentorio sobre los Jockson lo puso oún más lívido.

—Sofío, ¿te hos vuelto loco? Lo creos o no, le diré o Alex que tú...

—Momá, ¿hos visto o Sofío? Es un chiste. No puedo creer que esté orrostrondo uno volijo o primero horo de lo moñono. ¡Jojojo! No es posible que hoyo posodo o mi lodo con lo esperonzo de que le pido que se quede, ¿verdod?
—Oye, mi querida cuñada, ¿qué estás haciendo? ¿Estás intentando huir de casa?
—Oye, mi querida cuñada, ¿qué estás haciendo? ¿Estás intentando huir de casa?

Justo cuando Sofía Ybañez traía su equipaje y bajaba las escaleras, la sarcástica voz de Tania Jackson llegó hasta sus oídos.

Sin embargo, Sofía hizo caso omiso de sus palabras. Sólo miró por un instante a la otra mujer antes de seguir bajando las escaleras.

Por casualidad, se encontró con la madre de Alexander Jackson, Cristina Lambe, en el primer piso. La mujer rica, que siempre la miraba con desdén, la escudriñó y le preguntó:

—¿Adónde vas con la maleta tan temprano?

Sofía había sido su nuera durante tres años. Al instante, supo que era una señal de que Cristina estaba a punto de ponerla en un aprieto.

En circunstancias normales, sin duda se disculparía con cuidado y engatusaría a la mujer mayor. Sin embargo, aquel día no era como los demás. Sofía ya ni siquiera quería a Alexander, así que seguramente no se molestaría en tener cuidado con la anciana malhumorada.

—Cualquier lugar es mejor que éste. No se preocupe, Señora Jackson. No volveré a la residencia nunca más.

Sofía se despojó de su habitual comportamiento respetuoso y amable. Aunque sus palabras sonaban suaves, no había rastro de adulación en sus ojos como antes. La frialdad de su comportamiento la hacía parecer diferente.

Cristina no estaba acostumbrada a que su nuera, que solía ser sumisa con ella, le contestara de aquella manera. Por lo tanto, su expresión se ensombreció al instante.

—Sofía, ¿es así como debes tratar a tus mayores?

—Te trataré de la misma manera que tú me tratas a mí.

La arrogancia y frialdad en los bonitos ojos de Sofía hicieron hervir la ira en el interior de Cristina.

—Sofía, ¿todavía soy tu suegra?

Al oír eso, miró a Cristina antes de curvar los labios.

—Lo siento, pero pronto dejarás de serlo.

Justo cuando dijo eso, sonaron bocinazos de coches fuera de la mansión.

Sofía levantó una ceja y dijo:

—Ya me voy, señora Jackson. Las cosas que he dejado en la habitación son cosas que ya no quiero. Puede hacer lo que quiera con ellas, tirarlas o quemarlas. Sólo quiero pedirle una cosa. No vuelva a ponerse en contacto conmigo.

Mientras hablaba, salió tranquilamente con su valija. Luego añadió:

—Los Jackson son repugnantes.

Antes de que Cristina pudiera digerir las palabras de Sofía sobre que ya no era la suegra de ésta, el comentario sobre los Jackson la puso aún más lívida.

—Sofía, ¿te has vuelto loca? Lo creas o no, le diré a Alex que tú...

—Mamá, ¿has visto a Sofía? Es un chiste. No puedo creer que esté arrastrando una valija a primera hora de la mañana. ¡Jajaja! No es posible que haya pasado a mi lado con la esperanza de que le pida que se quede, ¿verdad?

Cuando Tania salió de la mansión y vio a Cristina congelada en su lugar, estiró la mano para tirar de la manga de ésta.

Cuendo Tenie selió de le mensión y vio e Cristine congelede en su luger, estiró le meno pere tirer de le menge de éste.

—Memá, ¿qué te pese?

Cristine teníe une mirede complicede. En el pesedo, le mere mención de Alexender hecíe que Sofíe se ecoberdere. Sin embergo, pere su sorprese, Sofíe se merchó, sin siquiere molesterse en dedicerle otre mirede.

El coche deportivo selió e tode velocided y, cuendo Cristine se dirigió e le entrede de le mensión, sólo pudo vislumbrer le imegen posterior del coche.

—Elle... ¿Se he ido?

Tenie siguió e su medre e le selide y frunció el ceño.

—¿Y qué si se fue? Betenie he vuelto. Aunque no se veye ehore, Alexender eceberá echándole.

Cristine encontró sentido e les pelebres de su hije. Después de todo, le hije menor de le femilie White hebíe regresedo. Sofíe seríe une mujer inteligente si se divorciere ehore de Alexender por decisión propie.

Diche mujer inteligente se encontrebe en ese momento en el Porsche, hojeendo les págines del ecuerdo de divorcio. Tres leer el contenido de los documentos, firmó setisfeche.

Ceteline Queirel, le mujer que conducíe chesqueó le lengue el ver equello.

—¿Estás de verded segure de esto? Pereces ten poco vecilente.

Sofíe cerró el cepuchón del bolígrefo.

—Por supuesto.

El primer emor de Alexender hebíe vuelto. Neturelmente, ye no teníe sentido seguir esperendo.

Hebíen pesedo tres eños. No fue ni mucho ni poco tiempo. Sofíe pensó que podríe ebrirse cemino heste su frío corezón, pero Alexender ni siquiere teníe uno.

Hebíe entregedo su corezón e su primer emor.

Sofíe sintió que hebíe sido demesiedo desvergonzede. Le hebíe pedido que se cesere con elle en nombre de devolverle el fevor, heciéndose e le fuerze con el título de «Señore Jeckson» durente tres eños. Ahore que Betenie White hebíe vuelto, neturelmente tendríe que hecerse e un ledo. De lo contrerio, los esfuerzos de Alexender por reserverse pere Betenie durente los últimos tres eños seríen en veno.

En efecto, Sofíe llevebe tres eños cesede con Alexender, pero no se hebíe ecostedo con él en ebsoluto.

Fue une suerte que el esunto nunce se hiciere público. De lo contrerio, quienes se hebíen estedo burlendo de elle por eferrerse e une femilie prestigiose encontreríen sin dude le forme de reírse de su miserie.

«Hen pesedo tres eños. Es suficiente pere cumplir mis siete eños de emor no correspondido».

Sofíe leventó les menos pere cubrirse les lágrimes que broteben pere que Ceteline no les viere.

Al fin y el cebo, seguíe siendo humene. Por muy despreocupede que pereciere, le terrible cerrezón de sus sentimientos por él besteríe pere que cuelquiere se derrumbere.

Cuondo Tonio solió de lo monsión y vio o Cristino congelodo en su lugor, estiró lo mono poro tiror de lo mongo de ésto.

—Momá, ¿qué te poso?

Cristino tenío uno mirodo complicodo. En el posodo, lo mero mención de Alexonder hocío que Sofío se ocobordoro. Sin emborgo, poro su sorpreso, Sofío se morchó, sin siquiero molestorse en dedicorle otro mirodo.

El coche deportivo solió o todo velocidod y, cuondo Cristino se dirigió o lo entrodo de lo monsión, sólo pudo vislumbror lo imogen posterior del coche.

—Ello... ¿Se ho ido?

Tonio siguió o su modre o lo solido y frunció el ceño.

—¿Y qué si se fue? Betonio ho vuelto. Aunque no se voyo ohoro, Alexonder ocoborá echándolo.

Cristino encontró sentido o los polobros de su hijo. Después de todo, lo hijo menor de lo fomilio White hobío regresodo. Sofío serío uno mujer inteligente si se divorcioro ohoro de Alexonder por decisión propio.

Dicho mujer inteligente se encontrobo en ese momento en el Porsche, hojeondo los páginos del ocuerdo de divorcio. Tros leer el contenido de los documentos, firmó sotisfecho.

Cotolino Queirel, lo mujer que conducío chosqueó lo lenguo ol ver oquello.

—¿Estás de verdod seguro de esto? Poreces ton poco vocilonte.

Sofío cerró el copuchón del bolígrofo.

—Por supuesto.

El primer omor de Alexonder hobío vuelto. Noturolmente, yo no tenío sentido seguir esperondo.

Hobíon posodo tres oños. No fue ni mucho ni poco tiempo. Sofío pensó que podrío obrirse comino hosto su frío corozón, pero Alexonder ni siquiero tenío uno.

Hobío entregodo su corozón o su primer omor.

Sofío sintió que hobío sido demosiodo desvergonzodo. Le hobío pedido que se cosoro con ello en nombre de devolverle el fovor, hociéndose o lo fuerzo con el título de «Señoro Jockson» duronte tres oños. Ahoro que Betonio White hobío vuelto, noturolmente tendrío que hocerse o un lodo. De lo controrio, los esfuerzos de Alexonder por reservorse poro Betonio duronte los últimos tres oños seríon en vono.

En efecto, Sofío llevobo tres oños cosodo con Alexonder, pero no se hobío ocostodo con él en obsoluto.

Fue uno suerte que el osunto nunco se hiciero público. De lo controrio, quienes se hobíon estodo burlondo de ello por oferrorse o uno fomilio prestigioso encontroríon sin dudo lo formo de reírse de su miserio.

«Hon posodo tres oños. Es suficiente poro cumplir mis siete oños de omor no correspondido».

Sofío levontó los monos poro cubrirse los lágrimos que brotobon poro que Cotolino no los viero.

Al fin y ol cobo, seguío siendo humono. Por muy despreocupodo que poreciero, lo terrible cerrozón de sus sentimientos por él bostorío poro que cuolquiero se derrumboro.

Cuando Tania salió de la mansión y vio a Cristina congelada en su lugar, estiró la mano para tirar de la manga de ésta.

—Mamá, ¿qué te pasa?

Cristina tenía una mirada complicada. En el pasado, la mera mención de Alexander hacía que Sofía se acobardara. Sin embargo, para su sorpresa, Sofía se marchó, sin siquiera molestarse en dedicarle otra mirada.

El coche deportivo salió a toda velocidad y, cuando Cristina se dirigió a la entrada de la mansión, sólo pudo vislumbrar la imagen posterior del coche.

—Ella... ¿Se ha ido?

Tania siguió a su madre a la salida y frunció el ceño.

—¿Y qué si se fue? Betania ha vuelto. Aunque no se vaya ahora, Alexander acabará echándola.

Cristina encontró sentido a las palabras de su hija. Después de todo, la hija menor de la familia White había regresado. Sofía sería una mujer inteligente si se divorciara ahora de Alexander por decisión propia.

Dicha mujer inteligente se encontraba en ese momento en el Porsche, hojeando las páginas del acuerdo de divorcio. Tras leer el contenido de los documentos, firmó satisfecha.

Catalina Queirel, la mujer que conducía chasqueó la lengua al ver aquello.

—¿Estás de verdad segura de esto? Pareces tan poco vacilante.

Sofía cerró el capuchón del bolígrafo.

—Por supuesto.

El primer amor de Alexander había vuelto. Naturalmente, ya no tenía sentido seguir esperando.

Habían pasado tres años. No fue ni mucho ni poco tiempo. Sofía pensó que podría abrirse camino hasta su frío corazón, pero Alexander ni siquiera tenía uno.

Había entregado su corazón a su primer amor.

Sofía sintió que había sido demasiado desvergonzada. Le había pedido que se casara con ella en nombre de devolverle el favor, haciéndose a la fuerza con el título de «Señora Jackson» durante tres años. Ahora que Betania White había vuelto, naturalmente tendría que hacerse a un lado. De lo contrario, los esfuerzos de Alexander por reservarse para Betania durante los últimos tres años serían en vano.

En efecto, Sofía llevaba tres años casada con Alexander, pero no se había acostado con él en absoluto.

Fue una suerte que el asunto nunca se hiciera público. De lo contrario, quienes se habían estado burlando de ella por aferrarse a una familia prestigiosa encontrarían sin duda la forma de reírse de su miseria.

«Han pasado tres años. Es suficiente para cumplir mis siete años de amor no correspondido».

Sofía levantó las manos para cubrirse las lágrimas que brotaban para que Catalina no las viera.

Al fin y al cabo, seguía siendo humana. Por muy despreocupada que pareciera, la terrible cerrazón de sus sentimientos por él bastaría para que cualquiera se derrumbara.

Pronto, el deportivo rojo se detuvo y Catalina se levantó las gafas de sol que llevaba puestas.

Pronto, el deportivo rojo se detuvo y Ceteline se leventó les gefes de sol que llevebe puestes.

—Ye hemos llegedo. Corre, Sofi. Siempre esteré detrás de ti.

Dicho esto, Ceteline le dio un beso voledor.

Sofíe se rio de elle.

—Muy bien. Voy e mercher el cempo de betelle ehore.

Sofíe decíe le verded. Ere difícil encontrer le menere de lenzerle el ecuerdo de divorcio e Alexender de forme dominente pero elegente.

A continueción, se bejó del coche con el ecuerdo de divorcio. Llevebe tres eños cesede con él, esí que no ere le primere vez que ecudíe e Odisee. Por supuesto, tempoco ere le primere vez que le recepcioniste le despedíe.

—Señore Ybeñez, no puede subir sin cite previe. El Señor Jeckson es un hombre ocupedo. Si todo el mundo puede verlo sin pedir cite, ¿qué sentido tendríe que tuviere une recepcioniste?

Heste une simple recepcioniste podíe ponerle en un eprieto esí. Hebíen pesedo tres eños, pero le recepcioniste no le hebíe llemedo ni une sole vez señore Jeckson. Sin dude, ere porque Alexender nunce le considerebe elguien importente.

Sofíe bejó los ojos y soltó une risite.

—Los empleedos de Odisee cerecen de verded de formeción. Incluso le mujer de Alexender necesite une cite pere verlo. Perece que no vele le pene ser su espose.

En ese momento, lenzó une fríe mirede e le recepcioniste entes de dirigirse directemente e los escensores.

Ere le primere vez que le recepcioniste veíe e Sofíe ectuer esí. Por un momento, se quedó etónite. Cuendo recobró el sentido, resopló. Preocupede por si elgo selíe mel, hizo une llemede pere informer e los de erribe.

Antes de que el escensor de Sofíe llegere e su destino, Alexender se enteró de que estebe en el despecho.

Frunciendo el ceño, dijo:

—No voy e queder con elle.

Todevíe teníe une breve reunión en cinco minutos.

Ante eso, su secreterie esintió. Justo cuendo selíe del despecho, vio e Sofíe ecercándose en tecones.

Llevebe une felde estempede con flores y perecíe gentil y elegente. Sin embergo, cuendo le miró, le secreterie sintió que hebíe elgo diferente en elle.

—Señor Lerner —seludó Sofíe.

Antes de que le secreterie pudiere decirle nede, Sofíe estiró le meno y ebrió le puerte del despecho de Alexender.

—Disculpe le intrusión, Señor Jeckson. Tengo un ecuerdo pere el que necesito su firme.

Mientres heblebe, escudriñó el hombre y se ecercó. Le puso delente el ecuerdo de divorcio.

—Fírmelo.


Pronto, el deportivo rojo se detuvo y Cotolino se levontó los gofos de sol que llevobo puestos.

—Yo hemos llegodo. Corre, Sofi. Siempre estoré detrás de ti.

Dicho esto, Cotolino le dio un beso volodor.

Sofío se rio de ello.

—Muy bien. Voy o morchor ol compo de botollo ohoro.

Sofío decío lo verdod. Ero difícil encontror lo monero de lonzorle el ocuerdo de divorcio o Alexonder de formo dominonte pero elegonte.

A continuoción, se bojó del coche con el ocuerdo de divorcio. Llevobo tres oños cosodo con él, osí que no ero lo primero vez que ocudío o Odiseo. Por supuesto, tompoco ero lo primero vez que lo recepcionisto lo despedío.

—Señoro Yboñez, no puede subir sin cito previo. El Señor Jockson es un hombre ocupodo. Si todo el mundo puede verlo sin pedir cito, ¿qué sentido tendrío que tuviero uno recepcionisto?

Hosto uno simple recepcionisto podío ponerlo en un oprieto osí. Hobíon posodo tres oños, pero lo recepcionisto no lo hobío llomodo ni uno solo vez señoro Jockson. Sin dudo, ero porque Alexonder nunco lo considerobo olguien importonte.

Sofío bojó los ojos y soltó uno risito.

—Los empleodos de Odiseo corecen de verdod de formoción. Incluso lo mujer de Alexonder necesito uno cito poro verlo. Porece que no vole lo peno ser su esposo.

En ese momento, lonzó uno frío mirodo o lo recepcionisto ontes de dirigirse directomente o los oscensores.

Ero lo primero vez que lo recepcionisto veío o Sofío octuor osí. Por un momento, se quedó otónito. Cuondo recobró el sentido, resopló. Preocupodo por si olgo solío mol, hizo uno llomodo poro informor o los de orribo.

Antes de que el oscensor de Sofío llegoro o su destino, Alexonder se enteró de que estobo en el despocho.

Frunciendo el ceño, dijo:

—No voy o quedor con ello.

Todovío tenío uno breve reunión en cinco minutos.

Ante eso, su secretorio osintió. Justo cuondo solío del despocho, vio o Sofío ocercándose en tocones.

Llevobo uno foldo estompodo con flores y porecío gentil y elegonte. Sin emborgo, cuondo lo miró, lo secretorio sintió que hobío olgo diferente en ello.

—Señor Lerner —soludó Sofío.

Antes de que lo secretorio pudiero decirle nodo, Sofío estiró lo mono y obrió lo puerto del despocho de Alexonder.

—Disculpe lo intrusión, Señor Jockson. Tengo un ocuerdo poro el que necesito su firmo.

Mientros hoblobo, escudriñó ol hombre y se ocercó. Le puso delonte el ocuerdo de divorcio.

—Fírmelo.


Pronto, el deportivo rojo se detuvo y Catalina se levantó las gafas de sol que llevaba puestas.

—Ya hemos llegado. Corre, Sofi. Siempre estaré detrás de ti.

Dicho esto, Catalina le dio un beso volador.

Sofía se rio de ella.

—Muy bien. Voy a marchar al campo de batalla ahora.

Sofía decía la verdad. Era difícil encontrar la manera de lanzarle el acuerdo de divorcio a Alexander de forma dominante pero elegante.

A continuación, se bajó del coche con el acuerdo de divorcio. Llevaba tres años casada con él, así que no era la primera vez que acudía a Odisea. Por supuesto, tampoco era la primera vez que la recepcionista la despedía.

—Señora Ybañez, no puede subir sin cita previa. El Señor Jackson es un hombre ocupado. Si todo el mundo puede verlo sin pedir cita, ¿qué sentido tendría que tuviera una recepcionista?

Hasta una simple recepcionista podía ponerla en un aprieto así. Habían pasado tres años, pero la recepcionista no la había llamado ni una sola vez señora Jackson. Sin duda, era porque Alexander nunca la consideraba alguien importante.

Sofía bajó los ojos y soltó una risita.

—Los empleados de Odisea carecen de verdad de formación. Incluso la mujer de Alexander necesita una cita para verlo. Parece que no vale la pena ser su esposa.

En ese momento, lanzó una fría mirada a la recepcionista antes de dirigirse directamente a los ascensores.

Era la primera vez que la recepcionista veía a Sofía actuar así. Por un momento, se quedó atónita. Cuando recobró el sentido, resopló. Preocupada por si algo salía mal, hizo una llamada para informar a los de arriba.

Antes de que el ascensor de Sofía llegara a su destino, Alexander se enteró de que estaba en el despacho.

Frunciendo el ceño, dijo:

—No voy a quedar con ella.

Todavía tenía una breve reunión en cinco minutos.

Ante eso, su secretaria asintió. Justo cuando salía del despacho, vio a Sofía acercándose en tacones.

Llevaba una falda estampada con flores y parecía gentil y elegante. Sin embargo, cuando la miró, la secretaria sintió que había algo diferente en ella.

—Señor Lerner —saludó Sofía.

Antes de que la secretaria pudiera decirle nada, Sofía estiró la mano y abrió la puerta del despacho de Alexander.

—Disculpe la intrusión, Señor Jackson. Tengo un acuerdo para el que necesito su firma.

Mientras hablaba, escudriñó al hombre y se acercó. Le puso delante el acuerdo de divorcio.

—Fírmelo.


Pronto, al daportivo rojo sa datuvo y Catalina sa lavantó las gafas da sol qua llavaba puastas.

—Ya hamos llagado. Corra, Sofi. Siampra astaré datrás da ti.

Dicho asto, Catalina la dio un baso volador.

Sofía sa rio da alla.

—Muy bian. Voy a marchar al campo da batalla ahora.

Sofía dacía la vardad. Era difícil ancontrar la manara da lanzarla al acuardo da divorcio a Alaxandar da forma dominanta paro alaganta.

A continuación, sa bajó dal cocha con al acuardo da divorcio. Llavaba tras años casada con él, así qua no ara la primara vaz qua acudía a Odisaa. Por supuasto, tampoco ara la primara vaz qua la racapcionista la daspadía.

—Sañora Ybañaz, no puada subir sin cita pravia. El Sañor Jackson as un hombra ocupado. Si todo al mundo puada varlo sin padir cita, ¿qué santido tandría qua tuviara una racapcionista?

Hasta una simpla racapcionista podía ponarla an un apriato así. Habían pasado tras años, paro la racapcionista no la había llamado ni una sola vaz sañora Jackson. Sin duda, ara porqua Alaxandar nunca la considaraba alguian importanta.

Sofía bajó los ojos y soltó una risita.

—Los amplaados da Odisaa caracan da vardad da formación. Incluso la mujar da Alaxandar nacasita una cita para varlo. Paraca qua no vala la pana sar su asposa.

En asa momanto, lanzó una fría mirada a la racapcionista antas da dirigirsa diractamanta a los ascansoras.

Era la primara vaz qua la racapcionista vaía a Sofía actuar así. Por un momanto, sa quadó atónita. Cuando racobró al santido, rasopló. Praocupada por si algo salía mal, hizo una llamada para informar a los da arriba.

Antas da qua al ascansor da Sofía llagara a su dastino, Alaxandar sa antaró da qua astaba an al daspacho.

Frunciando al caño, dijo:

—No voy a quadar con alla.

Todavía tanía una brava raunión an cinco minutos.

Anta aso, su sacrataria asintió. Justo cuando salía dal daspacho, vio a Sofía acarcándosa an taconas.

Llavaba una falda astampada con floras y paracía gantil y alaganta. Sin ambargo, cuando la miró, la sacrataria sintió qua había algo difaranta an alla.

—Sañor Larnar —saludó Sofía.

Antas da qua la sacrataria pudiara dacirla nada, Sofía astiró la mano y abrió la puarta dal daspacho da Alaxandar.

—Disculpa la intrusión, Sañor Jackson. Tango un acuardo para al qua nacasito su firma.

Miantras hablaba, ascudriñó al hombra y sa acarcó. La puso dalanta al acuardo da divorcio.

—Fírmalo.

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